El fracaso de Florentino INGENIERÍA FERNANDO SÁENZ RIDRUEJO F lorentino es, evidentemente, Florentino Pérez, presidente del Real Madrid y de otras cosas de menos resonancia, como, por ejemplo, la mayor constructora de España. A nadie debe extrañar que se trate de fútbol en una revista de pensamiento porque el fútbol es un fenómeno social de primer orden. Más raro puede resultar que se haga en la sección dedicada a la ingeniería; pero Florentino es, sin duda, el ingeniero más conocido de la actualidad. En el fútbol y en los negocios ha triunfado mediante métodos típicamente ingenieriles y el reciente fracaso de su proyecto deportivo hemos de achacarlo a un lamentable olvido de algo que se enseña en los primeros cursos de todas las carreras de ingeniería: las leyes que rigen la composición y la resistencia de los materiales constructivos. Florentino Pérez, vaya esto por delante, ha traído algo que parecía olvidado en el mundo del fútbol: la amabilidad y las buenas maneras. Florentino ha mostrado que las razones expuestas pausadamente, con palabras suaves y ademanes medidos, son más convincentes que los gritos y las descalificaciones. La razón puede imponerse incluso en un ambiente tan crispado como el del fútbol, en que, a menudo, los jugadores se expresan con golpes, los aficionados con insultos y los directivos mediante simples interjecciones. Su estilo se ha contagiado a otros dirigentes deportivos y, aunque sólo fuera por eso, debemos gratitud al presidente del Real Madrid. La ingeniería es, ante todo, el arte de aglutinar equipos humanos, con diversos conocimientos técnicos, para un fin determinado. La obra de ingeniería es siempre una obra de equipo y por eso es frecuente que la palabra ingeniería se trasponga a otros ámbitos que también necesitan de la conjunción de múltiples saberes. Así, hablamos de la “ingeniería genética”, la “ingeniería financiera”, etc. No hay, por lo tanto, demasiada diferencia entre dirigir una constructora u organizar la explotación de una mina y producir una película, montar una obra de teatro o dirigir un equipo de fútbol. En todos los casos habrá que recabar recursos financieros, lidiar los problemas administrativos, tratar con los medios de comunicación y promocionar un producto. Para eso habrá que seleccionar personas cualificadas y lo más importante será, siempre, conseguir que esas personas se sientan a gusto y trabajen coordinadamente a favor del proyecto común. Tratar con una prima donna requiere mayor sutileza que hacerlo con un dirigente sindical, con un futbolista o con un estibador portuario; pero estos últimos también necesitan una atención personal. A veces se olvida que las personas menos cultivadas y externamente más rudas son también las más vulnerables cuando se encuentran en un medio adverso. El fracaso deportivo de Florentino consiste en que, después de haber hecho todo bien en los aspectos empresariales, incluida la recalificación de terrenos — fórmula que, desde Mendizábal hasta nuestros días, es la clave de la mayoría de los proyectos financieros españoles—, ha fallado en dos cuestiones elementales, que conocen todos los ingenieros civiles. Ha olvidado la dosificación del hormigón y la fatiga del acero. En la Escuela de Caminos, en que Pérez se formó, se estudia hasta la saciedad la granulometría que deben tener los morteros y los hormigones. Se aprende que la graduación de los elementos es fundamental para una buena trabazón del conjunto. Esa fórmula disparatada de “zidanes y pavones”, que tanto éxito mediático alcanzó, no se le pasaría por la cabeza a ningún estudiante de primer curso. Hace ya casi un siglo, cuando se sabía poco sobre el asunto, se usó durante breve espacio de tiempo un hormigón denominado “ciclópeo”, en que unos bloques de gran tamaño flotaban en medio de una masa de elementos menudos; pero enseguida se vio que aquello no daba consistencia al conjunto. Florentino, más pendiente del marketing que de otra cosa, se ha olvidado de la clase media futbolística. Ha querido componer un hormigón con grava y arena, prescindiendo de la gravilla que aporta la necesaria compacidad. El segundo fallo del presidente del Real Madrid ha sido olvidar una asignatura que estudió en segundo curso, la Resistencia de Materiales. Ha olvidado que los materiales —también los materiales humanos— se fatigan cuando trabajan repetidamente bajo tensión elevada. Hay una fase, que llamamos elástica, en que los materiales se recuperan de sus deformaciones; pero hay otra en que la recuperación no es total e incluso, si se sobrepasa cierto límite, esas deformaciones se hacen irreversibles y pueden llegar a la rotura. Cuando el can- sancio de los jugadores se ha hecho evidente, Pérez y sus directivos lo han explicado diciendo que era un “cansancio mental”, como si en el ser humano lo mental fuera separable de lo físico y de menos importancia. Ahora parece que por fin Florentino ha recordado las lecciones que aprendió en la Escuela de Caminos. Ha traído material de tamaño medio para incorporar a su equipo humano y ha prometido ser menos ambicioso para no fatigar tanto a sus componentes. Además, ha aplicado una solución de urgencia típicamente ingenieril: ha echado la culpa al entrenador y lo ha expulsado del equipo. Cuando una obra va mal todo constructor recurre a la sustitución del jefe de obra, cuyo principal pecado suele consistir en haber denunciado los problemas a tiempo y en haber reclamado inútilmente más medios. En este caso reclamaba más medios y, sobre todo, más defensas. Compás de espera El cambio sobrevenido en la política española a raíz de las elecciones de marzo va a representar, como no podía ser de otro modo, un cambio en la orientación de la política de infraestructuras. El nuevo equipo ha anunciado ya la rectificación de algunos aspectos en los que mantenía mayores diferencias con el equipo anterior, como pueden ser el Plan Hidrológico Nacional o la Ley del Sector Ferroviario, cuya entrada en vigor ha sido retrasada mediante Real DecretoLey. Pero al historiador de la técnica no se le oculta que, a pesar de esas diferencias y de esas rectificaciones, las obras públicas son de una inercia tan brutal que no resulta fácil modificar radicalmente su curso. Las formas de abordar los problemas pueden tener matices distintos; pero los problemas, que están ahí y piden soluciones, son sustancialmente los mismos. Y como ningún político puede empezar de cero, como todos están condicionados por lo que ya han hecho los anteriores, esas soluciones no difieren radicalmente de las precedentes. No en vano la política ha sido definida como el arte de lo posible. INGENIERÍA El hundimiento de la terminal parisina de Roissy representa un golpe muy duro para el prestigio de la técnica francesa y, en general, para el buen nombre de Francia. Se ha cobrado un reducido número de vidas humanas, pero su repercusión ha sido inmensa. No es lo mismo un accidente en un escondido paraje del interior que éste, ocurrido en el aeropuerto Charles de Gaulle, que es, con el Louvre o con la torre Eiffel, uno de los escaparates de Francia. Ahora que París compite para obtener la concesión de los Juegos Olímpicos de 2012, nadie puede asegurar que no se vaya a hundir la tribuna de este estadio o la cúpula de aquel pabellón. Al menos sus rivales están legitimados para plantear esa duda. Durante la dictadura de Primo de Rivera, el conde de Guadalhorce continuó, con algunos cambios, la política hidráulica de Rafael Gasset. La II República procesó a Guadalhorce, pero se apoyó en sus c olaboradores para desarrollar sus programas. Franco no alteró el esquema del ministerio republicano de Obras Públicas y continuó muchos de los planes anteriores. Cuando, a finales de 1982, Julián Campo tomó posesión de esta cartera, dentro del primer ministerio socialista, declaró que las obras a las que él pusiera la primera piedra serían inauguradas por otros que, muy probablemente, tendrían una filiación política distinta. Y, a su vez, no sólo terminó obras, como la presa de La Serena, que su partido había criticado desde la oposición, sino que apuntó en su haber, con buena lógica, la inauguración. La nueva ministra de Fomento ha lamentado que a estas alturas esté ya comprometido un porcentaje muy alto de su presupuesto anual. No podría ser de otro modo cuando las obras se programan para ser ejecutadas en cuatro, cinco o más años. Todo lo cual viene a decirnos que, en esta materia, el margen de maniobra de los rectores de la cosa pública es limitado. Un político prudente se piensa dos veces antes de rescindir contratos millonarios pues, de que no se pare la Arquitecturas efímeras máquina de la construcción, dependen muchos miles de empleos, de los que viven otras tantas familias. En definitiva, cabe pronosticar un compás de espera en las decisiones, un relevo de los cargos de confianza, un cierto cambio en las actitudes y un mayor protagonismo del sector público, en detrimento del privado; pero no es previsible que en los próximos años se produzca un giro copernicano en la política de infraestructuras en España. Este asunto se inscribe en una situación que desde hace bastantes años venimos denunciando y que se produce en toda Europa. Es la trivialización de ciertos divos de la ingeniería y la arquitectura, que han pasado de construir obras sólidas y funcionales a hacer productos de diseño, cuya primera finalidad consiste en llamar la atención. Su campo de actuación ideal son los pabellones de las Exposiciones Universales, que deben ser ante todo llamativos, sin que el precio ni la funcionalidad tengan excesiva importancia. Incluso la resistencia pasa a ser un defecto si se contrapone a la necesaria ligereza. En términos de alta costura, diríamos que hemos pasado del reinado de Balenciaga al de Jean Paul Gaultier. Afortunadamente, la construcción general experimenta una innegable progreso, fruto de los enormes avances conseguidos en los métodos de cálculo, en el conocimiento de los nuevos materiales y en los sistemas constructivos; pero hay obras emblemáticas, que tienen la obligación de ser originales a ultranza y que están sometidas a presiones de todo tipo, con enorme atención mediática y plazos muy exiguos. Se encomiendan a proyectistas exquisitos, cuyos nombres son garantía de notoriedad; pero que, de hecho, no tienen tiempo más que para viajar por el mundo en busca de nuevos encargos, mientras los ya conseguidos quedan en manos de subalternos. La pasarela sobre el Támesis, de cuyos vaivenes ya hemos tratado aquí, podría ser un ejemplo de la transposición de esas arquitecturas efímeras al campo de la ingeniería civil, en el que las obras, aparte de ser admiradas, tienen que servir, de forma segura, a muchos miles de usuarios durante muchos años. Parece como si aquella máxima —Pontem perpetui mansurum in saecula— que campeaba sobre el puente de Alcántara y que fue durante siglos una pauta para todos los constructores del mundo, hubiera sido sustituida por otra: “Mírame y no me toques” o, para los peor pensados, “Tente mientras cobro”. Resulta muy llamativo el tratamiento que la prensa americana ha dado al hundimiento de la terminal de París. Estados Unidos mantiene una curiosa actitud hacia Francia, mezcla de recelo, admiración y desdén, que se trasluce, por ejemplo, en el cine y que es muy distinta de la que mantiene hacia otros países a los que, simplemente, ignora. El New York Times ha dedicado al tema una crónica en que califica la terminal de “futurística”. Especula sobre si los fallos han sido de proyecto o de construcción e insiste en que el arquitecto, Paul Andreu, estaba en este momento proyectando el aeropuerto de Pekín. Es un aviso subliminal de los riesgos que afronta el gobierno chino al ponerse en manos de un arquitecto francés. China es un mercado potencial tan grande que toda ocasión es buena para intentar el descrédito de la competencia. El Picadero de Moscú Los acontecimientos del pasado mes de marzo han hecho que pasara prácticamente inadvertido un grave suceso ocurrido el día 14 de ese mes, de innegable trascendencia para los técnicos españoles: el incendio del salón de ejercicios ecuestres de Moscú. Aparte de alguna foto espectacular del edificio en llamas, pocos fueron los periódicos que se hicieron eco de la importancia del monumento y menos los que lo relacionaron con la ingeniería española. Por ejemplo, Le Monde no dudó en otorgar su autoría al “arquitecto francés Mr. Betancourt”. Y, como el edificio es comúnmente conocido por su nombre francés, Manège, un veterano diario madrileño se apresuró a dar la noticia de que, en el momento del incendio, se exhibía en la sala “una exposición de Manege”, suponiendo, sin duda, que se trataba de algún pintor impresionista. Realmente, el Picadero fue construido en 1818 por el ingeniero, arquitecto e inventor canario Agustín de Betancourt, fundador de dos de los más grandes centros europeos de enseñanza técnica, la Escuela de Caminos y Canales de Madrid y el Instituto de Vías y Comunicaciones de San Petersburgo. Le Monde ha publicado la oportuna rectificación a solicitud del profesor de Barcelona Jaume Sabater, aunque haciendo hincapié, eso sí, en las vinculaciones francesas de Betancourt. Agustín de Betancourt (17581828) es una de los máximos representantes de la ingeniería europea de la Ilustración y, desde luego, una de las figuras que más ha servido de vínculo entre las dos naciones que ocupan los extremos de Europa: Rusia y España. Así se ha reconocido en todas las visitas oficiales realizadas por los dirigentes de ambos países, que, tanto en Madrid como en San Petersburgo y en Moscú, han rendido homenaje al genial inventor canario. Así se puso también de relieve durante la visita efectuada por S. M. el Rey a la Escuela de Caminos, con motivo del 200 aniversario de su fundación. El Picadero de Moscú era una inmensa nave de 166 x 45m. cuyo recinto exterior había trazado un subordinado de Betancourt. Su principal mérito radicaba en la cubierta: una estructura de madera sin apoyos intermedios proyectada por el sabio español, que no tuvo durante muchos años parangón en Europa y que seguía siendo una muestra notable de la arquitectura de su tiempo. Era también uno de los mejores ejemplares de la obra de Betancourt en Rusia, que había sobrevivido a dos siglos de guerras y revoluciones. Parece ser que el ayuntamiento de Moscú, que tenía intención de construir un aparcamiento bajo el edificio, está dispuesto a reconstruir éste. Más dudoso resulta que se vaya a respetar el INGENIERÍA diseño de la cubierta original, pero sería importante que, al menos en parte, así se hiciera y que esa parte sirviera de recuerdo y homenaje a su autor. En la muerte de Luis Ramírez Ninguna edad es buena para morir, pero quizás menos que ninguna la comprendida entre los treinta y los cuarenta años. Actualmente los jóvenes no llegan a la madurez profesional hasta cerca de los treinta. Durante ese tiempo su formación representa un gran sacrificio personal y una carga para la sociedad y resulta desalentador que las esperanzas que habían suscitado se corten de raíz cuando estaban empezando a devolver todo lo que la sociedad esperaba de ellos. Luis Ramírez fue un joven ingeniero constructor que muy pronto halló su verdadera vocación en la promoción de espectáculos teatrales. En un mundillo acostumbrado a vivir de las subvenciones oficiales, asumió riesgos financieros importantes y aportó su experiencia como organizador para montar espectáculos de estilo americano que, al menos en un primer momento, tuvieron enorme éxito. El hombre de la Mancha, el musical en que hizo trabajar a dos personalidades tan distintas como Paloma San Basilio y José Sacristán, le dio popularidad y prestigio. Luego arrastró en sus proyectos a otros artistas de fama, como Raphael, y llegó a concebir planes ambiciosos como la construcción, junto con Plácido Domingo, de un gran centro de actividades escénicas en la antigua estación del Norte. Una enfermedad fulminante ha dado al traste con todos esos proyectos, aunque ya antes habían quedado en cuarentena, frenados por algún fracaso económico. Las alabanzas y los halagos de las gentes del espectáculo se convirtieron enseguida en unas críticas, que sin duda han amargado sus últimos años. En su funeral vimos caras conocidas; pero faltaron las de muchos a los que en sus buenos tiempos había favorecido. No puede decirse que la gratitud sea la virtud más destacada del mundo de la farándula. Descanse en paz el ingeniero que quiso construir ilusiones.