Teresa García Cuadrado 3ºE Susana de la Vega Corría el año 1973 cuando el padre de Susana, Roberto de la Vega, se exilió en Francia debido a un asunto que enturbió la prestigiosa fama que tenía entre las personas más allegadas al General Franco. Cuando Susana tenía veintidós años, su padre se marchó, la dejó sola en un mundo de calumnias, un mundo de pobreza, un mundo en el que solo los fuertes sobrevivían. Con tan solo veintidós años, Susana empezó a trabajar de cigarrera en una coctelería del centro de Madrid. Allí iba gente adinerada, que dejaba buenas propinas, con las que Susana pudo salir adelante. Tras estar trabajando durante los fríos y lluviosos meses de invierno, cuando entró la primavera, el día tres de mayo de 1973 entró en la coctelería un joven apuesto, con una sonrisa espectacular: sus dientes eran del color de la luna llena; sus ojos, del color del cielo. Fue en ese mismo instante en el que Susana se enamoró perdidamente de aquel joven. Cada vez que el joven entraba en la coctelería y le pedía a Susana que se acercase, su cuerpo temblaba como si un terremoto recorriera su cuerpo, sentía un intenso cosquilleo en el estómago. Desde aquel día, el 3 de mayo de 1973, Susana solo tenía el propósito de conseguir a su amado. El verano de 1973 Susana se fue al pueblo donde vivía su única familia, su tío Ignacio. El día en el que Susana llegó al pueblo, su tío Ignacio le presentó a un joven. Éste le comunicó a Susana que ese chico, un joven de aspecto descuidado, sería la persona con la que Susana compartiría el resto de su vida. Susana echó a correr hacia la colina de una montaña, solo gritaba que a ese chico ella no le amaba. Sentía una gran impotencia, ya que ella no podía hacer nada, solo llorar y llorar. El 19 de agosto del 73 Susana se casó con aquel hombre. Durante los meses siguientes al enlace, la vida de Susana cambió por completo. Empezó a mostrar aprecio hacia su marido, sin dejar nunca de pensar en su verdadero amor. Cada noche, cuando las luces de la casa se apagaban, cuando su marido se acercaba a ella y la abrazaba, Susana sentía un enorme desprecio hacia su marido. Para conseguir que su cara amarga se transformase en una cara alegre, Susana pensaba en su amado al que tanto extrañaba. Seis meses después del enlace, Susana, que estaba cansada de fingir ser feliz, mantuvo un romance con un chico del pueblo para que la mandaran a la cárcel por adúltera y así, volver a Madrid. Cuando Susana llegó a la prisión de la Puerta del Sol, lo primero que vio fue la sonrisa de aquel joven apuesto que el dia 3 de mayo del 73 la enamoró. Susana se sentía feliz al ver a su amado, a pesar de estar encerrada en prisión. Cuando su amado estaba cerca de ella, Susana se le insinuaba, le miraba de una forma especial, con el brillo en los ojos que tienen todos los enamorados. Susana empezó a escribirle cartas anónimas que le pasaba por debajo de los barrotes de la celda. Cuando el funcionario leía la carta, se emocionaba con las cosas tan bellas que decía. Así pasó nueve meses, escribiendo cartas de amor y esperando una respuesta. Durante los cuatro primeros días del mes de noviembre, Susana pensó en decirle a su amado que era ella la que le escribía las cartas. El cinco de noviembre de 1975 escribió la última carta, que le daría al amanecer. La carta decía: Amado mío: Ni tu nombre sé decir, Ni tu piel puedo tocar, Pero hoy te diré, Que desde que te vi, No te he dejado de amar. Susana. El seis de noviembre, cuando todavía no habían dado las cinco de la mañana, unos asaltantes liberaron a todos los prisioneros. Cuando Susana salió de la prisión, vio a un grupo de policías acribillados a balas, sobre el nevado y blanco suelo. Susana se acercó hacia el grupo de policías y vio que uno de ellos era su amado. En ese momento, Susana rota de dolor y enfadada consigo misma por no haberle declarado antes el amor a su amado funcionario, cogió la pistola de su amado y sin pensarlo ni un instante se quitó la vida.