Rafael Böcker Zavaro, Universitat Rovira i Virgili, Tarragona rafael.zavaro@urv.cat 1. Introducción. En las últimas décadas se impuso la tesis neoliberal de que debían levantarse las barreras del bienestar socialdemócrata, y dejar actuar a las fuerzas del mercado. El monetarismo, con su freno a la emisión de moneda por los grandes bancos centrales, impuso una política monetaria restrictiva, el descenso del gasto público y de los impuestos, conjuntamente con la necesidad de privatizar. Estas medidas constituyen el nuevo paradigma económico que en el día de hoy impone en Europa una política de ajuste y la flexibilización del mercado de trabajo. No obstante, estas políticas no constituyen en sí mismas la mejor opción hacia la racionalidad económica. Son el resultado de una opción ideológica inspirada en el neoliberalismo conservador. Esta ponencia analiza la incapacidad de las teorías ortodoxas para abordar las causas de la crisis y de las políticas de austeridad para salir de ella. Ambas están dirigidas a limitar los recursos y capacidades del Estado y ajustar los salarios de los trabajadores, pero no así las transferencias multimillonarias que se han hecho a los grupos financieros. Con ello se sustrajo de la economía real enormes recursos que minan el bienestar de la población y de la demanda agregada en tanto palanca de crecimiento económico y generación de empleo. Abordaremos aquí los ajustes aplicados en Europa, que recuerdan aquellos implantados durante los años noventa en América Latina, producto también de políticas neoliberales en el marco de crisis de deudas soberanas. Analizaremos ambos casos, en los que los países entran en números rojos, y en lugar de 1 recaudar más a través de impuestos a las altas rentas y al sector financiero, deben hacer frente a los condicionamientos de ajuste de organismos internacionales de crédito y a las crecientes tasas de interés para contraer nueva deuda. Todo ello explica en gran parte que Europa no sólo esté estancada económicamente desde hace un año, sino que según los últimos datos del Eurostat el espacio europeo termina el año 2012 en recesión. Por último, presentaremos el caso argentino de la última década, en tanto alternativa para salir de la crisis a partir de políticas heterodoxas. 2. Keynes y economía ortodoxa. En 1936 John Maynard Keynes (1985) publicó su Teoría General de la ocupación, el interés y el dinero, obra que lo convirtió en el economista más influyente del siglo XX. Kicillof (2008) destaca que su nombre aún sigue ligado férreamente a las políticas económicas expansivas y en general a todo avance de la intervención del Estado en los asuntos económicos. Si bien el tipo de políticas públicas que Keynes defendió era frecuente en la década de 1930, sus teorías representaron un esfuerzo consciente por retratar los cambios profundos que modificaron al Estado y al sistema capitalista a principios del siglo XX. Así, pues, para Kicillof la Teoría General es la manifestación de una crisis en la teoría económica ortodoxa en el marco de la más grande crisis del capitalismo. Keynes creía que esta teoría había sido concebida para una etapa histórica ya pasada, razón por la que sus enseñanzas eran engañosas, y negativas si se intentaban aplicar a la realidad. En palabras de Kicillof (2008:23), “cuando llegó el turno de lidiar con la inflación de posguerra como cuando, poco después, sobrevino la depresión, la ortodoxia 2 defendió y pretendió aplicar –y lo hizo en muchos casos- las tradicionales políticas contractivas, encaminadas a reducir el gasto público, restringir el crédito y la liquidez, y a presionar para que se produjera una reducción generalizada de los salarios. Tanto en un contexto de inflación como de alta desocupación, la contracción es la panacea de la ortodoxia, porque supone que cuando el mercado actúa por sí mismo es infalible; de modo que la respuesta consiste en evitar toda intromisión en sus mecanismos” (esto es, del Estado y los trabajadores organizados). En este sentido, Keynes (1985) introdujo una perspectiva dinámica en el análisis económico que le permitió tratar la inestabilidad cíclica a corto plazo de las economías desarrolladas. De este modo, sentó las bases de lo que luego serían las teorías del desarrollo económico en la postguerra (economía del desarrollo, estructuralismo latinoamericano, teorías de la dependencia...), pues rompió el esquema de la monoeconomía neoclásica y, concretamente, rechazó que los agentes económicos fuesen racionales y los mercados se equilibrasen. Incluso, no sólo situó el problema económico principal en la infrautilización de recursos (desempleo y subempleo de capital físico y humano), sino que vio en la intervención estatal una solución al desequilibrio del mercado o al equilibrio ineficiente del mercado autorregulado. De este modo, las políticas económicas se elaboraron, en la postguerra, como un mecanismo sistemático para corregir los fallos surgidos del libre funcionamiento de los mercados, que, además, son inherentes a los ciclos económicos. Keynes cambió completamente el punto de vista de la economía, al abandonar el estudio del comportamiento de los agentes y de los mercados, para pasar a 3 analizar directamente las variables agregadas. Con ello rechazó el análisis individual, y estableció que el Estado debía de gestionar el mercado, al igual que debía gestionar la demanda global. En palabras de Rojo (2006:91), Keynes avanzó “en sus posiciones intervencionistas a lo largo de los años treinta. Rechazaba la propiedad pública de los medios de producción; confiaba en la eficacia del mercado para asignar los recursos a largo plazo y creía que la centralización de las decisiones sólo llevaría a mayores despilfarros; pero pensaba que el mercado había fracasado en la determinación del volumen -no de la dirección- del empleo efectivo y consideraba necesaria la intervención del Estado para determinar el volumen total de los recursos dedicados a aumentar el capital productivo y mantener así niveles altos de demanda y empleo”. Keynes estableció que en una situación de fuerte paro involuntario, era posible crear empleo y reducir el salario real a través de una política orientada a incrementar la demanda agregada de bienes y servicios, y es que las variables originadas por el lado de la demanda agregada son causas más importantes y frecuentes que las variaciones del lado de la oferta en la generación de fluctuaciones económicas. De los dos grandes componentes de la demanda privada en una economía cerrada, el consumo depende establemente de la renta mientras que la inversión, aunque sensible a las variaciones del tipo de interés, aparece dominada por las expectativas inciertas de los empresarios sobre el futuro. En consecuencia, Keynes atribuye a la inversión privada el origen más importante y frecuente de las variaciones de la demanda agregada y, por tanto -dadas las rigideces e inercias de costes y precios en el corto plazo-, de las variaciones en la producción y en la renta real. La consecuencia de este análisis fue que a partir de Keynes la intervención del Estado será 4 considerada como fundamental. De esta manera, la intervención estatal es, en este periodo, un mecanismo directamente productor de relaciones sociales, y no un mero “racionalizador” de los costes que el modelo de desarrollo económico generó. De este modo, podemos plantear que la metamorfosis a la que fueron sometidas las ideas originales de Keynes dejó de lado un conjunto de elementos centrales que son imprescindibles para comprender algunas causas de la crisis actual, diseñar políticas para impulsar la actividad económica y regular los mercados financieros. Una de esas ideas esenciales de Keynes es la de que el nivel de actividad está determinado por el gasto, por la demanda efectiva. Keynes invirtió la causalidad vigente en las teorías ortodoxas otorgando un lugar predominante a la demanda efectiva. Así, para impulsar el nivel de actividad se requiere inversión y gasto público y privado. A pesar de la fortaleza lógica y empírica de ese razonamiento, la visión de Keynes fue abandonada. En su reemplazo se instaló la reducción del déficit fiscal mediante el ajuste como mecanismo para reactivar la actividad económica. 3. Contrarevolución neoclásica y neoliberalismo. El dominio neoclásico, que marcará las últimas décadas del siglo XX, tuvo lugar a consecuencia de que el crecimiento “dorado” -de 1950 y 1960- se vió bruscamente alterado en los primeros años de los setenta. El PIB, por primera vez, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, disminuyó, la inflación duplicó su ritmo de crecimiento, y los tipos de interés nominales y las tasas de paro crecieron con fuerza. Esta desaceleración económica provocó la crisis del modelo de producción industrial de la postguerra al tener éste dificultades de 5 adaptación a las fluctuaciones de la demanda, a la diversificación de productos y a la segmentación de los mercados. Además, la desaceleración generó cambios en la política fiscal y de redistribución de la renta. El cambio esencial en la fiscalidad fue la tendencia a dar mayor peso a la eficiencia frente a la equidad. Esto se tradujo en reformas fiscales basadas en tres principios: (1) reducir los incentivos perversos de la imposición directa anterior, (2) potenciar el principio de equidad horizontal -tratar igual a los iguales- en detrimento de la vertical -tratar de forma diferente a los distintos-, y (3) simplificar administrativamente el impuesto. Cambios que eran el reflejo de las nuevas políticas estructurales de oferta orientadas a reducir la excesiva intervención y regulación estatal, lo que se plasmó en la aceptación generalizada del principio de subsidiariedad. Bajo este principio quedó establecido que el sector público sólo debía hacer aquello que demostrara hacer mejor que la iniciativa privada, lo que determinó los siguientes efectos (Segura, 2005): 1) el primero fue el proceso de liberalización de mercados que, en muchos casos, pasaron a ser de ámbito mundial. La reducción de barreras arancelarias y otros obstáculos al comercio mundial, los avances en la construcción de áreas supranacionales como la Unión Europea (UE), las reformas de los mercados de trabajo, la liberalización de los mercados de capitales y de divisas son ejemplos significativos de este proceso; 2) el segundo fue el cambio en las políticas regulatorias. Frente a la regulación y la proliferación de toscos instrumentos de intervención cuantitativa que interferían en el funcionamiento de los mercados, las nuevas prácticas regulatorias se fueron haciendo más sensibles a generar incentivos compatibles con un comportamiento eficiente de los mercados, y 3) el tercero 6 fue el intenso proceso de privatización de empresas públicas y de externalización de diversos servicios públicos. Detrás del principio de subsidiariedad estaba la creencia de que ya no se daban las condiciones para una expansión rentable utilizando métodos keynesianos, lo que llevó a economistas y gobiernos al convencimiento de que puesto que las políticas de demanda -monetaria y fiscal- tenían a largo plazo efectos inapreciables y difíciles de predecir, el objetivo de la política económica debería concentrarse en favorecer el funcionamiento eficiente de los mercados y crear las condiciones de estabilidad que favorecieran el crecimiento sostenido de la economía (Lal, 1983). Esto trajo consigo que, frente a la política económica keynesiana, las políticas de oferta se apoyaran en los siguientes dos pilares: 1) las políticas económicas debían perseguir como objetivo fundamental la estabilidad, ser neutrales y sustituir la discrecionalidad por reglas de comportamiento estrictas y conocida por los agentes económicos que, de esta forma, verían reducida su incertidumbre y podrían incorporarlas en sus decisiones económicas, y 2) la influencia del sector público en los procesos de asignación de recursos debía instrumentarse mediante un adecuado sistema de incentivos y no por medio de la intervención directa en los procesos productivos, dando mayor protagonismo a los mercados y eliminando en lo posible los obstáculos para su funcionamiento flexible. Estos dos pilares van a marcar la teoría positiva del sector público o teoría de los fallos del Estado. Una teoría para la que los fallos del mercado serían una condición necesaria, pero no suficiente, para justificar la intervención estatal, y el objetivo analítico de esta teoría será expansionarse desde la comprensión de los procesos de adopción de decisiones en el mercado al estudio de los 7 procesos de adopción de decisiones de relevancia económica en la esfera política. Así, se va a difundir la convicción de que la desaceleración económica está en los fallos del Estado, es decir, en las reglas constitucionales que gobiernan los usos políticos de la sociedad y el funcionamiento del propio sistema económico y fiscal. Esas reglas son restricciones jurídicas y sociales que es preciso remover, dado que no está garantizada la existencia de una elección pública construida a partir de las elecciones individuales -teorema de la imposibilidad de Arrow (1974)-. La teoría positiva del sector público se va a colocar, por otra parte, en la vanguardia de una nueva campaña moral. Para esta campaña, la justicia social era un espejismo; los derechos sociales, una versión moderna del desatino sobre zancos; la imposición obligatoria, una forma de hurto o, todavía peor, un equivalente del trabajo forzoso. Esta campaña, que lideró lo que en la década de los ochenta se denominó la “Nueva Derecha”, planteó que el Estado del Bienestar, al desbordar la línea de demarcación natural, se había transformado en coactivo y, a través de su paternalismo, socavaba sistemáticamente la iniciativa e independencia de sus ciudadanos (Roque, 2004). Para esta “Nueva Derecha”, el Estado del Bienestar era necesariamente paternalista, no respetaba a los individuos como agentes pensantes y decisores, y se apoyaba en el uso de la coerción ilegítima por medio de la cual hurtaban los recursos a quienes poseían títulos para mantenerlos en su poder, evitando que los individuos cumplieran sus propios valores a su manera. Con total independencia de sus fallos prácticos, para la “Nueva Derecha” el Estado del Bienestar era moralmente insolvente. 8 Históricamente, la hegemonía de la economía neoclásica obedeció en gran medida al descrédito del análisis keynesiano, a la crisis de las perspectivas alternativas del desarrollo. Descrédito que explica la influencia del pensamiento neoclásico en las ideas y los programas de los principales organismos internacionales cuyas críticas al intervencionismo gubernamental y el culto a las virtudes del libre mercado procuraron una redefinición del Estado en todos sus frentes, tal y como quedó reflejado en la década de los ochenta con las denominadas políticas de estabilización seguidas de una política de ajuste estructural, y en la década de los noventa en el llamado “Consenso de Washington”. “Consenso” que pretendía dar respuesta a la crisis de la deuda externa que afloró a partir del 15 de agosto de 1982, cuando México anunció la imposibilidad de cumplir con los pagos de su primer paquete de medidas de ajuste estructural para salir de la crisis (Williamson, 1990): conjunto de medidas consistentes en una primera etapa de estabilización de la economía eliminando la inflación y el déficit exterior como principales desequilibrios macroeconómicos, y en una segunda etapa de ajuste estructural, encaminada a generar un modelo de desarrollo orientado al mercado (Bulmer-Thomas, 1996). Estos aspectos configuraron el denominando globalismo (Beck, 1998), en tanto integración económica mundial bajo el dominio de una práctica e ideología económica, social y política neoliberal o neoclásica. Práctica e ideología que incorpora lo que el Grupo de Lisboa (1995) llamó “evangelio de la competencia”. Un evangelio para el que la competencia es la respuesta a casi todos los problemas económicos (Emmerij, 1998). 9 El culto a la competencia aduce como legitimación la creencia de que el libre comercio acaba conduciendo a los países a un óptimo de crecimiento y bienestar, y es que bajo este culto laten los siguientes postulados de la teoría neoclásica del desarrollo (Hunt, 1989): 1) la creencia en la desigualdad económica como incentivo humano; 2) la creencia de que las operaciones del mercado sin intervención gubernamental maximizan la eficiencia y el bienestar; 3) la creencia en el propio beneficio mutuo del comercio internacional, y 4) la creencia en la importancia del sistema de precios como referente de información fundamental para la asignación de recursos. Sin embargo, este culto y estos supuestos trajeron a partir de los años noventa una “nueva era de las desigualdades” (Fitoussi y Ronsanvallon, 1996). Donoso (2002) especifica sus principales rasgos: (1) el retroceso de la estructura productiva de los países del Sur a patrones propios del siglo XIX, centrados en las ventajas naturales de explotar y exportar ciertos recursos; (2) la contracción del sistema productivo, en la medida en que ramas o segmentos de ramas industriales caen destruidas ante la competencia sin regular de las importaciones, y ello debido a una política que no ha adoptado ninguno de los países desarrollados; (3) la dislocación de la estructura productiva nacional, puesto que el capital extranjero adquiere industrias, o fragmentos de industrias, que supedita a sus propias estrategias e intereses, y (4) la apertura irrestricta al exterior tiene como consecuencia que las bases de la existencia material de regiones y países pasan a depender de agentes extranjeros, que no dudan en abandonarlas, transformarlas o destruirlas cuando no sirven a los intereses de un elevado beneficio económico. 10 4. Crisis económica y social en Europa. Cada paso de las potencias centrales hacia la superación de su crisis es en realidad un nuevo paso hacia la recesión. Los subsidios otorgados a los grupos financieros abultaron las deudas públicas sin lograr la recomposición durable de la economía. Y, posteriormente, cuando intentaron frenar dicho endeudamiento, agravaron el estancamiento convirtiéndolo en recesión, deteriorando las fuentes de los recursos fiscales y eternizando el peso de las deudas. Ante esta situación han aparecido en los medios de comunicación un coro variopinto de neoliberales moderados y semikeynesianos que exigen suavizar los ajustes y alentar “el crecimiento”. A lo que los tecnócratas duros (sobre todo en Europa) responden que los Estados, las empresas y los consumidores están saturados de deudas y que este camino ya no es transitable. Ambas posturas tienen algo de razón, porque ni los ajustes ni los repartos de fondos son viables a mediano plazo, en realidad el sistema tal cual está planteado es inviable (Beinstein, 2012). El problema es que estas políticas de rescate a la banca posteriores al 2008 han transformando a los Estados del sur de Europa en avalistas de sus bancos y sector financiero para garantizar el endeudamiento con bancos y sectores comerciales alemanes. Estos últimos, a su vez, aplicaron una estrategia de “crédito con condicionamientos” a la soberanía de los países endeudados, con dinero excedente obtenido por las exportaciones alemanas, y apoyado por el esquema instalado del Euro y sus tres condiciones estructurales: baja inflación, un déficit público no superior el 3% anual y una deuda pública no superior al 60% del PIB. 11 Como los Estados del sur de Europa se transformaron en avalistas de su sector financiero endeudado (en un contexto de crisis de deuda soberana), para poder refinanciar estas deudas debieron comprometerse a drásticos recortes para reducir el gasto público: recortes y privatización en salud, educación, servicios públicos y flexibilización precarizadora del sistema previsional y el mercado de trabajo. Ello está garantizado, ya que los Estados europeos se comprometieron a honrar sus deudas antes de asumir cualquier otro gasto: a esto se lo llamó "la regla de oro" exigida por Alemania, y que España, como “alumno ejemplar”, reforzó al incorporarlo en su reforma de la Constitución. De ahí puede comprenderse que los Estados periféricos europeos han venido perdiendo autonomía frente a los lobbys internos y externos, siguiendo una agenda de gobierno marcada por los "mercados". Los datos de los cuatro países europeos rescatados son preocupantes: Grecia recibió el rescate más elevado (240.000 millones de euros), seguido por Irlanda (85.000 millones), Portugal (78.000 millones) y el rescate a la banca española con aval del Estado (53.000 millones). Mientras se aplicaban en Grecia y Portugal recortes de las pensiones y una política de privatización de empresas públicas, en Irlanda y España se retrasó la edad de jubilación. Grecia no sólo aplicó recortes al salario mínimo, sino que también impuso al igual que Irlanda despidos de funcionarios, mientras que España suprimió una paga extra a sus empleados públicos y Portugal recortó sus salarios. Además, estos últimos dos países aplicaron una política de ajuste salarial mayor: España aprobó sucesivas reformas laborales que, entre otras cosas, facilitan el despido –con lo que se ha agravado el desempleo a niveles históricos-, y Portugal disminuyó la duración de la prestación por desempleo. Además, en los cuatro países se 12 aplicó una subida del Impuesto al Valor Agregado (IVA). Como puede observarse, la austeridad se impone siempre sobre determinadas partidas –las sociales- y no sobre otras –por ejemplo, gastos de defensa-. Estas políticas austeridad generan que dichos países profundicen su crisis y necesariamente terminen arrastrando a todas las economías europeas. Su razón de ser está en que es un mecanismo para garantizar el pago de los intereses de la deuda de los Estados y para imponer progresivamente la privatización de lo público. El capital trata desesperadamente de encontrar nuevas formas de prolongar esta etapa neoliberal de lo privado: garantizar oportunidades de negocio a los grupos concentrados y de mercantilizar al máximo las relaciones sociales. Con la finalidad de que la población acepte esta disminución de su nivel de vida, se generalizaron discursos legitimadores, tales como que "hemos vivido por encima de nuestras posibilidades" y que “debemos retomar la senda del crecimiento mediante la austeridad”. Con ello, se intenta negar que durante largos años el poder político, económico y financiero ofreció de manera entusiasta enormes posibilidades de endeudamiento a la población con créditos e hipotecas. En este contexto, a la par que la sociedad se dualiza (los más se empobrecen y los menos se enriquecen), se acentúan las movilizaciones populares, el conflicto social y la represión. Las protestas de indignados por la reducción de programas sociales y eliminación de derechos laborales se extienden en España, Grecia, Irlanda y Portugal, países que cumplen con el sendero marcado por el Fondo Monetario Internacional, la Unión Europea y el Banco Central Europeo. La ortodoxia económica desconoce con entusiasmo la historia 13 económica -como la Depresión de la década de 1930 o la experiencia neoliberal latinoamericana de finales del siglo pasado-, e insiste con la propuesta del ajuste fiscal para rescatar a las economías de la recesión. 5. Kirchnerismo y desarrollo nacional. Los estímulos desplegados hoy por Estados Unidos no son suficientes para reactivar los niveles de actividad y los ajustes aplicados en Europa recuerdan aquellos implantados durante los años noventa en América Latina, producto también de políticas neoliberales en el marco de crisis de deudas soberanas. En ese contexto que desencadenó la crisis económica y social, Argentina declaró la cesación de pagos más grande de la era moderna en 2001. El gobierno kirchnerista en el poder desde 2003, concretó un exitoso canje de deuda por el porcentaje de quita de capital, la extensión del plazo de pago y la baja de la tasa de interés de los bonos que reemplazaron a los del default. Se consiguió además una aceptación muy elevada a la propuesta del trueque de papeles, alcanzando el 93 por ciento del total de acreedores en dos operaciones, realizadas en 2005 y 2010. A partir del cierre del primer canje, el kirchnerismo se ha convertido en el período político que más deuda ha pagado en forma neta desde el regreso de la democracia en 1983. Argentina abandonó el tipo de cambio fijo y reestructuró su deuda, lo que le permitió salir de la crisis y retomar la senda del crecimiento. No obstante, uno de los grandes mitos que se repite permanentemente en gran parte de las corporaciones mediáticas nacionales e internacionales es que el rápido crecimiento de la economía argentina durante la última década se ha debido al auge de la exportación de commodities. Tal y como destacan 14 economistas como Paul Krugman o Mark Weisbrot, predominan artículos en la prensa internacional con un tono muy negativo sobre la situación actual de la Argentina. La realidad es que su expansión económica se debió a la inversión y al consumo interno, producto de cambios fundamentales en sus decisiones macroeconómicas y políticas de redistribución del ingreso. Es decir, la estrategia exitosa seguida por Argentina poco tiene que ver con el “viento de cola” de la exportación de commodities. Y menos aún tiene que ver con los planes de austeridad impuestos a los países periféricos en Europa. Más bien, la estrategia seguida tiene un contenido explícitamente desarrollista. Basta indicar la orientación y los objetivos de la política económica del gobierno kirchnerista del último año. Así, en enero de 2012, luego de la reelección de Cristina Fernández de Kirchner, se reestructuró el organigrama del Ministerio de Economía, con lo que se dispuso el traspaso del área de la que dependen los directores del Estado que participan en la conducción de las empresas privadas. En total, el Estado tiene participación en unas 40 firmas, coordinados por la Dirección de Gestión Empresaria, que comenzó a depender de la Subsecretaría de Coordinación Económica y Mejora de la Competitividad. El pasado mes de septiembre de 2012 se presentó en el Congreso los principales lineamientos macroeconómicos del proyecto de Presupuesto 2013. El viceministro de Economía y secretario de Política Económica Axel Kicillof enmarcó el debate en un recorrido histórico, que fue desde la última dictadura militar, período que dio inicio al neoliberalismo en Argentina, cuya continuación fue la década menemista y los dos años de la Alianza. La desindustrialización, a apertura y la desregulación apuntalaron la especulación, el endeudamiento externo y una mayor presión estructural sobre la balanza de pagos. En este 15 derrotero, sostuvo que a partir de 2003 se inició una nueva etapa de industrialización del país, donde el Estado pasó a jugar un rol clave en la economía. Y que para sostener la economía hay que poner el gasto público al servicio de la producción y el empleo. En un encuentro en el Ministerio de Trabajo sobre formación laboral y competitividad donde participaron cámaras empresarias y sindicatos, Kicillof aseveró que “no les vamos a dar el gusto de aplicar las recetas de ajuste; el camino para lograr mejoras genuinas de competitividad es más difícil, requiere más Estado, mejores salarios, capacitación, diálogo y planificación” y que “el cambio estructural es un proceso de largo plazo. Para que la reindustrialización sea exitosa va a tomar más tiempo que los 30 años que duró la política neoliberal iniciada en 1976” (Ministerio de Trabajo, 8/11/2012). “No quieren que nos industrialicemos, quieren que Argentina sea un paraíso financiero y agroexportador”, apuntó el secretario de Política Económica, quien aprovechó su intervención para cuestionar “la política de privatización de servicios públicos con tarifas altas”, así como “la falta de inversión privada en materia energética”. Kicillof explicó que las recetas de industrialización ortodoxas para los países periféricos como Argentina exigen “industrias poco calificadas, bajos salarios, malas condiciones laborales, impedir la sindicalización para eliminar los conflictos y mega devaluaciones de la moneda (…) Aplicar las políticas neoliberales de industrialización es muy sencillo, pero sería una derrota para nuestro proyecto y no les vamos a dar el gusto”. Las experiencias traumáticas de las fases recesivas en el ciclo económico argentino predisponen a creer que toda crisis necesariamente concluirá en resultados devastadores. Los antecedentes de varias décadas ofrecen como 16 prueba fuertes devaluaciones de la moneda nacional, incremento de la desocupación, quiebra de empresas y bancos, deterioro social y fuerte aumento de la pobreza. Uno de los aspectos más destacados del actual ciclo económico es que la crisis de 2009 y la de 2012 no han tenido la resolución prevista teniendo en cuenta las precedentes: se ha comprobado que existe otra manera de transitar el trayecto recesivo de la economía amortiguando sus efectos y no profundizándolos. El actual contexto económico internacional fue una señal contundente para rectificar el rumbo en el frente fiscal que exige expansión en la fase negativa del ciclo económico. El mayor financiamiento del Banco Central al Tesoro dentro de los límites establecidos por la nueva Carta Orgánica es una medida adecuada para retomar el aliento a la demanda agregada eludiendo las políticas de ajuste. La economía estaba caminando hacia el abismo de la restricción externa, por el tipo de crecimiento en los últimos años con una fuerte alza de las importaciones, desequilibrio de la balanza comercial energética, acelerada fuga de capitales y excedentes de producción de las potencias presionando sobre el mercado local. Una fuerte devaluación con el consiguiente shock inflacionario ha sido históricamente la respuesta a la escasez estructural de divisas. El gobierno se propuso desafiar ese desenlace que viene acompañado de elevados costos sociales y políticos mediante un estricto régimen de administración del comercio exterior y de divisas. Esa fue la estrategia elegida para eludir la restricción externa por estrangulamiento de divisas en la balanza de pagos. Por otro lado, la decisión del gobierno argentino de expropiar el 51% de YPF en abril de este año permitió recuperar el manejo estratégico de la petrolera para 17 lograr el autoabastecimiento energético. Así, se está revocando una política neoliberal de los años `90 enormemente negativa para el país, a pesar que recientemente Repsol demandó al Estado argentino en el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas a Inversiones del Banco Mundial (CIADI). La recuperación de YPF fue una decisión estratégica, ya que se apostó por un plan para garantizar el autoabastecimiento energético, incrementar los proveedores locales y alcanzar una mayor sustitución de importaciones, como eje central de las políticas públicas nacionales. El actual proceso de industrialización no sólo favorece a los sectores más competitivos de la economía, sino que promueve la industrialización por sustitución de importaciones de tipo desarrollista: a través de la intervención y la planificación se impulsan sectores estáticamente no competitivos, pero con potencialidades dinámicas capaces de traccionar al resto de la economía. Junto con el control estatal de YPF, se aprobó la ley de regulación del sector de hidrocarburos. Asimismo, recientemente se creó la empresa YPF Tecnológica SA, un proyecto del que participan el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva y el CONICET, que nace con el objetivo de impulsar la formación de recursos humanos que puedan aportar su conocimiento al desarrollo de la industria de los hidrocarburos. De manera complementaria, recientemente la Comisión Nacional de Valores está evaluando alternativas de inversión, como la suscripción en bancos del nuevo bono de YPF para pequeños ahorristas, con un monto mínimo de mil pesos y una tasa de retribución del 19 por ciento. Se espera que sea una opción más rentable que atesorar en dólares. 18 En 2012 el gobierno argentino también convirtió en ley la nueva Carta Orgánica del Banco Central, lo que permitió revocar las reglas de la convertibilidad y ampliar el mandato de la institución para perseguir objetivos múltiples que incluyen el crecimiento, una distribución del ingreso más equitativa, la promoción del crédito sectorial y la estabilidad de precios. Con ello se propone la reconstrucción de una banca central que interpela la experiencia argentina de los noventa y la europea actual. En el largo período que predominó la ortodoxia en el Banco Central fue cuando más descalabros se registraron en el sistema monetario y bancario. Desde 1976, cuando la dictadura liberalizó el mercado financiero y el Banco Central quedó en manos de los liberales, se sucedieron crisis bancarias, estafas a ahorristas, estatización de la deuda externa privada, estallidos inflacionarios y cambios de moneda. En la Argentina de los años ’90, la política económica operó bajo la carga de una forma extrema de ese diseño limitado, un régimen con un tipo de cambio fijado al dólar y una base monetaria estrictamente vinculada con la evolución de las reservas internacionales. Entre 1997 y 2002, la debilidad inherente de esta política monetaria generó un colapso económico y alta inflación. No obstante, el diseño neoliberal de los bancos centrales exige que persigan como objetivo exclusivo una meta de inflación, y el único instrumento disponible para lograrlo es la tasa de interés. Con la nueva Carta Orgánica del Banco Central y su accionar de los últimos años se impide que la especulación privada del dólar afecte su nivel de reservas. La experiencia argentina indica que el Banco Central debe tener una importante cantidad de reservas internacionales como dique defensivo a los intentos de instalar un escenario de incertidumbre y gobiernos frágiles, y para 19 enfrentar con éxito corridas cambiarias. La administración de divisas y los consiguientes controles para comprar dólares de los últimos meses, puso fin a un aceitado mecanismo para favorecer y facilitar la compra de dólares y fuga de capitales, que incluía una participación directa de grandes bancos locales e internacionales. La fiscalización de las operaciones con dólares es una herramienta necesaria para disminuir la evasión y combatir el lavado de dinero y forma parte de una política de administración de divisas. El mercado muy liberal de acceso a moneda extranjera era inequitativo para la sociedad en su conjunto. La regulación del mercado de divisas fue una respuesta de emergencia ante la intensidad de la fuga de capitales: el mecanismo de control y administración de divisas fue el recurso para evitar que unos pocos acumularan una ganancia de capital por una fuerte devaluación con costos para el resto. Esta mayor regulación pudo instrumentarse porque antes hubo recuperación de márgenes de autonomía en la política económica y monetaria. De todos modos, la restricción externa por el déficit de divisas se acercó peligrosamente, sabiendo que es uno de los eslabones débiles de la economía argentina, cuyo desenlace no es otro que la crisis con una fuerte devaluación e inflación posterior, acompañada de inestabilidad política y social. El objetivo del régimen de compra de moneda extranjera fue evitar este escenario, sabiendo que las opciones son una fuerte devaluación, el ajuste fiscal o el endeudamiento a tasas de interés muy altas. Todas opciones más perjudiciales para la economía y los sectores vulnerables, incluso la clase media, que un régimen de administración de divisas. 20 Con la misma orientación, el Banco Central dispuso de manera obligatoria que los bancos públicos y privados prestaran en 2012 un total de 14.930 millones de pesos para proyectos productivos, el equivalente al 5% de los depósitos del sistema, con una tasa fija que no puede superar el 15% anual y un plazo mínimo de tres años. Las actividades que más demandaron esta línea de financiamiento fueron la industria alimenticia, la actividad metalúrgica y la rama comercial, seguidas por el sector agropecuario y el de servicios. Para el año 2013 se prevé la implementación de una nueva línea de crédito con características similares. A estas políticas se sumó la propuesta de proyecto de ley que abre la posibilidad para operar en el mercado de capitales y termina con su autocontrol. En línea con la tendencia internacional post crisis 2008 se modificará el actual mercado de capitales, que funciona como un club cerrado que se autorregula, autocontrola y se sanciona a sí mismo, que no logró el objetivo de convertirse en un canalizador del ahorro para el desarrollo, sino que ha privilegiado los componentes especulativos. Esta iniciativa que despertó duras críticas por parte de algunos sectores empresariales, otorga mayor poder de regulación al Estado sobre los grupos financieros. Se implementaron también dos medidas importantes para una mejor gestión e inversión pública. Por un lado, el programa Pro.Cre.Ar de créditos para la vivienda y la obra pública municipal, presentado por Kicillof y el ministro de Planificación Federal Julio De Vido, con el que el gobierno argentino espera llegar a fines de 2013 con una inyección de más de 40 mil millones de pesos para reactivar la construcción y recuperar el empleo. Por otro lado, se creó el Registro de Subsidios e Incentivos, conformado por el padrón de beneficiarios 21 de subsidios de programas y planes de promoción productiva, con excepción de los programas sociales implementados en el área del Ministerio de Desarrollo Social. Si bien cada ministerio conservará la potestad de fijar su política de subsidios, será controlada por la Subsecretaría de Coordinación Económica y Competitividad. Esta subsecretaría será la autoridad de aplicación y permitirá potenciar las políticas y la eficiencia del aparato estatal. Tal y como se plantea en los fundamentos del decreto, “la experiencia acumulada desde el año 2003 revela la necesidad de mejorar y profundizar las acciones del Estado nacional en la planificación del desarrollo económico, actuando sobre el diseño, la elaboración y la propuesta de lineamientos estratégicos para la programación de la política económica... A tal fin, corresponde optimizar las políticas económicas y productivas aumentando los grados de eficacia en la utilización de los recursos públicos, con el objetivo de lograr una acción coherente y eficiente del conjunto de medidas de política pública”. En definitiva, el caso argentino de la última década es tan solo una de las experiencias desarrolladas en Sudamérica para cambiar el patrón de las políticas públicas y la redistribución de la riqueza. Es países aprovecharon el boom de los recursos naturales para realizar un programa sin precedentes de políticas sociales, sobre todo en las áreas de educación, salud, vivienda e infraestructura, que mejoraron sustancialmente la vida de la inmensa mayoría de la población. 6. Conclusiones. El estallido de la crisis internacional volvió a poner en evidencia las falencias del pensamiento económico dominante. La incapacidad de las teorías 22 ortodoxas para abordar las causas de la crisis y la incapacidad de las políticas de austeridad para salir de ella dejan en evidencia la necesidad de superar el modelo económico, social y político del neoliberalismo. Si el liberalismo económico de Adam Smith ofrecía una alternativa capitalista al Estado Absolutista y a la sociedad feudal, el neoliberalismo del siglo XX es una reacción conservadora contra el Estado keynesiano y la sociedad del bienestar. Las políticas de austeridad están dirigidas a los recursos y capacidades del Estado y a los salarios de los trabajadores y no a las transferencias multimillonarias que se han hecho a los grupos financieros. Con ello se sustrajo de la economía real enormes recursos que minan el bienestar de la población y la demanda agregada en tanto palanca de crecimiento económico y generación de empleo. De este modo, los países entran en números rojos, y en lugar de recaudar más a través de impuestos a las altas rentas y al sector financiero, deben hacer frente a los condicionamientos de ajuste del Fondo Monetario Internacional y del Banco Central Europeo y a las crecientes tasas de interés para contraer nueva deuda. Todo ello explica en gran parte que Europa no sólo esté estancada económicamente desde hace un año, sino que según los últimos datos del Eurostat el espacio europeo termina el año 2012 en recesión. Ante todo, la pregunta no es si los Estados deben intervenir o no en la economía, ya que los mercados no existen por sí solos, siempre existen en un contexto de reglas, leyes, regulaciones y políticas públicas. Por ello, el neoliberalismo no defiende un Estado ausente, sino que interviene activamente para desregular, flexibilizar el mercado laboral, privatizar y subsidiar a los sectores concentrados. No obstante, las políticas neoliberales aplicadas 23 recientemente por los países europeos nos demostraron que no han sido patrimonio exclusivo de la derecha. De hecho, la ortodoxia se convirtió en una trampa para los partidos socialdemócratas europeos: carecieron de voluntad política para sostener su histórica agenda progresista y por ello fueron desalojados del poder. Bibliografía. Arrow, Kenneth J. (1974). Limits of Organization. Nueva York. Norton. Beck, Ullrich (1998). ¿Qué es la globalización? Falacias del globalismo, respuestas a la globalización. Barcelona. Paidós. Beinstein, Jorge (2012). “Autodestrucción sistémica global, insurgencias y utopías”, en Ciclo de Conferencias Los retos de la humanidad: la construcción social alternativa, CEIICH de la UNAM, 23 al 25 de Octubre de 2012. Böcker Zavaro, Rafael (2005). 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