UNA SOCIOLOGÍA DE AUTODEFENSA: METODOLOGÍA, POLÍTICA DEL INDIVIDUALISMO EN GEORGES PALANTE Alejandro Romero Reche Departamento de Sociología Universidad de Granada romeroreche@hotmail.com ÉTICA Y Resumen Recordada, si acaso, como poco más que una nota a pie de página en la historia del individualismo metodológico, en los últimos años la figura de Georges Palante (1862-1925), autor de un Précis de Sociologie duramente criticado por Durkheim, o de una tesis, Les Antinomies entre l’individu et la societé, rechazada por la Sorbona, ha sido objeto de rehabilitación en el mundo académico francoparlante por parte de autores como Michel Onfray y Stéphane Beau, compilador de su obra periodística. Este último lo considera un precursor remoto de la actual sociología del individuo que representan Philippe Corcuff, François Dubet o François de Singly, quienes, en su empresa de superación tanto del holismo como del individualismo metodológico, abordan problemas teóricos muy similares y en ocasiones proponen soluciones análogas a las que defendiera Palante, pero no siempre reconocen su precedente ni construyen sobre sus hallazgos. El presente trabajo examina la obra de Palante en su triple vertiente científica, filosófica y política, e intenta mostrar, no sin las cautelas pertinentes que exige su carácter eminentemente asistemático, su relativa fecundidad a la hora de abordar el problema sociológico del individuo contemporáneo y los dilemas ético-políticos que lleva aparejados. Del mismo modo que Dilthey edifica sus Geisteswissenschaften en explícita oposición a la sociología de Comte y Spencer, cuyos conceptos considera metafísicos, Palante elabora su sociología contra Durkheim y Marx, en particular contra las nociones de hecho social y de anomia, y la de una futura superación de la antinomia entre individuo y sociedad a través del socialismo. Como nietzscheano confeso, el hecho social durkheimiano le parece una abstracción que enmascara el dinamismo de las sociedades y niega su contenido vivo y concreto de inestabilidad, consistente en los impulsos, necesidades y sentimientos individuales. Por otra parte, entiende que la anomia no explica fenómenos disfuncionales como el suicidio, sino que, muy al contrario, estos son producto de la presión social sobre los individuos que se apartan de la norma. Aunque Palante declara su entusiasta parcialidad a favor del individuo, reconoce que éste no puede ser otra cosa que un ser social y sostiene, por tanto, que las antinomias entre individuo y sociedad jamás podrán resolverse. Toda sociedad es opresiva por naturaleza, sea cual sea el sistema político por el que se gobierne, pero el individuo, precisamente por su irrenunciable condición social, no tiene opción a la retirada, pues lleva siempre a la sociedad consigo. Esta tensión, de hecho, tiene un valor positivo, dado que en ella radica la fertilidad de las sociedades, y a través de ella se despliega el cambio social. De este modo, si la sociología de Durkheim se puede entender como legitimación ideológica del orden presente, y la obra de Marx como la de un orden futuro, Palante extrae consecuencias decididamente pragmáticas de sus premisas teóricas y sus postulados éticos: la politique du ventre responde a un ateísmo social no muy alejado del escepticismo individualista contemporáneo que, por ello, la obra de Palante puede contribuir a analizar. Palabras clave Sociología del individuo, individualismo, Durkheim, Nietzsche, ateísmo social “... no hay que esperar (…) de un principio social, sea el que sea, el Paraíso terrenal (…) … a pesar de todas las utopías optimistas, toda sociedad es y será explotadora, usurpadora, dominadora y tiránica. Y no lo es accidentalmente, sino por su esencia”. GEORGES PALANTE Précis de Sociologie Georges Palante se suicida en agosto de 1925, víctima de numerosas dolencias y después de una carrera académica marginal y marcada por fracasos como el rechazo por parte de la Sorbona de sus tesis doctorales Les Antinomies entre l’individu et la société y Pessimisme et individualisme. Su obra cae entonces en el olvido, pero ni siquiera hasta ese momento ha sido particularmente influyente, enfrentada como se encuentra a corrientes de pensamiento tan poderosas como la sociología durkheimiana y el marxismo. De hecho, en la medida en que concibe su propia doctrina sociológica en oposición explícita al pensamiento de Durkheim, resulta apropiado que éste escribiera una dura crítica de su Précis de Sociologie en la Revue de Synthèse Historique. En 2002 comienza su rehabilitación, impulsada por lectores atentos como Stéphane Beau y Michel Onfray, que le dedica su primer libro (Physiologie de Georges Palante. Pour un nietzschéanisme de gauche). No obstante, incluso entonces su influencia sigue siendo muy limitada, y se le ve como poco más que una curiosidad histórica, una anécdota un tanto excéntrica en el desarrollo del individualismo metodológico y de la ciencia sociológica. Incluso en la pujante sociología del individuo que emerge en Francia poco después (Corcuff, por ejemplo, publica La question individualiste en 2003), las menciones explícitas a Palante son más bien escasas, aunque puedan identificarse ecos de sus propuestas y preocupaciones. El presente trabajo no pretende, en absoluto, ubicar por fin a Palante en un hipotético “justo lugar” en la historia de la sociología sino, de forma mucho más modesta, examinar sus planteamientos más originales en la medida en que puedan ofrecer herramientas teóricas de utilidad para el análisis del individualismo contemporáneo. Palante tal vez ejerciera una influencia mínima en sus contemporáneos y aún menor en quienes les sucedieron, pero ciertamente tuvo olfato de precursor. Su sociología, marcada por el individualismo (metodológico, ético y político) tiene por objetivo comprender mejor la naturaleza de la sociedad para diseñar, a partir de dicho conocimiento, una estrategia eficaz de autodefensa para el individuo. En otras palabras, se trata de conocer al monstruo para aprender a luchar contra él, a sabiendas de que jamás se le podrá derrotar definitivamente. Palante entiende, a diferencia de Marx, que las antinomias entre individuo y sociedad nunca podrán resolverse en una futura sociedad socialista; no hay orden social que no desarrolle su propia lógica de opresión del individuo, y por tanto, el individuo debe mantenerse siempre en estado de alerta, haciendo uso de la sociología como herramienta para comprender la naturaleza de la situación. 1. Contra Durkheim: la definición de la ciencia sociológica Es improbable que el lector contemporáneo sienta la tentación de preguntarse si acaso Palante pudo haber creado escuela de producir su obra en otras circunstancias, si la historia de la sociología hubiera sido distinta en caso de que Palante hubiese prevalecido en su controversia con Durkheim. En primer lugar, por la precaria situación académica de Palante, que difícilmente podía apoyarse en las instituciones que le rechazaron para difundir y consolidar su concepción de la disciplina. En segundo lugar, porque dicha concepción parecía negar la especificidad que Durkheim se estaba esforzando por definir para dar carta de naturaleza a la sociología. No es casual que el propio Durkheim entienda la propuesta palantiana como un paso atrás con respecto a la institucionalización de la disciplina: la senda que marca es un retroceso que vuelve a hacer de la sociología un anexo de la filosofía y la psicología. Lo anterior no resta sinceridad al empeño de Palante: aunque vista desde el otro extremo de la historia la suya nos parezca una batalla perdida por definición, probablemente su razón de ser, de acuerdo con los elementos más nietzscheanos de su pensamiento, se derivase en buena medida de la magnitud de un adversario al que sabía que ni en el mejor de los casos podría batir por completo; la sacralización de una colectividad con la que el individuo siempre habría de mantener una relación conflictiva. Así, Palante publica el Précis de Sociologie en 1901, con el propósito a menudo explícito de oponerse a la sociología durkheimiana. Como destaca Depenne (2010: 60), Palante define la sociología en las primeras páginas de dicha obra como “no otra cosa que la psicología social”, lo cual podría parecer congruente con lo publicado por Durkheim cuatro años antes en El suicidio, donde éste afirmaba no tener inconveniente en admitir que la sociología era una suerte de psicología social. No obstante, mientras Durkheim apostillaba que esto le parecía válido siempre que se tuviera en cuenta que esa psicología social tenía unas leyes propias, distintas de la psicología individual, para Palante siempre había que remitirse a la psicología individual, “la llave que abre todas las puertas” (1901: 4). En cierto sentido, el carácter programático de El suicidio, la obra donde Durkheim habría de demostrar cómo el acto individual por excelencia era, de hecho, también un acto inevitablemente social, lo cual ponía de manifiesto en qué medida era necesaria una ciencia como la sociología para estudiar la dimensión social intrínseca a todo fenómeno humano, es casi una provocación para el individualismo de Palante. Donde uno ve suicidios anómicos, propiciados por el vacío normativo de las sociedades, el otro percibe suicidios precipitados por el exceso asfixiante de normas. Como observa Depenne, “el caso del suicidio egoísta es inimaginable en la sociología palantiana. No existe una situación de individualización desmesurada” (2010: 61). El entendimiento entre Palante y Durkheim era, pues, imposible: para Durkheim, aceptar las tesis de Palante suponía renunciar a la sociología. Para Palante, aceptar las tesis de Durkheim suponía renunciar al individuo. En ambos casos, un sacrificio inaceptable. Por supuesto, a Palante se le presentaban más incentivos extrateóricos para adherirse a la posición de su contrario que a Durkheim. El desacuerdo entre ambos se evidencia también en la elección de referentes intelectuales por parte de Palante, que Durkheim critica con innegable coherencia. En el Précis de Sociologie menudean las citas textuales de Nietzsche y Schopenhauer, a menudo muy extensas, y acompañadas de comentarios críticos que no discuten la relevancia de los filósofos para la sociología sino aspectos puntuales de sus obras; Palante, por ejemplo, se distancia de las que considera implicaciones políticas de los valores aristocráticos de Nietzsche, al tiempo que insiste en la extraordinaria importancia de su obra. La controversia ontológica que surge de la oposición entre el concepto durkheimiano de hecho social y el de antinomia en Palante tiene mayor entidad. Este último “… se refiere a que dos cosas están relacionadas cuando el desarrollo de una se hace a costa del de la otra, cuando la plena afirmación de una impide la plena afirmación de la otra, cuando una tiende a destruir o, al menos, empequeñecer y debilitar a la otra (…) … se refiere a un antagonismo virtual o real, una falta de armonía natural, un conflicto inevitable entre dos cosas correlativas e inseparables” (Palante, 2013: 280-281). Palante entiende que la antinomia entre el individuo y la sociedad contempla varios sentidos. En un sentido subjetivo, se localiza en el fuero interno de los individuos: es el conflicto interior que se produce entre los impulsos individuales y las normas sociales. En un sentido objetivo, se traduce en el conflicto entre el individuo y todos aquellos grupos con los que pueda relacionarse de forma directa o indirecta. Según una última acepción, se trataría de un conflicto entre dos tipos de “mentes” o “temperamentos”; podríamos hablar tal vez de “ideologías”, en un planteamiento próximo a las derivaciones paretianas que racionalizan los residuos, pues el origen de tales discursos ideológicos reside, para Palante, en esos “temperamentos”, en la psicología. La antinomia tiene tres posibles soluciones: en primer lugar, la que concibe al hombre como ser naturalmente social; en segundo, la que no reconoce solución de continuidad entre individuo y sociedad, y sostiene que, a medida que la humanidad vaya progresando, se llegará a una completa adaptación (así, las antinomias que se manifiestan en el presente son síntomas de una adaptación incompleta); y en tercer lugar, la que Palante señala como solución durkheimiana, vinculada a la noción de hecho social: lo social tiene una entidad propia que se impone al individuo. La sociología que se deriva de semejante concepción tiene, a juicio de Palante, una clara función política: “la ciencia sociológica asumirá la misma función que hasta ahora han asumido las religiones; inclinará al individuo ante la sociedad. La moral sociocrática es, como las morales religiosas, una moral del miedo y el automatismo” (Palante, 2013: 287-288). Para Palante, la antinomia, por definición, no puede resolverse. El individuo no puede apartarse por completo de toda influencia social, y la sociedad tampoco puede controlarlo por completo; aun reconociendo un mayor realismo a la solución durkheimiana con respecto a las dos anteriores, Palante afirma que sobreestima la obediencia del individuo a la sociedad, incluso cuando este se rinde voluntariamente al grupo: “La presión social, por muy abrumadora, hábil y astuta que sea, no conseguirá obtener lo que hay de incomprensible en el individuo, es decir, la propia individualidad” (Palante, 2013: 289-290). Se entiende, por tanto, que el hecho social sea para Palante una abstracción alejada de la realidad y que en efecto ofusca su comprensión, enmascarando cuanto hay en ella de cambiante e inestable, a beneficio del polo colectivista de la antinomia. La imposibilidad de resolver la antinomia es precisamente lo que justifica el individualismo como actitud ante la sociedad, pero no cualquier tipo de individualismo. Palante rechaza tanto el individualismo “sociológico” (que, de hecho, enfatiza lo que hay de común en los individuos y por tanto anula su especificidad), como el individualismo “unicista” stirneriano, por asocial. Queda el individualismo aristocrático, que define un hombre superior que: “… no es el que niega toda relación social y toda cultura, sino aquel que resume en él la cultura de una época, pero la supera al añadirle su marca de personalidad (…). El superhombre representa el punto álgido de la cultura de una época al oponerse a esta cultura en ciertos aspectos. Este individualismo de la grandeza humana ya no niega todo ideal sino que, al contrario, supone un ideal de cultura progresiva” (Palante, 2013: 295). Y aún así, también ese individualismo está condenado el fracaso, a verse sofocado por la presión social, a sucumbir al pesimismo escéptico (es difícil no recordar aquí el final de la vida de Palante): “En la mayoría de las veces, las individualidades superiores son sacrificadas a las mediocridades de la vida social que las rodea. Además, el hombre superior no trabaja por una sociedad que le parece poco interesante, sino por el superhombre, es decir, por su propio superhombre, su ideal personal de grandeza. El hombre superior no puede no sufrir por este conflicto entre sus aspiraciones y su entorno; al final, poco importan su fuerza y su superioridad, pues sucumbe en la lucha. Lógicamente, el individualismo aristocrático acaba debido al pesimismo social y al sentimiento de un conflicto en que la individualidad superior es inevitablemente vencida” (Palante, 2013: 298). Todo lo anterior evidencia hasta qué punto eran irreconciliables las posiciones de Durkheim y Palante. Ambas son diametralmente opuestas tanto en sus planteamientos metodológicos como en su programa ético (Depenne, 2010), y esta oposición se manifiesta prácticamente en cualquier cuestión que uno y otro aborden. Por ejemplo, sobre Pedagogía y sociología de Durkheim, tras observar que las finalidades de la educación son la homogeneidad social y la diferenciación, escribe Palante que “es evidente que, para él, la primera finalidad, la homogeneidad social, es la más importante y solo tolera la segunda en la medida en que esta se le subordine (…). Su homogeneidad social es, en el fondo, la antigua unidad moral reclamada por los políticos autoritarios de todos los tiempos” (Palante, 2013: 151). El origen del teorizar palantiano sigue siendo el dilema individuo-sociedad, respecto al cual Durkheim inclina la balanza de forma más clara. Para Palante, la antinomia no está resuelta no probablemente se pueda resolver jamás, pero eso no le impide tomar partido, decidida y fatalmente, por el individuo. 2. El individualismo metodológico en Palante Si se trata de proponer una concepción operativa de la disciplina sociológica, es imprescindible definir cuál pueda ser su unidad básica de análisis. Para Palante, por supuesto, se trata del individuo, entendido como realidad irreducible, condicionado no obstante por influencias sociales de las que, pese a los deseos de un Stirner, no puede zafarse. Dicho planteamiento se evidencia, por ejemplo, y de nuevo en abierta oposición a Durkheim, en lo que escribe Palante sobre El suicidio: “Las estadísticas no son tan decisivas; sería necesario poder penetrar en la intimidad de las conciencias, abrir los cerebros y los corazones. Si bien conocemos los móviles secretos de los suicidas, veremos sin duda alguna que muchos suicidios están causados más por excesos que por defectos de integración social” (Palante, 2013: 236). Rechaza con vehemencia, una vez más, la validez epistemológica e incluso la entidad ontológica del hecho social tal como lo concibe Durkheim, y avanza una propuesta de interpretación de la acción social mucho más próxima a la sociología comprensiva. El individualismo metodológico de Palante solo se parece al modelo del homo económicos o a la teoría de la elección racional en su énfasis en el individuo; por lo demás, tiene mucho más que ver con Simmel (uno de los pocos sociólogos a los que Palante admira y elogia explícitamente) y las Geisteswissenschaften tal como las definió Dilthey. Hay con este último un paralelismo adicional: del mismo modo que Palante construye su sociología contra Durkheim y Marx, Dilthey edifica sus ciencias del espíritu desde un rechazo elocuente del carácter metafísico de los conceptos sociológicos de Comte y Spencer. Significativamente, ambos comparten esa afinidad hacia Simmel como representante aislado de otra forma de entender la sociología; parece adecuado que sea precisamente Simmel, más que Dilthey y desde luego que Palante, quien ha terminado encontrando un lugar estable en los libros de historia de la disciplina. En Palante, la clave del análisis sociológico radica en la naturaleza de los vínculos sociales, que configuran, aunque ciertamente no determinan, a ese individuo que singulariza como realidad última. Frente a individualismos como el spenceriano (del que es conocida expresión Man Against the State, traducido al castellano como El individuo contra el Estado), que se perfilan sobre el telón de fondo del Estado en su dimensión institucional, Palante defiende una concepción más amplia del “enemigo”. Así, al definir los términos de la antinomia, especifica que: “Por ‘sociedad’ entendemos no solo el Estado, sino el conjunto de círculos sociales de todo tipo en los que puede participar un individuo, así como las relaciones sociales complejas con las que se ve comprometido como consecuencia de esta participación” (Palante, 2013: 17). De forma análoga, su concepción del individuo es necesariamente más compleja, e implica un rechazo tanto del individuo rousseauniano como de la individualidad humana entendida como esencia universal à la Kant (pues, ya se ha especificado antes, como tal esencia universal carecería de rasgos distintivos y, por tanto, haría intercambiable toda individualidad, que sería ya cualquier cosa salvo individualidad). Subraya Palante: “No se trata (…) de oponer a la sociedad un individuo completamente aislado e independiente que vive al margen de toda sociedad, un individuo en absoluto moldeado o influido por ella. Tal individuo es imposible de encontrar, pues hay que reconocer que la conciencia individual sigue siendo en buena parte el reflejo de las costumbres y opiniones del entorno, aun cuando la conciencia reacciona en contra de esas opiniones y costumbres. El individuo que oponemos a la sociedad es el individuo tal y como en realidad se nos ha dado en la sociedad, instruido en parte por ella. Pero al lado de la parte moldeada por las influencias sociales pasadas o presentes, hay en el individuo un fondo psicológico propio de él que aparece como un residuo irreducible ante estas influencias” (Palante, 2013: 18). De este modo, el individualismo de Palante, surgido del reconocimiento de la antinomia entre individuo y sociedad, debe definir su alcance y sus límites a través de un examen en profundidad de los distintos aspectos de la antinomia, en los que han de configurarse tales parámetros. Por ello, y pese a ser uno de los primeros adversarios de Durkheim, Palante no responde a la caracterización del individualismo metodológico surgido de la oposición a Durkheim que propone Corcuff (1998: 17): la sociedad en Palante es mucho más que la mera agregación de lo individual. Y por tanto, Palante bien podría suscribir las palabras de Corcuff en la introducción a La question individualiste: “La noción de individualismo no cumplirá, en este libro, la función de explicación bulldozer o solución milagrosa (como en las formulaciones académicas del tipo “El individualismo es el principal factor de explicación…”, u ordinarias, del tipo “Es culpa del individualismo…”). El individualismo es un nudo de problemas a explicar más que una explicación” (2003: 16). A intentar desentrañar tal nudo de problemas se consagra, precisamente, Las antinomias entre el individuo y la sociedad, 3. El individualismo como opción ética Mientras el individuo es la fuente de toda creatividad y riqueza, el motor del cambio frente a la inercia social, la masa es el origen de todos los males. Los vicios, según Palante, provienen todos de la muchedumbre. La turba linchadora es, a su entender, la expresión más perfecta de la lógica social. Estos son los términos de la antinomia ética: el individuo beneficia a la sociedad, enriquece al colectivo al oponerse a él, y a menudo termina siendo consumido en el proceso. Y esa es, en toda su dimensión nietzscheana, la opción ética que Palante defiende: la necesidad de enfrentarse a la sociedad para, entre otras cosas, favorecer a la sociedad. El grupo, casi por definición, se sostiene sobre la falsedad: “Toda sociedad vive de ilusión y de mentira colectiva. Tiene por enemigos naturales la clarividencia y la sinceridad de los individuos” (Palante, 2013: 251). Palante, viene al caso señalarlo, fue uno de los primeros responsables de la penetración de la teoría freudiana en el mundo francoparlante. El grupo representa la censura social, la ficción de las normas colectivas que dan forma a la propia ética del individuo. Éste, sin embargo, no deja de sentir pulsiones que entran en conflicto directo con dichas normas: sus impulsos individuales representan la sinceridad del deseo por encima de las convenciones sociales. Palante enumera una serie de ideologías que legitiman la supremacía del grupo sobre el individuo. En primer lugar, habla de una “ideología solidarista” que “consiste en cubrir el antagonismo natural que hace de cada individuo el enemigo de los demás, para desplegar ante nosotros la solidaridad que los une; una solidaridad real, por supuesto, pero que solo es una pieza del puzle, una pieza que nos gusta sacar a la luz, dejando las otras a la sombra” (Palante, 2013: 254). Obsérvese, pues, que lo que Palante reprocha a esta ideología no es tanto que la solidaridad en que se basa sea falsa como el que se desproporcione su magnitud para ocultar otros aspectos de la realidad. La mentira de la sociedad reside más en el enmascaramiento de lo indeseable que en la afirmación de proposiciones que sean falsas de suyo. En segundo lugar, habla de una “ideología racionalista” según la cual el orden social es un orden lógico, en virtud de dicha cualidad el individuo debe obedecerlo. En tercer lugar, una “ideología igualitaria”, derivada de la anterior, que cuenta con formas jurídica (“todos los hombres son iguales ante la ley”) y política (“todos los ciudadanos son iguales ante el Estado”). En cuarto lugar, la “ideología moralista” exagera la importancia y el poder de la moral sobre la conducta de los individuos. Según Palante, “Todas estas ideologías son unitarias, su finalidad es que se crea en la unidad intelectual, moral y política de la especie humana, en la unidad de intereses, derechos y valores morales de los individuos” (Palante, 2013: 255). Así las cosas, la vía privilegiada para promover tanto el progreso contra el estatismo de los grupos como la verdad contra las ideologías colectivistas es el individualismo, que obtiene de ambos principios su valor ético. Palante compara el carácter emocional del individualismo stirneriano, pesimista y antisocial, con el del individualismo aristocrático, que parte de grandes ideales pero tras un lapso mayor o menor de tiempo, deviene en decepción al constatar que todo altruismo se ve contaminado por el “altruismo gregario” y culmina su rodeo en el mismo punto que el individualismo stirneriano, en el aislamiento misantrópico y antisocial. Una vez más, Palante evidencia la inspiración nietzscheana de su pensamiento, similar también al de Pareto en su concepción cíclica del cambio tanto al nivel de los individuos como, a largo plazo y pese a determinadas tendencias de progreso debidas específicamente a las aportaciones de grandes individuos, al de las sociedades: la lucha individualista no se justifica por sus resultados (que, incidentalmente, son beneficiosos para la sociedad a pesar de sí misma), sino por ser lucha. 4. El individualismo como opción política Las implicaciones políticas de ese individualismo en tanto ateísmo social, contrapuesto no solo al Estado sino a toda sociedad son tan evidentes como difícilmente concretables. Resulta más sencillo identificar sus adversarios ideológicos inmediatos, que coinciden con las propuestas teóricas contra las que escribe su sociología: por un lado, la sociología de Durkheim, entendida como legitimación ideológica del orden presente, y por otro el marxismo, entendido como justificación de un orden futuro (o, más exactamente, como legitimación de una jerarquía partidista que se presenta como instrumento imprescindible para la consecución de un futuro utópico). Como escribe Onfray: “La obsesión de Palante es la antinomia entre el individuo y la sociedad. El gregarismo es su profundo enemigo. No soporta los grupos, las castas en las que se sacrifica la parte por el todo en nombre de intereses ilusorios. En la teoría, critica con dureza el número; en la práctica, ataca sus formas sociales: el Poder, el Estado, los Partidos, los Sindicatos, a veces incluso la Democracia” (2009: 9596). En su búsqueda de espacios y herramientas para la emancipación individual Palante reconoce la inmensa magnitud del poder de coerción de la sociedad. En un pasaje revelador, señala que incluso los individuos en la cúspide de la jerarquía política cuentan con una capacidad de influencia muy limitada, pues su posición solo puede mantenerse a partir de una adecuada interpretación de los deseos del colectivo y de la subsiguiente renuncia a la inmensa mayoría de sus intereses y deseos individuales. Pocas veces resulta tan manifiesto el alcance de la antinomia que es el centro de su reflexión: si la unidad básica de análisis es el individuo, si la sociología es una suerte de psicología social que en poco se distingue de la psicología individual, ¿cómo se puede reducir a términos de psicología individual una lógica colectiva que consiste en la absorción y supresión de todo deseo individual? Escribe Palante: “Incluso en el hombre superior, el creador de valores, el héroe, es necesario tener en cuenta el conflicto que divide y opone en cada uno de nosotros los dos elementos de nuestra naturaleza; el yo y el nosotros, el egoísmo y el altruismo, la personalidad entera, independiente e intransigente y la sociabilidad que reclama concesiones incesantes de la parte del individuo. El conductor de hombres, el hombre que tiene la autoridad o que aspira a la autoridad, únicamente puede completar su misión con éxito si sacrifica una buena parte de su personalidad, si renuncia tanto a los deseos de independencia como a las veleidades de revuelta. Tanto mandar como obedecer exige una perpetua abnegación, un verdadero olvido de sí mismo. No hay que creer que la autoridad exime de obedecer, ni que difiere de la obediencia tanto como pueda parecer a primera vista. El que manda debe tener muy en cuenta las voluntades, los deseos conscientes o inconscientes de aquellos a los que debe dirigir. La suma del poder personal disperso en el mundo es muy pequeña” (Palante, 2013: 117). Hay, concede, ámbitos próximos a lo público que admiten un mayor margen para desplegar iniciativas individuales de las que se benefician. Así, señala que el arte contempla, por definición, un germen de indisciplina social e independencia individual, aunque es precisamente por eso que los socialistas de su tiempo insisten tanto en la importancia de un arte social, en el que el talento del creador se subordine a las necesidades de la sociedad de la que forman parte. La vía de escape que ofrece la religión es aún menor: para empezar, porque el refugio que proporciona es la mentira (recuérdese, una vez más, la inspiración nietzscheana de Palante), pero fundamentalmente porque incluso el ascetismo extramundano como búsqueda de la salvación individual es una huída del mundo que se limita a la región del mismo establecida a tal efecto y por tanto no supone desafío alguno al orden social. Se opone a la “religión de la sociabilidad” de Comte, pero ambas terminan produciendo efectos similares en términos de primacía de la sociedad sobre el individuo. Palante revisa las instituciones y principios políticos que teóricamente habrían de proteger al individuo de la tiranía y apenas encuentra garantías en ese sentido. Como cabía esperar, abomina del sufragio universal en términos que anticipan a Michels y Schumpeter: “El sufragio universal representa una opinión media en la que mi opinión personal se ve ahogada y aniquilada. Mi libertad política se reduce a votar cada cuatro años a un candidato que no he elegido, que me es impuesto por un comité que no conozco, sobre cuestiones que a lo mejor no me interesan, mientras que otras cuestiones que sí que me interesan no son tratadas ante el sufragio universal. Para mí, la clasificación de los partidos ya está hecha. Qué se le va a hacer si ningún partido responde a mis aspiraciones. Esta clasificación de electores en dos o tres rebaños (…) casi siempre está hecha basándose en cuestiones falsas y artificiales y burdas engañifas en beneficio de la gente ordinaria” (Palante, 2013: 216). Tampoco los contrapesos del poder ejecutivo que ha defendido la teoría clásica suponen garantía alguna para un Palante al que, como sabemos, le preocupa más el dominio tiránico de la sociedad sobre el individuo que el propio Estado, subordinado de hecho a las difusas preferencias de la sociedad incluso en los casos más extremos de dictadura. Los cuerpos intermedios, por ejemplo, tampoco son una solución, pues “están cargados de espíritu unitario y conformista; son una jerarquía, una reglamentación, una tradición. No son menos enemigos de la independencia individual que el propio Estado” (Palante, 2013: 215). Ni siquiera el individualismo menos radical, el que no es del todo negativo y procura, a la manera de Mill, influir en aquello que le interesa a través de asociaciones, puede dejar de sacrificar su independencia en el proceso a favor de las necesidades de la organización, que, estima Palante, está marcada por una tendencia fatal a la opresión del individuo. En cuanto a las distintas libertades defendidas por el liberalismo político, Palante las considera precarias en el mejor de los casos y, por definición, una mutilación relativizadora de unas libertades que deberían ser absolutas: “Toda libertad política es en el fondo una forma especial de reglamentación. La libertad de prensa es en realidad una reglamentación de la prensa; la libertad de asociación, una reglamentación del derecho de asociación; la libertad de voto, una reglamentación del voto, y así sucesivamente. Todo esto siempre supondrá precauciones tomadas contra la iniciativa de los individuos, y estas mismas concesiones de la sociedad siempre serán, según Durkheim, condicionales y revocables. Esta es la razón por la que, al igual que Proudhon pudo decir que nunca ha habido ni nunca habrá una verdadera democracia, podemos decir que nunca ha habido ni nunca habrá una sociedad individualista” (Palante, 2013: 154). Tampoco el liberalismo económico, incluso en su concepción más extrema y supuestamente individualista, resolverá la antinomia, precisamente porque el funcionamiento de la mano invisible de Smith condiciona el éxito económico individual a la satisfacción de necesidades sociales, aun de forma latente. Y la pedagogía plantea otro obstáculo insalvable: Palante reconoce que no es sostenible un individualismo pedagógico absoluto basado en la libertad total de los educandos, pues en tal caso sencillamente no habría educación, y la búsqueda de la individualización ha de terminar siempre tropezando con la antinomia, con ese dilema insoluble en que todo lo que gana la sociedad lo pierde el individuo y viceversa. Una vez levantada su crítica contra las instituciones liberales clásicas, el contenido positivo del programa de Palante es mucho más impreciso. Propone, como punto de partida, una revisión crítica de Nietzsche de la que se pueda despejar una concepción izquierdista de la aristocracia. Para ello, es necesario renunciar tanto a las definiciones “raciales” de la casta de los señores como a toda configuración institucional próxima a las tradiciones de la aristocracia, que a juicio de Palante también están al servicio del colectivo, como evidencian todas las justificaciones organicistas desde la Antigüedad clásica. El objetivo es resistirse a los procesos de cosificación de la sociedad, a esa sacralización del orden presente que defiende la sociología durkheimiana y que sofoca las virtudes individuales; y para ello no hay otra vía que el impulso de dichas virtudes, contra la inercia colectivista que fatalmente terminará derrotándolo. Es decir, una revuelta contra el eterno retorno de lo idéntico que, pese al fracaso final al que está condenada, permite pequeñas victorias sobre las que se sostiene el progreso de la misma sociedad contra las que se han ganado. Escribe Palante: “Entendido de esta manera, el individualismo es una teoría de la invención y de la originalidad superior; una teoría del progreso, del incremento del conocimiento, del ennoblecimiento de la cultura. Sin duda alguna, la verdadera originalidad es difícil, débil y escasa. Gabriel Tarde estuvo en lo cierto al decir que la originalidad está hecha en gran parte de imitación, y que incluso en las inteligencias más originales la parte de la imitación puede mucho más con la de la invención. ¿Y qué más da? Por muy débil y escasa que sea la verdadera originalidad, por muy difícil que se haga a consecuencia de la creciente complejidad de las tareas y las obras, de la creciente división del trabajo y del desarrollo ilimitado de las especialidades y las competencias, esta originalidad sigue siendo, a pesar de todo, posible: sigue siendo el factor del progreso, la flor de la cultura, la razón de ser del esfuerzo inteligente” (Palante, 2013: 76). Por su parte, el socialismo debe zafarse del igualitarismo (Palante, 1901: 165), y para ello debe beber de Nietzsche, en tanto plantea el derecho universal a la aristocratización; de ahí surgiría un socialismo no impuesto al individuo, sino al servicio del individuo. Como señala Onfray (2009: 89), Palante fue el primer pensador francés que intentó conciliar el pensamiento nietzscheano con el socialismo. En cuanto a la acción específicamente política, Palante aboga por un regreso a un pragmatismo del cuerpo, a la primacía de las necesidades específicamente individuales e inmediatas por encima de cualquier otra consideración; esa es la politique du ventre que da por supuesto el escepticismo antisocial tras la derrota de los ideales del individualismo aristocrático a manos de la solidaridad gregaria1. 5. Palante y el individualismo contemporáneo No debería quedar duda, a estas alturas, de las razones que justifican el olvido de Palante en la historia de la teoría sociológica. Es, evidentemente, una víctima del proceso de institucionalización de la disciplina, enfrentado como estuvo a su gran figura fundacional. Por lo demás, su propia definición de la sociología, subordinada a la psicología individual, la hace irrelevante por carecer de entidad propia (algo que, huelga decir, Durkheim supo entender muy bien); y en tanto tal psicología, se le pueden 1 Léase el capítulo “Los compromisos concretos”, en Onfray (2009: 107 – 117), para una relación de las iniciativas políticas de Palante. achacar deficiencias similares a las que se encuentran en otra teoría psicologicista mucho mejor recordada, la de Pareto: reduce la explicación de las acciones sociales a unos pocos principios más bien simplistas de aplicación universal, respecto a los cuales ni siquiera es posible determinar por qué operan unos en detrimento de otros. Esto es especialmente grave en la teoría de Palante, construida con el propósito explícito de salvaguardar la especificidad del individuo; quizá porque, como empeño nietzscheano, elaborar una teoría general sobre lo irreduciblemente específico esté condenado al fracaso. Tal como lo resume Onfray, Palante “comete un doble error: tratar con ligereza a numerosos sociólogos y dejar sin desarrollar intuiciones originales” (2009: 122). Aun así, la lectura actual de Palante es recomendable por cuanto, salvando las barreras estilísticas y las referencias literarias, en numerosos pasajes puede pasar por nuestro contemporáneo, tanto por las inquietudes que manifiesta como por las soluciones que esboza vagamente. Por ejemplo, de este modo resume Palante la genealogía de esa pérdida de la fe que en tiempos más recientes hemos llamado postmodernidad, culminación lógica y suicidio del proyecto ilustrado: “En el siglo XVIII, la mente crítica había tratado principalmente sobre la religión, y había engendrado la doctrina de Voltaire. Pero, tras el escepticismo religioso, surgió un nuevo escepticismo respecto a la razón: el irracionalismo. Tras ese escepticismo, o al mismo tiempo, surgió otro que atacaba la moral y que negaba la influencia de las ideas sobre la conducta: el escepticismo inmoralista. Sigue estando en pie la idea del Estado, el fundamento de la estructura política, que ahora atacará el escepticismo. El anarquismo desmonta no solo la monarquía y la oligarquía, sino la propia democracia: es el escepticismo político. Finalmente, una última forma de escepticismo va incluso más lejos. Ataca no solo al Estado, sino a la misma idea de sociedad, a las costumbres, a la opinión, a todas las ideas sociales; es el escepticismo social” (Palante, 2013: 71). Su apuesta por el individualismo aristocrático frente al stirneriano, como sabemos, parte de la certeza de su derrota inevitable en el futuro por parte de la inercia gregaria. De este modo, frustrado en sus ideales de progreso intelectual y cultural, el individualismo aristocrático deviene pesimismo aristocrático y éste, en su resignación, lo que Palante denomina “individualismo espectacular”, “una forma refinada de la insociabilidad intelectual. Es la actitud del pensador que se ha retirado de la vida social y que ya solo ve la sociedad como un objeto de curiosidad intelectual y contemplación estética” (Palante, 2013: 81). El individualismo occidental contemporáneo (Corcuff, 2010) parece contemplar una serie de rasgos distintivos configurados por procesos sociales de largo alcance. De hecho, el de individualización es uno de los grandes procesos interrelacionados que habitualmente se enumeran dentro del proceso general de modernización (Le Bart, 2010). Entre las características de su encarnación más reciente, podemos señalar: 1) Escepticismo con respecto a las grandes ideologías y grandes proyectos, explícitamente colectivistas o no, de un signo u otro: el individuo contemporáneo sabe que los ideales están destinados al fracaso y que a menudo se emplean para movilizar a los grupos y justificar la posición jerárquica de quienes los dirigen. 2) Reactividad con respecto a toda tentativa de estudio: el individuo contemporáneo se sabe observado por la ciencia social. 3) Conciencia de la construcción social de la realidad, derivada de una cierta popularización del saber sociológico: el individuo contemporáneo se sabe influido en su acción por los límites que establece la sociedad y por los valores, creencias y orientaciones que adquiere de ella. En Palante encontramos un individualismo sabedor de sus límites, fundamentado en un conocimiento no solo de la sociología que entonces se está comenzando a escribir, sino ante todo de su lección más importante: el carácter inevitablemente social del individuo. Al abordar este problema, desde una perspectiva teórica alimentada por un claro propósito ético-político, ha de adelantar algunos de los dilemas teórico-prácticos que encontrará la reflexión sociológica sobre el individuo contemporáneo. Comenzando por ese “esencialismo psicologicista” que hemos criticado más arriba. Corcuff, Le Bart y de Singly reconocen, más de un siglo después, que la sociología “difícilmente puede evitar la presencia de presupuestos antropológicos, en el sentido filosófico de caracterizaciones implícitas de propiedades de los humanos y de la condición humana” (2010:390), entre las que mencionan disposiciones, hábitos, intereses, pasiones, deseos, etc. Señalan, entre sus recomendaciones para continuar avanzando en el desarrollo de la sociología del individuo, la necesidad de superar individualismo y holismo metodológicos con un relacionismo metodológico, y de una sociología de los vínculos sociales en lugar del vínculo social; dentro de sus limitaciones terminológicas, y en el contexto de los debates intelectuales en que se encontraba inmerso, Palante apuntaba en esta dirección, como indican sus definiciones de individuo, sociedad, y la antinomia irresoluble que los relaciona. Su individuo no es, ya lo hemos visto, una “mónada aislada, autosuficiente e intemporal” como el de Stirner (Corcuff, 2003: 38), sino algo bastante más complejo. La obra de Palante sugiere, también, preguntas de interés para el análisis de las sociedades contemporáneas. Por ejemplo: ¿cómo se formula, en cada una de ellas, en tal o cual momento histórico, la antinomia entre individuo y sociedad? ¿Qué factores hacen que ganen o pierdan terreno uno y otro polo? La individualidad puede ser aquello que es absolutamente específico e irreducible a términos colectivos, pero el propio Palante, más allá del esencialismo generalizador de “mentalidades” y “temperamentos” admite que el terreno de juego está sujeto a fluctuaciones y, con ello, por tanto, el propio individuo en tanto construcción social. ¿Podemos contemplar en la actualidad esa “política del vientre” que él defendía, basada en el pragmatismo más escéptico? Y si es así, ¿en qué grado y en qué ámbitos se manifiesta? En definitiva, las contradicciones y tensiones en el individualismo palantiano tal vez puedan ayudarnos a iluminar las contradicciones y tensiones en el individualismo contemporáneo. Y a través de ello, tal vez arrojar nuevas respuestas, inevitablemente provisionales y condenadas al fracaso, a la gran pregunta de Palante: ¿cómo es posible la emancipación individual? 6. Bibliografía - Corcuff, Philippe (1998): Las nuevas sociologías. Construcciones de la realidad social, Madrid: Alianza - Corcuff, Philippe (2003): La question individualiste. Stirner, Marx, Durkheim, Proudhon, Latresne: Le Bord de l’Eau - Corcuff, Philippe (2010): “Vers une théorie générale de l’individualisme contemporain occidental?”, en Corcuff, Le Bart & de Singly (eds.) (2010), pp. 329 - 337 - Corcuff, Philippe, Christian Le Bart & François de Singly (eds.) (2010): L’individu aujourd’hui. Débats sociologiques et contrepoints philosophiques, Presses Universitaires de Rennes - Corcuff, Philippe, Christian Le Bart & François de Singly (2010): “En guise de conclusion: quelques pistes et problèmes pour une sociologie de l'individualisme”, en Corcuff, Le Bart & de Singly (eds.) (2010), pp. 385 – 391. - Depenne, Dominique (2010): “Georges Palante contre Émile Durkheim: individualisme et sociologie”, en Corcuff, Le Bart & de Singly (eds.) (2010), pp. 49 – 65. - Le Bart, Christian (2010): “L’individualisation comme Grand Récit”, en Corcuff, Le Bart & de Singly (eds.) (2010), pp. 25 – 37. - Onfray, Michel (2009): Fisiología de Georges Palante. Por un nietzscheanismo de izquierdas, Madrid: Errata Naturae - Palante, Georges (1901): Précis de sociologie, Paris: F. Alcan - Palante, Georges (2013): Las antinomias entre el individuo y la sociedad, Madrid: Unión Editorial / Innisfree