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Crítica de libros
EL RETORNO DE SALVADOR RUEDA
LUIS JIMÉNEZ MARTOS
SALVADOR RUEDA: «Canciones y poemas» (Selección, texto, ensayo
introductorio y notas de Cristóbal Cuevas). Fundación Ramón Areces. Editorial
C.E.U.R.A. 1.050 páginas. Madrid, 1986.
La revalorización del Modernismo, que
tuvo ya arranque en los años sesenta, no estuvo apoyada tanto en los elementos lingüísticos, ornamentales, como en el propósito, por supuesto afortunado, de recobrar
una atmósfera lumínica, estáticamente vitalizadora, para contraponerla a los flecos
del existencialismo y del realismo social
muyen primera línea durante el periodo de
posguerra. Como la poesía nunca está del
todo a espaldas de la Historia, este episodio
corresponde a un cambio por fuerza: el que
propiciaba la tendencia económica desarrollista y el tirón hacia los litorales. El Mediterráneo reaparece, igual que ocurriera a
primerosde siglo.
Salvador Rueda, que nació en Benaque
(Málaga)el2dediciembrede 1857,fue,desde finesdel XIX,el poeta-tipo,con lasnotas
identificadoras a punto, del nuevo decir.
Este meridional, intuitiva y estudiadamete
(lo segundo se subraya menos), supo adivinar la dirección del aire, y ello le convertiría
en un adelantado, antes de que Rubén Darío, Colón al revés, viniera a España, respaldado por la crítica que hiciera de Azul don
JuanValera y por otras circunstancias favorables, entre las que contaron, aunque parezca anecdótico, sus buenos oficios para el
1 Salvador Rueda: Canciones y poemas (Selección, texto, ensayo introductorio y notas de Cristóbal Cuevas). Fundación Ramón Areces. EditorialC.E.U.R.A. 1.050 páginas. Madrid, 1986.
Cuenta y Razón. núm. 2?
Diciembre 1986.
tejemaneje de las relaciones públicas. Rueda, en este último asunto, no podía echarle
los tejos al nicaragüense, ni en otros más
fundamentales. Quien se había atrevido a
emprender otra ruta de la lírica, contraponiéndola a la aún moda romántica, concluyó por ser considerado el que imitaba al
indiscutible jefe de filas del movimiento.
No hay duda de que Rueda, un provinciano
de Madrid, un hombre humilde y descuidado en su aspecto y en su estrategia literaria,
no necesitaba que Rubén le enseñase. Tampoco hay duda de que el poeta malacitano
fue objeto de un progresiva preterición. Darío y Juan Ramón Jiménez, por ejemplo,
rectificaron sus, de entrada, calurosas opiniones. El resultado de esas peripecias fue
doble: Rueda, como Zorrilla y, después Villaespesa, buscó en la tierra americana el
desquite a los desdenes carpetovetónicos, y,
tras ese periplo, volvió a su Málaga para
allí, oscurecido y resentido, ir apurando-la
vida hasta el 1 de abril de 1933, no sin que,
poco antes del tránsito, hubiese un reconocimiento libre de polémica, que se concretaría en propuesta de monumento y demás
síntomas de las pompas y vanidades al- bordedel sepulcro.
Según es costumbre, el recuerdo se avivaría en los trances conmemorativos. Así, en
1953 y 1957 -cincuentario de la muerte y
centenariodel nacimiento-asomaron indicios de lo que vengo a llamar retorno. El
protagonista, pensando en la redondez de
ese instante, había dispuesto que su obra
Claves y símbolos fuese publicada como
parte de la ceremonia de postumidad. Ninguna sorpresa hubo a la vista de esos versos,
mas sí el estímulo para que Rueda no quedara en simple efemérides. El regreso al
mundo modernista favoreció esa reelectura. Este volumen se alinea en una actitud
que supera lo respetuoso para convertirse
en examen crítico a fondo. Nada mejor puede ocurrirle a un autor olvidado o semiol vidado. Ni apologética revanchista, de la que
existen casos atufantes, ni intención de invertir los términos para asombrar. Por contra, análisis cuidadoso y documentado, objetividad en las conclusiones de cara y cruz.
Cristóbal Cuevas, profesor de la Universidad de Málaga, se dispuso, con los auspicios de la Fundación Ramón Areces, a una
tarea cuyos objetivos y dianas acabo de señalar. Canciones y poemas es una antología
concertada de Salvador Rueda, lo que, a estas alturas, era urgente hacer, pero, lógicamente, sin prisa. Cuevas sabe que un poeta
es, por lo común, su biografía. En los últimos tiempos, se advierte una renovada
atención al enlace entre vida y materia creadora, rectificando la sistemática estructuralista y similares. Como observa el crítico,
este entramaje se hace más evidente en unos
casos que en otros. Este lo justifica, porque
Rueda «más que en los libros, lo aprendió
en la vida» y, asimismo, porque la existencia fue «el mejor cauce expresivo de su personalidad exaltada, que se transfigura y embellece por la gracia del arte». Y resume:
«En la poesía encuentra, en efecto, Salvador, el camino de redención de su vivir entre agónico y vulgar-, proporcionándole
una vía de escape hacia la singurlaridad y la
excelsitud».
Este apunte psicológico explica algunas
cosas. Rueda posee una visión romántica
del éxito, heredada de Núñez de Arce y Zorrilla. Cuando, en 1888, da a conocer Sinfoniadelaño, se erige en un rompedor de la estética consagrada. Precisamenteporesto, el
libro recibe las objeciones propias de su entidad remozadora. Como José María Cossío apreció, en tales versos había rasgos de
modernidad, atisbos de la lírica valleinclanesca e incluso del remoto ultraísmo y superrealismo. Nada menos. Está demostra-
do que a Rueda le preocupó la acogida reticente y, en el libro que sigue, Estrellas
errantes (1889) volvió a lo que sabía gustaba, buscó que le aceptasen con unanimidad.
Esta es la clave de una conducta errónea
que, por desgracia, se repetiría. Sus bandazos, a la búsqueda de los triunfos fáciles,
produjeron consecuencias irreversibles. En
este punto, el mayor enemigo de Salvador
Rueda fue Salvador Rueda, aparte de los
juicios interesados en rebajarle. Es verdad
que el de Málaga tenía, tempranamente, todas las cualidades potenciadas por el Modernismo, y que se alzapriman en Darío. Es
verdad que no supo venderlas a tiempo, no
supo tener el coraje de reafirmarlas contra
viento y marea. Lo que al cabo importa es su
adelantamiento,-probado por las fechas,
aunque, al vacilar, no redundara tampoco
unprovechoabsoluto.
Sería un error insistir en el binomio Rueda-Rubén, con sus capítulos de amistad y
enemistad. Hay que sacarle a Salvador de
ese avispero que aún se aduce. El español
era, sencillamente, otro en todos los sentidos. Cuevas llama a Clarín, el gran desorientador de Rueda. No es extraño que así
sucediese. Clarín, mejor novelista que
crítico, para suerte suya, no tuvo su fuerte en
los diagnósticos sobre poesía. Algunas
aportaciones que aquí se efectúan correspondencia, novia en Sevilla,
relaciones muy afectivas con Gabriel Miróperfeccionan el conocimiento del Rueda de
la plenitud. Su «complejo de Edipo»
constituye un dato fehaciente. La vuelta a
Málaga puede resumirse en esta frase: «ese
mar, ese mar me da la vida».
Desde sus tiempos de formación, Rueda
sitúa el centro del afán en el ritmo. El Cosmos es música; y la Naturaleza reflejo de
Dios. Se complace en ser dualista: la sensualidad pagana y el fondo cristiano; el despliegue de los temas (España y las regiones,
especialmente Andalucía, América, como
en grandes frisos) y la concentración volcada hacia lo pequeño: animales, plantas.
Cuevas desmenuza lo que necesitaba ser
amarrado para evitar interpretaciones que
se convirtieron en tópicos desfigurantes.
Escribe: «Para Rueda, en la poesía no existe
una distinción esencial entre significante y
significado». Ese agudo juicio nos lleva a un
asunto primordial: el pensamiento que hay
en esa música, tan fascinadora que engaña.
El dice a Zorrilla, aplicándoselo a sí mismo,
que donde otros no perciben las ideas, se las
puede captar a través de las formas y el son.
Unamuno, tan imcompatible con Rubén,
ve ciaro la intríngulis de Rueda: «Dejan sus
cosas una impresión que da apetito de vivir
y esto vale tanto como las mejores y más
profundas ideas». Lo cual es exacto. Ahí reside el nudo de una poética, donde el brillo
de las superficies impedía a muchos advertiré! fondo.
Conviene anotar otra observación de
Cuevas: al entender el de Málaga que la poesía tiene origen divino se aparta de lo que
creyeron los modernistas de América. Pero
no los españoles. Por último, entre los ejes,
figura ese concebir la mujer «como clave
sinfónica». «Mujer de moras» representa el
verbigracia admirable de tal visión. Estamos ante un poema rigurosamente contemporáneo, escrito de un modo diferente al habitual, sin apoyo en la rima y en un ritmo
obligado por ella. Ese empeño, morosamente construido, fértil en matizaciones,
permite asegurar que Rueda efectúa un
nuevo adelantamiento: el que ha de influir
en poetas posteriores y decisivos.
Cuevas puntualiza este aspecto. Juan Ramón Jiménez había declarado el débito de
la poesía española con quien trajo a ella
«luz. embriaguez, vida». Entre los discípu-
* Poeta.
los mayores destacan Manuel Machado y
Villaespesa; y, después, Lorca, Alberti, Gabriel Miró (La procesión de la Naturaleza
fue muy determinante para Federico); del
mismo modo su regionalismo literario andaluz se trasvasaría a los Quintero y Pemán.
Estos nombres, que no son todos, totalizan
un rastro significativo que llega al Dámaso
Alonso del poema a la madre y a algunos
nuevos líricos.
Poeta de la materia y de la música. Mediterráneo por esencia, presencia y potencia.
Optimista, lo que es rara especie entre nosotros y fuera de nosotros. Local y universal.
Flamenco y griego. Los «Trenos gitanos»
abrieron posibilidades al entronque del
jondo y la lírica. La risa helénica es la que escuha siempre este religioso y terrenal.
El modernista es una de las caras del poliedro que qontiene esta antología, demasiado generosa, pero que, por ello, es una incitación a separar la ganga de cuanto no lo
es. Las ciento cuarenta páginas del prólogo
configuran un espléndido trabajo. Cristóbal Cuevas, tras su cumplido esfuerzo, afirma que aún hay tela que cortar. La base está
colocada. Salvador Rueda vuelve en este libro para que su poesía, tras tan serio análisis, salga enriquecida al reencuentro con los
lectores de hoy. Lo que más nos interesa de
ella es lo que. menos contribuyó a darle
fama.
L.J.M.*
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