Ponencia presentada al Coloquio: “Abraham Valdelomar y los orígenes de la modernidad. Congreso de la República. 20 al 23 de mayo del 2002) Valdelomar, el mejor Nuevo Periodismo Por Juan Gargurevich Regal Hoy le llaman “nuevo periodismo” o “periodismo literario” pero ya Abraham Valdelomar y otros jóvenes de su época lo practicaban con solvencia extraordinaria, utilizando las mejores herramientas de la literatura de ficción para contar historias reales. Fue sin embargo Valdelomar el mejor de todos gracias a su talento y pudo así producir piezas periodísticas que no tienen parangón en el periodismo nacional. -Literatura y periodismo Escuchamos con cierta frecuencia interrogantes sobre la relación entre literatura y periodismo; y cuando hemos tenido oportunidad de expresar opinión hemos insistido: el periodismo es literatura que, pese a ser elaborada de urgencia por la rapidez que exige la noticia de hoy, puede alcanzar niveles de expresión estética que envidiaría cualquier escritor famoso. Quizá lo difícil de establecer son las fronteras que el periodista o el literato deberá aprender a reconocer y sobre todo a respetar. Es que se suele olvidar que la división no existía sino hasta hace relativamente pocos años. Las redacciones de los diarios y revistas, hasta los años 40 del siglo XX, más o menos, reclutaban a sus cuadros de las vertientes literarias. Y esto en todo el mundo, el Perú incluido. Si se revisa la historia de nuestro periodismo se encontrará confundidos a escritores con periodistas, sin poderse afirmar con certeza si eran más de lo uno que de lo otro. Así fueron los fundadores del primer periodismo que siguió a los años violentos de la Independencia y en los tiempos confusos de los famosos Ayacuchos, los generales que pasaron de la batalla del campo al combate político. Se afirma que con Castilla se inicia la verdadera República. Y también el periodismo, tanto el serio y batallador con ideas como el satírico que alcanzó tales niveles de violencia que logró reputación como el más soez del continente. Pero aún para esto debe tenerse talento, que pusieron los literatos que eran a la vez políticos… y periodistas. Es cierto que la gran diferencia entre el periodismo y la literatura, definidos ambos en términos formales, está en la intención de la comunicación: uno para noticiar e informar, interpretando la realidad para intentar explicarla al lector; la otra para brindar goce estético. 2 Pero esta diferencia no se hacía originalmente pues la única disimilitud estaba en la materia a describir, el hecho real o la invención, la verdad o la ficción. Ambas podían contarse y de hecho se hacía, con las mismas herramientas que proveen tanto el lenguaje como las antiquísimas técnicas de la narración. Era sólo diferente la llamada “voluntad de estilo”. ¿Cuándo surgió esta falsa división entre uno y otro estilo? Es probable que haya sido cuando la escuela norteamericana de periodismo fundada a fines del siglo XIX en las grandes urbes del norte, insistió el diferenciar los estilos, las técnicas, el entrenamiento. Y desarrolló instrumentos elementales como la Pirámide Invertida, el Lead, la respuesta seca y objetiva a las preguntas Qué, Quién, Dónde, Cuando, Cómo, una técnica que arrinconó a los literatos que querían hacer periodismo a la antigua. Estas nuevas maneras de expresión periodística se difundieron en América Latina luego de la Segunda Guerra y quedaron postergados los grandes cronistas de antaño, americanos o españoles. Por mucho tiempo pocos recordaron a los hispanos Larra, Azorín, a nuestros cronistas que describieron con maestría exquisita episodios memorables como el Combate del 2 de Mayo en “El Nacional”, la rebelión de los Gutiérrez en “El Comercio”, la gloriosa y trágica etapa de la batalla naval en ”El Peruano”, la entrada de Piérola y tantas otras historias que exigen la verdad pero reclaman plumas maestras para que el lector se asome a la emoción que el periodista literato sintió al presenciar el suceso. Aquellos relatos poseen características que los hacen hoy irrepetibles, como la extensión por ejemplo. Los diarios del siglo XIX no ponían casi límites de espacio, como vemos en las crónicas de los corresponsales de guerra que acompañaron a los combatientes, marinos y soldados, en las campañas de la Guerra del Pacífico. Es así como en las hemerotecas hay sumergidas crónicas extraordinarias que aguardan ser puestas nuevamente en tinta y papel para mostrar que tuvimos antaño un soberbio periodismo diario que describía en detalle los grandes sucesos porque tenía la necesidad de evocar en sus lectores las imágenes del drama. De todas aquellas historias de diarios y revistas de antes de la Segunda Guerra destacan en particular los tiempos de los presidentes de la llamada República Aristocrática hasta el derrocamiento de José Pardo, en 1919, por Augusto B. Leguía. Son años en que nace la profesión de periodista porque se separan los editores o empresarios de los profesionales propiamente dichos, integrándose en gremio al fundar en 1908 y 1914 sendas instituciones de protección, mejoramiento profesional, etc. Es la época en que se funda el diario “La Prensa”, en 1903; el diario “El Comercio” se ve obligado a modernizarse y dejan de circular grandes cotidianos del siglo anterior, como “El Nacional” de los Chacaltana” o “La Opinión Nacional” del venerable Aramburú . Viejos cronistas fueron prácticamente obligados a dar paso atrás ante la irrupción de un verdadero pelotón de veinteañeros que se confunden con la generación anterior, beben de su experiencia y proponen una nueva manera, desenfada, libre 3 y talentosa de contar las cosas como creen ellos que se deben contar y sin atender a cánones o técnicas sino mas bien a la elemental intención de comunicar información y proponer opinión y comentario. Es el caso, entre otros, de Leonidas Yerovi, José Carlos Mariátegui, Ezequiel Balarezo Pinillos, Luis Varela Orbegoso, Adán Felipe Mejía, Luis Fernán Cisneros, José Gálvez, Ignacio Brandariz, Federico More , Enrique Castro Oyanguren, Carlos Guzmán y Vera, etc. y, por supuesto, de Abraham Valdelomar. Se ha registrado que el quinquenio 1910 a 1915 circularon sólo en Lima los diarios “El Comercio” ya bajo control de la familia Miró Quesada; “La Prensa” todavía Demócrata, pierolista, pero en trance de ser vendida a Durand; “La Unión” , “La Crónica” el primer tabloide que intentaba el estilo de los sensacionalistas del Norte; “El Diario Judicial” de Paulino Fuentes; “El Peruano” del Gobierno, “La Patria” pardista; “La Nación” de Paz Soldán, billingurista ;“La Capital”, “La Epoca” de Deustua, para lanzar a Javier Prado; “La Tribuna”, “El Imparcial” demócrata, de Gerardo Balbuena. Y más tarde se agregaron a la lista –aunque algunos desaparecieron en medio del fragor del combate político periodístico siguiendo la suerte de sus mentores- el diario “El Tiempo” de Ruiz Bravo, leguiísta; y el último independiente , de corta vida, “La Razón” de José Carlos Mariátegui y César Falcón. En revistas la lista es frondosa y sólo citaremos, por relevantes a “Variedades”, “La Actualidad”, “El Mosquito”, “Rigoletto”, “Lulú”, “Alma Latina”, “Lápiz y Tinta”. La prensa llamada Doctrinaria exhibía “Integridad”, “La Protesta”, “”El Mensajero”, “El Heraldo”, etc. Aquí los nuevos periodistas desplegaban humor, ingenio y versación cultural. Incluso la prensa para extranjeros conoció un auge notable pues se afianzaron los periódicos en japonés, chino, italiano. Hacía falta una gran cantidad de periodistas para cubrir las necesidades de toda esta multitud de títulos surgidos al amparo de las contiendas políticas y hubo tantos, que no se dudó en fundar ,primero, el Círculo de Periodistas en 1908; y el Círculo de Cronistas después, junto en 1915, como dijimos antes. Debemos considerar que, quizá más que hoy, los lectores manejaban bien los códigos del periodismo, es decir, sabían diferenciar posiciones políticas con comodidad pues conocían a los propietarios de los periódicos, reconocían las posiciones políticas; y ubicaban bien a los periodistas, siguiendo de cerca su trayectoria, como en el caso particular de Mariátegui y Valdelomar. También distinguían las técnicas comunes, es decir, las notas informativas básicas , las entrevistas ( que en esos tiempos llamaban a veces “interviús”) y los relatos lineales que conocemos como crónicas. En realidad, todos ellos eran cronistas. Los modelos periodísticos de la época eran sin duda europeos. Las constantes referencias que se encuentran en textos de género diverso, dan cuenta de una constante correspondencia entre las grandes ciudades europeas, París, Madrid, y los cronistas locales. Se respiraba aquí la presencia de Eugene d’Ors, el catalán que comentó todo con su columna “Glosari” por cuarenta años; de José Martínez Ruiz, el célebre Azorín; de Gabriel Miró, Ramón Pérez de Ayala. De Ortega y Gasset, periodista precoz, que redactaba para “El Imparcial”. También llegaban a Lima los textos 4 periodísticos de Salvador de Madariaga, que mostró España como pocos, y, por supuesto, de nuestro Corpus Barga, que tantos años dirigió en Lima la Escuela de Periodismo de la Universidad de San Marcos y que, según confesión, “me pasé la vida escribiendo en periódicos”. La lista es larga pero los mencionados quizá bastarían para recordar el ambiente que contribuían a formar con sus textos y, sobre todo, con su estilo, su manera de ver y contar las cosas. Para los jóvenes cultos de esos tiempos esos hoy llamados periodistas literarios debieron constituir los mejores maestros Abraham Valdelomar pertenecía, por profesión , vocación y dedicación, a ese grupo aunque también lo reclamaban los creadores. Y él supo estar con ambos pues si bien seguramente hubiera preferido dedicarse a la creación literaria, fue el periodismo el que le brindó estabilidad económica y nos pocas satisfacciones artísticas y académicas, pese a su rechazo a los estudios universitarios formales. Basadre reconoció bien ese tiempo: “El ambiente literario en esa época, más o menos entre los años 915 a 918, tuvo, en gran parte merced a él, una intensidad singular. Los diarios no eran sólo de uso almácigo de sucesos. “La Prensa” con Valdelomar, con el mismo Yerovi, Gonzales Prada, Ulloa, Félix del Valle; “El Tiempo” con Mariátegui y Falcón: “El Perú” con Bustamante Ballivián, More, Cisneros, daban el espectáculo cotidiano de lo bien escrito. Las páginas literarias de los diarios aparecieron entonces con regularidad y no estaban clausuradas para las nuevas inquietudes ni para los fervores juveniles”1. Deberíamos quizá abrir aquí un breve paréntesis dedicado a la política pues todos estos periodistas ejercían con vigor el compromiso político y la mayoría sin ocultarlo o disimularlo. Habría que distinguir sin embargo la adhesión partidaria resuelta, de la posición de fondo. En el caso del periodista que nos ocupa ¿dónde ubicaríamos a Valdelomar? En su corta vida lo vemos trabajando en periódicos de filiación plena, como “La Prensa”, o participando incluso en algún gobierno como en el caso de su adhesión a Billinghurst. ¿Liberal? ¿Anarquista, socialista? No es fácil encasillar a esos jóvenes rebeldes aunque podríamos ensayar encontrarlos en lo que no eran. Valdelomar rechazaba el civilismo, por ejemplo. Tampoco siguió a su amigo Mariátegui que asumió posiciones socialistas con “Nuestra Epoca” primero y “La Razón” después. Tenía sin embargo una gran sensibilidad social, lo que lo llevó a realizar reportajes de envergadura, como el dedicado a la Cárcel de Guadalupe. No tuvo tiempo de optar más allá del reclamo y denuncia. La muerte temprana se lo impidió. -El Conde de Lemos en la redacción Basadre, Jorge, Viaje con escalas por la obra de Valdelomar. En “Equivocaciones. Ensayos sobre literatura”. Studium. Lima. 1988. 1 5 Cuando se examina el fenómeno bautizado como Nuevo Periodismo se suele afirmar que han sido norteamericanos como Truman Capote o Tom Wolfe los que echaron mano de las herramientas literarias para contar sobre hechos reales tal como las describiría un narrador de ficción y que , sobre todo, propusieron para el periodismo el uso activo del principio de verosimilitud. “A sangre fría” de Capote es la gran obra maestra del género pues aquí el autor relata –con veracidad indiscutible- lo que pasó en la casa de la desgraciada familia Clutter. Nadie lo vio, pero es verdad. Wolfe dijo que para hacer buen Nuevo Periodismo había que vigilar la construcción dramática, utilizar el diálogo con generosidad, indicar con buenas descripciones el status de los personajes y manejar el punto de vista con criterio literario. Si asumiéramos estas reglas como definitorias del Nuevo Periodismo, comprobaremos con rapidez que Abraham Valdelomar las cumplió como nadie y en fechas tan lejanas que hacen imposible cualquier nivel de influencia del país del Norte. Al intentar dar una pincelada sobre el tipo de periodismo que practicaba nuestro cronista, prescindiremos de datos biográficos, salvo algunos elementales, remitiendo al lector a la magnífica biografía que publicó Manuel Miguel de Priego sobre el Conde de Lemos2. Valdelomar inició muy joven, en la escuela, su carrera de periodista y escritor. Lo imaginamos como un lector voraz de todo cuanto caía en sus manos, lo cual unido a una gran memoria, sensibilidad e inteligencia natural lo convirtieron rápido en el verdadero líder literario de su generación. En el periodismo encontró entonces las mejores posibilidades de expresión y sentó las bases, seguramente sin proponérselo, de un nuevo tipo de propuesta periodística que imprimía sello personal. Luego de una etapa de ilustrador y caricaturista, decidió contar su experiencia en la serie de crónicas que tituló “Con la Argelina al Viento” en que la relataba, en primera persona, la vida de los reclutas y sin resistir a la tentación de introducir pinceladas de color en lo que podría haber sido un frío relato. De la primera copiamos sólo el final: “Después, la formación y el eco sordo de la marcha. ¡Uno, dos…!¡uno…dos… uno! que se pierde bajo los sauces y va a morir entre los espesos muros de la Escuela”3. Los textos de Valdelomar están en los periódicos más importante de su tiempo y se cuentan por cientos y pese a que Ricardo Silva Santisteban hizo una búsqueda concienzuda y es gracias a su esfuerzo que hoy podemos disfrutar de su lectura, es probable que todavía permanezcan algunos sin encontrar o reconocer pues los periodistas suelen no firmar muchos textos. O usar varios seudónimos, lo que era normal por entonces. Su permanencia en algún y otro cotidiano o revista 2 Miguel de Priego, Manuel. El Conde Plebeyo. En El Diario. Lima. 12 de abril de 1910. P. 2. Todos textos que citaremos a partir de ahora están tomados de “Abraham Valdelomar. Obras Completas” , trabajada en cuatro tomos por Ricardo Silva Santisteban y publicada por Ediciones COPË, Lima, 2001. 3 6 fue condicionada mayormente por la política pero no avanzaremos en esto porque nos interesa ahora introducirnos en el tema de su estílística periodística. Y aquí remitimos nuevamente a la biografía de Miguel de Priego. Quizá fue el éxito lo que impulsó a Valdelomar a persistir en proponer un estilo personal. Y hasta teorizó sobre el tema, introduciendo evidentes exageraciones al anunciar que comentaría y describiría desde su punto de vista: “El Cronista hace desaparecer por hoy su información diaria, para abrir una nueva sección en la que comentará los pequeños y grandes sucesos que en nuestra capital, cualquiera que sean sus dimensiones, caben todos dentro del lema protector y bondadoso de las pequeñas grandes cosas (…) La santa y antipática hora de la repartición del trabajo, en la hora siguiente a la que sirvió para la formación del cosmos, cuando el Todopoderoso empezó en dedicar a los hombres a aquello que había de ocupar sus vidas, le dijo al poeta: -¡Canta! Al escritor: ¡Crea! Y al cronista: -¡Miente!” Y agregó: “..nosotros los cronistas mentimos hasta por moral…”4 Ya instalado en el medio, efectivamente como cronista, no dejó pasar ningún suceso sin comentarlo, como este, sobre la transmisión de noticias y lo que llamó “el cable todopoderoso”: “Esta línea parlante que atraviesa los grandes abismos, que salta sobre rocas enormes, que desciende a las profundidades marinas, esta acerada línea que vibra para todos los países, tiene a su servicio una escuadra pequeña y un pequeño ejército de hombres que la vigilan. Su poder es internacional, cada país la protege y ampara y es, sobre la tierra, una especie de señora chismosa, conversadora, interesante y amena…”5. En lo que respecta a la verosimilitud de que hablábamos antes, Valdelomar no tuvo ningún problema en inaugurar en fecha tan lejana como 1911 lo que los Nuevos Periodistas exhibirían como ruptura de lo tradicional. Como en el texto que sigue, que tenía como fin describir una cacería real: “...Los cazadores avanzaban hacia el bosque, por los mismos caminos por donde en épocas legendarias que no dice el tiempo, pasaron los ejércitos de guerreros en son de combate, en los de una quimera o de una victoria. En el bosque susurrante los tigres esperaban con sus negreantes y amarillas pieles; los cazadores se perdieron se perdieron en el bosque. A lo lejos se oyeron disparos, gritos y los dolientes reclamos de las tigresas heridas, de los tiernos jabatos y de las gacelas humildes y ágiles”6. Se recordará que en abril de 1912 sucedió la tragedia del enorme barco inglés de pasajeros “Titanic”, drama que acudió, paradójicamente, en ayuda del recién fundado tabloide “La Crónica” de Gálvez y Palma. Fue una noticia de enorme impacto que nuestro cronista no podía dejar de comentar con su estilo colorido al que ya añadía con frecuencia elementos dramáticos: 4 En La Opinión Nacional. Lima,. 22 de diciembre de 1911. P. 1 En La Opinión Nacional. Lima. 24 de febrero de 1912. P. 1 6 En La Opinión Nacional. Lima. 20 de marzo de 1912. P. 1 5 7 “..Diríase que con el barco enorme habían salido las esperanzas de las gentes continentales. Cuando, ante un pueblo inmenso que llenaba la orilla, delirante de entusiasmo y de fe, el barco abandonó la costa con sus almenas cañonadas. Cuando un clamor estruendoso invadió la costa y el mar, dominando las olas, bajo el cielo rojo de una tarde triunfal y el barco salió mansamente, como un gigante joven, dejando una estela homérica en las aguas amargas, tal vez a lo lejos, en su pobre barquilla, un pescador de tostada y rugosa piel, lloraba de tristeza junto a la caricia móvil de la vela de su bote plegada como un ala muerta…”7 El viaje que realizó a Europa fue definitorio en su vocación de escritor y cronista. Aprovechó sus dotes de observador atento y perspicaz sin perder ningún detalle, como poemos ver en su famosa crónica sobre los mercados de Roma y en especial la dedicada a los libros. Pero prefirió pasear su mirada sobre los compradores: “Hombres viejos de pobrísimo aspecto y catadura escrutan de puesto en puesto. Entristece esta avalancha de fracasados que buscan ávidamente una verdad nueva sobre los libros viejos. Pálidos de hambre, demacrados de abstinencia, con mohosos anteojos que cubren como un velo piadoso la mirada que se gastó en las largas vigilias de lectura, con los pómulos salientes, las ojeras profundas y el revelador aspecto de los que hacen un estudio fuerte y una alimentación débil…”8. Citaremos también la extraordinaria descripción de los combates de lucha que hizo en “El último gladiador: la caída de Ursus”: “Ruedan los cuerpos, acechan las miradas, crujen los huesos, estíranse los tendones como cuerdas y en el silencio del espectáculo sólo se oyen la respiración jadeante o el ruido sordo que hacen las masas al caer. Los pugilistas entrelazados producen escorzos dantescos, y a veces de este grupo se ven surgir ojos desorbitados y perderse luego en la crueldad de la lucha. Los hombres caen, se levantan, ruedan, saltan como tigres hambrientos, revuélcanse los cuerpos ya ensangrentados de rodar por el piso, y pasan de la brutalidad de la contienda ojos febriles, congestionados rostros, cabelleras en desorden y dientes que rechinan…”9. Hizo numerosas entrevistas –que por entonces las llamaban a veces Reportajes y también Interviús, manejando el diálogo como nadie, sentando las bases de lo que debe ser el arte de conversar con alguien para que la charla sea conocida por el tercero en la charla, esto es, el lector. Personajes, ambientes, todo lo pintaba Valdelomar, y en pocas líneas y trazos seguros mostraba cómo era el interlocutor. Como en el caso de José Ingenieros, el afamado argentino: “...Viste una americana plomiza, usa zapatos amarillos, corbata de color. Casi un huachafo. Su fisonomía incolora no revela ninguna inquietud; bajo su frente ancha y vulgar, no parece vivir ningún problema; en sus ojos no anida ninguna pregunta; es un hombre de fisonomía lastimosamente incolora; si yo lo hubiera 7 En La Opinión Nacional. Lima. 16 de abril de 1912. P. 11 En El Comercio. Lima. 23 de noviembre de 1913. P. 1-2 9 En La Opinión Nacional. Lima. 28 de junio de 1914. P. 3 8 8 encontrado en la calle, jamás habría creído que ese señor era un sabio. Parece cobrador de la luz eléctrica”10. También retrató al no menos famoso Santos Dumont: “Santos Dumont: un metro treinta; calvicie prematura; nariz fina y anhelante; bigote americano, diminuto y negro; labio inferior brasileño; boca smisurata; sonrisa perenne; ojos expresivos y gordos, magro, ágil, insinuante, de discreta elegancia”11. Cerremos esta parte de las descripciones con la impresión que le causó la célebre bailarina rusa Ana Pavlova, con la que sólo estuvo un instante que bastó sin embargo para que el periodista artista contara a sus lectores: “…La besé la mano. La fina y breve mujer conversó algunos minutos. Sobre el blanco lilial de su traje de verano, sobre la delicadeza de su piel apagada y sin brillos, sobre la humedad de sus pupilas inquietas y transparentes, sobre el aire señoril y sencillo de su aspecto, vibraba un algo extraño, halo invisible del genio, palpitación imperceptible de la gloria que envolvía nuestros espíritus, que irradiando de su cuerpo como una aureola, se posaba en la flor que llevaba en las manos…”12. -Valdelomar y la Gran Guerra Ya periodista maduro y famoso , Valdelomar asumió el comentario casi cotidiano de la Gran Guerra en el diario “La Prensa”, relevando sus aspectos más dramáticos. Redactó decenas de notas, observando y comentando, por ejemplo, los avances aliados, las formidables batallas, la revolución rusa de Lenin, describió a Kerensky, el destierro sin retorno del Zar y su familia, los ataques de los entonces invencibles zeppelines germanos, los novísimos submarinos, lamentando con frecuencia y alarmándose con punto de vista de conocedor, de la devastación que se anuncia en las obras de arte europeas. Como en este comentario: “El cable nos anuncia que una flotilla de aviadores ingleses hará un raid para atacar al enemigo cobijado bajo el cielo gris de Brujas. Dentro de pocos días las bombas caerán , verticales y agresivas, sobre los tejados de la ciudad legendaria; destruirán los arcos que inmortalizaron los aqua-fortes del siglo XVIII, destrozarán los templos de vitraux medioevales; y de aquella población que era como el museo de la parte septentrional de Europa que lucha, de aquella ciudad donde se guardan los más preciados tesoros de la pintura flamenca, de los Breughel y de los Van Dick, sólo quedará, después del raid aéreo, un hacinamiento de cosas confusas. Y la ciudad que cantó Rodenbach perderá su fisonomía, de igual manera que un cadáver cuyo rostro hubiese desfigurado la muerte”13. 10 En La Crónica. Lima. 26 de noviembre de 1915. P. 4 En Colónida. Nro. 3. Lima. 1 de marzo de 1916. Pp. 3-5. 12 En La Prensa. Lima. 2 de mayo de 1917. P. 3 13 En La Prensa. Lima. 6 de setiembre de 1917. P. 2. 11 9 Con frecuencia aludió al Zar y su drama: “¿Qué pensará de todo esto, en su destierro de Siberia, el desventurado descendiente de los Romanoff?”14. -La Mariscala, un gran reportaje La esposa del Gran Mariscal Gamarra fue un personaje que Valdelomar no podía dejar pasar pese a que la historia no era su especialidad ni había abordado antes biografías con rigor académico. Por eso, cuando decidió contar la vida de esa mujer extraordinaria, eligió un título aclarador: “La Mariscala: Doña Francisca Zubiaga y Bernales de Gamarra, cuya vida refiere y comenta Abraham Valdelomar, en la Ciudad de los Reyes. MCMXIV”15. Para recaudar información buscó en las bibliotecas, entrevistó a historiadores y notables y trazó así una historia apasionante sin disimular su admiración: “Era doña Francisca mujer de extraordinaria hermosura. Su tez admirablemente blanca, una mirada de águila, intensa, inteligente, inquisidora, salía de sus ojos pardos “en los cuales relampagueaba el orgullo”. El relato de las aventuras y desventuras de La Mariscala debe seguir con atención y no tanto por las incidencias sino por las técnicas literarias a que apela Valdelomar para describirnos su vida. El encuentro con Flora Tristán, que ésta recogió en su célebre libro sobre su visita al Perú16, lo pinta así: “Doña Pancha, varonil, guerrera, desterrada; Flora, completamente francesa y femenil, delicada, espiritual. Eran dos flores de distinto perfume y clima…”. Llega la hora de la muerte de La Mariscala: “Terminado que hubo (su testamento), perfumó su habitación. Peinó con gracia su cabellera, recostóse en un diván, cerró sus ojos serenamente, y su espíritu voló hacia el hondo misterio como el último perfume de una gran flor que se marchitara… Así murió quien supo hacer de su vida una página gloriosa. Las lágrimas no enrojecieron sus pupilas ágiles, el temor no arrebató su sonrisa, la agonía no deshizo los pliegos de su blanco ropaje ni la angustia despeinó aquella hermosa cabellera”. No resistió Valdelomar la tentación de hacer un bello retrato final: “Entre los vibrantes nombres de San Martín, Bolívar, Gamarra, Orbegoso, Salaverry, Castilla y Piérola, pasa la Mariscala deslumbradora en su corcel pujante, desplegada la capa y tendida sobre los paisajes de nuestras cordilleras su mirada que tenía aquel fulgor extraño de los ojos que han visto de cerca la Victoria”. Finalmente: 14 En La Prensa, Lima. 5 de diciembre de 1917. P. 2. Las citas de este Reportaje, publicado en 1914, han sido tomadas, igualmente, de la edición de COPË citada. 16 Tristán, Flora. Peregrinaciones de una Paria. 15 10 No tienen los periodistas peruanos necesidad de migrar hacia textos externos para encontrar un gran periodismo. Ya los colegas se han apartado de la rigidez de la Pirámide Invertida y, como Valdelomar, cuentan lo que pasó mezclando datos, impresiones, opiniones, para ofrecer al lector una pintura cabal de un hecho convertido en noticia. Lo tuvimos siempre aquí, a la mano, y debemos felicitarnos y alegrarnos de haberlo rescatado plenamente para consolidar nuestra gran tradición periodística. ……….. Lima, mayo del 2002