Tiempos de responsabilidad (para una sociología de la responsabilidad social) Resumen A pesar de la estimulante expectativa que pueden suscitar las prácticas de responsabilidad social corporativa y de su ubicua presencia, resulta sorprendente que la sociología apenas se haya ocupado de ellas. Muchos y variados pueden ser los motivos. Según mi apreciación, el principal de todos ellos es la inadecuación de los fundamentos que asume la sociología a la naturaleza de la responsabilidad corporativa. En primer lugar, por quedar restringidos a un tiempo lineal, propio de la responsabilidad individual. Y en segundo lugar, por la atribución rígida de roles a las instituciones que promueven. Para analizar sistemáticamente las principales concepciones de la responsabilidad social en general y emprender un tratamiento sociológico de la responsabilidad corporativa han de establecerse como principios lógicos los fundamentos ontológicos sobre los que puede concebirse la responsabilidad. La constatación de la insuficiencia de las propuestas que han asumido un tiempo lineal aboca a entender la responsabilidad corporativa como una continuación por otros medios de la política estatal, en una secuencia que transcurre en un tiempo circular, en la que se alternan de manera coordinada el Estado y las empresas. De esta manera se despeja el camino para el esclarecimiento de las prácticas de responsabilidad concibiendo la corporación responsable como un momento retornable y no como una distinción efímera. La RSC como problema para la sociología El reciente auge de la responsabilidad social corporativa a pasar de su enorme trascendencia, no ha calado en algunos círculos académicos1 y ha pasado prácticamente desapercibido para la sociología2. Esta última omisión es explicable por la insuficiencia de los axiomas asumidos por los sociólogos actuales para abordar la complejidad de este posible y relevante objeto de investigación. Para incluir la noción de responsabilidad de una organización como objeto de estudio de la sociología, ha de cuestionarse el lugar común de la noción kantiana de responsabilidad, referida al individuo capaz de asumir conscientemente la contribución de sus acciones libres e intencionadas a un bien moral absoluto. Implícitamente esta responsabilidad se propone como universal porque se entiende como un proceso racional. Desde esta perspectiva, los agentes solo pueden ser moralmente responsables si son íntimamente conscientes de las acciones que consuman, desde su gestación hasta su resultado. Que los agentes individuales sean considerados responsables por los demás miembros de un grupo solo es una posible extensión de su conciencia, no un requisito para su responsabilidad. Dada la imposibilidad de que una organización como tal sea una entidad consciente, al contrario de lo que sucede con los individuos, la responsabilidad puede ser otorgada a las organizaciones públicamente, por su entorno social, que juzga la consistencia de sus prácticas con el bien común. De esta manera la responsabilidad se relativiza, porque deriva de circunstancias peculiares y porque está sometida a perpetua revisión3. La individual y la colectiva son dos modalidades distintas de responsabilidad, que exigen un tratamiento distinto. De hecho, pueden predicarse de un mismo acto sin llegar a ser coincidentes. Un ejemplo ilustrativo que avala la diferencia entre la responsabilidad social y la individual es el Edipo de Sófocles. Para el pueblo de Tebas Edipo actuó como un héroe responsable por haber tenido el valor para vencer a la Esfinge; para el propio Edipo su peripecia fue irresponsable por haber perpetrado incidentes imprudentes que provocaron graves daños, como el asesinato de su padre o el incesto. Fuera de Tebas Edipo no habría sido proclamado héroe, pero sí se habría sentido culpable. Dado el carácter relativo e inestable del reconocimiento social de la responsabilidad de las organizaciones o de los individuos, la primera dificultad para entenderlo aparece al intentar inscribir su consumación en un tiempo lineal. La ampliamente consensuada noción kantiana de responsabilidad sí supone un tiempo lineal para el que el futuro solo es la continuación del 1 Por ejemplo, el filósofo Gustavo Bueno ha declarado: “a partir de los ochenta comenzó a hablarse de la responsabilidad social de la empresa, de la ética, de la formación, de la ecología...; he leído sesenta libros sobre ello y son catecismos vacuos y repugnantes” (Bueno, 2007) 2 Lo ha apuntado explícitamente Antonio Calvo: “Podría resultar evidente que, si hablamos de lo social o de responsabilidad ante la sociedad, la Sociología y sus académicos y profesionales deberían ser partícipes del análisis, explicación y propuestas de intervención en materia de responsabilidad social empresarial o corporativa. Sin embargo la realidad académica en España nos muestra, como hemos visto, que la presencia de esta materia en los planes de estudio y en las principales publicaciones científicas del área de Sociología es muy limitada” (Calvo, 2010) 3 Para una justificación de existencia de responsabilidad colectiva utilizando como argumento las respuestas del entorno a las acciones de un grupo, ver el artículo de Deborah Tollefsen sobre la culpa colectiva (Tollefsen, 2006). presente, porque el criterio para juzgar las acciones es estable4. La responsabilidad colectiva, por el contrario, transcurre en un tiempo circular, puesto que el propio resultado de las acciones de los agentes responsables puede modificar los inestables criterios por los que son socialmente evaluadas, por actualizar la percepción del bien común del entorno social afectado en unas circunstancias necesariamente renovadas. La segunda dificultad le surge al sociólogo cuando constata que los programas de RSC pretenden ser actividades políticas porque asumen como finalidad mejoras públicas, aunque se ejerzan desde organizaciones privadas. Esta ambigüedad del rol de la empresa desborda los supuestos de la sociología, que si bien ha abordado como una problemática central la influencia que la economía de mercado tiene en la política, ha restringido la política a una competencia propia del Estado, pero la ha excluido como impropia de las obligaciones atribuidas a la empresa capitalista. Superar estas dificultades permite delimitar el ámbito de desenvolvimiento y el alcance de la RSC, entendiendo cuál es su compleja relación con la política institucionalizada en el Estado. 4 Lo recoge explícitamente Ferrater Mora, citando al kantiano Weischiedel, en la definición de responsabilidad que aporta en su diccionario de Filosofía: “El concepto general de responsabilidad se determina, según Weischedel, por la suposición de una ‘duplicidad’ de la existencia con respecto al futuro. En virtud de esta dimensión temporal –o, más exactamente, temporal-existencial-, la profunda responsabilidad personal hinca sus raíces en ‘la libertad radical del hombre, la cual es fundamento último de su responsabilidad” (Ferrater Mora, 1964). Lógica y responsabilidad política Para revisar sistemáticamente los axiomas desde los que se ha entendido la responsabilidad política en general y la responsabilidad social en particular es necesario poner de manifiesto su lógica implícita. La línea de trabajo que comienza Boole al reducir a algebra la metafísica aristotélica aparece como una opción fértil pero insuficiente. Aunque ha posibilitado la lógica binaria y por tanto la manipulación cibernética de la información recreando el mundo en un espacio virtual, no se ha aplicado sistemáticamente al análisis del pensamiento científico por carecer de un referente ontológico. Esta carencia puede subsanarse substituyendo el par de nociones matemáticas “operación” y “variable” por los principios ontológicos “forma” y “sentido”5. La identificación por el sentido es indeterminada. Señala una presencia cuyas posibilidades están en proceso de consumación. Puede tratarse como una distinción “A”, a la que se puede atribuir un valor positivo 1, en tanto que afirma una objetividad sustancial a cuyas posibilidades accidentales el observador no fija límite. Se concibe como una existencia de duración variable, que por tanto se define necesariamente como temporal. La identificación por la forma es determinada. Señala los límites en los que se consumarían las posibilidades de una presencia. Puede tratarse como la negación de una distinción “(A)”, a la que se puede atribuir un valor no positivo 0, en tanto que afirma una objetividad universal, cuyos límites esenciales el observador ya ha fijado. Se concibe como una existencia inmutable, anterior a cualquier sensación (Aristóteles (a), V.10). La notación a utilizar es semejante a la de los gráficos alfa de Peirce, en tanto la forma (expresada como operador gráfico) niega el sentido (expresado como variable) y remite explícitamente a Spencer Brown, al abordar como horizonte último la recurrencia del par forma-sentido, como una operación posible que permite superar los límites del pensamiento atrapado en el tiempo lineal6. Las distintas nociones de responsabilidad inscritas en un tiempo lineal se corresponden con un par de términos, indicativos de una secuencia de la que el primero es la sociedad antecedente y el segundo el gobierno del Estado consecuente. La combinación más simple de dos términos es una disyunción lógica por la que se afirma que A tiene sentido o B tiene sentido. Se expresa “AB” afirmándose como válidos los pares A=1 B=0 “10”, A=1 B=1 “11” y A=0 B=1 “01”. O dicho más parsimónicamente, negándose la validez del par A=0 B=0 “00”. El resto de combinaciones pueden entenderse bien como una disyunción que admite distintos valores para cada uno de sus términos, por ejemplo (A)B afirmaría 01, 00 y 11, negando 10; bien como la negación de una disyunción, por ejemplo ((A)B) afirmaría 01. Los géneros de responsabilidad política del gobierno se definen en relación a dos ejes (ver Figura 1). El primero se refiere al modo en el que mantiene la responsabilidad a lo largo del tiempo. Opone una responsabilidad fija, asumida como deber permanente, y una 5 Al contraponer “forma” y “sentido” se radicaliza la distinción de Frege entre significación y sentido (Frege, 1998) renunciando a una referencia externa del signo, toda vez que se asume que no hay un significado externo sino que cualquier significado se constituye en el enunciado. 6 Spencer Brown propuso la noción de forma como elemento único del pensamiento y del cálculo de inferencias, pero tuvo que oponerla al concepto de vacío (Spencer-Brown, 1969, p. 4). Al admitir Estados indeterminados, que podrían adquirir forma o sumirse en el vacío, estaba admitiendo también el sentido como complemento necesario de la forma. responsabilidad variable, asumida como una función, cuyo resultado depende de una situación cambiante. La responsabilidad fija se expresa como la réplica diferenciada del término antecedente por el término consecuente, por lo que los dos términos del par se identifican del mismo modo, dos formas o dos sentidos. La responsabilidad variable se expresa como la integración del término consecuente con el término antecedente, por lo que los dos términos del par se identifican de distinto modo, un sentido y una forma. El segundo eje se refiere a la eficacia atribuida al gobierno. Opone una responsabilidad en la que se exige al gobierno una eficacia causal trascendente de la sociedad más allá del presente, que se inserte en el pasado o en el futuro, y una responsabilidad inmanente en la que el gobierno se mantiene clausurado en el presente como consecuencia de una causa anterior. La responsabilidad trascendente se expresa como un par de términos sin una identificación común. La responsabilidad inmanente se expresa como un par de términos sometidos a una forma común. Figura 1. Géneros de responsabilidad del gobierno desde el supuesto de un tiempo lineal Fija 1 Trascendente 3 Deber propio (pasado) 2 Inmanente Variable Función histórica (futuro) 4 Deber delegado (presente, actualización del pasado) Función contingente (presente, control del futuro) Utilizando esta notación pueden sistematizarse los géneros desde un origen simple a un desarrollo complejo siguiendo cuatro momentos: 1. Deber propio En la concepción originaria se le asigna al gobierno el deber de mantener el orden social por observadores externos que apelan a la racionalidad. El gobierno cuenta con una legitimidad natural por continuar un Estado soberano que han ido construyendo sucesivas generaciones. 2. Deber delegado En una concepción más desarrollada, la soberanía se desplaza hacia la sociedad, que otorga legitimidad al Estado al constituirlo racionalmente. Cada uno de los actos del gobierno responde a un mandato originario que se actualiza en el presente. 3. Función histórica La irrupción del pensamiento sociológico, heredero de Hegel, al concebir la historia como un proceso racional, entiende que la responsabilidad del gobierno ha de venir dictada por la historia. La responsabilidad política se inscribe entonces en un tiempo discontinuo, apocalíptico, que ha de ser interpretado como propiciatorio de una nueva era en la que la sociedad rompe con su pasado. 4. Función contingente Finalmente, la responsabilidad del gobierno se entiende como reflexión ante las contingencias del futuro provocadas por la praxis globalizada, que provoca una redefinición reiterada de las propias condiciones de desempeño del gobierno. Figura 2. Sistematización de las concepciones de la responsabilidad política bajo el supuesto de un tiempo lineal Dentro de cada una de estas tipologías de responsabilidad, han de distinguirse, a su vez, dos modalidades. Una fuerte, en la que se ubica al gobierno en una posición central de la que depende la totalidad de la sociedad, como un atributo de la sociedad identificada por una forma. Otra débil, en la que se ubica al gobierno en una posición periférica de la que depende solo una parte de la sociedad. El gobierno limita a la sociedad identificada por un sentido. Esta tipificación de la responsabilidad social, estructurada como combinación exhaustiva de alternativas lógicas, aporta una panorámica sistemática que debería incluir cualquiera de las concepciones racionales que puedan proponerse sobre este asunto. Si se completa adecuadamente, constituye per se un planteamiento holístico para el que cada una de las concepciones tipificadas será relativamente válida, por lo que obligaría a una redefinición compleja de la responsabilidad social. Deber propio: la continuidad desde el pasado Los principales filósofos clásicos buscaron por distintas vías el modo de asegurar la sostenibilidad del Estado constituido proponiendo criterios estables desde los que juzgar la responsabilidad del gobierno. Tanto Platón como Aristóteles trataron de delinear unas pautas virtuosas para el gobierno que pudiesen preservar la ciudad-Estado de la tiranía y de la debilidad tras el decepcionante cuestionamiento sufrido por el ideal de Pericles por la derrota de Atenas en la guerra del Peloponeso. Pero lo hicieron de distinto modo: proponiendo una forma para el gobierno, Platón, y proponiendo un sentido, Aristóteles. Ambos tratan de advertir de los peligros de la tiranía como separación entre los intereses del Estado y los de la sociedad. La contrapartida de la tiranía ha sido descrita por Clastres muchos años después como rechazo de la sociedad a la tutela del Estado (Clastres, 1978). Para Platón la comunidad política ha de adquirir una forma. Debería estructurarse en un Estado ideal según una jerarquía semejante a la del pensamiento. De esta manera las actividades económicas se ordenarían con justicia por un gobierno aristocrático sabio y austero, sometido a una constitución intemporal. Del mismo modo que lo sensible remite a la idea, que lo da forma, los productores remiten al gobierno y a los guardianes, que delimitan e imponen el lugar que le corresponde a cada uno en una república armoniosa. En contraste con este diseño Platón describe también la degeneración de la república aristocrática en una secuencia de cuatro fases en un tiempo imaginado de degeneración, que discurre cuando el deseo se impone al saber racional. La primera es la timocracia, que es el gobierno de los que desean honores. La segunda, la oligarquía, que es el gobierno de los codiciosos que desean riquezas. La tercera, la democracia, que es el gobierno de los ociosos que desean la libertad de seguir siéndolo. La cuarta, que es la más abominable, la tiranía, que es el gobierno que impone el deseo exacerbado del gobernante (Platón, Libro VIII). Aristóteles libera a la comunidad política de la forma en la que la había sumido Platón y la otorga un sentido. De acuerdo a Sabine, lo que escribe Aristóteles "no es un libro acerca del Estado ideal, sino un libro acerca de los ideales del Estado" (Sabine, 1945, p. 82). La consecución de la virtud y la felicidad de los ciudadanos es la finalidad por la que la polis adquiere sentido, puesto que la felicidad es para Aristóteles una praxis, no un estado. De ahí que entienda la constitución como el modo de vida del Estado (Aristóteles (b), Libro 5.IX), no como su estructura. En ningún caso la polis se puede someter a una forma universal, porque depende de la voluntad de las familias: "El Estado no es más que una asociación en la que las familias reunidas por barrios deben encontrar todo el desenvolvimiento y todas las comodidades de la existencia; es decir, una vida virtuosa y feliz" (Aristóteles (b), Libro 3.V). Aristóteles considera que hay tres modos de gobierno que promueven el bien común, monarquía, aristocracia y democracia. Deber delegado: la actualización del pasado Las naciones modernas se constituyen bajo el patrón de un Estado de derecho que asumía todo el poder político, aboliendo cualquier privilegio de la nobleza. La sociedad se erigió en el depositario de la soberanía, pero no en su agente. Los pensadores imaginaron un insostenible estado de naturaleza original que abocaba a un gran pacto, por el que se constituía un Estado encargado de garantizar la convivencia y la protección de los ciudadanos. Precisamente el cumplimiento de ese pacto constituyente se erigió en el deber por el que se juzgaba la responsabilidad del gobierno. Este planteamiento genérico admitía diversas concreciones. Hobbes justificaba la capacidad coercitiva del Estado aduciendo que era necesaria para el cumplimiento de la voluntad general. En línea con Maquiavelo creía que el gobierno cumplía una responsabilidad política distinta de la responsabilidad moral de los ciudadanos. No estaba sometida a una ética guiada por el respeto y el apoyo al prójimo sino por los resultados de su acción. En Hobbes el pacto es consecuencia de una decisión racional coordinada de los individuos, que prefieren crear un poderoso Leviatán protector antes que estar expuestos a la lucha de todos contra todos. En Rousseau el pacto no es un acto único, sino que va actualizándose para afrontar adversidades imprevistas. En ambos casos el pacto habilita decisiones que han de imponerse a cualquier resistencia porque defienden el interés general. No obstante en Rousseau el apoyo al poder soberano es compatible con la confianza en la capacidad de acción libre de los ciudadanos. Función histórica: la ocupación del futuro El pensamiento sociológico clásico trata de prefigurar una fase histórica radicalmente nueva, que complete el logro moderno del Estado de derecho. Esta fase sobrevenida y la sociedad del presente a la que cualifica pueden entenderse como un par de términos de signo opuesto. La peripecia trágica de un destino en el que había de afrontarse un futuro rompedor, que en Grecia le correspondía al héroe, se extiende con la sociología a todo el entramado del Estado. La sociología comienza con el optimismo decimonónico de Comte y Marx. El revolucionario programa político de ambos pasaba por tomar el Estado bajo la tutela del conocimiento social para utilizarlo como instrumento para el advenimiento de una nueva era en la que realmente pudiesen desarrollarse todas las capacidades humanas. Comte creía que el Estado surgido de la Revolución Francesa condenaba a la sociedad al caos. Reprochaba que estaba fomentando la crítica racional, que él calificaba como metafísica. Confiaba en que la implantación de un gobierno de sabios sociólogos pudiera garantizar un orden duradero de la sociedad, adecuado al espíritu científico. Marx acusaba al Estado de favorecer los intereses de los propietarios de los medios de producción. Esperaba que la dictadura del proletariado alumbrase una sociedad justa y libre. Al optimismo decimonónico le siguió el pesimismo de principios del siglo XX, que tuvo sus figuras más destacadas en Weber y Durkheim. Para ellos el Estado ya había adquirido una forma que no favorecía el ejercicio de la libertad y que parecía difícilmente alterable. Weber advirtió que el entramado burocrático del Estado se había convertido en una “jaula dorada”, de funcionamiento mecánico, completamente desligado del sustrato cultural de la nación. Durkheim mostraba la otra cara de la misma moneda. Lamentaba que el gobierno del Estado no encontrase las debidas resistencias en normas morales compartidas, como creencias religiosas y tradiciones, puesto que el avance de la división del trabajo las estaba disolviendo. A juicio de Durkheim, en la democracia de su tiempo el egoísmo había sustituido al “espíritu colectivo”. Función contingente: la dinamización del futuro La sociología contemporánea aborda la problemática de la disolución de la soberanía de los Estados nacionales en un mundo globalizado. El gran relato del tiempo de la Historia de Occidente que recorrieron los clásicos de la sociología se disuelve en pequeños relatos que se combinan en un crisol inabarcable7. Coexisten visiones optimistas y pesimistas. Los optimistas se sienten reconfortados al comprobar que algunas de las funciones que habían sido asumidas por el Estado son ahora ejercidas con mayor eficacia por la sociedad civil. Los pesimistas aducen que el propio Estado puede desvirtuarse hasta llegar a ser incapaz de ejercer sus competencias políticas. La sociología contemporánea de carácter pesimista contrapone una primera modernidad en la que se consolida el orden político a una segunda en la que se debilita y en la que se hace necesaria la intervención reflexiva de la sociología en el cambio social. Se entiende cómo políticamente responsable el establecimiento de una forma que incluya a Estado y sociedad. Bauman opone una modernidad sólida en la que se consolidan instituciones políticas sometidas a controles estables a una modernidad líquida en la que las instituciones políticas se vuelven inestables por estar sometidas a poderes extraterritoriales que escapan a su control. Aboga por compartir espacios en los que sea posible traducir lo público a lo privado, manteniendo valores universales (Bauman, 2001). Beck, por su parte contrapone una primera modernidad en la que la acción política aporta seguridad a una segunda modernidad en la que la autoridad política está perpetuamente cuestionada por el riesgo de catástrofes sociales. Prevenir catástrofes queda fuera de la responsabilidad del gobernó. Solo queda establecer normas desde la “experiencia negativa” para restaurar las condiciones de vida locales desde una perspectiva cosmopolita (Beck, 2006, p. 315). En un mundo en el que la economía de mercado se ha impuesto, Fukuyama destaca la confianza como factor de cohesión social por fomentar las iniciativas de voluntariado. Defiende que es necesaria para cumplir la función moral que Durkheim había atribuido a las periclitadas creencias colectivas. Esta reducción del Estado para dar paso a unas relaciones sociales más espontáneas le parece a Fukuyama argumento suficiente para proclamar el fin de la Historia. Castells aplaude la emergencia de las redes informáticas de comunicación como una posibilidad para adaptar las relaciones sociales a circunstancias cambiantes. Que las redes escapen al control de los Estados no supone ningún problema, porque su eficacia depende de la creatividad controlada que propicia el intercambio de información, más allá de los rígidos e ineficaces protocolos burocráticos que Weber había imputado al Estado. También para Castells con esta novedad se abre una nueva etapa en la historia de la humanidad, mucho más productiva que la anterior. 7 Ante este panorama, autores de inspiración marxista como Jameson han llegado a afirmar el fin de la temporalidad (Jameson, 2003). Pluralistas. El tiempo sublimado En paralelo a la teoría política que ha delimitado ámbitos singulares para el ejercicio del gobierno, se ha consolidado una tradición pluralista que ha reconocido la diversidad de formas y sentidos que pueden converger en la atribución de responsabilidad al gobierno. En todas sus versiones se concibe una instancia sublimada que escapa al devenir temporal y que sirve como soporte del Estado o de la sociedad. En el origen de esta tradición se sitúa el ius naturalismo, que justifica simultáneamente el carácter divino de la monarquía y la autocracia derivada de la afirmación de un derecho natural. Llegando a doctrinas más consolidadas, escolásticos y modernos afrontan la problemática del imperio desbordando el ámbito de la polis. No buscaron alternativas de gobierno, sino establecer límites al poder del emperador sin poner en cuestión la legitimidad de su figura. Una sucesión de formas envuelve la identidad del gobierno para evitar sus posibles excesos. A día de hoy el influjo de esta tradición puede rastrearse en neofuncionalistas y neoliberales, que por distintas vías someten al gobierno a los múltiples dictados de la sociedad. Pero eluden aportar criterios positivos para evaluar la responsabilidad del gobierno. Se trata por lo tanto de nociones sublimadas de la política que advierten de la insuficiencia de la responsabilidad política concebida en un tiempo lineal sin establecer objetivo alguno para la acción de gobierno. Santo Tomás establece la forma terrenal del orden divino como contenido de la forma del orden político, explicitada en la ley orientada al bien común. Es cierto que el carácter divino de la autoridad política justifica el deber de obediencia. Pero el gobierno también debe contar con la capacidad de los hombres para gobernarse a sí mismos por la razón. “La semejanza del gobierno divino se da en el hombre, no sólo en cuanto que cada hombre es regido por su razón, sino también en cuanto que la sociedad es regida por la razón de un solo hombre, que es el principal oficio del rey” (Santo Tomás, en Widow, 1997). Lejos de justificar el poder absoluto del monarca que exige la sumisión incondicional, la escolástica señala los posibles abusos del tirano, llegando el padre Mariana a considerar lícito su asesinato. Por esta vía se defendía la libertad del hombre, como criatura creada por Dios a su imagen y semejanza. Los modernos escindieron la razón de la fe. Apartando el dogma como justificación de la autoridad, establecieron la razón como referencia formal. Para el pensamiento moderno todo orden constituido era susceptible de crítica racional y de renovación porque era independiente de la potestad de la iglesia. Desde Ockham, que vivió poco después de Santo Tomás, hasta Kant, la libertad para ejercer la crítica contra los abusos de la autoridad se erigió en requisito fundamental el funcionamiento del Estado. Los modernos se opusieron a cualquier intento autoritario de imponer una obligación sin que fuese posible someterla al debate crítico. Opusieron la razón pública (Kant) o la ley natural a los abusos de la autoridad constituida para justificar la legitimidad de la resistencia de los súbditos. Locke fijó la garantía de la libertad individual como principal responsabilidad del gobierno. A diferencia de Hobbes y en línea con Rousseau, supuso un estado natural armonioso pero inseguro. Creía que sin una protección adecuada los derechos naturales derivados de la ley natural, previos a la convivencia social, no podían disfrutarse plenamente. El pacto que legitimaba el Estado no implicaba para Locke la cesión de parte de los derechos individuales, ni permitía una moral política distinta que la moral ciudadana. Simplemente era la condición necesaria para que los individuos pudiesen vivir en libertad preservando el sentido que tenían sus vidas cuando estaban aislados los unos de los otros. Más que imponer sus decisiones el gobernó había de mediar en los conflictos introduciendo el sentido de la justicia en la convivencia civil. El neoliberalismo, desde Popper hasta Nozick, ha desplazado al Estado del centro de la vida política y lo ha sustituido por el individuo. La recuperación de esta tradición demuestra la necesidad de una mayor complejidad en la identificación de los procesos de atribución de responsabilidad al gobierno, que tendrá que completarse con el entendimiento de los procesos efectivos de gobierno. Conclusiones Las nociones de responsabilidad que asumen como axioma alguna modalidad de tiempo lineal aportan definiciones parciales que en algunos extremos pueden resultar aparentemente contradictorias. Su revisión sistemática revela la necesidad de integrarlas en una nueva definición conjunta que las preserve y ordene. Agotadas las combinaciones que permite el supuesto de un tiempo lineal, cabría pensar que una sublimación atemporal de la responsabilidad podría ser una opción válida. Pero al disolver por esta vía la distinción entre el Estado y la sociedad, se llega al establecimiento de algunos límites mediante el establecimiento de sucesivas negaciones formales más que a una identificación positiva de la responsabilidad social. La solución pasa por asumir el axioma de un tiempo circular en el que el par sociedad-Estado no se asimile a las condiciones de antecedente y consecuente, sino que se reitere en una secuencia recurrente. En cada nuevo episodio de esta secuencia se genera una responsabilidad política renovada que puede asumirse alternativamente por la sociedad o por el Estado. En términos de Spencer-Brown esta nueva figura se corresponde con una expresión del tipo ((((A)B)A)B)… que afirma cualquier valor de A y B. Se trata de una reiteración de la concepción de responsabilidad social como habilitación de oportunidades, en la en una intervención política el Estado posibilita una intervención política de la sociedad en un bucle continuo en el que queda abierta la posibilidad de forma y sentido tanto para sociedad como para Estado. En términos de Nietzsche la figura se corresponde con la vocación del eterno retorno, que aspira a repetir cada acción porque asume una responsabilidad plena y definitiva. El kantiano “obra como si te rigieras por una norma universal”, propio de la responsabilidad individual, se sustituye ahora por el “obra como si quisieras obrar de nuevo”. Se afirma así la absoluta primacia del presente, liberado de la servidumbre del pasado y de la del futuro. Asumido el eterno retorno, advirtió Nietzsche, “no se debe justificar, en absoluto, el presente en virtud del futuro, o el pasado en virtud del presente” (En Jaspers, 1963, p. 369). Por abordarse desde una perspectiva radical, la ampliación del campo de investigación de la sociología hacia la RSC, si culmina con éxito, aportaría un doble beneficio. Para la sociología prefiguraría un nuevo paradigma que relega la sociología actual, anclada en las aporías de la postmodernidad, a mera propedeútica de la sociología pertinente en el momento histórico presente. Para la RSC justificaría su propósito fundamental como adecuado y orientaría su práctica esclareciendo la realidad social en la que trata de incidir. La prueba más concluyente de la reinterpretación de los planteamientos sociológicos a la que obliga la RSC se aporta en esta ponencia al demostrar la insuficiencia de los supuestos temporales que asumen las corrientes sociológicas dominantes. Referencias bibliográficas Aristóteles (a): Metafísica. Gredos, Madrid, 1970. Aristóteles (b): Política. Gredos, Madrid, 1988. Bauman, Z.: En busca de la política. Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2001. Beck, U.: La Europa cosmopolita. Paidós, Barcelona, 2004. Boole, H.: An Investigation of the Laws of Thought. Cambridge University Press, Cambridge, 2009. Bueno G.: “El hombre es racional por instituciones como las empresas”, 2007. http://www.fgbueno.es/hem/2007k07.htm Calvo, A.: “Las aportaciones de la sociología española a la responsabilidad social empresarial”. Revista Internacional de Sociología. Revista Internacional de Sociología. Vol.68, nº 3, Septiembre-Diciembre 2010. Clastres, P.: La sociedad contra el Estado. 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