Crónica Seminario sobre «El sistema de las libertades» Durante los días 3 y 4 de abril pasados, organizado por la Fundación de Estudios Sociológicos (FUNDES), se ha celebrado en el Club Financiero Genova un seminario sobre «El sistema de las libertades». La organización del mismo ha contado como material de trabajo previo con los ensayos aparecidos en el último número de «CyR». Actuó como moderador y presidente de las sesiones don Julián Marías. Resumimos a continuación algunos aspectos de las intervenciones de los ponentes en este seminario. Habló en -primer lugar el profesor Marías sobre «El sistema de las libertades». «El problema de la libertad —dijo^— se ha planteado de maneras muy varias, especialmente en el siglo pasado y en el nuestro, pero quizá con ciertas deficiencias capitales, que me parece que conviene superar y tener presentes aspectos que muy ¡frecuentemente se han admitido. Creo que hay dos grandes tipos de problemas que hacen que el planteamiento de la libertad sea insuficiente y haya conducido a una crisis dé la libertad en el mundo en la cual estamos y que es bien notoria; en fin, el siglo xx tiene una historia de incremento de la libertad indiscutible en muchos sentidos, pero de fracasos de la libertad, de crisis de ella, de retrocesos realmente muy impresionantes, y si se mira el mundo actual, si se le considera en su conjunto, verdaderamente el mapa de la libertad es bastante triste: no es que se haya perdido, no es que no se conserve, no es que incluso no haya llegado a ciertos grados de perfecCuenta y Razón, núm. 17 Mayo-Junio 1984 ción que no tenía en algunos países, pero una visión global de la libertad en el mundo no es alentadora. »Tiene dos aspectos que quiero tratar separadamente, uno de ellos es el de la pertenencia de la libertad a la vida humana, y hay una situación paradójica; yo me refería a ella hace muchos años, diez años, me parece, en un ensayo que escribí que se llama ^'Libertad humana y libertad política", que luego incluí después en La España real, y me refería al hecho siguiente: hay ciertas concepciones de la realidad humana que consideran que el hombre es libre, el hombre es intrínsecamente libre, es decir, que la libertad le pertenece a la vida humana; esto parece, naturalmente, que debería ser una garantía de que la libertad se mantuviera; sin embargo, hay un hecho, un hecho en cierto modo escandaloso: es que en gran parte los defensores de esa doctrina de que el hombre es esen- cialmente libre, de que el hombre es libre de una manera irrenunciable, no ha tenido mucho interés por las libertades* incluso han tenido complicidades con diferentes formas de represión de las libertades, es decir, es curioso que se afirmé la libertad como algo absolutamente propio del hombre y luego su realización, el acto, en iniciativas, en proyectos, no interese o incluso se considere como algo que se debe coartar, limitar o incluso destruir; pienso, por ejemplo, en el punto de vista cristiano: se dice que para un cristiano el hombre es libre, la libertad es absolutamente inseparable de la condición humana, con lo cual, precisamente, ha venido a coincidir la filosofía más fecunda y más creadora de nuestro tiempo, que, desde un punto de vista estrictamente teórico, ha venido precisamente a confirmar esa pertenencia intrínseca de las libertades. Ortega decía: "el hombre es por fuerza libre", "el hombre es forzosamente libre», el hombre no puede renunciar a la libertad más que ejecutando el acto de libertad, y, sin embargo, es evidente que dentro del cristianismo se ha dado en diferentes épocas y en muchas formas actitudes nada favorables al desarrollo de la libertad y se han apoyado formas muy restrictivas en un aspecto o en otro de esa misma libertad, lo cual es una incoherencia, pero hay, por otra parte, el fenómeno inverso, que es que hablan de libertad constantemente y reclaman la libertad constantemente grupos o partidos que niegan la libertad y que niegan que el hombre sea libre, que creen que el hombre no es libre; simplemente, que no hay libertad, que el hombre está determinado, que el hombre está condicionado o por su condición biológica o psi-cofísica o por un condicionamiento económico o social, que> por tanto, no hay libertad, que el hombre no es libre, y, sin embargo, de una manera absolutamente incoherente, hablan de libertad todo el tiempo, piden libertad, reclaman libertad, se presentan frecuentemente como defensores de la libertad, de la libertad en la cual no creen, de la libertad cuyas posibilidades, cuya mera posibilidad, niegan. »Esto es uno de los puntos en los cuales me parece que el planteamiento de la cuestión de la libertad ha resultado deficiente; pero hay otro, otro de tipo muy distinto, que ha sido, en cambio, lo que podríamos llamar el optimismo de la libertad, y ha habido un momento en que se ha considerado, a comienzos del siglo xix, que la libertad es algo conseguido: fue la posición de ciertos movimientos liberales, a comienzos del siglo xix. Ustedes saben que el liberalismo, en definitiva, tiene una génesis en el siglo xvm y, en definitiva, se funda en concepciones filosóficas y antropológicas y sociales del siglo xvm, pero en el siglo xvm, en definitiva, no hay todavía liberalismo, hay algunos liberales, hay individuos liberales; yo pienso, por ejemplo, en Jovellanos, es decir, Jovellanos era un liberal en todos los sentidos. Incluso lo había sido antes, en la medida en que se pueda hablar de ello, un hombre como Feijoo o como Cadalso lo habían sido, pero no había liberalismo por una razón fundamental: que los hombres del siglo xvm eran racionalistas convencidos y estaban demasiado seguros de las cosas, y el liberalismo no es posible más que cuando el hombre no está muy seguro. »Pero en el siglo xix, especialmente en la época romántica, empieza una actitud nueva que es la que hace posible el liberalismo, que es una inseguridad; esa seguridad que tenía el hombre del siglo xvm se pierde, y se pierde por razones varias, pero principalmente porque han ocurrido demasiadas cosas. Hay un pasaje que yo he citado hace muchísimos años del libro de Alfred de Musset de la confesión de un hijo del siglo —de la confesión en le siécle—, en que él dice que los hombres de su tiempo han pasado por muchas cosas: se ha visto la Monarquía absoluta, y después la Revolución, y el Consulado, y el Imperio, y la Restauración les han ido diciendo en cada caso que lo que había era un desastre y que ahora es lo bueno y es lo eficaz, y entonces, claro, ya no tienen demasiada confianza en nada: han ido destruyendo las casas en que vivían antes de edificar otras, y es una generación que ha vivido a la intemperie, dicen. No busquéis en otro lugar la causa de nuestros males, dice, muy perspicazmente, De Musset. Por cierto^ hace poco tiempo encontré un pasaje de Larra, de nuestro Larra, que dice una cosa sumamente parecida; se aclara naturalmente: los españoles siempre imitan a los franceses. Pero da la casualidad de que el texto de Larra es antiguo, más antiguóles anterior; no es que De Musset leyera a Larra, ciertamente, pero Larra pensó esto y lo dijo por su cuenta, sin haber leído el libro de De Musset, que no existía todavía. Es la misma experiencia, la experiencia de la inseguridad nacida del paso de una serie de formas sociales, políticas, de creencias, de convicciones que van resultando falsas, insuficientes y que provocan un estado de un cierto escepticismo. Sin esa dosis de escepticismo, el liberalismo no es posible; pero no basta con el escepticismo, que es negativo. Yo propuse como fórmula de la actitud liberal la que llamaba yo el entusiasmo escéptico. Sin entusiasmo no hay fe en la libertad, no hay liberalismo; sin una dosis de escepticismo, si el hombre está demasiado seguro, tampoco. El entusiasmo escéptico o la melancolía entusiasta, que también es un temple característico de la época romántica, son el clima que hace posible la actitud liberal, y por eso el liberalismo florece justamente, ya de una manera en individuos, no en individuos aislados, sino de una manera colectiva, en formas sociales durante la época romántica. Entonces en qué están los peligros se dio por seguro, una vez conquistado un cierto grado de libertad, una vez establecido un principio liberal que es aceptable y que tiene una vigencia por lo menos, no completa, pero razonable. El hombre del siglo xix considera que la libertad es algo conseguido, y entonces no se ocupa de defenderla, porque cree que ya está ahí, es algo propio de la época. El hombre del siglo xix piensa que hay unas épocas anteriores, unas épocas más o menos oscurantistas, pero que ha llegado el momento en que la libertad ha triunfado, se ha establecido y esto, evidentemente, es muy peligroso, porque entonces el hombre del siglo xix no se ha cuidado suficientemente de defender su libertad, de defenderla frente a los ataques, frente a los enemigos de la libertad, que han existido siempre y existirán; pero de defenderla de sí misma, de sus limitaciones, de sus problemas internos, de sus fallas, de sus contradicciones, y, evidentemente, la libertad que más o menos es vigente en el mundo europeo^ evidentemente la libertad no ha tenido vigencia nada más que en Europa y en partes de América—en los Estados Unidos— desde la independencia, y, en definitiva, incluso antes de la independencia es evidente que las sociedades de lo que han sido luego los Estados Unidos tenían una dosis bastante alta de libertad» desde fines del siglo xvii y comienzos de! siglo xviii, precisamente desde la independencia, pero no fuera de ese ámbito. Desde aquel momento pareció algo seguro „ y pareció que los países que no habían entrado en ese régimen de libertad iban a entrar porque había una actitud progresista; confiaban que las cosas iban hacia adelante, marchan hacia adelante sin más; esto es, naturalmente, una situación de un optimismo peligroso, tan peligroso que apenas comienza el siglo xx nos encontramos con unas tremendas quiebras de la libertad.» Intervino a continuación el profesor don Eduardo García de Enterría con una ponencia sobre «El sistema europeo institucional de las libertades»: «La creación de un sistema institucional europeo —apuntó— ha sido el fruto probablemente más positivo, o casi me atrevería a decir de los únicos frutos positivos de la terrible Segunda Guerra Mundial. »Se hizo entonces claro para los europeos que la sobrevivencia en un mundo dominado por dos potencias continentales no podía estar más que en la unión y la integración de las minúsculas naciones europeas, decisión realmente heroica si la contemplamos desde la atormentada historia europea, que ha sido una historia de pugnas, de guerras, entre príncipes primero, entre estados nacionales después; era propiamente además lo que se llamó en el siglo xviii el sistema europeo, que era un sistema de equilibrio logrado precisamente con alianzas en guerras, cambios de alianzas, etc. »Esa convicción que aparece, en efecto, tras la Segunda Guerra Mundial tiene, para obviar otros precedentes que podían contarse muy por. menudo, todo ese moví- miento; tiene, sin embargo, un punto de confluencia y un punto de-arranque. Es el famoso Congreso de La Haya: de 1948, organizado por un Comité Internacional de todos los movimientos de unidad europea, y en el que jugó un papel enormemente destacado nuestro compatriota Salvador de Madariaga, que incluso redacta de su puño y letra alguno de los documentos finales. De este Congreso de 1948 salen dos ideas •esenciales: primero, que hay que poner en marcha un proceso de integración y que es absolutamente imprescindible llegar a una integración efectiva de los Estados europeos, y segundo, y de esto yo tengo la «casi certeza de que fue una aportación personal de Madariaga, que Europa, siendo la tierra de la libertad, esto debería formalizarle en el derecho, haciendo del espacio europeo un espacio jurídico, donde los derechos del hombre fueran derechos 'efectivos, e incluso apuntando a la idea de un Tribunal europeo para asegurar la efectividad de estos hechos. »De ahí arrancan directamente, de las propuestas del Congreso de La Haya, los <dos sistemas europeos institucionales: por una parte, el sistema de la integración económica, el sistema de las Comunidades, y por otra, el sistema de la construcción de Europa como un espacio jurídico de libertad, el sistema del Consejo de Europa. »En 1949 se aprueba el Tratado que establece el Consejo de Europa e inmediatamente, puesto que se ha ido elaborando simultáneamente al mismo, en 1950 se aprueba el llamado Convenio europeo para la protección de los derechos humanos y libertades fundamentales, el Convenio de Honia, que es el instrumento capital del sistema europeo de protección de las libertades. El Convenio entra en vigor una vez que lo ratifican diez Estados en 1953.» La siguiente ponencia corrió a cargo de Federico Mayor Zaragoza, sobre «La libertad de enseñanza»: «La libertad es indivisible, la libertad de enseñanza es una faceta de la libertad como lo son la libertad de expresión o de empresa, pero esta faceta de la libertad, la libertad de enseñanza, tiene como aspecto distintivo el que dxirante un período es obligatorio aprender. »Pará la mejor comprensión de la índole y del espacio que recubre la libertad de enseñanza a la que yo pretendo referirme dividiré esta exposición en cuatro partes: la enseñanza como liberación, enseñanza en libertad, libertad de enseñanza y enseñanza de la libertad. »La educación confiere la capacidad de elegir; con conocimiento de causa y de efecto, permite elegir por sí mismo. La enseñanza libera al hombre. Le hace al hombre libre. La enseñanza en libertad: cómo se puede; producir esta enseñanza en un marco de libertad para que la educación sea liberadora y no adoctrinamiento. La libertad de cátedra es parte de la libertad de expresión, y así lo tenemos en nuestro artículo 20 de la Constitución. »La conclusión de lo que hemos visto hasta ahora es que la equidad de todo el proceso educativo se sitúa en el cliente del sistema educativo, es decir, en el estudiante. Todos tienen derecho a la enseñanza gratuita durante el período obligatorio, pero ¡ojo!, que gratuita no significa gratis; por ello todos: los ciudadanos tenemos derecho a que la enseñanza, tanto en centros públicos como concertados, cumpla las normas constitucionales, sin ser las propias de un partido o de un gobierno, porque ésta es una cuestión de Estado.» El día 4 de abril, segundo día de este seminario, comenzó con la intervención de José Luis Pinillos sobre «El libre desarrollo de la personalidad»: «La libertad es necesaria —afirmó—•; es una condición necesaria para el desarrollo :de la personalidad libre, pero no es suficiente. Aunque una personalidad se desarrolle en libertad, sin interferencias y sin obstáculos, no se consigue el desarrollo de una personalidad libre. »Y ¿qué son las operaciones propias de la persona? Es muy difícil, naturalmente, de precisar, en líneas generales, para que uno, alguien, obre por sí mismo conforme a razón. Yo diría que, entendiendo conforme a razón, implica, pues, una decisión responsable en referencia con un sistema de valores. Ya más allá de eso la psicología no puede ir. »Aún tendríamos que entender a qué llamamos personalidad, A nivel de lenguaje ordinario se entiende que la personalidad es el modo de ser propio de una persona, que, evidentemente, la distingue de otras. Un estilo de comportamiento que tiene una cierta consistencia entre distintas situaciones, las personas se supone que son valientes o que son sinceras en diferentes situciones y que ése es un rasgo propio de la persona que lo lleva consigo, que la caracteriza o distingue de otros. »Podemos entender también que es el sistema de recursos, de disposiciones, de rasgos, de aptitudes psicofísicas, de temperamento y de carácter que caracterizan, que son propios de un individuo, que están organizadas individualmente de una manera única en cada persona y por eso se distingue una persona de otras. »E1 hombre es el reflejo del medio ambiente. Que cuando el medio ambiente marca en una dirección, uno refleja aquella dirección, la toma como propia; en definitiva, es un autómata de la sociedad, y la personalidad no sería nada propio, sino en realidad sería algo sobrevenido, un conjunto de hábitos implantados por refuerzos sociales. Esto es lo que ha mantenido Esquina, y significa casi tanto como sustituir la personalidad individual por una personalidad social sobrevenida, un poco prestada, como una especie de cascara o de chaqueta que a uno le ponen por el hecho de haber nacido en una sociedad y no en otra, pero no sería manifestación de ninguna propiedad auténticamente personal propia. La personalidad, en definitiva, dependería de la situación. »Y ¿qué es la libre personalidad? Pues una personalidad que permite al hombre, que permite a la persona darse destino. Es un instrumento para que el individuo se dé destino a sí mismo y no un instrumento de opresión y de limitación, sino de emancipación.» La última ponencia del Seminario corrió a cargo de don Manuel Jiménez de Parga, que disertó sobre «La libertad de información»: «La libertad de información se entiende ahora—dijo—, y en las leyes de informa- ción más recientes así se recoge, como un derecho complejo amplio en el que hay que incluir el derecho de libre expresión, de libre opinión, el derecho de recibir con libertad las informaciones, con posibilidad de escoger entre varias informaciones y además el derecho que llaman algunos de antena, cuando se trata del medio de comunicación donde la antena interviene. Fundamentalmente, la radio y la televisión. Esa libertad de información, en nuestra Carta de 1978 está perfectamente reconocida y protegida. Y está perfectamente reconocida y protegida en el artículo 20, porque en este precepto, además de dedicarse en el artículo 1.°, párrafo a), una referencia expresa a la libertad de expresión, luego en el mismo punto 1,°, apartado b), se completa esta libertad diciendo que también se reconoce y protege el derecho a comunicar o recibir libremente cualquier tipo de información veraz por cualquier medio de difusión. La primera advertencia que hay que hacer es que nuestra gran Carta de 1978, en este punto, se sitúa a un nivel superior, democráticamente hablando, de las otras Constituciones, incluso de las Constituciones europeas más significativas para nosotros, como puede ser la de la República Federal de Alemania, como puede ser la Constitución francesa, como puede ser la Constitución italiana o la de cualquiera de estos grandes países europeos con los cuales nosotros estamos especialmente vinculados. »Los europeos, hay que recordarlo, nos encontramos en una situación de atraso tecnológico respecto a los grandes países como son los Estados Unidos de América v el Japón, que poseen la tecnología, y gracias a eÚos, la revolución que experimentan los medios de comunicación es tan acelerada y tan notable. Insisto en esto porque cuando se habla con algún norteamericano conocedor de la televisión plural, o con algún japonés, o con algún ciudadano de algunos países menos relevantes, pero que también gozan de libertad de información por televisión, y se le recuerda los argumentos que se emplean en los tribunales europeos y en los gobiernos europeos, quedan asombrados.»