GLOBALIAZACIÓN Y LENGUAJE POLÍTICO Me gustaría empezar esta breve intervención analizando un tema muy anterior al 9 de noviembre de 1989, fecha simbólica que la mayoría de los historiadores y pensadores sociales indicaron como el principio de la Globalización1, e incluso algunos desafortunados profetas hace algunos años lo vieron como el principio de una nueva era, caracterizada por el fin de toda ideología, el triunfo del capitalismo y del liberalismo, e incluso el fin de todo conflicto (Fukuyama, 1996). Se recuerda siempre, con cierta ironía, que en algunas universidades se dejaron de impartir las asignaturas relacionadas con el tema de la seguridad, porque en un mundo sin guerras no habrían servido ciertas enseñanzas. Quizás lo único positivo de todo este proceso guiado por profetas con escasa capacidad de prever ha sido el redescubrimiento de ciertos autores puente entre mundos opuestos, que habían permitido el diálogo de las civilizaciones en épocas pasadas. Ibn Jaldún, que antes interesaba sólo a Ortega y a otros pocos ilustres académicos, por ejemplo, ha sido redescubierto y otra vez apreciado, más allá del mundo árabe. Y esto es algo positivo. Decíamos que esta intervención sobre el lenguaje de la globalización no hace referencia directa al proceso de “interconexión mundial en todos los aspectos de la vida, desde lo cultural hasta lo criminal, desde lo financiero, hasta lo spiritual, desde lo social hasta el terrorismo” (Casilda Béjar, 2010: 46) que suele ser la definición más común que los sociólogos dan al concepto en sí. Sin embargo nuestra reflexión tiene su íncipit en el análisis de un texto anterior a 1989. Es 1 El debate sobre los orígenes de la Globalización sigue abierto y no todos coinciden en considerar la globalización como un momento nuevo, de ruptura absoluta con el pasado. Como dice Ramón Casilda (Casilda Béjar, 2010:: 42-43), “la globalización es un proceso histórico que ha caracterizado a la historia misma, desde el hito que supuso el descubrimiento de América por parte de Cristobal Colón”. Y luego añade que este proceso se percibía ya in nuce desde “la Riqueza de las Naciones de Adam Smith, libro en que se subrayan las ventajas del comercio planetario sin barreras”. Es sabido que existen tres grandes escuelas de pensamiento sobre la Globalización: los llamados hiperglobalizadores, los escépticos y los transformacionistas. Hay que recordar además que los franceses al principio preferían hablar de mundialización y que la misma palabra Globalización “no se hizo popular hasta el decenio de 1990”, (Casilda Béjar, 2010: 44).. decir en un análisis de 1977, escrito por el entonces líder del Partido Comunista Italiano, Enrico Berlinguer, uno de los protagonistas de la política del eurocomunismo, junto con Carrillo y Marchais, del alejamiento del PCI, de la dependencia ideológica y económica de la URSS y del sistema soviético, y también el máximo artífice de la política del compromiso histórico, junto con Aldo Moro. El texto en cuestión, recientemente reeditado, se llama La vía de la austeridad (Berlinguer, 2010). Se trata de la recopilación escrita de dos intervenciones públicas que hizo el líder del PCI durante el mes de enero de 1977: una durante la asamblea de los obreros comunistas y otra en el ámbito de un convenio sobre PCI e intelectuales. Se puede afirmar tranquilamente que de todas las tesis berlinguerianas la única que no sólo sigue siendo válida, sino que con el paso del tiempo ha ido aumentando su modernidad y su actualidad es exactamente la que se refiere al tema de la austeridad. Todo lo demás, que ha dicho o hecho Berlinguer ha perdido validez, debido al tiempo o a la evolución histórica, que han llevado las cosas hacia otras direcciones. El eurocomunismo se limitó a algunas reuniones, como la de Madrid, y a algunas declaraciones de principios. El compromiso histórico se acabó con las elecciones políticas italianas de 1979, que marcaron el primer retroceso electoral de los comunistas en la segunda posguerra, después de dos décadas de avance continuo e ininterrumpido. El tema de la austeridad, como lección de vida y de valores, en contra del individualismo consumista, sin embargo, sigue siendo una intervención actualísima todavía hoy. Con el concepto de austeridad, Berlinguer entiende una nueva dimensión global de los consumos, no simplemente una renuncia pura y dura a los objetos de consumo. Una noción dinámica, activa, liberatoria y, a la vez, un nuevo proyecto de sociedad y una nueva idea de civilización. Los años ’80, construidos alrededor del mito del consumo y de la acumulación fácil de capital, económico y consumista más que cultural, parecían haber borrado esta magnífica lección del líder del PCI. Un mito, el de los años ’80, maravillosamente ejemplificado por las publicidades de la Campari que hablaba de managers de éxito y de una Milán que se convertía automáticamente en una cittá da bere. En España ocurría algo parecido, con el triunfo de la llamada beatiful people y de la corrupción. Berlinguer intuye ya en 1977 que una sociedad basada sólo en el mito del progreso continuo y del aumento de los consumos individualistas no puede aguantar su cohesión social durante mucho tiempo. La sociedad que se está configurando a final de los setenta y a principios de los ochenta es una sociedad que, perdida la solidaridad mecánica de antigua memoria, está perdiendo también ese mínimo de cohesión social que garantiza, dentro de la solidaridad orgánica, que no prevalezca el individualismo desenfrenado y egoísta. Durkheim es amigo de Jaurés: cree en el solidarismo, no en el egoísmo individualista. En este sentido la crisis que tiene ante sus ojos Durkheim, en la Francia del affaire Dreyfus y de los suicidios crecientes, recuerda un poco a la sociedad de los ochenta y la época del llamado “reflujo”. Berlinguer dice explícitamente que los caracteres distintivos de este sistema que él condena son “los desperdicios, el despilfarro, la exaltación de los particularismos y del individualismo sin frenos, del consumismo más insensato” (Berlinguer, 2010: 26). El líder del PCI habla, y no podría ser de otra forma dado su papel de líder comunista, de una nueva forma de vida social del movimiento obrero. Nosotros podemos extenderlo hoy día a la sociedad más en general. El movimiento del decrecimiento, dentro de la crisis de los movimientos obreros actuales y más en general de los estudios laborales, representa otra versión, actualizada, del pensamiento berlingueriano. Buscar una nueva vida, fuera de la locura del consumo, y volver a pensar en el hombre como algo más profundo que un mero ser económico son exigencias del hoy, que van más allá del movimiento obrero y de la retórica berlingueriana y comunista, que predican una austeridad de clases. Berlinguer está en un plano más alto, más intelectual, se refiere a una moralidad nueva. Los secuaces del decrecimiento bajan a la tierra y hablan directamente de menos estrés, de tiendas pequeñas en lugar de grandes centros comerciales, de bicicletas en lugar de coches, pero en realidad los discursos, mutatis mutandis, tienen muchos puntos en común. Carlo Petrin definiría todo esto como filosofía slow, una forma de vivir nueva que va desde el turismo a la gastronomía, pasando por la lectura (Cohen: 2005). Berlinguer no es el Ned Lud de 1977 ni un anticipador de Theodore John Kaczynski. No es el Antonio Troiano que en 1997 llega a afirmar que “hay un poco de Unabomber dentro de cada uno de nosotros” (Baraghini, 1997: 1-8). Pero tampoco es el calvinista que describe magistralmente Max Weber en La Ética Protestante y el Espíritu del Capitalismo, es decir un capitalista que no puede consumir su capital por razones religiosas, o, como ocurre en el análisis marxista, porque de esta forma no tendría plusvalía para reinvertir. No es una abstinencia determinada por el objetivo de acumular (Marx, 2012). Berlinguer es un Serge Latouche un poco envejecido y un poco más hermético. El líder del PCI dice que “hay abandonar la ilusión de que sea posible perpetuar este tipo de desarrollo basado exclusivamente en una artificiosa expansión de los consumos individuales, que en realidad es fuente de desperdicios, de parasitismo, de privilegios (…) de desequilibrios financieros” (Berlinguer, 2010: 30). Y añade que el verdadero objetivo es ir más allá de la satisfacción de exigencias materiales artificiosamente inducidas, y a la vez la liberación de la mujer. Para esto “hay que mirar más allá de lo inmediato, de las próximas elecciones y de los resultados de nuestro partido”, añade Berlinguer. Es decir, todo lo que parece faltar a los políticos de hoy y también a los ciudadanos, que viven sólo en el hoy sin pensar en el mañana. Pero es el mismo “avanzar de los llamados países del Tercer Mundo, que rechazan cada día más las condiciones de inferioridad a las cuales les han obligado para permitir que siguieran siendo felices y prósperos los países capitalistas” (Berlinguer, 2010: 61) que obliga a un reflexión y a un cambio de rumbo. La propia crisis que estamos viviendo y que se hace cada día más dramática en sus consecuencias sociales, puede ser el punto de partida de una nueva moralidad, de una nueva idea de felicidad, porque como decía Berlinguer en 1977, citando a Phan Van Dong, primer ministro de Vietnam “para ser felices no se necesita un coche nuevo”(Berlinguer, 2010: 67). La idea de Berlinguer no es la idea de un estado pedagógico y paternalista que obliga al libre ciudadano a consumir sólo productos y bienes colectivos (escuela, medios de transporte) y le empuja a renunciar a los bienes individuales (coches, frigoríficos y más tarde, verdadero estatus symbol del consumismo, el teléfono móvil2). Es una crítica cultural a la sociedad de los consumos y a sus valores, una crítica que protagonizaron con otros objetivos y enfoques también Pasolini y, dentro de la escuela de Frankfurt, autores como Adorno y Marcuse. Se dice que Craxi, símbolo del socialismo arribista y aideológico, después de un encuentro con Berlinguer le comentó a uno de los colaboradores del líder PCI: “Enrico es una buena persona, pero tenéis que obligarle a dar un paseo por las calles y tiendas de Milán”. Pero eso es exactamente lo que no quiere Berlinguer, dar paseos por las tiendas de lujo de Milán. Él no piensa en las marcas como elemento biopolítico de las personas. Esta es la esencia de la filosofía de la austeridad que sigue siendo actual y válida a nuestro juicio. Si existe la austeridad en el lenguaje político de la globalización (que es sobre todo austeridad para los más pobres y despilfarro para los más ricos en la realidad de los hechos) existe también, o por lo menos parece reaparecer en el debate político desde una década el concepto de Imperio y, obtorto collo, también el de crisis del Imperio. Ha sido Toni Negri que ha vuelto a desempolvar el concepto después de años de olvido. El Negri de Imperio ya no es el revolucionario que hace temblar a los conservadores incitando a la revolución o emocionándose cuando percibe “todo el calor de la comunidad proletaria y obrera cuando me bajo el pasamontañas”. Pero es un Negri que no ha tirado todavía la toalla: “las armas hoy en cuestión son el potencial, poseído por la multitud, de sabotear y destruir, con su fuerza productiva, el orden parásito del comando posmoderno” (Negri, 2002: 75-76). El Imperio es, en la concepción de Negri, “el nuevo sujeto político que regula los intercambios a nivel mundial, el nuevo poder soberano que gobierna el mundo” (Negri, 2002: 13). No son ni los EE.UU, en crisis, ni la nueva 2 En 2010 más de la mitad de la población total mundial poseía teléfono móvil y más de la cuarta parte tenía acceso a Internet. hegemonía china las fuerzas imperiales del siglo XXI, sino esta especie de soberanía global que unifica los organismos nacionales e internacionales. No es el imperialismo denunciado por Lenin, dado que hoy “ni los EE.UU. ni ningún Estado nacional puede constituir el centro de un nuevo proyecto imperialista”. Según Negri, la idea de un nuevo orden universal superior a los estados nacionales es la realización del sueño kelseniano de una Grundnorm universal. Estamos asistiendo a un cambio de paradigma, y los tiempos convulsos que estamos viviendo atestiguan la envergadura del cambio. El nuevo paradigma que se va configurando, dice Negri, parece “un híbrido entre la teoría sistémica de Niklas Luhamnn y la teoría de la justicia de John Rawls”. Estamos hablando de un poder más solapado, de un poder que es a la vez biopolítico porque llega a controlar e a infiltrarse “en las profundidades de las conciencias y de los cuerpos y, al mismo tiempo, en la totalidad de las relaciones sociales” (Negri, 2002: 40). Con la explosión de la crisis parecen todavía más eficaces estas afirmaciones del autor: “no hay ningún punto de vista externo al mundo impregnado de dinero, nada pasa inadvertido al dinero”. Y el dinero responde un día a la lógica de los recortes, otro día a la lógica de los trabajadores tratados como números, que no hacen salir las cuentas, y del Lumpenproletariat, que no interesa porque no produce dinero. Los recortes y la política presupuestaria de los países del Sur de Europa, responden a esta lógica, es decir a la lógica que ve hoy día “incluso a los países más potentes depender del sistema mundial”. “Los enemigos son definidos muchas veces como terroristas” (Negri, 2002: 51), dice Negri. Y el número de enemigos, así como la separación entre las pequeñas minorías que controlan la riqueza y la mayoría que viven en condiciones de impotencia, parecen aumentar. Pero según el autor, la vuelta al Estado nación y al mecanismo anterior no parece ser una buena respuesta. Dentro del horizonte de “actividades, resistencias, voluntades y deseos que rechazan el orden dominante y proponen líneas de escape, e itinerarios alternativos y constitutivos” (Negri, 2002: 60) pueden estar, a mi juicio, también la austeridad y el decrecimiento de Berlinguer y Latouche. Así, Negri llega a preguntarse si existe un nuevo proletariado global, haciendo entender que esto hoy no incluye sólo la tradiciónal clase obrera industrial de antaño, sino también a los que trabajan en la llamada producción inmaterial en condiciones cada día más precarias y difíciles. Porque entiende que hoy la explotación de las personas va más allá de las fábricas o del lugar de trabajo, “y ya no se produce en un lugar determinado” (Negri, 2002: 202), sino en todos los lugares. Es decir, no ha desaparecido la clase obrera, simplemente que hoy el concepto de proletario se puede extender a “todos aquellos que producen, como subordinados y explotados, bajo el mando del capital” (Negri, 2002: 242). Y las nuevas formas de migraciones, que se imponen incluso en Occidente con el estallar de la crisis, pueden ser algo bueno para los estudios de marketing y el capital global, pero muchas veces significa sobre todo “migración forzosa en la pobreza, lo cual no contiene nada de liberatorio” (Negri, 2002: 151). El pobre en el nuevo orden mundial se hace posmoderno, es decir se convierte en una figura transversal, omnipresente, diferente en su multiplicidad y a la vez móvil. “La distinción clásica, a la cual estamos acostumbrados, entre Primer, Segundo y Tercer Mundo, (…) se convierte cada vez menos en una relación que corre según los esquemas tradicionales, es decir unos confines bien definidos y bien separados” (Negri, 2003: 5), como demuestran las escenas dramáticas de las personas hasta hace poco de clases acomodadas que hoy buscan la comida en la basura, o, dicho más elegantemente, las banlieues en el corazón de las capitales europeas. La Globalización ha redefinido totalmente las formas de inclusión y exclusión social y ya no tiene sentido hablar de Primer, Segundo y Tercer mundo (Casilda Béjar, 2010: 66). El Estado del Bienestar y el modelo de protección socialdemócrata se hacen insostenibles y son incapaces de aportar las ayudas necesarias a los nuevos pobres, como llevan años prediciendo los pensadores de la escuela hiperglobalizadora. Se rompe el proceso que según Bendix estaba en la base del surgimiento del propio Estado del Bienestar, dado que su creación se inserta dentro del proceso más global de extensión de la ciudadanía también a las clases más bajas. Un proceso de radicalización de los derechos y a la vez de corrección de lo que había ocurrido en 1834, cuando William Pitt y la nueva clase de los burgueses capitalistas consiguieron abolir la ley de pobres. La consolidación fiscal y la reducción del déficit público, conceptos tan herméticos para la mayoría de la población que percibe este mundo como un juego a suma cero entre los potentes, parecen haber sustituido en Europa a las políticas intervencionistas y keynesianas de antaño, que, por ejemplo, sigue practicando de alguna forma Obama en EE.UU. Los ciudadanos europeos nos hemos metido en la cama con un gorilla, como avisó Paul Samuelson, sin darnos cuenta al principio de lo que estaba pasando. Además, el nuevo éxodo de miles de trabajadores que ya no emigran sólo desde el Este de Europa, desde Marruecos, desde Bolivia o desde África, sino también desde Grecia, España e Italia hacia Alemania, EE.UU. y, quizá en un día no muy lejano, hacia Brasil, China3 o India4 pueden contribuir en este sentido a cambiar, revolucionar, romper el orden global, que Negri llama “imperial”, que se ha ido creando en estos últimos años. Nada es inmutable, y todo se transforma. La crisis profunda que está tocando el sindicalismo a nivel mundial lo atestigua. El sindicato sigue actuando con la lógica que tenía en el siglo XIX, pensando más en lo local que en una perspectiva mundial, y utilizando las mismas técnicas de antaño, como las huelgas generales que han perdido su eficacia real porque no consiguen detener al capital cuando éste ya ha tomado sus decisiones. Se ha acabado la autonomía de la política, y los revolucionarios del siglo XXI “tendrán que inventarse algo nuevo, un nuevo tipo de resistencia” (Negri, 2002: 288). Se necesitaría un nuevo informe Beveridge y un nuevo pacto social porque sólo ganando todos juntos la nueva guerra contra la pobreza se podrá ganar luego también la paz. Aceptables o criticables, 3 Es probable que estas economías sigan efectivamente creciendo como prevén todos lo estudios, pero hay que recordar que prever el futuro es una actividad que no se le da muy bien a los sociólogos y economistas. En 1969 el futurólogo Herman Kahn dedicó un libro a Japón como seguro líder mundial a partir del año 2000. 4 El número de multinacionales en China e India seguirá aumentando. Es muy probable que a partir de 2018 sean China e India los países del mundo que más multinacionales nuevas crearán. Menor será el impacto a corto plazo de los países latinoamericanos, como Argentina y Brasil. En 2025, según la OMT, en India habrá un 41% de personas de clase media (Casilda Béjar: 101). las tesis de Negri, como está en el ADN y en la historia personal del filósofo italiano, siempre provocan debates y enfrentamientos. Podemos, en conclusión, apoyarle cuando afirma explícitamente que estos años de cambio para ser entendidos necesitan “un nuevo léxico”, nn nuevo lenguaje que tenga en cuenta el contexto global y de crisis a la vez (Negri, 2003: 50). BIBLIOGRAFÍA Berlinguer, E. (2010), La via dell’austeritá. Per un nuovo modello di sviluppo, Roma, Edizioni dell’Asino.. Casilda Béjar, R. (2010), Multinacionales españolas en un mundo global y multipolar, Madrid, ESIC. Cavazza, S. y Scarpellini, E., (2010): La rivoluzione dei consumi, Bologna, Il Mulino. Cohen, E. (2005): “Principales tendencias en el turismo contemporáneo”, Política y Sociedad, 42, 11-24. Fukuyama. F. (1996), La fine della storia e l’ultimo uomo, Milano, Rizzoli. Latouche, S. (2012), Salir de la sociedad de consumo, Barcelona, Octaedro. Negri, A. (2002), Impero. Il nuovo ordine della Globalizzazione, Milano, Rizzoli. (2003), Cinque lezioni su Impero e dintorni, Milano, Raffaello Cortina. Uña Juárez, O. (2007). Las dimensiones sociales de la Globalización, Madrid, Paraninfo.