* El complejo estatuto de la autorregulaci n period stica. Entre el intervencionismo estatal y la desregulaci n, Vicente Navarro Marchante y Rodrigo Fidel Rodr guez Borges, Universidad de La Laguna

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Actas – II Congreso Internacional Latina de Comunicación
Social – Universidad de La Laguna, diciembre de 2010
El complejo estatuto de la autorregulación periodística.
Entre el intervencionismo estatal y la desregulación
The complex status of media self-regulation. Between state intervention and
deregulation
Dr. Vicente Navarro Marchante [C.V.] Profesor del Departamento de Derecho
Constitucional, Universidad de La Laguna, ULL, Tenerife, España –
vmarchan@ull.es y Dr. Rodrigo Fidel Rodríguez Borges [C.V.] Profesor del
Departamento de Ciencias de la Información, Universidad de La Laguna, ULL,
Tenerife, España – rrodbor@ull.es.
Resumen: La libertad de información es un derecho nuclear de las sociedades
democráticas. Lamentablemente no son pocas las ocasiones en que
periodistas y medios de comunicación incurren en comportamientos éticamente
censurables por una interpretación abusiva de este derecho. La autorregulación
periodística engloba los diferentes instrumentos que la profesión se ha dado a
sí misma para tratar de que sus actuaciones se ajusten a las normas
deontológicas. Esta solución no concita, sin embargo, un apoyo unánime y
abundan las críticas tanto de los que piensan que la autorregulación va
demasiado lejos y puede coartar la libertad de los informadores, como de los
que opinan, por el contrario, que se queda corta y es necesaria una
intervención más coercitiva del Estado. Este texto explora el concepto de
autorregulación con especial atención a uno de sus instrumentos, los consejos
de prensa, al tiempo que analiza la pertinencia de las críticas dirigidas a esta
forma de regulación del periodismo.
Palabras clave: libertad de expresión, derecho
autorregulación, consejos de prensa, ética periodística
a
la
información,
Abstract: Freedom of information is a core right in democratic societies.
Unfortunately journalists and media sometimes behave unethically due to
abusive interpretation of that right. Media self-regulation include the different
tools that professionals have devoted to themselves to adjust their behaviors to
deontological rules. However, this solution does not arouse unanimous support
and receives many critics from those who think that self-regulation goes too far
and can restrict the freedom of journalists and from those who, on the contrary,
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think that it falls short and demands coercive measures from the State. This
paper explores the concept of self-regulation, giving special attention to press
councils, and analyzes the pertinence of critics directed to this sort of regulation
of journalism.
Key-words: freedom of expression, right to information, self-regulation, press
councils, journalism ethics
Sumario: 1. Introducción. 2. El concepto de autorregulación. 3. Los consejos
de prensa. 4. El ejemplo del Consejo de la Información de Cataluña. 5.
Conclusiones. La autorregulación frente a sus propios límites. 6. Bibliografía. 7.
Notas
Summary: 1. Introduction. 2. The concept of self-regulation. 3. Press councils.
4. The example of the Information Council of Catalonia. 5. Conclusions. 6. Selfregulation and its own limits. 7. Bibliography. 8. Notes
1. Introducción
La libertad de imprenta ocupó un lugar de privilegio entre las reivindicaciones
enarboladas por las revoluciones liberales burguesas de finales del s. XVIII y el
XIX. Esta consideración preferente quedó plasmada en el artículo 11 de la
Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano: “La libre
comunicación de pensamientos y de opiniones es uno de los derechos más
preciosos del hombre; todo ciudadano podrá hablar, escribir, imprimir
libremente, sin perjuicio de responder del abuso de esta libertad en los casos
determinados por la ley”. Se pretendía con este reconocimiento poner a buen
recaudo la libertad de expresión del individuo como derecho subjetivo frente a
las cortapisas del estado absolutista.
En paralelo con este proceso de consolidación del derecho subjetivo a la
libertad de expresión y del derecho a la información, las sociedades
occidentales también fueron tomando conciencia de que las libertades
informativas constituyen un elemento nuclear de los sistemas democráticos
que, en tanto tales, constituyen regímenes de opinión. De esta suerte, estos
derechos han acabado por adquirir una dimensión que trasciende el ámbito
individual para conformarse como derechos con una dimensión objetiva. En el
constitucionalismo moderno, a partir de 1945, libertad de informar y libertad de
ser informado han devenido en derechos que no conciernen única ni
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principalmente a sujetos concretos, sino que pertenecen al conjunto de la
sociedad.
En esa línea, los periodistas y las empresas de comunicación actuarían como
depositarios –singulares, si se quiere- de unos derechos cuyos titulares son
todos los ciudadanos (Carrillo, 1999 y Navarro y Rodríguez Borges, 2000). A
propósito de la trascendencia de las libertades informativas para el (buen)
funcionamiento de las democracias, Konrad Hesse (en Solozábal, 1988: 141)
señala:
“Elecciones y votos pueden desempeñar su correspondiente función sólo
cuando el ciudadano se encuentra en la posición de poderse formar un
juicio sobre las cuestiones decisivas y cuando sabe lo bastante de la
conducta de los gobernantes para poder aprobar o rechazar su gestión.
La opinión pública presupone información sobre la cosa pública. Y la
preformación previa de la voluntad política sólo es posible mediante
contraste de las diversas opiniones y aspiraciones. Sólo donde reina la
transparencia puede haber responsabilidad de los gobernantes y
conciencia de esa responsabilidad. En resumidas cuentas, de acuerdo
con su propio principio constitutivo, la democracia es cuestión de
ciudadanos informados, mayores de edad y no de masas ignorantes y
apáticas…”.
En sociedades complejas como las actuales los ciudadanos no están en
condiciones de acceder a todas aquellas informaciones que resultan
imprescindibles para formarse una opinión sobre los asuntos de interés
colectivo. Es esa una tarea que tienen asumida los medios de comunicación
de masas. Pero, además de esa labor puramente informativa, los media
desempeñan un papel complementario e igualmente relevante como
instrumentos de supervisión y control del funcionamiento del sistema
democrático y de los poderes del Estado. No hace falta decir que esta segunda
dimensión de su trabajo, como perros guardianes de la democracia, puede
despertar en el Estado y sus distintos poderes la tentación de limitar o coartar
los movimientos de tan incómoda instancia supervisora. Se entiende así que la
profesión periodística observe siempre con desconfianza cualquier iniciativa
normativa en el terreno de las libertades informativas por el temor de que
pueda suponer un recorte a su autonomía.
Desde esa perspectiva genuinamente liberal, se defiende que basta con el
reconocimiento constitucional de las libertades informativas, acompañado por
una mínima e imprescindible normativa legislativa para proteger otros derechos
fundamentales (Villaverde, 1995: 92). En suma: se confía más en la aplicación
judicial de los principios jurídicos constitucionales que sostienen las libertades
informativas que en los posibles beneficios de una minuciosa normativa ad hoc.
Dicho con una frase que ha hecho fortuna: “la mejor Ley de Prensa es la que
no existe” [1].
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No obstante, algunas de estas voces también son conscientes de que los
medios de comunicación de masas pueden cometer excesos difíciles de
reparar apelando a la norma jurídica. En otras ocasiones son los propios
periodistas los que padecen presiones ilegítimas de las empresas para las que
trabajan, presiones que pueden menoscabar su libertad de expresión y,
subsiguientemente, el derecho a la información de los ciudadanos. Cuestiones
como éstas y otras de similar naturaleza han convencido a los periodistas de la
importancia de respetar y hacer respetar los principios deontológicos de su
profesión, contribuyendo decisivamente a impulsar la autorregulación como un
complemento eficaz de la necesaria regulación.
2. El concepto de autorregulación
Agrupados bajo la noción de autorregulación de la comunicación se encuentran
todos aquellos instrumentos que, desde el interior de la profesión periodística,
contribuyen a regular esta actividad de manera que se ajuste a los principios,
valores y normas deontológicas que les son propias. A este respecto, Aznar
(1998: 8) señala:
Lo distintivo de la autorregulación es que tanto su puesta en
marcha, como su funcionamiento y su efectividad dependen de la
libre iniciativa y el compromiso voluntario de los tres sujetos de la
comunicación: los propietarios y gestores de las empresas de
comunicación (tanto públicas como privadas), los profesionales
que realizan los medios y el público que los recibe o protagoniza.
Distintos y de diferente alcance son los instrumentos y mecanismos básicos de
la autorregulación, entre ellos podemos citar los códigos deontológicos, los
estatutos de la Redacción, los defensores del lector, oyente o telespectador, y
los consejos de prensa o de la información. No obstante, todos ellos tienen en
común que se crean por iniciativa de los propios agentes involucrados en el
proceso informativo y al margen del poder público, que carecen de poder
coactivo y que se apoyan únicamente en la autoridad moral y el reproche
público. En puridad, pues, quedan al margen del concepto de autorregulación
los consejos audiovisuales constituido hasta la fecha en España, puesto que se
han creado por impulso del poder ejecutivo y/o legislativo y poseen capacidad
sancionadora.
Con carácter general, cabe decir que un primer momento de la autorregulación
pasa por hacer explícitas las normas deontológicas que el medio de
comunicación se compromete a respetar. Ese catálogo de principios de
actuación adquiere la condición de un contrato o pacto de confianza que
compromete a la empresa y sus trabajadores ante los ojos de la sociedad.
También entra dentro del ámbito de la autorregulación contribuir a que se den
las condiciones laborales, profesionales y sociales que hagan posible el
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cumplimiento normal de las exigencias éticas y deontológicas de la
comunicación frente a pretensiones lesivas del mercado o de la propia
empresa.
Para que la autorregulación alcance crédito y reconocimiento social es
condición imprescindible que las actuaciones que se deriven de su
funcionamiento tengan un grado suficiente de publicidad. La opinión pública
debe conocer aquellos casos en los que se produzcan incumplimientos de los
criterios deontológicos y debe también disponer de mecanismos para denunciar
las faltas y los errores que cometan los medios. Sólo por esa vía la
autorregulación podrá consolidarse como una alternativa equidistante entre el
control y la regulación excesiva por parte del Estado y la desregulación total
que desearían las empresas editoras. Desde esa posición de equidistancia, la
autorregulación cuestiona que el mercado y el Estado
puedan dar cuenta por si solos del funcionamiento adecuado de
los medios de comunicación. La autorregulación no tiene como
tarea suplantar los papeles respectivos del Estado y del mercado,
sino compensar sus insuficiencias y sus limitaciones, favoreciendo
así que la actividad de los medios se ajuste a sus propios valores
y normas (Aznar, 1998: 10).
Del mismo modo que no pretende reemplazar al mercado y al Estado en sus
respectivos papeles, la autorregulación no debe pretender sustituir al Derecho,
pues, por el contrario, cumple funciones complementarias de éste (Carrillo,
1998: 123). El Derecho necesita apoyarse en las normas éticas o
deontológicas, por lo que la publicidad y conocimiento general de éstas resulta
imprescindible. Así, por ejemplo, la Ley Orgánica 2/97, reguladora de la
cláusula de conciencia de los profesionales de la información, hace referencia
expresa a esas normas deontológicas en su artículo 3, al señalar que “los
profesionales de la información podrán negarse, motivadamente, a participar en
la elaboración de informaciones contrarias a los principios éticos de la
comunicación, sin que ello pueda suponer sanción o perjuicio”.
Al mismo tiempo, la jurisprudencia apela también a las normas éticas para
valorar la acción de los periodistas en determinados supuestos, por ejemplo,
para proteger una información por ser “veraz” [2] (artículo 20.1.d de la
Constitución Española) o por entender que el periodista ha actuado con
“diligencia” al elaborarla, de acuerdo con lo que dictan los cánones
profesionales. La autorregulación no es sólo una fuente de inspiración para el
Derecho español, sino que es también una instancia reconocida en el acervo
comunitario; por ejemplo en el Libro blanco de la gobernanza europea o en el
Libro verde sobre la convergencia de los sectores de telecomunicaciones,
medios de comunicación y tecnologías de la información y sobre sus
consecuencias para la reglamentación (Camps, 2004: 236).
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La autorregulación posee además la ventaja de basarse en mecanismos
mucho más adaptables a los problemas específicos de la comunicación, lo que
permite resolverlos con gran precisión y de forma rápida, aliviando la
sobrecarga de los tribunales de justicia, pero sin eliminar el recurso último a los
tribunales en los casos más graves o en los que no se alcanza el acuerdo entre
las partes. Una última cualidad reseñable de la autorregulación es que apela a
la adhesión o compromiso voluntario de los sujetos frente al carácter coactivo
consustancial al Derecho, alejándose así de cualquier sombra de
intervencionismo o censura por parte del poder.
3. Los consejos de prensa
De los instrumentos para la autorregulación con más tradición (códigos
deontológicos, estatutos de Redacción, ombudsman de la audiencia, consejos
de prensa) seguramente sean estos últimos los que estén organizados de
manera que los ciudadanos tengan un mayor grado de participación en ellos.
En efecto, los códigos deontológicos son documentos elaborados desde el
interior de la profesión periodística por editores e informadores, si acaso con el
concurso circunstancial de juristas y eticistas expertos en el mundo de la
comunicación. Los estatutos de la Redacción son asimismo documentos
redactados en el seno de la empresa informativa sin aportaciones de los
ciudadanos, y otro tanto ocurre con la figura del ombudsman, cargo creado por
decisión de la dirección del medio y desempeñado por un periodista de la
plantilla, sin que la audiencia tenga más capacidad de intervención que la de
remitirle sus quejas o protestas.
Aunque los consejos de prensa son también instituciones creadas a instancia
de los periodistas y editores, su composición suele estar abierta a la entrada de
representantes de la ciudadanía, a través de organizaciones sociales, expertos,
fundaciones cívicas, etc. Este rasgo diferencial nos parece una cualidad
relevante por cuanto aproxima este mecanismo de autorregulación al concepto
de corregulación, una fórmula intermedia entre la intervención del Estado y la
pura autorregulación [3].
Los consejos de prensa son instituciones en las que participan los sujetos que
protagonizan el proceso informativo -esencialmente periodistas y editores-,
cuyo objeto es el mantenimiento de unos parámetros éticos en el ejercicio de la
profesión periodística, la defensa de la libertad de prensa frente a presiones
exteriores y de las propias empresas editoras y el apoyo a unas relaciones
equilibradas y leales entre la prensa, el Estado y el conjunto del cuerpo social
(Desantes Guanter, 1973; y Carrillo, 1996).
Su naturaleza y funcionamiento, empero, no están exentos de reparos.
Villaverde (1995: 145) recuerda que estas instituciones profesionales han sido
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criticadas por el peligro de que alienten cierta forma de autocensura en los
periodistas. Así, el Informe Mundial Libertad de información y censura,
realizado en 1991 por el Centro Internacional sobre Censura, incluyó a este tipo
de organizaciones en el capítulo dedicado a los métodos directos o indirectos
de censura de la información. Aunque, como reconoce este mismo autor, la
acusación es algo exagerada y parece más una advertencia sobre un peligro
potencial más que real.
En el mismo sentido se manifiesta Carrillo (1996: 190), que precautoriamente
advierte de que las iniciativas para el establecimiento de un consejo de prensa
deben siempre evitar que se introduzcan elementos de censura previa y que
sus resoluciones “puedan imponer un determinado techo informativo en función
de intereses políticos más o menos consensuados que, de hecho, implique el
establecimiento de un modelo informativo de carácter contemporizador con el
poder político establecido y de alcance crítico expresamente reducido”.
El primer consejo de prensa fue establecido en Suecia en 1916 por iniciativa de
de las asociaciones nacionales de la prensa, la asociación de editores y el
sindicato de periodistas. Los asuntos de los que conoce este consejo han sido
previamente tamizados por el Ombudsman y sus resoluciones gozan de gran
prestigio y auctoritas y suelen ser aceptadas y publicadas, salvo excepciones,
por los medios, que incluso pueden ser sancionados económicamente. Estas
multas, junto a las aportaciones de las tres asociaciones que componen el
Consejo, financian su funcionamiento. La temprana iniciativa sueca fue
secundada por el resto de países nórdicos, a los que se unieron algo más tarde
Francia (1935), Suiza (1938), Japón (1947), Holanda (1948) o Luxemburgo
(1949).
Entre las características comunes a los Consejos de Prensa europeos
podemos destacar, por una parte, su carácter no coercitivo y basado en el
sometimiento, libremente aceptado por los periódicos, a los fallos del Consejo
y, por otra parte, una doble función: vigilancia de los abusos cometidos por la
prensa y contra la prensa (Salaner, 1981: 57).
Mención especial merece el caso del Reino Unido, que seguramente ha tenido
la experiencia más intensa y prestigiosa y que más ha influido en los consejos
que se constituyeron posteriormente. El inicial y limitado Consejo General de
Prensa británico de 1953 fue el germen del British Press Council [4] (1963),
formado por iniciativa de distintas asociaciones de editores de Inglaterra y
Escocia y los dos sindicatos de periodistas. Este órgano tiene un presidente
(una persona no relacionada con el mundo de la prensa y de formación
jurídica) y 36 miembros, 18 en representación de editores y periodistas y los 18
restantes en representación del público, lo que constituye una de sus
principales aportaciones. En 1991, este consejo británico se transformó en la
actual Press Complaint Commission [5].
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En el ámbito español es obligado mencionar la creación, en mayo de 2004, del
Consejo Deontológico de la Federación de Asociaciones de la Prensa de
España (FAPE), con el objetivo de velar por el cumplimiento de los principios
deontológicos básicos de la profesión y con capacidad disciplinaria y de
arbitraje y mediación [6]. Pero el pionero de los consejos de prensa en nuestro
país es Consejo de la Información de Cataluña, que acumula una larga
ejecutoria en el campo de autorregulación y que por la experiencia que atesora
y su complejidad institucional merece el tratamiento pormenorizado que
desarrollamos en el siguiente epígrafe.
4. El ejemplo del Consejo de la Información de Cataluña
Se trata de la primera experiencia de autorregulación de los medios de
comunicación en nuestro país [7]. El Consejo de la Información de Cataluña (en
adelante, CIC) fue creado por impulso del Colegio Oficial de Periodistas de
Cataluña. El Colegio celebró el II Congreso de Periodistas Catalanes en
octubre de 1992, en el que se aprobó el Código Deontológico con la
declaración de principios de la profesión periodística en Cataluña [8]. El
Código, suscrito y asumido voluntariamente por profesionales y medios de
comunicación, preveía en su declaración final la necesidad de constituir “un
organismo arbitral, representativo, plural e independiente de los poderes
públicos que, sin olvidar los derechos constitucionales que asisten a los
particulares y a las empresas y, al margen de las atribuciones de los órganos
judiciales”, ejerciera una autoridad moral velando por el cumplimiento y
observancia de los mencionados criterios recogidos en el documento
autorregulador.
No es hasta finales de 1996, tras la celebración del III Congreso, que se
culmina el proceso de creación del Consejo con la firma del Protocolo de
Constitución por el Colegio de Periodistas de Cataluña, diversos medios de
comunicación social de la Comunidad Autónoma, facultades universitarias
catalanas con estudios de periodismo, el Sindicato de Periodistas de Cataluña
y diversos profesionales de la información catalanes. Los firmantes también
aprueban el Reglamento de funcionamiento del Consejo, elaborado por la
Junta de Gobierno del Colegio de Periodistas, y el nombramiento de los
miembros para la composición inicial del Consejo.
El artículo 1 del reglamento de funcionamiento del Consejo lo define como "un
órgano de arbitraje privado e independiente, que vela por el cumplimiento de
los principios y criterios de ética profesional periodística contenidos en el
Código Deontológico" aprobado en 1992. Este Consejo catalán se aleja
claramente de los precedentes españoles de la etapa predemocrática, en los
que había una clara intromisión del poder político, así como de otros modelos
como el de Corea del Sur o Portugal, en los que la presencia de funcionarios y
cargos públicos les confiere la condición de órganos semipúblicos.
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El ámbito territorial de actuación del CIC es la Comunidad Autónoma de
Cataluña, asemejándose en este aspecto a los casos de Quebec y otros
Estados de la Federación canadiense o los Consejos de Prensa Regionales de
Italia, que compatibilizan su labor con el de ámbito estatal. En lo que respecta
al ámbito subjetivo, el Consejo catalán ejerce sus funciones sobre todos los
medios de comunicación y profesionales que desarrollen su actividad
informativa dentro del territorio, sin limitar sus actuaciones a la esfera de la
prensa, de ahí su denominación genérica de Consejo de la Información.
Tienen legitimidad activa para solicitar el arbitraje del CIC los profesionales de
la información, los representantes de las empresas editoras de los medios de
comunicación y el público destinatario de la información, y el Consejo “ejercerá
sus funciones sobre todos los profesionales y medios de comunicación que
desarrollen su actividad informativa en el territorio de la Comunidad Autónoma
de Catalunya” (artículo 1.II, del Reglamento de CIC), aun cuando no hayan
suscrito el protocolo de adhesión a esta institución. Ahora bien, las
resoluciones arbitrales de las controversias sólo serán vinculantes cuando las
partes hayan aceptado voluntariamente ese arbitraje.
Entre las competencias que el Consejo reclama para sí, figuran:
1. Velar por el cumplimiento de los principios y criterios de la ética
profesional periodística contenidos en el Código Deontológico.
2. Resolver las consultas que le sean dirigidas por las empresas
editoras, los profesionales de la información y por el público en general.
3. Elaborar un informe anual sobre sus actuaciones en las que se podrá
hacer constar la identidad de los medios y profesionales cuyo
comportamiento haya sido reprochado, además de preparar informes
concretos de carácter extraordinario.
4. Encargar a sus miembros la elaboración de informes específicos
sobre las cuestiones que se deriven de las quejas que le sean
planteadas.
5. Adoptar cualquier otra medida que se considere oportuna para
preservar los principios del Código en el marco de sus funciones.
En sus actuaciones el CIC resolverá de acuerdo con las normas deontológicas
recogidas en la Declaración de Principios de la Profesión Periodística en
Cataluña, interpretadas de acuerdo con la Constitución y el resto de nuestro
ordenamiento jurídico. En línea con la naturaleza de este órgano y en
coincidencia con experiencias europeas similares, las resoluciones del Consejo
tienen un carácter moral, instando a la rectificación a aquellos medios que
incurran en vulneraciones graves y/o reiteradas de los principios deontológicos.
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Aunque estas resoluciones sólo vinculan a aquellos medios que han aceptado
voluntariamente el arbitraje y no acarrean ningún tipo de sanción económica o
similar, el medio o profesional censurado y reacio a la aceptación de la
resolución no puede menospreciar el daño y perjuicio que una recriminación
pública de este organismo puede acarrearle a los ojos de su audiencia y
empresas anunciantes. A propósito de esta cuestión, dice Aznar (2010: 85):
La sanción moral también es importante y no deja de suponer un
factor que podría enmendar en algún sentido la conducta de los
medios. Al fin y al cabo los medios dependen mucho de su
credibilidad y la condena moral de un organismo independiente
apoyado por el conjunto de la profesión y de los empresarios
tendría sin duda algún impacto en la opinión pública, comenzando
por los propios seguidores de ese medio o ese profesional…
Justamente, la efectividad de la autorregulación como instrumento de
supervisión y mejora de la práctica informativa descansa en la repercusión
pública de esa sanción moral para la empresa o el periodista. Pero, al mismo
tiempo, cualquier instrumento de autorregulación (consejo de prensa,
asociaciones de periodistas, defensores de la audiencia…) pone en juego su
propio crédito en cada una de sus resoluciones. De ahí que su reputación ante
la opinión pública dependa decisivamente de que sus actuaciones sean
diligentes, rigurosas, transparentes y al margen de cualquier sospecha de
corporativismo.
5. Conclusiones. La autorregulación frente a sus propios límites
Lejos de suscitar un acuerdo general, la autorregulación como solución a los
comportamientos inadecuados de la prensa despierta dos tipos de críticas
contradictorias: las de aquellos –fundamentalmente editores y periodistas- que
creen que va demasiado lejos, inmiscuyéndose indebidamente en la actividad
informativa, y las de quienes consideran que su capacidad de influir es poca o
nula y que, por ello, el Estado debería intervenir más decisivamente para poner
coto a los excesos de los periodistas.
Entre los primeros, están aquéllos que recelan de los sistemas de
autorregulación de la actividad informativa porque ven en éstos la imposición
de unos principios o un intento de homogeneización moral por parte de unos
organismos que podrían pretender constituirse en una especie de policía o
guardián de los valores morales. Para conjurar este peligro real, los
instrumentos de la autorregulación deben actuar con un alto nivel de autocrítica
y de conciencia de las propias limitaciones, trabajando con transparencia,
imparcialidad y respeto al pluralismo.
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En cualquier caso, la autorregulación nunca debe ser entendida como una
herramienta coercitiva o una forma de autocensura encubierta. La
autorregulación –dice Aznar (1999: 55)- nace y vive de la libertad, del
compromiso ético y responsable del informador; en cambio
la autocensura es una limitación de la libertad del profesional por
miedo a los poderosos, a quienes pueden poner la información a
su servicio. Se alimenta del temor al poder económico, político o
de cualquier otro tipo; del miedo a sufrir las consecuencias de
criticar, importunar o no acatar esos poderes. A veces también se
alimenta del interés egoísta, del afán de medrar o de acomodarse
al estado de cosas más beneficioso, aunque para ello se tenga
que engañar uno mismo o faltar a la verdad adulando al poderoso.
En el segundo grupo de críticos, se sitúan aquellos que consideran que la
autorregulación es una solución insuficiente y que un Estado Social y
Democrático no puede hacer dejación de sus obligaciones en el terreno del
derecho a la información. Estas posiciones parten de la idea de que no es
prudente dejar la regulación de este derecho fundamental a los periodistas, que
al fin y al cabo lo ejercen por delegación, pues su auténtico titular es el conjunto
del cuerpo social. Para estos partidarios de una intervención más decidida del
poder político, la libertad de prensa no puede concebirse como un laissez faire
y el Estado puede y debe intervenir en este ámbito con el propósito de
“promover las condiciones para que la igualdad del individuo y de los grupos en
que se integra sean reales y efectivas”, removiendo si es preciso “los
obstáculos que impidan o dificulten su plenitud” y facilitando “la participación de
todos los ciudadanos en la vida política, económica, cultural y social”, tal como
establece el artículo 9.2 de nuestra Constitución.
Al final, este parece ser el inevitable lastre con el que debe cargar la
autorregulación periodística: para algunos va demasiado lejos y pone en riesgo
la libertad de expresión de los periodistas, para otros se queda corta y de poco
sirve sin poder coercitivo real. En todo caso, lleva razón Aznar (2010: 85)
cuando dice que “los mecanismos de autorregulación requieren tiempo: para
generar acuerdos e impulsarlos, para crearlos y darlos a conocer, y para que
tengan eco entre los propios profesionales, los medios y el público”. La
experiencia española en este terreno es necesariamente corta, pero ejecutorias
como las del Consejo de la Información de Cataluña abren un espacio para la
esperanza.
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Cedán, F. (1974): Historia del Derecho español de Prensa e Imprenta (15021966). Madrid: Editora Nacional.
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Navarro Marchante, V. (1995): “La veracidad como límite interno del derecho a
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González Reyes del Colegio de Abogados de Santa Cruz de Tenerife, p. 93137.
Navarro Marchante, V. y Rodríguez Borges, R. F. (2000): “La cláusula de
conciencia de los profesionales de la información”. Revista Latina de
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http://www.revistalatinacs.org/2002/latina49abril/4906navarro.htm. Consulta: 12
de septiembre de 2010.
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23, p. 139-155.
Villaverde, I. (1994): Estado democrático e información: el derecho a ser
informado. Oviedo: Junta General del Principado de Asturias.
7. Notas
[1] Entre otros, véase las opiniones de Peter Galliner en el Seminario sobre los
Consejos de prensa europeos, organizado por la Asociación de Editores de
Diarios de España y el Instituto Internacional de Prensa celebrado en Madrid en
diciembre de 1980 y publicado en AEDE nº 4, 1981; también Juan Luis Cebrián
en el debate celebrado en el Centro de Estudios Constitucionales de Madrid y
publicado en Cuadernos y Debates nº 12, 1988.
[2] Respecto a la veracidad en la información véanse Azurmendi (2005) y
Navarro (1995).
[3] Sobre la corregulación en el ámbito audiovisual, véase (Muñoz y MoraFigueroa, 2008).
[4] Véase Morgan (1989).
[5] Sobre la historia de la autorregulación de la prensa en Gran Bretaña, véase:
http://www.pcc.org.uk/about/history.html. Consulta: 24 de septiembre de 2010.
[6] El primer Consejo estuvo formado por: los tres ex presidentes de la FAPE,
tres profesores de Universidad (de Madrid, Barcelona y Valencia), dos
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magistrados, dos miembros de ONGs y un ex presidente del Senado. Véase
otras iniciativas españolas en Aznar (2005): 281 y ss.
[7] Quedan fuera de esta consideración algunos precedentes no democráticos
puestos en marcha durante la dictadura de Franco. Es el caso de los
denominados Tribunales de Honor, creados por Orden de 11 de mayo de 1955,
del Consejo Nacional de Prensa, instituido por un Decreto de 27 de septiembre
de 1967 y regulado por la Orden Ministerial de 19 de diciembre de 1967 y del
Jurado de Ética Profesional Periodística, regulado por una Orden Ministerial de
5 de marzo de 1969. Sobre esta cuestión, cfr. Bel Mallén (1992), Carrillo (1986)
y Cedán (1974).
[8] El documento está disponible en la dirección electrónica:
http://www.periodistes.org/fcic/contingut.php?codmenu=3. Consulta: 24 se
septiembre de 2010.
[C.V.] Vicente Navarro Marchante
Departamento de Derecho Constitucional y Ciencia Política
Facultad de Derecho
Universidad de La Laguna, ULL.
Campus de Guajara.
La Laguna (Tenerife, España)
Teléfono: 922317412
vmarchan@ull.es
Doctor en Derecho.
Lcdo. Ciencias de la Información (Periodismo)
Es Profesor Ayudante Doctor de Derecho Constitucional, donde imparte las
asignaturas de Derecho Constitucional y Derecho de la Información.
Publicaciones recientes:
(1997) “Comentarios a la creación del Consejo de la Información de Cataluña”,
en Anales de la Facultad de Derecho, de la Universidad de La Laguna, nº 14,
pp. 201-218.
ISBN: 978-84-938428-0-2
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Social – Universidad de La Laguna, diciembre de 2010
(1999) “La cláusula de conciencia de los profesionales de la información. La
Ley Orgánica 2/1997”, en Anales de la Facultad de Derecho, de la Universidad
de La Laguna, nº 16, pp. 261-280.
(2007) “Las imágenes de los juicios: aproximación a la realidad en España”, en
revista electrónica In Dret nº 3/2007.
(2008) “La (auto)regulación de la práctica informativa: una aproximación a la
situación española actual”, en Revista Española de Derecho Constitucional, nº
84, 179-213.
(2009) “Los Consejos Audiovisuales autonómicos: principales aspectos
conflictivos”, en Actas del VII Congreso Nacional de la Asociación de
Constitucionalistas de España, Tirant lo Blanch, Valencia, 351-374.
[C.V.] Rodrigo Fidel Rodríguez Borges
Departamento de Ciencias de la Información
Facultad de Ciencias de la Información
Universidad de la Laguna, ULL
Avda. César Manrique, s/n, Edificio La Pirámide, CP 38.071
La Laguna (Tenerife, España)
Teléfono 922.31.72.45
rodriguez.borges@ull.es
Doctor en Ciencias de la Información
Doctor en Filosofía
Catedrático de Filosofía en Enseñanza Secundaria
Es Profesor asociado en el Departamento de Ciencias de la Información de la
Universidad de La Laguna donde imparte las asignaturas Teoría y Estructura
de la Comunicación y Análisis de los Mensajes en Periodismo Audiovisual.
Publicaciones recientes:
(2008): Comunicación mediática y espacio público. La Laguna: Servicio de
Publicaciones de la Universidad de La Laguna. En coautoría con Domingo
Fernández Agis.
ISBN: 978-84-938428-0-2
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Actas – II Congreso Internacional Latina de Comunicación
Social – Universidad de La Laguna, diciembre de 2010
(2009): “Inmigración, demografía y política económica. La situación de las Islas
Canarias en el contexto español y de la UE”. Cosmopolis. Rivista Semestrale di
Cultura, vol. IV/1, pp. 247-261, disponible también en edición electrónica
en: www.cosmopolis.it/20090522/borges.php.
(2009): “Inmigración, medios de comunicación y ética periodística”. VV
AA: Límites y fronteras. La Laguna: Universidad de La Laguna, pp. 734-741.
(2010): "Discurso xenófobo y fijación de agenda. Un estudio de caso en la
prensa de Canarias (España)". Revista Latina de Comunicación Social, nº 65,
pp.
222-230.
Disponible
en
la
dirección
electrónica:
http://www.revistalatinacs.org/10/art2/895_ULL/17_Rodrigo.html. Consulta: 24
de septiembre de 2010.
(2010): El discurso del miedo. Inmigración y prensa en la frontera sur de la
Unión Europea. Madrid: Plaza y Valdés.
ISBN: 978-84-938428-0-2
Página 16
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