Crecimiento Rentable y Creación de Valor por: Carlos Cosío “Crear valor es algo que no entendemos comúnmente. El empresario, muchas veces centrado en los beneficios, ordeña su negocio, intentando crear su patrimonio al lado de la empresa, dejando con ello de aprovechar plenamente concretar el valor en aquello a lo que más le dedica....” Hace poco escuché a un empresario que había fusionado su empresa, exponer en un seminario organizado por una firma de “private investment”, su experiencia al negociar con una firma extranjera, el valor de su empresa para llevar a cabo la fusión. Don Ismael Iriondo reconoció que si bien había hecho un buen trato al no tener descendencia y haber asegurado el futuro de su empresa en manos institucionales, el tema de la valuación de su negocio no lo había dejado del todo contento. Él nunca antes había negociado el valor de su empresa. Siempre se fijó en que el negocio creciera y ganara, pero de ahí a darle un valor integral a su empresa; se había quedado muy lejos. ¿Qué es aquello que le da valor a una empresa?, ¿Cómo puedo identificar los elementos que lo incrementan y los que lo reducen?, ¿A quién le importa el valor de una empresa?, etcétera. Un objetivo de la empresa es maximizar el valor de la inversión de los accionistas. Ésta es una cuestión técnica, no filosófica. No es el objetivo único de la empresa y puede que no sea ni siquiera el más importante. Hay muchos otros objetivos relacionados con las otras personas o entidades relacionadas a las actividades de la empresa, los llamados “stakeholders”. Las finanzas tratan de abordar las grandes cuestiones que afectan a los flujos de fondos, el volumen y composición del activo, estructura del pasivo, capital y todas las políticas y decisiones concretas que afectan estos temas. Desde el punto de vista estratégico y operativo, de inversión, rentabilidad y crecimiento deberían formularse objetivos y medios para tratar de optimizar la creación de valor para los accionistas, que consideren también al resto de los “stakeholders”. El valor no es un concepto abstracto. Representa el precio que nuevos inversores estarían dispuestos a pagar por las acciones de la empresa, de forma que la rentabilidad que se espera obtener sobre el precio pagado, de acuerdo con las perspectivas de flujos de fondos futuros, esté en consonancia con la rentabilidad exigible a esta inversión en función del riesgo percibido. Los accionistas ajustan la rentabilidad a obtener a través del precio que están dispuestos a pagar. Esto es el valor, pero no es el único. Aquí comienza el primer problema en la creación de valor: “…El precio que nuevos inversionistas estarían dispuestos a pagar por las acciones de la empresa”. “Pero no quiero vender. Nunca trabajé para vender mi empresa, ni me pasó por la cabeza. Entonces, ¿cómo iba a pensar en el valor de las acciones? Me preocupaba el flujo, los beneficios, la capacidad de crecimiento”, reconoció Don Ismael Iriondo. En ocasiones se habla de maximizar el valor a largo plazo para el accionista. Éste es un concepto demasiado difuso. De hecho, si la empresa genera expectativas favorables a largo plazo y sabe comunicarlas, el valor de mercado debería reflejar de inmediato estas expectativas. La creación de valor depende de la rentabilidad que los negocios de la empresa puedan ofrecer a los recursos propios. Si esta rentabilidad es superior a la exigida por los accionistas, el valor de mercado será superior al valor contable y habrá creación de valor. Si la rentabilidad sobre fondos propios es inferior, sucederá lo contrario y habrá destrucción de valor. Para que exista destrucción de valor no hace falta que la empresa entre en pérdidas. Basta que no obtenga el nivel de rentabilidad exigible en función de su riesgo. Cuando esto ocurre, se dice que la empresa es económicamente no rentable, aunque sea contablemente rentable porque obtiene beneficios. El crecimiento es favorable para las empresas económicamente rentables, y desfavorable para las económicamente no rentables. En este último caso, las estrategias que mantienen un valor inmediato más alto son las estrategias de reducción, que buscan afanosamente cortar la grasa y formas más eficientes de mejorar el rendimiento, lo que se ha dado en llamar el “crecimiento negativo”. Es un crecimiento que si bien puede mejorar el resultado en el corto plazo, no incide sobre el “crecimiento positivo”, el que efectivamente crea valor. Desde el punto de vista financiero, las empresas económicamente no rentables deberían tender a desaparecer. Si esta estrategia se pone en práctica a través de una liquidación o reducción progresiva, dependerá fundamentalmente de cuestiones relativas a los stakeholders. Financieramente hablando, es un mero problema de medida: valor neto de liquidación frente a valor con reducción progresiva. Para Don Ismael Iriondo el tema del valor no estaba claro. Creía haberlo logrado teniendo una empresa sana y rentable; sin embargo, otros aspectos como su dirección, la falta de un equipo directivo profesional, su propia sucesión, la falta de formación y capacitación, la alta dependencia en una línea de productos, la concentración en pocos clientes, proveedores y de las ventas en una zona limitada, la laxitud en el manejo del desarrollo de nuevos productos, de los temas laborales, las relaciones con el sindicato, la antigüedad del personal, la falta de una previsión de fondos de retiro, la inconsistente política fiscal y la falta de un auditor externo firme y profesional, entre otros, hacían ver a su empresa desde el punto de vista de esos posibles inversores externos, como algo que merecía menos aprecio. Ello le quitaba valor a lo que había logrado con los beneficios y el crecimiento. Las expectativas a futuro de la empresa, basadas no sólo en la proyección financiera donde el papel lo soporta todo, sino en la realidad de la empresa en conjunto, reducían el valor. El panorama de las empresas mexicanas no es, en general, muy halagüeño en términos de creación de valor, como lo ha podido comprobar por si mismo Don Ismael Iriondo. Por los datos publicados, existen aparentemente muchas empresas que no son económicamente rentables, ganan dinero pero viven una etapa de rendimientos decrecientes y no responden al nivel de riesgo. Su rendimiento está por debajo de los parámetros exigidos por un inversor racional y no crean valor. Para crear valor para los accionistas, los clientes y los colaboradores, resulta conveniente identificar y tratar de actuar sobre todos los propulsores de valor (value drivers). Los ingredientes de la fórmula de creación de valor permiten identificar todos los campos de posible mejora en los que la empresa puede actuar. Pero también es fundamental identificar a los detractores de valor (value miners), aquellos que “minan” o diluyen el valor que intentamos construir. El empresario debe decidir dónde quiere consolidar su patrimonio. Éste comienza en la rentabilidad, se consolida en el valor y se aprecia en la trasmisión de ese valor. Debemos aprender no sólo a sembrar, también a cosechar....