LA ENSEÑANZA DEL DERECHO

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LA ENSEÑANZA DEL DERECHO
Por RAMÓN FERNANDEZ ESPINAR
Profesor Adjunto Numerario y Agregado
interino de Historia del Derecho.
Probablemente, en ninguna Facultad como en la de Derecho, por la vertiente utilitaria y práctica de éste, se ha acentuado tanto la tendencia profesionalista.
En seguida surge una cuestión capital que ha preocupado a eminentes juristas:
¿Cuál debe ser el fin de la enseñanza del derecho?
Varias han sido las respuestas, aunque vamos a recoger sólo algunas.
Para BONET, "el problema de la enseñanza del Derecho Civil —como el de
cualquier otra disciplina universitaria y sobre todo jurídica— es una simple
secuela de otro más general sobre la misión de la Universidad (tema que hemos
tratado en la Circular n.° 2 del curso 1976-77): ¿Debe ser formativa o profesional?". A la vez este problema se deriva también del carácter mismo de la ciencia
del Derecho.
Por todo ello, tenemos que sólo puede lograrse una solución correcta partiendo de la doble perspectiva: misión de la Universidad y carácter de la Ciencia
del Derecho. Hay que recordar el concepto y el sentido de la Universidad. Por
otra parte, que el Derecho real sea algo útil en la vida social no le priva de ser
objeto de un conocimiento más elevado que el de su mera aplicación.
Cuando hoy, por ejemplo, se estudia en las Universidades americanas.
Cinematografía y Propaganda —y no nos parece inadecuada tal ubicación— no
se puede pensar que la Universidad pueda desprenderse del cultivo de una de sus
materias más tradicionales y que precisamente en su intima esencia se enlaza al
orden de la creación. Puede parecer descabellado este planteamiento, pero a las
mismas conclusiones nos llevaría al hecho de que en la Facultad penetrara la
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convicción de que el Derecho es sólo una destreza técnica que conviene dominar.
Suele argumentarse, con este motivo, que la Facultad de Derecho no trata
de formar leguleyos y prácticos. No es que la Ciencia del Derecho, como frecuentemente se ha sostenido, pertenezca a un determinado tipo de ciencias —las
ciencias prácticas—, que, a diferencia de las ciencias teóricas, tiene por objeto
conocimientos prácticos y no teóricos; sino que en el Derecho, como en toda
Ciencia, se da la Ciencia y la aplicación de las ciencias, ligadas entre sí como el
fruto y el árbol que lo produce.
La T E O R Í A se reduce a ilustrar el entendimiento con el conocimiento de la
verdad.
La PRACTICA es el acto o ejercicio correspondiente al designio de la teoría, pues, en realidad, no es otro su oficio que poner por obra aquello que el
entendimiento concibe como medio del examen especulativo.
SEYDEL dice que la ciencia Jurídica es una ciencia erigida sobre la vida
práctica, y sus resultados deben servir, mediata o inmediatamente, en la realización práctica del Derecho. De aqui el que BIELSA haya propugnado que el
bufete es el complemento necesario de la Cátedra. Nosotros creemos que esta
afirmación es demasiado concreta. Lo que si puede deducirse legitimamente es la
intima conexión entre la teoría y la práctica:
La separación entre la teoría y \ei práctica —se ha dicho— es sólo posible, en
el campo del Derecho, cuando se confunde ésta con las manifestaciones de los
usos de la Curia, en gran parte, hijos de la rutina. Práctica, en realidad es algo
más "la actividad encaminada a la aplicación del Derecho, en sus varias manifestaciones".
PINA sostiene algo más y es que quien sabe la teoría, sabe \a práctica, aunque los prácticos opinen lo contrario. Para él, la práctica es "la actividad encaminada a su aplicación (del Derecho) en cualquiera de las formas conocidas y
posibles".
De todo ello se deduce que es absurda la separación entre una y otra.
Como dijo NUNEZ LAGOS, es frecuente que los meros profesionales alaben la
práctica y vituperen toda concepción teórica, "desahuciar el pandectismo y atenerse al Alcubilla" o al Aranzadi: "Es el terrible pecado de orgullo de los técnicos profesionales: no reconocen sufiliaciónlegítima pero de segundones, porque
la prímogenítura, el mayorazgo, evidentemente, es la ciencia pura", y agrega:
"Saber Derecho para ellos (los prácticos) es retener, de memoria, preceptos de
Ley y desdeñar el llamado, y ni siquiera vislumbrado por ellos, Derecha doctrinar. Así se ganarán oposiciones —triste verdad—, pero se esterilizan los cerebros. "¿Qué han producido en la literatura jurídica española la mayoría de los
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grandes opositores, un día pasmo de sus oposiciones, virtuosos de la memoria y
los apuntes? Aun de los que se asomaron al papel impreso, ¿qué valos científico
tiene las publicaciones? Y no será, precisamente, por falta de preceptos aprendidos, sino por falta de conceptos".
Una consecuencia de ello es que si un sistema —concretamente el sistema
del Derecho— se construye en función de la técnica, la enseñanza del sistema
debe comprender también su aplicación. Y si la misión de la Universidad es la
enseñanza del sistema, a la Universidad corresponderá hacerlo en sus dos aspectos. Como ha dicho SEYDEL, la formación puramente práctica debe corresponder a instituciones universitarias.
Sin embargo, no ha faltado quien afirme que el arte de la aplicación del
Derecho no puede ni debe darlo la Universidad. Posición que no podemos admitir, pues, a la luz de lo expuesto, resulta claramente errónea. Como ha dicho
NUNEZ LAGOS, "la práctica ubical es fácilmente asequible, sin secretos de
ciencia oculta; que continúa después idéntica a sí misma, con escasas variantes,
y que cuando surge el problema nuevo, hay que resolverlo a fuerza de teoría".
Ahora bien, con el reconocimiento de que la formación profesional es
misión de la Universidad no ha quedado totalmente resuelto el problema. Al
menos cuando de la enseñanza del Derecho se trata, pues si bien es cierto que las
Facultades de Derecho forman, o al menos deben formar, al Jurista, lo que no lo
es, es que no haya más juristas que los abogados. Precisamente por entender que
el plan de estudios de nuestras Facultades se dirige unívocamente a la formación
de abogados, GARCÍA DE ENTERRIA escribió, hace unos años, una demoledora critica que dio lugar a una acalorada polémica, en la que tomaron parte,
entre otros, VALLET DE GOYTISOLO, GUASP, NUNEZ LAGOS y
GARRIDO FALLA.
La polémica se centró, más que sobre el problema concreto en sí planteado,
sobre el más amplio de la concepción del Derecho. Contaba GARCÍA DE
ENTERRIA que "sólo un veinte por ciento de los jóvenes licenciados van a
pasar a la abogacía o a las profesiones análogas; en tanto que la inmensa mayoría van a cubrir las plantillas estatales y a gestionar, en consecuencia, no los intereses libres, sino los intereses socializados o comunizados".
El aserto, sin duda, es cierto, pero surge otro problema: ¿Difiere realmente
la formación de uno y otro jurista? ¿Es que la formación del jurista libre ha de
ser distinta de la formación del jurista del Estado?
He aquí la cuestión, Ugada a otra no menos importante: Si el ochenta por
ciento que va a nutrir las plantillas del Estado está integrado por verdaderos
Juristas. Porque resulta indudable que, entre los numerosos servidores del Estado, existe una gran parte que no tiene por qué ser juristas. Son administradores,
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sin que por ello tengan que tener una formación Jurídica, les bastará con unos
conocimientos jurídicos elementales. Este supuesto nos lleva a la consideración
de que si hasta hace poco el administrador ha salido de las Facultades de Derecho, ha sido por falta de otras instituciones especiales.
La Facultad de Derecho debe seguir siendo la encargada de formar juristas. Pero —entiéndase bien— todos los juristas. No sólo los juristas libres, sino
también los juristas del Estado; esto es, de aquel ochenta por ciento que va a
nutrir las plantillas del Estado deberán salir de las Facultades de Derecho los
idénticos juristas, no los meros administradores. Deben salir de las Facultades
de Derecho aquellos profesionales que consagran su vida a ser custodios de la
Justicia, colaborando con el legislador en la tarea de preparar la redacción de las
leyes y en la de defender la Justicia y a la Ley de los ataques continuados que,
abierta o fraudulentamente, sufren.
Asi planteadas las cosas, es más fácil una correcta solución, pues si es indudable que todos los juristas deben salir de las Facultades de Derecho, sin olvidar,
como dice JAIME GUASP, que "lo fundamental de la docencia juridica no está
en los datos que se tratan de transmitir a los alumnos, sino en la actitud que se
les quiere hacer que asuman ante la vida", la especialización se impone, y exige,
al lado de la formación común, nm. formación especializada en función de profesión concreta a que piensa dedicarse el jurista. Y es la propia Facultad la que
debe tener en cuenta esta especialización, dividiéndose en ramas especiales, después de una parte común. De ahí el que encontráramos pleno sentido al plan de
estudios que se implantó después de la promulgación de la Ley General de Educación de 1970, que consistía en distinguir un primer ciclo común, de tres cursos
de duración, y dos segundos ciclos, con dos cursos, especializados en las dos
grandes ramas del derecho: público y privado. Pero este proyecto no llegó a
coronarse, pues antes de iniciar los segundos ciclos, por acuerdo de una reunión
de todos los Decanos de las Facultades de Derecho españolas, se volvió al plan
de 1952, de Licenciatura unitaria, matando en flor una innovación que podría
haber sido sumamente fecunda. Es cierto que los planes de estudio de Derecho
son los más decantados a través de los tiempos, pero un apego exagerado a la
tradición no debe privarnos de innovaciones, prometedoras, sin necesidad de llegar a la excesiva especialización que han recogido las carreras de Ciencias y
Letras, que además de dificultar la enseñanza universitaria, la han encarecido
considerablemente.
Volviendo a nuestro tema, tenemos que insistir que la misión de las Facultades de Derecho no es la formación de abogados, notarios o jueces, sino hombres de Derecho, con un dominio de éste en todas las dimensiones y también en
la de su estado actual, pero especialmente en las más duraderas y permanentes.
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No está mal que el jurista, al instalarse en las profesiones, se sienta un poco
extraño a su mecanismo, pero lo gobernará desde una esfera superior.
Podríamos citar una amplia bibliografía sobre este tema.
El acierto creemos que consiste en impartir una buena formación teórica,
con un necesario complemento práctico. En la Universidad a Distancia esta perfecta conjunción se consigue por una parte con la formación que se consigue al
seguir las indicaciones de las Unidades Didácticas; una iniciación a la práctica se logra con las actividades recomendadas, por otra parte, proliferando los
comentarios de textos, como en Historia del Derecho, o la resolución de casos
prácticos como se hace en Derecho Romano, y deben fomentarse en otras asignaturas, y sobre todo, puede desempeñar un importante papel la labor de los
Profesores-Tutores, en los Centros Asociados, muchos de ellos excelentes profesionales del Derecho, que facilitan el contacto del alumno con las instituciones y
actividades dedicadas a la práctica del Derecho. De esta manera, de la UNED
pueden salir excelentes juristas, ya que se logra la meta principal de las Facultades de Derecho: Formación jurídica.
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