PARA REFLEXIONAR CON LA PALABRA SE NOS OLVIDA LO PRINCIPAL TEN CUIDADO, NO SEA QUE POR CUMPLIR A RAJATABLA TODOS LOS PRECEPTOS Y DETALLES DE LA LITURGIA, O DE LA MORAL, O EN GENERAL DE LA TRADICIÓN CRISTIANA, SE TE ESTÉ PASANDO POR ALTO LO MÁS IMPORTANTE: EL AMOR Y LA MISERICORDIA. MIÉRCOLES 17 DE OCTUBRE DE 2012 Del Evangelio según san Lucas 11, 42-46 Pero, ¡ay de ustedes, los fariseos, que pagan el diezmo de la menta, de la ruda y de toda hortaliza, y dejan a un lado la justicia y el amor a Dios! Esto es lo que había que practicar aunque sin omitir aquello. ¡Ay de ustedes, los fariseos, que aman el primer asiento en las sinagogas y que se les salude en las plazas! ¡Ay de ustedes, pues son como los sepulcros que no se ven, sobre los que andan los hombres sin saberlo!» Uno de los legistas le respondió: «¡Maestro, diciendo estas cosas, también nos injurias a nosotros!» Pero él dijo: «¡Ay también de ustedes, los legistas, que imponen a los hombres cargas intolerables, y ustedes no las tocan ni con uno de sus dedos! GÁLATAS 5, 18-25 - SI LECTURAS COMPLEMENTARIAS: VIVIMOS POR EL ESPÍRITU, MARCHEMOS TRAS EL ESPÍRI- TU SALMO 1 – EL QUE TE SIGUE, SEÑOR, TENDRÁ LA LUZ DE LA VIDA CONTEXTO – La función de la Ley es garantizar lo mínimo en la vida social para alcanzar lo máximo en la vida diaria. El problema es que, como cualquier institución, la Ley puede ser evadida con las mismas formalidades que se crean para cumplirla. Esta situación paradójica recuerda el dicho popular: “hecha la ley, hecha la trampa”. El texto de hoy presenta una serie de lamentaciones que hacen evidente un cumplimiento puramente formal de la Ley, en detrimento de un compromiso más auténtico y existencial. La primera de ellas, pone en evidencia que exigencias absolutas como la justicia y la misericordia se ven burladas por mecanismos absurdos como el pago de impuestos por condimentos y especias. Si bien estos impuestos son importantes en orden a la sustentación del culto y los ministros, la relación con el prójimo y con Dios se ven relativizadas, al no concretar en actitudes, comportamientos y opciones la realización de la justicia interhumana. EL MAESTRO NOS ENSEÑA SOBRE EL DIEZMO – Es sorprendente cómo Jesús pudiera curar todas las enfermedades -los ciegos, los sordos, los leprosos, sí, y también pecadores conscientes de sus fallos, pero no podía curar a los fariseos y escribas de su ceguera de “ojos abiertos”. Jesús quizás no los ataca tanto por su observancia literal de la ley hasta del último detalle, sino por estar tan absortos por los detalles de la ley que no veían la raíz de todas las leyes, justicia y amor. EL OLVIDO DE LA JUSTICIA Y DEL AMOR Podemos leer la Palabra con un ojo crítico y censor respecto de escribas y fariseos... sólo que a veces actuamos de igual modo. Nos apegamos demasiado al cumplimiento estricto de determinadas normativas y preceptos en pro del cuidado del "afuera", a menudo por cuestiones del qué dirán, del sostenimiento del poder y del prestigio, y nos olvidamos de Dios y del hermano. De nada sirve atenerse a la estricta observancia de la letra pequeña de nuestros deberes si no hay amor. Nuestra fé entonces pasa a ser una idolatría de un falso dios que inventamos para nuestra exclusiva conveniencia... y continuamos en la sintonía del olvido del otro, en especial del más desamparado. Por eso el Maestro embate con dureza contra esta actitud: -sepulcros que no se ven, sepulcros blanqueadosdirá sin vacilar. Sin vivir el amor del Padre en nosotros y sin practicar la justicia del Reino -dar y darse sin medida y sin interés propio, por pura gratuidad- todo acto que presuponemos como religioso se torna una ideología vana y peligrosa: es el ejercicio cínico de la hipocresía. Quizás vaya siendo tiempo para pensar, junto con el Maestro, cual es la justicia que debemos practicar... Y cual es la imagen que tenemos de ella. Si por justicia recuperamos el sentido primordial de dar a cada uno lo suyo, entonces la justicia no será tanto una mujer de ojos vendados portadora de una balanza, sino más bien una madre con los ojos bien abiertos, atenta a las necesidades de cada uno de sus hijos. PARA REFLEXIONAR -¡Ay de ustedes, los fariseos, que les gusta estar en el primer banco en la sinagogas... y que se les salude en las plazas!... ¿Apetezco también yo los honores, la consideración? ¿Qué forma tiene en mí ese orgullo universal? ¿esta seguridad de tener la razón? ¿ese querer llevar a los otros a pensar como yo? Hay mil maneras sutiles de querer el "primer puesto". PARA ORAR Señor Dios nuestro: Tu Hijo Jesús personificaba el cumplimiento perfecto de la Ley y los Profetas. Él conocía, enseñaba y vivía esto: que el cumplimiento de la Ley y de las promesas consiste en servirte a ti y al pueblo con justicia y amor. Queremos que estas dos virtudes sean las guías de nuestras vidas, para que con él busquemos a los hermanos y sobre todo a ti, persona viviente, Dios nuestro por los siglos de los siglos. Amén. PARA ACTUAR – Creemos en Jesucristo. Le reconocemos como nuestro Señor y Salvador. Esto nos compromete, por tanto, a practicar justicia y amor a Dios y a nuestro prójimo. ¡CUIDADO! El sacerdote anunció que el domingo siguiente vendría a la iglesia el mismísimo Jesucristo en persona y, lógicamente, la gente acudió en tropel a verlo. Todo el mundo esperaba que predicara, pero él, cuando fue presentado, se limitó a sonreír y dijo: Hola. Todos, y en especial el sacerdote, le ofrecieron su casa para que pasara aquella noche, pero él rehusó cortésmente todas las invitaciones y dijo que pasaría la noche en la iglesia. Y todos pensaron que era muy apropiado. A la mañana siguiente, a primera hora, salió de allí antes de que abrieran las puertas de la iglesia. Y cuando llegaron el sacerdote y el pueblo, descubrieron horrorizados que su iglesia había sido profanada: las paredes estaban llenas de pintadas con la palabra ¡CUIDADO! No había sido respetado un solo lugar de la iglesia: puertas y ventanas, columnas y púlpito, el altar y hasta la Biblia que descansaba sobre el atril. En todas partes, ¡CUIDADO!, pintado con letras grandes o con letras pequeñas, con lapicero o con pluma, y en todos los colores imaginables. Dondequiera que uno mirara, podía ver la misma palabra: ¡CUIDADO! Ofensivo, irritante, desconcertante, fascinante, ate- rrador. ¿De que se suponía que había que tener cuidado? No se decía. El primer impulso de la gente fue borrar todo rastro de aquella profanación, de aquel sacrilegio. Y si no lo hicieron, fue únicamente por la posibilidad de que aquello hubiera sido obra del propio Jesús. Y aquella misteriosa palabra, ¡CUIDADO!, comenzó a partir de entonces, a surtir efecto en los feligreses cada vez que acudían a la Iglesia. Comenzaron a tener cuidado con las Escrituras, y consiguieron servirse de ellas sin caer en el fanatismo. Comenzaron a tener cuidado con los sacramentos y lograron santificarse sin incurrir en la superstición. El sacerdote comenzó a tener cuidado con su poder sobre los fieles, y aprendió a ayudarles sin necesidad de controlarlos. Y todo el mundo comenzó a tener cuidado con esa forma de religión que convierte a los incautos en santurrones. Comenzaron a tener cuidado con la legislación eclesiástica, y aprendieron a observar la ley sin dejar de ser compasivos con los débiles. Comenzaron a tener cuidado con la oración, y esta dejó de ser un impedimento para adquirir confianza en sí mismos. Comenzaron incluso a tener cuidado con sus ideas sobre Dios, y aprendieron a reconocer su presencia fuera de los estrechos límites de su iglesia. Actualmente, la palabra en cuestión, que entonces fue motivo de escándalo, aparece inscrita en la parte superior de la entrada de la iglesia, y si pasas por allí de noche, puedes leerla en un enorme rotulo de luces de neón multicolores." «¡Ay de ustedes, fariseos! ¡Ay de ustedes, doctores de la ley!» La belleza no es más que la promesa de la dicha. Stendhal