De la agencia a la individuación: aportaciones desde los estudios de la ciencia y la tecnología Miquel Domènech y Francisco Tirado GESCIT (Grup d’estudis Socials de la Ciència i la Tecnologia) Departament de Psicologia Social Edifici B Universitat Autònoma de Barcelona. 08193 Bellaterra (Cerdanyola del Vallès) Miquel.Domenech@uab.cat / FranciscoJavier.Tirado@uab.cat 1. Introducción Desde hace cierto tiempo, se instaló en los estudios de la ciencia y la tecnología la certeza de que era preciso discernir el sentido que tenía para la disciplina la noción de agencia. De hecho, preguntarse por la agencia parece ser una tarea a la que los estudios sobre ciencia y tecnología estaban abocados desde un principio. Al fin y al cabo, tal y como plantea Law (1994), preguntarse acerca de cómo distinguimos entre personas y máquinas –un problema al que se llega tarde o temprano al adentrarse en los vericuetos de la reflexión acerca de la relación entre tecnología y sociedad y toparnos con los debates acerca de las explicaciones deterministas‐ es, en parte, abrir un debate sobre la agencia y, finalmente, sobre lo que entendemos por ser humano. Y, ciertamente, no decimos nada nuevo si señalamos cuánto se ha insistido en que el quid de la distinción entre un humano y una máquina se encuentra en la asunción de que el humano está dotado de agencia, algo de lo que las máquinas se supone que carecen. Definida como la capacidad de actuar propia de las personas, el uso de la noción de agencia, históricamente, ha tenido mucho que ver con el interés de ciertas aproximaciones teóricas en explicar a los seres humanos como algo más que meros productos de estructuras sociales sobredeterminantes o de componentes genéticos predeterminados. En este sentido, la agencia implica, básicamente, la capacidad de escoger libremente a partir de una propiedad que sería intrínsecamente humana: la posibilidad de evaluar los propios deseos, de catalogar unos como deseables y otros como indeseables (Taylor, 1985). Y esa evaluación, implica escoger a partir de un proyecto de existencia concreto. Escogemos en función de lo que queremos ser. Lo cual, por otra parte, enlaza también con otra característica únicamente humana: la responsabilidad respecto de lo que decidimos. A continuación, analizaremos qué supone explicar conducta humana en términos agénticos. Para ello, llevaremos a cabo un repaso de su desarrollo en el ámbito de la psicología social, uno de los contextos disciplinares en los que la irrupción de la noción de agencia fue celebrada con mayor entusiasmo. Ello nos permitirá plantear, en el siguiente apartado, la crítica a las implicaciones humanistas que tiene el uso de la noción de agencia y la solución que plantea una aproximación simétrica. Finalmente, plantearemos que la simetría no resulta tampoco un planteamiento completamente satisfactorio, por lo que propondremos la noción de individuación como superación de los problemas detectados. 2. La agencia en el ámbito de la Psicología Social Entre los primeros intentos de conceptualizar la agencia desde una perspectiva netamente psicosocial destacan las propuestas de John Shotter (1975). Para este autor, el ser humano se “transforma transformando” el mundo, y se estructura construyendo estructuras; y tales estructuras, por supuesto, le pertenecen; no están eternamente predestinadas, ni desde dentro ni desde fuera de ningún ámbito cultural. Cuatro principios delimitan la noción de agencia humana: 1) La definición de persona pasa por el sentido de responsabilidad sobre nuestras propias acciones. 2) La temporalidad de las acciones sociales es un medio a través del cual la persona se desarrolla y surge, de ese modo, la idea de un mundo contingente, indeterminado, en el que lo que ocurre es, en buena medida, responsabilidad nuestra. 3) Los seres humanos construyen su mundo a partir del natural y, al utilizarlo para expresar nuevas formas de humanidad, se transforman a sí mismos. 4) El origen de la responsabilidad sobre nuestras acciones no siempre está localizado en los individuos, muchas veces es compartido o colectivo. En suma, nuestro mundo es un terreno indeterminado en el que los seres humanos tienen el poder de determinarse a sí mismos, construir leyes y actuar según ellas. Todo lo anterior permite a Shotter sostener que la base de la investigación en Psicología Social debe gravitar sobre la responsabilidad que adquirimos tenemos sobre nuestras propias acciones. En nuestra vida cotidiana distinguimos entre aquello de lo que somos responsables como individuos y lo que ocurre y está más allá de nuestra actividad y alcance. El sentido de responsabilidad debe ser el zócalo mismo de la actividad científica. Si al actuar queremos que los demás digan que actuamos no sólo de forma inteligente y comprensible, sino, además, de manera responsable, debemos hacer comprensibles las acciones, ejecutarlas en términos reconocibles por otras personas y comprender la forma en que están relacionadas con las necesidades e intereses de los demás. Debemos esforzarnos en mostrar autoconocimiento y conocimiento social, en definitiva, competencia. Efectivamente, la actividad autoconsciente del ser humano tiene una naturaleza eminentemente social: sólo puedo ser un sí mismo en relación con los demás. La Psicología Social, dirá Shotter, no debe olvidar que los seres humanos actúan según creencias, intereses, normas, etc., pero, lo que es más importante, que actúan siendo conscientes de que son conscientes de lo que están haciendo. O sea, son capaces de controlar su autocontrol y de criticar la consideración que tienen de sí mismos. En ese sentido, Shotter plantea que la Psicología Social es, en realidad, una ciencia política (Shotter, 1993): puesto que el ser humano es capaz de controlar su autocontrol, tiene habilidad para negociar con las alternativas posibles a los cursos de acción que se despliegan a su alcance. Como decíamos hace un instante, Shotter plantea que hay que distinguir entre lo realizado por el ser humano y lo natural. El mundo institucional tiene realidad objetiva, posee una historia previa al individuo particular, pero requiere de su acción para reproducirse y mantenerse. El ser humano es fundamental en ese proceso. La responsabilidad sobre sus propias acciones le confiere a la estructura de la conducta el aspecto de algo ejecutado por el ser humano y permite la interpretación en términos de sus significados, además, dada su conexión con intereses y objetivos compartidos se configura también un carácter de construcción que no debe negligir. El mundo que nos rodea es un terreno indeterminado. Para que exista una acción humana auténtica, el carácter del mundo no puede ser determinado completamente puesto que no admitiría la novedad de tal acción. Al actuar hacemos que algo tome una forma diferente de la que hubiera exhibido de no existir la acción, así se determina poco a poco el mundo. Las posibilidades son superiores a las realidades, las cosas son ambiguas, mas el ser humano es capaz de calcular y moverse en esa incertidumbre. En nuestros actos presentamos pensamientos, sentimientos, estados de ánimo, creencias e intenciones. Trazamos trayectorias temporales en conjuntos de contingencias. Así surge nuestra historia. A través de la estructuración de ésta aparecen opciones para el futuro. Pero actuar de forma responsable e inteligible exige que el modo en que lo estructuraremos se negocie con los demás. Resulta importante recordar que Shotter aclara que no defiende una noción de ser humano clásica en la que el pensamiento o la razón guían la acción. Al margen de que las acciones vayan precedidas de reflexión o no, la verdadera selección de alternativas o posibilidades es intrínseca a la ejecución de las acciones humanas. La acción es siempre previa al pensamiento o racionalización. Un buen ejemplo lo constituye el hecho de que hablamos de manera gramatical sin que pensemos, antes de enunciar, en las reglas gramáticas. Lo que caracteriza al ser humano como inteligente y no meramente instintivo es que puede proyectarse en el tiempo. La agencia reside ahí precisamente. Así, en vez de limitarnos a actuar como lo exigen las circunstancias podemos hacerlo según esa proyección. Los estímulos de un entorno y las respuestas de un agente no pueden ajustarse sin más entre sí y determinarse. La acción del ser humano está mediada por diversas proyecciones. La acción presente conecta en cada acto con la experiencia pasada y las consecuencias futuras. Se actúa sin el soporte del entorno pero de manera apropiada al mismo. El ser humano es activo, pero también retrospectivo y prospectivo. En ese eje, fruto de la interacción y la negociación, se dibuja paulatinamente y se establece la agencia. Shotter (1987) recurre al lenguaje, básicamente a través de los formatos conversacionales, para analizar tales procesos y mostrar la emergencia de la condición agentiva del ser humano. La importancia concedida al lenguaje se expresa en todos los desarrollos teóricos que van apareciendo a lo largo de los años ochenta, que al enfatizar la importancia del lenguaje ordinario señalan la pertinencia de tomar en consideración las intenciones como elemento extraordinariamente relevante en la explicación corriente de la conducta: la manera en que las personas explican sus propios comportamientos y los comportamientos de los demás, incide sobre la propia conformación de esos comportamientos. En este sentido, toda acción es generadora de significados e implica, por tanto, la caracterización del agente como alguien necesariamente inmerso en actividades de construcción y desciframiento de significados. Por otra parte, cabe reseñar que, en concordancia con este planteamiento, las cuestiones de la intersubjetividad y del carácter social de los significados son aspectos que se desprenden necesariamente de los presupuestos fundamentales. Es precisamente este carácter semiológico lo que conduce a cierta Psicología Social, aquella surgida al amparo de la Teoría de la Acción, a focalizar su atención en la explicación de las acciones humanas (Gauld y Shotter, 1977; Brenner, 1980; Von Cranach y Harré, 1982; Harré, Clark y De Carlo, 1985), abandonando la vieja tarea, de inspiración positivista, de "descubrir" las leyes de la conducta. Subyace, en todas estas explicaciones, un interés por desmarcarse de las Ciencias Naturales, cuyos métodos para estudiar lo no‐humano, se decía, no son considerados válidos en el ámbito de las Ciencias Humanas y Sociales. Para los autores mencionados, la utilización de métodos paramétricos propicia una situación en la que el actor pasa a ser un simple reactor, la acción se convierte en simple respuesta mecánica, la complejidad situacional de la interacción social es interpretada como un juego de determinismos en el que intervienen algunas variables y, por último, la amplitud y complejidad del ambiente natural deviene en artificialismo de laboratorio. 3. La agencia y los estudios de la ciencia Tal y como señala Pickering (1994), al entender la agencia como algo exclusivamente concerniente a los humanos, tanto la psicología, como el conjunto de las ciencias sociales, se han convertido en piezas fundamentales del dispositivo humanista moderno. Así, la sociología de la ciencia tradicional, como la sociología tradicional en general, es humanista al identificar a los científicos humanos como la sede central de la agencia. Sin embargo, en los estudios de la ciencia y la tecnología es posible encontrar una manera de salvar tal inconveniente. Se trata de practicar una perspectiva simétrica y aplicar la semiótica también a lo no‐humano. De hecho, la semiótica es, en sí misma, una disciplina simétrica. En los textos, los agentes de diversa índole material están continuamente apareciendo y desapareciendo, intercambiándose propiedades los unos con los otros. Se entiende, pues, que no se haga referencia a ellos en términos de actores sino de actantes, palabra que no connota la naturaleza del agente: "Los actantes son los seres o las cosas que, por cualquier razón y de una manera u otra ‐incluso a título de simples figurantes y del modo más pasivo‐ participan en el proceso" (Greimas & Courtès, 1973:23) En este sentido, la semiótica supone, antes que nada, una caja de herramientas que permite acometer el estudio de como se construye el significado: “pero la palabra 'significado' debe ser tomada en su interpretación original notextual y nolingüística; cómo se construye una trayectoria privilegiada, a partir de un número indefinido de posibilidades; en este sentido, la semiótica es el estudio de la construcción de orden o de la construcción de caminos y puede aplicarse a dispositivos, máquinas, cuerpos y lenguajes de programación así como a textos..." (Akrich & Latour, 1992:259) Así pues, la semiótica impone una simetría exacta entre las esferas humana y material. Semióticamente, no hay diferencia entre agentes humanos y agentes no‐ humanos: la agencia humana y la agencia no‐humana devienen continuamente la una en la otra. Tal posición ha levantado, por supuesto, no poca controversia. Especialmente virulenta ha sido la reacción dentro de los mismos estudios de la ciencia y la tecnología. Quizás sean Collins y Yearley (1992) los que más claramente han salido al paso de la propuesta simétrica, defendiendo la prioridad al sujeto humano. El reparto de agencia, según estos autores, no puede estar equilibrado. De hecho, su propuesta no puede ser calificada más que de abusiva: toda la agencia para los seres humanos, nada para el mundo material. De lo contrario, según su argumento, se produce una vuelta atrás en la manera de analizar las prácticas de los científicos: "Si los no humanos son actantes, entonces necesitamos una manera de determinar su poder. Esto es lo propio de científicos y tecnólogos; estamos volviendo directamente a esas convencionales y prosaicas explicaciones sobre el mundo que hacen los científicos y de las que nos habíamos librado en los setenta." (Collins y Yearley, 1992: 322) Para Collins y Yearley, un vocabulario no dualista, una metodología no dualista y un tratamiento simétrico de los actores humanos y los actantes no humanos, lo único que hace es oscurecer las acciones de los científicos y generar un uso del material empírico prosaico y reaccionario, puesto que este tipo de vocabulario nos devuelve directamente a la vieja supremacía de la voz del científico y al clásico poder de la acción de la tecnología, invalidando toda explicación social y, por tanto, toda posibilidad de acción política o de propuesta de cambio real, de cambio ajeno o libre de la marca de la palabra que dicta la ciencia. Ha habido, también, posiciones intermedias. Ese es el caso de Pickering (1994, 1995). Este autor está dispuesto a asumir la existencia de una agencia material, pero bajo ciertas condiciones. Ciertamente, subscribe el principio básico de la perspectiva del actor‐red: la ruta más directa hacia un análisis posthumanista de la práctica es reconocer un rol a la agencia no‐humana ‐o material‐ en la ciencia. La ciencia y la tecnología son contextos en los cuales los agentes humanos, de forma notable, no lo dirigen todo. No obstante, subraya este autor, reconocer un papel a la agencia material no debe suponer una visión de la ciencia desde el determinismo tecnológico o en los términos que critican Collins y Yearley (1992). Ello le lleva a apuntar que la trayectoria de la emergencia material no tiene su propia dinámica pura y autónoma. Según Pickering, ha de quedar claro que la agencia material no se impone sobre la de los científicos. En este sentido, los científicos nunca captarían la esencia pura de la agencia material. Más bien, ésta emergería a través de una dinámica inherentemente impura a través de la cual sería absorbida hacia la esfera humana. O dicho de otra manera, agencia humana y agencia material se presentarían siempre enmarañadas en el mismo proceso de resistencias y acomodaciones en el se ven envueltos los científicos al llevar a cabo su práctica científica. Por otro lado, Pickering señala también que la relación entre los dos tipos de agencia no puede ser simétrica. Y ello es así debido, principalmente, al hecho de que la agencia humana contempla las intenciones. En eso radicaría, precisamente, la principal diferencia entre humanos y no humanos. La conducta de las personas estaría motivada por esas intenciones, la de quarks, microbios y máquinas no. Así, para Pickering no es posible comprender la práctica científica sin referirse a las intenciones de los científicos, si bien no cree necesario discernir acerca de las intenciones de las cosas. La agencia humana adquiere, a través de esta dimensión intencional, una estructura temporal de la que carecen los actores no humanos. Para este autor, a diferencia de la agencia no humana, la agencia humana siempre podrá mantener o sostener en el tiempo una intención más o menos coherente y más o menos duradera. Ahora bien, ese enfoque rompe la simetría. Si se quiere seguir manteniendo una postura simétrica respecto de la agencia, es preciso un planteamiento que evite cualquier referencia a las intenciones. Es preciso romper con esa identificación que señalábamos más arriba entre agente, acción e intención. Es preciso, en definitiva, evitar dotar de antemano a cualquier agente de unas características dadas. En este sentido, Law habla de materialismo relacional, para señalar que las características materiales de un agente son un efecto relacional: “La agencia y el tamaño (tanto para las máquinas, las entidades sociales o cualquier otro objeto al que uno pueda señalar) son efectos inciertos generados por una red y su modo de interacción. Son constituidos como objetos en la medida, pero sólo en la medida, en que la red se mantenga en su sitio. Pero los componentes de la red no tienen, por así decirlo, una tendencia natural a desempeñar los papeles a los que se les ha emplazado” (Law, 1994: 103) En este sentido, para Law, la agencia, si algo es, es un logro precario, un arreglo generado en una red de materiales heterogéneos, por lo que un agente es asimismo un híbrido de diferentes materiales, un proceso de ordenamiento que damos en llamar ‘persona’ (Law, 1994)1 Veamos con un ejemplo a qué nos estamos refiriendo al hablar de agentes híbridos. Concretamente, nos referiremos al caso del debate acerca del control de las armas en Estados Unidos, una controversia que ha merecido cierta atención por parte de los científicos sociales interesados en el estudio de la tecnología (Grint y Woolgar, 1997; Kling, 1992; Latour, 1999). Al calor de la discusión sobre si debería estar o no más restringido el acceso a las armas de fuego, siempre se acaba planteando una pregunta que atañe a la cuestión de la agencia: “¿Quién mata; las armas o las personas?”. 1 La lógica del materialismo relacional desemboca en afirmar que los elementos no existen por ellos mismos, más bien, están constituidos en las redes de las que forman parte. Tal planteamiento, llevado hasta sus últimas consecuencias, puede llegar a resultar ciertamente provocador: “Objetos, entidades, actores, procesos ‐todos son efectos semióticos: nodos de una red que no son más que conjuntos de relaciones; o conjuntos de relaciones entre relaciones. Empújese la lógica un paso más allá: los materiales están constituidos interactivamente; fuera de sus interacciones no tienen existencia, no tienen realidad. Maquinas, gente, instituciones sociales, el mundo natural, lo divino ‐todo es un efecto o un producto". (Law y Mol, 1995: 277). Kling (1992) plantea que el escepticismo subyacente a los argumentos construccionistas parece llevar a reducir los sistemas sociotécnicos a meras relaciones sociales, con lo que acaban dando la razón a los miembros de la NRA (National Rifle Association) que mantienen, para apoyar la libre compra‐venta de armas, que son las personas las que matan, no las armas. Grint y Woolgar (1997) se muestran críticos con este tipo de interpretación de los argumentos construccionistas, basada en la asunción de que las tecnologías tienen capacidades específicas que constituyen una especie de núcleo técnico que puede estar más o menos envuelto en factores sociales y culturales, pero que está siempre ahí, en la base de cualquier explicación acerca de los efectos de las tecnologías. Tal y como lo plantean Grint y Woolgar, a pesar de que se tienda a reducir el problema a dos posturas posibles ‐‐la realista, que consiste en mantener que cualquier tecnología no sirve para cualquier cosa y que, por tanto, las armas sólo sirven para matar, y la construccionista, que cuestiona la autonomía de la tecnología y subraya la necesidad de atender a los factores sociales que explican el uso de armas‐‐ es posible también argumentar que el uso de armas es tanto un proceso social como tecnológico. Para ello, tal y como señala Latour (1999), es preciso descartar tanto que sea el arma el actor protagonista como que lo sea una persona. Hay que pensar en otro tipo de entidad, un ciudadano‐pistola o una pistola‐ciudadano. En esta explicación, no hay ningún núcleo técnico invariable ni ninguna característica humana determinante. Las personas cambian con una pistola en la mano, a la vez que las pistolas son diferentes cuando alguien las sostiene. El idéntico error de las dos posibles explicaciones deterministas consiste en partir de esencias, bien las de los sujetos, bien las de los objetos. Sin embargo, la solución simétrica nos invita a considerar la posibilidad de no priorizar ninguna de las partes: “’Es evidente’, podríamos decir, ‘que un objeto tecnológico debe estar en manos de un sujeto humano, de un agente capaz de concebir propósitos, y que es él quien debe ponerlo en marcha’. Pero el argumento que estoy planteando es simétrico: lo que es cierto del ‘objeto’ es aún más cierto si lo aplicamos al ‘sujeto’. No hay ningún sentido en el que pueda decirse que los humanos existen sin necesidad de entrar en relación con aquello que les autoriza a existir y les permite hacerlo (es decir, les capacita para actuar). Una pistola olvidada es un simple trozo de materia, pero, ¿qué sería un pistolero abandonado? Un humano, sí (una pistola es sólo un artefacto entre otros muchos), pero no un soldado, y desde luego no uno de esos legalistas estadounidenses de la NRA. Es posible que la acción propositiva y la intencionalidad no sean propiedades de los objetos, pero tampoco son propiedades de los humanos. Son propiedades de las instituciones, de los aparatos, de lo que Foucault llamaba dispositivos. (...)Los Boeing 747 no vuelan, son las compañías aéreas las que vuelan” (Latour, 1999: 230). Es decir, para Latour, la acción no es una propiedad atribuible a los humanos, sino a asociaciones de actantes2. ¿Qué resulta de ello? Contrariamente a lo que 2 Nótese que una asociación de actantes sería algo muy parecido a lo que Deleuze y Guattari (1988) llaman agenciamiento. Para una revisión en profundidad de las implicaciones que tiene una aproximación al sujeto en estos términos, ver Rose (1998), que, a partir de una concepción materialmente heterogénea de la subjetividad, elabora una contundente crítica a la priorización algunos creen, nada que tenga que ver con extender la subjetividad a las cosas ni con tratar a los humanos como objetos ni, por supuesto, con confundir las máquinas con los agentes sociales. No, se trata de algo menos radical, pero que la asimetría humanista impedía: evitar por completo el uso de la distinción entre el sujeto y el objeto con el fin de poder hablar del pliegue que implica mutuamente a humanos y no humanos (Latour, 1999) En cualquier caso, el postulado de heterogeneidad abre la puerta a pensar la agencia como resultado de entramados materialmente híbridos y está dando lugar a nuevas formas de pensar la acción humana que se alejan de los presupuestos humanistas que encorsetaban su concepción. Como ejemplo de ello, Michael (2000) propone la noción de co‐agencia para referirse al tipo de agencia que surge de esas imbricaciones entre humanos y no‐humanos. Hablar de co‐agencia implica dejar de buscar “intenciones” o cualesquiera otros rasgos propios de agentes singulares. La co‐agencia refiere a entidades híbridas, es decir, a agencias distribuidas, pluralizadas, contingentes: “Así, todos los componentes de un híbrido contribuyen a su agencia, al igual que otras entidades más o menos asociadas con el híbrido” (Michael, 2000: 42). 4. De la agencia a los modos de individuación Como ha señalado en diversas ocasiones Latour (2005), pensar la agencia en el interior de redes de asociaciones heterogéneas nos pone frente a un interrogante adyacente: la experiencia del advenimiento de las cosas. Las asociaciones tienen que ver con esos ángulos mínimos a partir de los cuales se provoca una minúscula diferencia que acierta a introducir la novedad en un estado de cosas pre‐existente, y que no puede reducirse al nexo causal sin forzarlo o convertirlo en deudor de una categoría metafísica y trascendental. En otras palabras, hace referencia al acontecimiento y a la forma que le damos. La simetría denuncia lo que Whitehead (1927/ 1985) denomina principio de localización simple (cosas claras, nítidas y bien definidas ocupan lugares claros, nítidos y bien definidos en el espacio y el tiempo) como entidad hegemónica en el pensamiento social institucionalizado. Tal principio lleva a pensar el movimiento como simple desplazamiento de cosas definidas y definitivas de un lugar definido y definitivo a otro. Negando, así, la posibilidad de que el movimiento sea transformación, deformación y reformación. Para Whitehead, el movimiento está en el carácter heterogéneo e inacabado de las relaciones mutuas, el movimiento es simplemente la acción de estar "entre". De ahí, que en el vocabulario simétrico movimiento y creación se confundan. La pregunta que resuena en Whitehead no es tanto ¿qué es el movimiento?, sino, más bien, ¿qué es el acontecimiento? de lo discursivo en la psicología: “Centrarse en el lenguaje y la narrativa, en la subjectivación como materia de las historias que nos contamos sobre nosotros mismos, es, en el mejor de los casos, parcial, en el peor, equivocado. La subjetivación no va a entenderse por localizarla en un universo de significado o en un contexto interaccional de narrativas, sino en un complejo de aparatos, prácticas, maquinaciones, y ensamblajes en los cuales el ser humano ha sido fabricado, y que presuponen y nos imponen cierto tipo de relaciones con nosotros mismos” (Rose, 1998: 10) (Deleuze, 1989) y coincide con el problema que emerge en un planteamiento simétrico. Se trata, ni más ni menos, de atrapar el devenir en nuestras explicaciones. Las conexiones que establecemos y con las cosas que nos rodean se dan por todas partes, de cualquier manera y en todo momento; y tal conexión ineluctablemente nos transforma, y vuelve a retransformar, en un proceso agónico sin principio ni final. Somos traducidos sin descanso, traducimos incesantemente. Y el devenir de esas marañas de conexiones y entidades heterogéneas en las que somos traducidos tiende de manera casi inevitable hacia un resultado o efecto ‐un estado acabado o un objeto‐, pero que es al mismo tiempo un resultado incierto y provisional. De ese hic et nunc, de tales determinaciones surgirá, al mismo tiempo, la capacidad de acción. Es decir, del “qué” que establece un aquí y ahora preciso surge la agencia, que no es más que el reverso de un determinado conjunto de determinaciones. Por tanto, el mencionado “qué” constituye el punto de partida que debemos explicar, la singularidad que pone en marcha nuestra realidad cotidiana. Hasta que Quine (1987) publicó Quiddities, Garfinkel, el mayor maestro de la vida anodina que han tenido las Ciencias Sociales, hablaba de quiddity para referirse a ese “qué”, concreto y particular, que aparece e interviene en la organización y producción de orden e inteligibilidad en nuestras actividades cotidianas. Ese “qué” que arranca la producción actual y ordenada de nuestro registro interaccional. Desgraciadamente, Quine puso de manifiesto que el concepto tenía que ver con esencias o cuasi‐esencias, con la provisión genérica de propiedades correctamente formuladas para ciertas clases de cosas o relaciones que permiten explicar la producción de orden de manera estable y universal. Obviamente, el interés de Garfinkel se halla en la antípoda de tal proyecto y rechazó el concepto. “Los estudios etnometodológicos no estaban buscando quiddities. Buscaban haecceidades, exactamente la pura determinación: exactamente el aquí, exactamente el ahora, lo que precisamente está más a mano, quién justamente está aquí, el tiempo preciso que esta reunión nuestra tiene, lo que nuestra reunión local puede hacer en el tiempo exacto que necesitamos...” (Garfinkel and Wieder, 1992: 203). Haecceidad sustituye a quiddity. El énfasis se pone en el fenómeno de orden producido localmente, de manera natural y descriptible, con cierto significado, lógica y razón. Algunos ejemplos de haecceidad son los productores de significado pronominales o indexicales, por ejemplo “aquí” o “este lugar”. Términos que pueden utilizarse sin determinar la representación de un lugar que les proporcione un nombre o imagen singular. En otras palabras, términos que no detentan deuda alguna con el esencialismo. No obstante, son los trabajos de Deleuze y Guattari (1988) los que convierten el concepto de haecceidad en una verdadera herramienta de análisis que permite redimensionar la temática de la agencia. La noción designa la producción de singularidades de lo real. Los autores, de hecho, se hacen eco del análisis que realizó Heidegger de la obra de Duns Scoto. Este escolástico denominó haeccitas a la característica que las cosas tienen de ser esto‐que‐ahora‐está‐aquí. Lo que determina que un punto sea singular en el tiempo y el espacio. La singularidad de lo real es un camino para que Heidegger dinamite el pensamiento hegeliano. Para Hegel el singular constituía una pura nada, no aportaba sustancia alguna al pensamiento y sólo recibía significación cuando era trasladado al medio homogéneo de los conceptos, o sea, a un medio universal. En Heidegger la forma de la individualidad, haecceitas, saca siempre a la luz una determinación originaria de la realidad existente. El concepto proporciona movilidad, libertad, desborda todo universalismo, incluido el histórico y recupera el placer que produce la sorpresa de lo producido, de lo mostrado, de lo abierto in situ por el mundo. Tanto en la obra de Deleuze y Guattari como en la de Garfinkel se mantiene ese interés por la libertad que otorga el misterio de lo singular. Y se piensa que la producción de éste obedece a una lógica propia, local, particular e incorporada en la mismísima singularidad. Describir la singularidad es describir su producción. Estamos ante una pasión y una lógica del acontecer. ¿Qué es la individualidad de un acontecimiento? Su haecceidad. “A veces se escribe ecceite, derivando la palabra de ecce, ‘he aquí’. Es un error, puesto que Duns Scoto ha creado la palabra y el concepto a partir de Haec, ‘esta cosa’.” (Deleuze y Guattari, 1988: 310). Haecceidad designa modos de individuación que no pasan por la persona, el sujeto, la cosa, la sustancia o el cuerpo. Una estación, una primavera, una canción... poseen su propia individualidad, no se confunde con nada y no pasa por la fundamentación de una cosa o sujeto. En tales modos de individuación todo es relación de movimiento y de reposo entre sus partes, poder de afectar y de ser afectado. “Usted no definirá un cuerpo (o un alma) por su forma ni por sus órganos o funciones; y tampoco lo definirá como una sustancia o un sujeto” (Deleuze, 2001: 166) ¿Cómo definirlo, pues? Por sus modos. Los modos de individuación establecen una etología de las fuerzas que componen movimientos y reposos, velocidades y lentitudes. Una haecceidad no es más que una composición material de afectos y relaciones de fuerza. Frente a las clásicas génesis históricas de los individuos y los grupos, los modos de individuación proponen una cartografía geográfica de intensidades.: “Una cosa, un animal, una persona, no se definen más que por movimientos y reposos, velocidades y lentitudes (longitud), y por afectos, intensidades (latitud)” (Deleuze y Guattari, 1988: 316). “Las haecceidades son meramente grados de potencia que se componen, a los que se corresponden un poder de afecta y de ser afectado, afectos activos o pasivos, intensidades” (Deleuze, 1980: 111). Deleuze distingue dos planos en los modos de individuación: el de la composición de partes y el de la variación de potencia. Toda entidad, humana o no, consiste en una relación fluctuante entre una extensión de partes y una intensión de potencia. Tales coordenadas permiten considerar cualquier entidad como resultado de un diagrama de fuerzas ejercidas efectivamente sobre ella. La singularidad de esa relación determina una individuación concreta. Tal relación actualiza una composición de movimientos que difieren por sus velocidades y sus lentitudes. Todas las entidades expresan variaciones cuantitativas y móviles de relaciones. Por tanto, la individuación se compone, al mismo tiempo, de una cinética y un grado de potencia. Los modos de individuación no se vinculan a la unidad de una forma concreta o a la identidad de un sustrato. Tienen un carácter local, provisional, y sus existencia debe conceptualizarse como acto y no como ser. Al igual que ocurría con la perspectiva simétrica, la haecceidad hace caducar la distinción entre lo material, lo vital, lo técnico o lo cultural. Una cualidad, una variación atmosférica, un flujo, una hora… son entidades con sus propios modos de individuación. “Un cuerpo puede ser cualquier cosa, puede ser un animal, puede ser un cuerpo sonoro, puede ser un alma o una idea, puede ser un corpus lingüístico, puede ser un cuerpo social, una colectividad” (Deleuze, 2001: 171). Conviene también aclarar que los modos de individuación constituyen transformaciones que determinan a las entidades como absolutos devenires y nunca como formas completamente delimitadas o acabadas. De hecho, los modos de individuación preceden en derecho a la diferenciación o diferencias. Las últimas son siempre resultado de los primeros. Por tanto, constituyen una suerte de zócalo preindividual. En ese sentido, son el verdadero objeto de análisis de la ciencia. Sus variaciones, sus mecanismos de activación o cierre, su estabilización, etc., constituyen el movimiento natural de nuestra realidad, la constitución al unísono del complejo determinación‐capacidad de acción. “Ya no hay formas, sino solamente relaciones de velocidad entre partículas ínfimas de una materia no formada. Ya no hay sujetos, sino solamente estados afectivos individuantes de la fuerza anónima” (Deleuze, 2001: 172). Los modos de individuación redimensionan la problemática de la agencia y transforman la agenda de las ciencias sociales. La primera pierde relevancia en favor del análisis de las haeccidades en cuyo interior adquiere sentido y operatividad. Además, su examen se torna indesligable de las determinaciones que delimita el modo de individuación. De hecho, ésas, y no otras características, constituyen la materia o esencia de la agencia. Dicho de otro modo: ésta se define como la mera variación de potencia que surge de la composición material de ciertas partes e intensidades. Tal perspectiva la acerca al proyecto que Simondon (1964) denominó “pensamiento de la individuación intensiva y diferencial”. El autor recuerda que el proyecto de analizar y explicar la génesis del individuo, sujeto o subjetividad, tropieza sistemáticamente con el problema que plantea el esquema hilemórfico, que diferencia entre materia y forma, o con cualquiera de sus versiones actuales: significante‐significado, estructura‐actor, instituido‐ instituyente, etc. Semejante esquema es incapaz de concebir el devenir concreto de una individuación porque pretende explicar al individuo a partir de una relación de exterioridad o previa a la propia operación de la individuación. Simondon plantea dos críticas al esquema hilemórfico. En primer lugar, presuponer un principio de individuación abstracto, anterior o exterior al individuo o sujeto del que se pretende informar. En segundo lugar, concebir al individuo como uno, indivisible, idéntico y unitario, una entidad que una vez generada mantendrá sus bases o algunos de sus rasgos esenciales a través de cualquier tipo de relación y contexto. El hilemorfismo es sustituido por una teoría de la modulación que piensa la toma de forma como interacción de diversas fuerzas o materiales. Simondon arguye que lo que denominamos individuo o sujeto no es más que el efecto de un proceso de individuación en el que se pone en juego un campo preindividual de relaciones. Por tanto, ésta es siempre primera y constituyente y no puede separarse al individuo del medio que lo individualiza. El abandono del mencionado esquema y la aproximación a esa etología de fuerzas y relaciones constituye un reto para las ciencias sociales. Referencias Akrich,M & Latour,B. 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