HOMILÍA DE LA SANTA NOCHE DE NAVIDAD DE 2011 Año Jubilar Diocesano Sea alabado y bendito Jesucristo. Sea por siempre bendito y alabado. Él Hijo Eterno del Eterno Padre, quien si dejar de ser Dios nació en el tiempo de Santa María Virgen. En esta noche santa y silenciosa, que se ha vuelto ruidosa y trivial, sin embargo sigue brillando la luz de lo profundo del santo pesebre: un Niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Allí se une lo humano y lo divino, lo temporal y lo eterno, no como una combinación de contrarios, sino en la unidad maravillosa de la misericordia de Dios que se nos ha manifestado plenamente. Acerquémonos, pues, a esa luz que brilla sin apagarse, que ilumina sin tiniebla y sin encandilar, para que nos guíe, nos ilumine y nos vuelva un poco más radiantes con el fulgor de la gracia de Dios. Que cada uno se deje iluminar por la Palabra de Dios, que cada cual atienda a lo que el Espíritu le dice en su corazón: quien es llamado a la conversión y el arrepentimiento, oiga la gracia de ese llamado, a quien se le enardece el fuego del amor divino, que se deje quemar por él. A quien el Señor lo sube a la contemplación de su gloria, déjese llevar por su gracia, a quien lo llama a entregarse al amor del prójimo, actúe según las inspiraciones del Espíritu. Pero también hagamos juntos una contemplación del misterio, para que también celebremos juntos. 1) En primer lugar reconozcamos el acontecimiento y quién es el que entra en el mundo. Iluminados por la Palabra de Dios, todos confesamos en la fe, que el que nace Niño de la Virgen María es personalmente el Hijo Eterno de Dios humanado, encarnado. Por eso, como nos lleva la Iglesia en su santa liturgia: confesemos gozosos nuestra fe en Jesucristo, alabemos su grandeza, adoremos a quien es nuestro Dios, demos gracias de todo corazón. 2) Aquello que aconteció hace más de dos mil años, sigue actual, en primer lugar, porque los designios de Dios son eternos, y la humanidad que el Verbo del Padre tomó de la Virgen inmaculada, sigue siendo suya: es su misma humanidad en que se nos manifestó, con la que subió a la cruz, en la que resucitó glorioso, con la que subió a los cielos y está sentado a la derecha del Padre. En segundo término e inseparablemente la Navidad es hoy, porque Jesús, Hijo de Dios hecho hombre, es el Salvador, el Mesías, el Señor, que obra, vive y reina en medio de nosotros, en su santa Iglesia. 3) Con esta luz, empleando las palabras del Mensaje que he escrito para esta Navidad, les deseo a Uds. los católicos de nuestra Iglesia canaria, en este Año Jubilar Diocesano, que descubran en Cristo niño, el comienzo de la Iglesia, el nacimiento de su cabeza, la fuente de su luz y de toda gracia. La Iglesia, que recibimos agradecidos en nuestra Diócesis, tiene todo su ser, su existir, su santidad y su poder, de la humanidad del Hijo de Dios. Si confesamos a la Iglesia una y santa, es porque la santidad y unidad le vienen de su cabeza, de su origen, de su esposo, Cristo el Señor. Agradecidos por el don de la Iglesia, descubramos en el Niño que nace nuestra vocación cristiana. El bautismo que nos hace miembros de la Iglesia, es la unión con el cuerpo de Cristo, con su pasión y resurrección, con su obediencia y humildad. Por eso, dejemos que Cristo habite por la fe en nuestros corazones y podamos comprender con todos los bautizados la inconmensurable riqueza del amor de Cristo y cómo da vida a su Iglesia y a cada uno en ella. Así, la Navidad revela la vocación de hijos de Dios para la que fuimos creados. Queramos tener las palabras, los sentimientos, las acciones de la Santa Iglesia para con su cabeza, su esposo, su salvador. Es la Iglesia la que en nosotros sus miembros quiere amar y seguir a Jesús. 4) La Navidad es también para todos los hombres una invitación buscar la verdad que da sentido a la vida humana, a sus logros, a sus dolores, a la vida y a la muerte. Sólo buscando la verdad, con humildad y sinceridad, realizamos dignamente nuestra existencia. Por cierto, hermanos míos, esa búsqueda de la verdad requiere la humildad de seguirla, de acatarla, de intentar vivirla. En esa búsqueda, la Navidad nos llama a ir tras la verdad acerca de Dios. No es un tema más, es la pregunta radical. Dios que viene a nosotros con su luz, nos invita a buscar esa luz y a seguirla. La Iglesia nos entrega a Jesucristo, camino, verdad y vida. Queramos, hermanos míos, conocer más a Jesús, amándolo con todo el corazón, entregándole nuestra vida, suplicándole que haga de nosotros lo que él quiera, que venga en nosotros a obedecer plenamente la voluntad del Padre y hacernos uno con su propio sacrificio. La luz del Niño Dios débil en Belén ilumina la dignidad de cada ser humano desde que comienza a existir. Ello implica la valoración, el respeto y el cuidado de toda vida humana desde su concepción hasta su muerte. Por el contrario, justificar la destrucción del ser humano indefenso e inculpable es el desconocimiento del fundamento de todos los derechos, es implantar la violencia contra el más débil. Que el Dios débil en la carne de un niño, lleve a todos – incluidos los que detentan los poderes del Estado – a respetar y defender toda vida humana y a procurar servirla para que se desarrolle física, moral y espiritualmente. En el pesebre Jesús, cuidado por María y José, ilumina la verdad sobre la familia, de acuerdo a como Dios ha creado la naturaleza humana. Más allá de todas las situaciones dolorosas, que piden comprensión y ayuda, necesitamos reconocer, valorar y ayudar a formar familias según el plan de Dios. Es decir familias fundadas en el matrimonio fiel de varón y mujer – y para los cristianos en el sacramento del matrimonio que une en la misma alianza y carne de Cristo. Matrimonios abiertos a la ley moral, generosos para comunicar la vida, atentos a educar en la obediencia a los mandamientos. Estamos dentro de la celebración del Bicentenario del proceso de nuestra emancipación. Para la vida de nuestro pueblo, es imprescindible que asumamos los fundamentos de nuestra cultura, el sustento de la moral pública y privada. Desde los comienzos ha sido relevante el reconocimiento de Dios, creador y redentor, la aceptación de las verdades y exigencias morales, el respeto de la dignidad de cada ser humano y el valor de la familia. La Patria sólo puede ser edificada sobre esos principios. La educación reclama estos fundamentos. El Evangelio de Jesús es luz imprescindible para el futuro de nuestro pueblo. El misterio de la Navidad se hace presente en cada Eucaristía. En ella escuchamos el pregón de Dios, que nos da su misericordia en la carne de su Hijo, en ella hacemos memoria y experimentamos la fuerza redentora de su carne entregada y su preciosa sangre derramada. En el Santo Sacrificio obra el poder del Resucitado, con la gracia del Espíritu Santo. Reconozcámoslo en la profesión de fe. Oremos por y con él por la salvación nuestra y del mundo entero. Elevemos la acción de gracias con toda la Iglesia, en nuestra Iglesia local, porque hemos conocido a Dios visiblemente, para que nos lleve al amor de lo invisible. Entreguémonos con Cristo al Padre y, al comulgar en su cuerpo bendito, recibamos con él, el perdón y la paz, la misericordia y la caridad sin límites. Volvámonos al portal de Belén, escuchemos a los ángeles que nos proclaman la pascua de Navidad. Con los pastores acerquémonos al Niño envuelto en pañales, que José nos guíe y que la Virgen Madre nos dé su fe, su esperanza y su caridad, para entregarnos a la adoración de nuestro Salvador, nacido del Padre antes de todos los siglos, Dios verdadero de Dios verdadero, que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo y se hizo hombre, y vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.