Seminario de Periodismo Político

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Seminario de Periodismo Político
DUARTE, Ezequiel Iván
Trabajo práctico: análisis de La ardua recuperación
La ardua independencia
Mucho se habla de la ‘independencia’ en periodismo, como un atributo
no sólo deseable, sino también plausible. Ahora, ¿independencia de quién?
¿Con respecto a qué? “Si independencia es confrontar con los poderes
establecidos, está claro que esa confrontación tiene su eje en las
instituciones del Estado”, explican Stella Martini y Lila Luchessi en Los
que hacen la noticia: periodismo información y poder.
Sin embargo, no caben dudas que ‘los poderes establecidos’ van más
allá del Estado y que se debería incluir a las grandes empresas y al capital
financiero internacional. Pese a esto, ‘independencia’ en periodismo parece
apenas ser sinónimo de confrontar, o al menos mantener distancia (no ser
favorables de manera directa), con el gobierno. ¿Será porque muchos
medios de comunicación, la fuente laboral por excelencia del periodista,
son a su vez grandes empresas, tienen negocios con otras grandes empresas
y/o con el capital financiero especulador? ¿Se puede ser independiente si se
recibe una paga de un poder establecido, aunque no sea del Estado, pero sí
una compañía privada? Y, en todo caso, ¿cuál es el grado de independencia
que un periodista puede mantener al trabajar dentro de esas estructuras?
El ejemplo más evidente, más en el ojo de la tormenta, del rol de los
medios entre los poderes establecidos en la Argentina es el Grupo Clarín,
que no duda en emplear el lema ‘periodismo independiente’ en su canal de
noticias TN.
El producto más veterano de la firma es el diario del mismo nombre,
desde hace mucho tiempo el más vendido del país. Durante la última
dictadura cívico-militar, Clarín tomó una posición de indudable apoyo al
régimen, como lo testimonia un artículo sin firma publicado en la sección
política del jueves primero de diciembre de 1977, bajo el título La ardua
recuperación. En la nota, un supuesto grupo de periodistas del matutino
dice haber tenido acceso a un inverosímil ‘centro de recuperación de
subversivos’ (inverosímil a la luz de las revelaciones posteriores sobre los
campos de concentración, las torturas, el robo de bebés, etc.), en el que ex
guerrilleros que se habrían entregado voluntariamente, rodeados de confort,
cariñosas atenciones y habitaciones color pastel con vista al jardín, pasarían
sus días tratando de reinsertarse en la sociedad (nótese las similitudes con
los centros de recuperación de adictos)
Sin lugar a dudas, hoy se puede calificar de falso al artículo, de mera
propaganda pro gobierno militar. Sólo por citar un ejemplo, basta leer las
supuestas declaraciones de los ‘subversivos en recuperación’: “Creíamos
que habíamos descubierto al hombre nuevo, despojado de egoísmos y
defectos. Pero paulatinamente nos dimos cuenta de que todo esto era teoría,
que en la práctica los dirigentes mandaban sin tener en cuenta nuestras
objeciones, encontrando siempre argumentos para desvirtuar las evidencias
que nos daba la realidad”, dicen que dijo uno de los muchachos, víctima
evidente, dado su discurso, de un lavado de cerebro y una lobotomía
frontal, o de su simple carácter ficcional.
Siempre en este estilo, el texto no hace más que levantar estandartes del
discurso dictatorial, por ejemplo, cuando se culpa a la incomunicación y
desintegración familiar de ser la culpable de producir ‘subversivos’
(recuérdese que la familia, en la concepción católica del término, era un eje
fundamental en la ideología de Videla y compañía); y tratar de derribar
supuestos mitos que buscaban darse a conocer por aquel entonces, como el
trato injusto, inhumano e ilegal que el gobierno daba a los detenidos, o la
situación de las mujeres embarazadas o con hijos pequeños, que en la nota
aparecen bien atendidas y cuidando de sus criaturas. En definitiva, muy
lejos de los centros clandestinos, la picana eléctrica y el robo de bebés.
Los medios consagrados
Como se aclaró, La ardua recuperación se publicó sin firma, es decir,
respaldada por el diario Clarín como institución. ¿En qué posición deja eso
a los periodistas que, por aquel entonces, escribían allí? ¿No avalaron con
su sola pertenencia al periódico el contenido de esa nota, aunque se
enteraran de su publicación al momento de leerla impresa en la edición del
primero de diciembre? ¿O no se los puede culpar, a los que no sabían de la
publicación,
porque,
en
definitiva,
los
empleados
no
pueden
responsabilizarse o hacerse cargo de las decisiones de sus patrones?
Martini y Luchessi señalan como un denominador común entre los
periodistas entrevistados para el libro, la valoración de los medios
‘consagrados’. En particular, Héctor D’Amico, secretario general de
redacción de La Nación, hace hincapié en el peso de la tradición de cada
medio, y ejemplifica con La Nación mismo: “Éste es el diario donde Jorge
Luis Borges publicó por primera vez su cuento ‘Sur’, que es uno de sus
mejores cuentos; éste es el diario donde se publicó por decisión de
Alejandra Pizarnik su último poema (…) Quiero decir, cuando uno entra en
La Nación y va al archivo, algunos de los personajes que han estado han
sido de un lustre y de un estilo impresionante (…)”
Pregunta: ¿no es parte de la tradición de Clarín un artículo como el
descrito? (Por no mencionar a La Nación: debe convenirse que, para
D’Amico, la tradición en ese periódico sólo incluye ciertos aspectos que
podrían catalogarse de positivos; no menciona los apoyos a las diversas
dictaduras que tantas veces robaron el gobierno en el país) Por lo tanto, si
un buen periodista es quien puede comprender “el espíritu de la tradición
del medio”, como se concluye de varias de las entrevistas de Martini y
Luchessi: ¿En qué posición quedan los periodistas de Clarín? Y ya no sólo
los que trabajaban en el diario en 1977, sino los que lo hacen en la
actualidad y los que lo harán en el futuro. ¿Se puede ser independiente de
ese pasado, aunque uno no haya sido parte de él?
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