Relaciones internacionales: política exterior en la perspectiva española L a política exterior comenzó a tener importancia, como condición de los Estados nacionales, durante la modernidad y adquirió consistencia, primero, como una forma de relación interdinástica, después como una defensa argumentada de los intereses nacionales administrativos por las organizaciones estatales. De ese modo surgieron en éstas los cuerpos diplomáticos que, poco a poco, han adquirido una consistencia representativa de los Estados nacionales con acreditación de éstos ante los Jefes de Estado de otras naciones. Así adquirió desarrollo una política diplomática ajustada primordialmente a dos condiciones: la posición que la Nación tuviese en el mundo; y a los fundamentos globales de la política nacional(1). Con el cambio de orientación que la revolución intelectual(2) del siglo XX impuso a las Humanidades, convertidas en Ciencias Humanas y Sociales(3), se desarrolló la ciencia de las "relaciones internacionales"(4) que poco a poco ha ido absorbiendo en su quehacer el amplio cuadro de esas relaciones —públicas y privadas, jurídicas, económicas, sociales, culturales, intelectuales, políticas— en esa unidad intelectual que Renouvin y Duroselle han denominado "política internacional"^, que sé ocupa de analizar y explicar las relaciones entre las comunidades políticas organizadas territorialmente en Estados. *Catedrático de Historia Contemporánea de América. Universidad Complutense. Antualmente Catedrático Emérito. MARIO HERNÁNDEZ SÁNCHEZ-BARBA* «La educación es, en nuestro mundo, el proceso de construcción de las personas a la altura de su tiempo y de su historia.» En ello viene a coincidir con los aspectos renovados de la Historia política(6), renacida después de los embates sufridos como consecuencia del auge del materialismo dialéctico bajo la guía del marxismo. Mientras se produce esta coincidencia en el campo intelectual, en el tejido histórico contemporáneo — como consecuencia directa del imperio de la violencia bélica, social e ideológica, que sacudió al mundo entero durante el primer siglo XX (1898-1945)— se produjo en Europa una doble tendencia, consecuencia directa de la postración en que quedó sumida en 1945 inerte bajo las alas protectoras de los Estados Unidos(7), en razón, por una parte, a un profundo sentimiento de culpabilidad, y por otra, al deseo interesado de fortalecer Europa e incluirla en sus alianzas, durante los años de la "guerra fría" y del stali-nismo duro de la bipolaridad(8), de modo que se pudiese crear y contar con un amplio frente de apoyo y defensa del mundo occidental(9). Esta doble tendencia se debe, más que a la simpleza explicativa del "euroescepticismo" o el "proeuropeísmo", al afloramiento de una conciencia histórica de choque entre las nacionalidades y la política de bloques, que fue característica del final de la Modernidad (1898-1945), que tuvo como manifestación ontológica el "miedo a la libertad"(10), con la consiguiente aceptación de la violencia en todas sus formas(11). El portavoz de esta mentalidad(12), con su tesis de la "Europa de las banderas", fue el general Charles De Gaulle(13). El otro sector de choque, al que hacíamos referencia, consiste en la idea comunitaria^, entendida como una coherencia de esfuerzos para el procomún del crecimiento económico, la unidad financiera, el desarrollo en todos los niveles de la producción. Esta doble conciencia histórica caracteriza, desde el punto de vista europeo, una situación(í5) en la cual se aprecian dos tendencias: una de afirmación de la comunidad europea(16); otra, constituida por aquellos que defienden racionalmente los intereses nacionales, sin entregar estos a intereses supranacionales, donde inevitablemente, siempre predominan los de las naciones más fuertes, desde el punto de vista económico o desde la solidez de sus planteamientos políticos. Es ahí donde, una vez más, es absolutamente fundamental el equilibrio entre razón y sentimiento, única posibilidad para la solución de los conflictos, estudiados por la Sociología(17), una de las más agresivas ciencias humanas surgidas de la profunda renovación de las Humanidades promovida por la revolución intelectual del siglo XX, a la que anteriormente hacíamos mención. «Esta doble tendencia se debe, más que a la simpleza explicativa del euroescepticismo" o el "proeuropeísmo", al afloramiento de una conciencia histórica de choque entre las nacionalidades y la política de bloques.» En esta situación es donde vuelve a afirmarse y definirse con robustez el concepto de "política exterior" y donde alcanza una dimensión específica en los supuestos propios de la política de los Estados nacionales. A esta cuestión, he tenido ocasión de referirme recientemente(18), a propósito de la conferencia pronunciada por el presidente del Partido Popular, Don José María Aznar, sobre "Presente y futuro de España en el mundo", así como a un importante editorial del diario ABC(Í9\ En efecto, el entusiasmo europeísta de Felipe González, al entender Europa como una baza política, ha producido, en su etapa de gobierno una considerable dejación de los intereses nacionales —lo que Renouvin y Duroselle llaman las "fuerzas profundas" nacionales— posponiéndolos a los intereses comunitarios, con la consiguiente pérdida del equilibrio entre ambos condicionantes. Con ello, el presidente González ha preferido el ejercicio de su condición de "político de partido", lo cual, a todas luces, le ha impedido alcanzar la más noble y decisiva de "estadista". Por el contrario, José María Aznar, ha demostrado en la conferencia citada que, sin renunciar a su condición de "político" — tal como ha demostrado cumplidamente en la estructuración del Partido Popular, en la afirmación de su liderazgo y en el refrendo obtenido de la opinión pública— puede elaborar ideas muy claras, acerca de cuáles son las condiciones de "estadista" en el ejercicio y dirección de la "política exterior", en relación con las categorías dimensionales en sus modos primarios de pasado, presente y futuro, constitutivas como referencias inmediatas para la definición de dichos factores modales. Hombres de Estado —tanto en relación con su personalidad, como respecto a las "fuerzas profundas" condicionantes— capaces de promover actitudes históricas, hay muchos, algunos de los cuales han sido estudiados por los citados Renouvin y Duroselle(20). En general, estos hombres de Estado forman un abanico que casi siempre discurre entre el riesgo y el miedo a la libertad(21). Entre ambos extremos existe una virtud, una alta virtud política: la prudencia(22), de la cual participa ampliamente el presidente del Partido Popular. No es un jugador que afronte el riesgo, lo cual, en todo caso, supondría una responsabilidad individual y una muy escasa consciencia de lo que se hace; tampoco se deja arrastrar por el engaño sirénido del "laissez faire, laissez paser, le monde va de lui mome", sino que interviene racionalmente en la conducción de la política —que es la organización de la convivencia de todos aquellos que disfrutan de una misma identidad cultural— acude a la solución pacífica de los conflictos, procura la coordinación del gobierno, la afirmación de la autoridad sin excesos, pero promoviendo el imperio de la justicia social, de modo que sea verdaderamente igual para todos. «En esta situación es donde vuelve a afirmarse y definirse con robustez el concepto de "política exterior" y donde alcanza una dimensión específica en los supuestos propios de la política de los Estados nacionales.» En resumen, el presidente Aznar reúne excelentes condiciones de "estadista", sin renunciar a su personalidad básica de "político"; equilibrio racional, sin dejarse llevar de impulsos viscerales; serenidad, reflexión y capacidad de decisión, sin perder nunca de vista el difícil supuesto de lo real y no lo utópico, como contrapunto de la reflexión intelectual. Todo ello constituye condicionantes fundamentales en política, absolutamente decisivas en "política exterior", especialmente relevantes en el campo de la democracia, sobre la que tanto se habla y tan poco —y difusamente— se sabe. NOTAS (1) Son varios los protagonistas de la Diplomacia que han escrito importan tes trabajos sobre su cometido desde el punto de vista de la política de Estado. El más reciente es el importante de HENRY KISSINGER: Diplomacy, 1994, del cual acaba de aparecer una traducción al español. (2) JAIME VIVES: VICENS Historia General Moderna, Vol. II, Barcelona, Montaner y Simón, 1951. (3) ERIC HOBSBAWN: Historia del siglo XX (1914-1991), Barcelona, Crítica, 1994. (4) Han sido muchos los libros que, en todo el mundo, se han publicado en relación con el tema de Relaciones Internacionales. Lo más sistemático e inteligente sobre la materia se debe al profesor HEREDIA Y OÑATE: CARLOS GONZÁLEZ DE "Las tendencias y corrientes en el campo de las relacio nes internacionales", Mar Oceana, núm. 3. Madrid 1996. (5)FIERRE RENOUVIN, JEAN B. DUROSELLE: Introduction a l'histoire des rela- tios intemationales, París, A. Colin, (ed. esp. Madrid Rialp, 1968). (6) Cfr. GEOFFREY BARRACLUGH : Tendences actuelles de l'histoire, París, 1980. CHARLES O. CARBONELL: L'historiographie, París, 1981. (7) FIERRE MELANDRI, JACQUES PORTER: Histoire intericure des Etats-Unis au XXe siecle, París, 1991. <8) ERIC HOBSBAWN: op. cit. (9) ALFRED GROSSER: Les Occidentaux. Lespays d'Europe et Les Etats-Unis depuis la guerre, 1978. (10) ERICH FROMM: The Fear ofFreedom, versión española de G. Germani, Buenos Aires, Paidos, 1966. (11) ROF CARBALLO: Violencia y ternura, Madrid, Prensa Española, 1968. (12) CARLOS BARROS : "Historia de las mentalidades. Posibilidades actuales", en Problemas actuales de la Historia, Univ. de Salamanca, 1993. (13) ALFRED GROSSER, op. cit. (14) LORENZO BERNALDO DE QUIRÓS . ENRIQUE DE DIEGO : Nuevos tiempos (de la caída del Muro a Maastricht), Madrid, 1992. (15) X. ZuBiRi: "Sócrates y la sabiduría griega", Revista Escorial, 1940. (16) HELMUT KOHL: L'Europe estnotre destín, París, Fallois, 1990. (17) MAURICE DUVERGER: Sociología Política, Barcelona, Ariel 1972, Las dos caras de Occidente, Barcelona, Ariel, 1975. «En general, estos hombres de Estado forman un abanico que casi siempre discurre entre el riesgo y el miedo a la libertad. Entre ambos extremos existe una virtud, una alta virtud política: la prudencia.» <18> ABC del 13 de febrero de 1996, MARIO HERNÁNDEZ SÁNCHEZ-BARBA: "Política exterior, afirmación de lo nuestro". (19) ABC del 7 de febrero de 1996, página editorial: "¿Por quién ríen en Europa?". (20) RENOUVIN DUROSELLE, op. cit. (21) FROMM, op. cit. RICHARD A. WATSON: Democracia Americana. Logros y perspec tivas, México, 1989. (22)La implantación teórica del conservadurismo británico la llevó a cabo el pensa dor político EDMUND BURKE; la práctica política del mismo Sir ROBERT PEEL.