1431_fabula - IES Vega de mar

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EL EPIGRAMA, LA SÁTIRA Y LA FÁBULA.
EL EPIGRAMA
El epigrama es un género de la literatura antigua con un encanto especial. Breve,
conciso, ingenioso y variado, tiene el arte de lo pequeño y de lo profundo a un tiempo,
pues no hay cosa más difícil que decir mucho con pocas palabras, ajustándose además a
unos esquemas métricos determinados.
Mientras que el epigrama griego fue más bien serio y variado, el romano destacó
por su capacidad para la sátira, el pasatiempo y la crítica despiadada. Así, frente al
epigrama griego de tipo funerario, erótico o votivo, el epigrama romano es satírico,
jocoso e invectivo.
Estos aspectos, cercanos al chiste y a la caricatura, fueron del agrado de todos
los escritores; de ahí que muchos de ellos no pudieran dejar de sucumbir a la tentación
de escribir epigramas a lo largo de su vida. Sólo algunos han dejado una producción de
este tipo lo suficientemente relevante.
- Catulo, cuya obra se ha estudiado con mayor detalle en la lírica, es el primero
que ofrece un número significativo de epigramas de tipo erótico y satírico: es fogoso en
el epigrama erótico, y agresivo y constante, en el satírico.
- Más llamativos, atrevidos y subidos de tono son los Priapeos, epigramas que
tienen que ver con Príapo, guardián de huertos y jardines, divinidad de la fertilidad; la
mayoría de esos pintorescos versos son anónimos.
-
MARCIAL (40-104 d.C).
Pero, sin duda, el verdadero maestro del epigrama es un hispano natural de
Bilbilis, hoy Calatayud, no lejos de Zaragoza (Caesar Augusta). Nos referimos a Marco
Valerio Marcial: el primer humorista poético de la Antigüedad, ácido, incisivo, agudo,
contradictorio y tierno, crea todo un género imitado por la posteridad.
Personaje pintoresco, inconstante, ingenioso y listo, acomodaticio a las
situaciones más extrañas, no tuvo nunca una actividad claramente definida; cliente de
patronos distinguidos, adulador de emperadores, añorante por momentos de su tierra
natal y de Roma, etc.; un personaje de estas características forzosamente habría de dejar
huella en la literatura latina.
Por el epigrama de Marcial desfila toda la sociedad romana. En algunos casos se
ponderan sus cualidades y se exaltan sus virtudes, pero en la mayoría de las ocasiones
se resaltan sus vicios y defectos, especialmente las taras físicas, objeto de caricaturas a
veces desgarradoras. Igualmente, aspectos relacionados con el sexo se tratan con
claridad.
No hay en su obra ninguna intención moralizante; parece disfrutar arremetiendo
contra sus contemporáneos. Sin embargo, salvo en contadas ocasiones, esos
contemporáneos no aparecen mencionados por su nombre. Si Marcial es un maestro por
sus críticas, sus chistes y sus caricaturas, todavía es un maestro más consumado en el
acto de la composición y de la versificación. Cinco o seis versos le bastan para decirlo
todo con pocas palabras, guardando siempre para el último verso la descarga final, la
carcajada, la resolución del epigrama. Su ingenio es desbordante y su humor es más
bien intelectual. Marcial hace reír, aunque no todos los epigramas tienen la misma
fuerza cómica. Sus versos suelen estar bien elaborados.
El poeta de Bilbilis fue ensalzado por unos y denostado por otros; igual suerte
corrió en la posteridad. El epigrama, en cambio, estará llamado a tener una importancia
muy considerable en las diversas literaturas europeas.
EL EPIGRAMA POSTERIOR A MARCIAL
En el siglo II escribieron epigramas Floro y Pentadio. Hasta Ausonio no se
encuentra una colección titulada Epigrammata, pero tienen poco que ver con los
epigramas de Marcial. Formalmente elaborados, se centran en aspectos culturales y más
bien escolares; parece más un trabajo de laboratorio, lejos del frescor y de la viveza del
contacto directo con la gente de la calle. El polifacético Claudiano incluyó también
epigramas sobre temas variopintos dentro de su dilatada producción.
Los trabajos de estos y otros autores de época más tardía fueron recopilados (al
modo de lo realizado por los griegos en su Anthologia graeca en un grueso volumen) en
la Anthologia latina.
LA SÁTIRA
Sátira “quidem tota nostra est” ("Sin lugar a dudas, la sátira es íntegramente
nuestra"), proclamaba Quintiliano. Este género no nace de las letras griegas, pero
tampoco es una creación latina. Lo que debe ponerse de relieve, matizando la
afirmación de Quintiliano, es que la sátira es un género peculiar, que no deriva
directamente de ningún otro género literario, ni del mundo latino ni del griego. Se trata,
pues, de un género novedoso, fruto de mezclar elementos muy diversos procedentes de
ciertas manifestaciones de carácter popular dramático (sátira dramática) dentro de la
propia Italia con otros ya existentes en la Grecia helenística (Menipo de Gádara, siglo
III a.C.) y con otros, incluso, de tipo más literario cultivados en Roma (epigrama).
Así, la sátira se presenta como una mezcla abigarrada de elementos diversos.
Pese a ese carácter variado, algunos estudiosos realizan una clasificación atendiendo a
criterios, unas veces de tipo formal, y otras de aspecto ideológico o de contenido; tanto
en un caso como en otro, la miscelánea y la crítica son consustanciales a la poesía
satírica. En líneas generales, se establece una distinción entre sátira menipea y sátira
hexamétrica o romana, propiamente dicha.
-
LA SÁTIRA MENIPEA
Llamada así por tener como referencia la figura de Menipo de Gádara (siglo III
a.C.), filósofo cínico que utilizó una mezcla de prosa y verso para exponer su
pensamiento ético a partir de una crítica de los diversos tipos que componen la
sociedad.
En Roma fue M. Varrón quien compuso nada menos que 150 libros de sátiras,
que han llegado a nosotros en estado muy fragmentario. Conocemos los títulos y unos
600 fragmentos, aproximadamente, que permiten identificar las peculiaridades del
género, si bien Varrón defiende un pensamiento netamente conservador; el culto a los
mores maiorum, (las costumbres de los antepasados), como modelo ético que se debe
seguir, es algo típico de su pensamiento.
Conservamos completa la obra satírica de Séneca, el escritor cordobés, titulada
“Apocolocyntosis divi Claudi”, es decir, la “transformación en calabaza del divino
Claudio”. El escritor arremete contra el emperador Claudio, que le había desterrado a la
isla de Córcega. Empleando gran variedad de metros, el escritor parece no dejar títere
con cabeza; la figura física y moral del emperador, así como su gobierno, se fustigan y
critican de forma agresiva y, en ocasiones, feroz. Como contrapunto a ese cuadro, el
autor saluda con optimismo el incipiente reinado de Nerón. Es posible que ese escrito
fuera destinado a la lectura privada, y no a la publicación.
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LA SÁTIRA HEXAMÉTRICA
El creador de la sátira genuinamente romana, en verso hexamétrico, es C.
Lucilio. A su vez, la invectiva, la crítica directa y agresiva se hacen presentes en sus
escritos y perdurarán como nota característica y rasgo distintivo del género. Se ha
perdido una gran parte de su obra, y lo que nos ha quedado (unos 1.500 versos) permite
ver cómo caricaturiza y ridiculiza a sus rivales en el plano de la política.
Horacio, estudiado en la lírica, en e! año 30 a.C. compuso dos libros de sátiras
que tituló “Sermones”; esto es, "conversaciones". Se reconoce heredero de Lucilio, al
que considera fundador del género, pero, sin embargo, su obra reviste aspectos muy
distintos.
En primer lugar alterna -ya lo hizo también Lucilio- el verso hexamétrico con el
yámbico. Son los llamados “Épodos”, basados en los giriegos Arquíloco e Hiponacte,
que respiran un aire no muy distinto al de las sermones. En segundo lugar, Horacio
rebaja notablemente el tono de la crítica; se vuelve menos mordaz, menos agresivo,
menos directo. Por su obra pasa toda la sociedad de la Roma de entonces, pero pretende
no tanto agredirla y fustigarla cuanto educarla y corregirla. Los vicios se presentan a
veces caricaturizados, deliberadamente exagerados, para poder corregirlos mejor y
exaltar las virtudes que se les oponen. Como es natural, el autor muestra sin reparos sus
propios puntos de vista y sus ideas, de corte moderado y equilibrado en la mayoría de
las ocasiones. La obra resulta un tanto monótona, aunque formalmente es de una gran
perfección.
Pcrsio Flaco (34-62 d.C.) fue el escritor más joven de la literatura latina; murió
a los 28 años. Educado en círculos cultos, asumió con convicción las ideas de los
filósofos estoicos. Sus sátiras se reducen a poco más de 600 versos; seis composiciones
que alcanzaron en su tiempo un gran éxito.
La primera sátira glosa la poesía y la actitud del propio Persio ante ella; la
segunda toca aspectos de la religiosidad del individuo. La tercera se dedica a la
educación; la cuarta, al pensamiento de Sócrates y a la máxima "conócete a ti mismo";
la quinta, a la libertad y al saber; la sexta nos habla de la ambición humana. Persio fue y
sigue siendo considerado un autor farragoso, cuya obra es difícil de comprender.
-
JUVENAL. (55-130 d.C.),
El gran nombre propio en el campo de la sátira es el de Décimo Junio Juvenal.
Pintoresco personaje a caballo entre los siglos I y II d.C. cuya existencia azarosa e
inquieta fue sin duda determinante en su obra. Al igual que Marcial -de quien fue buen
amigo-, ejerció como cliente de patronos hacendados, y no le debió ir muy mal; tuvo
casa en Roma y villas en Tívoli y Aquino.
Su producción consta de dieciséis sátiras, repartidas en cinco libros. La misma
fuerza demoledora que encontrábamos en Marcial salpica toda la obra de Juvenal, que
arremete contra todo y contra todos, y, en especial -y aquí sí hay una diferencia
importante con Marcial-, contra personajes del pasado, como Tiberio, Claudio,
Domiciano, Mesalina, etc. Estos personajes suelen ser caricaturizados con gran acidez y
agresividad.
Las sátiras de tipo social son igualmente demoledoras. Juvenal es un nacionalista
que piensa que sin duda "cualquier tiempo pasado fue mejor". Extranjeros y emigrantes
son denostados sin piedad; los griegos son particularmente mal vistos; las mujeres
tampoco se libran de sus dardos.
Juvenal presenta la imagen de una sociedad degenerada, inmersa en vicios, que
desea regenerarse. Contra ese panorama reacciona propugnando una especie de limpieza
moral. Juvenal anhela tiempos pasados porque los considera mejores; la sociedad de
antaño le parece menos compleja, más sencilla y, por supuesto, más sana. Muchas de
sus propuestas, entresacadas de sus escritos, han dado la vuelta al mundo; valga como
ejemplo “mens sana in corpore sano” (X, 356). Con Juvenal la sátira alcanza, pues, su
máximo esplendor.
El género satírico conocerá gran éxito en todos los siglos de la historia, baste
como ejemplo Quevedo; ningún autor español ha sabido recrear con más fuerza las
sátiras y los epigramas de los antiguos romanos que Francisco de Quevedo (1580-1645).
Maestro del conceptismo que economiza palabras, administra silencios y hiere con
vocablos directos. Quevedo es demoledor para propios y extraños.
LA FÁBULA
La fábula es un género de difícil clasificación por su componente didácticomoral y por la enorme importancia e influencia que ha tenido sobre la literatura europea.
Asociada con frecuencia a la sátira y al epigrama, la fábula se consideró literatura
menor.
Existente en el Oriente y dotada de rango propio, de la mano de Esopo, en
Grecia, encuentra en Fedro su mejor representante en el mundo romano. La fábula es,
antes que nada, una negación del heroísmo. Los hombres corrientes se asimilan y se
comparan con los animales, que son los auténticos protagonistas. La fábula pretende
hacer mejores a los hombres; fustiga sus vicios e intenta estimular sus cualidades y
virtudes. Mientras Esopo compuso en Grecia su obra en prosa, Fedro tuvo el mérito de
componer las fábulas en verso.
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FEDRO
Su producción se compone de 103 fábulas, divididas en cinco libros, que
incluyen al comienzo y al final sus correspondientes prólogos y epílogos, que nos
permiten conocer algún detalle sobre la vida y el pensamiento del autor. Así, menciona
sus problemas con Sejano, jefe del pretorio en tiempos de Tiberio, su amistad con
Eutico, famoso auriga contemporáneo del emperador Calígula, y sus pretensiones de
elevar la fábula a la categoría de género mayor, pasando él, en consecuencia, a ocupar
un lugar preferente en la historia de la literatura latina. Su obra resulta, en ocasiones, un
tanto tosca y no muy sencilla desde el punto de vista de la corrección lingüística
Después de Fedro, la fábula en lengua latina conoció un imitador a finales del
siglo IV, Aviano, que compuso casi medio centenar de fábulas.
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