El Tiempo y “Nuestros Amores” “No tengo tiempo” o “me falta tiempo”, son las respuestas usuales de la persona a la que se le pregunta si lee. La lectura, desde luego, o está en su horizonte habitual, o queda siempre relegada, postergada o a la espera de que se produzca ese hueco de tiempo que nunca llega. Son escasísimas las personas que en su agenda diaria tienen contemplado un tiempo para leer; les parece un placer superfluo, un hijo exótico, y si es realmente sincero, una actividad inútil.. Siempre hay otras cosas “más prácticas” , “más urgentes” o “más necesarias”. Tal vez, con buena voluntad , consideran la lectura algo conveniente, pero casi siempre prescindible. “Con la lectura del diario y la correspondencia diaria ya tengo suficiente”, contestan otros. “Te aseguro, me encanta leer, pero dime cuándo”. No sé cuámdo, ni dónde . Sólo sé que si la lectura no forma parte de las necesidades de una persona, sencillamente no leerá. Resolverá puzzles, verá televisión, prolongará las reuniones más allá de lo necesario, paseará sus ojos descubriendo novedades y baraturas en los escaparates, pero no leerá. O comprará algunos o muchos objetos que la tecnología y la electrónica ponen a disposición del consumidor, y se dará cuenta de que ni siquiera tiene tiempo para usarlos, y menos para disfrutarlos. Y es posible que se encuentre que para su empleo deba desenterrar el manual de instrucciones , porque desconoce sus mandos. Incluso los bienes exteriores necesitan de tiempo. No basta tenerlos . Ni siquiera basta usarlos; hay que darse tiempo para su disfrute. Me resulta irresistible no citar a ese campesino filosófo y autodidacta, Gustavo Thibon, que en su breve pero apasionante ensayo sobre el empleo del tiempo , nos recuerda que éste , el tiempo, es un “valor irremplazable , inextensible e irreversible, ante el cual, todos los hombres son iguales, como son iguales ante la certeza de la muerte. Aquí – insiste- no hay privilegio ni favoritismo ; la jornada de un Jefe de Estado abrumado de responsabilidades mundiales tiene veinticuatro horas , como la del indiferente vagabundo que regula su marcha por la inclinación del sol sin haber consultado nunca un reloj. La única solución - continúa- reside en esto: usar bien este capital (el tiempo) que, lejos de producir intereses, disminuirá hasta nuestra muerte. La cuestión crucial que se le va a plantear a la humanidad es pues, la del empleo del tiempo, que implica una sana concepción de la jerarquía de valores y una sólida educación de la libertad. Cada día, cada año, son como un jardín cuyo cultivo no ha sido confiado ; al no poder ampliar la superficie, nuestra tarea consiste en elegir las buenas semillas y en arrancar las hierbas parásitas”. No se trata de la lectura, simplemente. Se trata del tiempo que destinemos a Dios, a la propia mujer, a cada hijo, a nuestros padres, a nuestros amigos: nuestros amores son nuestro tiempo.