Jornadas Científicas ARQUITECTURA, EDUCACIÓN Y SOCIEDAD Fórum Internacional. Barcelona 29-30-31 de Mayo, 2013 International Association Architectural Research (IAAR) Florencia Andreola Estudiante de doctorado Alma Mater Studiorum - Università di Bologna Scuola di Dottorato in Ingegneria Civile e Architettura Dottorato di ricerca in Architettura - XXVII ciclo Tema A. Escenario educativo 3. Enseñanza de Arquitectura a nivel universitario y postuniversitario Titulo ARQUITECTURA DE LA ENSEÑANZA La composición arquitectónica en las facultades italianas La enseñanza del proyecto arquitectónico en las facultades de arquitectura italianas actualmente se encuentra en un estado de crisis que, inevitablemente, se ve reflejado notablemente en la condición de la profesión del arquitecto italiano: si se considera que en Italia menos del 10% de la construcción es firmada por arquitectos, resulta por lo menos anómalo el hecho que actualmente existan 26 facultades de arquitectura en el territorio italiano. El principal objeto de estudio de esta investigación se configura precisamente en la relación, hoy muy compleja, entre la composición arquitectónica – entendida como proyecto didáctico – y la profesión del arquitecto. Efectivamente, si se pone bajo observación la academia italiana de hoy – o por lo menos una parte conspicua de ella – surge la duda que esta haya intentado, en las últimas décadas, construir un ámbito “ajeno” frente al campo de pertinencia tradicional del arquitecto, una “retirada estratégica” del mundo de la profesión. La relación con la realidad hoy es por lo más inexistente: en la práctica del proyecto de arquitectura didáctico han sido excluidos los problemas, las contradicciones, los limites con los cuales el arquitecto se enfrenta cotidianamente cuando actúa en la realidad, y por lo tanto cuando ejerce su profesión. La figura del arquitecto profesionista ha sido reemplazada, en la academia italiana, por la figura del arquitecto teórico, el arquitecto intelectual, exclusivamente interesado a las implicaciones potenciales de la disciplina arquitectónica, imponiendo una inexorable separación entre las dos carreras. En las facultades de arquitectura italianas, especialmente a partir de los años sesenta y setenta, se ha registrado una progresiva expulsión de los arquitectos profesionistas, contra quienes ha ido madurando una forma de ostracismo. Para sus adversarios, los catedráticos de la arquitectura, la práctica del propio oficio parece ser facultativa, mientras el fin principal de su “misión” es evidentemente formar de la mejor manera posible estudiantes y discípulos a su imagen y semejanza: arquitectos conscientes, perfectamente capaces de usar el lenguaje de los “signos” de la arquitectura, pero también perdidos, literalmente desprevenidos, frente a los compromisos concretos que la profesión requiere. Este cuadro puede ser fácilmente reconducido a ciertas causas históricas: se pueden encontrar sus primeras raíces particularmente en los años sesenta, que han representado un fuerte momento de crisis o de transformación – con las luchas estudiantiles, con el nacimiento de la universidad de masa, con la crisis de la profesión – favoreciendo un neto alejamiento y renovación con respecto al pasado en momentos diferentes de la década. En este periodo se ha concebido la didáctica que ha caracterizado las facultades italianas de los siguientes años, hasta por lo menos la ultima década del siglo XX. Recapitulando el cuadro genealógico de la enseñanza de la arquitectura en Italia a comenzar de los años sesenta, se puede reconocer una clara diferencia en el método didáctico entre las generaciones de docentes que han poblado nuestras facultades: emerge visiblemente una diferente relación con la historia, con los maestros, pero sobretodo con los alumnos. Precisamente durante los años sesenta en Milán, a pesar de su posición marginal en la cual está constreñido, Ernesto Nathan Rogers se hace portador de un mensaje que numerosos estudiantes recogerán, entre ellos Aldo Rossi, Giorgio Grassi, Guido Canella: un mensaje luego reelaborado por cada uno de ellos de diferentes modos. En Venecia, en la misma década, Giuseppe Samonà refunda el Istituto Universitario di Architettura di Venezia a través de la llamada de numerosos jóvenes y precoces profesores entre los cuales se encuentran Giancarlo De Carlo, Carlo Aymonino, Luciano Semerani, Manfredo Tafuri. En Roma la figura dominante en el clima de la “contraescuela” es Ludovico Quaroni, a quien sucederán, entre otros - después de los hechos del 68 – Paolo Portoghesi y Franco Purini. A través de la enseñanza de estos tres arquitectos-profesores, principalmente fundado sobre un método libre y mayéutico, como amaba auto-definirse Rogers, se estimulaba los alumnos a buscar sus propias potencialidades y a expresar sus propias ideas y aficiones. La generación siguiente podrá desarrollar autónomamente una nueva manera de relacionarse con la disciplina arquitectónica, reconociendo Rogers, Samonà y Quaroni como maestros, pero habiendo podido emanciparse de sus obras y de sus posiciones teóricas. Será en cambio la enseñanza de la “generación del medio” - esa constituida por aquellos nacidos en los años treinta, formada en los cincuenta, alumnos de Quaroni, Rogers y Samonà, y nombrados como catedráticos en la academia al final de los sesenta - a no poder transmitir más un mensaje reelaborable, a no producir más discípulos - como al contrario pudo hacer la generación anterior – sino más bien "secuaces”. La posición central de estas figuras de hecho no ha sido dañada con la producción de sus sucesores, más frágil y con frecuencia simplemente reiterada sobre la de sus maestros. Arriesgando una hipótesis, se podría casi suponer, citando a Rogers en su artículo publicado en «Casabella-Continuità» n. 289 del 1964, que se haya producido una generación de "arquitectos con el complejo de Edipo", generación que hoy ocupa la mayoría de las cátedras en las facultades italianas. Lo que parece derivar es una progresiva separación entre un corpus de teorías ya elaboradas cincuenta años atrás - y por lo tanto obviamente envejecido - y la realidad de la arquitectura y de la ciudad contemporánea, en continua transformación y evolución. El legado de la enseñanza de los arquitectos nacidos en los años treinta es todavía tangible en muchas facultades, pero las investigaciones empezadas en los años sesenta-setenta, si bien cuando han sido concebidas podían considerarse teóricas - en el sentido de adherentes al momento histórico y en cierta medida resultantes de la observación de una condición real en la que la disciplina arquitectónica versaba - al contrario hoy las mismas no pueden más ser calificadas como tal, porque el objeto de análisis ya no es más el mismo, se ha modificado radicalmente, y los enunciados han quedado inalterados. No se registran reales actualizaciones de las teorías basadas sobre la transformación del objeto de estudio, al contrario, eso no viene más considerado como un ámbito concreto si no como una entidad abstracta en la que el arquitecto opera. Las teorías elaboradas por la generación anterior han sido "congeladas" y de esta manera la academia ha dejado de hacerse cargo de un progreso: ya no es un observatorio - o mejor dicho un laboratorio o taller experimental -, se convirtió sino en el lugar donde se custodian escrupulosamente mandatos que no se pueden poner en discusión, quizás por una mera sujeción ante los "padres" que los han producido. El papel de la representación del proyecto de arquitectura es otro tema que se puede asociar al desarrollo siguiente de la composición arquitectónica, así como también al momento de crisis que la profesión ha vivido en las últimas décadas. El dibujo de arquitectura, a comenzar de los años setenta, siempre más se hace decisivo, hasta llegar a los años ochenta durante los cuales el proyecto de arquitectura parece poderse concluir en su misma representación gráfica. De esta manera la arquitectura dibujada tiende a convertirse en algo autónomo, algo desvinculado de la arquitectura efectivamente producida (o simplemente proyectada). Una disyunción que las ampara de las insidias del mundo, permitiéndole el desarrollo de sus propias hipótesis sin interferencia alguna, pero que al mismo tiempo le impide cualquier real confrontación, cualquier acierto verificable. Por otro lado, las facultades que no usufructúan de esta herencia parecen más bien caracterizadas por una suerte de “pulverización” de las teorías arquitectónicas sobre las cuales se apoya la enseñanza del proyecto aquí practicado, y de una completa subyugación, más que a los problemas reales y concretos de la ciudad contemporánea, a sus dinámicas. Esto determina la existencia de talleres de proyecto en los que los estudiantes pueden libremente decidir a cual arquistar “inspirarse” en la elaboración del proyecto o en cambio, alternativamente, enseñanzas puramente profesionalizantes y técnicas de la disciplina. Este es el cuadro del que cual partir y sobre el cual abordar una crítica necesaria, con el fin de poder volver a pensar la enseñanza de la arquitectura como una verdadera escuela para formar arquitectos, aquí y hoy, responsables y conscientes pero al mismo tiempo capaces y conocedores de una disciplina quizás demasiado amplia para poder ser completamente afrontada dentro de una institución tan comprometida con las dinámicas del poder y tan poco interesada a lo que debería ser hoy el verdadero rol del arquitecto.