Cavilaciones de un hombre extraño. ¿Qué es la eternidad, sino este tiempo perdido en mis manos, en mis pasos, en mis sueños encriptados? ¿Qué es la eternidad, sino esta locura que grita, mientras mi boca permanece cerrada? ¿Qué es la eternidad, sino éste infierno en el que ya no creo? Y camino, sin rumbo; con los ojos grises, con los pies pegados en la tierra que a diario me reclama uno, dos, tres metros hacia abajo. Siempre en el panteón de Dolores, miro las lápidas, leo en voz baja los epitafios para después cantarlos o recitarlos como poesía barata. Para después escupirlos. Para después envidiarlos. Tirito, no de frío, no de miedo. Tirito de saber que aunque quiera, yo no muero. Pero continúo. con la vida doliéndome más que los huesos. Y así pasa otra noche, donde soy sombra y lamento que nadie reconoce. No soy el judío errante. No soy un espectro del pasado. Soy el vivo que reprocha a su vida, el hecho de que nunca se vaya a entregar a la muerte. Y por fin lanzo a la basura, la cicuta, la daga, la horca y el revolver que jamás me han hecho daño. Seguiré penando. Asustando y alejando a la gente que se pare en el panteón o cerca de mi casa. Es lo único que resta cuando el tiempo sobra a borbotones. ¿Qué es la eternidad, sino mi cuerpo incorruptible? ¿Qué soy yo sin la eternidad? ¿Qué es la eternidad sin mi? Trinidad Jendell.