Alfonso Pérez Romo La Universidad Hispanoamericana ante el futuro De que la universidad está en crisis, no hay la menor duda; se han escrito más páginas comentándolo que las dedicadas a otros fenómenos no menos graves del proceso educativo. Abundan las descripciones que definen y caracterizan este período de la vida universitaria, pero es evidente que están faltando reflexiones que permitan precisar los caminos de salida, basados en planteamientos lógicos y factibles. No sabemos exactamente hacia dónde podrá ir la universidad en el futuro; pero deberíamos conocer con seguridad hacia dónde convendría que fuese y desarrollar los instrumentos, la inspiración, la voluntad y el espíritu de lucha necesarios para conducirla hacia allá. Está fuera de toda duda que el Estado, a través de sus cuerpos de gobierno, ejerce sobre la universidad toda la presión que le permite aquello de: «Quien paga manda.» Sería pueril suponer que un Estado con toda la fuerza estructural, la concentración de autoridad, el monopolio de información y la escasa capacidad para aceptar y asimilar la crítica —como es el caso de los gobiernos hispanoamericanos, desde Castro hasta Pinochet, sin exceptuar a ninguno de los demás, independientemente del color con que se vistan o el artilugio que los distinga—, y teniendo bajo sus hombros el peso económico de la universidad, no tratara de capitalizar esta irresistible fuerza coactiva para silenciar, oprimir, promover, alentar, acelerar o frenar a las Universidades. En otras palabras, para ejercer el control sobre ellas. Una muestra de esta viciada situación la dan las universidades mexicanas del sistema estatal, que son a la vez víctimas y muchas veces provocadoras de una situación de desigualdad injusta y ridicula en materia de subsidios oficiales. Cada una de las universidades, separadamente, lleva a cabo las negociaciones de su presupuesto anual, frente a un complejo burocrático desesperadamente lento y en el que casi nunca se adivina la cabeza oculta que decide. Si a esto se añade que ciertas universidades, pretendiendo acogerse abusivamente a una autonomía mal entendida, no dan Cuenta y Razón, n.° 13 Septiembre-Octubre 1983 3 cuenta a nadie de la gestión de sus fondos, los utilizan abiertamente para agitación política y no pueden presentar documentaciones comprobatorias de sus gastos, comprenderemos por qué la desconfianza, el juego de fuerzas ocultas, las presiones demagógicas y la desinformación presiden estas «negociaciones», que, en rigor, no deberían de serlo. Como es fácil que suceda en estos casos, frecuentemente él chantaje y la presión política dan mejores resultados que el orden administrativo y la honestidad, y, así, algunas universidades consiguen jugosas aportaciones del Estado, mientras otras se debaten en la más rigurosa pobreza. Repasemos el apoyo estatal a las diversas universidades mexicanas; comparemos subsidios con número de alumnos inscritos y comprobaremos, lo anterior. Las desigualdades presupuestarias, los recursos económicos a nivel de estricta subsistencia y los frecuentes déficit inciden sobre la calidad académica, nulifican o hacen inoperante la investigación y crean un ambiente de frustración y desaliento que se manifiesta por el ocio destructivo, la irresponsabilidad estudiantil ante su propia formación, la intromisión de grupos extrauniversitarios y la violencia; se ha iniciado así el círculo vicioso que nadie ha podido o querido romper y que ha deteriorado a tantas instituciones de educación superior en nuestra región. Una vez que se dan las condiciones apuntadas antes, los gobiernos tienen todos los pretextos para intervenir de un modo o de otro; ya sea reteniendo subsidios, cediendo a chantajes, organizando y manteniendo a su vez grupos que manipulan desde fuera, o, de plano, clausurando las universidades. Asimismo, los grupos radicales que ven a las universidades como campo de acción política desatan toda clase de abusivos ataques en favor de sus designios. En nuestro país, al menos, esta situación está derivando hacia la polarización, fenómeno que a medio plazo no augura nada bueno a la educación superior. Por un lado, algunas universidades han dejado de serlo en el más claro sentido de la palabra; puesto que, en vez de ser recintos para la universalidad del pensamiento y el pluralismo crítico, se han convertido en baluartes ideológicos excluyentes, fanatizantes y dogmatistas, cuando no en verdaderos apéndices de algún partido político, con o sin apoyos de intereses extranjeros. Como reacción contra este despojo a la libertad de conciencia, se está produciendo una respuesta que conlleva a la creación de ámbitos de estudio igualmente excluyentes, pero de signo contrario: la proliferación de universidades privadas que, por el hecho de absorber todo el apoyo financiero y los recursos económicos de la llamada «iniciativa privada» responden más a un mecanismo de defensa de intereses creados que a una verdadera vocación universalista abierta y plural. Todo ello no está teniendo otro efecto que lesionar al sistema estatal de universidades, cuya misión ha sido hasta hoy, y debe seguir siendo en el futuro, formar los recursos humanos que el país necesita para organizar su vida política, científica, económica y social. La llamada «explosión demográfica» por sí misma, acompañada de otros factores que han promocionado a un número cada vez mayor de jóvenes hacia la educación superior, ha venido a plantear a la universidad hispanoamericana uno de sus más angustiosos problemas: la masificación. Aunque hay autores que afirman que el ingreso indiscriminado de grandes masas de estudiantes a nuestras universidades no necesariamente deteriora la calidad académica de las mismas, me parece que una afirmación así, ante la realidad de universidades empobrecidas, sin capacidad física ni instalaciones modernas y suficientes para practicar e investigar, con programas anacrónicos de estudio, con graves fallos administrativos, y con un profesorado palmariamente insuficiente, resulta llena de ligereza y peca por lo menos de demagógica e irresponsable. La masificación es catastrófica para el nivel educativo de cualquier comunidad humana. Hablar de «educación de masas» no es lo mismo que hablar de «educación masificada». La formación universitaria de los hombres siempre será un proceso de transformación personal de individuos, y el reto de la universidad futura estará en adecuarse para formar a un número de individuos (uno a uno) infinitamente más numeroso que hasta hoy. Resulta claro que lo primero que habrá que conseguir es un número mayor de universidades, en lugar de la absurda «solución» de reventar materialmente las pocas existentes, aunque esto sea dictado por nuestras limitaciones y pobrezas nacionales; además, queda igualmente claro que la universidad, como la conocemos hoy, tendrá no sólo que multiplicarse y rehabilitarse, sino sufrir una honda transformación en todos los aspectos para poder superar este reto. Es evidente que para seguir siendo esencial y radicalmente la misma y al mismo tiempo educar mejor a un volumen creciente de individuos de todos los estratos sociales, la universidad tendrá que cambiar. La masificación de las universidades se complica porque se ha vuelto una coyuntura política y un pretexto de agitación y demagogia; pero también porque las universidades fueron tomadas por sorpresa y desfasadas por el fenómeno; no hay profesorado idóneo ni suficiente, ni tiempo ni elementos para formarlo al ritmo que demanda la avalancha; las instalaciones están pictóricas o deterioradas; los recursos presupuestarios, aunque mayores, son cada vez más insuficientes, y un estudiantado cómodo e irresponsable, soliviantado por los heraldos de una justicia social entre comillas, se niega a poner el aporte de su trabajo para pagar su formación, como si viviéramos en un país de menesterosos espirituales, de tarados físicos o de parásitos sociales. ¿Cómo es posible que un sujeto, viviendo ya sus veinte años y pretendiendo hacerse hombre, no sea capaz de ganarse los cigarros que se fuma o los libros que lee y acepte ser un mantenido del gobierno o de su familia? ¿Hemos hecho cuenta del inmenso costo por «lucro cesante» que resulta de una juventud que no concurre al producto nacional? ¿Resulta justo que un profesional más o menos bien remunerado no devuelva el costo de su formación profesional por el hecho de que ayer fue hijo de un obrero o de un campesino? ¿Resulta justo que una enorme cantidad de estudiantes de clases acomodadas que abarrotan de automóviles de último modelo los estacionamientos de nuestras universidades cursen sus carreras gratuitamente, mientras que en el campo mexicano los niños no pueden todavía romper el promedio del cuarto año de primaria? ¿Cómo es posible que en este país una persona consiga con facilidad un crédito para engordar cerdos y no pueda obtener lo mismo para educar a sus hijos? El crédito educativo, que la Universidad Autónoma de Aguascalientes inició en nuestro medio, es un instrumento de verdadera justicia, cuyos resultados excelentes ya se están palpando y pueden ser comprobados. Si somos suficientemente sinceros y objetivos, aquí tiene el país un excelente instrumento para que las universidades sean más autónomas y más prósperas y sus estudiantes más responsables, mejores profesionales y más hombres. Tal vez el paso siguiente sería llegar, mediante algún sistema objetivo y apropiado, al pago de cuotas diferenciales. Un sistema de crédito así complementado sería insuperable desde el punto de vista de la justicia y multiplicaría el recurso financiero de las universidades hasta límites insospechados. Además, se aflojaría la presión que sufre el Estado a nivel de educación básica, hacia donde podría canalizar recursos adicionales que buena falta hacen. El problema de la masificación de la educación superior no radica sólo en la explosión de la demanda, sino también en el sistema universitario (por llamarlo de alguna manera) que lo está sufriendo. Por eso, el planteamiento del problema, presentando alternativas que sólo afectan o una de las dos causales, resulta arbitrario, irracional e ineficaz. Reducir la posibilidad de solución a las dos irreductibles y cerradas alternativas del numerus clausus y la mal llamada «democratización», equivale a situarse en los dos territorios extremos de un elitismo (aunque sólo se tratara del intelectual) o de la demagogia más destructiva. ¿Hay derecho a negar la oportunidad de educación superior a millares de jóvenes por el hecho de que el sistema, tal como está hoy, no puede integrarlos? ¿No resultaría letal (como ya lo estamos experimentando) para el sistema universitario y para la nación misma, el admitir a cualquier aspirante (o a millares de ellos)., sin exigirles un mínimo de aptitud y rendimiento y sin tener los elementos humanos y materiales para educarlos? Confundir este libertinaje con democracia raya en los límites de la imbecilidad. El deber del Estado, de las universidades y de la sociedad que les da origen y sustenta a ambos, no es negar el derecho de educación superior a todos los jóvenes que demuestren merecerlo', así se trate de todos los estudiantes del país; tampoco lo es el permitir que una turba incontrolada termine por arrasar los escasos recursos universitarios con que contamos. Ambos planteamientos son artificiales y falsos, y las salidas que propugnan, inoperantes e injustas. El deber del Estado, de la universidad y de la sociedad entera está en revisar el sistema universitario en todas sus facetas; en multiplicarlo; en adecuarlo a las exigencias actuales y en levantar otro nuevo que cumpla satisfactoriamente ante el futuro. Deprime por igual el pensar en cortar de cuajo la oportunidad y el derecho de educarse que tienen todos los jóvenes o en la destrucción de la Universidad por la barbarie, la demagogia, la imprevisión y la carencia de esfuerzo para superar un reto de nuestro tiempo y de nuestras sociedades. Tal vez uno de los indicadores más serios de la crisis universitaria de hoy consista en el aislamiento en que se encuentran las instituciones de educación superior en relación con el Estado y los sectores productivos de la nación. Es un hecho palmario que la universidad no está formando los técnicos, los maestros, los investigadores ni los profesionales que requiere la nación en esta hora. El enorme bache de dependencia con el extranjero se sigue abriendo: la industria, el comercio, los transportes y todas las ciencias y técnicas auxiliares de la acción política se atoran en el cuello de botella del recurso humano, mientras nuestras universidades siguen licenciando multitudes profesionales que no encuentran empleo, porque están formados según el antiguo molde de programas académicos de la universidad napoleónica y para otro momento de nuestra vida socioeconómica que ya es historia. Mas no sólo el conservadurismo académico es remora de la educación superior. Además de programas anticuados que casi nunca se revisan, existe un anacrónico y paradójico punto de vista en relación con lo administrativo. Hay universidades nuestras en las que se rozan los extremos del ridiculo al considerar la aplicación de sistemas administrativos modernos dentro de las casas de estudio. Para algunos oficiantes de los templos de la intransigencia ideológica, hablar de orden administrativo, de honestidad en los manejos de fondos, de dar cuenta públicamente de las gestiones, de economizar, de evitar derroches y desperdicios, de aumentar, en una palabra, la eficiencia, es hablar de reaccionarismo y de antidemocracia: de producir técnicos en serie al servicio de los privilegiados y de otras estupideces por el estilo, Cuando conquistadores y misioneros llegaron a playas americanas, tuvo lugar la primera remesa de ideas occidentales al nuevo continente. Después de este aluvión primero, el transporte de las ideas se hizo lento, parcial y extemporáneo. El racionalismo tardó en cruzar la «mar océano» bastante más de un siglo; el romanticismo, algo así como medio siglo, y el positivismo puso sus plantas en América con una generación de retraso. En el proceso cultural de Hispanoamérica la extemporaneidad en la recepción de las ideas ha sido el rasgo más significativo. El marxismo y el existencialismo de nuestros días en América son la mejor prueba de este lamentable retardo. El positivismo se extiende en el Nuevo Continente cuando ya está en plena marcha en Europa la reacción antideterminista. El causalismo determinista, que empieza a remontarse en el siglo xvn con Newton, sube a las clases cultas de la ilustración medio siglo después gracias a Voltaire, se afirma en el xix con las doctrinas de Comte, Darwin y Marx, hasta desembocar en las simplificaciones de Spencer, Mili y Taine y acaba mansamente con la novela naturalista y experimental. Cuando este ciclo llega a su ocaso en Europa, apenas conoce su aurora en América, y por lo visto, y aunque parezca asombroso, aún no ha periclitado. En el transcurso de los últimos sesenta a setenta años han surgido una nueva física, una nueva mecánica, una nueva ciencia y, por tanto, una nueva concepción del universo que comienza ya a imponer cambios espectaculares en una nueva revolución industrial, con la automatización, la energía atómica, la conquista del espacio y los asombrosos avances de la bioquímica y la biofísica. El grueso de las artes, de las letras, del pensamiento crítico, del pensamiento político y del análisis histórico y social, en medio de los que vivimos y por medio de los cuales nos expresamos, reposa sobre supuestos científicos que han dejado de tener vigencia. La ciencia divulgada en los medios de comunicación, y aun la que se propaga en nuestras universidades, en gran parte deriva de hipótesis que hoy no se tienen ya por verdaderas. Esto significa que mientras las raíces de la mayor parte de lo que tenemos por válido en la esfera de la cultura tradicional están muertas, ignoramos en cambio y no hemos traducido a la conciencia de nuestra situación las nuevas verdades encontradas y sus inmensas consecuencias. Los herederos actuales de los positivistas corren el riesgo de dejar de ser hombres de ciencia para convertirse en inesperados espíritus religiosos que repiten y mantienen, en lugar de la verdad científica, un dogma recibido. Con ser muchos y muy complejos los problemas que aquejan a la universidad de hoy en Hispanoamérica, ninguno resulta tan grande, por oprobioso y retardatario, como este venir siendo arrastrada por los más intransigentes y anacrónicos sicofantes de pensamientos e ideologías que llegan siempre con decenios de retraso, disfrazados de progresistas, a la fiesta de la cultura. Muchísimo de lo que leemos y de lo que pensamos está cortado y sin conexión con las nuevas verdades que hoy son la base de la física y las ciencias puras. En no pocos casos la concepción del mundo de nuestros ensayistas, novelistas y políticos, y desgraciadamente de muchos catedráticos universitarios, no sólo ignora sino que contradice abiertamente las bases vigentes de la verdad científica tal como la han conocido Einsíein, Gibbs, Rutherford y Broglie. Deshacernos de lo muerto de la cultura tradicional y entroncamos en el nuevo rumbo de la ciencia actual es una necesidad perentoria de la sociedad actual y un deber de la universidad de hoy, porque en ello puede afincarse la posibilidad de salvación para una humanidad al borde del holocausto y de la locura. Para que la universidad pueda ir al encuentro del futuro con alguna posibilidad de cumplir con la exigencia de su destino, se precisan algunas acciones que deben comenzarse hoy, por difíciles que nos parezcan. Siempre habrá fuerzas cuyo interés de circunstancia las haga dirigirse en sentido contrario a la preparación del futuro de la universidad. Sin embargo, un organismo cultural que ha seguido vivo, benemérito y luminoso a través de ocho siglos, venciendo los más inmensos obstáculos y sobreponiéndose a todos los avatares de una historia turbulenta, contiene en sí mismo toda la fuerza espiritual necesaria para salir de su crisis de hoy y cumplir con el papel que el futuro le demande. Pienso que a reserva de añadir a la lista otros planteamientos mejor documentados, seis serían, por lo menos, las acciones que podrían prefigurar a la universidad del mañana. 1) Las leyes que definen y conforman la vida jurídica de la universi dad, a pesar de recientes y notables modificaciones que mejoran su status, permanecen ambiguas en cuanto un Estado que no quiere renunciar com pletamente a su control deja entreabierta la puerta al abuso sindicalista con fines políticos; es preciso definir con inequívoca claridad la autonomía de la universidad (que no será jamás extraterritorialidad). Garantizar a maestros y a trabajadores universitarios un disfrute de salarios y prestacio nes automáticamente homologado con el más alto que se consiga por la presión sindical en otros medios, para expulsar de la institución el pretexto legítimo con que tantas agresiones se escudan, y, por último, es preciso legislar para que el aporte económico del Estado llegue por vía de fideico miso o institución patrimonial, de manera que quede sujeto a comproba ción pública e inequívoca de correcta gestión, acompañada de las sanciones penales concomitantes a su mal uso. 2) Una legislación que mire hacia el futuro deberá establecer las con diciones para que el dinero de los sectores privados productivos llegue sin desconfianza, pero sin alternativa, a las universidades públicas, a manera de un tributo directo y sin intermediación. También es necesario que el Estado establezca un gran fondo nacional para crédito educativo, revolvente y creciente, que tienda a resolver a un tiempo la irresponsabilidad estudiantil, el inmenso subsidio que se otorga actualmente a los privilegiados que llegan hasta la educación superior y la incapacidad del mismo Estado para echarse a cuestas una educación gratuita, que, si se justifica en el niño, resulta vergonzosa y denigrante en el adulto. Las universidades deberán disfrutar de amplios patrimonios cedidos a permanencia por el Estado, porque su tarea no es sobrevivir a niveles mínimos académicos, sino mejorar cada vez sus recursos humanos y materiales para estar al día con la exigencia de su hora. 3) No se puede pensar a un tiempo en altos niveles académicos y educación masificada; se necesitan más universidades, pero también di ferentes. Si alguna investigación es de primera importancia en la universidad de hoy, es la de las técnicas educativas. Si la capacidad de maestros, aulas, bibliotecas y laboratorios es insuficiente para contener durante todo el horario hábil al estudiantado que aumenta, será indispensable compartir maestros e instalaciones de manera que se pueda hacer el tránsito de un estudiantado escolarizado a permanencia, a otro parcialmente escolarizado que ocupe la planta algunas horas en prácticas y asesorías y estudie en su casa bajo nuevas técnicas y materiales especiales. Es claro que no todos los estudios pueden ser hechos por este sistema; pero muchos lo serán, y así la universidad tendrá posibilidades de ampliar enormemente el uso de sus recursos, cubriendo a una población mucho mayor. Pienso no exactamente en lo que hoy se denomina «enseñanza abierta» sino en algo todavía inconcreto y explorable que podría llamarse «escolaridad compartida», cuyas claves serían el personal docente especializado, el material didáctico ad hoc y tal vez la incorporación, mediante procesos complejos de coordinación, de toda capacidad instalada, comercial, industrial o agropecuaria, pública o privada, que pueda ser integrada con proyectos de formación universitaria que incluyan, a la vez, la experiencia del trabajo práctico y la supervisión universitaria. 4) No será posible que la universidad cumpla su cita con el futuro sin el personal docente específicamente preparado para esa función y en nú mero suficiente. Ese recurso humano no va a proporcionárselo nadie si ella misma no lo forma. Habrá que dedicar una parte muy considerable del esfuerzo y del patrimonio de las instituciones universitarias a un programa permanente de investigación y formación de profesores, y tal vez se tenga que llegar a un servicio social obligatorio en diversas actividades directas o auxiliares de la enseñanza, como requisito legal indispensable para obtener títulos universitarios. 5) Las estructuras administrativas heredadas de viejos institutos, nacidos cuando aún no se conocían los recursos modernos de la administración, son un grave obstáculo para la actualización de la universidad en cualesquiera otras de sus funciones. Las hay en que no existe ni forma rudimentaria; otras, absurdamente complicadas, y todas, nacidas no de una planificación profesional, sino como legados anacrónicos que inexplicablemente no se tocan o como ocurrencias de sus grupos directivos. Muchos de los instrumentos legales en que se sustenta la gestión administrativa de nuestras universidades no son aptos para la exigencia del presente y desde luego forman un obstáculo impasible para cualquier intento de actualización. Hay muchas universidades que otorgan títulos en ciencias administrativas y están pésimamente administradas. Aún hay quienes piensan que autonomía es campo inmune para la agitación y la violencia; territorio cercado donde las leyes no tienen vigencia o grandes tesorerías que presupuestan a la sombra, erogan en el misterio y no deben dar cuenta a nadie de su gestión financiera. La creación de especialistas en administración educativa es absolutamente indispensable si se quiere trasponer el umbral del mañana. No se puede pensar en ninguna transformación académica y científica sin una estructura moderna y funcional que la encauce y sustente. 6) El árbol de la ciencia del bien y del mal está retoñando nuevas raíces. Las consecuencias de ese cambio son inmensas y abarcan desde la concepción del mundo hasta la estructura de la sociedad y la actitud del hombre frente a la naturaleza y el destino. En un tiempo en que tanto se ha hablado y se habla de revoluciones, pocos se han percatado de la inmensa revolución que está ocurriendo en el mundo de la ciencia y de sus aplicaciones, que ya han condenado a muerte a muchas de nuestras ideas y han de cambiar nuestras vidas mucho más allá de lo que revolucionarios y utopistas hayan podido nunca imaginar. Esta deberá ser la tarea y la búsqueda fundamental de nuestras universidades y de nuestros hombres de pensamiento: mantener encendida la llama del quehacer filosófico, ponerse al día con la ciencia nueva y anticipar sus inmensas consecuencias. A. P. R. * * Ex Rector de la Universidad Autónoma de Aguascalientes (México).