LOS CÓLICOS DEL PRIMER TRIMESTRE COMO EXPRESIÓN DE LA INTERACCIÓN MADRE HIJO EN LAS PRIMERAS ÉPOCAS DE LA VIDA Esteve Amigó, Pediatra HA NACIDO UN BEBÉ Sabemos que el hombre es un ser que nace inmaduro, dependiente de otros y que precisa ineludiblemente de alguien -persona humana- para desarrollarse física y psicológicamente durante las primeras etapas de su vida. Pero es un individuo que tiene y acumula experiencias desde sus inicios y no vamos a descubrir ahora la importancia del contacto madre-hijo en las primeras horas y meses que siguen al nacimiento como fuente de estas experiencias y necesidad de protección ante nuevos estímulos externos que puedan resultar lesivos. El parto es un trauma y el nacimiento representa un enfrentamiento a un ambiente extraño y agresivo para un ser que ha pasado nueve meses bajo la protección del claustro materno. Así pues, frente esta situación, el contacto íntimo con la madre resulta imprescindible como elemento protector, regulador de estímulos, facilitador de una integración progresiva al nuevo medio y para el establecimiento de unos lazos afectivos, que repercutirán decisivamente en el psiquismo de la madre y en la manera de ser y de reaccionar del bebé . De aquí la importancia de actuar facilitando y favoreciendo esta necesidad natural de protección y contacto, beneficioso para los padres e imprescindible para el correcto desarrollo físico y emocional del niño. Un ejemplo que de estos contactos se pude desprender una conducta distinta por parte de las madres se ha observado en que de la precocidad e intensidad de los mismos se deriva un aumento de las posibilidades de éxito en la lactancia materna. Con ello no queremos decir que una madre que no amamante a su hijo esté, a priori, en inferioridad de condiciones para establecer una buena interacción, ya que el “recipiente” representa un factor secundario frente a la carga afectiva puesta en el hecho de satisfacer todas las necesidades del bebé. Pero, sí entendemos la renuncia al amamantamiento como la renuncia a una experiencia inigualable, que supone una forma más, pero una forma importante de comunicación a través de un contacto físico, que lleva implícito un intercambio de sensaciones imposible de obtener mediante la lactancia artificial. Parece evidente que la proximidad física es imprescindible y el elemento conductual más apropiado para el establecimiento del vínculo pero la naturaleza de este dependerá de la cantidad, intensidad y calidad de la interacción y esta a su vez de las características personales y comportamentales de la madre, del temperamento del bebé y de la influencia del medio sobre ambos. EL BEBÉ no es un ser pasivo receptor de estímulos, sinó que es un elemento activo que a través de discriminaciones sensoriales y perceptivas es capaz de expresar tanto sus necesidades como su sintonía con el entorno a través de un sistema de comunicaciones con la figura materna, mediante el cual, en un juego de mutuas interacciones, si las circunstancias son favorables, establecerá el vínculo afectivo. A través de la mirada, la expresión del rostro, la succión no necesariamente ligada a la alimentación, la prensión de sus manos o incluso con sus gritos y a menudo con varios estímulos a la vez ejercerá su influencia sobre el estado emocional de una madre de la que a su vez será capaz de captar e identificar los más sugestivos mensajes; un rostro circunscrito a los ojos, el tono de la voz, el olor y calor de la piel, los latidos de su corazón, el ritmo de la respiración y un sin fin de sensaciones y percepciones que influirán en su desarrollo y equilibrio psicosomático. Pero no siempre las cosas ocurren de esta manera ya que no todos los bebés tienen las mismas capacidades (competencias según Brazelton), ni todas las madres son capaces de captar igual las señales de su hijo o trasmitirle sus afectos. Tampoco la totalidad de circunstancias ambientales favorecen este esencial intercambio y este puede no llegar a establecerse correctamente, romperse una vez establecido o resultar insuficiente para satisfacer a uno o ambos elementos de la diada. Algunos aspectos del temperamento infantil actúan facilitando o dificultando la interacción con la figura materna y repercuten en uno u otro sentido en la vinculación. La falta de respuesta a ciertos estímulos o una hiperactividad indiscriminada, la distractibilidad o la dificultad para fijar la atención, la desviación de la mirada por parte del bebé, provocarían una sensación de alejamiento y actuarían negativamente, mientras que un bebé de ritmo más equilibrado, capaz de adaptarse fácilmente a nuevas situaciones y de fijar más la atención y la mirada, generaría una sensación de proximidad favoreciendo un intercambio de sensaciones y sentimientos positivos y evitando vinculaciones ansiosas y conflictivas. LA MADRE con sus peculiaridades intrínsecas influye poderosamente sobre el bebé al propio tiempo que recibe la influencia de este en un círculo inacabable de interacciones recíprocas. Así distinguiremos con facilidad aquellas madres que tienen una manera natural de ser y de comunicarse con su bebé, que saben estar en el lugar y en el momento oportuno, que más que explorar intuyen sus necesidades. Sensibles, accesibles, siempre disponibles y cooperadoras sin interferir en el ritmo natural de su hijo, que no buscan explícitamente el contacto, sinó que éste se deriva de un intercambio emocional casi instintivo. Madres flexibles que consultan únicamente por controles regulares y situaciones puntuales. En otro extremo situaríamos a las que se me ocurre catalogar como madres libreta. De entrada lo primero que hacen es sacar los apuntes de un ordenado y pulcro bloc de notas, siempre atentas a los más mínimos pero intrascendentes detalles relativos a la crianza del bebé. Ostentosas en su papel como madres, rígidas de pensamiento, frías y distantes en su relación, ponen en evidencia el tipo de “objeto” que representa para ellas. Catalogadas también como madres nutricias que limitan el contacto con su hijo a la estricta satisfacción de las necesidades nutritivas, intentando demostrar con ello su gran preocupación por el “bienestar” de su hijo, pero evidenciando en realidad su dificultad para captar otras necesidades y transmitir afectos. Madres enchufadoras (ellas lo dicen): <Le he enchufado un biberón> <Le enchufaré el chupete> que intentan compensar mediante un instrumento su incapacidad o falta de voluntad para establecer una conexión a través de los sentimientos. El psicosomatista Michel Fain ya se preguntaba <¿Hasta que punto el chupete intenta compensar los efectos de la presencia de una madre desintegradora?> En algunas se puede apreciar hasta un cierto miedo o angustia al contacto físico con su hijo, que suelen justificar como un temor a dañarle.Tienden a acunarlo con celeridad o lo ceden bajo el mínimo pretexto a la primera persona que tienen a su lado, evidenciando un posible rechazo subconsciente. No es raro observar en la consulta del pediatra como vuelven la espalda o incluso se desplazan al despacho contiguo cuando el niño es sometido a la más banal intervención rutinaria (cura. inyección), ya que no pueden soportar los sufrimientos de su hijo, en lugar de ofrecerle apoyo mediante unas palabras, la mirada o simplemente su serena presencia. En los años sesenta el conocido pediatra y psicoanalista británico D.W. Winnicott, decía en uno de sus escritos que <las madres no deben aprender su función ni de los libros ni de los profesionales sinó que más bien somos los profesionales los que deberíamos aprender de las madres> y añade <Hay madres que han estudiado las necesidades del bebé pero son incapaces de percibir lo que el bebé necesita y madres que intuyen automáticamente estas necesidades> En realidad no son necesarios muchos consejos a aquellas madres que a priori tienen una buena disposición y están capacitadas para ejercer su función de manera natural ni tampoco estos serán suficientes para suplir con éxito su falta de capacitación o disposición. Cuando una madre en la consulta me pregunta como y de que manera debe amamantar o manejar a su hijo mi respuesta suele ser: <pregúntaselo a él>, sugiriéndole con ello que centre su atención en el bebé, en interpretar sus señales y así intentar satisfacer sus necesidades, que, evidentemente, no se limitan a las estrictamente nutricionales. Hay otros factores que intervienen en la interacción madre - hijo y que pueden entorpecer la satisfacción de estas necesidades, como son; La intensidad, la cronología y la forma en que se establece el contacto. Debemos aclarar que, en principio, la calidad prevalece por encima de la cantidad en casos de buena disposición, siempre que se cumpla con unos mínimos. Otra cuestión seria la discontinuidad o el descuido por abandono, incapacidad o negligencia, de fatales consecuencias siempre que no se consiga a tiempo una figura materna sustitutiva adecuada. Dentro del campo de la psicopatología mencionaremos aquellos casos de trastorno o enfermedad mental de la madre (Psicosis, depresión, abuso de substancias tóxicas, inseguridad, etc.) que son causa de disfunción en la interacción y secuencia de los estímulos, dificultando o imposibilitando su función reguladora y el normal contacto afectivo con el bebé. Esto también puede darse en caso de enfermedad orgánica, madres adolescentes con maduración insuficiente para asumir su rol y en aquellas situaciones en las que no se cuenta con el necesario apoyo familiar y /o social. EL ENTORNO A pesar de que en todo momento hemos estado hablando de figura materna, por ser esta la principal en el tema que nos ocupa, no por ello queremos quitar relevancia al papel del padre como principal figura de soporte emocional, viviendo y participando activamente en el proceso al lado de la madre o sustituyéndola siempre que sea necesario. Tampoco debemos olvidar la necesidad de otros apoyos de tipo familiar y social ya mencionados. Si bien las aportaciones psicoanalíticas sitúan las interacciones madre-bebé como fundamento del psiquismo humano posterior, aquí nos limitamos a dar una pincelada, des de una visión más cercana a la práctica pediátrica diaria de un trastorno propio de los primeros meses en que las dificultades relacionales madre hijo se manifiestan prevalentemente en el terreno somático y no en el comportamental como ocurre en épocas posteriores de la vida. LOS CÓLICOS DEL PRIMER TRIMESTRE, también conocidos como Cólicos idiopáticos del lactante o Dolores abdominales recurrentes, son un problema muy frecuente en la consulta del pediatra. Aparecen después de la primera semana de vida y, como su nombre indica, no suelen prevalecer más allá del primer trimestre de vida, cediendo espontáneamente sin dejar ningún tipo de secuela . Algunos autores refieren que estos niños a la edad de tres años presentan un porcentaje mayor de problemas del sueño y de conducta. Diversos estudios sitúan su prevalencia en un 10-40 % de los lactantes, aunque estos porcentajes difieren según los criterios diagnósticos empleados. Los cólicos se presentan en forma de un llanto intenso, vigoroso, paroxístico, más frecuente que en la mayoría de los bebés (más de tres horas al día al menos varios días a la semana) en un niño sano, bien alimentado y con un correcto desarrollo pondoestatural .Suelen iniciarse después de la toma del alimento y se incrementan en el transcurso del día, siendo al atardecer cuando se dan con la máxima intensidad. Su frecuencia no está relacionada con el sexo, tipo de alimentación ( pecho o biberón ) peso al nacer o prematuridad, si bien en los prematuros aparece alrededor de las 40-42 semanas de la concepción, es decir al alcanzar un grado de madurez equivalente a los recién nacidos a término. A pesar de que se ha descrito un determinado tipo de bebé más propenso a los cólicos ; hipertónico, fácilmente irritable, más sensible a los estímulos, de aspecto vivaz y un tipo de madre más ansiosa, insegura, con dificultades para contactar, rígida y perfeccionista, demasiado solícita, etc., características que ya hemos detallado en líneas anteriores, el problema de los cólicos parece deberse, más que a las aspectos personales de cada uno de los elementos, a la desarmonía entre la manera de ser y de hacer de los padres y el temperamento infantil .Dicho de otra manera, a la inapropiada respuesta de los padres al llanto o a las necesidades del bebé. Respuesta que, repetimos, se ve afectada por un entorno que en ciertos momentos ejerce una notable influencia sobre actitudes y comportamientos que repercutirán en el tipo de ralación que se establezca. Los cólicos se acompañan de otros síntomas como flatulencias, distensión abdominal movimientos de flexión de las piernas sobre el abdomen y agitación general en un bebé que acostumbra a dormir peor y a vomitar con mayor facilidad. No obstante, el diagnóstico de cólicos del primer trimestre implica descartar cualquier tipo de patología orgánica que de alguna manera pueda justificar la sintomatología expuesta. Así en su etiología se han barajado causas de todo tipo, ninguna de las cuales ha podido atribuirse el origen del problema. Entre ellas destacamos: Hipersensibilidad neurológica Inmadurez del intestino con un aumento de la absorción de macromoléculas como la lactoalbúmina. Efecto del aire deglutido con la succión o procedente de la fermentación colónica. Este es el argumento que los padres relacionan con más frecuencia con los cólicos, pero parece ser que los gases intestinales son más una consecuencia que una causa de los mismos. Alergia y /o intolerancia a la proteína de la leche de vaca, por efecto directo o por transmisión de antígenos a través de la leche materna .Este puede ser un factor desencadenante de cólicos y habrá que comprobar si desaparecen mediante la sustitución de la fórmula láctea habitual por un hidrolizado de caseína, no por una leche de soja que también tiene un alto grado de intolerancia o alergia en el mismo tipo de pacientes. Abuso de drogas por parte de la madre. Alimentación inadecuada para la edad del paciente. Problemas derivados de la técnica en el amamantamiento o administración del biberón: (Horarios, posición, tipos de tetina, etc.) Una vez descartadas estas u otras posibles causas de cólicos, lo cual deberá llevarse a cabo con celeridad, evitando exploraciones innecesarias generadoras de ansiedad, haremos un análisis detallado de la situación para confirmar nuestra hipótesis diagnóstica y posibilitar la puesta en marcha de mecanismos correctivos y nuevas orientaciones terapéuticas que, mejorando el clima relacional, contribuyan a la resolución del problema. Problemas que en muchos casos se evitarían si se llevaran a cabo una correcta entrevista prenatal y postnatal precoz, para informar sobre el comportamiento normal del bebé y dar soporte e inferir seguridad a los padres sobre sus capacidades reales. Pero si a las dificultades inherentes a una personalidad débil, insegura y dependiente, añadimos las derivadas de la inexperiencia, falta de información o, aun peor, desinformación (informaciones contradictorias), por muy buena disposición que se tenga, aumenta la ansiedad y con ella las posibilidades de que se produzcan dificultades relacionales que acarrearan un mal funcionamiento del conjunto. Para evitarlo, recomendamos: Informar del carácter benigno y pasajero del problema, insistiendo en que no repercutirá para nada en el futuro desarrollo pondoestatural de su hijo. Explicar cual es el comportamiento normal de un recién nacido y desmitificar el llanto, presentándolo como una forma de expresión normal en cualquier lactante dentro de unos límites razonables (Brazelton observó que un bebé de dos semanas llora 1h.3/4 al día y a las seis semanas 3h. al día, disminuyendo progresivamente a partir de esta edad ).Esto contribuirá también a tranquilizar a los padres, desculpabilizándolos de un posible sentimiento de ineptitud y les ayudará a contemplar a su hijo como un ser más “normal”. Desterrar la falsa creencia que asocia, ineludiblemente, el llanto de bebé a necesidades nutritivas y que muchas veces comporta intentos de sobrealimentación que no hacen más que complicar la situación. No confundir la necesidad de succión con la de deglución. Hacer hincapié en las otras necesidades. Informar de las ventajas y funcionamiento de la lactancia materna, dándole confianza en que será exitosa, evitando que influyan en ella un sin fin de opiniones infundadas e incoherentes del entorno: <quizás no tengas suficiente leche>, <tu leche no debe ser buena>, <tu leche es como agua,> etc., que no hacen más que crearle dudas sobre su capacidad de amamantar al bebé, impidiéndole disfrutar del estado de relajación necesario para llevar a cabo satisfactoriamente su función y precipitando muchas veces la administración de suplementos totalmente innecesarios. Evitar sentimientos de culpa cuando la lactancia materna no sea posible o recomendable. Nos reiteramos en que lo más importante no es el recipiente que ejecuta la función sinó la carga afectiva puesta en la realización de esta. No introducir cambios sucesivos e innecesarios de leche que casi nunca solucionan el problema, desorientan más y aumentan los sentimientos de frustración e impotencia. Estos cambios sólo se justifican ante una sospecha razonable de intolerancia /alergia y deben mantenerse durante unos quince días, observando la respuesta obtenida. Tampoco nos parece aconsejable recurrir a un sin fin de medicamentos existentes en el mercado farmacéutico, recomendados para eliminar gases del intestino o aminorar los espasmos, cuyos resultados son más que dudosos, por no decir inoperantes y algunos incluso peligrosos (anticolinérgicos capaces de provocar apneas o estados de sopor ) y que ni se justifican como placebo ya que, al no surgir el efecto deseado, desmoralizan todavía más a los progenitores, interpretándose como una confirmación de la incapacidad de estos para solucionar el problema. Respetar el ritmo endógeno del lactante. Procurar, salvo circunstancias especiales, que sea la madre quién se adapte al bebé y no el bebé a la madre. La mutua adaptación se conseguirá gradualmente en muy pocos días, casi sin apercibimiento y sin esfuerzo. Uno, a mi entender, de los primeros obstáculos que durante años se ha interpuesto entre la madre y el recién nacido ha sido el reloj. El estilo de funcionamiento cronometrado de algunas clínicas maternales (por obvias necesidades de la empresa) ha supuesto durante décadas un impedimento para una correcta interacción madre-bebé durante los primeros días que siguen al nacimiento. <No lo cojas que se acostumbrará mal> Desterrar la falsa creencia que vincula el consolar inmediatamente a un lactante pequeño que llora o está inquieto a una tiranización. Está sobradamente demostrado que los bebés a quienes se sujeta más en brazos lloran menos. Cuando la cría de un animal está en peligro o muestra inquietud por algo, emite un grito o señal que es interpretado por la madre la cual acude inmediatamente a protegerlo y apaciguarlo con su presencia corporal. Pienso que deberíamos aprender más de los animales. El contacto íntimo, cuerpo a cuerpo, con la madre que muchos bebés perciben cuando, por ejemplo, son transportados en “mochilas” conlleva una mayor relajación del mismo y una substancial mejoría del llanto por cólicos. No hay duda que el encajamiento cuerpo a cuerpo, el mecimiento que la madre ejecuta al transportarlo, el olor y el calor de su cuerpo, el latido de su corazón, el ritmo de su respiración y el murmullo cálido y resonante de su voz representan una feliz regresión a épocas anteriores, le confieren seguridad y ejercen de barrera frente a estímulos externos perturbadores, favoreciendo una vinculación ahora vivida desde la individualidad. Un estudio reciente publicado en la revista Pediatrics (Junio 2000 ) concluye que se ha observado una mejoría ostensible en los cólicos idiopáticos del lactante (50% de los casos) mediante masajes y con el bebé acostado en una cuna preparada para realizar suaves vibraciones. En nuestra experiencia como pediatras hemos podido constatar el altísimo porcentaje de casos en que el llanto desaparece cuando el bebé es transportado en automóvil o también en su cochecito habitual. Una breve pausa en el movimiento del carruaje es a menudo suficiente para que arranque otra vez con el inconsolable llanto. ¿Cuántas madres comprueban, en su día a día, como un bebé tranquilo en su regazo inicia el llanto como movido por un resorte al depositarlo en la cuna y percibir el contacto con las sábanas? La facultad que tienen los bebés de captar el grado de tensión de sus cuidadores, explica su diferente comportamiento según la persona que lo sostiene. Este también es un hecho de observación diaria que nos conduce aconsejar un “cambio de brazos” en situaciones de llanto persistente. A menudo resulta efectivo y al propio tiempo sirve para romper el anillo de tensión persistente que se había establecido entre la madre y el hijo. También es común comprobar como la limitación de los estímulos sensoriales disminuye el llanto en la mayoría de los bebés pero de una manera más significativa en los que padecen trastornos por cólicos debido a su “manera de ser” y de relacionarse con el entorno. Todas aquellas circunstancias que alteren o modifiquen su ritmo natural (cambios de estancia, alteraciones del entorno, exceso de gente, de luz o de ruidos, solicitud excesiva, etc.) actúan creándole un estado de hiperexcitabilidad que dificultará la relación con los padres y se traducirá en manifestaciones somáticas. En último término, cuando han fracasado todas las maniobras hemos de convencer a los padres que no ocurrirá ninguna desgracia si durante unos minutos dejan llorar al bebé en su cuna. Es probable que termine por calmarse solo y esto les confirmará la no gravedad de la situación y habrá servido para relajar el ambiente y reestablecer unas mejores y más fructíferas condiciones de relación. ================= Bibliografía El Niño y su Cuerpo; L Kreisler, M. Fain . M. Soule. Edit Amorrotu Problemas de conducta en lactantes. Pediatrics in Review,vol 3, nº 1- 2. Enero-Febrero 1992. Pgs. 7-13 Paula S. Algranatti y Paul H.Dwarkin. Trastornos de Conducta Social y Trastornos Psicóticos en la Infancia y la Adolescencia: El Proceso de Vinculación; Aplicación para la Promoción del Desarrollo Psicosocial. J.L. Pedreira. Editorial Laertes. 1999 El Cólico del Lactante. B. Ferrer Llorente, M.B. Ferrer Llorente, J. Dalmau Serra. Acta Pediatrica Española 2000; 58 : 297-302