Luis Escobar de la Serna El libro y la cuitara de masas En torno a la idea de cultura Hay, al menos, dos modos tradicionales de entender la cultura. Para el diccionario, ésta es el resultado o efecto de cultivar los conocimientos humanos y de afinarse por medio del ejercicio de las facultades intelectuales del hombre. Pero esta definición, que es sin duda exacta desde un punto de vista individual, es incompleta si se la considera bajo un prisma sociológico. En esta última acepción habría que entenderla como el conjunto organizado de respuestas adquiridas y valores asimilados, o como acervo de actividades humanas, no hereditarias o ingénitas que, en una determinada sociedad, comparten los miembros de un grupo. En ambos casos, sin embargo, es válida la afirmación de que la cultura se transmite socialmente, porque la conducta cultural es conducta asimilada que cada persona adquiere como miembro de un grupo organizado de individuos, de una sociedad, y cada persona es producto de su propia y única historia cultural. De modo que si en su acepción popular el término alude a las creaciones artísticas y literarias de un pueblo, para el sociólogo la cultura comprende Cuenta y Razón, n.° 12 Julio-Agosto 1983 todos los procesos y valores, tanto sociales como materiales, que integran una civilización. La cultura, en definitiva, cifra y resume toda la experiencia vital de cada individuo inmerso en su sociedad. Dejando deliberadamente aparte la cuestión que inevitablemente se suscita entre la cultura de élite y la cultura de masas, lo que cabe preguntarse ahora es si la nuestra es una cultura moderna. Los productos que ofrece, la forma en que los ofrece, su estandarización y masificación son el resultado de una técnica y de unos modos de vida modernos. Pero hemos de interrogarnos sobre si responde también en contenido a ese carácter de universalismo e inquietud con el que Etien-ne Borne califica de moderna a una cultura. La conclusión ha de ser positiva. En cuanto a lo primero, porque sus caracteres esenciales son prácticamente los mismos en todas las sociedades industrializadas de Occidente. Respecto a lo segundo, porque, aunque mantenga esos caracteres comunes, está continuamente cambiando para adaptarse a las modificaciones sociales que aceleradamente se van produciendo, a la vez que impregna al individuo de un sentido y una conciencia de adscripción a unos moldes culturales relacionados con su entorno vital inmediato. Es su cultura, la que ve próxima a sus modos de vida, la que comprende y de la que puede sentirse partícipe. Subrayo puede porque aún en muchos casos no cabe preguntarse si hay una participación consciente del individuo en la cultura de masas o si, por el contrario, éste la vive sin percatarse de ello. Toda política cultural debe tender a lo primero y tratar de lograr una intervención activa del individuo en su cultura. Pero el hombre masificado no se da cuenta de la cultura que le envuelve y que a diario practica. Por eso hay que sabérsela «enseñar», hay que «ponérsela delante» para que note su existencia, la comprenda, participe de ella activa y responsablemente, y la mantenga integrada en el contexto social dé que forma parte. En todo caso, lo cierto es que la cultura de masas responde a la sociedad que la ha hecho posible, y que un formidable efecto de simbiosis permite a su vez a esta cultura sostener a aquella sociedad con unas formas y unas características determinadas 1. El libro en la cultura actual En el contexto de esta cultura «moderna», impregnada fuertemente de la constante presencia de los medios de comunicación social y de las modernas técnicas de difusión, ¿qué papel corresponde a un elemento cultural tan tradicional y clásico como el libro? ¿Có1 He expuesto hasta aquí algunas ideas desarrolladas, con mayor amplitud, en mi libro Comunicación, información y cultura de masas, publicado en la colección «Cultura y Comunicación» del Ministerio de Cultura, Madrid, 1980. mo puede el libro subsistir en un mundo dominado por la revolución audiovisual, por el impacto de la televisión, el cine, la prensa o la radio? Once años después de los excelentes resultados obtenidos durante la celebración del Año Internacional del Libro, podemos seguir teniendo una visión absolutamente optimista sobre su futuro. Simplemente, porque constituye un valor cultural permanente e insustituible: como herramienta educativa, como elemento de entretenimiento y de aprendizaje, como compañero en los ratos de ocio, como factor para el intercambio de ideas y de opiniones. Con la cada vez más amplia y extensiva educación de los ciudadanos y el rápido incremento del tiempo libre aumenta, sin duda, la capacidad del «mercado del ocio», en el que las cintas, discos o vídeos, más que desplazar a los libros, se convertirán en su obligado complemento. Se ha dicho del libro que es un pasaporte para el mundo, porque es capaz de franquear las barreras del tiempo y del espacio; y esa movilidad, precisamente, le ha permitido desempeñar del modo más eficaz su papel de vínculo entre las culturas y los pueblos. Aún más: el libro, una vez creado, sobrepasa los límites de su creación en una capacidad inusitada de influir sobre las situaciones individuales y las funciones sociales. Y si bien es cierto que los medios de comunicación audiovisuales han venido a satisfacer una amplia demanda social, con un formidable empuje expansivo, en un mundo en el que el libro poseía desde milenios la exclusiva cultural, no lo es menos que su desarrollo técnico de impresión, distribución y comercialización ha reforzado su posibilidad no sólo de mantenimiento, sino de indudable ampliación de sus límites. Un poco de historia El nacimiento de la imprenta es decisivo. Mucho se ha hablado de su papel difusor de la cultura. Pero no pocos olvidan que, sin embargo, la primera preocupación de los impresores fue simplemente de orden comercial y económico: mejorar la presentación, reducir el costo de la obra y reproducir textos «de fácil salida»: novelas y obras religiosas, sobre todo. Desde que en Maguncia sale el primer libro, impreso en 1454, hasta que llega a América, en 1530, se editan unos veinte millones de ejemplares, cantidad exorbitante en una Europa de escasa demografía y alto índice de analfabetismo. Por esta última razón, el libro, sin embargo, no se difundió hasta el siglo xvui más que en muy específicos y reducidos círculos sociales. El desarrollo de la técnica y el ma-quinismo —especialmente en Inglaterra— y el empuje de la Ilustración y el enciclopedismo, le iban a dar un nuevo impulso, lo que obliga a la entrada del capitalismo en el negocio editorial ante el aumento de las tiradas, que a su vez contribuyen poderosamente a la difusión de lenguas nacionales, al tiempo que empiezan a aparecer las primeras bibliotecas destinadas al préstamo de libros y las salas de lectura. Hasta bien entrado el siglo xx, la situación, sin embargo, no cambió radicalmente en muchos países. En ese momento, la casi totalidad de la información dependía del libro y del periódico de gran tirada. Se produce en éste entonces un fenómeno de saturación en beneficio de los nuevos medios de comunicación: el cine, la radio y, posteriormente, la televisión, que afectan también inevitablemente al libro. Pero de nuevo la técnica, unida a otros importantes factores, llega en au- xilio del libro. La renovación tecnológica tras la segunda guerra mundial, las consecuencias culturales de la descolonización, la instauración en Europa de regímenes socialistas con una vasta producción editorial y la demanda de ediciones baratas para suministrar en grandes cantidades a los soldados norteamericanos dispersos por el mundo, conducen al enorme desarrollo de las ediciones paperback que, desde 1950, se ha impuesto ya en todo el mundo. El libro de bolsillo, producido en gran número de ejemplares, vendido a un precio asequible para las grandes masas y distribuido en muy diversos puntos de venta además de las librerías, se ha convertido en un fabuloso medio difusor de la cultura: novela, ficción, enseñanza, investigación, clásicos, manuales técnicos —ilustrados con la más moderna tecnología— en fascículos, y con el complemento visual o sonoro. El libro de bolsillo ha roto las barreras entre los diferentes tipos de producción intelectual. La edición, distribución y venta se ven, además, auxiliados por los más recientes avances de la electrónica: videotexto, microform, teletexto, bancos de información, etc., proporcionan al especialista, al profesional y al usuario el conocimiento más preciso y exacto sobre toda clase de materias. El libro y los audiovisuales Pero lo importante es que el desarrollo de los medios audiovisuales, especialmente de la televisión, está llevando a un aumento de la lectura y de la demanda de libros. Porque la característica de los medios de comunicación audiovisuales es la de una exigencia mínima de iniciativa en el receptor del mensaje, dado que la res- puesta del destinatario no tiene más que una importancia secundaria en el funcionamiento del sistema. El mensaje, además, no puede repetirse o reestructurarse. Con lo que, sobre todo cuando se emplean los medios audiovisuales para fines artísticos o de enseñanza, no se puede prescindir del soporte escrito. El libro se hace imprescindible. La lectura, frente a la pasividad de la recepción audiovisual, impone al receptor una iniciativa, y esto la convierte indefectiblemente en un factor de progreso. El libro ha dejado de ser el privilegio que antaño poseía una élite exclusiva, la de los que sabían leer, y ha perdido el monopolio cultural de otros tiempos, pero se ha enriquecido, al liberarse de sus no pocas servidumbres, con aportaciones socialmente más generosas e individualmente más sugestivas. Fomento de la lectura Pese a todo, surgen aún reticencias, no se dan todavía en ciertos sectores motivaciones suficientes para la lectura, que es preciso provocar para desarrollar el interés, el hábito y el gusto por la misma, y que van desde la elección de los caracteres de imprenta y de la longitud de la línea, a la inserción de ilustraciones —especialmente en los libros para niños— y las facilidades para el acceso a los libros. El desarrollo de los hábitos de lectura en la infancia corresponde esencialmente a la escuela, a los educadores, pero también a los padres, facilitando e impulsando el uso de las bibliotecas, fomentando la discusión sobre libros, las exposiciones acompañadas de debates, la afiliación a clubs del libro o de lectura, y tantas otras vías que los pedagogos conocen a la perfección. No debe tampoco descartarse el uso de los propios medios de comunicación de masas, tanto desde el punto de vista publicitario como de los programas exclusivamente consagrados a los libros. Nunca se insistirá bastante en que no hay rechazo, sino complemento, entre los distintos medios de comunicación. Todos ellos tienen, por lo demás, un extraordinario valor cultural y educativo, y son vehículos excepcionales de un mayor sentido de la educación cívica y social y de la importancia de la adquisición de los bienes de la cultura que difunden, en la mejora de la calidad de la vida de los individuos y, por ende, de las colectividades. Misión cultural del libro Pero el libro sigue desempeñando un papel esencial en la tarea formati-va, educadora y cultural. He señalado en otra ocasión2 que no basta con lograr el progreso y usar de él. Para conseguir ambas cosas tiene que existir necesariamente un movimiento paralelo y constante de educación, de elevación del tono cultural, de integración social y del sentido del civismo y de la responsabilidad individual y colectiva. Porque, precisamente, a la mayor y creciente complejidad de los mecanismos que regulan la vida toda de la sociedad ha de corresponder, si se quiere evitar su inoperancia, un mayor celo en el cumplimiento de las tareas comunes que no sólo impidan la ruptura de aquellos mecanismos, sino que faciliten su funcionamiento. 2 Comunicación de masas y cultura, editado por el Instituto Nacional de Publicidad, Madrid, 1978. En el libro veo, sencillamente, la base de esta necesidad. De aquí que sea preciso estructurar, y potenciar cuanto de bueno existe en su favor, una clara, coherente y decidida política del libro que no olvide el papel preponderante de los autores y que ten- ga en cuenta las dificultades no pequeñas de los editores, distribuidores y libreros, de los mercados internos e internacionales, de la difusión, en fin, de un medio esencial para la educación y la cultura, L, £7. $. * * Técnico de Información del Estado. Periodista.