Predicción de trastorno de conducta en la adolescencia a partir de conductas perturbadoras en la infancia Cote, S.; Zoccolillo, M.; Tremblay, R.; Nagin, D.; Vitaro, F. ABSTRACT Objetivo: Evaluar las trayectorias de desarrollo en chicas con conductas disruptivas durante los años de primaria y predecir síntomas de trastorno de conducta y diagnóstico en la adolescencia a partir de estas conductas. Método: muestra de 820 niñas de la provincia de Quebec seguidas durante10 años (1986-1996). Se utiliza un modelo semiparamétrico para describir las trayectorias de desarrollo de conductas disruptivas evaluadas por los profesores en edades de 6 a 12 años. Las trayectorias se usaron para predecir síntomas de trastorno de conducta y diagnóstico cuando las niñas tenían un promedio de 15.7 años. Resultados: se identificaron cuatro grupos de niñas con distintos niveles de conductas disruptivas: una incidencia baja, media, medio-alta, y alta. La predicción con las incidencias indica que las niñas de los grupos medio, medio-altas, y altas mostraron un número significativamente más alto de síntomas de trastorno de conducta en la adolescencia. Sin embargo, sólo las niñas en las trayectorias medio-altas y altas tenían riesgo significativamente más alto de cumplir criterios para el trastorno de conducta, según el DSM-IV comparado con las niñas del grupo bajo (la proporción de diferencias: 4.46) más de dos tercios de niñas con trastorno de conducta se encontraban en los niveles medio o superior. Conclusión: Los resultados sugieren que hay un tipo temprano de trastorno de conducta en niñas. Palabras clave: niñas; trayectorias de desarrollo; conductas disruptivas; trastorno de conducta. Se ha prestado poca atención al estudio de antecedentes de conducta antisocial en mujeres comparado con los hombres. El trastorno de conducta (TC) es uno de los diagnósticos psiquiátricos más comunes entre las niñas adolescentes (Zoccolillo, 1993). Las niñas con TC tienen resultados pobres en los estudios, abuso de substancia y dependencia, trastorno de personalidad antisocial, dificultades de internalización, muerte prematura y violenta, cargos delictivos, no suelen terminar la enseñanza secundaria, y una salud pobre (Bardone et al., 1996, 1998,; McGee et al., 1992; Pajer, 1998,; Robins, 1986,; Robins y Price, 1991; Zoccolillo, 1992,; Zoccolillo y Rogers, 1991). Uno de los mejores predictores de conducta antisocial en los adolescentes masculinos son las conductas antisociales en la niñez (Loeber, 1982,; Loeber et al., 1993; Moffitt, 1990, 1993,; Nagin et al., 1995; Nagin y Tremblay, 1999,; Sampson y Laub, 1992,; Stattin y Magnusson, 1989,; Tremblay et al., 1994). Se ha comprobado que hay un grupo de chicos que tienen proporciones altas de conductas disruptivas en la niñez y continúa en un camino antisocial persistente en la edad adulta (Moffitt, 1993,; Nagin y Tremblay, 1999). Estos resultados tienen que estudiarse aún en mujeres. Podría haber dos razones para la falta de evidencia en la continuidad entre la niñez y las conductas antisociales juveniles en las niñas. Primero, la mayoría de datos disponibles en niñas son de la niñez tardía y la adolescencia temprana, cuando ya manifiestan conductas antisociales (Bardone et al., 1998; McGee et al., 1992; Robins y Price, 1991; Zoccolillo y Rogers, 1991). Además, las conductas antisociales son menos comunes en las mujeres que en los hombres, y pocos estudios longitudinales han recogido los datos de muestras suficientemente grandes para estudiar el TC entre un número significativo de niñas. Hay una falta de datos que demuestre si esta continuidad existe. Segundo, la epidemiología de desarrollo de conductas disruptivas durante la niñez sugiere que las niñas, comparadas con los niños, no han aumentado la cantidad de conductas disruptivas durante los años de escolarización básica (Silverthorn y Frick, 1999). Esto ha llevado a dos conclusiones. Primero, se ha sugerido que no hay un grupo de niñas muy perturbadoras que estén en una trayectoria alta y estable de conductas disruptivas que lleven a conductas antisociales, al contrario que para los niños. Una implicación relacionada es que no debe ser posible distinguir a niñas que se vuelvan adolescentes antisociales de aquellas que no lo hacen, en base a sus conductas disruptivas durante los años escolares elementales (Silverthorn y Frick, 1999). Sin embargo, los chicos con los niveles más altos de conductas disruptivas durante los años escolares elementales, comparado con aquéllas niñas, no proporciona la información sobre variaciones de género en estas conductas. Es decir, podría haber niveles género-específicos en los que las niñas podrían ser consideradas muy disruptivas comparado con otras niñas, aún cuando estos niveles fueran bajos según los baremos de los chicos. Además, las niñas que están en las trayectorias altas de conductas disociadoras, según mujeres, podrían experimentar una continuidad similar a la descrita para los varones. En el estudio actual, quisimos estudiar dos hipótesis. ¿Hay niñas que siguen trayectorias con niveles elevados de conductas disruptivas respecto a otras niñas en la muestra? Segundo, dado eso ¿ese grupo de niñas con proporciones más altas podría identificarse como niñas con mayor riesgo para el TC en la adolescencia? Para probar la primera hipótesis, describimos trayectorias de conductas disruptivas entre el jardín de infancia y 6º grado. Se diseñó un método estadístico semiparamétrico con distintos niveles de trayectorias de estas conductas para identificar grupos de niños (Land y Nagin, 1996,; Nagin, 1999,; Nagin y Land, 1993; Nagin y Tremblay, 1999). La segunda hipótesis se probó prediciendo síntomas de TC y diagnósticos en la adolescencia a partir de trayectorias de conductas disruptivas. MÉTODO Sujetos Muestra del jardín de infancia. En 1986 y 1987, se seleccionó una muestra de niños y niñas que asistían al jardín de infancia de escuelas públicas francófonas de Quebec. La estrategia seguida para recoger la muestra fue (1) representantes de todas las regiones de Quebec y (2) representantes urbanas y rurales. Cuando los estudiantes tuvieron un promedio de 6 años, se envió a las escuelas la Encuesta de Conducta Social (SBQ) (Tremblay et al., 1991) para seleccionar a los niños. Se obtuvo la información sobre ambas encuestas para 4,648 de los 6,397 estudiantes seleccionados. Los participantes iniciales no eran significativamente diferentes de los no participantes por lo que se refiere a situación geográfica o tamaño de las aulas. Muestra longitudinal. De una muestra de 4.648 sujetos, 160 se habían retirado formalmente del estudio (156 se negaron a participar más allá, 3 estaban muy impedidos, y 1 se había muerto). Participaron 4.488 sujetos, se siguieron dos subgrupos de niños y niñas longitudinalmente. Sólo las niñas fueron incluidas en el estudio actual. Los dos grupos eran (1) una muestra al azar de 946 niñas de Quebec y (2) una muestra de 444 niñas que, en el jardín de infancia, habían obtenido puntuaciones altas en ítems de hiperactividad, conductual oposicional y agresividad del SBQ. Las niñas se situaban sobre el percentil 80 según sus padres o maestro. Esta última muestra fue evaluada para tener un número bastante grande de niños con riesgo para la conducta antisocial. Se evaluaron a los participantes anualmente entre el jardín de infancia y 6º grado con encuestas a los padres y al maestro (Dobkin et al., 1994; Tremblay et al., 1992; Vitaro et al., 1991; Zoccolillo et al., 1996). Valoraciones en la Adolescencia. Se buscaron a todas las 1,390 niñas que participaron en el estudio longitudinal para la valoración en la adolescencia; 929 niñas (66.83%) completaron las valoraciones. Las que no participaron en la valoración juvenil (n = 461) tenía las puntuaciones más altas en el SBQ valorado por el maestro (3.48 contra 3.1), pero la diferencia no era estadísticamente significativa. Las descripciones adicionales de la muestra final se proporcionan en el apartado "interacción y Datos Perdidos". La mayoría de niñas eran de raza blanca (97.0%) y Francófonas (96.6%). En la primera valoración, la mayoría de las participantes estaban viviendo con ambos padres biológicos (82.9%), aunque algunas sólo estaban viviendo con su madre (10.1%), con su madre y su esposo (3.9%), o en otros tipos de familia (3.1%) (por ejemplo, en una familia adoptiva o con su padre). La media de años de educación era de 12.24 (SD = 3.41) para los padres y 12.16 (SD = 2.53) para las madres. La media de edad de los padres cuando nacía el primer hijo era de 26.81 (SD = 4.09) para los padres y 24.51 (SD = 3.91) para las madres. En el momento de la entrevista en la adolescencia, la edad media de las niñas era de 15.68 años (SD = 0.48), yendo de 14.63 a 17.63 años; 92.6% tenían 15 o 16 años. Esta investigación fue aceptada por la comisión de ética de la Universidad de Montreal, y se obtuvo el consentimiento informado de todos los participantes. Medidas Conductas disruptivas en la niñez. En este estudio, se escogieron para las valoraciones de los profesores 11 ítems del SBQ en una escala construida específicamente para este estudio, de ahora en adelante llamada "escala de conducta disruptiva". Se eliminaron dos ítems de hiperactividad de la escala de los 13 ítems originales para permitirnos tener una escala que mida dos dimensiones de conductas antisociales: (1) las conductas oposicionistas (8 ítems), y (2) agresividad / las conductas físicamente agresivas (3 ítems). Los ítems, presentados en la Tabla 1, fueron de 0 ("nunca") a 2 ("frecuentemente"). Las evaluaciones se obtuvieron durante la primavera de todos los años entre el jardín de infancia y 6º grado. Se usaron las puntuaciones de conducta disruptiva para modelar trayectorias de estas conductas. El valor Cronbach para la escala va de un rango de .85 a .91 (media = .88) entre 6 y 12 años. Se usaron las valoraciones del maestro en lugar de las valoraciones de la madre por dos razones. Primero, las valoraciones anuales estaban hechas por un maestro diferente, esto proporciona más independencia en las evaluaciones que las medidas repetidas de los padres. Segundo, las valoraciones del maestro muy probablemente no estaban afectadas por las características de la muestra porque combinan las evaluaciones de maestros diferentes, atenuándose las características de cualquier muestra, mientras las evaluaciones maternales confían en sólo una muestra. -------------------------------------------------------------------------------TABLA 1 ítems incluidos en la escala de conducta disruptiva -------------------------------------------------------------------------------Trastorno de conducta en la adolescencia. Versión francesa traducida (Breton et al., 1998) del ( Entrevista de Diagnostico para Niños Versión 2) DISCO-2 ( Shaffer et al., 1996) se administró a las participantes por los entrevistadores especializados. El DISCO-2 es una entrevista psiquiátrica estructurada que evalúa los trastornos psiquiátricos según el DSM-III-R. Los apartados sobre síntomas actuales y diagnóstico de TC son las variables dependientes en este estudio. Método estadístico Las trayectorias de desarrollo en la niñez se estimaron a partir de las conductas disruptivas con un modelo mixto semiparamétrico (Land y Nagin, 1996,; Nagin, 1999,; Nagin y Land, 1993), usando el SAS basado en el procedimiento "TRAJ" (Jones et al., 2001). Este método (1) examina la estabilidad y variación en las trayectorias de conductas disruptivas entre las edades de 6 y 12 años, (2) identifica las trayectorias siguientes de grupos de niñas con distintos niveles de conductas disruptivas, y (3) estima la proporción de niñas en cada uno de los grupos identificados. Primero, se estimaron modelos con varias especificaciones para las formas estables, lineales, cuadráticas, o cúbicas de las trayectorias. Segundo, identificar al modelo con el numero óptimo de grupos, se estimaron modelos con dos, tres, cuatro, y cinco grupos. Una ventaja del método semiparamétrico es que identifica grupos de niños con distintos niveles de conductas estableciendo un criterio estadístico diferente a un criterio subjetivo, a priori definido. El modelo que mejor encajó con los datos era determinado por el Bayesian information criterion (BIC), calculado como sigue: BIC = -2 log (L) + log (n) k donde L aumentó al máximo la probabilidad, n es el tamaño de la muestra, y k es el número de parámetros del modelo (Nagin, 1999). Se seleccionó el modelo que aumentó al máximo el BIC. Otra ventaja de este método es que proporciona la capacidad de predecir las conductas antisociales con las valoraciones múltiples de conductas en la niñez. Comparado con estudios que utilizan un solo punto de medida para la predicción, el uso de trayectorias permitió la inclusión de evaluaciones de niñez todos los años entre el jardín de infancia y 6º grado. El procedimiento TRAJ proporciona las estimaciones sobre el número de elementos en los grupos de trayectoria diferentes. Se asignan las participantes al grupo que tienen la probabilidad más alta de pertenecer a él. Interacción y Datos Perdidos De las 929 niñas que completaron la valoración juvenil, 350 (37.7%) tenía información sobre las siete valoraciones hechas en la niñez, 267 (28.7%) tenían seis, 156 (16.8%) tenían cinco, 66 (7.1%) tenían cuatro, 46 (5.0%) tenían tres, 33 (3.6%) tenían dos, y 11 (1.2%) tenían sólo una valoración. La estimación permite la inclusión de individuos con valoraciones perdidas. Sin embargo, requirió un mínimo de tres periodos de valoración para la inclusión en la muestra de estimación. Por consiguiente, las 44 (4.8%) niñas con más de cuatro valoraciones perdidas se excluyeron de los análisis. Las niñas excluidas tenían las puntuaciones ligeramente más bajas en la escala de conductas disruptivas en el jardín de infancia (media = 2.07) compardo con las incluidas en los análisis (media = 2.35), pero la diferencia no era significativa (t60.75 = 0.93, p = .36). Se estimaron las trayectorias con los datos de 885 (95.3%) niñas que tenían por lo menos tres valoraciones en la escuela elemental. De las 885 niñas incluidas en los análisis de trayectorias, de 65 se perdió la información sobre el número de síntomas de la escala de TC o diagnóstico de TC. La muestra final incluyó a 820 niñas con los datos completos: por lo menos tres valoraciones de la niñez e información sobre síntomas de TC y diagnóstico. Quinientas noventa y siete (72.8%) niñas eran de una muestra representativa. El resto (223) era de la muestra de niñas que tenían las puntuaciones del SBQ por encima del percentil 80. Nosotros optamos por analizar a la muestra representativa junto a las niñas con las puntuaciones del SBQ por encima del percentil 80 debido al número relativamente pequeño de niñas con TC en las dos muestras analizadas separadamente (n = 17 en la muestra representativa y n = 11 en las niñas con puntuaciones altas en el SBQ). Sin embargo, los análisis sólo se repitieron en la muestra representativa para examinar cualquier efecto de combinar los dos grupos. RESULTADOS Identificación de Trayectorias de Conducta Disruptiva El modelo de cuatro grupos, con un BIC de -9,004.52, se identificó como el mejor para los datos. El BIC para el modelo de dos y tres grupo era -9,103.35 y 9,015.77, respectivamente. Para validar la opción del modelo de cuatro grupos, calculamos la probabilidad de que el modelo con dos, tres, o cuatro grupos fuera el modelo correcto. Este cálculo está basado en las puntuaciones BIC (Nagin, 1999). La probabilidad de que el modelo de cuatro grupos era el modelo correcto para los datos era de 0.99 contra 0.00 para el modelo de dos y tres grupos. La información sobre el cómputo de probabilidades del modelo correcto es proporcionada por Nagin (1999). La Figura 1 presenta las trayectorias con la proporción de niñas en cada grupo, la forma real y la predicción de las trayectorias. -------------------------------------------------------------------------------Fig. 1 Trayectorias de conductas disruptivas durante los años escolares elementales (N = 885). Las líneas negras representan las trayectorias de conductas reales, calculado como las puntuaciones de la media para las niñas en grupos identificados por el procedimiento. La línea sombreada predice (pred) las conductas y se calcula con estimaciones del coeficiente de modelos. -------------------------------------------------------------------------------Las niñas incluidas en cada grupo tienen en común que siguen las trayectorias con modelos similares de variación y niveles de conductas disruptivas entre las edades de 6 y 12 años. Las trayectorias que empiezan en el extremo más bajo del eje vertical indican niveles más bajos de conductas disruptivas. El grupo "bajo" comprende a la mayoría de las niñas en la muestra (57.4%) y representa a las niñas con los niveles más bajos de conductas disruptivas en la niñez. El segundo grupo incluye al 31.6% de la muestra y comprende a las niñas con nivel "medio" de conductas disruptivas. Las niñas en el cuarto grupo constituyen 9.6% de la muestra, con nivel "medio-alto" en la escala de conducta disruptiva en la niñez. Finalmente, una pequeña proporción de niñas (1.4%) tiene un "alto" nivel de conductas disruptivas. Los cuatro grupos de trayectoria tienen una forma lineal que indica una disminución gradual de conductas disruptivas entre las edades de 6 a 12 años. Resultados de Trastorno de conducta para las Trayectorias de Conducta Disruptivas Síntomas de Trastorno de conducta. Se usó el número de conductas en los cuatro grupos de trayectoria como el predictor de TC en la adolescencia. La primera predicción apuntó a probar las diferencias en el número de síntomas de TC en la adolescencia según el número de conductas de las trayectorias de niñez. Había un aumento gradual en el número de síntomas de TC, con el número de conductas en los grupos de trayectoria representando niveles más altos de conductas disruptivas (medias: bajo = 0.36, medio = 0.60, medio-alto = 0.74, alto = 1.20). Para evaluar si las diferencias entre grupos de trayectoria, según el número de síntomas de TC, es estadísticamente significativa, se hizo un análisis de regresión Poisson. Este tipo de análisis se usa para analizar el cálculo de los datos. El número de conductas incluido en los cuatro grupos de trayectoria como predictor del número de síntomas de TC en la adolescencia. Como se indica en la Tabla 2, las niñas en el grupo bajo informaron de un número de síntomas de TC significativamente más bajo a los 15 años de edad comparado con el resto de grupos (p <.0001). -------------------------------------------------------------------------------TABLA 2 Predicción de síntomas de Trastorno de Conducta en la Adolescencia a partir de Trayectorias de conductas disruptivas en la niñez (n = 820) -------------------------------------------------------------------------------Diagnóstico de Trastorno de Conducta. Se realizó un segundo análisis para evaluar si las niñas en diferentes trayectorias de conductas disruptivas diferían con respecto al predominio de diagnóstico de TC en la adolescencia. La proporción de niñas con un diagnóstico de TC aumentó con el número de conductas de las trayectorias que representan un nivel más alto de conductas disruptivas (bajo = 2%, medio = 4.4%, medio-alto = 6.9%, y alto = 20.0%). Como el número de niñas con diagnóstico de TC en el grupo alto era pequeño (n = 2), y para poder ver las inferencias sobre el riesgo para el diagnóstico de TC entre un número significativo de niñas, los grupos alto y medio-alto fueron combinados y se etiquetaron como grupo "alto" en el próximo análisis. El predominio de diagnóstico de TC en el grupo de trayectoria de conducta disruptivas alto (combinado) era de 8.5% (n = 7). Se realizó un análisis de regresión para probar si había diferencias significativas en el número de niñas con un diagnóstico de TC en los tres grupos de trayectoria. Como se indica en la Tabla 3, las niñas del grupo bajo tenían una proporción significativamente más pequeña de diagnósticos de TC comparado con las niñas en el grupo alto (p <.005). Las niñas del grupo medio no difirieron significativamente del grupo bajo. -------------------------------------------------------------------------------TABLA 3 Predicción de diagnóstico de Trastorno de Conducta en la adolescencia a partir de las Trayectorias de Conductas Disruptivas en la niñez (n = 820) -------------------------------------------------------------------------------De las 29 niñas con diagnóstico de TC, 7 (25%) eran del grupo alto (combinado), 11 (39.3%) eran del grupo medio, y 10 (35.7%) eran del grupo bajo. Repetición de los Resultados en la Muestra Representativa Para examinar la posibilidad de que los resultados anteriores se relacionen, con la inclusión de niñas seleccionadas en base a sus puntuaciones disruptivas altas en el jardín de infancia, dirigimos sólo los análisis a la muestra representativa. Las 644 niñas de la muestra representativa que tenía tres valoraciones de niñez, por lo menos, fueron incluidas en la repetición de los análisis de trayectoria. El mejor modelo incluyó cuatro grupos: los grupos bajo, medio, medio-alto, y alto con un 47.5%, 36.9%, 13.3%, y 2.4% de la muestra, respectivamente. El número de trayectorias en las muestras eran las mismas, y las proporciones de niñas en cada grupo eran similares. Sin embargo, los tres grupos de trayectorias más bajas de la muestra representativa eran más estables (comparado con la declinación de la muestra total). Además, la inclinación del grupo alto era más negativa en la muestra representativa que en la muestra total. Finalmente, el interceptor de las trayectorias era algo bajo en la muestra representativa contrariamente a la muestra total (bajo: 0.51 contra 0.87; medio: 1.53 contra 2.9; medio-alto: 3.47 contra 7.77; alto: 11.99 contra 13.66). La predicción de síntomas de TC y diagnóstico a partir de números de conductas de trayectoria se dirigió a las 597 niñas de la muestra representativa que completaron los datos en la niñez y adolescencia. Por término medio el número de síntomas de TC en la adolescencia para cada grupo de trayectoria era de 0.32, 0.43, 0.64, y 0.94 para los grupos bajo, medio, medio-alto, y alto, respectivamente. Los resultados de la regresión de Poisson indicaban que las niñas del grupo bajo mostraban significativamente menos síntomas de TC que los demás grupos (p <.05). Diecisiete niñas de la muestra representativa tenían un diagnóstico de TC. La proporción de niñas con TC era 1.3%, 3.8%, 4.3%, y 12.5% para los grupos bajo, medio, medio-alto, y alto, respectivamente. El análisis de regresión que predice el diagnóstico de TC mostró que las niñas del grupo medio-alto y alto combinado tenía una proporción más alta de diagnóstico de TC comparado con las niñas del grupo bajo (p <.05, la proporción de diferencias: 4.57). DISCUSIÓN El objetivo de este estudio era probar si se podían identificar niñas a partir de las distintas trayectorias de conductas disruptivas en la niñez y si se relacionaban las trayectorias de niveles superiores con síntomas de TC y diagnóstico en la adolescencia. El estudio se dirigió a una muestra no clínica, usando valoraciones de conducta del niño hechas por un maestro diferente cada año durante todos los años de educación básica, y valoraciones de TC en la adolescencia. Distinguimos cuatro subgrupos de niñas que siguieron trayectorias distintas de conductas disruptivas en la niñez. Probablemente las niñas con trayectorias que reflejan niveles más altos de conductas disruptivas mostraban un número más alto de síntomas de TC. Las niñas en las dos trayectorias más altas tenían proporciones significativamente más altas de diagnóstico de TC en la adolescencia. Los mismos resultados se encontraron cuando los análisis se dirigieron a una submuestra representativa de niñas de la población de Quebec. Usando un método semiparamétrico, mostramos que la mayoría de niñas (57.4%) no mostraban conductas disruptivas durante los años de educación básica. Una proporción importante de niñas (31.6%) tenía niveles moderados (media del grupo). Los otros dos grupos de trayectoria, medio-alto (9.6%) y alto (1.4%), la proporción más pequeña de niñas fue la puntuación superior en la escala de conducta disruptiva. Las niñas del grupo medio, medio-altas, y altas de conductas disruptivas tenían un número más alto de problemas de TC en la adolescencia (media = 0.64) que las niñas del grupo bajo (0.36). Al combinar los grupos medioalto y alto, encontramos que las niñas en estas trayectorias tenían una probabilidad de 4.46 veces más de tener un diagnóstico de TC que las niñas del grupo bajo. Los resultados muestran continuidad y discontinuidad. Los resultados están en línea con los resultados anteriores (Nagin y Tremblay, 1999,; Tremblay et al., 1994) y con la proposición de Robins (1978) donde las conductas antisociales juveniles o en adultos son precedidas a menudo por las conductas antisociales de la niñez, pero no todos los niños antisociales se vuelven adultos antisociales. Una entre 12 niñas en las dos trayectorias de conducta disruptivas mas altas tenía un diagnóstico de TC en la adolescencia, comparado con 1 entre 23 para el grupo medio y 1 entre 49 para el grupo bajo. La proporción de niñas con TC en las dos trayectorias más altas corresponde a los informes anteriores de continuidad para la agresión física y las conductas antisociales de la niñez a la adolescencia en los niños (la proporción para los niños: 1 entre 8; Nagin y Tremblay, 1999). Además, se ha sugerido que los cambios debido a errores de medida y los cambios genuinos son difíciles de distinguir con el uso de datos observacionales (Fergusson et al., 1996). Estudios que tienen en cuenta los errores de medida (Fergusson et al., 1996; Zoccolillo et al., 1992) muestran la continuidad más fuerte con el tiempo, estos sugieren que el uso presente de valoraciones de conducta hechas por el maestro y la metodología estadística pueden infravalorar la continuidad. Los resultados apoyan la idea que hay una historia previa de conductas en el TC, por lo menos para algunas niñas. Mirando hacia atrás, 64.29% (18/28) de las niñas con un diagnóstico de TC en la adolescencia estaba en trayectorias que reflejan niveles elevados de conductas disruptivas (las trayectorias medio, medio-altas, o altas). Mirando adelante, la proporción de niñas con TC era de un 2% en el grupo bajo, 4.4% en el medio, contra 8.5% en las dos trayectorias más altas combinadas. Además, el número de síntomas de TC era 0.35, 0.6, 0.74, y 1.20 para las niñas en los grupos bajo, medio, medio-alto, y alto, respectivamente. Niñas que tenían un nivel elevado de cualquier conducta disruptiva en la niñez (medio, medio-alto, o alto), comparado con la mayoría de niñas (del grupo bajo, 57.4%), tenía un riesgo aumentado para los síntomas de TC. Sin embargo, el riesgo para el diagnóstico de TC más serio sólo fue significativo para las niñas en las dos trayectorias más altas. Incluso, las niñas en el grupo de trayectoria medio tenían 2.2 veces más riesgo para un diagnóstico de TC que las niñas en el grupo bajo. Además, se sugirió que un umbral de tres síntomas para el diagnóstico de TC podía ser el más correcto para identificar a las niñas con conductas antisociales persistentes (Zoccolillo et al., 1996). Por consiguiente, los resultados sugieren que las niñas con niveles por encima de la media de conductas disruptivas pueden tener un riesgo más alto para dificultades clínicamente significativas. Las niñas en los cuatro grupos siguieron las trayectorias de forma estable. Aquéllas que empezaron la escuela en los niveles bajos o altos de conductas disruptivas terminaron la escuela con niveles similarmente bajo o alto. Esta estabilidad es notable, dado que las evaluaciones de conducta disruptivas hechas por los distintos profesores se mantuvieron todos los años de valoración. Además, la continuidad en las conductas antisociales se observó a pesar del uso de dos fuentes diferentes de información para la niñez y para la adolescencia, a saber, maestros y los mismos informes de los adolescentes, respectivamente. Los resultados están en la línea de las descripciones anteriores para conducta oposicionista y conductas físicamente agresivas entre niños de 6 y 17 años. Nagin y Tremblay (1999) también identificaron cuatro grupos de niños con niveles distintos de estas conductas y encontraron que ese número de conductas en la trayectoria alta era predictivo de conductas antisociales en la adolescencia. Limitaciones Se seleccionaron un 27.2% de las niñas de la muestra final en base a sus puntuaciones de conducta disruptiva alta en el jardín de infancia, cabe la posibilidad de que los resultados sobrestimaran el nivel de continuidad entre las conductas de la niñez y la adolescencia. Este punto es importante, ya que pueden hacerse inferencias engañosas cuando la muerta escogida de la población es diferente de la muestra representativa (Morgan y Harmon, 1999). Hay dos alternativas principales para asegurar la validez externa de los resultados: usando ponderaciones o reproduciendo los resultados en los datos de las niñas representativas. Ponderando los datos era difícil debido a la interacción diferencial a través del tiempo. Así decidimos sólo dirigir los análisis en las niñas representativas. Los resultados de estos análisis mostraron que se podían identificar cuatro grupos de trayectoria muy similares, indicando que el modelo de resultados para las trayectorias se mantuvo en la muestra representativa. Había algunas diferencias en los resultados, tal como se podía esperar cuando se repiten los análisis en una muestra diferente. Pero lo que se pretendía, era si el número de conductas en las trayectorias de niñez derivadas de la muestra representativa era predictivo de síntomas de TC y diagnóstico, como en la muestra total. Esto sugiere que por encima de la muestra no se pueda explicar el modelo de trayectorias de conducta disruptivas y su asociación con el TC en la adolescencia. Otra preocupación inherente a los estudios longitudinales es la proporción de interacción. Había una interacción considerable entre las valoraciones de la niñez, cuando los maestros estaban valorando las conductas de las participantes, y la valoración juvenil, cuando las adolescentes tenían que estar de acuerdo en participar en la entrevista. Los análisis de interacción revelaron que las participantes de las valoraciones juveniles no difirieron significativamente de aquéllas que no lo hicieron en la variable de interés: conductas disruptivas en la niñez. Sin embargo, la necesidad de repetición de estos resultados en muestra clínica y no clínica es importante dado el predominio bajo de TC. También sería útil distinguir entre las conductas de la niñez que llevan a conductas antisociales violentas en chicas o no violentas. Finalmente, una repetición de estos resultados usando las evaluaciones de la madre proporcionaría la información de hasta que punto maestros y madres están de acuerdo al puntuar las conductas disruptivas de las niñas, si las niñas con las distintas trayectorias pueden ser identificadas por las madres, y si el número de conductas en estas trayectorias también predice TC. Aunque el objetivo de este informe no era proporcionar una replica de resultados cuyos informadores fueran los maestros y la madre, este problema debe tenerse en cuenta en futuros estudios. Implicaciones clínicas Una implicación clínica importante de este estudio es que también puede ser útil el tratamiento temprano y prevención de conducta antisocial para las niñas, como lo es para los niños. Sin embargo, se necesita una investigación extensa en las herramientas clínicas fiables para detectar entre las niñas, en los primeros años de educación básica, aquéllas que en el futuro desarrollarán TC. Este esfuerzo puede tener un impacto significativo al impedir a niñas con riesgo, seguir un camino persistente de conductas antisociales y reducir las consecuencias negativas de un TC en mujeres en la próxima generación.