Danza con lobos

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Danza con lobos
Por Mario Toer *
No recuerdo ahora si lo dijo Marx, Mao, Lacan o Jauretche. En cualquier caso, vale: con
la realidad se pueden hacer muchas cosas, pero lo menos conveniente es pelearse con
ella. Por eso, cuando el tiempo es tormentoso, no hay que olvidarse de armar el cuadro
de situación: de dónde venimos. Por qué lo nuestro no podía ser sino un aprendizaje
cotidiano. Sin organización, sin una guía conceptual acendrada. Algo así como una
nebulosa que se fue haciendo consistente. Pero que aún es muy joven, en un cielo que
también es nuevo. Fuimos saliendo del desastre neoliberal, “el infierno”, con muy poco
más que las ganas. A pesar de valiosos y perseverantes puntales de la primera hora,
cómo no iban a ser tentativos y a veces deslucidos los resultados de los castings para
vicepresidente, jefes de Gabinete, ministros de Economía y otros tantos con menor
brillo. Como el que comunicó la 125 y ahora es diputado por la lista de Carrió. Se
aprende, y hoy encontramos más gente capaz y comprometida en puestos claves. Y, por
eso, hacia allí apuntan con las armas más pesadas de la artillería mediática.
Tiempo de turbulencias. No será la primera vez ni la última. Es lo que puede esperarse
cuando se mantiene el rumbo sobre las cimas del privilegio. Se suele hacer la
comparación con lo ocurrido en torno de la 125. Quieren cercenar los recursos y
estrechar las opciones. Suponen que en un futuro podrán completar la faena. Quieren
que se lleven a cabo tareas malmiradas para que después ellos completen la cirugía, si es
anticipadamente, mejor. Pero no les vamos a dar el gusto. Porque, arriba, lo acaba de
reiterar la Presidenta, no se van a barrer los principios debajo del sillón presidencial. Y,
por abajo, somos muchos más que en 2008. Y con bastante más experiencia.
Además, hay una particular circunstancia que pone distancia entre el actual retaceo de
recursos con lo ocurrido con la 125. Entonces consiguieron crear el mito emblemático
de que era “el campo” el que se levantaba ante el atropello. Con sus ombúes, ñandúes y
hasta fotos de vacunos en poses henchidas de dignidad. ¿Y hoy? ¿Quiénes son? ¿Qué
pueden mostrar? ¿Los huecos de las casas donde encanutaron las divisas? ¿Las góndolas
con precios flamantes? ¿Los gigantescos preservativos repletos de soja que estropean el
paisaje? Con aquello de “el campo” podían pretender cierta nobleza telúrica. ¿Pero
ahora? ¿Qué son? ¿Los guardianes de las cuevas? No cualquier “arbolito” es un ombú.
Todo suena y aparece demasiado mezquino. El mito que les cuadra ahora es el de la
avaricia, y no lo pueden disimular. El avaro. Tantas veces representado como el
summum de la desvergüenza. Si hasta puede que no salgan a cacerolear por temor a
dejar desguarnecidos los escondites en los que ocultan los dólares.
El dispositivo puesto en movimiento ya no luce como un vergel. Ahora aparecen como
monstruitos peludos, alimañas saliendo de aquellas cuevas, mostrando los dientes y
blandiendo la maquinita de remarcar precios. Han perdido el camuflaje. Consiguieron
los verdes y perdieron el verdor.
Y esto favorece notoriamente la movilización que ya se ha iniciado. Las exhortaciones
de ir al territorio se están cumpliendo. Y se suman más, como en el boicot a los súper.
Ya no parece que los precios los suben desde la Casa Rosada. ¡Les estamos quitando,
después de mucho tiempo, la bandera de la lucha contra la inflación! Seguimos
aprendiendo. Y ahora también sabemos que tenemos que añadirle el control del
comercio exterior.
La disputa se hace intensa. Como en 2008. Entonces emergieron nuevas alineaciones, se
constituyó Carta Abierta y tomaron forma las organizaciones juveniles. Con este
sustento el crecimiento puede ser exponencial. Y también se puede enriquecer la
creatividad. No estaría mal que se despliegue la ironía, el humor. Para que algunos no
vuelvan más del ridículo. Son varios los que la hacen fácil. La dejan picando. Es otra
flor que tiene que renacer.
Hay dos tipos de rivales. Los que no tienen ningún perdón. Y los que defienden otras
lógicas, aquellos que tienen otra perspectiva. Entre los primeros se incluyen algunos
migrantes con inmensa arrogancia. Petulantes de pacotilla que esparcen su
resentimiento. Y los consabidos representantes del orden establecido que cumplen su
papel sin pedir ni dar tregua. Con ellos, lo que corresponde. Con los segundos hay que
debatir. Sean centristas empedernidos, víctimas de las cadenas del desánimo o
izquierdistas con mucha imaginación e incluso, a veces, con argumentos. O
simplemente partícipes de otras tradiciones. Y muy bueno sería que hiciéramos resaltar
la diferencia. Hay todavía sectores que no se merecen ser apoyatura del antipueblo y
debemos buscarles un lugar a nuestro lado. Hay ocasiones para desplegar la pertenencia
y ocasiones para encontrar el equilibrio que permite compartir.
La Presidenta aludió a los sindicatos. O mejor dicho, a la diversidad entre los
sindicalistas. Y por cierto aquí residen algunas de las tareas pendientes. Una buena parte
de nosotros pertenecemos a sindicatos. No nos contentemos con figurar en las planillas.
Tenemos que fortalecerlos buscando trascender el mero reclamo salarial. Tenemos que
defender los salarios pero, ahora, con más razones que nunca, tenemos que poner en
evidencia a la maquinaria de remarcar. Ningún sindicato conseguirá aumentos
duraderos si no nos ponemos a la cabeza de la lucha contra la inflación. No hay bienestar posible para los trabajadores sin que este proyecto político alcance sus objetivos.
Hay quienes se han jactado de que pueden “parar al país”. Nosotros también podemos
pararlo, pero hemos elegido hacerlo andar.
No hace mucho tuve la oportunidad de visitar China. El asombro sorprende en los más
diversos escenarios. Pero hay algo que me llegó profundamente. La presencia de la
danza. En parques, plazas y peatonales comerciales, centenares de danzantes fluyendo
armoniosamente sus cuerpos en algo que puede suponerse como una fusión deliberada
con los elementos del Tai Chi. Rememoré una sentencia presente en las lecturas sobre la
historia de China de algunas décadas atrás: “Cuando el enemigo avanza retrocedemos,
cuando el enemigo acampa lo hostigamos, cuando no quiere pelear lo atacamos y
cuando huye lo perseguimos” (esta vez tengo presente quien lo decía). Y me percaté de
que allí también se encontraba presente una danza. En sus formas más duras, si se
quiere. Esta evocación, con todas sus distancias, me lleva a concluir que un paso atrás
no es necesariamente una retirada. Es un momento de la danza. Que así lo tenemos que
vivir. Sabiendo que retornamos con todos y con todo. Muchas veces antes de lo que
nosotros mismos imaginamos. Aunque sea una danza con lobos. Y como después del
2008, nos volveremos a sorprender constatando que somos muchos más.
* Profesor de Política Latinoamericana (UBA).
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