1 Salir o quedarse en el laberinto: he ahí el dilema La propuesta del Gobierno Ibarretxe al país -y no a la “mitad nacionalista”- sitúa como perspectiva un nuevo Estatuto desde una creible arquitectura formal e institucional y una perspectiva abierta en los contenidos. Sin dejar de apurar el actual, lo sustituiría a plazo mediante su reforma. Naturalmente es la dialéctica de la acumulación de fuerzas la que puede sostener el esfuerzo de un proyecto y no una virguería jurídica. Pero el proyecto mismo tiene sus ventajas: no abandona lo que hay y prepara el futuro, siempre que rescate el lugar de la ciudadanía, de los agentes que asumen el destino en sus manos…. en estos tiempos de democracias vaciadas por los círculos de poder económico, político y mediático. Arquitectura formal y contenidos En lo formal propone una transición legítima y legal. Se vincula a la legitimidad de los resortes del Estatuto vigente y a la legitimidad institucional electa (sin cocinas extraparlamentarias ni de organismos que puedan ser cuestionados) y no choca con una interpretación sustantiva de la Constitución como la que hicieron Lluch y Herrero de Miñón. Utiliza el artículo 46, el artículo previsto para esos menesteres, y las adicionales. Soslaya así los inconvenientes que tenía partir, de primeras, de una consulta sobre una fórmula abstracta sobre la soberanía del sujeto u otras fórmulas, remitiendo esa consulta, o bien a un articulado derivado de los debates en sede parlamentaria y social o, en el peor de los casos, a una situación en la que, por bloqueo, deba consultarse la opinión social. Buscaría un acuerdo aquí. Tanto porque se lo propone como porque no tiene más remedio que superar los porcentajes de apoyo de la Constitución y del Estatuto. Pero no pasa del Estado, como no podría ser de otro modo, y ensayaría llegar a un pacto con el Estado o antes, o después. Como iban a hacerlo en Quebec si los soberanistas hubieran ganado el último referendum. De todos modos, aunque los pactos con los Estados siempre son desiguales, también suelen depender de la legitimidad y de la acumulación de fuerzas previas. En los contenidos dependerá de las resultas del debate pero de partida propone importantes y elementales cuestiones de raíz soberanista –o sea autodecisionistas- como son básicamente: el reconocimiento del derecho de consulta y de decisión para un ejercicio autocontrolado dada la composición de la CAV, el respeto a las decisiones de Navarra e Iparralde, la presencia propia en Europa, el cierre de la jeraquía judicial, la soberanía cultural y sociolaboral, el autogobierno o un sistema de garantías de cumplimiento. Esas cuestiones son explícitamente no secesionistas, ni siquiera nacionalistas, y en las que pueden encajar desde un federalista sincero, a un confederalista o un independentista que piense, por ejemplo, que el marco europeo exige otro diseño reivindicativo o que, en esta fase histórica -por razones de relaciones de fuerzas reales tanto dentro como fuera de Euskal Herria– no está a la orden día la independencia. Es igual que un socialista o un comunista que, sin cambiar de nombre ni renunciar a un Estado socialista hoy busque reformas estructurales del sistema. O sea, propone una reforma soberanista del Estatuto. La propuesta es una oportunidad pero no una certeza en un escenario bloqueado y sin esperanza. Llama a la inteligencia de todas las partes del país necesario e inevitable, a la 2 responsabilidad para salir del laberinto. Su éxito depende de que sume y no se estanque. ¿Aventura?. No muy distinta a la de vivir. Tiene recorrido propio solo hasta el momento en que pueda contar con un texto dentro de un año, pero nadie sabe si logrará convencer a una mayoría parlamentaria y social. Para ello tendrá que hacer deberes tanto en ese plano como en otros, como la gestión prudente de los conflictos, cuestión ésta en las que hay tantas de cal como de arena, visto lo ocurrido un día en Zabalburu. Reacciones socialistas Esos contenidos son tan elementales para un federalista que sorprende ver cómo han sido acogidas incluso por socialistas, otras veces templados, como Jauregui o las JJSS. Leen una declaración independentista allí donde solo hay una autolimitación para toda una época (“status de libre asociación”); o ventajismos electorales a corto donde lo que hay es una perspectiva estructural a largo; o una propuesta de unidad nacionalista cuando es una oferta para todo aquel que no sea conservador y quiera ayudar a salir del laberinto Sorprende además que los que tantas veces han acusado, y con razón, de ambiguos a los nacionalismos vascos por no aclarar sus proyectos, les sometan al tercer grado cuando los aclaran para toda una época con uno de corte federalista asimétrico, no muy alejado del de IU-EB o del PSC. Y, en lugar de apuntarse a apoyarlo, busquen desmontarlo ferozmente. El problema no lo tiene Ibarretxe sino los socialistas. El PP, con su “día de la banderita”, no tiene esos problemas. Ello da que pensar. Ya no son los abertzales los que quieren imponer un modelo de país sino esos vascos que solo admiten como posible su propio regionalismo. ¿Es esa la altura de miras para lograr un punto de reconciliación nacional?. ¿Hemos de ser españoles a la fuerza porque así lo quiere el Estado y los grupos de vascos que no admiten un acuerdo democrático entre los distintos que somos dentro?. O quizás el problema no sea ese. Sino que la propuesta de Ibarretxe no encaja con la estrategia vigente, solo antiterrorista, del PSOE. Una estrategia de piñón fijo, hasta que alguna vez le ganen las elecciones al PP, momento en el que podrían girar o no. (Para qué si la estrategia solo antiterrorista habría resultado rentable). La propuesta le ha cogido al PSE con el pie cambiado, desnudo de proyectos para esta parte del país que es como es. Que reconozcan los que se dicen estatutistas que solo son partidarios del “Subestatuto”. No es de extrañar en quienes viven con el reloj parado en un discurso vacío y funcional al nacionalismo español como Pradera, Elorza, Juaristi o Savater. Se dedican a eso. Pero para los se tienen por abiertos… ¿Qué otras cosas distintas a las que plantea Ibarretxe como objeto de debate hubieran podido proponer para un cambio esperanzador, los Jauregui o Sole Tura que hace solo unos meses suscribían un texto que hablaba de una “revisión del marco institucional vigente” y la exigencia de un “refrendo de la ciudadanía”?. ¿O qué hubiera planteado Benegas para lograr una mayoría para su interesante “propuesta de paz” del 2000?. ¿O qué hubiera propuesto de sustancial Zubizarreta si el Plan Ardanza hubiera nacido?. ¿Solo el cumplimiento del incumplido Estatuto? Es poca alforja para un viaje que ya hicimos. ¿Molesta el método? ¡Pero si hoy la “unidad de los demócratas” es un imposible!. 3 Imposible mientras se dediquen a obviar el problema de las raíces de la violencia –tan real como absurda y dañina- para darle un tratamiento solo represivo. Además no es verdad. Son los socialistas los que optaron por rechazar el Plan Ardanza, colaborar en ilegalizar a una parte del pais y acorralar a la otra parte, al nacionalismo histórico. Se trata de una política involucionista que recuerda a una de las páginas negras de la historia del PSOE: la cooperación con Primo de Rivera en los años 20 para, entre otras razones, barrer a los republicanos. ¿No se puede proponer nada porque hay “violencia de persecución”?. Aparte de abordarla específicamente porque no nos merecemos vivir en la selva, es un motivo añadido para que haya que hacer propuestas tanto para avanzar como para que algún día desistan -por voluntad propia o por abandono de apoyos- los que la ejercen. Hasta que eso acabe ¿no hay que hacer política constructiva? Este planteamiento ¿no es similar al de socialistas frente a Bush y su “eje del mal”, cuando se hartan de decir que hay que abordar también el problema de fondo de la marginación del mundo árabe?. ¿Es eso ser equidistante?. ¿Lizarra bis? Es una vía distinta. Tiene en común que busca una mayoría, una salida constructiva y que se basa en una propuesta democrática como no podría ser de otro modo. Pero respecto al Acuerdo de Lizarra, que fue un ensayo tan interesante e ilusionante al principio, como fallido después, le diferencian aspectos centrales. a) A diferencia de aquella declaración genérica e interpretable, sin proyecto concreto compartido y con pugnas por la hegemonía, se trata ahora de una propuesta de métodos, contenidos, procedimientos y plazos, sostenida en un Parlamento y Gobierno electos, que puede salir adelante o no, y que apela, con luz y taquígrafos, a aprovechar la oportunidad y a la participación. b) No hay pacto previo entre las fuerzas del tripartito, fuerzas sociales e Izquierda Abertzale, como ocurriera en 1998, ni se sustenta en un compromiso de tregua que parece además que no va a haber, dado el suicida curso y discurso de ETA. c) No se basa en un acuerdo de fuerzas políticas mayoritarias, llamando después al PSE y PP a que se sumen y, por su contenido y sentido de Pacto amplio, no tiene vocación de plataforma solo nacionalista. d) Al contrario de lo que resultó la mayor debilidad de Lizarra -cuando “el comandante mandó a parar” en aquel infausto enero del 2000 en que de nuevo se abrieron los cementerios- ETA no tendría la llave. A través de un proyecto de país compartible a largo sobre la base de mensajes dirigidos al socialismo federalista y al abertzalismo de izquierda que quieran salir del laberinto, trataría de generar un escenario de paz. Unos tirando para un lado y los otros para otro como es natural. Unos y otros no pueden no estar. Pero también hay que tener claro que los enemigos de ese proceso son tan poderosos y desde flancos tan diversos, que la movilización social por la autodecisión, por las libertades (contra la ilegalización de la izquierda abertzale) y por la tregua (o contra la violencia que no cesa) son las bases permanentes de cualquier alternativa popular, hoy. Ramón Zallo. Profesor de la UPV-EHU. 4