La exposición de Zurbarán en Madrid JOSÉ MANUEL CRUZ VALDOVINOS* T RAS Nueva York y París, se ha inaugurado en mayo una gran exposición dedicada a Zurbarán en el Museo del Prado de Madrid. Algunas pinturas expuestas en aquellas ciudades no han viajado hasta Madrid, pero en cambio se han añadido otras muchas y el número de las obras mostradas llega casi a 120, constituyendo así la exhibición más numerosa e importante celebrada nunca sobre el gran pintor extremeño. Además, la exposición estará abierta tres meses, lo que permitirá la visita a numeroso público y la contemplación repetida y reposada para los amantes de la buena pintura. A la exposición ha acompañado, como viene siendo norma habitual en estos casos, un espléndido y muy voluminoso catálogo (casi medip millar de páginas) que constituirá desde ahora un hito fundamental en la bibliografía zurbaranesca. La obra comprende varios estudios introductorios y el catálogo de las obras expuestas. Entre aquéllos, varios son traducción de los que acompañaron a la exposición parisina. Y resultan en general y a nuestro juicio los menos interesantes, quizá por estar dirigidos en su origen a un público no español. Jonathan Brown se refiere al mecenazgo en el que constituye para nosotros su trabajo más endeble sobre arte español. Bottineau ha tratado de la aventura crítica de Zurbarán con desigual fortuna, aunque recoja algunos aspectos de interés. Pérez Sánchez, director del Prado, ha dado una correcta visión del panorama de la pintura sevillana a comienzos del siglo XVII que servirá de manual escolástico a los franceses y a no pocos españoles. Janiné Baticle, comisaria de la exposición en París, ha hecho un recorrido por la vida y obra de Zurbarán siguiendo un orden cronológico, suponemos que sin pretensiones de ser exhaustiva, pues faltan diversas noticias sobre el pintor, pero con ánimo de salir de las historias trilladas; aunque el mostrar parentescos de personajes con el prior o priora que encargara los cuadros a Zurbarán no siempre sirve para iluminar la cuestión de los clientes del pintor. Por fin, el comisario de la exposición madrileña, doctor Serre-ra, ha escrito un extraordinario y extenso estudio sobre Zurbarán y América en el que no sólo recoge todas las noticias * Madrid, 1943. Catedrático de Historia del Arte en la Uni- conocidas y aporta algunas inéditas, sino, sobre todo, reconstruye con rigor las peripecias de los encargos recibidos, aclara lo que la versidad Complutense. pintura hispa- noamericana debe no sólo a este pintor, sino a otros coetáneos igualmente activos en Sevilla, reflexiona sobre el gustp y otras circunstancias que llevaron a la clientela a la aceptación !y demanda de tales obras y toma partido decidido en la cuestión de la colaboración de un nutrido obrador con Zurbarán. Precisamente este último asunto está siendo objeto de debate no sólo entre especialistas y profesionales de la historia de la pintura, sino también entre visitantes, aficionados cultos o simplemente sensibles. Es frecuente oír el comentario de que la exposición es magnífica, pero reúne piezas muy buenas junto a otras claramente flojas e incluso algunas en que se yuxtaponen fragmentos admirables y otros de patente debilidad. Nos parece que esto es| evidente, pero, sin duda, el criterio de los organizadores y singularmente del profesor Serrera ha sido el de mostrar lo bueno y lo malo, procurando que la confrontación de tantas obras ayude al conocimiento del pintor y de su modo de trabajo. En el Catálogo, las ¡papeletas correspondientes a cada pintura suelen plantear la controversia, defendiendo con justeza opiniones a veces contrarias a la! intervención del pintor en tal o cual cuadro. Conviene advertir que el catálogo de las obras se ha estructurado como ya se hizo en París, colocando en primer lugar las series o conjuntos y luego las obras aisladas cuya pertenencia a algún grupo no consta o incluso ha de rechazarse. Para las piezas exhibidas en París —cuarenta y cuatro— se ha aprovechado el¡ texto de Baticle y sus colaboradoras, que se inicia por una introducción general relativa al monasterio, colegio, iglesia o palacio para el que las obras se pintaron, con referencias precisas a las circunstancias del encargo y, en su caso, a la problemática que pueda plantear. Sigue a esto el comentario detenido de cada obra con! una casi siempre completa ficha técnica y bibliográfica, un estuclio iconográfico y otro de variado carácter, especialmente estilístico. Para las piezas añadidas en la exposición madrileña, se han redactado las papeletas correspondientes por el conservador Serrera —sesenta y dos— y por el director Pérez Sánchez —once—, siguiendo el mismo sistema en las fichas, pero unificando el comemjario de la obra, con carácter menos escolar que en las papeletas parisinas, donde a veces se observan repeticiones. También se ha añadido la introducción a algún grupo de obras, como es la serié para los franciscanos de Alcalá donde Pérez Sánchez aclara interesantes aspectos y reproduce por vez primera la traza del retablo de Alonso Cano, que luego no se llevó a efecto, pero que es una muestra muy importante de su arte en ese campo. Ha sido un acierto reunir en la exposición los cuatro grandes lienzos conocidos del conjunto: los de Zurbarán (San Jacobo de la Marca y San Buenaventura) y los de Cano (San Francisco y San Antonio). Al añadirse en la exposición de Madrid y comentarse en el catálogo madrileño alguna obra de las series ya expuestas en París, se producen algunas discrepancias entre lo que opinó Baticle y lo qué defiende Serrera. Valga como ejemplo más llamativo el de las pinturas de la Cartuja de las Cuevas —San Hugo en el refectorio, Virgen de Misericordia y San Bruno con el Papa Urbano II— que para Baticle se realizaron alrededor de 1655 y para Serrera hacia 1629-30. LA ESTR UCTURACIÓN DEL CATÁLOGO Entre las Series —hasta dieciocho— se han ofrecido obras interesantes y se exponen planteamientos de gran novedad. Destacaremos algunos casos. Se exponen los dos cuadros que guarda el Louvre del Colegio de San Buenaventura y con el mismo criterio antes elogiado se ha unido el que posee el Prado, de Herrera el Viejo, para la misma sede. Al grupo de la Merced Calzada del Prado y de ja Academia de San Fernando sé unió la magnífica Rendición de Sevilla, del duque de Westminster, ya de 1634. En cambio, las dos pinturas de la Trinidad Calzada (Museo de Sevilla y El Escorial) son de obrador, faltando —única vez que sucede con los incluidos en el Catálogo— el Niño Jesús bendiciendo, del Pushkin moscovita, que era la puerta del Sagrario. Como del convento de San José de la Merced Calzada (1636) se presentan el estupendo San Antonio Abad —que pudo comprar el Estado cuando se subastó en Madrid hace menos de tres años—, las santas Apolonia (Louvre) y Lucía (Chartres), y las dos versiones del Entierro de Santa Catalina (conde de Ibarra y Munich), cuya comparación resultará muy aleccionadora. Es grato ver de nuevo, tras varios años sin exponerse al público, los diez Trabajos de Hércules, pata el Buen Retiro (Prado), no obstante las controvertidas opiniones que frecuentemente suscitan al exponerse a muy distinta altura de la que tuvieron en su emplazamiento primitivo, muy alto, en el Salón de Reinos. Lamentamos, en cambio, que de la serie de los Infantes de Lara, tan sólo Don Gonzalo Bustos haya acudido a la cita (cuando se publique este trabajo ya se habrá subastado otro de ellos en Madrid; Ruy Velázquez). Resulta espectacular el copjunto de las pinturas de la Cartuja de Jerez (1638-39), pues se reúnen las cuatro grandes y magníficas obras de Gre-noble con \a\Defension de Jerez, del Metropolitan, y otros catorce lienzos del museo de Cádiz. La labor para Jerez representa, junto a las obras del! monasterio de Guadalupe, el momento culminante de la producción zurbaranesca. ¡Lástima que no se haya accedido al traslado dé aquellas escenas jerónimas que desde 1964 no se han visto en Madrid! LAS OBRAS NO ENCUADRADAS EN CONJUNTOS En el catálogo, tras las series, se han dispuesto las obras que no se encuadran en conjuntos, agrupadas iconográficamente: Inmaculadas, vid£ de la Virgen e infancia de Jesús, vida de Cristo, Santos, Santas, retratos y naturalezas muertas. Resaltaremos algunos aspectos;. Definitivamente, la Concepción niña (antes colección Valdés,! ahora colección Arango), se data en 1656 y no en 1616 como se dijo equivocadamente por muchos años. De las varias versiones de la Casa de Nazareth (que siguen apareciendo quizá con sospechosa frecuencia), se expone una de gran calidad de colección particular norteamericana, pero no la más famosa de Cleveland. Aparecen juntas dos versiones de la Santa Faz (museos de Valladoli^ y Bilbao) apenas conocidas y datada la primera en 1658, año del traslado a Madrid de Zurbarán. Dos obras importantes han venido de museos hispanoamericanos: la Cena de Emaús, de 1639 (México) de fuerte impronta caravaggesca, y la Virgen con el Niño hacia 1660 (La Habana), obra ejemplar de última época. Impresionan los varios cuadros de San Francisco, entre ellos, el magistral de la National Gallery de Londres. Se propone para la famosa Santa Casilda del Prado una nueva identificación como Santa Isabel de Portugal, y, ¿no será |acaso Santa Marina la Santa Margarita de Londres, según trasposición—dragón incluido— frecuente en España? Por primera vez desde que salieron de manos de Cambó, se presentan juntos los dos bodegones de cacharros del Prado y del Museo de Arte de Cataluña; ocasión por ello excepcional para llegar a conclusiones sobre la autoría de ambos que se presenta siempre controvertida. En las salas —cuya restauración, semejante a la efectuada en el piso bajo, se inaugura con esta exposición— se ha seguido un orden y una colocación bastante aceptables, aunque no siempre el espectador sepa seguir el itinerario más adecuado a pesar de las cartulinas que, junto al cuadro, indican la fecha. Las pbras se han agrupado según el repetidamente mencionado criterio de series, que resulta el más oportuno, lo que por otra parte origina alguna dificultad para la ubicación de obras aisladas. Pero la ordenación preferentemente cronológica completa y corrige algúá posible desajuste. Como viene siendo feliz costumbre en las exposiciones de los MAGNÍFICA últimos años celebradas en el museo del Prado, se han restaurado, LABOR DE limpiado o refrescado varias obras. Al margen de insalvables dis- RESTAURACIÓN cusiones por diferencias de criterio entre los expertos, a nuestro entender se ha hecho una magnífica labor. Somos testigos de parte del proceso seguido con la gigantesca Apoteosis de Santo Tomás, que brilla con todo esplendor y nos parece digno de elogio. También resulta admirable el Agnus Dei adquirido por el Prado en febrero de 1986 y que ahora se exhibe, limpio, por primera vez. También cuelga ya como propiedad del museo el gran Martirio de Santiago (hacia 1639) que procede de Nuestra Señora de la Granada de Llerena; obra grande en todos los sentidos por la que se ha pagado también un gran precio, quizá demasiado alto. No cabe duda de que tan extensa exhibición renovará la visión de Zurbarán entre especialistas y aficionados. La fuerza de sus figuras, la belleza de los colores, la realidad de telas y objetos, será suficiente para complacernos a pesar de sus consabidas torpezas de dibujo y espaciosidad. Y sin embargo de éstas, no debemos caer en la trampa que a veces nos tienden los colaboradores que trabajaron en su obrador, pues sólo a ellos se deben flojeras y debilidades en muchos casos. El método de estudio según las series, que tan felizmente patrocinara Paul Guinard, produce frutos abundantes. La cuestión «americana» la ha comentado y en parte resuelto, de manera magistral, el doctor Serrera. Algunos otros problemas permanecen abiertos al examen de los expertos. Quizá entre los de Bibliografía reciente mayor amplitud y trascendencia el de los años de Zurbarán en barroca: siglo Madrid, donde muere en 1664, tanto desde el punto de vista per- Arquitectura XVII en Historia de la Arquisonal, como de trabajo. No sólo hay que volver sobre el testamento, tectura española, Barcelona, inventario y tasación de bienes que publicara María Luisa 1986 (Planeta). Ca-turla, sino también seguir sus actuaciones en encargos y Goya, Barcelona, 1986 tasaciones. Sólo así llegaremos a hacer la historia rigurosa de los (Sal-vat). últimos años de la vida del gran pintor, a quien ahora con tan a Los Faraces, plateros complutenses del siglo XVI, Alcalá de justicia se rinde homenaje. Henares, 1988 (Fundación Colegio del Rey).