UNIDAD 2 Ámbitos de decisión personal y social 2.1 LA INTERIORIDAD MORAL Explicar concepto de interioridad. Explicar el concepto de persona. Explicar dignidad autoconciencia y autonomía. Relacionar deseos, sensaciones y emociones. Distinguir las diferencias de género (derechos y equidad). La conducta moral involucra factores internos como externos. Los primeros como ya se ha estudiado son: la conciencia, la responsabilidad, la voluntad, la intención, la selección de un fin posible sobre otro, etcétera; los segundos se refieren a la normatividad moral, a las consecuencias del acto moral y sanciones del mismo, etcétera. La interioridad moral es el ámbito de decisión personal, por oposición al ámbito exterior o social de la conducta moral. Es decir que el estudio de la interioridad moral nos conduce directamente a la persona o sujeto moral, que no es otro que el ser humano entendido como un ser racional, real y concreto determinado por circunstancias histórico-socio-culturales. De manera que la interioridad moral se ubica en el ámbito de la persona, o sea en el campo de lo que es estrictamente personal y conforme al cual cada ser humano se identifica a sí mismo, en todos los aspectos que la afirman y distinguen de los otros. Retomando lo anterior, consideremos que: la persona es esencialmente un ser humano considerado como un fin en sí mismo, como un ser cuyo propósito primordial es la realización de su ser en todos sus aspectos, diferente a los otros seres que bien puede ser considerados como medios o instrumentos, unidad indisoluble de espíritu y cuerpo, real y concretamente determinada por su contexto histórico, social y cultural. Es de gran importancia considerar que en los estudios ético morales, el concepto de persona es opuesto al de individuo, en tanto que éste es considerado como un ser que es un medio para la consecución de otros fines, que no el de su propia realización como lo es la persona. En su Diccionario de Filosofía, Nicola Abbagnano nos dice que la persona es: “En el sentido más común del término, el hombre en sus relaciones con el mundo y consigo mismo.” 6 Por su parte Manuel Mounier, uno de los filósofos más destacados del personalismo nos dice: “Una persona es un ser espiritual constituido como tal por una forma de subsistencia y de independencia de su ser; mantiene una jerarquía de valores libremente adoptados, asimilados y vividos en un compromiso responsable y en una constante conversión; unifica así toda su actividad en la libertad y desarrolla por añadidura, a impulso de actos creadores, la singularidad de su vocación.”7 Desde el enfoque de la Ética personalista el hombre y la mujer son personas humanas , cuyo ser se deriva de su misma naturaleza y que presenta los siguientes rasgos que la distinguen: a) Es una unidad de espíritu y cuerpo; b) Es racional y consciente en la medida en que se conoce y valora a sí mismo; c) Toma decisiones fundamentadas racionalmente; d) Es libre en su comportamiento y en la elección de sus fines; e) Unifica todas sus decisiones en un centro de atribuciones que es su propia identidad personal; f) Es el ser humano en tanto sujeto responsable de sus actos, y que se reconoce con derechos y obligaciones; g) Es un ser con autonomía que se determina a sí mismo por su propia voluntad y en relación con los actos que lleva a cabo; h) Es un ser con valor absoluto cuya finalidad es la realización de su propia naturaleza, y no pude ser considerado como un medio o instrumento para la realización de otros fines, pues en tal caso deja de ser considerado como persona y convertido en un simple individuo instrumental; i) Es único e irrepetible. La persona implica necesariamente la unidad del espíritu y del cuerpo humanos, y uno de sus rasgos fundamentales es que tiene que ser considerada y considerarse a sí mismo como un fin en sí mismo y no como un medio o instrumento de realización de otros fines. Es decir que toda persona o sujeto moral debe ser consiente de su propio ser y comportamiento en función de la comunidad y el mundo del cual forma parte. La dignidad, autonciencia y autonomía son las formas concretas en que se manifiesta la calidad de la persona. Dicho de otra manera que no se puede ser persona si no tenemos conciencia de nuestro propio ser, de nuestros actos; si no hacemos uso propio de nuestra voluntad personal para la realización de nuestros fines como seres humanos. La dignidad de la persona radica en el hecho de respetarse a sí misma y respetar a los demás seres humanos en su calidad, precisamente, de humanos que se constituyen como finalidades en sí mismas. Es decir que la dignidad de la persona se encuentra vinculada con el respeto de sí y de las demás personas. La dignidad es el valor de las personas por sí mismas, en tanto que el valor de los otros seres no considerados como personas, sino como objetos o simples individuos, es el precio. Y la dignidad de los demás y de nuestra propia persona se ve afectada cuando no les tenemos respeto "...respeto es tener conciencia de que los demás seres humanos son personas y que, por esta razón, no debemos manipularlos –usarlos, emplearlos como medios--, sino ver siempre en ellos a seres que son fines en sí mismos.” También hay que tener en cuenta que no sólo debemos respetar a los demás, sino también a nosotros mismos.” 8 La autoconciencia es un aspecto fundamental e indispensable para la dignidad de la persona, pues una persona no puede ser digna si no se reconoce a sí misma en cuanto a su propia naturaleza y finalidades en su calidad de ser humano. Es decir que la persona tiene que tener autoconciencia, o sea conocerse y reconocerse a sí misa, “darse cuenta” de su propio ser, de cómo es, y de todo lo que ello implica en sus aspectos biológico, psicológico y sobre todo ético-moral. Pero sobre todo que a partir de su conocimiento o autoconciencia de sí misma la persona lleve a cabo sus actos, de una manera consciente y responsable. La autonomía, al igual que el respeto, y la autoconciencia, es el otro elemento indispensable de la dignidad, y ésta consiste en el evidente atributo de la persona de hacer uso de voluntad propia. Es decir que la persona debe tener en su centro personal de atribuciones la capacidad o facultad de decidir por sí misma. La persona es un centro de voliciones o acciones voluntarias, que le permiten elegir consciente y libremente sus propios actos, llevar a cabo sus propias actuaciones conforme a lo que ella personalmente determine o elija. Es claro que si no existe esa voluntad personal, si la persona no tiene voluntad propia, su dignidad como persona es afectada, al convertirse en un ser sin voluntad, cuya naturaleza se deteriora. La dignidad, el respeto, la conciencia, autoconciencia, la autonomía y la voluntad son elementos constitutivos necesarios e indispensables de la persona humana. Como vemos la persona es el centro de atribuciones en el cual se ubica el ámbito de decisiones que repercuten en el comportamiento moral, que es el objeto de estudio de la Ética. La persona presenta aspectos biológicos, psicológicos y sobre todo aspectos morales. El aspecto biológico desde luego esta determinado y establecido por una serie de aspectos anatómicos, fisiológicos y genéticos propios de la especie humana. En el aspecto psicológico encontramos elementos distintivos de nuestra psique, tales como: voliciones, pasiones, capacidades intelectuales y afectivas, etcétera. En el aspecto moral encontramos lo más propio y distintivo de la persona humana, que es el de la conciencia moral, que libre y voluntariamente se constituye por sobre lo que determinan los aspectos biológico y psicológico. Es decir, que el aspecto moral de la persona implica, considera y se establece libre y voluntariamente a partir de nuestra biología y nuestra psicología, lo cual puede incluso llegar a ser heroico en la media en que habrá ocasiones en que la conciencia moral vaya incluso en contra de lo biológico y psicológico. Por ello en el estudio ético de la conducta moral en general y de la persona en especial, no podemos dejar de referirnos a los deseos, las sensaciones y las emociones, pues son parte inevitable de nuestra interioridad y exterioridad y competen al ámbito de las decisiones personales. Las sensaciones son el efecto directo de nuestra actividad sensorial en el aspecto corporal, biológico y sensible de la persona, ya que la sensación no es más que el efecto de la actividad de nuestros sentidos y se enlazan con nuestros sentimientos, en el momento mismo de su realización. Y es claro que nuestros sentimientos y sensaciones provienen de nuestros aspectos biológico y psicológico y necesariamente repercuten en los mismos de los cuales son su manifestación de causa y efecto. Digamos que visto desde el enfoque ético-moral (que hemos estado manejando) no podemos dejar de tomar en cuenta los sentimientos o sensaciones que inundan la interioridad de la persona o sujeto moral en todo lo relacionado con su comportamiento moral. Los deseos en su enfoque biológico no son más que la tendencia del apetito de nuestro organismo hacia el bien u objeto que requiere su funcionamiento o naturaleza, como puede ser un alimento determinado, o un ejercicio físico en especial, el deseo erótico sexual, etcétera. Debemos tomar en cuenta que ese deseo que proviene directamente del aspecto biológico de nuestro ser, inevitablemente será también procesado en el aspecto psicológico de la persona, pues ésta tiene deseos, auto conciencia de sus deseos y se reconoce en sus propios deseos de toda clase, incluidos los más íntimos. Y quizá, significativamente, sus deseos más íntimos sean los que más la identifican como persona o sujeto de conducta moral. No podemos dejar de considerar los deseos vivenciados por la persona, si lo que nos ocupa es precisamente su comportamiento moral, ya que sus deseos se encuentran asociados a sus fines o a la pluralidad de estos, que se despliegan ante su conciencia, previa a decidir la ejecución de su acto moral. Por otra parte la emoción podemos definirla como: “manifestación de la vida afectiva, generalmente acompañada de un estado de conciencia agradable o penoso. La emoción es un trastorno de curación variable, una ruptura de equilibrio. Algunas veces es un trastorno violento que acarrea un aumento de los movimientos (por ejemplo, la cólera, el entusiasmo) o, por lo contrario, una suspensión de los movimientos (verbigracia, el miedo, „el flechazo‟ en el enamoramiento); por consiguiente, la emoción actúa unas veces como un estimulante, y otras a modo de un estupefaciente.”9 La emoción resulta pues una alteración del equilibrio biológico y psicológico de la persona, del cual ella puede ser autoconciente en la mediada de lo que ocurra en su interioridad. Decimos que puede ser consciente porque podría no serlo, lo que tendría gran importancia para el análisis ético-moral pues si la alteración emocional es inconsciente, entonces como sabemos la persona estaría exenta de responsabilidad moral, de manera que es fundamental para el análisis de la conducta moral, establecer el grado, el modo y el tipo de emoción que experimenta el sujeto en la supuesta conducta moral o que pueda ser objeto de juicio de valoración moral o explicación ética. Como bien nos damos cuenta existe una estrecha relación entre los deseos, las sensaciones y las emociones de la persona. El deseo se realiza en la sensación y proviene de la misma, y toda emoción es manifestación afectiva de la sensación, casi siempre involucrada con los deseos de la persona, abierta o veladamente manifestados De una u otra forma, estos elementos forman parte significativa del ámbito de decisión personal del sujeto de conducta moral, y debemos tenerlos muy presentes en el momento del análisis ético o enjuiciamiento moral. Un elemento distintivo de la persona y que es de suma importancia para el análisis ético-moral, es el relativo al género al cual la persona pertenece. Es decir, debemos tener muy en cuenta si la persona o sujeto de conducta moral es mujer u hombre, pues debemos pues si bien es verdad que en el juicio de valoración moral debemos aplicar el principio de imparcialidad, asimismo no podemos olvidar que una correcta aplicación de este principio, necesariamente debe incluir el principio de diferenciación, pues de otra de otra manera caeríamos en el craso error de una supuesta imparcialidad obtusa o ilusa que pretendería tratar a todas las personas por igual, cuando en realidad ninguna persona es igual a otra; lo cual además implicaría un gran desconocimiento o ignorancia respecto de la persona de que se trate. Por ello para evitar ese error, al menos tenemos considerar las diferencias entre los hombres y las mujeres, y ello sin retomar el asunto de que en el aspecto social las personas seguimos respondiendo a una doble moral que juzga al hombre de una manera y a la mujer de otra. El género mujer y el género hombre son conceptos condicionados por nuestra sociedad patriarcal que a decir verdad, conlleva marginación y opresión de diferentes tipos hacia las mujeres. Es de gran importancia que en la valoración moral tengamos muy presentes los derechos y las obligaciones de las personas, sin olvidar, desde luego, las diferencias o injusticias de género, que implican la opresión de la mujer en el contexto de la sociedad patriarcal que a través de la educación informal y formal condiciona a la mujer como un “ser para otro”. Confinada a los llamados cautiverios femeninos, como son el de esposa fiel, madre abnegada, hija obediente y objeto erótico. Consideremos que las mujeres en general y conforme al desarrollo histórico de los movimientos feministas, vienen luchando por el reconocimiento y ampliación de sus derechos, y el replanteamiento, clarificación de sus “obligaciones” impulsadas por un reclamo de justicia y orientadas hacia un principio de equidad y justicia que nos humanice cada vez más y mejor. Teniendo en cuenta las diferencias de género, los derechos, las obligaciones, la equidad entre las personas, el feminismo y la ética feminista, reflexionemos sobre las siguientes palabras:10 “De acuerdo con las feministas, los trabajos teóricos que en el campo de la ética se han realizado hasta el presente distan mucho de ser las teorías objetivas imparciales que dicen ser; por el contrario, estas doctrinas reflejan y apoyan explícitamente un prejuicio de género y, con frecuencia de manera abierta, de valores misóginos. En la actualidad, rara es la teoría ética que sostiene valores misóginos, no obstante, las experiencias específicas y los intereses de las mujeres siguen siendo completamente excluidos del marco conceptual de la ética filosófica. Se reclama, por tanto, una concepción ética dentro de la cual la opresión de las mujeres sea vista como moral y políticamente inaceptable. La principal interrogante a la que intenta dar respuesta es esta: ¿qué significado puede tener para las mujeres tal o cual propuesta o acción? Así, cuando se plantean problemas como el aborto, la prostitución, las nuevas técnicas reproductivas o las políticas de educación, no solamente se deben hacer las preguntas morales habituales, sino también las preguntas generales de cómo el asunto que está en consideración se relaciona con el sojuzgamiento de las mujeres y qué implicaciones tendrá la política propuesta para el estatus político de las mujeres. Por ejemplo, si abordamos el problema del aborto no podemos discutir este tema en relación con los derechos de los fetos, ignorando que universalmente los fetos están alojados en el cuerpo de las mujeres. En síntesis, la ética feminista es una forma de ética que considera que la opresión en general (y, particularmente, la opresión de la mujer) es un asunto esencial de interés moral que debe ser tomado en cuenta en todas las evaluaciones morales.” La sociedad patriarcal se distingue porque en ella el poder del padre, el poder del patriarca, es central y se impone en toda la organización social: instituciones, relaciones, trabajo y todo tipo de actividad en general. Es de suma importancia considerar que la sociedad patriarcal que oprime al género de las mujeres, también produce un efecto de opresión y carga ideológica para género de los hombres. Es decir que también asigna una serie de roles sociales al género de los hombres. Así por ejemplo, el hombre se siente obligado por alguna „fuerza‟ ideológica misteriosa a ser el padre, el esposo, el hermano o simplemente un hombre protector que conduce a la mujer y tiene el derecho y obligación moral de protegerla como si el fuera el dueño responsable de la vida de ella o mejor dicho de ellas, de todas las mujeres. Es decir que la sociedad patriarcal también le impone, moralmente hablando, una serie de derechos y obligaciones que pretenden sea modelo de equidad, no sólo a la mujer como “ser para otro” sino también se impone por sobre el género de los hombres. En otro ejemplo de cómo la opresión de la mujer también afecta al género de los hombres, lo tenemos en el mito ideológico que considera a la mujer como objeto sexual, ya que: “Especial interés reviste la alienación a la que está sujeta la mujer en las sociedades contemporáneas. La imagen de objeto sexual que proyectan las estrellas de cine y televisión hace que las mujeres sientan como un deber el ser bellas y parecerse a esos modelos, y cuando no lo consiguen, se frustran. Por supuesto la alienación no es privativa de las mujeres, ya que los hombres esperan casarse o tener por compañera una mujer que refleje fielmente el estereotipo proyectado por la pantalla del cine o de la televisión”11 En fin, no olvidemos que para la valoración moral de las personas, y la búsqueda del conocimiento ético filosófico objetivo de la equidad, de los derechos y de las obligaciones de las mismas en el ámbito de sus decisiones personales, es de suma importancia tener presente las diferencias de género, pues no podemos ser justos, no podemos aplicar un principio de equidad y justicia si desconocemos de qué manera afectan las diferencias del genero de la persona a su interioridad. Ya que el principio de imparcialidad necesariamente conlleva el principio de diferenciación, que nos permitirá si no la realización del principio de equidad, cuando menos aproximarnos a la consecución del mismo. 2.2 LA DIMENSIÓN ÉTICA DE LA CORPORALIDAD APRENDIZAJES Explicar la dimensión de la corporalidad. Reconocer la salud y el cuidado de uno mismo. Reconocer la salud, enfermedad y la muerte. Diferenciar amor y sexualidad. Reconocer sexualidad y responsabilidad. Reconocer la importancia de la educación sexual. Reconocer el problema al instrumentalizar la corporalidad de las personas. Reconocer el problema al negar el cuerpo persona (violencia, tortura, acoso, abuso y violación). Identificar la enajenación del cuerpo-persona (las adicciones, drogas lícitas e ilícitas, trastornos). Cuando reflexionamos sobre las decisiones personales de un individuo debemos reconocer al menos dos ámbitos El primero la espiritualidad y el segundo la corporalidad como partes fundamentales de la interioridad de las personas, siendo éstas las cualidades del ser que tiene espíritu y cuerpo. Es decir que en la persona humana su espiritualidad proviene de su espíritu y su corporalidad proviene de su cuerpo. Por espíritu humano entendemos el principio de vida interior, el intelecto, la inteligencia. “La noción de espíritu es una noción metafísica; el espíritu es el principio de todo descubrimiento; no es una facultad, sino un „acto‟, del que tenemos la intuición cada vez que comprendemos efectivamente alguna cosa en cualquier dominio.”1 Tradicionalmente se considera al espíritu como opuesto a la noción de materia. Sin embargo, siguiendo a Julia Didier, somos unidad de cuerpo y espíritu, lo cual permite comprender el ámbito personal, ya que la persona es su cuerpo y su espíritu, su mente y su cuerpo en unidad indisoluble. Lo cual necesariamente implica que ética y moralmente como personas, tendremos que explicar, y afrontar una serie de obligaciones respecto de nuestro espíritu y de nuestro propio cuerpo. La salud como la vida son valores fundamentales en el ser personal humano, y es claro que la persona tiene deberes morales con respecto a ellas. La salud es el estado óptimo del organismo vivo en ausencia de enfermedad, lo cual permite que la vida biológica de la persona se desarrolle con un buen estado físico y mental. Respecto de los deberes ético-morales con respecto a la salud y el cuerpo es muy conveniente tener presente el ideal clásico de la antigüedad: “mente sana en cuerpo sano”. El cuidado de uno mismo, es decir de nuestro cuerpo y nuestro espíritu en unidad indisoluble, es parte del ámbito personal, pues quien descuida su propio cuerpo, como a su espíritu, se descuida a sí mismo. Pierde la salud y pone en riesgo su vida exponiéndola a un estado de falta de salud ya sea física y/o mental. La persona siempre tiene el deber moral de cuidar de su cuerpo, es decir de sí mismo. Y una manera muy recomendable de hacerlo es a través del ejercicio de un deporte, entendido éste como el ejercicio sistemático que impulsa y favorece el buen funcionamiento y desarrollo del cuerpo y la mente humanas. Si la apersona cuida su cuerpo en gran medida y consecuentemente también cuida su espíritu. Cuando la persona cumple con ese deber moral de cuidarse a sí misma en el sentido corporal y espiritual, protege su salud y su vida misma, la cual constituye un bien supremo o bien como lo estudiaste en el curso de Etica y Valores I, un valor universal. La salud como valor fundamental en la vida de toda persona humana, se entiende como el estado en el cual el ser orgánico se encuentra exento de enfermedad. Y la enfermedad (concepto opuesto a la salud) es una alteración relativamente grave o no grave de la salud, es decir del funcionamiento óptimo del organismo. La enfermedad es un fenómeno patológico que consiste en la alteración de la estructura o funcionamiento del ser orgánico principalmente en su aspecto físico, en el cuerpo de la persona, pero también en su aspecto espiritual, ya que toda enfermedad tiene un aspecto psicológico. La persona en el ámbito de sus decisiones personales tiene el deber de cuidarse de la enfermedad, y estar al pendiente en lo general de las enfermedades de todo tipo que pudieran afectar no solo su corporalidad sino también su espiritualidad. En este sentido toda persona debería cuando menos “estar informada” de las enfermedades del hombre, de la mujer, del niño, de la senectud, etcétera pero sobre todo y en función de conservar su salud y su vida, también debería en lo posible practicar algún deporte pues ello es una manera idónea de cumplir con sus deberes hacia su corporalidad, espiritualidad y en general a su interioridad. Muy vinculado a los concepto de salud, vida y enfermedad se encuentra el de muerte, la cual podemos identificar como la interrupción definitiva de la vida, y no siempre a través de un enfermedad crónica o de una alteración prolongada de la salud. Ya que la muerte para el ser orgánico, puede sobrevenir incluso de una manera súbita o repentina por causas ajenas que no dependan de la persona de que se trate. Parte del deber moral de la persona para con su corporalidad y espiritualidad es el de concebirse y tener plena conciencia de que es un ser para la muerte. El filósofo existencialista Martín Heidegger nos dice que el ser humano es un ser ahí, en el mundo y que la muerte simplemente es el final de su existencia. Por su parte Jean Paul Sartre filósofo existencialista francés nos explica que el hombre, la persona se concibe o debe concebirse como un “ser para la muerte” y que la vida auténtica consiste en identificarnos y darnos cuenta que vivimos para al final morir. El tener conciencia de nuestra muerte como una realidad presente en nuestra misma humanidad, nos convierte en seres de vida auténtica. En tanto que al no identificarnos como seres para la muerte, o simplemente el hacer caso omiso de ello nos determina para una existencia inauténtica. Según la ética existencialista de Sartre la existencia es lo que transcurre, lo que ocurre desde el nacer hasta el morir, y la persona humana tiene el deber de hacer su existencia de una manera libre, responsable y consciente de que es un ser para la muerte. Por lo cual la persona debe cumplir con su deber para con su corporalidad, pues vida inauténtica sería abandonarse a la muerte y a la enfermedad descuidando su salud y finalmente su vida. El amor “es la fuerza primordial del dotado de actividad volitiva, fuerza afirmadora y creadora de valores. Desde el punto de vista de su esencia y de su núcleo vivencial es una actitud de la voluntad; considerado en la integridad de la vivencia que lo forma, constituye una actividad total afirmativa (reconocedora, creadora, buscadora de unión) del alma espiritual ante personas en cuanto (real o potencialmente) portadoras de valores espirituales, y ante estos mismos valores. De esta manera, el amor saca de su aislamiento a la personalidad individual conduciéndola al „devenir nosotros‟ en las varias formas primordiales de comunidad humana.”2 La sexualidad frecuentemente es racionada sólo con la reproducción de la especie, lo cual es erróneo, y asimismo es erróneo identificarla o confundirla con la genitalidad “[...] pues la vida sexual y las relaciones sexuales no se limitan exclusivamente al sexo biológico, sino que incluyen a su vez aspectos psíquicos y morales de indudable importancia. [...] es necesario aclarar que la actividad sexual y las relaciones sexuales, si bien son necesarias para la supervivencia del individuo, satisfacen porque así lo reclama nuestra propia naturaleza, algunas necesidades biológicas, psicológicas y emocionales.”3 El amor y la sexualidad se encuentran muy relacionados, sin embargo pueden existir separados, es decir que frecuentemente coinciden, pero bien puede haber amor sin sexualidad y a su vez la sexualidad puede existir sin amor. En el ámbito de la ética existe un conflicto de si una puede existir sin el otra, lo cual es muy polémico y discutible por lo que queda abierto precisamente al ámbito de la interioridad de la decisión personal de cada quien. La responsabilidad es la capacidad de la persona que habiéndose formado a través de un determinado proceso de socialización es considerada en el estado que le permite tomar sus propias decisiones consciente, libre y voluntariamente. Y conforme a ello ejercer y desarrollar su sexualidad de una manera que puede, si llega a ser necesario, responder de su respectivo comportamiento sexual, en el grado, sentido y manifestación que éste sea. Asimismo no podemos dejar de considerar que la sexualidad, humanamente considerada conlleva una serie de aspectos que bien pueden ser considerados como derechos humanos. En este caso estaríamos hablando de los derechos sexuales. Al respecto es muy importante que puedas consultar la llamada “Cartilla por los Derechos Sexuales de las y los Jóvenes”4 en la cual se presentan los siguientes 13 derechos: 1. Derecho ha decidir de forma libre sobre mi cuerpo y mi sexualidad. 2. Derecho a ejercer y disfrutar plenamente mi vida sexual. 3. Derecho a manifestar públicamente mis afectos. 4. Derecho a decidir con quién compartir mi vida y mi sexualidad.* 5. Derecho al respeto de mi intimidad y mi vida privada. 6. Derecho a vivir libre de violencia sexual. 7. Derecho a la libertad reproductiva.* 8. Derecho a la igualdad de oportunidades y a la equidad. 9. Derecho a vivir libre de toda discriminación. 10. Derecho a la información completa, científica y laica sobre la sexualidad. 11. Derecho a la educación sexual. 12. Derecho a los servicios de salud sexual y a la salud reproductiva.* 13. Derecho a la participación en las políticas públicas sobre sexualidad. De manera que la sexualidad por sí misma y por sus nexos con el amor implica muchas consideraciones que sólo dependen del ámbito de decisión personal de cada cual, en cuanto al afecto, respeto, placer, lo emocional, la reproducción, lo psicológico, lo social, lo estético, lo moral, etcétera. De toda la serie de implicaciones que para las personas conlleva la sexualidad quizás las más importantes sean la del respeto, el placer, la reproducción y la comunicación, porque éstos rasgos pueden afectar directamente la dignidad de la persona, es decir su naturaleza como un ser que es considerado fin en si mismo y no objeto erótico sexual, instrumento o medio del placer de nadie. Es decir que es sólo la responsabilidad de cada persona, cuando ésta ha alcanzado el grado suficiente de conciencia, voluntad y libertad necesario. Dicho grado de conciencia efectivamente es relativo y variable, y el criterio jurídico, por lo general, establece la edad de 18 años. Sin embargo es claro que tal “mayoría de edad” jurídicamente indicada en los 18 años, puede o no corresponderse con la edad cronológica real y la el desarrollo biopsicosocial de la persona. Y hablando de desarrollo biopsicosocial también resulta interesante que por lo general “joven” es considerada aquella persona que se encuentra entre los 12 y los 29 años. El estrecho vínculo existente entre la sexualidad en todos sus aspectos, el amor y la responsabilidad personal, necesariamente nos conduce al problema de la orientación y educación sexuales. Si bien es cierto que el ejercicio de la sexualidad es una responsabilidad propia del ámbito de decisiones personales, también es cierto que toda persona, en la actualidad, tiene el derecho a ser orientado y educado adecuada y objetivamente en las implicaciones que la sexualidad y el amor conllevan. Precisamente porque llega el momento en la vida de las personas, en que éstas tendrán que tomar sus propias decisiones al respecto, para lo cual debemos ser adecuadamente preparados y capacitados. La orientación y educación sexual y el estudio de la Sexología, son de obvia importancia en la formación de toda persona, todo ser humano debe ser orientado y educado en todo lo relacionado con la sexualidad y el amor, precisamente para que en cualquier etapa de su vida infancia, juventud, madurez, senectud, tenga la capacidad de vivir el amor y la sexualidad con la adecuada responsabilidad y plenitud. La Sexología que es la ciencia que estudia la sexualidad integralmente, es decir en todos sus aspectos, amoroso, rerpoductivo, erótico, social, cultural, etc. y no sólo el estudio de la sexualidad en cuanto a sus trastornos. Para terminar con este tema y aunque lo que dice el derecho 12, de la mencionada cartilla, se refiere especialmente a los jóvenes, su contenido es totalmente válido para toda persona en general en general, al grado de que, bien podemos considerar el derecho a la educación sexual, como parte importantisima del derecho humano a la educación: 12. Derecho a la educación sexual: “La educación sexuales necesaria para el bienestar físico, mental y social, y para el desarrollo humano, de ahí su importancia para las y los jóvenes. Tengo derecho a una educación sexual sin prejuicios que fomente la toma de decisiones libre y e informada, la cultura de respeto a la dignidad humana, la igualdad de oportunidades y la equidad. Los contenidos sobre sexualidad en los programas educativos del Estado deben ser laicos y científicos, estar adecuados a las diferentes etapas de la juventud y contribuir a fomentar el respeto a la dignidad de las y los jóvenes.”5 Como venimos estudiando, la corporalidad de la persona en sus diversos aspectos es de fundamental importancia para la dignidad y el valor de todo ser humano, sin olvidar que la corporalidad personal se encuentra esencialmente unida a la espiritualidad. Cuando la persona por sí misma no valora o no respeta, o por persona ajena no es respetada y valorada, adecuadamente su corporalidad, es claro que afecta su propia dignidad, es decir que al afectar su cuerpo por si misma o por otros, se convierte en un medio y deja de ser un fin. La persona tiene el deber de respetar su cuerpo y los demás tienen la obligación y deber moral de respetar la corporalidad de las personas. Es decir que en la persona y entre las personas debe prevalecer el respeto a la integridad física personal. El no cumplir con ese deber convierte a la persona en un instrumento o medio, y la denigra, corrompe, degrada en su calidad de ser humano. Pero lamentablemente existen diversas formas de esa instrumentalización o falta de respeto a la corporalidad de la persona. Por mencionar algunas, nos referimos a la explotación económica, la cosificación erótico-sexual y la “manipulación” de todo tipo. En lo económico la instrumentalización de la persona la convierte en un individuo cuya fuerza productiva es explotada y sobrexplotada, la versión más obvia de esa instrumentalización de explotación económica se da en la humanidad del esclavo que es considerado como un objeto de producción y enriquecimiento, o en su versión moderna como un trabajador productivo que vale sólo en cuanto es un instrumento de incremento del capital. En tales casos la persona ya no es vista como un ser humano trabajador, sino como un individuo cuyo trabajo nos enriquece, es decir como un instrumento de capitalización. En lo erótico-sexual la persona es considerada como un objeto de sensualidad, placer en general o de placer sexual en especial. Ejemplo evidente de este tipo de cosificación de la persona es la prostitución y pornografía de todo tipo, tanto del hombre como de la mujer. La instrumentalización de la persona por medio de la llamada “manipulación” quizás es más sofisticada y pasa inadvertida y ocurre por medio de la ideología política, la religiosa, la comercial o incluso por medio de la ideología supuestamente erótico-amorosa. Toda manipulación ideológica en realidad lo que hace es poner a la persona al servicio de unos intereses específicos ajenos a la persona misma. Por ejemplo la ideología religiosa no se centra en lo religioso sino en los intereses económicos, políticos o sociales de las iglesias. La ideología política no se centra en el afán de justicia político-social sino en el uso abuso de los bienes que son públicos. La manipulación a través de la idología amorosa, recurre a la seducción hipócrita que por debajo de una apariencia de amor real, oculta una emoción negativa y egoísta, que pone a la persona al servicio, del egoísmo o egolatrismo enfermizo. En todo caso la manipulación ideológicoamorosa recurre a una especie de juego „sucio‟, por hipócrita o enfermizo, de seducción, que engaña y miente a la persona, conviertiéndola, de supuesta persona amada, en un ser denigrado. En lugar de verla como una persona precisamente amada, enaltecida y dignificada, finalmente la convierte en un individuo engañado y manipulado, lo cual puede ocurrir, desde luego, tanto en el hombre como en la mujer. A manera de conclusión, digamos que a fin de cuentas toda forma de instrumentalización de la persona en su corporalidad o su espiritualidad, es una forma de alienación o enajenación que afecta, denigra y corrompe tanto al instrumentalizador como al instumentalizado. Las diversas formas de instrumentalización que denigran y corrompen a la persona, se ven rebasadas por la negación de la persona en su corporalidad y/o espiritualidad, pues si bien la instrumentalización enajena o aliena, la negación mata y nos conduce a la muerte de la persona, pero no a la muerte como el fin de la existencia personal sino a la muerte en el sentido de la inexistencia de la persona indigna de ser considerada como un ser humano valioso en sí mismo. Las diversas formas de la negación de la persona nos producen una especie de “muerte en vida”. La persona ya no tal, sino que se convierte en un ser despreciable, indigno, sin voluntad, sin libertad, sin uso de razón; se convierte en un ser que no puede ser enaltecido como ser humano sino más bien menospreciado o despreciado como un individuo que ha perdido su valor o dignidad humana, “como animal”, “como perro”, etc. Algunas de las formas más frecuentes de la negación del cuerpo personal son las siguientes: la violencia, la violación, la tortura, el abuso y el acoso. Las diversas formas de la violencia y tortura físca, psicológica, verbal o moral, dañan a la persona en su integridad. Lo cual es más que evidente en la violación, ya que a la persona violada en sus derechos o en su integridad física, se le impone un poder. La violación es una relación de poder impositivo que atenta brutal y inhumanamente a la persona en su dignidad corporal y espiritual. El abuso y el acoso pueden parecer manifestaciones menores de la negación de la persona, pero en realidad no hay formas mayores o menores de la negación sino que toda negación de la persona es un atentado contra su dignidad, aunque efectivamente el abuso y el acoso frecuentemente pasan inadvertidos, al grado de llegar a parecer “normales”. Finalmente dentro de esta temática de la negación del cuerpo persona, nos referiremos a las adicciones, drogas lícitas e ilícitas, y a los trastornos que inevitablemente acarrean. La adicción es un fenómeno bioquímico que acarrea consecuencias psicológicosociales diversas. En términos generales por adicción entendemos el hábito involuntario del que ha generado dependencia hacia el consumo de una droga o situación determinada. La addicción a una “x” situación puede ser por ejemplo, a las compras o consumo comercial, la adicción al sexo o mejor dicho el placer sexual. En el caso de la adicción a la droga este hábito consiste en la dependencia al consumo de una substancia específica que produce un efecto, por alguna razón, agradable en lo psíquico o somático, al organismo del sujeto adicto. La droga se dice en lo general de substancias químicas usadas en la química y con efectos directos o indirectos en los seres orgánicos, pero específicamente en el cuerpo humano. Asimismo se le llama droga a toda substancia utilizada en la medicina. Las drogas como substancias químicas, frecuentemente son clasificadas como lícitas o ilícitas, es decir que drogas lícitas son aquellas cuyo uso o consumo se encuentra legalmente permitido o sólo restringido, (generalmente al ámbito de la medicina) y las ilícitas serían todas las substancias químicas cuyo uso no esta permitido en forma genérica y están abiertamente prohibidas. En este último sentido se utiliza el término droga, en sentido negativo, para referirse a toda substancia química estupefaciente o de propiedades toxicomaníacas, como es el caso de los alucinógenos y los barbutúricos. Cabe recordar que existen algunas drogas que forman parte de la vida cotidiana y que pasan como inofensivas, como son la cafeína, la nicotina y el alcohol. Lo cual como sabemos es muy incierto, pues digamos que éstas drogas de uso popular o permitido, resultan frecuentemente tan dañinas como las prohibidas. En la época actual, de todos es conocido el efecto destructivo que sobre la persona corporal y espiritualmente, tienen el tabaquismo, el alcoholismo y consumo desmedido de café. La adicción a las drogas lícitas o ilícitas, es decir la drogadicción en general y sus efectos nocivos en el cuerpo y espíritu de la persona, son de suma para la Ética y la moral. Ya que su efecto inicialmente dañino en menor grado, se incrementa con la adicción y va generando dependencia, que termina en la negación de la persona. Convirtiéndola en un ser sin conciencia, sin voluntad y finalmente en un ser sin libertad que es víctima de su adicción a tal o cual droga. La drogadicción ilícita o la drogadicción lícita también conocida como farmacodependencia, producen trastornos bioquímicos, emocionales negativos, psicosociales y finalmente existenciales en la persona, aniquilándola en su dignidad y en su valor como ser humano. De acuerdo con esto, toda persona debería estar informada objetivamente de todo lo que implica la drogadicción para que en el ámbito de sus decisiones personales, desarrolle la capacidad de cuidar de sí misma en integridad física y espiritual. Ya que sin no es así se le expone abiertamente en el camino de la drogadicción en el peor de los casos termina en la negación de la persona, las instituciones sociales como es la familia, y la vida de la persona en sí. En los estudios ético morales frecuentemente la drogadicción es asociada con los conceptos de vicio y maldad en calidad de antivalores y por oposición respectiva a los conceptos de virtud, bien y valores morales. La drogadicción a partir de las afectaciones biopsicosociales, trae una serie de trastornos emocionales y conductuales que se manifiestan en una especie de inadaptación general de la persona que poco a poco, moralmente hablando pierde su dignidad. Nuevamente es de recomendar el deporte y una vida sana que permita a la persona acercarse, cuando menos, al ideal de los griegos de la antigüedad clásica:”Mente sana en cuerpo sano”. El bien común de la moral, se cultiva primariamente cultivándolo personalmente en la interioridad espiritual y corporal de cada persona, pero ello depende del ámbito de las decisiones personales de cada cual. ¿Quién no respeta su propio cuerpo, su propia vida y espíritu, estará respetando o faltando al respeto del bien moral común? cuando en realidad cada persona en su vida y dignidad personal es un bien para la comunidad.