XI CONGRESO ESPAÑOL DE SOCIOLOGÍA. CRISIS Y CAMBIO. PROPUESTAS DESDE LA SOCIOLOGÍA. 10-12 DE JULIO. UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID. GRUPO DE TRABAJO 31- SOCIOLOGÍA ECONÓMICA. La innovación schumpeteriana y los padres de la Sociología Económica moderna Roberto Herranz González (Departamento de Sociología, USC) Roberto.herranz@usc.es Resumen. Schumpeter es uno de los grandes pensadores del siglo XX. Ocupa un lugar destacado en la Sociología Económica con Adam Smith, Carlos Marx, Émile Durkheim, Georg Simmel y Max Weber y es uno de los primeros economistas en reivindicar “explícitamente” el papel que debería de jugar la Sociología Económica en el estudio de las instituciones y de la vida económica. Tradicionalmente se reconoce su contribución a la Sociología Económica en sus ensayos sobre la crisis fiscal del Estado, el imperialismo y las transformaciones de la estructura de clases con el desarrollo del capitalismo. Sin embargo, estos ensayos no son las únicas aportaciones en las que, como nos recuerdan Salvador Giner y Richard Swedberg, muestra su interés en la perspectiva sociológica. La Sociología está presente en el núcleo de su aportación a la teoría económica: en la teoría de la innovación. La teoría de la innovación (y de las crisis) de Schumpeter se encuentra a miedo camino entre la teoría de alcance medio en el sentido de Merton y la ambición por la gran teoría. En el trabajo que presentamos aquí analizaremos en detalle los fundamentos sociológicos de su teoría de la innovación, situando su contribución y lo que significa dentro de las líneas maestras de la Sociología Económica clásica. La Sociología Económica de Schumpeter nos recuerda el interés en analizar no sólo las instituciones y las estructuras cristalizadas sino también los procesos económicos y las crisis de los mercados a partir de las herramientas de la Sociología. Palabras clave: Sociología económica, innovación, Schumpeter, Durkheim, Simmel, Cooley, División del trabajo, Sociologia de los mercados. 1. Introducción. Schumpeter (1883-1950) es reconocido hoy como uno de los grandes pensadores y científicos sociales del siglo XX. En nuestro caso es también una referencia obligada en la Sociología económica. Desde los inicios de su carrera académica Joseph A. Schumpeter conocía la obra de Simmel, de Weber y de Durkheim (Swedberg, 1991) y era muy sensible a las corrientes evolucionistas y a las teorías de la evolución cultural tal como reconoce en su Teoría del 1 desenvolvimiento económico1. En este trabajo presenta su primer ensayo teórico sobre la innovación, tema que ocupará un lugar central en toda su trayectoria intelectual y en su interpretación de la economía capitalista en términos dinámicos. El interés fundamental que nos guía en este trabajo reside en demostrar de qué modo se esforzó por representar la dinámica de los fenómenos económicos en términos sociológicos, introduciendo esta perspectiva en los pilares de su teoría de la innovación (Giner, 2004; Swedberg, 1991) En efecto, la contribución de Schumpeter mantiene como veremos una estrechísima afinidad conceptual con la Sociología hasta el punto de poder sostener estudios que sus sobre la innovación forman parte de una tradición y una trayectoria de pensamiento sociológico que se interesó en la explicación de las causas del progreso de la división del trabajo a escala societal. No pensamos tan sólo en la obra de Emile Durkheim o en sus antecedentes en la Sociología y en la Economía Política clásica (Smith, Marx, Spencer). Podemos incorporar otros sociólogos clásicos que como Georg Simmel y Charles Horton Cooley ofrecieron explicaciones pioneras sobre el papel de la innovación en la transformación de los mercados y en el desarrollo de la división del trabajo. Por este motivo antes de rastrear los fundamentos sociológicos de algunas de las proposiciones básicas de la teoría de la innovación de Schumpeter observando su afinidad con los clásicos mencionados (apartado 3) presentamos, en un obligado preludio, las aportaciones más singulares e insuficientemente reconocidas de estos grandes clásicos de la Sociología Económica al estudio del papel de la innovación (apartado 2). La innovación es uno de los factores que contribuyen a explicar los cambios del sistema económico capitalista (Portes, 2010). La obra de Schumpeter puede entenderse como una contribución a la discusión sobre uno de los temas troncales en la Economía Política clásica y en la Sociología Económica: la transformación de la división del trabajo. 1 En la primera versión alemana de Teoría del desenvolvimiento económico, que publica en 1912, confiesa que algunas de estas ideas presentadas proceden de 1907 y ninguna es posterior a 1909. Schumpeter observa que la distinción entre estática y dinámica en economía la introduce John Stuart Mill, y éste, indica Schumpeter, “la tomó con toda probabilidad de Comte” (Schumpeter, 1976:15). La utilidad de esta distinción, señala Schumpeter, “ha resultado ser así incluso más allá de las fronteras de la economía, en lo que pudiera denominarse teoría de la evolución cultural“ (Schumpeter; 1976: 15). 2 2. La innovación en el escenario de la sociología económica clásica De acuerdo con este guion presento la contribución al estudio de la innovación de tres grandes padres de la Sociología Económica como Durkheim, Cooley y Simmel. A la obra de Weber y el papel que desempeñan los procesos de racionalización y de liberación de las fuerzas de la tradición le dedicaremos otro lugar. 2.1. Durkheim, la división del trabajo y el motor de la innovación. Durkheim atribuye a la innovación un lugar central en su explicación del progreso de la división del trabajo. Este argumento, aunque conocido y repetido, es necesario presentarlo para subrayar el lugar que ocupa en este escenario teórica de Durkheim. En La División del Trabajo Social sostiene que dicho progreso está asociado al volumen, a la concentración de la población y a la mayor comunicación entre grupos sociales que en las sociedades segmentarias se mantenían separados por barreras “culturales” y “territoriales”. Como consecuencia de la multiplicación de estos contactos, se desarrollan los intercambios comerciales, aumentando en consecuencia la “densidad material” y paralelamente la “densidad moral” (institucional) de la sociedad (Durkheim, 1982: 303-306). En este proceso el crecimiento de los intercambios y la intensificación de la lucha por la supervivencia, estimulados por las mejoras en los medios de transporte y la comunicación, se acompañan del desarrollo de un tejido institucional, es decir de un universo de normas sociales y de reglas que facilitan el desarrollo y la coordinación de una economía y una sociedad muchos más complejas (Durkheim, 1982). A través de la lucha en mercados más abiertos y más expuestos a la competencia, unas partes desplazan a otras y se producen procesos de subdivisión y especialización, de subordinación y de fusión entre las diversas unidades productivas que contribuyen a la configuración de la división del trabajo social. Los cambios que nos dibuja en ‘La División del Trabajo Social’ son cambios organizativos de gran alcance en los que se reflejan los intensos procesos de concentración industrial-capitalista de las últimas décadas del siglo XIX. Además, entre otras causas que favorecen el progreso económico, hay una condición necesaria para que pueda desenvolverse la división del trabajo. Esta no se desarrollaría, sostiene Durkheim, si no aparecen nuevos productos, si no se presentan nuevas formas 3 de elaborarlos y si, de un modo simultáneo, estos procesos no se acompañan de un consumidor más exigente, de nuevas necesidades o de nuevas formas de satisfacerlas. En este sentido subraya la importancia de las nuevas “condiciones sociales de existencia” que se crean con el desarrollo de la división del trabajo y que alientan la aparición de nuevas necesidades de consumo y de un consumidor más educado (por las circunstancias) y más exigente. Las necesidades, inicialmente latentes, no se cristalizan en demandas si no se presentan nuevos productos que puedan satisfacerlas. Es decir, si el sistema productivo y la Ciencia no proporcionan el medio de responder a ellas (Durkheim, 1982: 320-322). La idea de que la innovación es una condición necesaria para el desarrollo de la división del trabajo ocupa un lugar central en la construcción teórica de Durkheim y en el argumento de este trabajo en el que queremos rastrear la presencia de hilos conductores entre el pensamiento de varios clásicos de la Sociología Económica y el pensamiento de Schumpeter. 2.2. La teoría del transporte de Cooley y las condiciones que favorecen la innovación y la transformación de las funciones de producción. Los factores propuestos por Durkheim pueden enriquecerse con las aportaciones de otros clásicos. Este es el caso de Cooley, un autor casi olvidado y más conocido por sus trabajos sobre los grupos primarios y la teoría del “looking glass self” que por su contribución al estudio del transporte y los procesos sociales en la vida económica (Cooley, 1966). En su tesis doctoral sobre La Teoría del transporte publicada en 1894 sostiene que el transporte no se puede entender simplemente como un sector económico más, al desempeñar una función fundamental en la organización de la economía y de la sociedad (Cooley, 1969a: 104). El desarrollo del transporte y de los mercados se acompaña de la creación de grandes corporaciones –las nuevas burocracias inicialmente ligadas al Ferrocarril- que construyen, organizan y explotan estos servicios. Cooley sostiene que la ampliación de los mercados en los EEUU, se desarrolla sobre la base de una economía de grandes corporaciones que ha dejado su huella en la naturaleza oligopolista de mercados estratégicos y que afecta a la circulación de la información, de la energía y del dinero. Sus consecuencias son claras. El desarrollo tecnológico del transporte que acelera el movimiento de hombres y de mercancías se acompaña de una 4 revolución en la transmisión de la comunicación simbólica (de informaciones, de ideas, de conocimientos formalizados), reduciéndose su dependencia de las servidumbres físicas que imponía la menor velocidad del transporte material. Las mejoras en la eficiencia del transporte cambian profundamente el significado económico y social del tiempo y del espacio. En este sentido apunta: “El transporte, en razón de su eficiencia, libera a las fuerzas económicas de las cadenas del tiempo y el espacio” (Cooley, 1969a: 88). La revolución del transporte y de las comunicaciones reduce las distancias, acelera el flujo de información, promueve la competencia en mercados más abiertos y extiende las oportunidades de asignación de todos los recursos económicos. En un sentido parecido se pronunciará Schumpeter en su segunda gran obra titulada Ciclos Económicos (1939) al sostener que esta revolución tecnológica, la ferrocarrilización, crea nuevas condiciones de existencia que alteran radicalmente las oportunidades de introducir innovaciones, de utilizar nuevos recursos y alcanzar o crear nuevos mercados. Estos fenómenos en los que se combinan y refuerzan los rasgos de la densidad material y moral en el sentido de Durkheim, se acompañan de otros efectos no previstos. En La Teoría del transporte está en germen la idea de una sociedad del conocimiento que se desarrolla gracias a la mayor velocidad de transmisión de la información. En efecto, debido a la invención y mejora de la imprenta, del telégrafo, del transporte rápido y de la ilustración “se difunde la información y se hace posible una discusión más rápida y más amplia” (Cooley, 1966: 361-362). Al desarrollo de las fuerzas productivas se incorporan el desarrollo de las fuerzas de la comunicación. 2.3. La innovación, el mercado y la metrópoli en Simmel: anticipando el núcleo de la tesis de Schumpeter. Los escritos sociológicos de Simmel, con su sello interaccionista, contribuyen a enriquecer la explicación sociológica y dinámica de los mercados que estamos presentando. Además, en su ensayo sobre Las grandes ciudades y la vida del espíritu (1903), ofrece, como veremos detenidamente en este apartado, una imagen telegráfica y muy sintética de la innovación similar a la de Schumpeter. Lo hace ocho años antes de que éste abordase el estudio de la innovación y la definiese con precisión en su tesis doctoral titulada Teoría del desenvolvimiento económico (1911). A partir de una interpretación inicial muy próxima a Durkheim, sostiene que los círculos más pequeños y tradicionales, muy ligados al territorio, se ven desbordados por 5 la expansión del comercio y de la economía monetaria. El dinero-crédito ocupa un lugar prioritario para entender la intensificación de la circulación mercantil en círculos cada vez más amplios y distantes en el espacio y en el tiempo. Precisamente la ampliación de los mercados y el desarrollo del intercambio entre actores que no se conocen entre sí, se asocia a la mayor objetividad y determinación del dinero y a la creciente racionalización y objetivación del derecho comercial (Simmel, 1977)2. De esta manera la sociedad tradicional formada por círculos concéntricos se vio desplazada por un tipo de sociedad más abierta, en la que se multiplican los intercambios y los diferentes círculos sociales y grupos de referencia se entrelazan entre sí. En estas nuevas condiciones de existencia, el individuo situado en una red de pertenencias e influencias múltiples, está más expuesto a informaciones y a puntos de vista diferentes y, en consecuencia, se presentan oportunidades de individualización, es decir de introducir “combinaciones” únicas (Simmel, 1986a). En su ensayo sobre “Las grandes ciudades y la vida del espíritu” escrito en 1903, se presenta la ciudad como un espacio que facilita estos procesos de creatividad (Simmel, 1986). El comportamiento innovador es un recurso potencial que le permite al comerciante conquistar al consumidor y protegerse frente a la concurrencia. Las grandes ciudades que florecen a finales del XIX, debido a la mayor libertad de las relaciones internas y externas, se convierten en incubadoras de nuevas ideas. En estos espacios, que en realidad constituyen sistemas urbanos de innovación, descubre la revolución de las cosas, fruto de los progresos científico-tecnológicos, de su aplicación industrial y del impulso inicial de lo que con el tiempo se conocerá como la sociedad de consumo de masas. Además, las nuevas metrópolis contaban con muchas ventajas derivadas de su estructura social y de otras economías de aglomeración. En efecto, el elevado volumen de la población facilita la absorción de una oferta más diversificada, a la vez que la agudización de la competencia económica estimula la especialización (Simmel, 1986). En este sentido apunta: “al pasar de un círculo estrecho a otro más amplio el derecho se libra de la relación con las meras personas y se convierte en un derecho de las transacciones objetivas. Esta misma evolución es, precisamente, la que caracteriza una realización más detallada de la circulación monetaria” (Simmel, 1977: 425). 2 6 En este sentido, ofreciendo una idea muy precisa del papel de la innovación señala: “aquí no sólo fluye la fuente precisamente aludida de la especialización sino la más profunda: el que ofrece debe buscar provocar en el cortejado necesidades siempre nuevas y específicas. La necesidad de especializar la prestación para encontrar una fuente de ganancia todavía no agotada, una función no fácilmente sustituible3, exige la diferenciación, refinamiento y enriquecimiento de las necesidades del público” (Simmel, 1986:258). Es justamente ahí, en la necesidad de provocar en el cortejado necesidades siempre nuevas y específicas y de encontrar una fuente de ganancia todavía no agotada donde reside el núcleo de la idea de Simmel sobre la innovación y la coincidencia con unos de los pilares básicos de la teoría más metódica y mejor articulada de Schumepter. Esta exigencia de encontrar un elemento nuevo y diferenciador, nos dice “obliga al competidor a salir al encuentro del tercero, a satisfacer sus gustos, a ligarse a él, a estudiar sus puntos fuertes y débiles para adaptarse a ellos” (Simmel, 1986a: 304). A lo que añade algo más adelante que la competencia: ”afina en el comerciante la sensibilidad para percibir la inclinación del público y llega a dotarle de una especie de instinto adivinatorio para las mutaciones inminentes de sus gustos, de sus modas, de sus intereses…” (Simmel, 1986a: 305). En estos fragmentos sociológicos Simmel explica la innovación y la búsqueda de una fuente de ganancia todavía no agotada, considerando los procesos de interacción y de aprendizaje en el mercado y situando este espacio de aprendizaje social en las grandes ciudades. Su interpretación de la innovación y de las condiciones que la favorecen es una contribución fundamental de Simmel a la Sociología de los Mercados que está implícita, como he puesto de relieve en otros lugar, en diversos ensayos sobre las formas sociales y en Filosofía del Dinero (Simmel, 1977) (Herranz, 2008). 3. Los fundamentos sociológicos de la teoría de la innovación en Schumpeter En sus teoría de la innovación Schumpeter observa cómo el empresario innovador, liderando un proceso que finalmente será imitado por otros, se distancia de las rutinas y de los hábitos de pensamiento que prevalecen en el negocio y en la industria y adopta una nueva combinación de los recursos disponibles, una nueva forma de organizar la 3 La cursiva es nuestra 7 empresa, de relacionarse con el entorno que puede, en caso de tener éxito, llegar a institucionalizarse. A ésta y otras contribuciones para comprender los procesos de innovación, hay que añadir, como indica Ingham, el hecho de que “el proceso mediante el cual el capitalismo se desarrolla con dinero prestado implicaba un alejamiento más del modelo de flujo circular” (Ingham, 2010: 52), como seria el caso del modelo de competencia perfecta que sirve de referencia a los economistas neo-clásicos. El mercado de dinero-crédito ocupa un lugar central en la argumentación de Schumpeter. Para decirlo de un modo rotundo y en sus palabras: “El mercado de dinero es siempre el estado mayor del sistema capitalista, del cual parten ordenes para las divisiones independientes y lo que se debate y decide son siempre en esencia los planes del desenvolvimiento futuro (Schumpeter, 1976: 133). Motivo por el cual, al menos así lo pienso, la Sociología económica debería de situar en un primer plano el papel de los mercados financieros en los procesos económicos y de innovación, en cooperación o en conflicto con otros sistemas de asignación de los recursos. En los siguientes apartados presento algunas de sus sobre la proposiciones fundamentales teoría de la innovación, observando su estrecha pensamiento sociológico de su tiempo, contrastando familiaridad con el sus argumentos con los de Durkheim, Simmel y Cooley. 3.1 La búsqueda de una perspectiva dinámica: la teoría de la innovación. En el Capítulo II de su Teoría del desenvolvimiento económico (Schumpeter, 1976) desarrolla un modelo sobre la innovación que constituye el fundamento sociológico de una economía evolutiva y dinámica (Gislain y Steiner, 1995), interesada en las transformaciones de la división social del trabajo, uno de los grandes temas de la Sociología clásica Schumpeter pretende construir una teoría estilizada de la dinámica capitalista, excluyendo por razones analíticas los factores naturales, demográficos o geopolíticos que entendía como externos al sistema económico y desvelando aquellas fuerzas internas que contribuyen a su desestabilización. El papel del empresario innovador reside en transformar una función de producción estable mediante la introducción de una nueva combinación de los recursos disponibles. Se trata de crear una nueva forma de producir, de combinar los recursos y de concebir 8 la relación con el entorno que perturbaría el sistema de producción: el epicentro se encuentra en el innovador, mientras sus efectos pueden quedar localizados en la industria o provocar una profunda “reconstrucción del conjunto del sistema social de la producción”. En el Capitulo II conjuga magistralmente el lenguaje económico y sociológico. La función de producción se representa en términos de un sistema social o como diríamos hoy socio-técnico. El empresario innovador pone en marcha un proceso que perturba el estado de equilibrio arraigado en los hábitos y en las rutinas, desencadenando una sucesión de fenómenos difícilmente previsibles y que afectan a la división social del trabajo (entre empresas, industrias, profesiones, etc.), a la condiciones de la lucha por la supervivencia económica, al estilo de vida y a la estructura de clases sociales. Si por un lado el modelo estacionario (el mercado de competencia perfecta neoclásico) se traduce en una función de producción (una combinación de factores) estable, por otro el modelo dinámico se interesa por la incorporación de nuevas combinaciones y por los procesos de difusión de la innovación y en sus consecuencias. De este modo se asiste a un “proceso de creación destructiva”, es decir una “mutacíón” que desde el interior de la estructura económica “destruye lo antiguo (…) creando continuamente elementos nuevos” (Schumpeter, 1950: 121). Los procesos de innovación pueden afectar a los productos, a los métodos de trabajo, a las formas de organización industrial (la dirección a gran escala), a los mercados finales y finalmente a los recursos que se movilizan a través de ellos. También a una combinación entre estos tipos. En los Ciclos económicos (1939) no se le escapa un tipo de innovación, un fenómeno emergente y en su momento imprevisible, que se desarrolla en la segunda década del Siglo XX y que contribuye al impulso de la producción en masa. Se trata de la introducción del crédito al consumo y su “institucionalización” inicial en el sector del automóvil (Schumpeter, 1937; Carruthers y Laura Ariovich, 2010). Un ejemplo de los procesos de financiarización de la vida sin el que no es posible entender el modo en que se desarrolla la sociedad de consumo de masas y las orientaciones sociales hacia el endeudamiento. 9 3.2 La figura social del innovador y el significado de su comportamiento. El protagonista de estos cambios es el empresario schumpeteriano. La figura que propone de innovador en el Cap. 2 no se confunde con la del capitalista, ni con la del gerente, ni tampoco con la del inventor. En 1911, a diferencia de lo que parece suceder en obras posteriores, no le interesa la invención tecnológica o científica. “La invención” la considera como dada, es decir como algo que no le interesa explicar y que es exógena a su modelo. El innovador, de acuerdo con este tipo ideal, no necesita disponer de los rasgos del líder carismático, ni de las cualidades de influencia personal que se exigen al líder en el mundo político o social. En realidad lo que necesita el líder innovador es convencer al banquero del interés de su proyecto consiguiendo desplazar otros proyectos con los que concurre. La figura del innovador como tipo ideal, se aproximaría más a la del inconformista de Cooley que a la figura del líder carismático de Weber. En este punto y refiriéndose al inconformista diría Cooley en 1902: “Mientras que la conformidad es la fase de la estabilidad y la uniformidad, la no conformidad es el fundamento de la diferenciación y el cambio. Este último, es posible que no introduzca algo completamente nuevo, pero puede reorganizar los materiales existentes de modo tan constante que transforme la vida social” (Cooley, 1964: 304). Los motivos que orientan el comportamiento del innovador (¿el inconformista schumpeteriano?) se alejan del homo económicus y de una orientación puramente utilitarista. En su opinión podrían ser muy variados. Unas veces responden a la voluntad de conquista y al sentimiento de logro; otras al gusto por el trabajo y a la búsqueda de reconocimiento social y, finalmente, nos dice: “Nuestro tipo de hombre busca dificultades con el objeto de verse obligado a realizar alteraciones; encuentra su gozo en la aventura. Este grupo de motivos es indudablemente el mas anti-hedonista de los tres” (Schumpeter, 1911: 102). En consecuencia su interés no puede resumirse a la búsqueda de un beneficio económico. El beneficio económico sería un indicador del éxito de un proyecto que en su concepción y desarrollo estaría cargado de incertidumbre (Schumpeter, 1911). Como es sabido el estudio del significado que los individuos atribuyen a su comportamiento forman parte de la agenda sociológica que nos lega Weber en Economía y sociedad (Weber, 1985), del enfoque de sociólogos pragmatistas como 10 Charles Horton Cooley (1956) o incluso de un economista reconocido por la Sociologia Económica y muy próximo al interaccionismo como Th. Veblen. Este gran economista y sociólogo austriaco no se interesó mucho por las condiciones sociales que favorecen la creatividad. Sin duda un terreno obligado para el sociólogo y sobre el que es posible encontrar algunas pistas en los clásicos. Así Durkheim nos habla del efecto individualizador (la variación) que conlleva la creciente división del trabajo y la mayor reflexividad que se desarrolla en las nuevas condiciones de existencia social que trae consigo su desarrollo (Durkheim, 1982, 1991). Por su parte Simmel, de un modo parecido a Cooley, se refiere a la creatividad que se deriva de la pertenencia simultanea a diversos grupos de afiliación (círculos sociales o grupos de referencia) (Simmel, 1986a: 448), mientras en otro lugar define la figura del extranjero, un extraño en el grupo en el que vive, que, a diferencia del productor local, dispone de múltiples fuentes de inspiración para los negocios. “Sólo el comercio –nos dice Simmel- crea infinitas combinaciones y nuevas fuentes, lo que difícilmente se les ocurriría a los productores con escasa movilidad y habituados como se hallan a un círculo de clientes que muy lentamente varía” (Simmel, 1986a: 717; Herranz, 2008). Finalmente, para comprender las características y “la identidad emergente” del innovador es necesario situarlo en un escenario dinámico, nuevo y cargado de incertidumbres, es decir en un espacio de interacción que difícilmente puede controlar. En efecto, como cometamos en el siguiente apartado, la cualidad de un innovador consiste en poder poner en marcha un proyecto a pesar de la incertidumbre que se produce al enfrentarse a un terreno desconocido; a pesar igualmente de las inercias derivadas de los hábitos y rutinas y de la oposición activa del medio social y económico y, finalmente, de la resistencia de los consumidores. Al reflexionar sobre cada uno de estos puntos de su obra se descubre un campo de fuerzas emergentes y de actores que inesperadamente se presentan en la escena sin el cual no es posible entender el recorrido y el resultado de un proceso innovador. 3.3. Las barreras sociales y económicas a la innovación y la decisión bajo condiciones de incertidumbre. 3.3.1. El papel de los hábitos y de las rutinas en el modelo estacionario: el sistema social de la producción y las resistencias al cambio. En el escenario económico “estacionario” la función (técnica) de producción se traduce en hábitos, en rutinas y en 11 un conjunto de expectativas socialmente compartidas en relación al papel que desempeña cada uno de los actores (directores, técnicos, trabajadores, proveedores, consumidores,…) en el sistema socio-económico. Estos hábitos y rutinas son los comportamientos que se consideran adecuados, los modos de trabajar y de interpretar las situaciones, las formas arraigadas de relacionarse con el entorno y de concebir las oportunidades del negocio (Schumpeter, 1976: 96). Se trata de un sistema social en toda regla, en el que los hábitos y las rutinas que se dan por sentados, son formas de responder a situaciones familiares adquiridas a través de continuos procesos “de educación, de aprendizaje y por la presión del medio casi sin fricción” (Schumpeter, 1976: 94). A lo que añade de un modo que nos recuerda a Durkheim que “todo lo que pensamos, sentimos o hacemos se vuelve en muchas ocasiones automático, descargándose de ello nuestra vida consciente” (Schumpeter, 1976: 94). Estos comportamientos sociales escasamente reflexivos, como también reconocía Durkheim, son una fuente importante de inercia y de resistencia al cambio y de oposición a los procesos de innovación. Nuestros clásicos destacaron de diversas formas las relaciones entre los hábitos, las rutinas, las normas arraigadas y la innovación en la vida económica. Durkheim (1982) advertía que en la vida económica son necesarias las reglas, pero a diferencia de otros “hecho sociales” éstas deben ser lo suficientemente flexibles para que permitan la adaptación y el cambio. Simmel (1986a) pensaba que las formas burocráticas que se aplican a las grandes organizaciones limitan la “variabilidad” y la desviación de los comportamientos, y en consecuencia el comportamiento innovador. Finalmente, el formalismo excesivo, y “el ritualismo” que se deriva de él, tan sólo sería adecuado para los procesos de producción en masa en la industria, pero impediría los comportamientos innovadores, la comprensión del conjunto del proceso productivo y la adaptación a los cambios (Cooley, 1966). Tras la lectura de estos y otros argumentos, llama poderosamente la atención que, en ningún momento y en el Capitulo 2 se haga referencia alguna a sociólogos que tanto en la tradición europea como en la americana subrayaron el papel de los hábitos y de las rutinas en la vida social y las inercias que estos factores introducen en los procesos de cambio y de innovación. Tal como nos revela Camic estos conceptos que eran críticos para entender la vida social, desaparecen del lenguaje sociológico entrados los años 12 veinte para re-incorporarse más tarde en los años setenta (Camic, 1986). Sin ellos no puede entenderse la vida social. 3.3.2. La oposición abierta a la innovación. A la dificultad de resolver los problemas relativos a la naturaleza de las nuevos proyectos y de vencer las inercias de los hábitos y las rutinas, se añaden otros obstáculos derivados del medio social y de las reacciones de los diversos actores que pueden sentirse amenazados por el proceso de innovación. Schumpeter, como subrayamos, es consciente de la emergencia de un campo de fuerzas que puede intervenir, enfrentarse a un proyecto innovador y hacerlo fracasar. Las fuerzas que pueden oponerse a este proceso son, en su perspectiva, de naturaleza muy variada. Unas veces derivan del marco institucional formal y de factores legales y políticos; otras veces de la presión hacia la conformidad de la sociedad o de los grupos más inmediatos que disponen de medios para disuadir al innovador o impedir la innovación (desaprobación social, ostracismo, oposición violenta); para terminar, la oposición puede provenir de “los grupos amenazados por la innovación, en las dificultades para encontrar la cooperación necesaria, y finalmente en las dificultades para ganarse a los consumidores” (Schumpeter; 1976: 97 ). Este campo de fuerzas en el que intervienen múltiples e inesperados actores explica las dificultades que entraña orientarse en estos contextos. Lo que podría explicar que cualquier innovador, anticipándose a la oposición de las empresas y de los grupos amenazados pongan en marcha contra-estrategias para ocultar las fortalezas que se presumen del proceso de innovación en marcha: “el secreto en cuanto a procesos, patentes, acertada diferenciación de productos, publicidad y cosas semejantes (Schumpeter, 1939: 87). 3.3.3. La innovación, el consumo y la creación de nuevas necesidades En su modelo sobre la innovación los consumidores no llevan la iniciativa en este proceso. En su Teoría (1911) y tres décadas más tarde en los Ciclos económicos (1939), enfatiza el papel del liderazgo industrial a la hora de persuadir y seducir a los consumidores con los medios que pone a su alcance la publicidad y las técnicas de marketing. La iniciativa 13 de los consumidores no constituye un elemento fundamental en su propuesta pues lo que le interesa son las innovaciones radicales o, mucho más lejos aún en su alcance, las revoluciones tecnológicas que contribuyen a perturbar el equilibrio social y económico. En la Teoría del Desenvolvimiento Económico se puede leer: “las innovaciones en el sistema económico no tienen lugar de tal manera que las nuevas necesidades surjan primero espontáneamente en los consumidores, adaptándose más tarde el aparato productivo a su presión. Por lo general es el productor quien inicia el cambio económico, educando incluso a los consumidores, si fuera necesario; les enseña a necesitar nuevas cosas o cosas que difieren en algún aspecto de las ya existentes” (Schumpeter, 1976: 76). En su perspectiva los cambios en los gustos de los consumidores, las corrientes de opinión pública, lo líderes de la moda o los movimientos sociales pueden tener influencia en la orientación de la oferta, pero no desempeñan un papel decisivo en su modelo. Estos factores inducirían sólo adaptaciones marginales y serían despreciables para un modelo que desea capturar las rupturas que perturban y desestabilizan el sistema. Por este motivo, en Ciclos Económicos (1939) rechaza abiertamente las teorías en los que se predica que “los cambios en los gustos surgen de un modo regular y sistemático a partir de la iniciativa de los consumidores,…de modo que estas iniciativa constituya uno de los principales fuerzas motrices de la evolución económica” (Schumpeter 1992: 51). De una forma parecida la Sociología económica de los clásicos pone más el acento en el papel jugado por la ciencia y la iniciativa de las empresas que en el papel que pueden desempeñar los consumidores. Por ejemplo Simmel, admite que el productor debe tener la capacidad para capturar las tendencias de los gustos, pero sostiene que es el productor el que provoca nuevas necesidades. La posición de Durkheim tal como apuntamos en el apartado 2.1, apunta en un sentido parecido poniendo de relieve las condiciones estructurales que favorecen las transformaciones de la división del trabajo. Tampoco Weber, quizás el más complaciente de los sociólogos que contemplamos con los modelos marginalistas, acepta el punto de vista según el cual el productor se guía por el principio de la soberanía del consumidor, ni admite que las preferencias de unos y otros sean independientes. “Para la Teoría económica -nos dice- es el consumidor marginal el que gobierna la dirección de la producción. De hecho con respecto a la 14 situación de poder, es esto exacto para las situaciones actuales, sólo con condiciones puesto que el “empresario” “despierta“ y “dirige” ampliamente las necesidades de los consumidores -cuando éstos pueden comprar” (Weber, 1985: 70) Es decir, influye sobre las necesidades sentidas y sobre la escala de utilidades y, por consiguiente, en el orden y urgencia de su satisfacción (Weber, 1985). Finalmente, entre los clásicos, para Cooley son los productores los que orientan y lideran (o compiten por liderar) el grupo social que se crea con motivo del desarrollo de un nuevo mercado, llegando en ocasiones a interpretar y responder a sus necesidades gracias a las competencias profesionales acumuladas e influyendo mediante su conocimiento de experto en los valores del público (Cooley, 1966). Más recientemente, Viviana Zelizer puso de relieve el inmenso esfuerzo que tuvieron que hacer las instituciones financieras para convencer al público americano de la legitimidad de adquirir productos ligados al fallecimiento como los seguros de vida (Zelizer, 1979). Por su parte, Pierre Bourdieu puso de manifiesto en un ensayo pionero para la Sociología económica de las finanzas las resistencias de algunos grupos sociales hacia el endeudamiento (Bourdieu, 1972). 3.3.4. La toma de decisiones bajo condiciones de incertidumbre: de la racionalidad limitada a la racionalidad interpretativa. Para nuestro autor en la vida económica “como sucede en la sociedad y como también se desprende de lo que enseña la historia de la ciencia, la ruptura al margen de la rutina y de los caminos trillados son costosos, se acompañan de incertidumbre y exigen un esfuerzo de reflexión y de imaginación” (Schumpeter, 1976). En un sentido parecido y a partir de Thomas Kuhn y “La estructura de las revoluciones científicas” se destaca el papel de los paradigmas científico-tecnológicos en la literatura sobre trayectorias y regímenes tecnológicos (Dossi, 1982). Las decisiones que se adoptan en contextos nuevos y mal conocidos son más reflexivas y más racionales. Pero se trataría de una racionalidad diferente a la que caracteriza los modelos neo-clásicos de competencia perfecta. En efecto: “Si bien todo individuo puede actuar rápida y racionalmente en la corriente circular acostumbrada, por estar seguro del terreno que pisa y está defendido por la conducta, ajustada a dicho corriente, de todos los demás individuos, que a su vez esperan de él la actividad acostumbrada, no puede ocurrir lo mismo al enfrentarse con una nueva tarea”. (Schumpeter, 1976: 89). 15 En estas condiciones, se carece de la información necesaria para poder decidir en base a un cálculo, así como de los guiones de conducta basados en la experiencia previa que sirvan de orientación en el camino (Schumpeter, 1976: 94). Cuando se crea un nuevo proyecto es imposible “vigilar todos los efectos y contra-efectos”. En este horizonte, sostiene, es necesario recurrir a la imaginación e interpretar la situación: “El éxito de todo depende de la intuición, de la capacidad de ver las cosas en forma que se comprueba posteriormente ser cierta, a pesar de que no pueda comprobarse en el momento, y de hacerse cargo de los hechos esenciales, dejando a un lado lo accesorio, a pesar de que no se puedan explicar los principios con arreglo a los cuales se procede” (Schumpeter, 1976: 95). Esta interpretación del comportamiento reflexivo en condiciones de incertidumbre es muy parecido a la que propuso Cooley (1902; 1916), uno de los primeros representantes del interaccionismo simbólico y del pragmatismo sociológico (Joas, H: 1998), que alejándose del supuesto de la racionalidad perfecta tan querido por los neo-clásicos, se sitúa más allá de la racionalidad limitada y propone la idea de una racionalidad “interpretativa o procesual” obligada a tantear, ensayar y adaptarse en un camino mal conocido. Para Cooley la inteligencia de los individuos se pone a prueba observando su capacidad para hacer frente a las situaciones nuevas y desconocidas, es decir cuando “no se dejan llevar por las rutinas y por las ideas comunes sino que, haciendo frente a una dificultad, diseñan una nueva vía de acción que se justifica por su éxito” (Cooley, 1966: 351). El ejercicio de la inteligencia supone la capacidad para “representarse” de manera adecuada el comportamiento de una situación problemática, como puede ser la emergencia de un nuevo mercado, facilitando una solución satisfactoria. Aunque las experiencias similares en el pasado y los conocimientos existentes pueden ser de gran ayuda “es necesario hacer un uso libre y constructivo de ellas, a diferencia de un uso mecánico” (Cooley, 1966: 352). En estas circunstancias el empresario se ve obligado a definir la situación, a construir un modelo o una representación hipotética y abreviada de la realidad social a la que se enfrenta. En otras palabras, interpreta los diversos escenarios sociales y económicos (mercados de consumo, mercados financieros, relaciones laborales) en términos de un drama que es necesario anticipar imaginativamente (Cooley, 1966). 16 De esta manera la idea de racionalidad se vuelve problemática y la racionalidad limitada deja paso, también en el caso del economista y sociólogo austriaco a una racionalidad interpretativa y procesual. 3.4. El efecto principal de la innovación: su devaluación está ligada a su éxito. Para Schumpeter el éxito de líder innovador sirve de referencia para muchos otros competidores interesados en introducir la innovación. Si otros empresarios interesados capturan la innovación del pionero, su ventaja inicial se reduce y finalmente su fuente de ganancia queda anulada. Por eso nos dice con razón que es un liderazgo contrario a la voluntad de quien lo ejerce (Schumpeter, 1976). En relación a esta proposición, central en su argumento, sorprende la coincidencia entre Simmel y Schumpeter. Como subrayamos en el apartado 2.3 al hablar de los procesos de especialización (división del trabajo) y de competencia en el contexto de la gran metrópoli Simmel señala: “aquí no sólo fluye la fuente precisamente aludida de la especialización sino la más profunda: el que ofrece debe buscar provocar en el cortejado necesidades siempre nuevas y específicas. La necesidad de especializar la prestación para encontrar una fuente de ganancia todavía no agotada, una función no fácilmente sustituible4, exige la diferenciación, refinamiento y enriquecimiento de las necesidades del público” (Simmel, 1986:258). Precisamente este fragmento de Simmel en la que nos habla de “provocar en el cortejado necesidades siempre nuevas y específicas” y de encontrar una “fuente de ganancia todavía no agotada” y “una función no fácilmente sustituible” reside el núcleo de la coincidencia con los pilares maestros de la teoría que Schumpeter formulará ocho años más tarde en 1911. Georg Simmel es consciente de los fenómenos monopoloides a los que también se referirá Schumpeter y del carácter “contingente” de la fuente de riqueza que genera. A lo que añade la presencia de una “función no fácilmente sustituible”. Dicho en otros términos, la presencia de una función que no es fácilmente sustituible significa que quien la controla dispone de poder y capacidad para manejar la incertidumbre gracias a las cualificaciones, competencias y relaciones que no están al alcance de todos. 4 La cursiva es nuestra 17 También, rastreando otras semejanzas entre los dos autores, se presenta una estrecha analogía entre el tiempo fugaz de (las ganancias derivadas de) las innovaciones que preocupó a Schumpeter y el tiempo transitorio y contingente del valor de distinción social que se le atribuye a la moda. (Simmel, 1988). Los dos casos, el de la innovación y el de la moda, dan muestra de su éxito económico y social a través de un proceso de imitación (nuevas empresas imitadoras o popularización de la moda) que a su vez explica su progresiva devaluación económica y social. Sin embargo, debe de subrayarse que el valor científico añadido por la teoría de Schumpeter es innegable. Simmel no llegó a interesarse por los cambios dinámicos que la innovación introduce en el tejido productivo a través del efecto multiplicador que genera la primera innovación, ni tampoco de su efecto en la formación y explicación de los ciclos económicos. 3.5. Efectos secundarios de la innovación: resistencias y multiplicadores de la innovación. El empresario innovador, una vez iniciado el proceso y demostrado su éxito, observa con preocupación que muchos otros empresarios atraídos por su iniciativa y para evitar quedar excluidos del juego, intentan imitarlo pudiendo poner en riesgo su fuente de ganancia monopoloide. Por ello el líder adopta múltiples estrategias de protección anticipándose a las reacciones de otros grupos interesados. La innovación y otros cambios constituyen elementos motores de los procesos de expansión económica. La innovación contribuye a destruir el viejo tejido productivo incapaz de adaptarse, expulsando a muchas empresas del mercado a la vez que genera nuevas iniciativas imitadoras que movilizan los recursos liberados (Schumpeter, 1976). Por este motivo se devalúan conocimientos, desaparecen, son desplazados o pierden poder viejos grupos empresariales, de trabajadores, de técnicos y profesionales. Sin embargo, a pesar del respaldo financiero que pueden recibir los nuevos empresarios innovadores, muchas industrias viejas no desaparecen porque se encuentran “embebidas” (Schumpeter, 1976: 240) en un mundo de intereses creados en los que cuenta la reputación, las buenas relaciones con los bancos o el prestigio entre los consumidores (Schumpeter, 1976). Son factores que pueden generar fenómenos de lockin y de bloqueo en el ámbito industrial, regional, nacional e incluso internacional. 18 Se presenta aquí y de un modo casi inadvertido para el lector una idea próxima a la de “embeddedness” de Granovetter y que constituye uno de los pilares sobre los que se sustenta la Sociología Económica que se desarrolla en los últimos treinta años (Granovetter, 1984, 2010). También en el Cap. 1 de su Teoría hace referencia a las “conexiones sociales” para dar cuenta del proceso de trasmisión de experiencias y conocimientos útiles para la vida económica. La innovación se presenta como una aventura pues consiste en incorporare a un mundo nuevo, evitar o sortear las resistencias, responder a la oposición abierta, ganarse el aprecio y el apoyo de nuevos públicos. En caso de tener éxito en el empeño, el empresario pionero allana el campo a sus seguidores, les orienta en un nuevo sendero, facilitándoles el camino al encontrarse con muchos problemas resueltos. En consecuencia y de un modo progresivo estos nuevos actores necesitan menos competencias y capacidades que los que les precedieron (Schumpeter, 1976: 228-229; 1992: 80). Por este motivo se reducirían las dificultades técnicas con las que se enfrenta la fundación de nuevas empresas, “porque favorece a los epígonos de los iniciadoras las facilidades resultantes de las conexiones con mercados extranjeros, formas de crédito, etc.” (Schumpeter, 1976: 200). Cuando la incertidumbre se haya eliminado, es más factible la realización de cálculos y en consecuencia volveríamos a una situación de mayor certidumbre. (Schumpeter, 1976: 230). El innovador terminaría perdiendo el monopolio en el manejo de la incertidumbre o para decirlo ahora en la proposición telegráfica de Simmel, la función sería más “fácilmente sustituible”, muchos otros han adquiridos los conocimientos, los trucos y las destrezas, motivo por el cual “la fuente de ganancia tendería a agotarse”. El periodo de expansión mostraría ganancias decrecientes, tendería a debilitarse y, paso a paso, se entraría en un periodo de recesión, de devaluación de activos y de crisis. Aparte de las innovaciones por imitación, que en su proceso de adopción pueden incorporar nuevas mejoras, las nuevas condiciones de existencia económica creadas por los cambios económico-tecnológicos generan nuevos retos, nuevas oportunidades de aprendizaje y nuevas necesidades tecnológicas. Este tipo de argumento afín a los evolucionistas procesuales es parecido al que se encuentra en Durkheim y en Cooley. Las innovaciones progresan en racimos, generando de un modo temporal y discontinuo innovaciones posteriores de menor alcance en el ámbito de una industria y de otros 19 sectores que están en disposición de ofrecer productos complementarios. Otras veces una innovación no sólo tiene un efecto localizado en una industria: su efecto es transversal a casi todo el sistema. Entre las primeras, las innovaciones que progresan en racimo afectando a algunos sectores próximos, puede destacarse el sector del automóvil. Entre las que tienen un efecto transversal cabe mencionar el ferrocarril y la revolución en las tecnologías de la comunicación que ocupaban un lugar central en el argumento de La División del Trabajo Social que Durkheim presenta en 1892 y en la Teoría del Transporte de Cooley que se publica en 1894. En las innovaciones en racimo la industria del automóvil es un caso entre muchos otros que interesó a Schumpeter y que, como sabemos, tuvo importantes consecuencias en los sistemas de producción por unidades en el sector de bienes de equipo y de mecanizado así como en los sistemas de producción continua ligados al refinado del petróleo y derivados, de producción de vidrio y de caucho. Además, de la reducción de costes derivados de los efectos de escala, muchas innovaciones parciales desempeñan un papel capital en el estímulo de la demanda. Entre otros: los procesos de estandarización y de racionalización de la organización del trabajo y la introducción del crédito al consumo de automóviles. En cuanto al segundo tipo, el ferrocarril, además de las mejoras que se producen con los instrumentos de transporte (tipos de locomotoras, de vagones,…), señalización, métodos de seguridad, etc. (Schumpeter, 1992), los efectos, como también destacó Cooley, fueron transversales al condicionar los parámetros básicos de las funciones de producción de las empresas, alterando en consecuencia el significado social y económico del tiempo y del espacio y permitiendo nuevas combinaciones de los recursos. 3.6. “De la Teoría del Desenvolvimiento” a “Capitalismo, Socialismo y Democracia”. En su obra sobre los Ciclos económicos (1939) y sobre todo en Capitalismo, Socialismo y Democracia (1941) introduce algunos cambios en su modo de interpretar la innovación que reflejan mejor las transformaciones estructurales del sistema capitalista desde finales del XIX y el desarrollo de las grandes corporaciones. La figura del empresario innovador, tal como se dibuja en la Teoría del desenvolvimiento económico, tiende a desaparecer y es sustituida por el protagonismo de la tecno-estructura que caracteriza el gobierno y la administración de las grandes 20 corporaciones del capitalismo monopolista: “La unidad industrial gigante, perfectamente burocratizada, no solamente desaloja a la empresa pequeña y de volumen medio y se expropia a sus propietarios, sino que termina por desalojar al empresario y por expropiar a la burguesía” (Schumpeter, 1942: 184). Por este motivo, observaba con pesimismo, que el mismo desarrollo del capitalismo al destruir una de las bases sociales que le prestaban su apoyo estaría socavando sus cimientos. De este modo los debates sobre los efectos de la burocratización en el sector público y en las grandes corporaciones privadas en los que participa intensamente Weber, tras la primera guerra mundial (González León, 1998) encuentran de nuevo un eco “tardío” en la obra de Schumpeter. El progreso técnico (y no sólo la innovación), en esta perspectiva, se convierte, cada vez más, en un asunto de grupos de especialistas y expertos que producen lo que se les pide y cuyos métodos les permite prever los resultados prácticos de sus investigaciones. En sus palabras: “El romanticismo de la aventura comercial de los primeros tiempos está decayendo rápidamente, porque ahora pueden calcularse con toda exactitud muchas cosas que antes tenían que ser vislumbradas en un relámpago de intuición genial” (Schumpeter, 1952:182). Además “la fuerza de voluntad del empresario” pierde importancia en un medio exterior que ha llegado a acostumbrarse al cambio. Bajo estas nuevas condiciones de existencia las resistencias que oponen los industriales y profesionales desplazados por la innovación no desaparecen, pero en cambio: “han desaparecido muchas de las resistencias que ofrecían productores y consumidores como consecuencia de la novedad de los productos” (Schumpeter, 1952: 182). Estos fenómenos que apunta Schumpeter habían sido adelantados por algunos de nuestros clásicos. Por ejemplo, Durkheim en 1892, observa en La División del Trabajo social como la gente se estaba habituando a los cambios y estaba preparada para asimilarlos. De un modo parecido Cooley en 1909 sostiene que esta disposición a la novedad se ha institucionalizado en las economías modernas hasta el punto de que “nuestra vida comercial e industrial ha generado un sistema de comportamientos basado en la perspectiva del cambio” (Cooley, 1956:329) 21 La gran corporación, fruto de procesos sistemáticos de concentración y de exclusión, se presenta como el modelo de empresa victoriosa, que racionaliza los procesos de invención y los procesos de búsqueda, institucionaliza la exploración científico-tecnológica a través de los departamentos de I&D, está mejor respaldada financieramente para los procesos de innovación y por añadidura se enfrenta a una sociedad menos resistente a los cambios. Conclusión Schumpeter se interesó, como lo hicieron los clásicos de la Sociología económica, en la interpretación de la vida económica en términos dinámicos. Su obra puede contribuir a enriquecer una discusión que es fundamental para la Sociología Económica sobre los factores que facilitan el desarrollo de la división del trabajo societal (empresas y otras instituciones, sectores, profesiones, ramas del conocimiento, etc.), los actores que participan en su transformación y los conflictos y crisis sociales que acompañan su desarrollo. A él se debe una rigurosa definición de la innovación y de sus posibles efectos en los procesos de especialización y creación-destrucción de actividades. Pero el papel atribuido al comportamiento innovador, a la introducción de nuevos productos y/o de productos de mayor calidad en el sistema socio-económico, no es nuevo en la literatura sociológica. En efecto el comportamiento reflexivo e innovador desempeña un papel crucial en La División del trabajo de Durkheim, en las aportaciones de un sociólogo institucionalista e interaccionista como Cooley y en la obra de Simmel. Este último, en el escenario de su ensayo sobre Las grandes ciudades y la vida del espíritu (1903), adelanta, de un modo preciso y telegráfico, algunos de los pilares fundamentales de la teoría de la innovación de Schumpeter. El propósito de Schumpeter es superar las limitaciones del enfoque estacionario de la teoría económica neo-clásica, ofreciendo una explicación dinámica del sistema económico capitalista. Su argumento sostiene cómo la innovación al introducir lo nuevo y destruir lo viejo es la principal fuente de perturbación del sistema productivo. En su visión la empresa, el sistema productivo y la economía en su conjunto se representan como un sistema social en toda regla. 22 En este sentido las proposiciones fundamentales de su teoría echan raíces en la tradición sociológica. Tras definir la figura social del emprendedor destaca los campos de fuerzas que se generan con la innovación y los efectos sociales y económicos que se derivan: unas veces para la industria o industrias próximas, otras y de un modo transversal para el conjunto del sistema. El innovador schumpeteriano, un inconformista radical en el ámbito de los negocios, tiene que enfrentarse a un sistema social, a los hábitos y rutinas arraigadas y a un campo de fuerzas que se opone a su proyecto. Además y de un modo simultáneo, se ve obligado a protegerse tenazmente frente al riesgo tanto mayor cuanto más visible y atractiva sea su iniciativa, que supone la presencia de nuevos actores que pueden incorporarse al nuevo mercado o mejorar su posición en la competencia. En este escenario de interacción social difícilmente controlable, los procedimientos habituales para la toma de decisiones dejan de ser útiles y la racionalidad en términos muy próximos al pragmatismo y al interaccionismo sociológico, sólo puede ser de naturaleza interpretativa. A la caracterización de los efectos perturbadores que la innovación tiene sobre el sistema social y económico (renovación industrial, procesos de auge, recesión y crisis, etc.), se añade su interés algo tardío por destacar el protagonismo de la gran corporación en el control del desarrollo científico-tecnológico y en la orientación del proceso innovador. El papel que juegan las grandes corporaciones en la financiación y orientación estratégica de la innovación y en el control del entorno científico-tecnológico constituye uno de los aspectos que deberían de definirse como prioritarios en la agenda de la Sociología económica, En esta línea el enfoque (sociológico) de la Economía Política de las Organizaciones (Scott y Davis, 2007) sitúa a la gran corporación en el centro del análisis de la economía y de la innovación. No sólo por su poder monopólico, también por su capacidad para controlar las reglas de juego, capturar o entorpecer la labor de los reguladores y generar riesgos sistémicos. Pero en este punto partiendo de Schumpeter nos situamos más allá y tal vez muy lejos de Schumpeter. Para finalizar a la Sociología económica, recordando el esfuerzo de Schumpeter por vincular el proceso de innovación con el pulso de la economía, debería interesarle 23 analizar no sólo las estructuras económicas como estructuras sociales, sino también los procesos sociales, los comportamientos sociales y políticos, las orientaciones y las expectativas que subyacen a las diferentes fases de los ciclos económicos, entendidos como fenómenos históricos singulares. Bibliografia Bourdieu, P., Boltanski, L., Chambopderon, J.C. (1963) La banque et sa clientèle: Eléments d´une sociologie du crédit. Etude realisée sous la direction de Pierre Bourdieu par Luc Bolstnaski et Jean-Claude Chamboderon. Unpublished manuscript. Paris Centre de Sociologie Européenne. Camic, C.(1986) ‘The Matter of Habit’, en American Journal of Sociology, 91,(5), Marzo, pp. 1039-1087. Carruthers, B.C., y Laura Ariovich (2010) Money and Credit, A Sociological Approach Cambridge, Polity Press. 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