La desregulación de la economía española JUAN VELARDE FUERTES* La “Historia de Chinki”. El impulso de la revolución liberal era ya muy fuerte a finales del siglo XVIII. Se había publicado La riqueza de las Naciones de Adam Smith en 1776. La toma de la Bastilla había tenido lugar en 1789. El triunfo de la revolución independentista norteamericana tuvo lugar con el Tratado de Versalles de 1783. Esta última fecha es también la que Cipolla nos ofrece para el inicio de la Revolución Industrial. Angus Maddison preferirá, una vez concluidas las Guerras napoleónicas, la fecha de 1820. El neoclasicismo se bate en retirada frente al romanticismo en todos los terrenos del arte y, simultáneamente, salta al de la política, con todas sus consecuencias. La revolución científica, iniciada en el siglo XVII y consolidada en la física con Newton, en la química con Proust, pronto en la biología con el salto de Linneo y Buffon a Darwin y Mendel, en las matemáticas con un alud de genios que van de Bernuuilli a Gauss, de Euler a Laplace, de Abel a Cauchy, proporciona puntos de apoyo esenciales para los progresos tecnológicos. Al mismo tiempo, es imposible que se desarrolle un fenómeno Leonardo da Vinci, esto es, de posibles aplicaciones de la ciencia a la tecnología que no se traducen en nada concreto, porque al revés que en el Renacimiento, como Keynes puso de relieve en Madrid el 9 de junio de 1930, el tesoro español de América, transferido a Europa, bien a causa de depredaciones de corsarios, bien como resultado de la contrapartida de saldos negativos ya del Sector Público, ya de la balanza por cuenta corriente de España, pudo financiarlo todo al ser puesto a interés compuesto, sobre todo en el mercado financiero de Londres. Así es como logró impulsarse este alud tecnológico creado por la ciencia que entonces existía. * De la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Profesor Emérito de Economía Aplicada de la Universidad Complutense. Pero todo esto, que tiene mucho de sinfonía grandiosa de esfuerzos, no encontró ante sí precisamente un camino de rosas. Todos y cada uno de estos procesos supieron de oposiciones rudísimas, porque herían ya intereses materiales considerables, ya convicciones íntimas muy arraigadas. De ahí que, para eliminar esas resistencias, apareciesen documentos que procuraban que la opinión pública se movilizase a favor de este ambiente revolucionario. Dentro de esta literatura, creo que merece la pena destacar el librito de Tomás Genet Viance y Trevi, Chinki. Historia conchinchinesa(1). Destaca en él la influencia indudable de Jovellanos con su Informe sobre la Ley Agraria, publicado un año después. Tiene incluso la historia de Chinki, como cita previa, la misma exactamente que el Informe sobre la Ley Agraria: “Aequè pauperibus prodest, locupletibus aequè”. Con esta expresión de Horacio, se indica que este tema de la libertad de la economía, al impulsar, por sí misma, la actividad económica, importa igual a todos, ricos y pobres. No existe ante la puesta en acción de la libertad ninguna situación de suma cero; esto es, no tienen por qué no ganar todos. La raíz de ello es que se amplían automáticamente los mercados, con la libertad y en virtud del teorema de la mano invisible de Adam Smith, que señala que “el individuo busca sólo su propio beneficio, pero en este caso como en otros una mano invisible lo conduce a promover un objetivo que no entraba en sus propósitos [...] Al perseguir (el individuo) su propio interés, frecuentemente fomentará el de la sociedad mucho más eficazmente que si de hecho intentase fomentarlo. Nunca he visto muchas cosas buenas hechas por los que pretenden actuar en bien del pueblo”, y que debe ponerse en relación con el aserto de Smith, derivado de su aportación sobre el incremento de la productividad a causa de la división del trabajo de que “al abrir un mercado más amplio para cualquier parte del producto de su trabajo [...] lo estimula a mejorar sus capacidades productivas y a expandir su producto anual al máximo, y de esta manera a incrementar el ingreso y la riqueza reales de la sociedad”(2). Tras Waterlóo, esto se afianzará más aun, porque el Banco de Inglaterra pone en marcha el patrón oro y el comercio internacional se ve impulsado por la difusión de la teoría de los costes comparativos de David Ricardo —en gran medida Cobden fue muy importante como divulgador de la misma—, mientras se consolida la globalización del tráfico internacional al incorporarse a él, tras independizarse, el conjunto de las economías iberoamericanas, y ampliarse progresivamente el papel de las economías asiáticas, africanas y de Oceanía. A pesar de los intentos de algunas cortes, que incluso organizan, apoyadas por el Congreso de Viena, expediciones para mantener el Antiguo Régimen acá y acullá, recordemos a los Cien mil Hijos de San Luis, la opción liberalizadora parece triunfar por doquier. El Antiguo Régimen se desploma, o se bate en franca retirada. La libertad política parece sumarse a la libertad económica. La Iglesia Católica se opondrá, por diversos motivos, no todos achacables a ella, al progreso del liberalismo. Incluso dará la impresión de que patrocina lemas como el título del ensayo famoso de Felix Sardá i Salvany, El liberalismo es pecado. En España el Informe de la Ley Agraria se declara sin ambajes a favor de la libertad económica, sobre todo cuando sostiene: “No hay alguno que no exija de V.A. nuevas leyes para mejorar la agricultura, sin reflexionar que las causas de su atraso están por la mayor parte en las leyes mismas y que, por consiguiente, no se debía tratar de multiplicarlas, sino de disminuirlas: no tanto al establecer leyes nuevas, como de derogar las antiguas”. Por eso el eco en Chinki, al año siguiente, es también muy claro: “El extranjero [...], por gozar de esta libertad tan apetecida (no disfrutada aún en España), nos trae (los) géneros más exquisitos y baratos, después de hacer un largo transporte, y pagar infinidad de gabelas”. Y más adelante destacará: “La libertad es el principio más activo del comercio”. Daría la impresión de que las banderas de la libertad económica y de la libertad política se izan por las mismas manos. Por lo tanto, cuando se estabiliza el liberalismo, tras derrotar al carlismo que parece estar liquidado con el Abrazo de Vergara (1839), parece que había llegado el momento de presentar un avance de la libertad económica. El firme apoyo de los grandes economistas clásicos, ingleses y franceses, parece que va a facilitar tal victoria. El derrumbamiento en lo económico de situaciones estamentales, corporativistas, intervencionistas, parecía perfectamente explicable. El alba del intervencionismo. Sin embargo, nada de eso sucede en España. Dentro de un proceso singular del mundo del liberalismo, éste parece que comienza a vacilar a poco de esa victoria sobre el absolutismo carlista. En 1848, surgen por doquier señales de que todo puede cambiar y que la creencia del teorema de la mano invisible puede declinar. Tres fueron las reacciones a favor de la regulación económica. La primera, como consecuencia de las revueltas de 1848, fue la Ley de Beneficencia de 1849. El Manifiesto Comunista había puesto de relieve que, efectivamente, “un fantasma se cernía sobre Europa: el espectro del comunismo [...] El comunismo se halla ya reconocido como una potencia por todas las potencias europeas”. Era preciso que los pobres no llegasen a situaciones de desesperación cuando estuviesen enfermos, cuando llegasen a una ancianidad extrema, cuando alguien fuese un niño abandonado. Antes, en España, de eso se ocupaba la Iglesia. Pero tras las Desamortizaciones, y aunque comenzaron pronto a proliferar instituciones caritativas en su seno —especialmente importantes fueron las Conferencias de San Vicente Paul—, no eran capaces de atender, carentes de la riqueza anterior, al conjunto de necesitados que proliferaba en las zonas urbanas en expansión, unidas al avance entre nosotros de la Revolución Industrial. Entre estas gentes angustiadas, comenzaban a arraigar mitos, como el del reparto, y del campo venían mensajes auténticamente espartaquistas. Ciertas frases circulaban y ponían espanto entre los burgueses, que con los bolsillos bien repletos de fincas desamortizadas y que veían además avanzar la negociación del que sería el Concordato de 1851 que liquidaría el contencioso, escuchaban aquello de Proudhon de “que la propiedad es un robo”. Las revueltas de 1848 indicaron que el riesgo existía. Las masas no sólo pedían ya la supresión de los odiados impuestos de consumo, sino que se repartiese la riqueza. Así es como, con esa Ley de Beneficencia, se inició lo que después sería uno de los elementos básicos del auge del intervencionismo: el Estado del Bienestar. Éste fue un paso minúsculo, pero mucho mayor fue el derivado del pánico de Narváez ante la crisis del Banco de Isabel II. La reacción fue doble. Por un lado la aparición de la figura de Gobernador del banco fundado para salvar lo que interesaba del naufragio del de Isabel II —el Nuevo Banco Español de San Fernando—, para que alguien, nombrado por la Administración, avisase de lo que sucedía y, de acuerdo con el Gobierno, fuese capaz de poner coto a desaguisados posibles. Ramón Santillán, el hacendista, fue el designado para ese puesto del que pronto se convertiría ya oficialmente en Banco de España, en esa serie que hoy por hoy concluye en Caruana, y que desde 1931 fue una pieza importante en un largo proceso estatificador que culminaría en 1962. Por otro lado, se pusieron tal cantidad de trabas intervencionistas en el mundo del crédito que éste se escapó del mundo tradicional de la Banca y, como nos demostró el profesor García López, dio lugar a la aparición del fenómeno de los comerciantes banqueros que, en el bienio progresista, optarían más de una vez, al liberalizarse un tanto la situación, por ser exclusivamente banqueros. En suma, vemos que los liberales del partido moderado, incluso aquellos que, como Alejandro Mon, habían estado al lado del alzamiento de Riego, puestos en un dilema que subrayó Perpiñá, el del contraste de saber si, de verdad, eran liberales en la economía o no, que era el de contraponer seguridad propia y libertad, prefirieron con claridad la seguridad, con todo su aparato coercitivo de leyes. Cuestión ésta que contemplamos aun más claramente con la tercera rectificación que frente al liberalismo económico se hace por los moderados: la apuesta a favor del proteccionismo. Espartero, a la cabeza de los progresistas, pareció proclive a insertar a España dentro de un régimen de libertad del comercio internacional. Pero Espartero había dado paso a Narváez, y éste era el que gobernaba en España en 1846 cuando el conservador Lord Palmerston llega al Gobierno británico y, como consecuencia, su embajador en Madrid, Sir Henry Lytton Bulwer, pasa a conspirar con los progresistas, entre otras cosas, para apartar a España del proteccionismo. Se expulsa a Lytton Bulwer de Madrid y se corre el riesgo de que Palmerston bien decidiese como represalia ocupar La Habana, ampliar la posesión de Gibraltar o apoderarse de Mallorca. Lo primero no lo permitió Estados Unidos; lo segundo y tercero, Francia. De este modo, el proteccionismo comenzó a triunfar en España. Recuérdese que en 1846 llegará Cobden a España y que en 1847 Narváez había declarado que estaba resuelto a proteger la industria nacional “hasta la exageración”. El Arancel de 1849, de Mon-Bravo Murillo, señala cómo en torno a 1848 todo pareció girar en contra de la libertad económica. Por supuesto, también aquí el ethos de la seguridad triunfaba sobre el de la libertad. De paso, con el economista norteamericano Carey comenzó a surgir una tesis xenófoba vinculada con la polémica proteccionismo-librecambio. Carey lanzó un argumento, en medio de la polémica entre los proteccionistas norteamericanos, que en la Guerra Civil se iban a agrupar en la Unión, mientras que los librecambistas lo hacían en la Confederación, para ayudar al bando proteccionista que acabaría por triunfar con Lincoln. Este texto de este economista norteamericano causó mucha impresión: “Inglaterra y Francia procuran a porfía impedir el desarrollo de manufacturas en España, creyendo sin duda que su propio acrecentamiento en poderío y riqueza depende del mayor grado de pobreza y debilidad a que reduzcan las demás naciones del globo [...] Los economistas (británicos) hacen hincapié en la ventaja enorme que reporta Inglaterra de sus relaciones actuales con Portugal, por la facilidad que le proporciona de llenar a España de tejidos de lana y algodón de contrabando [...] No puede imaginarse política más mezquina que la de estas dos naciones respecto a España. Empobreciéndola, destruyen su poder productivo, privándola hasta de adquirir la suficiente aptitud para comprarles sus [...] productos”. Es el momento en que germina la idea de la conjura, los progresistas, y nada digamos de los miembros, algo después del partido demócrata al ser librecambistas, forman una coalición antiespañola con los ingleses. Pero he aquí que en ambos grupos —progresistas y demócratas— abundaban los anticlericales y los miembros de sociedades secretas: masones, carbonarios, comuneros. Cuando Leo Taxil lanza su famosa superchería, que fue sintetizada con el título de una obra de examen de sus granujerías, la de Weber, con el título de Satán francmasón, todo parece encajar. Leamos el relato de Taxil Los adoradores de la Luna, en el que vemos que Gibraltar, a través de las perforaciones hechas en la Roca por los ingleses, era el mecanismo por el cual los demonios subían y bajaban al Infierno. Añádase el citado libro de Felix Sardá i Salvany, El liberalismo es pecado, y tendremos en acción a buena parte de los elementos de la acción proteccionista e intervencionista. Todo esto, como una especie de légamo subyacente, sí está debajo de las posturas intervencionistas y proteccionistas de las fuerzas de la derecha española. No todo se redujo en ellas a defender intereses concretos. El proceso fue, pues, muy complejo. El que Gibraltar fuese un formidable punto de apoyo del contrabando por un lado, y del bandolerismo andaluz por otro, contribuyó con fuerza a que ciertas doctrinas de libertad económica fuesen repudiadas por la población. Más adelante, pero aún en el siglo XIX, las reticencias frente al liberalismo político y el económico de los Papas, también contribuyeron a afianzar estos puntos de vista. Simultáneamente surgió la admiración por Alemania. Cuando comenzó la carrera de la Revolución Industrial, según Angus Maddison, en 1820, Alemania tenía un Producto Interior Bruto por habitante de 1.112 dólares Geary-Khamis de 1990, o sea el 95’6% del español. En 1900, Alemania había multiplicado por 2’82 su PIB por habitante; España lo había multiplicado sólo por 1’92, con lo que el PIB por habitante de nuestro país habría pasado a ser sólo el 65’09 del alemán. Todo ello mientras los alemanes consolidaban su unión nacional, se convertían en una importante potencia colonial, entraban en el Olimpo de los países que gobernaban el mundo y, tras derrotar a Francia en Sedán, en 1870, ofrecían ante la opinión mundial una especie de Atenas de las ciencias, las artes y la técnica. Al escrudriñar cómo lo habían hecho los alemanes y, sobre todo, cuando el examen se hacía por personas poco duchas en economía, surgía el sofisma de post hoc, ergo propter hoc. Había desarrollo fuerte, envidiado, y previamente se observaba que, en el terreno de la teoría económica, el historicismo económico germano atacaba, en la famosa Methodenstreit, con enorme fuerza además, a los clásicos y neoclásicos y marginalistas británicos, franceses, suizos y austríacos . Era el método inductivo y no el deductivo de todos éstos, que en buena parte se personificaban en la Escuela de Viena, el que estaba equivocado. Si se erraba en el método, era evidente que todo lo demás era, científicamente, un adefesio y, por supuesto, el teorema de la mano invisible y la teoría de los costes comparativos no tenían especial sentido. De ahí en adelante, todo el panorama de la economía ortodoxa se consideraba un conjunto de disparates. Bien es cierto, se decía, que Inglaterra se había beneficiado con ello, pero no los demás. ¿No significarían estas doctrinas ortodoxas una especie de mensaje que favorecía el Reino Unido, pero no a sus eventuales consumidores? Dígase lo mismo de la Verein für Sozialpolitik, de la que procede el socialismo de cátedra, que albergaba, tras las leyes sociales de Bismarck, una feroz actitud ante el partido socialista y las doctrinas en general derivadas del socialismo científico. Pero estas leyes sociales, con las que se pretendía, como dijo Bismarck, que “los socialistas tocasen en vano el caramillo, en cuanto los obreros observasen las ventajas que se derivaban de los príncipes que los gobernaban”, exigía un fuerte intervencionismo, ligado, por otro lado, a los postulados hacendistas de Wagner, quien presidía la Verein: la política fiscal no tiene como objetivo fundamental el proveer de fondos a la Administración para su desarrollo, sino el de distribuir la renta y financiar un gasto público que ha de crecer más que el PIB, con lo que —ley de Wagner— el presupuesto, con objeto de impulsar a la economía, ha de significar un porcentaje creciente en el tiempo del citado PIB. Simultáneamente, el mercado nacional alemán quedaba bien trabado por el sistema ferroviario y la aparición de esa Unión Arancelaria o Zollverein, tan bien situada en el entorno de Los Buddenbrook por Thomas Mann, reforzado todo por el proteccionismo defendido por Federico List. Ese triunfo tenía, además, salvo el caso germano, traducción universal. El Norte proteccionista había triunfado sobre el Sur librecambista en Estados Unidos; la III República, desde Thiers, es proteccionista; Italia lo es, entre otras cosas, para asentar el Risorgimento. También lo era Rusia en grado sumo. ¿Era posible que no lo fuéramos nosotros? Cánovas del Castillo, adalid de esta etapa germanófila y proteccionista, comprende que la perfección del sistema que defiende, si quiere seguir el modelo alemán, exige agregar decisiones claramente intervencionistas. Porque, además de lo dicho, en Alemania había aparecido el fenómeno de la carterlización. Nada de fuertes competencias entre los grandes de la industria, necesarios porque era preciso aprovecharse de las economías de escala que los mismos poseían, cosa que nada tenían que ver con lo que se conoce como libre competencia. Era preciso evitar las gigantescas pérdidas de activos básicos que de tal competencia se derivase. Lo mejor acabó buscándose en forma de reparto del mercado, pero con presencia y autorizaciones del Estado. Pronto se imitó en España. En 1896 las empresas productoras de explosivos y fertilizantes, que trabajaban en buena medida con patentes, inversiones y direcciones extranjeras, se reunieron por veinte años en la Unión Española de Explosivos. Afectaban a tres sectores muy sensibles de nuestra vida en aquellos momentos: al Estado, embarcado en la Tercera Guerra de Cuba; a una fundamental actividad industrial relacionada con las exportaciones, la minería; finalmente, a la agricultura, que en aquellos momentos se expansionaba con fuerza, basada en una población creciente, que aumentaba su renta además, y que gozaba, amparada por Cánovas del Castillo, de un proteccionismo creciente. Los protagonistas del intervencionismo. La articulación de nuestro intervencionismo se va a efectuar, pues, apoyando nuestra política económica en los mensajes de cuatro grandes protagonistas de nuestra vida económica en cuatro marcos diferentes y sucesivos. El primero, en la Restauración de Alfonso XII y la Regenta María Cristina de Habsburgo, es el de Cánovas del Castillo. Después, en la Restauración de Alfonso XIII, el segundo será el de Maura. El tercero, tras la conmoción originada en Europa por la I Guerra Mundial, que, naturalmente, afectó con fuerza a España, será el de Cambó, y sin el que no se explica el despliegue intervencionista de la Dictadura de Primo de Rivera y el de la II República. El cuarto, en la primera parte de la era de Franco, y que cierra este capítulo de nuestra historia con el Plan de Estabilización de 1959, fue el de Suanzes. Adelanto que, por lo poco trabajado, y por ser el inicio del intervencionismo, voy a hacer hincapié en Maura. El resto, por ser más conocido, será ofrecido esquemáticamente. Los elementos que explican la actitud de Cánovas del Castillo han sido, en buena parte, ya expuestos, pero debe subrayarse aquí su admiración por Alemania e, incluso, su amistad personal con Bismarck. Su decisión básica será poner en marcha, con el Arancel de Guerra de 1891, una máquina poderosa que no se va a detener hasta 1959. Creo que he probado de qué modo no tuvo interés por la política que se podía desprender, entonces ya, de los neoclásicos ingleses y, en cambio, tiene inequívocas influencias del neohistoricismo germano(3). El mensaje directo de Cánovas del Castillo es el que late, por supuesto, en el que podríamos denominar viejo partido conservador. No entendemos del todo la política de Raimundo Fernández-Villaverde y su estabilización respaldada por Francisco Silvela, o la política social desplegada por Dato de 1900 a 1920, o el planteamiento doctrinal de Antonio García Alix en El presupuesto de la construcción(4), con derivaciones incluso hacia la política educativa(5), si prescindimos de esa escuela canovista que, progresivamente, irá siendo alterada por los Jóvenes turcos que pasan a controlar al partido conservador, bajo la dirección o, al menos, con una fuerte inspiración de Maura(6). Muy sintéticamente, de Maura, en el sentido que ahora nos ocupa, se desprenden cuatro potentes direcciones para nuestro intervencionismo. La primera es la de un intervencionismo como sustituto directo de los ajustes de mercado, en tanto en cuanto se reaccionaba así frente a la crisis azucarera que había aparecido, con fuerza, en 1907. Pero lo del azúcar, con la Ley Osma de Azúcares y Alcoholes de 1907, fue el primer paso para crear una situación que se consideró ya asfixiante en 1929, cuando ese año, en el Dictamen de la Comisión del Patrón oro, Flores de Lemus escribe que el espíritu empresarial “se encoge y cohíbe si ha de someter sus iniciativas a instancias burocráticas o semiburocráticas”, y añade: “Mientras la economía de la industria y del comercio se halle en régimen de expediente, como en los tiempos de decadencia del viejo mercantilismo, no se puede pensar que anime a los empresarios el espíritu que nació justamente de la abolición de aquel régimen”. Por desgracia las cosas no se detuvieron ahí. Desde 1907 a 1959 se encuentra algo más de medio siglo en el que crecen los agobios derivados de la existencia de un régimen que prefiere, a creer en el teorema de la mano invisible que nace en el mercado, hacerlo en la confianza en el puño de hierro del Estado. También en el año de 1907, con un planteamiento que en lo ideológico tenía bases en los cuerpos sociales del Antiguo Régimen —en parte, tesis mantenida por la doctrina de la Iglesia Católica—, pero también en el krausismo y, por supuesto, como herederos de éste, en los regeneracionistas, comienza a existir corporativismo, o sea, que a parte de estos conjuntos de la sociedad se les permite que no sólo orienten, sino que en la práctica dicten la política económica en la que están directamente implicados. En Maura, por supuesto que trasciende de lo económico y tiene muchísima importancia en sus orientaciones de política municipal, en la que se basaba en su lucha contra el caciquismo(7). Pero es evidente que no resulta extravagante suponer que existió una transferencia del tema del voto corporativo en las corporaciones locales. Ruiz del Castillo indica en ese sentido que “el voto corporativo no hacía más que reflejar el principio dual de la representación, que es, al fin y al cabo, lo que da vida a la doble Cámara en la organización legislativa del Estado”. Esta convicción organicista de la vida local, que se funde con este corporativismo incipiente, es defendido así por Maura, en 1908, en el Congreso de los Diputados: “Yo creo que os equivocáis, que exageráis, como exageraría yo si dijera que tiene la vida corporativa un florecimiento, una consistencia, una tradicional y educativa aptitud como yo lo deseo; pero advertid que data de pocos años [...] ese movimiento social en España, y, sin embargo, pululan por todas partes las Asociaciones [...] Todo el movimiento obrero en España, ¿no se ha realizado por la Asociación? [...] Pues los Sindicatos agrícolas, pues las Asociaciones agrarias, pues la labor que se está preparando con los Pósitos, pues todas las leyes que se han dictado en los últimos veinte años , ¿de qué vienen impregnadas sino de ese espíritu?”. Maura defiende esta representación corporativa a través de tres tercios en el Municipio, para canalizar, señala, el interés de “patronos y obreros, (del) elemento intelectual, (y del) elemento comercial, industrial y agrícola y de los intereses materiales”. Por supuesto que siente con hondura este tipo de representación corporativa u orgánica, la defiende, pero queda claro que ello ha de ser sin menoscabo del sufragio universal. Esta posición concita actitudes muy encontradas. José Canalejas se opuso terminantemente, al sostener que “la representación corporativa era un margen protector de las ideas conservadoras”. A favor de las tesis de Maura se alinearon, entre otros políticos, Vázquez de Mella, Cambó y Gumersindo de Azcárate. En el fondo se percibió que algo más revolucionario que la lucha contra el caciquismo se agitaba en todo esto, y que podía alterar buena parte del edificio socioeconómico de la Restauración. José Fernández Bremón, impresionado por la irrupción de estas nuevas ideas, en realidad, de la variante maurista del conservadurismo de Cánovas del Castillo, escribió al comienzo del Gobierno largo de Maura(8) que “los liberales, al transformar la España Antigua, habían procurado deshacer las agrupaciones gremiales en que se dividía la nación, para establecer, con el individualismo, las libertades mercantil e industrial, y dar el voto en los comicios un carácter personal y libre [...] Acaso por eso no arraigó el sistema [...]; el procedimiento, copia francesa, no convenía a nuestras costumbres; en cambio, la agremiación, como tenía raíces españolas, revivió y ha vuelto a tener fuerza. Día llegará en que los gremios voten [...] y los Gobiernos procedan de esa fuente electoral [...] para producir situaciones nacionales con la representación de todos los intereses, sustituyendo a la fría e impersonal indiferencia de las elecciones de partidos políticos, tachadas por todos de ilegales”. Este movimiento organicista había sido, de varios modos, defendido por Maura a partir de su conferencia del Ateneo de Madrid, nada menos que el 29 de mayo de 1896, titulada La organización del Poder público. Por otro lado, como captó Juan Luis de Simón Tobalina, hay rasgos de todo esto en el proyecto Moret de 2 de octubre de 1900, y desde luego el voto corporativo ya existe claro en el proyecto SilvelaSánchez de Toca, de 1891. Latía en esto la convicción de Maura —para seguir una metáfora suya sobre esto— de que los vientos que soplaban no eran, por supuesto, los del librecambismo, sino los del nacionalismo económico. En la sesión necrológica celebrada en honor a Echegaray en la Real Academia Española el 5 de octubre de 1916, dijo: “Cuando la ráfaga manchesteriana recorrió toda la Europa con idílicas y seductoras promesas de prosperidad económica y de fraternidad internacional, ejerciendo poderoso influjo en todas partes, llegaba Echegaray a la madurez de su vida y fue uno de los contados, escogidos e infatigables propagandistas de aquella escuela. Importa poco que el viento saltase a opuesto cuadrante y adquiriese auge, que perdura hoy, la contraria concepción de la economía internacional”. Pero, a más de no ser librecambista, creo que tampoco era Maura nada liberal ante el resto de los problemas económicos. En 1909 se enfrenta en el Senado con el político liberal Amós Salvador, y le dice: “¿Conoce S.S. una afirmación de personalidad más silvestre, más áspera, más egoísta que la propiedad individual? La propiedad es el “yo” erguido frente a los demás; lo mío, con universal exclusión. Pues bien; esa propiedad, tan pronto como queda metida en un pueblo, cuando es urbana, cuando hay gas y electricidad, resulta esclava. Ya no puede levantar el edificio, volar el halcón, disponer los huecos sino en cierta simetría; es una propiedad mutilada, castrada, domada, sojuzgada a la conveniencia comunal; ¿por qué? Porque el individuo es vecino, y cuanto más grande sea el pueblo, más está sometido a las necesidades comunes, porque éstas son mayores. Otro tanto les pasa a las industrias y a las leyes económicas que sobre las industrias actúan. A medida que es mayor la ciudad, más mentira resulta todo eso de las armónicas leyes naturales de la producción y la concurrencia, todo lo que S.S. pone como una luz frente al monopolio derogador de las leyes económicas, las cuales ya están derogadas y acribilladas por los cruces de calles, aceras, líneas, zanjas, ordenanzas, arbitrios, y por todo lo que es ciudad”. Todo queda aun más claro a partir de la convocatoria por González Besada, como ministro de Fomento de Maura, con el Real Decreto de 5 de abril de 1907, de una Asamblea nacional para constituir el denominado Consejo Permanente de la Producción y el Comercio Nacional. Tal convocatoria se dirigía, no sólo a las Cámaras de Comercio, Industria y Navegación, a las Cámaras Agrícolas, a los Sindicatos y Comunidades de Labradores, y a la Asociación General de Ganaderos, sino también a “cuantos organismos nacieron al impulso de la necesidad y viven por razón de sus conveniencias”, pero los cuales por “la languidez de su vida, su escasa intervención en las resoluciones del Estado que directamente les afectan, y la ausencia de todo vínculo entre ellos, ha determinado que, como tantas otras instituciones, no consigan arraigar en la conciencia nacional y desnaturalicen a diario su función”. Por eso se había decidido por ese Gobierno Maura, “obtener una representación directa y constante, que asesore a diario sobre las necesidades públicas y transmita rápidamente las resoluciones, lazo de unión entre gobernantes y gobernados que, si es siempre de conveniencia, se convierte en necesidad cuando la función principal está vinculada en los segundos, y no son los primeros más que reguladores de su impulso e instrumento armónico de su dirección”. Las gentes contemplaron la creación de este inicial Consejo como la constitución de una “junta de productores para discutir los problemas industriales, mercantiles y agrícolas que así (quedaban) sustraídos al albedrío de los políticos”. Que el designio del Gobierno era de tipo corporativista, poco cuidadoso de mantener mensajes como el de que es el mercado el supremo ordenador de la vida material de un pueblo, si de verdad se deseaba que éste tuviese el máximo bienestar, resultó pronto evidente(9). Concluiré estas consideraciones sobre esta articulación corporativa que así se inaugura para subrayar que lo que puso Maura en marcha en 1907 llega hasta ahora mismo, con una ampliación continua de su ámbito(10) que, naturalmente, se mezcla continuamente con tareas intervencionistas desde su origen. El decreto de Maura pronto se articuló con la denominada Junta de Comercio Internacional, para así constituir “el único Consejo Permanente de Producción y Comercio [...] que [...] ha de tener a su cargo la labor de asesorar en sus resoluciones a los ministros de Fomento, transmitir en todo instante las aspiraciones de las colectividades, comunicarles las resoluciones de la Superioridad y ser, en una palabra, el instrumento de gobierno, el vínculo de enlace y el órgano de expresión de toda la producción y el comercio del país” (cursiva mía). Por el artículo 1º del Real Decreto de 17 de mayo de 1907 que constituye este Consejo, sus fines son el “organizar las fuerzas económicas y mercantiles en forma que puedan impulsarse y robustecerse, estudiando juntos los problemas que les afectan, proponiendo los medios para su desarrollo, vigorizando el espíritu de iniciativa y de compenetración de intereses, asesorando al Poder público en cuanto a los medios cuya ejecución les competa, integrando en una misma acción y finalidad los esfuerzos oficiales y sociales encaminados a la común mejora de las fuentes de producción y riqueza”. Chinki era, pues, derrotado. En resumen, que el Consejo corporativo de tal manera constituido pasó a tener, a más de las tradicionales funciones de iniciativa, de fomento y propaganda, y consultivas, las que se calificaban como de “intervención en el ejercicio de los servicios administrativos”, a través de las Secciones del Consejo que así pasaba a convertirse en auténtico gestor de la política económica(11). Como se puede observar, este Consejo Superior de Producción y del Comercio pasa a adquirir aires de Ministerio de Economía y a tener, para que esto sea más completo, una proyección provincial. Significó también la disolución o supresión de muchas Juntas o Consejos previamente organizados “para facilitar o secundar la acción del Ministerio de Fomento”, y que, en realidad, poseían sólo una estructura burocrática nada corporativizada. Por eso, en la exposición de motivos del Real Decreto de 5 de abril de 1907, que lo reordena respecto al que se convocó por la que puede calificarse de Asamblea fundadora, el Gobierno se muestra partidario de simplificar los servicios administrativos, “suprimiendo aquellos órganos que, faltos de enlace con el país y funcionando las más de las veces en dirección opuesta a las demandas de la opinión, no responden, a pesar de su notoria competencia, al objeto para que fueron establecidos”. Claro que todo esto no fueron más que flatus vocis. Pronto, bajo la mismísima Administración Maura, renacen estas Juntas burocráticas con mucha fuerza. Por ejemplo, se creó por Real Decreto de 3 de enero de 1908 el Consejo de Minería. Surge así con toda energía, en 1907, un Maura que, al intervenir el Estado en la vida económica, considera, para que sea fructífera tal intervención, y también para que se acomode a lo que se demandaba desde los campamentos regeneracionistas, krausistas y seguidores de la Doctrina Social de la Iglesia, que es preciso organizar todo un amplio conjunto de instituciones capaces de constituir con rapidez el gran esqueleto de una soñada y futura organización corporativa. La intervención y el corporativismo, de consuno, provocan un tan vasto catálogo de instituciones, que pronto surgirá con ellas una selva inextricable, con instituciones que se convertirán en los nuevos actores de una nueva vida económica tal como la soñaban los políticos de esta línea neoconservadora(12). Todo esto va a unirse al nacimiento del nacionalismo económico y a un progreso fortísimo de la cartelización. Este nacionalismo tiene su fecha fundacional en la de la Ley de 14 de febrero de 1907, que limita la admisión de productos extranjeros para los servicios y obras que contratan el Estado, las provincias y los Ayuntamientos. En principio, por el artículo 1º, “serán admitidos únicamente los artículos de producción nacional”. Los antecedentes para este violento viraje hacia el proteccionismo administrativo se encontraban en el artículo 1º del Pliego de condiciones para la contratación de obras públicas de 7 de diciembre de 1900, que pretendía nacionalizar en España la cobertura de las necesidades de las compañías de ferrocarriles y tranvías, aunque habían sido derogados —lo cual significaba la sospecha de connivencias financieras con el exterior, por parte de políticos españoles— por el Real Decreto de 24 de mayo de 1901. Ahora, por el artículo 2º de esta Ley de 14 de febrero de 1907, se establece que “todos los años, en el mes de septiembre”, se publicará en la Gaceta de Madrid y en los Boletines Oficiales de las provincias, por medio de Real Decreto de la Presidencia [...] relación motivada de los artículos o productos para cuya adquisición se considera necesaria la concurrencia de la industria extranjera”, para que, con esta publicidad, se conozca si surgen protestas por parte de fabricantes españoles. Este proteccionismo trufado de decisiones económicas nacionalistas se completa con el juicio de una política de fomento de las exportaciones. Para ello se crea la Junta de Comercio Internacional(13) con el propósito de extender nuestras exportaciones, y en especial, desarrollar con intensidad los intercambios con las Repúblicas hispanoamericanas y con Marruecos(14). También existe nacionalismo económico en una disposición que intentó —con poco fruto, desde luego— fomentar la construcción de ferrocarriles(15). Simultáneamente todo esto coexiste con que, a partir de 1906, se generaliza el fenómeno de la cartelización. Los grandes grupos industriales van a proliferar, sin que se los contemple más que con simpatía, entremezclándose sus planteamientos con todo lo señalado hasta ahora de medidas intervencionistas, corporativistas y proteccionistas ya relacionadas —conviene repetirlo— con el nacionalismo económico. El apoyo, a partir de 1900, del Banco de España gracias a la Reforma de Fernández-Villaverde, así como de la Banca privada, dentro del proceso de Banca mixta bien conocido, facilitó la unión de todo esto a los intereses de financieros-industriales en forma de grandes grupos industriales anejos a la Banca, que facilitaron la consolidación de este proceso cartelizador. Una relación no exhaustiva incluye, de modo superpuesto a toda esa acción intervencionista que va de 1907 a 1909, a las nueve fábricas de vidrio plano que deciden vincularse dentro de lo que era un cártel, pero que entonces se llamaba, equivocadamente, un trust. Añadamos que las más significativas empresas siderometralúrgicas, impulsadas por Prados Urquijo, organizan la llamada Central Siderúrgica de Ventas. Se amplían las agrupaciones de fabricantes de azúcares y alcoholes. Se constituye una Sociedad de salineros. Aparece una asociación para los fabricantes de papel, que mucho impacto va a causar incluso en la historia cultural de España(16). Pronto aparecieron otras organizaciones parecidas, aparte, como ya se ha dicho, de la Unión Española de Explosivos. Maura enlazó ese aparato intervencionista(17) con un inicio del camino hacia las estatificaciones que pronto se consolidaría con el petróleo en la Dictadura y la Ley Prieto de Ordenación Bancaria, de 1931, para el Banco de España. Tal comienzo maurista recibe el nombre de Sociedad Española de Construcción Naval. Era una vieja aspiración de Maura y, hay de decirlo, de la joven guardia conservadora. Pensemos en Sánchez de Toca y su proyecto de 1902 que chocó con el equilibrio presupuestario de Villaverde y que, por eso, tantas consecuencias políticas tuvo, al dividir, en el fondo para siempre, al mundo conservador heredado de Cánovas del Castillo. Como ha destacado José María Zumalacárregui(18), este político incluso redactó y, después, firmó, casi sin haberse secado la tinta del Tratado de París que liquidó el Desastre, el Prólogo al Manual de la Liga Marítima Española, Manual que, también en su integridad, parece obra de Maura. Éste, con su ley, pretendió armonizar las cuestiones militares, las económicas y las políticas. Probablemente por eso Maura no se apresuró en la presentación de sus deseos. Pero cuando lo hizo, pensó que su obra tuviese permanencia. Ahí es donde se encuentra la raíz de la Ley de 7 de enero de 1908(19) y del Real Decreto de 16 de enero de 1908(20), completados con el Real Decreto de 21 de abril de 1908(21), el cual presentaba las Bases de un concurso para el proyecto y la ejecución por contrato en los arsenales de Ferrol y Cartagena, de obras navales, civiles e hidráulicas. Con esta Ley de la Escuadra, como popularmente se la denominó, se intentaba superar el llamado Plan Beránger sobre la Flota de guerra que debería tener España, y pudo iniciarse la construcción de una con tres acorazados —muy potentes para aquellos tiempos—, seis cruceros de 1ª y dos más, una flotilla de catorce destructores y otra de veinticuatro torpederos, más algunos submarinos. Todos los buques que se ponían en grada poseían unos altos grados de homogeneización entre sí, cosa inusitada hasta entonces en España. Otra decisión firmísima de Maura era que esta Flota, debería ser absolutamente construida en nuestra Patria. Los capitales españoles que decidieron participar en la constitución de la empresa que había de construir la Flota, la Sociedad Española de Construcción Naval, con un capital inicial de 20 millones de pesetas, que nacía el 18 de agosto de 1908, comprendieron que tenían que disponer de tecnología extranjera. Para eso tomaron contacto, y concluyeron por enlazar después de modo financiero, con la empresa britana Armstrong-Vickers —hubo asimismo enlaces tecnológicos con la italiana Ansaldo—, a lo que, según Zumalacárregui(22) debe añadirse el “apoyo y enlace en las construcciones (navales) francesas, entonces un poco dentro del grupo (financiero citado). España sólo contaba con [...] grupos capitalistas vizcaínos y asturianos. Todo esto, integrado en la Sociedad, recibió la cesión, por el Estado, de los viejos astilleros y arsenales de El Ferrol, que fueron rehabilitados, y los de Cartagena y Cádiz, que se reorganizaron”. Con su impulso(23), además de éstos, “nacieron otros astilleros en El Ferrol, y en Bilbao (surgieron) las posibilidades de construcciones navales comerciales: la Euskalduna, las del Nervión, y reorganización de la ría”, serie a la que debemos añadir Echevarrieta y Larrinaga en Cádiz, y Unión Naval de Levante en Valencia. Dentro de las normas del nacionalismo económico, los extranjeros no podían tener más del 40% del capital. Este porcentaje fue suscrito por Vickers Sons Maxim Ltd, John Brown & Co y Sir W.G. Armstrong Whitworth & Co. En los primeros lugares de los accionistas españoles estarían Altos Hornos de Vizcaya, Duro-Felguera, Española de Construcciones Metálicas, Basconia, Talleres de Deusto, Banco Español de Crédito, Banco de Castilla, Banco Hispano Colonial, Banco de Barcelona, Sociedad de Crédito Mercantil, Banco de Bilbao, Banco de Vizcaya, Banco de Comercio y Crédito de la Unión Minera, casas de banca Urquijo, Aldama, Arnús, y Compañía Transatlántica. Se llegó, además, a acuerdos para recibir la tecnología en diques y dársenas de Sir John Jackson Ltd.; para la construcción de los torpederos, de las casas John I. Thornystroft & Co., de Londres, y Agustin Normand, de El Havre, y para turbinas de Parsons’ Turbine Co., aparte de la nacional La Maquinista Terrestre y Marítima. Se integraron en el programa, respaldándolo, las fábricas estatales de armas de Trubia, de Plasencia de las Armas y del Arsenal de La Carraca(24). Quedaba así programada la empresa pública española del futuro: aceptación de inversiones extranjeras, para acarrear tecnología, pero minoritarias; presencia del sector público hasta desdibujar las fronteras entre él y la nueva empresa —aquí el Ministerio de Marina y la Construcción Naval—, y participación de lo que Ortega y Gasset llamó el capitalismo nacional, tanto en forma de empresas del sector, como a través de la Banca. Si a todo lo dicho agregamos la inmersión de este modelo dentro de un fuerte despliegue de la política social —a Maura se debe desde la creación en 1908 del Instituto Nacional de Previsión a la Ley de Huelga y Coligaciones de 27 de abril de 1909(25) que tuvo que derogar el artículo 556 del Código Penal entonces vigente—, disponemos de los elementos esenciales de una integración intervencionista que, en grandísima medida, creó Maura y que, en cuanto política económica española, hasta 1959 va a permanecer incólume. Por supuesto que, después de Maura, es preciso referirse a las figuras de Cambó y de Suanzes, pero ambas sólo sirven para remachar una obra ya bien estructurada. Cambó, en primer lugar, con su discurso en Gijón, el 8 de septiembre de 1918 —duodécimo centenario de la Batalla de Covadonga—, al señalar que, como en el 718 había ocurrido con el suelo de España, había llegado el momento de comenzar la reconquista de la economía española que, de algún modo, estaba en manos de extranjeros. Con ese argumento se reforzó el nacionalismo económico. Una pieza clave para eso sería el Arancel Cambó de 1922 —tantas veces calificado de muralla china arancelaria española— y el proteccionismo administrativo singular, cuyo funcionamiento aclaró Josep Pla(26), y que se basaba en una sobrevaloración por los servicios aduaneros de las facturas de las importaciones, con lo que, al ser los aranceles ad valorem, se aumentaba la protección, por cierto con daño colateral, como nos señaló Valentín Andrés Álvarez, para la correcta cuantificación de nuestras adquisiciones en el exterior. El modelo de Cambó prestó una gran atención a la ampliación gracias a la construcción de infraestructuras, del mercado nacional, de algún modo siguiendo el modelo bismarckiano. Pensemos, sin ir más lejos, en el progreso que impuso al avance de la electrificación ferroviaria, o en sus documentos para la solución del problema de los ferrocarriles(27). Finalmente, con la Ley de Ordenación Bancaria Cambó-Bernis de 1921, quedó consagrado oficialmente el papel de banco central por parte del Banco de España y, simultáneamente, el intervencionismo en la Banca privada, al par que la corporativización, con la aparición del Consejo Superior Bancario. La evolución de la economía europea —y de algún modo, de la mundial— entre 1919 y 1939 provocó, con una crítica progresivamente feroz al capitalismo, que progresasen los intervencionismos y las estatificaciones, apoyado todo ello por el clima bélico que se respiraba. Así surgió, con antecedentes en Maura y el general Primo de Rivera, así como en la doctrina emanada, sobre todo, de los Memoriales de Artillería e Ingenieros, el modelo de Suanzes. La II República había dejado una herencia que reforzaba el proteccionismo: el triunfo del bilateralismo, de la contingentación y del control de cambios con una peseta sobrevalorada, todo lo cual exigía un notable acompañamiento de intervencionismo muy burocratizado, que a veces se delegaba en instancias corporativas o cartelizadas. Sobre ello se desplegó, bajo la inspiración fundamental de Suanzes, todo un amplio conjunto de estatificaciones durante la década de los cuarenta: de los ferrocarriles, con la aparición de la Renfe; de la Telefónica, fundamentalmente por motivos de seguridad e independencia nacional; del proceso básico impulsor de la industrialización, con la fundación del Instituto Nacional de Industria. Simultáneamente, el corporativismo, como solución política, y derivado del sistema político básico que imponían los Sindicatos Nacionales y Verticales, parecía haberse establecido con mucha solidez. Las consecuencias y la crisis de 1959. En el momento que se pretendió que todo este armatoste económico, montado afanosamente de Cánovas del Castillo a Suanzes, generase un rápido incremento de renta, se obtuvieron cuatro resultados peligrosísimos: Un progresivo proceso de encarecimiento, que parecía conducir a una inflación muy considerable; un incremento del déficit en las balanzas exteriores, provocado por una autofagia considerable —se importaba cada vez más y se exportaba cada vez menos como consecuencia del funcionamiento del propio sistema—, hasta liquidar la reserva de divisas, en un contexto que prácticamente imposibilitaba el endeudamiento internacional; un freno notable al desarrollo, hasta llegar a una caída en el PIB; finalmente, una tensión sociopolítica creciente. Simultáneamente, los Estados Unidos, que se habían convertido en nuestros aliados desde los Acuerdos de 1953, se habían transformado en impulsores, después del fiasco de la Conferencia de La Habana de 1947 con su corolario de la Organización Internacional de Comercio, de una apertura de las fronteras económicas de sus aliados, para así, de algún modo, lograr, con esta ampliación de los mercados, un mayor grado de desarrollo económico. De tal impulso se desprendió la aparición del Acuerdo General de Tarifas y Comercio (GATT), por un lado y, por otro, de la aparición de la Comunidad Económica del Carbón y del Acero en 1951. Todo ello resultaba antitético respecto a la política económica que se practicaba en España. En 1949, por otro lado, Eucken visita España. Predica las ventajas del orden del mercado, favoreciendo un contexto que tenía poco que ver con el sistema implantado en nuestra patria, por un lado, y con el defendido por la Escuela de Vieja, por el otro. La opinión pública pronto resultó impresionada por la presión que se efectuaba por esta proyección madrileña de la Escuela de Friburgo, ya adelantada por Valentín Andrés Álvarez y respaldada en los cursos del profesor Stackelberg. El cambio. Lo creado en el período que va de 1875 a 1960 era inadecuado para afrontar todos estos retos. También habría que añadir que los intentos de aceptar el modelo que podríamos denominar de MyrdalKeynes resultaban dificultados porque nuestro sistema fiscal, heredado de la reforma de 1845, impedía cualquier excursión no inflacionista favorable a la implantación de la Seguridad Social, así como también frenaba la mejoría de las infraestructuras o la creación de un eficaz sistema educativo y de investigación. No había, pues, más remedio que alterar muchísimas cosas, partiendo de una búsqueda del mercado para que sustituyese a la que se heredaba. Todo esto exigió que, a partir de 1960, se marchase en una triple dirección. La primera, progresar hacia una Reforma Tributaria, manteniendo en todo lo posible el equilibrio presupuestario. Lo complicó el rápido incremento del gasto público: significaba éste el 25% del PIB en 1975 y llegó en 1994 al 50%. La Reforma Tributaria Fuentes Quintana-Fernández Ordóñez de 1978 hubo de esperar, para encajarse adecuadamente en el nuevo modelo, hasta que en el 2001 se logró el equilibrio presupuestario. La segunda fue la impuesta por la aparición del Arancel de 1960, que sustituyó al mencionado de 1922, al par que se ingresaba en el GATT y, prácticamente de modo simultáneo, el ministro Castiella escribía a la Comisión comunitaria para comenzar un proceso de integración que ha culminado con nuestra participación, el 2 de mayo de 1998, en la creación de la Unión Económica y Monetaria. La tercera, y más dura, es, cabalmente, el restablecimiento del orden del mercado. Por supuesto que es ayudado este proceso con las dos medidas anteriores, pero necesitó ser respaldado por medidas específicas de desregulación y de reprivatización. Concretamente, el Consejo Consultivo de Privatizaciones ha prestado una ayuda inestimable en este sentido. Pero también debe resaltarse que en ciertas, e importantes, corporaciones locales, y no digamos en muchas autonomías, ha surgido una oleada nada despreciable de desequilibrios presupuestarios, de medidas restrictivas del ámbito del mercado nacional y, muy especialmente, de la creación de empresas públicas que aparecen en número creciente y preocupante. Volvamos al principio, a nuestro Chinki. Recordemos que fue feliz cuando labraba las tierras que había recibido por herencia, en cuya tarea “su propio interés le había inspirado todos los secretos convenientes para hacer producir a la tierra los frutos de que es tan grávida, sin que el Gobierno hubiera tenido necesidad de animar a su cultivo, o proponer inventos para su mejoría; pues la propiedad, la seguridad, la libertad [...] suplía a todo como más conforme con la naturaleza”. Sí; sí. Es preciso acentuar nuestra marcha hacia el modelo de Chinki. Notas (1) Continúa así el largo título: Útil y aplicable a otros países: traducida libremente del francés e interpelada de reflexiones político económicas, dispuestas en forma de diálogo entre un comerciante y un fabricante, que sobre cada uno de sus capítulos discurren familiarmente acerca de las trabas que ponen al progreso de las artes y del comercio las ordenanzas y estatutos gremiales, y el perjuicio que acarrean a los oficios las corporaciones o comunidades. Oficina de Don Blas román, Madrid, 1796. (2) Ambos textos, respectivamente del capítulo II y del I del libro IV de La riqueza de las naciones de Smith, en la traducción excelente de Carlos Rodríguez Braun, Alianza, Madrid, 1994. Debe lamentarse que, por desgracia, no disponemos en esta versión del total de esta obra de Adam Smith. El que no sea comercial la edición íntegra de la obra tan fundamental indica que algo peligroso se alberga en la formación de los economistas españoles. Digamos lo mismo respecto a la venta de la traducción de los Elementos de Economía Política Pura de Walras, en ese primor que es la versión de Julio Segura. (3) Fundamentalmente me he ocupado de esta cuestión en: Reflexión desde la economía sobre Cánovas del Castillo, en Antonio Cánovas del Castillo. Homenaje y memoria de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas (1897-1997), Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, Madrid, 1997, págs. 333-345, prácticamente reproducido con el mismo título en Anales de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, 1997, año XLIX, nº 74, curso académico 1996-97, págs. 593-604; Ideas económicas de Cánovas del Castillo, en Cánovas (1828-1897), tomo II, documento 704813, Universidad Internacional Menéndez Pelayo, Valencia, 1997, págs. 1-34, edición multicopiada, y muy especialmente en Prólogo, o los motivos del interés para un economista de la figura de Cánovas del Castillo, en Antonio Cánovas del Castillo, Obras Completas, tomo IV, Escritos de Economía y Política, Fundación Cánovas del Castillo, Madrid, 1997, págs. 7-87. (4) Cfs. Antonio García Alix, El presupuesto de reconstrucción. Política comercial. Bancos y Tesoro. Subsistencias, Establecimiento tipográfico de Idamor Moreno, Madrid, 1907. (5) De esa cuestión me ocupé en Cien años de educación, en ABC, 18 marzo 2001, nº 31.160, pág. 54. (6) Traté ampliamente la cuestión en Nace una política individual corporativista, intervencionista, populista y nacionalista: la del Gobierno largo de Maura (1907-1909), en Industrialización en España: entusiasmos, desencantos y rechazos. Ensayos en un homenaje al profesor Fabián Estapé, coordinados por Germán Bel y Alejandro Estruch, Editorial Civitas, Madrid, 1997, págs. 269-315. (7) Véase sobre esto a Antonio Carro Martínez, Génesis y trayectoria de las reformas locales de Maura, que se inicia con el análisis del Proyecto de Ley y Bases para la reforma de la Administración local que Maura presentó ante el Senado el 27 de marzo de 1903; también Carlos Ruiz del Castillo en Maura y la reforma local, así como Adolfo Posada en Evolución legislativa del régimen local de España, 1910, aparte de la intervención a favor de la postura de Maura de Gumersindo de Azcárate en su discurso ante la Asamblea Republicana el 24 de mayo de 1908, enfrentándose a las campañas que El Liberal —con sus homónimos de provincias—, El Imparcial, y Heraldo de Madrid, en la capital de España, más El Noroeste, de Gijón, que le habían hecho dimitir de la jefatura de la minoría republicana el 22 de marzo de 1908. Ese conjunto de periódicos madrileños se agrupaban en la llamada Sociedad Editorial de España —popularmente denominada “el trust”—, dirigida por un Comité Ejecutivo formado por Ortega Munilla, José Gasset, Sacristán y Miguel Moya. Véase también Manuel Clavero Arévalo, El concepto de cabeza de familia en Maura. Sobre el corporativismo defendido por la izquierda he escrito la nota El capitalismo corporativo y sus antecedentes, en Ya, 25 febrero 1986, año 51, nº 14.939, pág. 34, recensión del libro de Gonzalo Fernández de la Mora, Los teóricos izquierdistas de la democracia orgánica. (8) Cfs. José Fernández Bremón, Crónica General, en la Ilustración Española y Americana, 15 marzo 1907. (9) Resulta fundamental, para comprender la evolución posterior del maurismo, buscando la conexión, relacionada con la Doctrina Social de la Iglesia católica, la lectura de la obra de Antonio Goicoechea, Hacia la democracia conservadora, Talleres Tipográficos Stampa, Madrid, 1914. De la evolución de todo esto en la Dictadura de Primo de Rivera, véase mi trabajo Antecedentes y primeras consecuencias del corporativismo de la Dictadura, en el volumen Instituto de Estudios Fiscales, La Hacienda Pública en la Dictadura 1923-1930, monografía nº 45, Seminario en la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo, agosto 1985, Madrid, 1986, págs. 1-20. (10) He tratado de estas cuestiones también en mi trabajo El Consejo Económico y Social: antecedentes españoles (1883-1976), aparecido en Anales de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, 1982, año XXXIV, nº 59, págs. 359-382, preparado con una ayuda que me concedió José B. Terceiro del Centro de Estudios Constitucionales, en 1980, así como en la ponencia La actual orientación neocorporativa ante el ajuste estructural para el desarrollo, ALIDE XVI. Reunión ordinaria de la asamblea General. Documento: AS-14 (Español) Ciudad de México, 1986, 9 páginas, ampliado ligeramente en La actual orientación neocorporativa ane el ajuste estructural para el desarrollo, en México 1986. ALIDE XVI. “Ajuste estructural y desarrollo: el desafío de los próximos años y la función de la Banca de desarrollo”. Resumen ordinario de la Asamblea General. México 6 al 9 de mayo de 1986, ALIDE, San Isidro. Lima, 1987, págs. 187-194. La última recopilación de instituciones corporativas de la Dictadura y de la II República la publiqué en la nota La organización del capitalismo corporativo español, en Papeles de Economía Española, 1984, nº 21, págs. 12-15. (11) Las secciones pasaron a ser cinco: de Agricultura, de Ganadería, de Montes, de Minas, y de Industria, Trabajo y Comercio. En ésta había un representante del Instituto de Reformas Sociales. Entre otras atribuciones correspondía a esta Sección “el estudio de los… aranceles relacionados con la industria en general”. Además se dispuso que esta Sección redactase “los proyectos de ley y reglamentos” referentes a la industria. Por supuesto, también debía tratar aspectos de la situación de los obreros industriales. Estas atribuciones se incrementaron con el Real Decreto de 29 de enero de 1909, sobre todo al incluir en él a la Junta de Comercio Internacional, al Centro Nacional de Informaciones Comerciales y al Archivo de Sociedades Anónimas, creado este último por Real Decreto de 2 de noviembre de 1906. (12) En la etapa maurista comienzan a surgir así estos organismos nuevos. He recogido una relación significativa: la creación, por Ley de 28 de febrero y Reglamento de 7 de junio de 1907, del Consejo de Administración del Canal de Isabel II (Gaceta de Madrid de 9 de febrero y del 15 de junio de 1907); la Comisión permanente de la Asociación General de Ganaderos del Reino, por Real Decreto de 22 de febrero de 1907 (Gaceta de Madrid de 23 de febrero de 1907) se constituye en Jurado calificador de la importancia y calidad de todos los concursos de ganados que hayan de celebrarse en España, e incluso pasa a encargarse de repartir premios con cargo a los Presupuestos Generales del Estado; creación del Instituto Central de Experiencias TécnicoForestales por Real Decreto de 15 de marzo de 1907 (Gaceta de Madrid de 16 de marzo de 1907) para contribuir al fomento de los montes de utilidad pública y cooperar al adelanto de la industria forestal; el Instituto Superior de Agricultura, Industria y Comercio, que se ordena por el Reglamento de 11 de febrero de 1907 (Gaceta de madrid de 21 de marzo de 1907); las Cámaras Oficiales de la Propiedad, se crean y organizan por el Real Decreto de 16 de junio de 1907 (Gaceta de madrid de 19 de junio de 1907) en relación precisamente con la propiedad urbana; la aparición con el Reglamento de 23 de febrero de 1908 de la importantísima Comisión Protectora de la Producción Nacional; la creación por Ley de 14 de mayo de 1908, en su artículo 24, de la Junta Consultiva de Seguros, cuyo papel central en este sector financiero queda claro con el Reglamento provisional aprobado por el Real Decreto de 26 de julio de 1908 (Gaceta de Madrid de 12 de agosto de 1908); la constitución, por Ley de 7 de enero de 1908, Real Decreto de 10 de agosto de 1908 y Real Orden de 5 de septiembre de 1908, de la Junta Consultiva de la Dirección General de Navegación y Pesca Marítima; la decisión, por Real Decreto de 12 de noviembre de 1908 (Gaceta de Madrid de 15 de noviembre de 1908) de que las Cámaras Oficiales de Comercio, de la Industria y de la Navegación de cada provincia, elijan, conforme a su reglamento, un representante para contestar al Cuestionario y asesorar al Gobierno con ocasión de las reformas que deban hacerse en la Contribución Industrial y de Comercio; la fundación, dentro de un espíritu que parce enlazar con el sistema económico administrativo galo instituido en la Comedie Française, por la Ley de 29 de marzo de 1909 (Gaceta de Madrid de 30 de marzo de 1909) de un nuevo organismo que se denominará Teatro Español al que se vinculará un conjunto de actores de ambos sexos, seleccionados por concurso que resolverá la Junta que rige el Teatro, que formará la Sociedad de Actores del Teatro Español, subrayándose que tienen derecho a jubilación, tema vital en aquellos momentos incipientes de la Seguridad Social; finalmente, la creación de la Comisión para el desarrollo de las ayudas a las industrias y comunicaciones marítimas, prevista en el artículo 29 de la Ley de 14 de junio de 1909. (13) Por Real Decreto de 22 de marzo de 1907, Gaceta de Madrid del 23 de marzo de 1907. (14) Se incorporaban así, por primera vez, a la función del Estado “los organismos interesados en el ensanche de nuestro comercio con el exterior”. (15) Alteraba varios artículos de la Ley de Ferrocarriles secundarios de 30 de julio de 1904. Según el Apéndice de 1907 del Boletín Jurídico-Administrativo dirigido por Marcelo Martínez-Alcubilla, la condición señalada por el artículo 36 del Reglamento provisional para la ejecución de ferrocarriles secundarios de 14 de septiembre de 1907 (Gaceta de Madrid de 15 de septiembre de 1907), de que el material de construcción y explotación habría de ser de producción nacional, entrañaba una reforma importante que respondía a una política de Gobierno. Téngase en cuenta que concuerda todo esto con el artículo 1º de la Ley de 14 de febrero de 1907 de Contratos Administrativos Generales, provinciales y locales. Otro complemento de esta ley, para reforzar este designio proteccionista, es, por supuesto, su Reglamento, aprobado por Real Decreto de 23 de febrero de 1908 y Real Decreto de 24 de julio de 1908, que articulan, en buena parte, el funcionamiento de la Comisión Protectora de la Producción Nacional. (16) Este monopolio cartelizado papelero lo he estudiado en el artículo Consideraciones sobre algunas actividades monopolísticas en el mercado papelero español, en Revista de Economía Política, septiembre-diciembre 1995, vol. VI, nº 3, págs. 29-101. (17) La Ley de Comunicaciones Marítimas fue anunciada en el brindis de Alfonso XIII, en el verano de 1907, pronunciado en el Sporting Club de Bilbao. En él aludió a la necesidad de atender prioritariamente a la creación de una gran marina española. Este mensaje —en realidad de Maura a través del monarca— fue captado con rapidez por el mundo capitalista y empresarial español, que lo convirtió en eje central de sus preocupaciones. Por una parte, un plan de este tipo, desde el punto de vista de las compras directas, afectaba a tres sectores: el productor de bienes siderúrgicos, el constructor de maquinaria para los buques y el de los astilleros. Vizcaya y Barcelona contemplaron con entusiasmo el plan, pero también, como es bien sabido, satisfizo plenamente los intereses carboneros asturianos, dentro de una de esas síntesis de intereses que buscó, primero, el proteccionismo y, luego, el nacionalismo económico español. La flota que así se construyese con protección, desviaría parte de ésta hacia Asturias al consumir en exclusiva carbón asturiano y, por otro, al transportar hacia la industria este carbón, en exclusiva, garantizaba, en principio, la rentabilidad de las empresas navieras. Su base se encuentra en la Ley de 14 de junio de 1909 para el fomento de las industrias y comunicaciones marítimas nacionales, Gaceta de Madrid de 17 de junio de 1909. (18) En Maura y las comunicaciones marítimas, Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, Madrid, 1950. (19) Gaceta de Madrid de 8 de enero de 1908. (20) Gaceta de Madrid de 17 de enero de 1908. (21) Gaceta de Madrid de 23 de abril de 1908. (22) Trabajo citado. (23) Zumalacárregui, trabajo cit. (24) La entidad quedaba también obligada “a sostener entidades de Beneficios y Previsión para los obreros o a fomentar las instituciones de tal carácter que el Estado funde o sostenga para el personal obrero relacionado con el Ministerio de Marina”. (25) Gaceta de Madrid de 28 de abril de 1909. (26) Cfs. Josep Pla, Cambó. (27) Ayudado por José María Zumalacárregui.