IMPACTO SOCIOPOLÍTICO DE UNA CIUDADANÍA ACTIVA Antonio Antón

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IMPACTO SOCIOPOLÍTICO DE UNA CIUDADANÍA ACTIVA
Antonio Antón
Profesor honorario de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid
antonio.anton@uam.es
Comunicación para el XI Congreso de Sociología (Madrid, julio de 2013) Grupo 20 (Movimientos sociales, Acción colectiva y Cambio social)
Resumen
Existen cuatro elementos, íntimamente interrelacionados, que se encadenan
históricamente y que, con diversos antecedentes,
conforman un nuevo escenario
sociopolítico, desde el año 2010: a) el deterioro socioeconómico, con paro masivo,
desigualdad social y retroceso de condiciones y derechos sociales y laborales; b) el
carácter antisocial y poco democrático de las políticas de austeridad impulsadas por las
élites e instituciones políticas; c) la configuración de una amplia conciencia ciudadana
progresista de injusticia social, indignación popular y reafirmación democrática, frente a
los poderosos; d) la expresión colectiva de una ciudadanía activa de carácter
sociopolítico, democrático y pacífico. Tras una evaluación crítica y rigurosa de la
experiencia pasada, se analizarán las dificultades y las tendencias actuales de la acción
colectiva y los movimientos sociales progresistas y las perspectivas de cambio social.
Palabras clave: acción colectiva, movimientos sociales, política, democratización,
justicia social.
1
IMPACTO SOCIOPOLÍTICO DE UNA CIUDADANÍA ACTIVA
Antonio Antón
Poderoso caballero, don dinero (Quevedo, siglo XVII).
Si me nombrasen Emperador lo primero que haría sería
‘clarificar el lenguaje’ (Confucio, siglo VI a. c.).
0. Introducción
Dos ideas se destacan en estas citas clásicas: la importancia del poder económico
y financiero y la conveniencia de un análisis del discurso. Hoy día adquieren una
relevancia especial. Estamos en una época de financiarización de la economía (Alonso,
2012; Berzosa, 2012), padeciendo una crisis socioeconómica con graves consecuencias
para la sociedad y en medio de una pugna sociopolítica y cultural (Antón, 2011; Arias y
Costas, 2011; Ayala, 2013). Se requiere una interpretación rigurosa de las nuevas
realidades sociales para intentar comprenderlas y, sobre todo, poder influir en ellas y
transformarlas.
Continúo con varias citas, complementarias de las iniciales, ilustrativas de los
conflictos sociales del presente:
El criterio más frecuente para distinguir la izquierda de la derecha es la
diferente actitud que asumen las personas que viven en sociedad
frente al ideal de la igualdad (Bobbio, 1995).
El desequilibrio entre los imperativos del mercado y el poder regulador
de la política ha sido identificado como el verdadero desafío
(Habermas, 2012)1.
El 1% de la población tiene lo que el 99% necesita (Stiglitz, 2012).
1
Citado por J. Ramoneda en Poco pan y peor circo, diario El País, 13-6-2012.
2
Durante los últimos veinte años ha habido una guerra de clases y mi
clase ha vencido (Warren Buffett -segunda persona más rica de
EE.UU.- 2012)2.
Estas frases señalan la importancia de los problemas socioeconómicos de la
población, la renuncia de los políticos a regular los mercados como reto fundamental de
la política, la ofensiva del poder económico y político, con componentes oligárquicos,
contra los derechos sociolaborales, la polarización social de la desigualdad frente a la
imagen irreal de un mundo sin capas populares ni desigualdades sociales y la existencia
de resistencias colectivas en una situación defensiva bajo el empuje de los poderosos
que consideran que tienen ganada la batalla. Estas ideas críticas no son marxistas,
radicales o antisistema, como una parte del mundo mediático, académico y político
intentan hacer creer para desprestigiarlas.
Existen tendencias sociales ambivalentes, muchas veces en el interior de las
mismas personas y en proporciones diferentes. Por un lado, en el plano individual se
genera individualismo adaptativo o competitivo, miedo y resignación, y en el plano
colectivo
aparecen
síntomas
de
populismo,
autoritarismo,
fundamentalismo,
xenofobia… Por otro lado, se han conformado corrientes sociales amplias, de fuerte
contenido social y democrático, de indignación y rechazo a esta deriva regresiva y al
déficit democrático de las instituciones y la clase política, demostrando la persistencia
de una amplia cultura igualitaria y solidaria.
La respuesta dominante que están aplicando los Gobiernos e instituciones
europeas es la política de austeridad, como ajuste económico regresivo y recortes
sociales, frente a la opinión mayoritaria de las sociedades. Tenemos cuatro componentes
principales de actual escenario:
1) La prolongación de la crisis socioeconómica, causada por los mercados
financieros, con graves consecuencias sociales para la mayoría de la población.
2) La gestión antisocial e impopular de la clase política dominante, con una
estrategia liberal-conservadora bajo la hegemonía del bloque de poder (centroeuropeo)
representado por Merkel, con la colaboración o corresponsabilidad, primero, de los
gobiernos socialistas en los países periféricos como España y, después, de los gobiernos
de derecha.
2
Citado por J. Estefanía en Ganar la guerra de clases, diario El País, 15-9-2012.
3
3) Significativo proceso de deslegitimación social del contenido principal de esa
política, el reparto injusto de los costes de la crisis, y la crítica hacia la involución de la
calidad democrática del sistema político, conformándose una importante corriente social
indignada, un campo social diferenciado y en desacuerdo con esas medidas regresivas
(que en algunos aspectos concretos alcanza a dos tercios de la sociedad) y,
particularmente, una desafección o brecha social entre el aparato socialista, por su giro
antisocial y el incumplimiento de su contrato social, y una parte relevante de su base
electoral descontenta con esa involución.
4) Ampliación de las protestas sociales y resistencias colectivas, configurándose
una ciudadanía activa, de fuerte contenido social, con un carácter sociopolítico
progresista y democrático; se puede cifrar entre cuatro y cinco millones de personas
participantes en los procesos huelguísticos y entre uno y dos millones en las grandes
manifestaciones sindicales o ciudadanas (y según diversas fuentes en torno a un millón
de participantes en las redes sociales vinculadas a estas protestas); se ha encauzado,
fundamentalmente, a través del movimiento sindical y el movimiento 15-M (o 25-S),
conformando una representación social dual, no exenta de tensiones, con sus respectivos
representantes o grupos de activistas.
Aquí nos centraremos en una interpretación teórica de las características de la
ciudadanía activa progresista y su impacto sociopolítico.
1. Configuración de una ciudadanía activa
El movimiento 15-M sigue contando con una gran legitimidad social
El movimiento 15-M ha sido cauce de expresión de la indignación ciudadana3.
Ha combinado grandes manifestaciones de protesta y exigencia de cambios (15-M, 19-J,
15-O, del año 2011; 12-M y 25-S del año 2012, y 23-F del año 2013), con actividades
locales y reivindicativas descentralizadas y procesos deliberativos asamblearios y en las
redes sociales. Se pueden distinguir tres niveles de intensidad en esa vinculación: un
3
Existe una abundante bibliografía sobre el movimiento 15-M, su interpretación y su desarrollo.
La más significativa para el objeto de esta investigación es la siguiente: Álvarez et al., 2011; Brito, 2011;
Gándara et al., 2011; Monedero, 2011; Oliveres et al., 2011; del Río, 2012; Taibo et al., 2011; Vegas
(2011); Velasco, 2011; VV. AA., 2011. Igualmente, se pueden consultar algunos de los documentos
básicos del propio movimiento: DEMOCRACIA REAL, YA, 2011a, y 2011b; MOVIMIENTO 15-M,
2011; #ACAMPADASOL, 2011a, y 2011b. Una valoración inicial la realizo en Antón (2011).
4
primer nivel de unos pocos miles de activistas más comprometidos y persistentes; un
segundo nivel de una ciudadanía activa, personas participantes, sobre todo, en las
masivas formas colectivas de expresión popular, que se puede cifrar en varios
centenares de miles; un tercer nivel, ciudadanía indignada o descontenta, en torno a dos
tercios de la población que simpatiza de alguna manera con objetivos y acciones de ese
movimiento.
El movimiento 15-M, en sentido estricto o de articulación permanente, lo
conforman los grupos de activistas. Desde algunos de sus sectores más activos a veces
se identifica sólo con ese nivel, o se asimila al resto con el mismo. En sentido contrario,
en algunos ámbitos mediáticos suelen referirse sólo a esta parte más organizada para
intentar estigmatizarlo como minoritario o radical. Pero, el movimiento 15-M, en un
sentido amplio, también lo conforma esa ciudadanía activa que ha participado en sus
grandes manifestaciones y apoya expresamente sus iniciativas y objetivos generales.
Durante esos meses, desde octubre del año 2011 hasta mitad de mayo de 2012, los
grupos de activistas han realizado un arduo y prolongado trabajo de inserción,
vinculación y revitalización del tejido asociativo en barrios y pueblos y promovido
numerosas actividades locales. Ante la ausencia, en ese periodo, de una gran
movilización general y expresiva y los límites en la capacidad reivindicativa, apareció la
incógnita de la posible desaparición de este movimiento social, o bien, su reducción a la
parte más activista, aventurando la desactivación de esa ciudadanía activa y su
aislamiento de la comprensión y la simpatía de esa amplia base popular indignada. El
resultado de esas movilizaciones de mayo de 2012, continuadas en septiembre de 2012
(“Rodea el Congreso”) y, especialmente, con las manifestaciones masivas del 23 de
febrero de 2013, ha sido positivo, y ha demostrado, a pesar de las dificultades, la
continuidad del movimiento y la vinculación de los tres niveles de la ciudadanía.
La participación masiva y la simpatía explícita de la mayoría de la sociedad han
confirmado la legitimidad de este movimiento social, así como su importancia para
expresar unas aspiraciones populares y juveniles de cambio socioeconómico y político y
condicionar la dinámica sociopolítica, desde el fortalecimiento de la participación
democrática y pacífica de una ciudadanía activa. Ante la persistencia de los problemas
que lo originaron, siguen vigentes sus objetivos generales y su tipo de expresión
colectiva. Y así lo percibe la mayoría de la sociedad.
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Efectivamente, según la encuesta de opinión de Metroscopia (El País, 13-52012), realizada unos días antes de esa movilización del 12 de mayo, más de dos tercios
de la población (68%) asegura que tienen razón en las cosas que dicen y por las que
protestan, y más de la mitad considera que es un movimiento que lo que pretende es
regenerar la actual democracia (55%) y dice tener simpatía por el movimiento (51%).
Estos porcentajes han descendido ligeramente desde el año anterior (entre el 13% y el
16%), probablemente entre las personas identificadas como de centro-derecha. Así, son
mucho más amplios sus apoyos entre los electorados de las izquierdas y menores entre
los de las derechas –incluso a un tercio (33%) le inspira rechazo-. Además, este
movimiento es valorado como pacífico por la mayoría (55%) y como radical y
antisistema por una minoría (29%).
Tras las movilizaciones del 12 de mayo de 2012, aumenta el apoyo ciudadano a
este movimiento. Así, en la segunda encuesta de Metroscopia (El País, 19-5-2012), el
porcentaje de simpatía asciende al 68% (el 75% entre los jóvenes), superior también al
del año anterior, y el de rechazo desciende al 22%. Tras esa experiencia, la gran
mayoría de la sociedad cree que el movimiento 15-M, básicamente, tiene razón (78%,
frente al 68% la semana anterior a las manifestaciones, y sólo el 14% considera que no
tienen razón) y quiere que continúe.
No obstante, a pesar de las dificultades para articular las resistencias ciudadanas
y los intentos institucionales y mediáticos de deslegitimación y minusvaloración de esa
acción colectiva, junto con distintos procesos sociopolíticos y electorales, lo relevante
es que todavía la mayoría de la sociedad comparte objetivos y apoya la existencia y la
actividad de este movimiento social. Dicho de otra manera, persiste y se reafirma una
ciudadanía indignada que simpatiza con la función de la protesta colectiva de esa
ciudadanía activa: frenar la dinámica de injusticia y recortes sociales y superar el déficit
democrático de las élites e instituciones políticas.
Esa amplia legitimidad popular del movimiento 15-M, contrasta con la poca
confianza ciudadana en los máximos líderes políticos y las políticas gubernamentales
regresivas, junto con la exigencia de responsabilidades a los mercados financieros. En la
primera encuesta citada, el 61% de la población desaprueba la gestión de Rajoy como
presidente del Gobierno (32% la aprueba), y en el caso de la gestión de Rubalcaba
como líder de la oposición, el 64% la desaprueba (28% la aprueba). Pero todavía
aumentan más los índices de desconfianza hacia ambos líderes: a tres cuartas partes de
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la sociedad les inspiran poca o ninguna confianza (73%, Rajoy; 79%, Rubalcaba), y en
torno a una cuarta parte, mucha o bastante (26% Rajoy; 20% Rubalcaba); lo cual indica
también las dificultades de renovación y legitimación del partido socialista y su labor de
oposición. A la pregunta si el Gobierno está sabiendo hacer frente de forma adecuada a
la situación económica, la repuesta NO es del 60% (SÍ, el 33%), el mismo porcentaje
que critica los recortes. Y como dato complementario, para la población los dos
máximos responsables de la actual crisis económica española son los Bancos y Cajas
(9,2 puntos en una escala de 0 a 10) y el Gobierno (8,2 puntos) –por no haber
reaccionado a tiempo y no haber sabido adoptar las medidas necesarias-.
No cabe duda que los Parlamentos y Gobiernos (central y autonómicos) tienen
una gran representatividad y legitimidad derivada de sus amplios apoyos electorales, y
que el PP aún no contando con el apoyo mayoritario en las urnas tiene mayoría absoluta
en el Congreso de los Diputados y un amplio margen de maniobra político y legal. Pero
esa delegación representativa no es absoluta ni incondicional, y sigue erosionándose su
legitimidad social. Así, es evidente que la mayoría de la sociedad, y especialmente la
izquierda social, por un lado, sigue estando en desacuerdo con los recortes sociales, con
poca credibilidad para la élite política y financiera, y por otro lado, simpatiza con una
movilización popular que los cuestiona activamente y reclama otro tipo de gestión más
progresista y democrática.
Persisten motivos y condiciones para la continuidad de una ciudadanía
activa
En España persisten los motivos de fondo para manifestar la indignación
ciudadana (las consecuencias de la crisis, y la gestión regresiva gubernamental), pero ha
cambiado el papel de algunos agentes relevantes: la responsabilidad principal de las
medidas de austeridad ya no es del PSOE, y los grandes sindicatos también se han
enfrentado a los recortes sociales, con dos nuevas huelgas generales en el año 2012 y
fuertes movilizaciones sectoriales (enseñanza, sanidad...).
Junto con esos tres factores hay que añadir un cuarto: la prueba de la propia
capacidad de los grupos de activistas. Mayoritariamente jóvenes, existe una gran
heterogeneidad de sus experiencias anteriores, vínculos asociativos, inclinaciones
sociopolíticas y talantes integradores. La función unitaria y de liderazgo, para encauzar
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un movimiento social amplio, es difícil. Existen debilidades y limitaciones para encarar
la complejidad y la dimensión de estos problemas y oportunidades. Los riesgos de su
fragmentación o su desorientación eran evidentes. Tenían un gran reto: seguir
conectando con las ideas fuerza presentes en esa ciudadanía activa, mantener la simpatía
de la mayoría de la sociedad, y acertar con una propuesta de expresión masiva que diese
nuevamente visibilidad e influencia pública a ese movimiento. Han debido sostener una
actividad prolongada y poco visible, de arraigo social, deliberación de propuestas e
iniciativas y articulación organizativa, que permitiesen dar sentido a ese esfuerzo
continuado. Y, al mismo tiempo, debían encauzar un tipo de expresión ciudadana
masiva y pacífica que formaba parte de su identidad de origen y prestigio social, en este
nuevo contexto social y temporal.
No obstante, articular una estructura organizativa y en red exige esfuerzos y
características organizativas adicionales de los grupos de activistas: mayor complejidad
de los procesos deliberativos y de decisión, la combinación entre participación abierta y
operatividad, entre liderazgos y horizontalidad o igualdad participativa. Es decir, entre,
por un lado, el sano talante antiburocrático y antijerárquico y el impulso participativo en
condiciones de igualdad y, por otro lado, la especialización de tareas y la especificidad
de las funciones de coordinación y representación. Igualmente, en el plano de los
discursos y dentro de la amplia pluralidad interna permanece el desafío de la
maduración del significado de las ideas clave que conforman el núcleo de su
orientación: 1) la democratización del sistema político y la más amplia participación
ciudadana en los asuntos públicos; 2) el rechazo a la política de austeridad, el reparto
injusto de las consecuencias de la crisis y la exigencia de un cambio de la política
socioeconómica hacia mayor justicia social.
Toda esta actividad del movimiento 15-M, en sentido amplio, ha estado
condicionando la conciencia social de la ciudadanía y, particularmente, su actitud de
simpatía hacia este movimiento y la gran movilización del 12 de mayo de 2012. El
movimiento salió airoso de esa situación, aunque el proceso y su continuidad siguen
siendo complejos y difíciles. La siguiente movilización general del 25 de septiembre –
Rodea el Congreso- ha sido significativa, aunque algunas actividades posteriores han
tenido una participación menor. No obstante, como se ha comentado, las recientes
manifestaciones del 23 de febrero de 2013, han vuelto a expresar una participación
masiva y la articulación del tejido asociativo progresista. Igualmente, el gran apoyo
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recibido a la ILP y la actividad de la Plataforma contra los desahucios, confirma la
amplia legitimidad de estos movimientos de protesta.
Por tanto, la respuesta popular masiva de esos meses no era sólo emocional o
superficial, destinada a su evaporación inmediata (Bauman, 2011). Ha estado y está
enraizada en una profunda y persistente conciencia ciudadana indignada y de denuncia
de la injusticia social. Es, sobre todo, una respuesta colectiva, con gran fundamentación
ética igualitaria y solidaria, e incrustada en la realidad de las graves condiciones de vida
y las aspiraciones de mejora de millones de personas. La dinámica conformada por esa
ciudadanía indignada, en una situación especialmente dura y complicada, se incardina
en los mejores valores democráticos e igualitarios de los movimientos sociales
progresistas o la izquierda social europea de las últimas décadas (Hessel, 2011a; 2011b;
2013; Tilly, 2010). Además, aumenta la gravedad de la situación socioeconómica y los
motivos de descontento persisten. Y todos los intentos de las instituciones políticas y
económicas para relegitimar la misma política de austeridad, con distintos discursos y
retóricas, pero desconsiderando una gestión más equitativa y democrática, no han
conseguido la confianza ciudadana. Las élites poderosas tienen un importante problema
de credibilidad social, que no es pasajero ni pueden infravalorar.
De forma soterrada y, a veces, expresa, permanecen la exigencia popular de
rectificación de esa política y la pugna democrática por la legitimidad de los distintos
gestores y representantes públicos. Por un lado, se encuentran agentes institucionales y
económicos que representan una orientación regresiva (Gobierno, mercados
financieros…). Por otro lado, existen varios agentes sociopolíticos (el movimiento 15M con sus masivas protestas, o el movimiento sindical con las huelgas generales y las
movilizaciones contra los recortes…) que, junto con otros grupos sociales y políticos,
representan una amplia opinión popular de rechazo a esas medidas y expresan una
dinámica de cambio progresista.
El poder político, aun amparado en el sistema representativo electoral, tiene un
doble componente: democrático, influido por la voluntad popular; oligárquico o elitista,
condicionado por los grupos poderosos que defienden sus privilegios (del Río, 2003).
Así, importantes sectores de la sociedad siguen viendo conveniente la existencia de esta
acción colectiva progresista como factor positivo en este contexto de relaciones de
poder desventajosas. Particularmente, en el plano social y democrático, en cuanto es un
factor fundamental cuyo desarrollo puede consolidar las resistencias ciudadanas,
9
propugnar un auténtico cambio de las políticas de ajuste y austeridad y abrir un
horizonte de una salida económica e institucional más equilibrada, justa y democrática.
La alternativa principal está en el refuerzo de las resistencias ciudadanas
Esta ciudadanía activa o estos movimientos populares no sólo denuncian las
injusticias sociales y los déficits democráticos, tal como dicen algunos pensadores como
el francés Morin (2012); también enuncian. Tienen propuestas concretas y objetivos
generales que cuestionan la dinámica liberal-conservadora dominante y apuntan a un
modelo más democrático y más justo. En el primer caso, por ejemplo, han reunido y
deliberado sobre varios miles de demandas y reivindicaciones, agrupadas en varios
bloques: económico-social (frente a los recortes laborales, educativos y de sanidad, en
defensa del empleo decente, la protección social o los derechos sociolaborales, o bien
sobre la vivienda, la dación de pago en las hipotecas, así como la regulación del sistema
financiero y sus gestores…); político (reforma de la ley electoral, democratización del
sistema político…), y de participación ciudadana (refuerzo del tejido asociativo,
procesos deliberativos y decisorios amplios y democráticos, talante anti-burocrático,
autonomía de los poderes institucionales…). Entre los objetivos generales siguen
vigentes las dos ideas-fuerza originarias: mejor democracia, y una gestión
socioeconómica más justa. Respecto de objetivos concretos ha cobrado especial
relevancia la movilización social y la iniciativa legislativa popular contra los
desahucios, apareciendo ante la ciudadanía como más efectiva su defensa que la acción
gubernamental del PP o la labor opositora del PSOE, que sufren una gran pérdida de
credibilidad.
Así, según una reciente encuesta de Metroscopia (diario El País, 17 de marzo de
2013) a la pregunta ¿En quién confiaría para la defensa eficaz de sus intereses si se
encontrara en riesgo de desahucio por no poder seguir pagando la hipoteca de su
casa?, la respuesta SÍ se da a La Plataforma de Afectados por la Hipoteca (81%) y las
ONG de defensa de los desfavorecidos (76%). Mientras tanto, El actual Gobierno solo
alcanza el 11% de confianza y el Principal partido de la oposición, el 10%. En estos
casos la gran mayoría de la sociedad no confía en ellos (87% en el Gobierno y 86% en
el PSOE); además hay que destacar que gran parte de sus respectivas bases sociales
tampoco ven eficaz la defensa del Gobierno del PP (75% de su electorado) y del PSOE
10
(78% de sus votantes). La gente confía más en su abogado (75%), los jueces y fiscales
(47%) y, con menos intensidad, en otros partidos con representación en el Congreso
(24%).
Los grandes poderes económicos y políticos sólo conciben una opción: la
política liberal-conservadora de ajuste y austeridad. Para ellos no hay alternativas, la
solución es el sometimiento popular. Es verdad que en el ámbito institucional europeo y
español, la orientación dominante es antisocial, con estancamiento económico, paro
masivo y reestructuración regresiva del Estado de bienestar (Antón, 2009). Ello
perjudica, especialmente, a la mayoría social de los países débiles del sur de Europa,
entre ellos España. La alternativa programática es otra política social y económica,
basada en la creación de empleo y las garantías de los derechos sociolaborales y
democráticos (Navarro et al., 2011). La dificultad principal no es de programa (aunque
sea compleja una elaboración completa y difícil establecer sus prioridades), sino de
suficientes energías ciudadanas para impulsarlo. Se necesitan afinar propuestas y
elaborar nuevas teorías sociales, cuestiones cruciales, pero el factor fundamental es la
amplitud y la activación del apoyo social a una orientación de cambio progresista. Es el
camino iniciado en el año 2010 por el movimiento sindical con diversos altibajos, que
ha recorrido también el movimiento 15-M, y que en primavera y otoño de 2012, ha
vuelto a impulsar el sindicalismo y la Cumbre Social con los procesos de dos huelgas
generales.
En definitiva, la solución principal se encuentra en la respuesta del pueblo, en la
soberanía popular y la regulación pública frente a los mercados financieros, en la actitud
ciudadana de participación cívica frente a la injusticia social y por una democracia
social más avanzada.
2. Gestión política y acción política. Clase política y ciudadanía activa
Conviene clarificar (siguiendo la idea confuciana de la primera cita) algunos
conceptos. Primero, la palabra política en su doble significado: 1) gestión del poder
institucional, y 2) acción sociopolítica de la ciudadanía en los asuntos públicos.
Esta distinción es clave ya que en los últimos tiempos se ha producido una
disociación profunda entre ellos. Afecta al diagnóstico del carácter positivo y
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democrático del rechazo popular a ‘esta’ clase política por su gestión antisocial y su
déficit democrático, y sobre todo, nos ayuda a clarificar la posición normativa:
a) la deslegitimación de esta clase política, en lo fundamental, está justificada y
es merecida y, por tanto, hay que ampliarla, no debilitarla, para promover su renovación
y la democratización del sistema político;
b) la solución viene de la mano de la más profunda, firme y consistente
participación ciudadana, de una activación de los sectores progresistas.
El conflicto no está (en abstracto) entre política sí o política no, si no se define el
significado que le damos. La opción mayoritaria que se refleja en la sociedad es de
desconfianza y crítica a esta política (de austeridad y en contra de la opinión popular) y
a esta clase política que la gestiona, al mismo tiempo que se refuerza la participación
ciudadana y la acción democrática por una política más social y unas instituciones más
democráticas.
Esa distinción entre política en sentido estricto, como gestión pública, y la
acción ciudadana que llamaremos sociopolítica, es importante ya que se ha producido
una división de esos dos planos. Además para la sociedad el concepto de política ha
cambiado al calor del nuevo énfasis respecto del estatus y el papel de las instituciones
públicas, tanto relacionado con la economía cuanto de la sociedad. En la percepción
social está asociado no a la actividad de la población o los distintos agentes
sociopolíticos, sino a la actividad de la clase política. Así, para la sociedad, “la política
opera como el resultado de lo que hace la clase política; no existe una diferenciación
entre la clase política y la política” (Estudio 2926 del CIS, octubre de 2012, sobre El
sistema de los discursos sociales sobre los conceptos izquierda y derecha en España).
Cuando la ciudadanía critica a la política o rechaza a los políticos se están
refiriendo
a
la
gestión
institucional
actual
de
la
clase
política
gestora,
fundamentalmente, a las élites o aparatos de los grandes partidos con responsabilidades
gubernamentales en los recientes planes de ajuste y austeridad y con incumplimiento de
sus compromisos con sus electorados.
La crítica ciudadana a ‘ese’ tipo de política es una posición (política) más
democrática, realista y progresista que la justificación (política) de esas medidas de
austeridad, el embellecimiento o disculpa de ‘esos’ políticos mayoritarios o el intento
persistente de relegitimación de la actual élite política.
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La posición de defender la política, incluso con mayúsculas, es positiva referida
a una gestión social y democrática de los asuntos públicos y, en particular, la regulación
de la economía y la defensa del Estado de bienestar.
No obstante, por la ambigüedad de la palabra política, el sentido y el objetivo
que casi siempre aparece en el ámbito mediático y ligado a los intereses de esa misma
élite política, es la justificación de esa gestión poco democrática, la neutralización de las
críticas ciudadanas, la desactivación de los movimientos de protesta colectiva. Todo ello
para debilitar la presión social por su renovación organizativa y reorientación política,
remontar su desprestigio social y garantizar su recuperación electoral.
Es una pugna cultural y política para evitar la rectificación de su estrategia
socioeconómica, frenar la exigencia de democratización del sistema político, mantener
su prepotencia sobre la sociedad, subordinar a sus propias bases sociales y evitar dar
cuenta de sus responsabilidades. Siendo la cultura democrática y de justicia social el
principal bagaje positivo de la mayoría de la sociedad, particularmente, de los sectores
progresistas, tratan de confundirla, tergiversarla o debilitarla.
El resultado de esta posición es el debilitamiento de la calidad democrática y
ética de la propia sociedad civil en detrimento de una hegemonía conservadora, política
y cultural, más amplia respecto de la mayoría social y la izquierda social, en particular.
Es un intento de seguir teniendo las manos libres, distanciadas de la voluntad ciudadana,
para continuar con las mismas dinámicas, algo retocadas: prioridad a sus vínculos con el
poder económico y subordinación de las clases populares.
Junto con la crítica a la clase política, se ha incrementado entre la población la
preocupación por los asuntos públicos, la participación ciudadana más activa y la
exigencia de consulta y acuerdo de los gestores públicos con la opinión mayoritaria de
la sociedad.
El desacuerdo con la política oficial y los gestores políticos no ha llevado, de
momento, al apoliticismo o a confiar en otras opciones autoritarias y populistas.
Se ha producido una masiva falta de confianza en los líderes políticos. Así, en
los últimos meses, según encuestas de Metroscopia, en torno a un 80% de la población
no confía en la gestión pública de Rajoy y otro 80% -de composición distinta al
anterior- no confía en Rubalcaba, como jefe de la oposición; la clase política aparece
como problema (el tercero, tras el paro y los problemas económicos), no como solución.
En su último barómetro, publicado el pasado 13 de enero de 2013, el 74% de la
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población desaprueba la gestión de Rajoy como presidente de Gobierno y al 84% le
inspira poca o ninguna confianza. En el caso de Rubalcaba alcanza el 81% de
desaprobación y el 91% de desconfianza. Además, el 88% (85% de votantes del PP y el
93% de votantes del PSOE) afirma que Los políticos actuales están más preocupados
por sus propios problemas e intereses que por resolver los de nuestra sociedad, y el
81% (73% del PP y 86% del PSOE) dice que Los políticos actuales crean problemas en
lugar de resolverlos. Y el 95% (95% del PP y 96% del PSOE) cree que Los partidos
tienden a tapar y proteger a aquellos de sus militantes corruptos en vez de denunciarles
y expulsarles.
Por otro lado, según el último barómetro del CIS, publicado en abril de 2013,
entre las preocupaciones de los españoles, tras el paro (81,6%), la corrupción (44,5%)
alcanza el segundo lugar. El tercero lo ocupa los problemas económicos (34,4%) y el
cuarto la clase política (31,4%).
Por tanto, es evidente el bloqueo percibido en las grandes instituciones y el
corporativismo de la clase política, y la mayoría social (en torno a dos tercios, según
esas encuestas) exige la renovación de esas élites y la regeneración democrática del
sistema político y ven conveniente que se exprese la indignación ciudadana y la protesta
colectiva para frenar el carácter antisocial de la política oficial e influir en ese proceso.
El fenómeno de la desconfianza en la clase política afecta particularmente a la
cúpula del PSOE, a su última gestión gubernamental (años 2010 y 2011), presidida por
duras medidas de ajuste antipopulares. Se puso de manifiesto su incumplimiento del
contrato social y electoral con sus bases sociales, su giro liberal-conservador fue
drástico respecto a las expectativas y confianza depositadas en un proyecto formalmente
progresista, la distancia entre lo prometido y lo realizado, entre la defensa de los
derechos de las capas trabajadoras y medias y la subordinación a los intereses del poder
financiero.
En definitiva, se ha desprestigiado justificadamente (aunque no todas las
expresiones críticas sean ajustadas) la gestión política antisocial de las cúpulas
institucionales y partidistas mayoritarias, particularmente desde mayo de 2010. En ese
momento se generaliza la estrategia europea de austeridad, primero con el gobierno
socialista y luego con el del PP, que todavía persiste, agravada, para los países del sur
europeo. Esa reacción popular conlleva una deslegitimación social positiva y una
posición ‘democrática’, la exigencia de que los representantes políticos respeten la
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opinión de la sociedad y sus electorados. Supone un juicio ético y ‘político’ progresista
e igualitario frente a unas decisiones de la clase política (y los mercados financieros)
regresivas e injustas. Constituye un proceso globalmente positivo (con distintas sombras
e insuficiencias), un factor relevante para promover un cambio social progresista, el
fortalecimiento de la democracia y los valores igualitarios y una renovación de las
izquierdas.
3. Giro socioeconómico y democratización
Desde una óptica progresista desechamos las salidas autoritarias o conservadoras
y la simple estrategia adaptativa a los retrocesos socioeconómicos y políticos (Navarro
et al., 2011). La apuesta es frenar o impedir la actual deriva regresiva y promover un
giro más social en la política socioeconómica y la democratización del sistema político,
con una mayor activación de la ciudadanía. Veamos algunos elementos de este punto de
vista.
En el momento actual, se podría especular con la reproducción de cierta
similitud de escenario con el periodo 2002-2004 (agresividad de la derecha, oposición
del conjunto de la izquierda y los movimientos sociales, recuperación electoral
socialista). No obstante, existen distintos factores y procesos específicos a los de esa
etapa: gravedad de las consecuencias socioeconómicas de la crisis, reciente experiencia
de la gestión antisocial del gobierno socialista, ausencia de renovación y reorientación
significativas del PSOE, autonomía y persistencia de una ciudadanía activa.
Una profunda acción política, social y democrática es mucho más imprescindible
para la izquierda, para contrarrestar el poder económico y financiero, corregir y regular
los mercados financieros, activar a la ciudadanía y fortalecer la legitimidad de esa
actuación y su representación política.
La auténtica solución para impedir y cambiar la estrategia de austeridad,
revalorizar la acción pública o sociopolítica frente a los mercados financieros y reforzar
la democracia, es la consolidación de una amplia corriente indignada y una fuerza social
activa, con un aumento de su representación parlamentaria, reequilibrando en las
izquierdas la hegemonía del partido socialista. Es un elemento también positivo para
que el partido socialista resuelva de forma progresista su desafío de reorientación
política y renovación orgánica, así como mejorar sus vínculos con la sociedad.
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Por tanto, la crítica y el rechazo a la política regresiva, a esa clase política
mayoritaria encargada de su aplicación, muchas veces faltando a elementales prácticas
democráticas de transparencia y compromisos electorales con sus bases sociales, están
fundamentados, son realistas y constituyen la mejor opción pragmática para ponerles
freno y promover su cambio.
Por supuesto, no todos los políticos o partidos políticos son iguales. Hay
diferencias significativas, en diversos planos, entre los dos partidos mayoritarios PP y
PSOE. Pero ambos han asumido y aplicado políticas regresivas y antisociales, son
corresponsables junto con los poderes económicos del deterioro material de la mayoría
de la sociedad y han sido poco respetuosos con sus compromisos con sus bases sociales
y la opinión de la ciudadanía. Ese distanciamiento respecto de la mayoría de la
sociedad, en aspectos especialmente sensibles, le hace merecer a ambos partidos, a la
clase política y, especialmente a sus líderes, la poca confianza ciudadana sobre que su
gestión de los asuntos públicos esté guiada por la justicia social, la defensa de las capas
populares y desfavorecidas o el interés general de la sociedad.
En otro plano, sin esa gran responsabilidad en la gestión de la política de
austeridad y la aplicación de los recortes sociales de espaldas a la ciudadanía, están las
deficiencias o limitaciones de otros agentes sociales y políticos.
En la sociedad se combinan dos elementos:
1) Una amplia desconfianza en las élites políticas actuales que a juicio de la
mayoría social ‘no representan’ adecuadamente su opinión e intereses, aunque gran
parte de ella siga votando a los mismos partidos políticos.
2) Una esperanza en que el sistema democrático y representativo, con nuevas
élites políticas y sociales, sea capaz de una renovación institucional y una reorientación
de sus prioridades socioeconómicas y políticas.
Es una aspiración sensata y justa, no exenta de cierto escepticismo en su
materialización completa. La desafección no alcanza a la democracia representativa o a
la acción sociopolítica y ciudadana, sino todo lo contrario, hay expectativas en que
proporcionen los mecanismos para la solución. La cuestión es si es probable o, mejor,
qué condiciones sociopolíticas se deben configurar para ser una opción realista y
practicable.
El propio partido socialista se debate entre la continuidad o la ligera renovación,
de sus políticas, discursos y liderazgos. No se adivina una reorientación profunda de su
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estrategia y su dinámica organizativa. El grado de desarrollo de la izquierda social y
política es fundamental. La potenciación y articulación de la ciudadanía activa, con su
expresión del sindicalismo, el movimiento 15-M (o 25-S) y el resto del tejido social
progresista, es clave para impulsar el cambio social y político.
El futuro está abierto. La opción dominante es la salida regresiva y autoritaria de
la crisis que están intentando imponer el poder económico e institucional europeo (y
mundial), con la corresponsabilidad de las élites políticas del sur periférico. Pero la
sociedad europea no está condenada de forma fatal a esa opción liberal-conservadora
dominante, con un fuerte retroceso de las condiciones y derechos sociolaborales, el
desmantelamiento del actual Estado de bienestar, particularmente para el sur europeo, y
la anulación o la subordinación de las fuerzas sociales y políticas de izquierdas, el
sindicalismo y los movimientos sociales progresistas.
4. Desafíos de la pugna sociopolítica por una salida justa de la crisis
¡Así, no. Rectificación, ya! (CC.OO y UGT, lemas del 29 de septiembre
de 2010).
¡Si los de abajo se mueven, los de arriba se caen. Por un cambio global!
(Movimiento 15-M, lemas del 15 de octubre de 2011).
El nuevo ciclo sociopolítico, iniciado en el año 2010, tiene varias fases y
presenta diversas enseñanzas. El hecho social más significativo, en este periodo, es la
consolidación de una corriente social indignada, una ciudadanía activa y una doble
representación social, los sindicatos y los grupos de activistas del 15-M.
Primero, en el año 2010, del sindicalismo, luego, en la primavera, verano y
otoño de 2011 por el movimiento 15-M, y después, empezando ya en el otoño de 2011
(huelgas en la enseñanza pública y movilizaciones contra la reforma constitucional) y en
el año 2012, ya con el nuevo gobierno del PP y sus duros planes de ajuste, con una
combinación de movilizaciones generales del movimiento sindical, acompañado de una
amplia participación de grupos sociales. Se realizan las dos huelgas generales de marzo
y noviembre, con cerca de cinco millones de huelguistas cada una y entre uno y dos
millones en las grandes manifestaciones de esos días y algo menores en otras jornadas
de participación también masiva como el 15 de febrero, el 19 de julio o el 15 de
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septiembre de ese año. Se añaden protestas sindicales y ciudadanas sectoriales y locales
y algunas acciones del movimiento 15-M (ya 25-S), que alcanzan decenas de miles de
personas.
El nuevo escenario sociopolítico, con un emergente campo social autónomo y
diferenciado de las instituciones políticas, tiene la particularidad de que cristaliza frente
a la gestión antisocial del gobierno socialista y luego se desarrolla contra la derecha.
La configuración de las ideas fuerza de esa corriente crítica y los objetivos de su
actividad expresiva, están constituidos por cuatro elementos interrelacionados:
1) El rechazo a las graves consecuencias de la crisis, el paro masivo, la
desigualdad social y el retroceso en las expectativas laborales y socioeconómicas,
particularmente entre la gente joven.
2) La oposición a la gestión regresiva (económica y política) dominante, con
profundos recortes sociales.
3) La crítica al déficit democrático de las instituciones políticas, legitimadas
electoralmente pero alejadas de la conciencia popular mayoritaria, con desconfianza
social hacia la clase política.
4) El deterioro de la credibilidad del aparato socialista como representación
política y cauce de las demandas de un amplio sector social.
La conciencia crítica hacia la clase política es todavía más lacerante al integrar
en ella al partido socialista, como responsable de una política especialmente regresiva y
dura en un país periférico como España (al igual que hicieron los partidos socialistas de
Grecia y Portugal). Las bases sociales progresistas y de izquierda reaccionan más
firmemente contra los recortes sociales y las medidas injustas, defienden más la
igualdad social, cuestión positiva y que les diferencia de las personas de derecha. Pero,
además, cuando la aplicación de medidas antisociales viene de políticos socialistas se
sienten más defraudados con esa clase política al advertir más distancia respecto de sus
discursos y proyectos.
La profundidad y la especificidad de la crisis económica y social en España y las
medidas regresivas que adoptó el Gobierno de Zapatero en la segunda legislatura
revelaban el fracaso de un proyecto modernizador. O, más grave todavía, constataban la
ausencia de tal proyecto, la ingenuidad en la creencia de la solidez de nuestro sistema
económico y la estabilidad de nuestro mercado de trabajo, la continuidad de la misma
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política económica anterior y la complicidad con la burbuja inmobiliaria, la
especulación financiera y un débil Estado de bienestar.
Así mismo, la cúpula socialista infravaloraba que los fundamentos de su apoyo
social, fortalecido en el periodo previo de las grandes movilizaciones sociales de
2002/2004, que le auparon para su victoria electoral, tenían que ver con su
confrontación con la derecha, sus vínculos con la izquierda social y los movimientos
progresistas y la expectativa de un avance en los derechos civiles, políticos y sociales.
Por tanto, la frustración de esa corriente social indignada con la clase política
gestora de la austeridad para las capas populares, su crítica al poder económico y
financiero, como principales culpables de la crisis, así como el malestar ciudadano, son
profundos, realistas y justos. Ese fenómeno refleja una mayor conciencia del papel
positivo de la propia activación ciudadana y constituye una exigencia de regeneración
democrática del sistema político y una reorientación social y ética de las izquierdas.
No obstante, la realidad es que la conformación de un campo social, con una
cultura progresista y una representación y articulación social, tiene unos ritmos
específicos y unas características distintas a la configuración de los campos electorales,
con la estructuración de unas opciones políticas y una estructura organizativa, creíbles y
relativamente cohesionadas con un proyecto político y el condicionamiento de los
mecanismos electorales.
El concepto ‘resistencias’ sociales o colectivas se adecúa a la realidad de los
equilibrios de fuerzas y los caminos a recorrer. Las protestas colectivas no consiguen
mejoras materiales inmediatas, sino que son freno al empeoramiento impuesto y
generan la deslegitimación de sus gestores, para promover el cambio de políticas e
instituciones. Estamos en un ciclo ‘defensivo’, de impedir retrocesos en las condiciones
y los derechos sociales y democráticos de la ciudadanía, aunque esa posición es
imprescindible completarla con un proyecto social y democrático, de transformación
progresista.
El significado de la acción sociopolítica, la protesta social y las resistencias
ciudadanas es impedir la deriva regresiva, antisocial y autoritaria. Esos componentes no
son simplemente el contexto de la acción colectiva de la ciudadanía activa, como si
fueran las circunstancias externas que rodean el hecho fundamental. Por el contrario, el
actual proceso de movilizaciones populares tiene sus bases, sus objetivos y su sentido
en esa realidad socioeconómica y política y expresan la aspiración a su cambio. La
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especificidad del actual proceso de resistencias colectivas es que señala su rechazo a
componentes ‘sistémicos’ de la realidad socioeconómica y política y apunta a reformas
profundas de carácter social y democrático.
El descontento ciudadano con esa clase política, incluido el aparato socialista en
la medida que no corrige claramente su orientación, está fundamentado, es justo y
conveniente. Supone un valor positivo y democrático para regenerar el sistema político
y reorientar la acción socioeconómica y laboral. Tiene insuficiencias y una débil y
fragmentada representación social. Esa corriente indignada está relativamente huérfana
de representación política y gran parte de ella sigue votando a los mismos partidos
mayoritarios, por más que ya ha tenido un significativo efecto en el apoyo electoral a
otros partidos minoritarios y de izquierda.
Su evolución depende, sobre todo, de la consolidación de una dinámica creíble
para derrotar esa estrategia de austeridad, abrir un horizonte más justo en la salida de la
crisis y una mayor democratización del sistema político. El bloqueo de esa expectativa
colectiva, progresista, solidaria y democrática, podría generar otras dinámicas
contraproducentes, adaptativas individualmente y segmentadas o, entre ciertos sectores,
de carácter populista, xenófobo o exclusivista. En definitiva, la indignación ciudadana
es una corriente social a impulsar, encauzar y madurar, no a debilitar, desprestigiar o
minusvalorar.
Particularmente, desde el año 2010, estamos en otro ciclo sociopolítico y de la
protesta social. No solo cambia el contexto, las circunstancias que rodean el hecho
principal: el rechazo ciudadano a una política antisocial y poco democrática. Esos
elementos forman parte del sentido y el significado de las resistencias colectivas en una
situación defensiva respecto del poder. Es mayor la disociación entre su componente
expresivo o dimensión social y sus logros reivindicativos de mejoras en las condiciones
materiales o los derechos individuales y colectivos.
Desconocer los componentes socioeconómicos y laborales y, en otro sentido, las
respuestas del mundo sindical, deja sin explicar aspectos sustantivos de este ciclo de
movilización social. Las protestas colectivas actuales, las más amplias y generales (las
huelgas generales y las grandes manifestaciones sindicales o ciudadanas, hasta algunos
masivos conflictos sectoriales pero también cívicos, como en la educación y la sanidad)
apuntan a elementos más sistémicos o de conjunto que otras experiencias más parciales.
Así, infravalorar el contenido social de ese proceso de contestación ciudadana, dificulta
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analizar su significado, sus causas y sus objetivos. Nos alejaría de la realidad,
dificultando una interpretación adecuada y, sobre todo, una estrategia o un proyecto
sociopolítico acertado.
Rebajar este enfoque social y crítico generaría, por una parte, el embellecimiento
de la gestión socialista y la derecha, basada en la austeridad, y, por otra parte, la
minusvaloración del fortalecimiento de la ciudadanía activa y, más en general, de la
articulación de un fuerte movimiento social transformador de la realidad
socioeconómica y política. Y este factor es clave para promover una salida más justa y
equitativa a la crisis y asegurar un modelo social avanzado para los países europeos.
La cuestión es la perspectiva y las características de la conformación de los dos
campos y su interrelación: el social o sociopolítico y el político-electoral. Es difícil, con
las tendencias actuales, asegurar la certeza de una salida justa y solidaria de la crisis. No
obstante, es imprescindible proponer y empujar por un proyecto transformador,
referencia para los sectores de izquierda, estímulo para la ciudadanía activa y
condicionamiento de los equilibrios y acuerdos más amplios que puedan definir fases
intermedias y aislar a los núcleos de poder más reaccionarios. Ello permitirá una mayor
firmeza y determinación de los distintos agentes sociales y superar la inercia adaptativa
o la simple supervivencia representativa. Es el sentido de una alternativa sociopolítica y
una teoría social crítica que permita fortalecer la acción práctica igualitaria y
democrática, así como el compromiso solidario.
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