LA VIDA SIGUE El sábado pasado salí rumbo a los altos de Xela, por Cabricán, Sigüilá y otras aldeas. Dejaba a Maco Quiroa en su lecho de enfermo. La semana entera estuve junto a su esposa, sus hermanas hijas y nietos, velando una vida vigorosa y multifacético, convertida en pabilo que veíamos apagarse lenta y dolorosamente. El domingo estaba al mediodía en la entrada de la finca Nueva Linda, en Reu, cuando sentí un hálito de muerte, llamé inmediatamente a casa de Maco, sin lograrlo, marqué el de mi casa y hablé con William, conductor del Congreso de la República, diciéndole: “Averígüeme si el diputado Maco Quiroa se murió”. “No comandante, está vivo, recién vine de su casa”, me respondió. “Pero regreso de nuevo a su casa y lo llamo”, dijo. Cinco minutos después me llamó sorprendido de que yo lo supiera a cientos de kilómetros de distancia, y le avisara a él que estaba en mi casa contigua a la de Maco: “Es cierto comandante, el diputado acaba de morir”. No hay explicación lógica a eso, ni la pido a nadie. Simplemente ocurrió. Hablé con los nuevos ocupantes de Nueva Linda, a quienes solicité un minuto de silencio por el descanso del “maestro” Quiroa, mi hermano, que guardaron respetuosamente. Exigí que no perdiéramos el tiempo hablando muchos pormenores, sino concretamente me dijeran qué era lo que pedían, por qué pusieron mi nombre entre la Comisión que ellos nombraban para intervenir en su caso, porque debía volver a casa por la muerte y al velorio de un revolucionario incorruptible, firme y generoso. Me preguntó alguien cómo era que en esas condiciones estaba trabajando: mi hermano grave, a mi hija pequeña sin su domingo y poniendo mis propios gastos, sin pedir nada a cambio. Precisé que desde hace 40 años luchaba por los campesinos sin tener domingos, Semana Santa, Navidad, Año Nuevo o vacación alguna. Que antes lo hacía con una pistola soviética de ráfaga de 20 cartuchos, un AK-47 de mira infrarroja nocturna y dos granadas defensivas. Ahora uso las armas de la razón, el diálogo, solución pacífica de conflictos, armas de la paz, sin tregua alguna con la mochila al hombro. Con esa autoridad les pedí que encontráramos salida pacífica, sin violencia a esta nueva ocupación. “Por eso lo llamamos y confiamos en usted”, dijeron. Salí con la propuesta de que monseñor Ramazzini convocara a todos los propuestos, según listado ya conocido. Esperan justicia sobre el caso de Héctor Reyes, no estaban pidiendo tierra en este momento, aunque es un clamor y necesidad incuestionable. Precisé que lo entendía, pero que no es ocupando fincas de propiedad privada incuestionable como ese reclamo se atiende. Nos despedimos con la confianza de que se detendría el desalojo programado para el martes, y encontraríamos atención a las demandas justas, y salida pacífica de la finca. Velamos a Maco junto a todas las clases sociales. No faltó quien llegara a exhibirse para hacerse notorio. Embajadores, diputados, empleadas domésticas, mayas, extranjeros, pintores, escritores, empresarios, directores de medios, columnistas, periodistas noveles, maestros y alumnos, todos unidos alrededor de un personaje de tantas facetas que jamás escondió su posición de izquierda ni su color rojo. Lo despedimos cantando la Internacional, como a él le hubiera gustado. Se le admiraba, no a pesar de su posición política sino gracias a su firmeza que no escondió y que sin decolorarse, sin travestismo político, lo hizo mantener la respetada posición que todos admiraban, aunque no compartieran. En cumplimiento de sus deseos fue cremado y sus cenizas esparcidas en el lago de Amatitlán, donde vivió sus últimos días que me siento honrado de haber compartido con él. He llorado amarga y desconsoladamente, pero la vida sigue y vale la pena vivirla. Algún día dije que si al volver la vista atrás sentíamos que hemos dejado huellas de nuestro paso, escrito un libro, tenido hijos y amado intensamente, entonces podemos morirnos tranquilos. Así debe haber muerto Maco. Así puedo morir yo en este momento sin que la vida me deba nada, porque estamos a mano. Hoy amanecimos con las carreteras tomadas por las ex PAC, la finca Nueva Linda nuevamente ocupada. En mis manos, copia de un pacto firmado por las ex PAC de Suchi y Lázaro Cruz, ex ocupante de Nueva Linda, comprometiendo una lucha justa con protagonistas cuestionables. Quien ordenó el desaparecimiento de Héctor Reyes y el autor material, gozan de buena salud porque ni se les investiga ni persigue. Un año sin investigar la desaparición forzada de un ser humano. La vida sigue igual.