No es necesario tener alas

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ESCUELA DE ORACIÓN
Javier Ignacio Barros, Pbro.
1. INTRODUCCIÓN
UN ELOGIO A LA ORACIÓN
Si Jesús empleó 30 años de su vida para llevar adelante una vida sencilla,
apostólicamente – se podría decir- inútil, y consagrada a la oración y el trabajo,
es porque debe haber tenido una razón muy buena para ello. Si él, ya en su vida
pública, gastaba el poco tiempo que le quedaba en medio de la agitada vida de
entrega a los demás, para ir a la altura de los montes, entrada la noche, o muy
temprano en la mañana, para hacer oración, debe haber tenido una muy buena
razón para ello. Insisto. Si exhortó numerosas veces a los discípulos a orar (Cf.
Mc 11, 24; Mt 7, 7 – 11; 21, 22; Lc 11, 9 – 13), debe haber tenido una muy buena
razón para ello. “En verdad les digo, que todo lo que le pidieres al padre en la
oración, crean que ya lo han recibido, y aquello se les concederá” (Mc 11, 24).
“Pidan, y se les dará. Busquen y encontrarán. Golpeen, y se les abrirá. (Mt 7, 7).
“¿Quién de ustedes, siendo padres, si un hijo les pide un pescado, le darán una
serpiente? O si le piden un huevo, le darán un escorpión? Si pues, ustedes que
siendo malos saben dar cosas buenas, cuánto más vuestro padre del cielo dará el
espíritu santo a aquellos que oren! (Lc 11, 9 – 13).
Si dejamos por un momento la vida del Señor, y echamos una mirada a la vida de
los santos, es decir, aquellos que constituyen nuestro modelo a imitar
encontraremos que todos, sin ninguna excepción, han sido hombres o mujeres de
oración.
Si el padre Hurtado un día decidió rezar siempre su oficio divino de rodillas y
decía que “la acción llega a ser dañina si rompe su vínculo con Dios”, debe haber
tenido razones para ello. Si el padre Peyton, que será beatificado prontamente,
cuando vino a Chile a realizar su cruzada para la oración del Rosario, con esa
frase que caló tan hondo en todos, la familia que reza unida, permanece unida”,
no le pidió a los sacerdotes nada que no fuera una hora, con estola y roquete,
frente al Santísimo. Razones habrá tenido. ¡Nunca en Chile se había reunido
tanta gente! Y si al padre Pío un día le pidieron sus hijos espirituales que les
dejara su herencia espiritual, él les respondió inmediatamente sin pensar
siquiera: “El Rosario”. Insisto razones tendría. Y Sor Lucía, para consignar el
testimonio más alto después del Señor, recordó que la Santísima Virgen le dijo
que eran dos los últimos remedios que Dios daba al mundo: el Santo Rosario y el
Inmaculado Corazón de María…”
APRENDER A ORAR
Develar las razones que tiene el Señor, la Virgen, los santos para exhortar de ese
modo a la oración, es tarea de los teólogos... Nosotros hoy, más que entender las
1
razones que Dios tiene para animarnos a ella, nos mueve el interés de aprender a
orar. Es un interés práctico.
Quizá llame la atención que me dirija a ustedes, que suelen frecuentar la
parroquia, hablando de aprender a orar. ¿Es que no aprendieron hace ya tiempo?
Sí y no. Pasa que en el tema de hacer oración, uno siempre está aprendiendo. Es
más, la única actitud para hacer oración es la de quien pide ayuda al Espíritu
para que clame en nosotros, y para que él ore en nosotros. Seremos siempre
aprendices. Discípulos. ¡Enséñanos a orar! Es la actitud propia del verdadero
orante.
Tampoco vamos a escuchar cosas lindas que se han dicho sobre la oración. Las
hay, ayudan, hacen bien. Pero más que eso, vamos a ofrecer un momento de
oración guiada, de tal manera que podamos ir creciendo en la experiencia de la
oración. Al hacerlo comunitariamente, nos podremos ayudar mutuamente. Será
una pedagogía de la oración. Sin embargo, y sin perjuicio de lo anterior, hay que
decir que la oración es un acto profundamente personal. Depende de cada uno de
nosotros. Y esta será una experiencia positiva en la medida de que cada uno se
vaya entregando a ella.
A modo de caminantes, vamos a contar que en esta pedagogía vamos a mostrar
ahora en breves palabras el camino que vamos a recorrer y el equipaje que vamos
a usar.
EL CAMINO
La tradición monástica conoce cuatro fases de la oración. Ya la mayoría de
ustedes las conoce, pero las vamos a recordar, porque creo que la podemos
aplicar a todo camino de oración. Se trata de la lectio divina, que consiste en la
lectio, la meditatio, la oratio y contemplatio. Previo a ello, esencial es pedir la
gracia del Espíritu Santo.
o
La lectio es la lectura, o mejor, la acogida de la Palabra de Dios. Ya sea esta
pronunciada en la Escritura, o también en la vida diaria, a través de un
hermano, o una situación particular. Es la escucha, la acogida y la
aplicación a uno mismo.
o
La meditatio, en cambio, es un paso más adelante, y consiste en que el
monje deje pasar la Palabra de Dios desde su mente a su corazón. Este es
el camino más largo que existe en el universo. En esta fase se saborea la
Palabra y se disfruta. Al hacerlo, amalgamando la palabra con el silencio,
con la fe, en la soledad, brota un deseo de Dios. Aquí pasamos a la tercer
fase.
o
La oratio. Es una oración breve pero intensa en la que se pide a Dios que
colme nuestro deseo.
2
o
Contemplatio. Es el sosiego lleno de plenitud. Es la conciencia más plena
de un Tú, Dios, que te mira, al que quizá no tengo que decirle nada, es
simplemente dejarse amar. Dejar que su presencia me impregne
totalmente. Se trata de la visión de Dios. Esta última fase es un don. No se
puede lograr por el puro esfuerzo humano.
EL EQUIPAJE
Santa Teresa dejó escrito: “No es necesario tener alas para hablar con Dios, sino
ponerse en soledad y mirarle dentro de sí. Procurar cerrar los ojos del cuerpo y
abrir los del alma. No les pido más que le miren con el corazón. Jesús no está
esperando otra cosa más que le miremos. Para aprovechar mucho en este camino
de oración no está la cosa en pensar mucho sino en amar mucho. Así, lo que más
les despierte a amar eso es lo que hay que hacer”.
Siguiendo a la santa, podemos tratar de desarrollar tres actitudes a la hora de
orar: disposición a la soledad, a abrir los ojos del alma y a amar.
o
PONERSE EN SOLEDAD
El profeta Oseas: "la llevaré al desierto y le hablaré al corazón". Naturalmente, no
se trata de una soledad física. Se trata de estar a solas con Dios. Solos yo y él.
Ponerse en soledad es olvidarse de uno mismo. Dejar que Dios sea Dios.
La soledad de la oración nos habla de la humildad, de la pobreza, de apartarnos
de todo lo que no sea Dios. Por eso es el quitarme las sandalias, como señal de
respeto. Pero también como liberación de prejuicios, de adornos, de máscaras. Es
andar en verdad.
Entrar en soledad es vivir en la paciencia. Recordemos a Elías: "Elías se levantó,
comió y bebió, y fortalecido por ese alimento caminó cuarenta días y cuarenta
noches hasta la montaña de Dios, el Horeb. Allí, entró en la gruta y pasó la
noche. Entonces le fue dirigida la palabra del Señor. El Señor le dijo: "¿Qué haces
aquí, Elías?". Él respondió: "Me consumo de celo por el Señor, el Dios de los
ejércitos, porque los israelitas abandonaron tu alianza, derribaron tus altares y
mataron a tus profetas con la espada. He quedado yo solo y tratan de quitarme la
vida". El Señor le dijo: "Sal y quédate de pie en la montaña, delante del Señor". Y
en ese momento el Señor pasaba. Sopló un viento huracanado que partía las
montañas y resquebrajaba las rocas delante del Señor. Pero el Señor no estaba en
el viento. Después del viento, hubo un terremoto. Pero el Señor no estaba en el
terremoto. Después del terremoto, se encendió un fuego. Pero el Señor no estaba
en el fuego. Después del fuego, se oyó el rumor de una brisa suave. Al oírla, Elías
se cubrió el rostro con su manto, salió y se quedó de pie a la entrada de la gruta.
Entonces le llegó una voz, que decía: "¿Qué haces aquí, Elías?". (1 Reyes 19, 8 –
13).
Ponerse en soledad es buscar el silencio, tanto exterior como el interior. El
silencio es el lenguaje de Dios. San Juan de la cruz enseñaba que Dios es un Dios
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silencioso, que "habla siempre en eterno silencio" (Av 2, 21), que es "música
callada" (CB 15). ¡Es silencioso pero no es mudo! Es que la comunicación de Dios
exige silencio, como condición, para poder escucharlo. Por eso san Juan Clímaco
nos dice en su libro “Escala espiritual”: “el silencio inteligente es madre de la
oración, liberación del atado, combustible del fervor, custodio de nuestros
pensamientos, atalaya frente al enemigo... amigo de las lágrimas, seguro recuerdo
de la muerte, prevención contra la angustia, enemigo de la vida licenciosa,
compañero de la paz interior, crecimiento de la sabiduría, mano preparada de la
contemplación, secreto camino del cielo “ (Escalón 11–30).
Pero a la vez, la comunicación de Dios produce silencio, como efecto. Es propio
del que ha hablado con Dios, quedar en silencio. ¡Quedar atónitos! Un padre
recomendaba salir de la oración del mismo modo a como saldríamos acarreando
una gran fuente de agua. Lo hacemos con calma, tranquilo, para no derramarla.
Para san Juan de la cruz, uno de los criterios para verificar la autenticidad de la
experiencia espiritual consiste en ver si, de hecho, la persona va integrando el
silencio en su propia vida, como un don recibido, "porque lo que no engendra
humildad … y silencio, ¿qué puede ser?" (S 2,29,5).
o
ABRIR LOS OJOS DEL ALMA
Esto nos habla de advertencia, de estar atentos y vigilantes. A la oración hay que
entrar como si entraras en un campo minado, pero a la inversa. Entrar con suma
atención para descubrir dónde está la bomba y... hacerla estallar.
También hay que saber reconocer dónde están los demonios. Los pensamientos
que te puedan malograr la oración... y la vida. Abrir los ojos del alma.
Abrir los ojos, es ponerse en actitud de verdad ante Dios. Ponernos al desnudo,
tal como somos. Sin adornos. Se trata de quitarse las sandalias como Moisés,
cuando descubre la zarza ardiente. Se trata de liberarse de los prejuicios o de las
máscaras que a menudo presento ante los demás. Ante Dios, debemos ser
veraces. Eso puede dar miedo. Ese demonio hay que espantarlo siempre por
medio de la confianza. Aceptar el reto de conocerme: descubrir cómo me mira
Dios, dejar que me descubra y saque mi mejor yo.
o
AMAR
La oración no se trata tanto de saber cuando de amar mucho. Creer que somos
capaces de gozar de Dios y creer de verdad que Dios se goza conmigo. Somos su
delicia. Si no descubrimos por experiencia el gozo y la alegría que nada ni nadie
nos puede robar, es porque no queremos y nos conformamos con esas alegrías con minúsculas- que dependen del exterior y cualquier cosa nos agita.
No ponerle condiciones a Dios, dejarme querer, interpelar, conquistar.
Determinarse, querer con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas.
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Dejarme transformar por Dios: entrar en su ritmo, gratuidad. El que ama
comienza un camino de cambio, de conversión. Morir al hombre y a la mujer
viejos y nacer al hombre nuevo y a la mujer nueva.
2. LOS PRIMEROS PASOS
PARA EMPEZAR
Esto no es fácil ni difícil; solo hay que encontrar la forma. Estás a punto de
comenzar tu oración, pero: ¿has venido solo? Todas tus preocupaciones te
acompañan, todo un mundo que muy luego comenzará a distraerte y lo logrará, si
no aprendes a integrarlo todo en el Señor. A menos que, desde el principio, logres
darte cuenta de esto y aportes toda tu fuerza espiritual, tu oración está en
peligro.
Aprendamos pues a comenzar. Intentemos hacer tres cosas simples, que quizás
al principio costarán un poco, pero todo se llega a aprender.
o
CALMARSE...
Generalmente, todos vivimos bajo presión, llenos de ocupaciones y siempre
apurados. Empezamos la oración haciendo la señal de la Cruz. Pero: ¿Dónde esta
la Cruz? ¿Estamos realmente pensando en lo que hacemos o lo hacemos
simplemente de memoria? Nos cuesta fijar nuestra atención en una sola cosa y
permanecer...
Empezaré, pues, calmándome físicamente, tranquilizándome, soltando los
músculos (respirando, por ejemplo, dos o tres veces profundamente) en un lugar
donde puedo estar en paz. Puedo tensar y aflojar los músculos. Ayuda mucho
cerrar los ojos en este momento.
Concéntrate: repite el nombre de Jesús, mira una imagen de Jesús. Si estás en
una Iglesia o en la capilla mira el crucifijo o el sagrario. Ponte en la presencia de
Dios e invoca al Espíritu Santo.
Trataré enseguida (esto me costará más) de liberarme espiritualmente, ofreciendo
mis preocupaciones al Señor. Si es necesario, podemos ir tomando las
preocupaciones prácticas una por una y tratar de solucionarlas (Por ejemplo:
tengo que hacer esto.... ¿Hay otra persona que se pueda encargar?... Esto otro lo
arreglaré después).. Pero mejor es soltar los recuerdos e imágenes. Si tienes
alguna preocupación, nómbrala y ponla ante el Señor, haz silencio. A veces,
puede ayudar anotar las cosas pendientes en un papel para no olvidarse y
hacerlo después, esto nos ayudará a encontrar la paz.
No apurarse por ningún motivo. Los segundos que pasemos tratando de
calmarnos no son tiempo perdido en la oración. Finalmente, vuelve a hacer la
señal de la Cruz pensando en ello, como cubriéndote bajo el manto de Dios.
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o
EN ESPERA DE ALGO
Debemos estar vigilantes. En espera de algo. Es importante “cumplir” con mi
oración y “ esperar algo de ella”. Cumplir con mi oración es mi obligación. Suelo
hacerlo. Pero, ¿espero algo? Y, sin embargo Dios ha hablado y ha insinuado que
debo esperar algo. “ Yo te conduciré a la soledad y ahí te hablaré al corazón”
(Oseas 2,14). “Zaqueo desciende. Es necesario que yo me aloje en tu casa” (Lc
19,5). “Simón, tengo algo que decirte” (Lc 8,40). “Si alguno me ama.. Yo lo amaré,
y me manifestaré a él” (Jn 14,23).
Por eso es bueno reafirmar que se espera en algo pidiendo una gracia: Habla
Señor, que tu siervo escucha”. “Muéstrame tu rostro”. “Que tu voz resuene en mis
oídos”. “Ven, Señor Jesús”. “Entra en este mi jardín, tu jardín”. Todo esto lo digo
despacio, sin apurarme, ni inquietarme, dejando momentos de silencio.
Puedo invocar la asistencia del espíritu Santo, quien desde lo más hondo del
alma nos dispone para orar. Es verdad que estaré, cuando oro, delante del
Invisible, delante del que está ”más allá de todo”, y que “no sé orar como
conviene” (Rom 8,26). Por eso es necesario invocar al Espíritu de Dios. Yo seré su
“templo”. Él no estará inactivo en mí. “Él intercede en nuestro favor con gemidos
indescriptibles”. “Él intercede por los santos”, es decir, pide por los bautizados;
por lo tanto pide por mí. “Él viene a socorrer mi debilidad”. “Él me hace gritar:
Abba (papá)”. “Él se une a mi Espíritu para atestiguar que soy hijo de Dios...”
Todo esto es maravilloso! Y, ¿No me será permitido esperar algo?
Hay que recordar que en la oración no se trata de hacer muchas cosas, de pensar
mucho, sino en sentir internamente, y gustar.
A estas alturas, alguien podrá decir que si hago estas cosas para empezar la
oración, nunca voy a llegar a la oración misma. Y pasaré todo el tiempo en
calmarme y ponerme en la presencia de Dios. Sin embargo, cuando una persona
quiere encontrar gusto en la oración debe comenzar tomando el tiempo necesario
para hacerlo. Cuando este proceso de calmarse y ponerse delante del Señor se
haya hecho un hábito (es decir, que nos hayamos acostumbrado a hacerlo),
descubriremos que podemos hacerlo con facilidad y en menos tiempo. Al
comienzo, quizás ocupemos todo el tiempo en eso. No nos preocupemos por ello:
el disponernos delante del Señor ya es oración. Y es ésta la que nos hace ver
nuestra vida y nuestra acción bajo otra luz, la luz de Cristo que ilumina a todo
corazón con la felicidad y la paz.
o
DELANTE DE ALGUIEN...
En las sinagogas está escrita esta advertencia que también vale para mí: “Date
cuenta delante de quién estás” Aquel “delante de quien estoy” es el Señor. No
estaré delante de un tema, delante de un libro.
El Evangelio me ha enseñado que Dios ve en lo secreto, que está en todas
partes... Ahora, sentado o de rodillas, o en otra posición corporal que me ayuda,
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trato de hacer este acto lleno de sencillez: ¡Ponerme en presencia de Dios!
Delante de Alguien..., Alguien que esta de veras aquí...y que realmente me
escucha...¡Porque me ama...!
Para ponerse delante de Dios, no basta la imaginación; necesito la fe. para
ejercitarla en este momento, vale decir lo que creo: Tú estás aquí, Señor, lo creo.
Tú me ves; todavía más: Tú me contemplas... Tú me escuchas realmente, lo creo.
Tú me amas, y yo soy alguien para Ti, importo ante tus ojos, lo creo. (Digo todo
esto con calma, sin apurarme y como me vaya saliendo)
Luego, si sé que tú estás aquí, debo andar ante ti como andaría frente a cualquier
persona de gran importancia. como ante quien eres. No puedo estar en cualquier
postura, ponerme a bostezar o actuar como si estuviera solo. Tampoco es lógico
que me distraiga porque quiero, y que no trate de permanecer atento a la persona
que está conmigo. Date cuenta delante de quién estás.
Y CON MARÍA
Encomendamos siempre cualquier trabajo de oración a la Santísima Virgen
María. Ella es la que “guardaba todas estas cosas en su corazón”. Es decir, es un
modelo de oración. Y también animó a los apóstoles aguardando el don del
Espíritu en Pentecostés.
3. LECTIO DIVINA
Vamos ahora a realizar juntos una lectio divina en voz alta, cosa de que vayamos
aprendiendo a hacerla después cada uno en la intimidad de su oración. La idea
es que aprendamos a hacerla sistemáticamente, porque si lo dejamos al acaso, no
edificará. Vamos a tomar un texto del evangelio de Marcos, muy sencillo y
tremendamente significativo. Se trata de la curación de Bartimeo, el hijo de
Timeo. Sigo muy de cerca un comentario de B. Olivera, OCSO.
o
LECTIO
Después de invocar al Espíritu Santo procedemos a leer calmadamente el texto:
"Llegaron a Jericó. Mas tarde, cuando Jesús salía de allí, acompañado por sus
discípulos y mucha gente, el hijo de Timeo (Bartimeo), un mendigo ciego, estaba
sentado junto al camino. Al oír que pasaba Jesús, el nazareno, comenzó a gritar:
'¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!' Y muchos lo increpaban para que
callase, pero él gritaba mucho más: '¡Hijo de David, ten compasión de mí!' Jesús se
detuvo y dijo: '¡Llámenlo!' Y llamaron al ciego diciéndole: '¡Ánimo! levántate, que te
llama'. Él, arrojando su manto, saltó y se acercó a Jesús. Jesús le dijo: '¿Qué
quieres que haga por ti?' El ciego respondió: 'Maestro, que yo vea.' Y Jesús le dijo:
'Vete, tu fe te ha salvado.' Al punto recobró la vista y seguía a Jesús por el camino"
(Mc 10, 46 – 52).
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Vamos ahora a recorrer la lectura, intentando acogerla y aplicarla a la propia
vida. Para ello, hay un principio fundamental. Debo creer que lo que estoy
leyendo no es una historia pasada y ajena. Es la historia de mi vida, o de un
momento de mi vida, de lo que me está pasando ahora... “Hoy se cumple esta
palabra”, dijo Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm. Es una palabra para el día de
hoy. Es un llamado dirigido al hombre, a mí, para encontrarme con Cristo y para
que viva para él y no para mí mismo. Debemos acercarnos a la Palabra para
hacer una alianza. Si leo superficialmente la Palabra, Dios es un él. Si lo leo con
fe, es un Tú, es decir, alguien que me habla y yo que le contesto.
Vamos a focalizar nuestra lectura en torno a tres personajes: Bartimeo, Jesús, y
la gente (grupo de discípulos y la multitud). La idea será ir penetrando la palabra
escrita hasta llegar a su fondo. Eso significa “dabar”, en hebreo, es lo que está
oculto en el fondo de las cosas. Es una semilla.
Contexto bíblico: Jesús está por entrar a Jerusalén. En esta sección tres veces
Jesús dice que va a Jerusalén y lo que va a suceder: escarnio, cruz y muerte. En
este contexto Jesús dice: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí
mismo , tome su cruz y sígame”.
1. BARTIMEO
Bartimeo: Espero que sintamos a Bartimeo como amigo. Al hacernos amigos de
los personajes de la Biblia, el camino de la mente al corazón se hace más
expedito. De Bartimeo no sabemos mucho más que lo que hemos oído ahora.
Bartimeo es la persona central del relato. Es el actor principal. En otros milagros
de ciegos, ni siquiera se les nombra. Aquí aparece el nombre, por lo tanto era
importante en la comunidad. Un modelo.
Bartimeo es ciego, está sentado, al borde (al margen) del camino. Luego será
vidente, en movimiento, y por el camino. El tema es la transformación
experimentada. ¿Cómo sucedió la transformación? La clave está al final: “Tu fe te
ha salvado”. Hubo un acto de fe. La fe no consiste en creer algunas ideas, sino
en un ponerse de pie, un movimiento, un éxtasis, un salir de lo propio, ir más
allá de nuestras propias fronteras, de nuestras limitaciones. La transformación
de Bartimeo comenzó por un salto de fe, un éxtasis de amor.
¿Cómo se produjo esta fe? Vemos en el texto que le informan al ciego que Jesús
está pasando. Bastó eso para que comenzara a gritar. Cuando lo increpaban,
gritaba más fuerte. ¿Qué es este grito? ¿Por qué grita? ¿Por qué lo quieren hacer
callar? El grito de Bartimeo es una oración. Al saber de Cristo que va cerca, ora.
Ruega. En esa oración gritada, reconoce a Jesús como salvador. Al seguir
gritando nos dice que la oración es y debe ser insistente. Que habrá quien la
quiera acallar, pero que no se puede abandonar. Él no se va a dejar arrastrar por
las turbas, por las muchedumbres, hoy diríamos, por las encuestas de mayorías.
Todos lo hacen, todos lo dicen... Aquí Bartimeo está proclamando su fe en Jesús.
Sólo él lo puede salvar. ¿Quién puede hacerlo ver sino Dios?
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Al ser llamado, deja el manto. Hace lo mismo que los discípulos de la primera
hora. Además, da un salto que evoca también el sí generoso de los primeros
discípulos: “Al instante lo dejaron todo y lo siguieron”.
Pero luego la oración de Bartimeo cambia. Está delante de Jesús y ya no grita.
Sólo dice: – menos mal- “Maestro, que vea”. María Magdalena también lo trata así
como “Rabuní”. Es un reconocimiento respetuoso, humilde. La oración de
Bartimeo ahora es un susurro de intimidad.
Jesús le dice que vuelva a su casa. Pero él se pone a seguirlo. A todos los que
Jesús sanó los envió de vuelta. Y lo hicieron. En cambio Bartimeo insiste en
quedarse con él. ¿Por qué Jesús lo despedía? Seguramente por respetar su
libertad. “Yo te curo pero tú haces luego lo que quieres. No te sientas obligado”.
Él no obliga a nadie a seguirlo, ni siquiera si le debían un favor tan grande.
Precisamente, el seguimiento de Cristo requiere una gran gratuidad. Estamos con
él independiente de cuánto hemos recibido de él. “No me mueve Señor para
quererte...” Pero Bartimeo quiere seguir con él. Es un auto llamado.
Y lo siguió por el camino, es decir, la fe de Bartimeo se transformó en acción. Su
oración pasó a ser existencia, y existencia en la que compartió con Jesús su
destino. Bartimeo no sólo recobró la vista sino que siguió a Jesús por el camino.
Probablemente no sabía mucho hacia dónde iba Jesús. Los discípulos sí, y por
eso lo seguían muertos de susto.
2. JESÚS
Veamos lo que sucede con Jesús. Él no es el actor principal. Es poco lo que dice o
enseña. Y no hizo nada! Sin nos fijamos bien, no hizo nada. Él va resueltamente
hacia Jerusalén. Nada ni nadie lo detiene. Sólo un ciego...
Tres veces habla: lo primero que dice es “llámenlo”. Esta sencilla palabra hace
cambiar de actitud a los que acompañaban a Jesús: los discípulos y la
muchedumbre. Primero insultaban al pobre Bartimeo para que se callara. ¡Cómo
serían esas increpaciones, de sólo imaginar los gritos del ciego... Pero una
palabra de Jesús y se ponen mansos. Y le dicen: ánimo, ya te lo decíamos...
Jesús transforma el entorno. Y nada peor que los entornos, el séquito de los
grandes personajes. Y nosotros somos el entorno de Cristo...
Luego pregunta a Bartimeo: “¿Qué quieres que haga?” Otra vez a unos discípulos
les preguntó lo mismo y respondieron Santiago y Juan: “Bueno, que nos pongas a
tu derecha y a tu izquierda”. Claro la mamá estaba pidiéndolo... Bartimeo
responde tan distinto: “que vea”. Es decir, está pidiendo que comprenda Su
Palabra. La pregunta de Jesús tiene una intención: quiere que uno explicite la fe.
Lo que Bartimeo había dicho con gritos, ahora debía ser más consciente:
“piénsalo bien”.
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Finalmente, le dice “Vete”. Lo que dice siempre Jesús después de un milagro. Es
la gratuidad de Dios. Cuando ésta se percibe, cuando sabemos que Dios nos deja
en libertad, podemos con libertad donarnos enteramente a Él.
3. EL GRUPO
Hay un grupo que nos representa a nosotros. Es el de los discípulos y la
multitud. Marcos lo que nos ha querido decir en este texto es atención ustedes,
los del séquito. Atención lo que hacen con los que están al margen. Atención con
lo que hacen con los que no son de “su” grupo. Tres veces actúa este grupo, mejor
dicho, tres veces actuamos nosotros en esta página:
Primero informa a Bartimeo. Observen lo que está diciendo Marcos de nosotros.
Que somos unos meros informantes. Informamos sin mayor interés, sin
compromiso, que Jesús va a nuestro lado. No implica compromiso, es una simple
neutralidad... Con eso no somos capaces de entibiar el corazón de nadie. Somos
unos “mata pasiones”.
Luego, insultan, increpan. Pasamos de la neutralidad a la hostilidad. Nos molesta
el ciego. No es de los nuestros, así que duro con él. Llama a Jesús, lo invoca, pero
de una manera diferente a como lo hacemos nosotros. No nos obedece, entonces
hay que taparle la boca. Es un enemigo. Habían hecho lo mismo un rato antes
con los niños y no habían aprendido nada. Lo hicieron también con Zaqueo,
Pero después nos convertimos en mediadores. Éramos una muralla, pero ahora
“ánimo, levántate... ya te lo decía yo...” Y qué nos dice Bartimeo a nosotros.
¡Ustedes, manga de cobardes, que quieren los primeros puestos, que no ven
nada, que no saben de la gratuidad del Maestro, no saben de la libertad para
seguir a Jesús... aprendan que lo primero que hay que hacer es gritar la fe. La fe
ha de ser proclamada a gritos. Y mientras más obstáculos, mientras más
persecución de los “buenos”, (la peor de todas)... hay que gritar más fuerte.
Exactamente lo contrario a lo que solemos hacer, que cuando hay dificultad, nos
abatimos, es mejor esperar, no es oportuno... no está el tiempo para bollos.
Bartimeo nos enseña cómo vivir la fe. Si te conozco, te amo, si te amo, te
proclamo. Hasta la muerte te sigo. Bartimeo sigue a Jesús con su cruz, la de
Jesús.
o
MEDITATIO
La meditación consiste en llevar la lectura al corazón. Si la lectura ya tenía algo
de aplicar la Palabra a mí, ahora se trata de aplicarlo a lo más hondo de mí
mismo. Se trata de dejarse conmover espiritualmente al develar el misterio oculto
de la Palabra. Es posible que cuando hacíamos la lectura, ya de alguna manera
sentíamos que esa palabra estaba hablando de mí y podía sentir cierto
estremecimiento espiritual (no emoción sentimental). Eso era ya meditación. La
conmoción espiritual puede encontrarse en el corazón como compunción,
gratitud, júbilo, serenidad... don de lágrimas. La emoción de encontrar el
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significado hondo de las palabras. Es un gusto espiritual. Éste parte cuando,
como María, me pregunto “Qué significa este saludo” (Lc 1, 29) y prosigue en el
“guardaba todas estas cosas en el corazón” (Lc 2, 19).
La meditación no será entonces levantar una suma teológica, con conclusiones,
derivaciones, objeciones y contra objeciones. Simplemente se trata de que el
corazón participe en esta aventura. Para ello una ayuda es la memorización. Es
bueno llenar el corazón de textos. El Magnificat de la Virgen es como la explosión
de un alma que estaba saturada de textos bíblicos. Eso se logra de rumiar y
rumiar los textos. Eso hace que la lectura sea constante.
Puede ser que muchas veces no hay esa reacción sensible. El texto puede no
decirme nada. puedes estar ante un silencio de Dios. Y todo diálogo consta de
silencios. Nada más desagradable que esas personas a las cuales hay que
interrumpirlas para tratar de decir algo. Dan tan mala impresión. Los silencios
son saludables. Será una oración desde nuestra pobreza.
o
ORATIO
Ciertamente todo lo que hemos hecho hasta ahora ha sido oración. Pero todo lo
que hemos hecho debe llevarnos a una forma más intensa de oración. ¡Cuán
grande eres Señor! (Salmo 104, 2). Puede llegar una fase de exultación: David
parecía demente bailando; Ana parecía ebria. No debemos buscar ello, pero si
llega no debemos ocultarlo. Sigue luego una fase de estupor, de maravilla.
Dejamos que la oración suba como el incienso. Coloquio tranquilo con el Señor.
Busca estar más cerca de él. No tanto los consuelos de Dios, sino el Dios de los
consuelos. Es cada vez más silente.
o
CONTEMPLATIO
Aquí ya no hay pensamiento, solo amor. Estamos en la presencia de Dios. Aquí ya
no les puedo decir nada. cada uno puede descubrir lo que hay. Es una
experiencia intransferible. Es estar orando sin saber que se está orando. Absorto
en Dios.
4. EL EXAMEN DE CONCIENCIA
El examen de la conciencia es un modo de oración que debiera estar siempre
presente en la vida del cristiano. Es una herramienta sumamente poderosa para
quien quiera progresar en la madurez cristiana. Vamos a presentarlo en esta
oportunidad echando mano al artículo del p. Guido Jonquières, S.J., publicado
en La Revista Católica.
QUÉ ES EL EXAMEN DE CONCIENCIA
Aludir al examen de conciencia puede sugerir inmediatamente esas listas de
preguntas que suelen servir para preparar la confesión. En efecto, normalmente
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nos damos cuenta si hemos pecado, si hemos cometido una falta moral. Pero
como a veces la conciencia está un tanto adormilada, recurrimos a la lista de los
diez mandamientos, a estas listas de preguntas para recordar qué he hecho. Y
son muy útiles, porque nunca falta en nuestra conciencia algún punto ciego,
como lo tenemos en el fondo del ojo, en el lugar de donde parte el nervio óptico.
Entonces de vez en cuando es bueno inquietarse: “¡No observo mucho este
campo! ¿Qué pasa allí?” San Francisco de Sales señalaba cómo algunos son
escrupulosos en la castidad pero practican sin empacho la difamación, o al revés.
Puedo yo tener una piedad notable y ser ciego en cuestiones de justicia, o al
revés. Entonces he de hacer el esfuerzo de examinarme mejor en el campo moral;
y si no lo veo así, me acompañante puede ayudarme a ver más claro. Para eso son
esas listas de preguntas que me ayudan a aflorar lo que he hecho y que tal vez no
he visto con nitidez.
Sin perjuicio de que todo eso es muy útil y necesario, lo que aquí vamos a
presentar es algo más que eso y se orienta a llegar más adentro, más profundo.
Este intento nos llevará a superar una cierta superficialidad en nuestra oración o,
lisa y llanamente, una actitud de perfeccionismo o narcisismo, que son actitudes
muy auto referentes y que por lo tanto no representan una sana espiritualidad
cristiana.
El examen de conciencia del cual hablaremos lo podríamos llamar examen de
“toma” de conciencia, u oración de “vigilancia”. Porque no se trata sólo de
detectar lo que hice de malo, sino de discernir la raíz de esos actos. Los Padres
del desierto enseñaron a discernir los “espíritus”, es decir, ellos se preguntaron
“por qué hice tal o cual cosa”, “de dónde me viene a mí eso por lo cual he actuado
de tal o cual manera”. La pregunta es ¿qué espíritu me ha movido? ¿El Espíritu
de Dios o el Adversario que san Ignacio llama “enemigo de la naturaleza
humana”? ¿Actúa en este momento lo mejor de mí, bajo la acción de la gracia, o
lo peor de mí? ¿Hacia dónde me llevará ese espíritu?
Con lo que sale de ahí se va donde el padre espiritual. Él nos ayuda a ver más
claro. Debe ayudar no sólo a rectificar nuestro comportamiento sino a descubrir
las actitudes de fondo, los espíritus. Si uno no bucea en su alma, ¿con qué va
donde su padre espiritual? Con anécdotas, pero no con un análisis de fondo. Así
toda su vida será superficial, no habrá vida interior. Tampoco habrá progreso. Al
padre espiritual le llevo lo que vivo en profundidad: un conflicto interior, una
tensión o, al contrario, una experiencia de paz, de gusto espiritual, de alegría; y,
sobre esta base, me irá enseñando a reconocer lo que es regalo del Señor, lo que
es ambiguo o ilusorio, lo que necesito trabajar con paciencia y esfuerzo. Es
hermoso poder hablar con alguien competente para que nos diga: ¿no ves ahí el
dedo de Dios? O ¿no recuerdas que ya viviste lo que te está pasando? ¿No
percibes lo que hay de engaño en esta tu ocurrencia? ¿No vislumbras la
inclinación peligrosa? Desde luego, allí hay que hablar con verdad, o sea no sólo
haber hecho el examen, sino atreverse a decir lo que pasa. El ser veraz con uno
mismo lleva a serlo también con quien nos puede ayudar.
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Para todo ello vamos a recorrer un camino. Comenzaremos por enseñar el modo
ignaciano del examen de conciencia, tanto el examen general o el particular; a
partir de ahí habrá que ir avanzando ojalá hasta poder reconocer los espíritus y
discernirlos.
UN MODO PRÁCTICO: LOS CINCO PUNTOS QUE PROPONE SAN IGNACIO
Mucha gente, para hacer el examen de conciencia utiliza la pauta propuesta por
san Ignacio de Loyola en sus Ejercicios espirituales. Él plantea un examen en
cinco puntos, que es una especie de “miniliturgia” personal y cotidiana.
1. Pido al Señor su gracia para ver claro en el día o el período corto recién
vivido.
2. Doy gracias por los beneficios recibidos en ese lapso: alguna gracia, un
encuentro favorable, algo que me salió bien, etc.
3. Examino lo que no ha estado bien. Antes de hablar de pecado, es bueno
que me fije primero en lo que Dios esperaba de mí para ver luego cómo he
respondido a su deseo.
4. Entonces pido perdón por mi respuesta mala o insuficiente.
5. Me propongo la enmienda que corresponde.
Volvamos brevemente sobre los puntos 2º al 5º. Dar gracias, no ser
malagradecido ni verlo todo negro por falta de observación. No se trata de
vanagloriarse, sino de alabar a Dios por los dones recibidos. Como la Virgen
María que dijo: “has hecho en mí grandes cosas” y no “yo he hecho grandes
cosas”.
En el 3º punto, trato de observar qué interpelaciones o invitaciones del Señor me
han llegado, sea mediante algún acontecimiento externo (un servicio que prestar,
una persona que atender, una contrariedad que superar…) o por una moción
interior (deseo de orar, de trabajar fielmente, de algún desprendimiento…). En mi
falta de respuesta, no descubro entonces solamente pecados “de catálogo”
vagamente identificados y rutinariamente repetidos, sino infidelidades o
indelicadezas muy personales y concretas. No sólo malas acciones, sino
tendencias mal orientadas, inclinaciones desordenadas, señales del mal espíritu
que resiste en mí a la acción de Dios.
En estas condiciones, el 4º punto y el 5º salen también de la vaguedad de saberse
pecador y de desear alguna enmienda. Cada uno descubre con mayor exactitud y
profundidad “dónde le aprieta el zapato” y cómo puede en este preciso momento
de su vida dar un paso adelante en el seguimiento de Jesús y la obediencia a la
voluntad del Padre.
Cito ahora algunos ejemplos muy simples para mostrar cómo se puede enriquecer
el tercer punto y, a partir de allí, el 4º y el 5º. No basta con decir: “Fui grosero con
un compañero”, o: “Comí demasiado durante el almuerzo”. Naturalmente hay que
pedir perdón por estas cosas, pero uno puede también preguntar: “A ti, Señor,
¿qué es lo que te interesa?” O bien, “¿qué es lo que Tú hoy me has mostrado
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como Tu voluntad, no escrita en letras mayúsculas en tu ley, sino en minúsculas
en el desarrollo cotidiano de mi vida actual?” Si he percibido algo de esto, “¿Cómo
he reaccionado? ¿He querido hacer lo que Tú me mostrabas? ¿Lo he hecho? ¿O
me he hecho la “mosca muerta” y no he respondido?” Una vez arrepentido y
habiendo pedido perdón, paso al 5º punto que consiste en prever modestamente
cómo, en el día o el breve período que tengo por delante, voy a rectificar mi
actitud de fondo y mi comportamiento concreto, en el campo que he visto
deficiente. Ahí es donde cabe un propósito preciso y adecuado.
EL EXAMEN PARTICULAR
Al practicar el examen de conciencia general, con sus cinco etapas, practicándolo,
percibo a veces un punto más álgido en el cual el mismo Señor me atrae la
atención, algo que no ha estado bien durante algún tiempo. Entonces, varios días
seguidos y dentro del examen general, prestaré especial atención a ese punto.
Veamos un ejemplo. Siento un malestar por el uso que doy con el tiempo. No lo
aprovecho bien, no me alcanza para hacer lo que quiero hacer, soy
constantemente impuntual y pierdo el tiempo. Ahí aplico el examen particular
durante unos diez o quince días. Cada día observo con más cuidado ese aspecto.
Tomo medidas, limito el tiempo de descanso, de recreo, de TV., etc. A los pocos
días desaparecerá el descontento. Para poder avanzar mejor en el punto
particular, S. Ignacio propone que uno alerte la conciencia desde temprano en la
mañana poniendo en manos de Dios el buen propósito que Él mismo inspiró.
Durante el día, si uno falla, usa una pequeña señal secreta que ayuda a registrar
el hecho, y al mediodía y en la noche repasa las horas recientes diciendo algo así:
“Señor, a pesar de mi buena voluntad, fallé dos veces, te pido perdón. Dame tu
gracia para que el próximo medio día, mi esfuerzo resulte mejor”. Mi experiencia
es que, si el punto ha sido bien elegido, el cambio se produce, tal vez no definitivo
pero por bastante tiempo. Habiendo aprendido, uno se anima a renovar la
experiencia, porque comprueba que Dios no nos abandona en nuestros defectos
si somos un poco ingeniosos para luchar contra ellos. La caridad sale ganando.
Se encuentra frecuentemente a gente que dice: “Siempre me confieso de lo mismo
y sin avance. ¿Para qué continuar?” Experimentan un descontento permanente o
ceden finalmente a una resignación demasiado pasiva. Pienso que muchas veces
lo que falta es determinar cuál es exactamente el problema para atacarlo en su
raíz. El examen particular ayuda para ello. No logra cambiar un temperamento,
pero sí lleva a aprovecharlo mejor para bien y no para mal, o por último a ser más
paciente con uno mismo pero no tan consentido con el primer impulso. Vale la
pena no sólo aprender sino enseñar esa forma de examen; pero ¡cuidado! no sólo
como una táctica hábil sino como un modo de oración fecundo. No se trata de
autodisciplina sino de sumisión a la acción de Dios.
LOS TIEMPOS PARA HACER EXAMEN
El examen de conciencia exige cierta regularidad. Todos los días, quince minutos.
Sin ser cuadrados. Hay días que estaremos más vigilantes, otros menos.
Deberemos evitar tanto la superficialidad como la obsesión por algunos aspectos
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a expensas de otros campos de nuestra vida. A veces, le diremos al Señor: “¡Hoy
no veo claro en mí! Siento que algo no va bien, ayúdame a ver qué pasa”.
Entonces podrá ser útil detenernos algo más y tal vez escribir. Hay ocasiones en
las que se recomienda escribir.
El examen, pues, es una cosa extensible o reducible. Es bueno hacerlo cotidiano.
Pero hay que reconocer que los cinco puntos cumplidos ritualmente cada día
pueden ser pesados para algunos temperamentos. Hay que probar y saber variar:
dar énfasis a la acción de gracias durante un tiempo; o dar énfasis en pedir la luz
del Señor para ver dónde están las fallas, mirarlas y pedir perdón; o dedicarse
más a prever el día siguiente o la actividad apostólica que toca el fin de semana,
etc. Si alguien se da cuenta que al terminar el día, lo único que quiere es dormir y
abandona el examen, le recomiendo que busque otra hora, por ejemplo que
postergue el examen para la mañana del día siguiente y comience la oración de la
mañana con el examen del día anterior, sin olvidar no obstante la oración con la
palabra de Dios. El asunto es no dejar esto totalmente a la improvisación, porque
ni la rutina muy mecánica resulta, ni la improvisación tampoco.
EN LA SEQUEDAD
Hay épocas de la vida en que uno experimenta mucha sequedad y le cuesta toda
concentración. Entonces el examen de conciencia a veces transcurre
prácticamente en blanco. Esto atañe no solamente al examen sino a toda la
oración. ¿Qué se recomienda en ese caso? No vivir eso solo, hablar de ello con el
acompañante espiritual, pero también intentar reaccionar tomando en cuenta lo
siguiente: la sequedad proviene a veces de una falta de atención a la vida real; la
mente se vuelve muy abstracta y todo pensar es ingrato. Prestemos más atención
a nuestro corazón, a nuestras relaciones con los demás, a nuestros centros de
interés espontáneo… y tal vez descubramos que estamos íntimamente enojados
con alguien, enredados en lo sensible… y es eso lo que esteriliza nuestro espíritu.
Otra opción, si lo anterior no da resultado, es adoptar la actitud del pobre,
porque pobres somos todos ante Dios. Digamos: “Señor, no sé orar. Me da pena.”
Cuando le digo eso al Señor, mi pena es oración. Es oración de pobre, oración
verdadera. Una vez una religiosa contó: “En una época, me sentía muy vacía
cuando quería hacer oración… El padre Fulano, que me guiaba, me dijo: ‘¿Por
qué no le presentas al Señor el cántaro vacío?’ Pues ¡así lo hago y me va muy
bien!” Otra vez uno puede decir “pide al Espíritu Santo que venga a orar en ti.” El
examen puede ayudar a aterrizar al que se pierde en la abstracción y él, hecho
consciente de su situación, puede acudir a quien le ayude a desbloquear un poco
su sensibilidad, imaginación y creatividad espiritual.
EXÁMENES SECTORIALES
Uno no está condenado a hacer el examen siempre de la misma manera. Así,
podemos también hacer “exámenes sectoriales”. En efecto, en un momento dado
puedo preguntarme ante el Señor, o mejor aún, preguntarle a él: “¿Cómo andan
mis estudios?” En otro momento, “¿cómo está mi apostolado? ¿Cómo lo preparo,
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cómo lo vivo, cómo lo reviso?”; en otro momento, “¿cómo están mis relaciones con
los hermanos, o con los compañeros de curso?”.
Este modo de orar puede practicarse también a partir de la lista de los Diez
mandamientos o de los pecados capitales, o de las virtudes cardinales o también
de las virtudes morales. Igual, puedo hacer examen sobre mi uso de los cinco
sentidos: “¿Qué miro y cómo miro?” o bien “¿Qué escucho y cómo? “¿Qué uso
hago del gusto, no sólo con el alimento, sino con la música, los temas de estudio,
la naturaleza?”… Doy gracias por lo que va bien, pido perdón por lo que está
torcido, busco clarificar el uso de mis sentidos con la gracia de Dios. Otra
variante es hacer el examen en torno a los miembros de la comunidad, o los de mi
familia, o los de un equipo de trabajo: ¿Cómo me relaciono con cada uno de ellos?
¿No me acostumbro a la rutina de simpatías o antipatías demasiado impensadas?
¿Soy muy mandón? ¿Soy muy influenciable? En fin, hay muchas cosas que
observar ahí y no sólo observarlas desde el punto de vista de la eficacia, sino
desde el punto vista de mi fidelidad íntima a Dios en la misión que me ha
confiado.
LA ACTITUD CONTEMPLATIVA
Hemos visto que el examen sirve para algo más que descubrir y confesar pecados.
Sirve muchas veces para prevenirlos. Pero no queremos quedarnos sólo en eso.
Hay otra finalidad aun más fundamental: acoger con fe y gratitud la acción de
Dios sobre nosotros y la revelación que nos hace de Sí mismo y de nosotros
mismos. Para ello se debe poner énfasis en el punto de la gratitud. Agradecer lo
que hemos vivido enseña poco a poco a desarrollar una actitud contemplativa o
receptiva frente a la vida. En vez de una encuesta sistemática sobre mis
insuficiencias, contemplo lo bello, lo grande, lo noble que Dios me ha mostrado o
regalado. Es sacar del anonimato a Dios, que ha estado detrás de todo eso. Y
diremos: “Si el Señor me ha bendecido con esto, entonces esto es un camino de
vida para mí; si esto me ha resultado, entonces puedo tener esperanzas de que
me resultará de nuevo o me permitirá otros avances en el amor y servicio al Señor
y a mis hermanos”.
Esta actitud abre un camino de esperanza. Hay una cuota de ejercicio, de
entrenamiento, de ascética. Pero es sobre todo algo místico, aquello que tiene que
ver con el misterio. Pues en eso Dios nos toca hondamente. Y este examen es
primero que nada místico, porque nos enseña a mirar a Dios primero, sus
regalos, sus iniciativas y luego veo cómo le respondo. Cómo voy a saber cómo le
he respondido si antes no sé a qué me ha invitado?
¡Qué importante es entender el examen como toma de conciencia! Pero una toma
de conciencia que está llena de gratitud. Esto nos lleva a un encuentro de amor
con el Señor. Yo percibo mejor Su amor y le devuelvo amor con ganas. Esta
contemplación lleva a entregarse totalmente a Dios, con fe y esperanza, para
amar como Él ama, para servir como sirvió Jesús.
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AHONDAR EN EL DISCERNIMIENTO
El examen nos prepara para situaciones más especiales en que hay que hacer un
discernimiento más a fondo. Por eso no nos contentamos con observar los hechos
sino que buscamos el origen interior de los hechos. El origen de los hechos es lo
que llamamos las mociones, los espíritus. El examen no es sólo tomar conciencia
de que me enojé esta mañana, de que flojeé una hora, de que estuve invadido por
malos pensamientos durante una parte de la tarde sino que voy a tratar de ver de
dónde nació eso, qué es lo que lo pudo haberlo provocado, qué es lo que me
movía interiormente y en qué dirección. Esto es lo que se llama reconocer las
mociones, que son impulsos interiores, como la ira, la envidia, la lujuria, la
pereza, o como la compasión, la generosidad, etc. Estamos hablando ahora de
detectar las mociones e identificarlas, es decir, discernir si son buenos o malos
espíritus. Esto es todo un arte. Los Padres del desierto eran expertos en
reconocer cuán bueno o cuán malo era un “pensamiento” aparentemente bueno.
Es que sucede en esto que no todo lo que brilla es oro. Hay acciones
aparentemente buenas que fueron movidos por un mal espíritu. Hacer la caridad,
por ejemplo, es algo bueno pero que puede estar movido por un mal espíritu,
como puede ser la vanidad. Hablar golpeado puede ser duro y malo
aparentemente, pero puede estar movido por un buen espíritu: corregir al que
yerra, por ejemplo.
Suele suceder – especialmente en las personas generosas- que a veces el mal
espíritu se presenta revestido de bien. Ya lo decía S. Pablo: el diablo se viste de
ángel de luz. Un ejemplo: un joven que había trabajado como misionero asociado
en el Chad quiso entrar en la Compañía. En el mes de ejercicios del primer año
de noviciado, el padre maestro vio que no era para la Compañía y se lo dijo. Él
contestó: “Si es así, vuelvo al Chad.” Nuevamente, el maestro le hizo ver que no le
convenía porque se exigía más de lo que realmente podía. Volvió al Chad y, pocos
meses después, le escribía al maestro de novicios que estaba muy decepcionado
con la Iglesia. El maestro comentó: “Ahora está descontento con la Iglesia. En
unos meses más va a estar descontento con Cristo. Y poco después, capaz que no
crea en Dios.”
La experiencia muestra que este tipo de evolución se da. El tentador, viendo que
no nos puede engañar con una propuesta mala, nos confunde con el cebo de algo
muy bueno pero superior a nuestras fuerzas y termina echándonos abajo. A
cualquiera le pasan cosas de este tipo, aunque en menor escala. Un día, se me
ocurre: voy a visitar a tal persona, y parto a verla. Pero si miro bien, fue una
manera de hacerle el quite a una tarde de estudio. ¡No era tan noble y puro mi
proyecto! Por eso, aun cuando nuestras intenciones parezcan buenas, no demos
automáticamente por sentado que lo son. Aprendamos de la experiencia para ser
más avispados en otra oportunidad.
Cuanto más importante sea una decisión, más debe ser puesta a prueba. Esa es
tarea de los padres espirituales.
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Por eso, cuando uno practica el examen, no se fija solamente en el hecho sino
intenta reconocer cómo se produjo, de dónde me nació y, sobre todo, en qué
dirección apunta. Por ejemplo, si siento gozo interior ante la perspectiva de un
encuentro, se trata de una moción significativa. No tengo por qué desaprovechar
este gozo interior. ¿Por qué destapar el perfume y dejar que se evapore? ¿Por qué
tomarlo en broma y no examinarlo interiormente en diálogo con el Señor,
buscando qué significa, qué frutos puede dar? Hay que saber aprovechar un
momento así, reconocerlo primero y aprovecharlo para avanzar en algo, o para
ponerse alerta ante una actitud poco clara, ambigua.
Reconocer el espíritu que nos inspira y nos guía, por debajo de nuestros
pensamientos propios, se hace en el fondo gracias a un criterio muy simple. Dios
crea, siempre hace crecer el ser. Dios da el ser y lo hace crecer. También Dios
sana. El mal espíritu, en cambio, trata de entorpecer este crecimiento y de
hacerlo imposible. Así pues, cuando observo en mí una moción, una inclinación,
una orientación que me hace crecer, o que apunta a sanarme interiormente, no
puedo dudar de que Dios esté obrando. Cuando percibo lo contrario y noto en mí
un retroceso, debo andar precavido. Allí puedo a veces reconocer el resultado de
una negligencia mía, pero si no fui negligente, está actuando el mal espíritu, el
Adversario, tratando de arruinar la obra de Dios en mí. Ese criterio es al mismo
tiempo muy general y bastante concreto. Supone, sin embargo, que la conciencia
esté suficientemente formada para no llamar burdamente crecimiento lo que es
deterioro o viceversa.
Los padres del desierto observaron también cómo evolucionaba un “mal
pensamiento”: primero, se asoma sin que lo queramos y en eso no hay pecado,
luego podemos comenzar a considerarlo interesante (a “pololearlo”) y eso es
peligroso porque nos puede llevar a consentirlo; el consentimiento ya es pecado.
Finalmente, dándose la ocasión, podemos llevar a cabo el mal pensamiento (la
moción mala) y hasta acostumbrarnos a hacerlo, con lo cual nos enviciamos.
Esos malos espíritus o mociones están siempre latentes en nosotros. Todos
tenemos en nosotros algo de envidia, celos, avaricia o apego, de codicia, de ira,
etc. Puede que ese algo no esté activo, pero puede que en algún momento se
desencadene y dé frutos malos.
EL EJEMPLO DE LA VIRGEN MARÍA
Al mencionar lo importante que es la atención, quisiera recordar lo que en el
evangelio de san Lucas se dice de la Virgen María. Ella es realmente para
nosotros un modelo. Ustedes podrán ir a ver en su Nuevo Testamento Lucas 2,
19, en la visita de los pastores, y 2,51, cuando el niño se ha quedado en el templo
y lo reencuentran. Allí se dice dos veces que “la Virgen conservaba estas cosas en
su corazón”. Pero la primera vez hay un segundo verbo y ese segundo verbo se
traduce de varias maneras. Aquí podríamos traducirlo como “y las juntaba”. “Ella
conservaba estas cosas” es el mismo verbo que se usa para “observar los
mandamientos”. Ella observaba las cosas y las conservaba en su memoria. Pero
además, el segundo verbo symballein significa “echar junto a”, confrontar. De ahí
viene la palabra símbolo. La Virgen, cuando vivía algo, lo retenía y lo juntaba
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consciente y afectivamente con otros acontecimientos, sacando de allí sentido,
porque todo “simbolizaba”, cada hecho remitía a otros en su mente y en su
corazón. Así aprendía a reconocer la acción de Dios en su vida y así podemos
aprender a hacerlo nosotros.
Cabe la posibilidad que, en mi vida, yo no junte un montón de experiencias que
hago –y ni siquiera las puedo llamar experiencias humanas porque no las
reflexiono-. Pero si comienzo a “atar cabos”, a cotejar, confrontar no sólo lo que
hago sino lo que me pasa, puedo aprender muchísimo de mí mismo y de la acción
de Dios en mí. También de mí mismo en relación con Dios y con los demás, de
modo que pueda mejorar esa relación en la línea del amor de caridad. Y al mismo
tiempo, voy reconociendo la acción del mal espíritu y la puedo contrarrestar. Eso
es lo rico del trabajo de examen.
Como se puede advertir, aquí hay algo importante y le podemos pedir a la Virgen
María que nos lo enseñe.
Debemos creer que Dios actúa en nuestra vida. No interviene con un milagro a
cada rato. Eso sería absurdo. Pero Él está detrás de lo que vivimos, está detrás de
las circunstancias que encontramos, está detrás de nuestro crecimiento, está en
los demás que nos rodean, está en nosotros por su Espíritu. La actitud
contemplativa es la que permite descubrirlo y experimentarlo. Aumenta nuestra
fe. Dios deja entonces de ser un concepto abstracto. Veo las señales de su actuar
en mi existencia. En el examen me miro a mí mismo, pero no para tomarme el
pulso a cada rato, para complacerme en mí mismo o quejarme, sino para verme
en la luz y la acción creadora y salvadora de Dios.
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Parroquia Santa Marta
Junio 2005
LA ORACIÓN
“No es necesario tener alas para hablar con Dios, sino ponerse en soledad y mirarle dentro
de sí. Procurar cerrar los ojos del cuerpo y abrir los del alma. No les pido más que le miren
con el corazón. Jesús no está esperando otra cosa más que le miremos. Para aprovechar
mucho en este camino de oración no está la cosa en pensar mucho sino en amar mucho.
Así, lo que más les despierte a amar eso es lo que hay que hacer” (Santa Teresa de Jesús)
1. INTRODUCCIÓN
o
o
o
PONERSE EN SOLEDAD: Ubicar un lugar, calmar el ánimo, respirar
profundamente, hacer la señal de la cruz.
EN ESPERA DE ALGUIEN: Actitud de paciencia, de vigilancia y advertencia.
Acto de Esperanza. Pido la gracia. Invocación del Espíritu Santo.
ABRIR LOS OJOS DEL ALMA: Ponerme en la presencia de Jesús. Tomar
conciencia ante quién estoy. Acto de fe: “Yo creo Señor que tú estás aquí”.
2. DISTRACCIONES, PENSAMIENTOS, ESPÍRITUS
o
o
o
ADVERTIR LAS TAREAS: Dejarlas a un lado. Anotarlas, dejarlas pasar. Volver
al centro.
ADVERTIR LOS PENSAMIENTOS: Convivir con la “loca de la casa”. Volver al
centro.
ADVERTIR ESPÍRITUS, MOCIONES: Ponerlas ante el Señor. De dónde vienen, a
dónde me llevan.
3. LECTIO DIVINA
o
o
o
o
LECTIO: Acoger la Palabra de Dios y aplicación a la propia vida.
MEDITATIO: Llevar la Palabra de Dios desde la mente al corazón.
ORATIO. Rogar, Agradecer, alabar.
CONTEMPLATIO. Amar.
Saborear.
4. EXAMEN DEL CONCIENCIA
o
o
EXAMEN GENERAL. Pido al Señor su gracia para ver claro el período vivido.
Doy gracias por los beneficios recibidos: alguna gracia, un encuentro
favorable, etc. Examino lo que no ha estado bien: Qué esperaba Dios de mí,
cómo he respondido a su deseo. Pido perdón. Me propongo la enmienda.
EXAMEN PARTICULAR. Percibo un punto álgido. Alertar conciencia. Señal.
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