II DOMINGO DE PASCUA, 27/4/2014 Hechos 2, 42-47; Salmo 117; 1Pedro 3, 3-9; Juan 20, 19-31. Hace una semana celebrabamos la Resurrección de Jesus, hoy, culminamos su octava, y culminamos la primera semana de Pascua, una semana que en la liturgia de la Iglesia católica es como el mismo día de la Resurrección, por ello, en el Evangelio que se nos proclama, vemos, que la primera parte: la aparición de Jesús a los apóstoles, sin Tomás, sucede el mismo día de la Resurrección, esa tarde; y, en la segunda parte, Jesús se aparece, a la semana siguiente, en este domingo, de nuevo a los apóstoles y a Tomás, que está con ellos. Este segundo domingo, especialmente desde el pontificado de Juan Pablo II, muy devoto a la Divina Misericordia, se conoce como el Domingo de la Divina Misericordia, ya que la expresión máxima de la Misericordia de Dios no está en la imagen del Crucificado sino en la del Resucitado que entrega su Espíritu y sus dones a los mismos apóstoles que le habían abandonado y negado: Dios en su misericordia no solo perdona, sino que sigue contando y confiando en aquellos a los que perdona. Esa misma Misericordia que Dios tuvo hacia sus apóstoles, que habiendo estado con Él le habían negado y abandonado durante la Pasión, la tiene hoy hacia nosotros, sus apóstoles del siglo XXI en los que se hace realidad lo que escribe Pedro en la segunda lectura: los que no le habéis visto y le amáis y creéis en él y nos alegramos. Lo que celebramos en la Pascua con la Resurrección no es otra cosa que el Amor, la Fe y la Alegría que tenemos como creyentes en Jesucristo. Tres características que deben deslumbrar en estos días en todos y cada uno de nosotros: Amor, Fe y Alegría. Amor, Fe y Alegría que proceden de nuestra experiencia de Jesús, una experiencia gozosa, capaz de hacernos superar miedos y temores, y que nos dice en nuestro interior que tenemos el Espíritu de Jesús con nosotros, un Espiritu que nos ha sido entregado por el Bautismo (agua) y por la Eucaristía (sangre, cáliz), son los dos rayos que según la visión de santa Faustina Kowalska proceden del costado de Jesús Resucitado, el azul y el rojo, que nos purifican y nos fortalecen para poder vivir como cristianos y hacer que nuestro tiempo, el de ahora, el de hoy, sea un tiempo en el que actúa el Señor, en el que a traves de nuestras obras se manifiesta la misericordia del Señor, que cantamos en el salmo 117. Esto se nota en la forma de vivir de los primeros cristianos, tal y como se nos cuenta en los Hechos de los Apóstoles, forma de vivir caracterizada por dos hechos, que también deben ser la características de los cristianos de hoy: participar en la fracción del pan, es decir, en la Eucaristía, por eso la Pascua es el tiempo aconsejable para las Primeras Comuniones, y por el repartir los bienes conforme a las necesidades de cada uno. Eucaristía y Caridad, ambas cosas unidas, ambas cosas signos de una comunidad creyente que experimenta la presencia de Jesús Resucitado en medio de ella, una presencia que la hace vivir en el Amor, la Fe y la Alegría.