Vladimir Nabókov. “La dádiva” (1937-1938) Vladimir Nabókov explicó la estructura de su libro (con un intervalo de diez años) en la introducción para la edición inglesa de “La dádiva” y en el texto análogo que precede el relato “El círculo”. La acción de “La dádiva” empieza el 1˚de abril de 1926 y termina el 29 de junio de 1929 abarcando tres años de la vida de Fiódor Godunov-Cherdýntsev, emigrado joven, en Berlín. “Su heroína no es Zina, sino la literatura rusa. La trama del primer capítulo se centra en los poemas de Fiódor. El segundo capítulo es un impulso hacia Pushkín en la evolución literaria de Fiódor y contiene su tentativa de describir las exploraciones zoológicas de su padre. El tercer capítulo se desplaza hacia Gógol, pero su verdadero eje es el poema de amor dedicado a Zina. El libro de Fiódor sobre Chernyshevski, espiral dentro de un soneto, compone el cuarto capítulo. El último capítulo combina todos los temas precedentes y esboza el libro que Fiodor sueña con escribir algún día: La dádiva.” En la novela de hecho está bien representada la vida literaria cotidiana: salones, discusiones, conferencias, reuniones. Escribe poemas y el diario el pobre suicida Jasha Chernyshevski. Se mencionan las ideas literarias de Chernyshevski “mismo” y se reproduce el soneto dedicado a él escrito por un poeta anónimo. Aparecen las líneas brillantes del enigmático y reservado Konchéyev. Se cita la tragedia filosófica de German Ivánovich Bush y su novela absurda. También “fue apreciada con simpatía por los críticos emigrantes” la novela “Canas” de Shirin. Figuran fragmentos de seudomemorias de Sujoshchiókov sobre el Pushkin viejo y el tratado filosófico del no menos imaginario Delaland. Con referencias directas se parodian Andrei Bélyi y Georgui Chulkov. Se presenta en versos, “para que no sea tan aburrida”, “la sagrada familia” de Marx. Y todo eso está a la vista, en la superficie, y en el fondo se revela un bosque frondoso de citas ocultas, insinuaciones serias y paródicas, reminiscencias. El ambiente literario más amplio rodea, por supuesto, al personaje central. En el primer capítulo éste relee y comenta el libro de poemas recién editado, escribe poemas nuevos, reflexiona en la futura novela corta sobre el joven suicida. El protagonista renuncia a su idea, sin embargo Nabókov-autor a pesar de todo escribe esta novela y la deja en el texto. En el segundo capítulo Fiódor trabaja en un libro dedicado a su padre. Otra vez el autor nominal abandona ese libro, pero el autor de “La dádiva” lo lleva a cabo y redacta hasta el final. En el tercer capítulo se trata detalladamente sobre la historia de experiencias e intereses poéticos del héroe, se componen nuevos versos dedicados a Zina Mertz y empieza el trabajo en el libro sobre Chernyshevski. El cuarto capítulo, por fin, es pura novela dentro de la novela. La descripción de la vida de Chernyshevski llega a ser la primera prueba prosaica que Fiódor ha llevado a cabo. En el quinto capítulo la pluma de GodunovCherdýntsev descansa. Escribe sólo una carta a su madre y en tiempo restante no hace más que vivir – lee reseñas, asiste a los funerales y a una reunión literaria, pasa un día en el lago, ve sueños, se cita con su amante, sueña con un libro nuevo o aún más, de los libros que están esperando, madurando y demandando su realización. “La dádiva” es un libro raro hasta para el mismo autor de “La dádiva”, es una enciclopedia de géneros, mikrogéneros y seudogéneros. Los críticos literarios han notado que la relación del héroe a la literatura rusa reproduce las principales etapas del desarrollo de ésta: la poesía de Pushkin, la prosa de Pushkin (“Viaje a Arzrum”), Gógol, los años 60 (“La vida de Chernyshevski”), el Siglo de Plata. Pero esta cronología histórica puede estar correlacionada con el calendario de la novela. Las ideas de Fiódor, realizadas o no, forman un sistema de espejos puestos con los ángulos diferentes que reflejan la trama de su vida y el punteado brillante de “La dádiva”. El libro de poemas sobre la infancia es la primera prueba de pluma. De los cincuenta versos de tres cuartetas del libro imaginario en la novela figuran en uno u otro grado dieciocho, incluso ocho de una manera completa. Muchos años después Nabókov los publicó en su libro, “apropiándose” y atribuyéndose los textos de Fiódor. El mismo yambo de cuatro pies de las poesías parece una cita de la época de Pushkin. Pero la idea del libro se basa en el principio de su carácter extemporáneo. “El autor trata de resumir las memorias eligiendo los rasgos más o menos típicos para cada infancia feliz”, – se dice en la reseña del crítico imaginario. De hecho es la idea del poeta de sí mismo. Sin embargo, los versos en el primer capítulo de “La dádiva” no figuran independientemente. Están colocados en el marco de un artículo crítico imaginario que resulta la segunda descripción (esta vez, prosaica) de una infancia feliz. Pero la misma lógica de “La dádiva”, enigmática y no comprendida hasta el fondo por su poseedor, llama a Fiódor a otros temas, a otro espacio. Ya en sus poemas el crítico imaginario descubre no sólo “la carne de la poesía”, sino también “el espectro de la prosa transparente”. El “alter ego” del héroe, Konchéyev, en la conversación imaginaria con la que termina el primer capítulo, expresará su opinión de una manera bien determinada: “Pues, he leído el libro de sus magníficos poemas, en realidad son modelos de sus futuras novelas”. Uno de estos modelos aparece ya en el primer capítulo: un joven, pobre suicida Yasha Chernyshevski, “que se parece mucho a Fiódor Konstantínovich”, se convertirá en el héroe de una trama relatada de paso en una decena de páginas. Yasha es uno de sosias especulares de Fiódor, pero sus caminos han divergido: la intención hacia la muerte de uno se corrige y se impugna por el interés a la vida del otro. El otro intento de la realización de la dádiva para Fiódor llega a ser “El libro sobre el padre”. Para este trabajo nuevo le da impulso decisivo la cita con su madre y el purísimo sonido del diapasón de Pushkin – “el ritmo transparente de Arzrum”. La figura del padre forma el centro del paraíso infantil, del paraíso del pasado abandonado en Rusia. Su imagen adquiere los rasgos legendarios, míticos, casi divinos. El padre está dotado de casi todas las virtudes posibles e imposibles. Es viajero, trabajador fantástico, gracioso, magnífico científico, padre de familia feliz que provoca una admiración común gracias a la generosidad de su alma. Y no es casual que no perezca, sino desaparezca esfumándose en “el mundo desordenado por las guerras y la revolución”. Su imagen anda desasosiegando la imaginación del hijo y apareciendo en sus ensueños. Sin embargo, el libro claro y pensado no se realiza y vuelve a dispersarse en un montón de borradores, esbozos y apuntes. Sólo la tercera prueba prosaica de Godunov-Cherdýntsev resulta realizada. “La vida de Chernyshevski” ya no se esfuma en el flujo de la vida del autor, sino se cristaliza, se forma como un soneto y se destaca como un capítulo independiente. Este cuarto capítulo, aún más conocido que toda la novela, fue excluido de la primera publicación de “La dádiva” en “Sovreménnye zapiski”* (*“Notas contemporáneas”, revista literaria de emigrados rusos publicada en París en 1920-1940), pero aún volviendo a su lugar en la edición de 1952, de todos modos se considera como un texto aparte del “primero” y no del “segundo” autor. La procedencia de Chernyshevski, su carácter, sus criterios del arte, y por fin, la causa de su vida resultan contrarios y antipáticos para el autor de “La vida de Chernyshevski”. Sin reserva expresa su ironía respecto a los intentos de “canonización” del estilo del autor de “¿Qué hacer?” “El estilo irónico y circunstancial, los adverbios insertados meticulosamente, la pasión por el punto y coma, el atasco de una idea a media frase y las torpes tentativas de llevarla adelante (tras las cuales se volvía a estancar en otro lugar, y el autor tenía que empezar de nuevo a preocuparse por ella), el tono machacón e insistente de cada palabra, la movilidad del sentido, similar a las jugadas del caballo, del comentario trivial sobre sus mínimos actos, la pegajosa ineptitud de estos actos (como si una cola de pegar hubiese embadurnado las manos del hombre, y ambas fueran la izquierda), la seriedad, la falta de firmeza, la honradez, la pobreza, todo esto gustó tanto a Fiodor, le asombró y divirtió tanto el hecho de que un autor que tuviera este estilo mental y verbal pudiera ser considerado una influencia en el destino literario de Rusia, que a la mañana siguiente pidió en préstamo a la biblioteca pública las obras completas de Chernyshevski.” A medida que va desarrollándose la espira de la trama, el criterio del autor se cambia definitivamente. De debajo del enchapado brillante del icono liberal, de la coraza del demócrata revolucionario Nabókov extrae a una persona débil, vulnerable, mal acondicionada para el papel social que le tocó, pero que, a pesar de todo, desempeñó este papel con dignidad hasta el final. Conforme con esto el tono mordaz y sarcástico va cambiándose poco a poco, pero con evidencia, por la piedad, comprensión y compasión. El autor de “La vida de Chernyshevski” no se limitará con subrayar maliciosamente la pobreza y torpeza del héroe, su timidez en las relaciones con las mujeres, con describir con entusiasmo sus estreñimientos y con explicar la famosa “teoría estética” por la mala vista del teorético. Inesperadamente verá en un rayo de luz oblicuo la escena del encuentro con Herzen, descubrirá la fuerza y potencia en sus cartas de la fortaleza, con la simplicidad de Pushkin describirá la escena de la ejecucuión civil; ya sin ninguna ironía ni sarcasmo contará sobre el encuentro fugaz con la esposa, locura de su hijo, trabajo sin ningún sentido en Astrajan; las últimas desesperadas tentativas de superar el silencio con su voz transforman este “panfleto” en una tragedia. En el delirio precursor de la muerte el héroe pronuncia las palabras “Dios” y “destino”. Chernyshevski en el libro de Fiódor simboliza la imagen del hombre que no ha acertado su destino como Pechiorin y que no lo ha evitado como su padre. En el quinto capítulo Godunov-Cherdýntsev ya no redacta nada. Lee reseñas, asiste a los funerales de otro Chernyshevski, padre del suicida, toma parte en una reunión literaria, pasa un dia en la orilla del lago, se encuentra con Zina, ve a su padre en el sueño. Sin embargo, esta vida habitual queda la vida de un creador, dedicada a la dádiva. Fiódor sigue siendo escritor en cada momento de su existencia. Saliendo de compras, busca “la ley de composición”, “el ciclo medio de las calles de una ciudad determinada, por ejemplo: estanco, farmacia, verdulería”. Regresando a la habitación recién alquilada revela el fenómeno del punto de vista: “En sí mismo, todo esto era una vista, del mismo modo que la habitación en sí era una entidad separada; pero ahora había aparecido un intermediario, y ahora aquella vista se convirtió en la vista desde su habitación y en ninguna otra”. Le preocupa el tema del padre. En la habitación de Alexandr Jákovlevich descubre el tema para un espectro, en su propio pasado revela precursores de sus conocidos de hoy, en uno de los visitantes de la reunión literaria se le presenta la fábula de su existencia. Los motivos de vida inmediatamente se convierten en un tema por tener una semejanza selectiva. La realidad para el héroe de Nabókov existe en correspondencia con las rigurosas leyes del arte. No hay que hacer nada más que oír la gama del destino, penetrar en su intención oculta, escribir lo que ya se ha formado según sus leyes de composición. “Es extraño. Me parece recordar mis obras futuras, aunque ni siquiera sé de qué tratarán. Las recordaré completamente y las escribiré”. Un rasgo muy importante, un rasgo clave del héroe de Nabókov convierte “La dádiva” en un libro único, tanto en la metanovela de Nabókov, como en toda la gran literatura rusa del siglo XX. Aparentemente Fiódor ha perdido casi todo que uno puede perder: hogar, vida habitual arreglada, Patria, padre, porvenir… Es pobre, solitario, se muda de un apartamento a otro, vive de ganancias de ocasión vendiendo lo sobrante de la educación noble; le roban dinero, pierde las llaves con frecuencia. Parece que vemos a un clásico “hombre superfluo”, y aún más, perteneciente a “las pobres gentes”. Sin embargo, a despecho de lo evidente, el héroe de Nabokov está ajeno del complejo de pérdida. Su búsqueda del paraíso perdido es puro invento de los críticos literarios. “La dádiva” es un libro sobre el hombre feliz. Fiódor no sólo encuentra la felicidad en el final de la novela, sino se ahoga de la felicidad, vive en una nube de felicidad desde la primera hasta la última página. Experimenta la sensación de felicidad en sumo grado: “Y después, al despertarse completamente a los sonidos de la mañana, caía al instante en el mismo núcleo de la felicidad que le sorbía el corazón, y era algo bueno estar vivo, y en la niebla centelleaba algún suceso exquisito que estaba a punto de ocurrir”. En las memorias de Sujoshchiókov sobre el viejo Pushkin figura “la triple fórmula de la existencia humana: irrevocable, irrealizable, inevitable”. Sin negarla, el héroe de Nabókov añade un sumando más: “¿Dónde pondré todos estos regalos con que me recompensa la mañana veraniega, a mí y sólo a mí? ¿Los guardaré para futuros libros? ¿Los usaré inmediatamente para un manual práctico: ¿Cómo ser feliz? O profundizando más, yendo al fondo de las cosas: ¿comprenderé lo que se oculta detrás de todo esto, detrás del juego, el centelleo, la pintura gruesa y verde del follaje? ¡Porque hay algo, verdaderamente hay algo! Y uno quiere ofrecer su agradecimiento y no hay nadie a quien ofrecerlo. La lista de donaciones ya está hecha: 10.000 días de un Donante Desconocido.” 10.000 días constituyen la fórmula de la vida. Naturalmente sobre todo consiste de la infancia feliz, creación, amor. Pero no es todo. Uno de los días más felices para el protagonista es aquél cuando no pasa casi nada: la soledad en la orilla del lago, bosque, sol, conversación imaginaria con Kóncheyev, ropa robada, regreso a casa bajo la lluvia. Los simples detalles de la vida cotidiana despiden el olor a felicidad. El padre necesitaba para su caza toda el Asia, el hijo construye su propio Edén, un paraíso primitivo en los suburbios de Berlín. Los viajes están sustituidos por la poesía de los terraplenes de ferrocarril, un paseo por las calles o un simple trayecto en tranvía berlinés. Lo principal de “la dádiva” de Fiódor se plasmó sólo parcialmente en sus textos, pero se realizó por entero en la novela de Nabókov – talento para el conocimiento sensual, capacidad de llenar cada momento de percepción sensorial del milagro. El héroe viaja libremente por el tiempo y espacio, cambia de puntos de vista, recuerda memorias ajenas, se apropia lo leído en los libros y lo hace vivir. Goza de la lengua a lo goloso – de aquí aparecen aliteraciones, oxímorones, la gracia de oposición idiomática. “El yugo vil de constantes cambios de domicilio”(«Гнусный гнет очередного новоселья»), “volumen…grueso y exquisitamente impreso, de lánguidos poemas” («том томных стихотворений»), “sus modales en extremo refinados (como observaría Strannolyubski, hay algo dickensiano en esta expresión empalagosa)” («патока этой патетики»), “la zarpa ingrávida de una sombra cayó sobre su hombro izquierdo;”(«легкая лапа лиственной тени легла ему на левое плечо»). Su instrumento principal en la prosa, aún más que en la poesía, es metáfora, que permite ver lo invisible y dar a las cosas abstractas volumen, color y olor: “las tinieblas de lo presente”, “la luz de la memoria”, “las colinas de mi tristeza”, “los precipicios de la imaginación”, “el viento de palabras” (probablemente ha llegado de “Petersburgo” de Andrei Belyi), “la última frontera de la razón”, “la mezcla nevada de felicidad y horror”. No sólo el libro sobre Chernyshevski, sino toda las novela llega a ser lección de pensar a múltiples planos, enseñanza con la que sueña el héroe, “todos los desechos de la vida que, por medio de una momentánea destilación alquímica —el «experimento real»—, se convierte en algo valioso y eterno”. De todos los escritores del siglo XIX sólo Afanasi Fet con tanto ardor decantaba el mundo como belleza y harmonía personificadas, momento que adquiría la calidad de eternidad. “El poema de Fiódor sobre la golondrina probablemente será mi preferido verso ruso”, – dijo Nabókov en una entrevista. Parece catálogo, esencia de la obra de Fet: “Esta hoja que se secó y cayó sigue ardiendo con oro eterno en el canto”. La base metafísica del mundo representado con palabras resultan en “La dádiva” dos historias intercaladas, dos mikroargumentos. “A mi padre, – relata el héroe, – no le gustaba el folklore, pero a veces citaba un magnífico cuento kirguís, donde un pequeño saco no tiene fondo simbolizando el ojo humano insaciable que quiere abarcar todo lo que hay en el mundo”. En el delirio agónico de otro padre, Alexandr Yakovlevich Chernyshevski, figura una cita grande del pensador francés Delalande, otro espectro inventado por Nabókov: “«Para nuestros sentidos domésticos la imagen más accesible de nuestra comprensión futura de aquellos alrededores que nos serán revelados junto con la desintegración del cuerpo, es la liberación del alma de las cuencas de la carne y nuestra transformación en un ojo libre y completo, que puede ver simultáneamente en todas direcciones, o, dicho de otro modo: una percepción suprasensorial del mundo, acompañada de nuestra participación interna.»”. Al terminar “La dádiva” Nabókov escribió la poesía “El ojo” (1939) con la misma imagen de Delalande: A un solo ojo gigante Sin cara, sin párpados y sin frente, Sin calina de carne Está reducido el hombre. Y mirando sin horror a la tierra (que no parece a aquélla Que pía de océanos sonreía Con una sola mejilla), No ve montañas ni ondas, Ni un golfo de colores vivos, Ni el cinematógrafo mudo De nubes, viñas y campos: No ve, por supuesto, el cuarto Ni caras de plomo de familia, No nota nada de eso En sus silenciosas llamadas. Es que desapareció la frontera Entre lo eterno y lo material. ¿Para qué me sirve el ojo humano Si nada lleva escudo ni monograma? El ojo vuelto a la tierra ve la variedad fabulosa y exuberante del mundo; el alma abandonando el cuerpo terrestre y convirtiéndose en un ojo, no verá nada. En la misma cita de Delalande se dice que la fe en Dios no es más que “verdad local y verdad de lugar”. Después siguen los pensamientos de un sujeto indeterminado: o es Delalande, o Alexandr Yakovlevich, o Fiódor, o el autor mismo: “El otro mundo nos rodea siempre y no es en absoluto el fin de un peregrinaje. En nuestra casa terrena, las ventanas están reemplazadas por espejos; la puerta, hasta un momento determinado, está cerrada; pero el aire entra por las rendijas”. Pero un poco más tarde el narrador logra oír las últimas palabras del moribundo “otro” Chernyshevski: “Qué tontería. Claro que no hay nada después, – suspiró, escuchó el goteo y los truenos del otro lado de la ventana y repitió con extrema claridad: – No hay nada. Es tan evidente como el hecho de que está lloviendo”. Luego viene un paso brusco de composición: “Y fuera, mientras tanto, el sol de primavera jugaba con la pizarra del tejado, en el cielo soñador no había una sola nube, la inquilina del piso de arriba regaba las flores de su balcón, y el agua goteaba hacia abajo con un sonido de tambor”. ¿Resulta que sí que hay algo? ¿Los sentimientos engañan al moribundo? Pero después del entierro Fiódor trataba de imaginarse “alguna clase de extensión de Alexander Yakovlevich al otro lado de la vida —pero al mismo tiempo observó, a través de la ventana de una tintorería próxima a la iglesia ortodoxa, a un empleado torturando un par de pantalones con diabólica energía y un exceso de vapor que recordaba el infierno”. El ojo toma lo suyo. Se niega a ver nada detrás de la esquina de la vida, detrás del espejo. El ifierno resulta simplemente la tintorería próxima a la iglesia que está a este lado de la vida. Y el héroe encuentra consuelo otra vez en una metáfora terrestre, la de aquí, la de la vista: “sintió que toda esta madeja de pensamientos casuales, así como todo lo demás – las costuras y la trama ínfima de este día primaveral, la ondulación del aire, los hilos bastos y enmarañados de sonidos confusos – era simplemente el revés de un tejido maravilloso en cuyo lado derecho se formaban e iban cobrando vida imágenes invisibles para él”. Una metáfora se cambia por otra: ventanas-espejos se convierten en el revés de un tejido maravilloso con imágenes vivos en su lado derecho. Entonces, el tejido es el mismo espejo, vuelto de cara a algún observador invisible. El ojo terrestre continua su admirable trabajo, el ojo del alma no tiene nada que hacer. A pesar de todo, si la muerte es inevitable como consta el epígrafo, Fiódor quiere enfrentarla como el héroe de un viejo sabio francés – un literato más inventado por Nabókov y un microtema intercalado más: “una vez hubo un hombre... que vivía como un verdadero cristiano; hizo mucho bien, a veces con palabras, a veces con hechos, y otras con silencios; observaba los ayunos; bebía el agua de los valles (esto es bueno, ¿verdad?); alimentaba el espíritu de concentración y vigilancia; vivía una vida pura, sabia y difícil; pero cuando intuyó la proximidad de la muerte, en lugar de pensar en ella, en lugar de lágrimas de arrepentimiento y tristes despedidas, en lugar de monjes y notarios vestidos de negro, invitó a un banquete a acróbatas, actores, poetas, un grupo de bailarinas, tres magos, alegres estudiantes de Tollenburg, un viajero de Taprobana, y en medio de versos melodiosos, máscaras y música, apuró una copa de vino y murió con una sonrisa alegre en el rostro... Magnífico, ¿verdad? Si he de morir algún día, así es exactamente como me gustaría”. “Si he de morir algún día” – Fiódor parece dudarlo. En el cuadro del mundo de Nabókov la muerte no es inevitable. De todos modos no se relaciona con la vida de una manera directa, no penetra en ella. Dios está reemplazado aquí por el destino que, a su turno, no es más que pura casualidad feliz de la existencia brillante y transparente. Después de contar su último relato, el héroe paga y sale con su amante a la noche sofocante de Berlín: “Y un día recordaremos todo esto, los tilos, y la sombra en la pared, y las uñas de un perro de lanas rascando las losas de la noche. Y la estrella, la estrella. Y aquí está la plaza y la iglesia oscura, con la luz amarilla de su reloj. Y aquí, en la esquina, está la casa”. No tiene llaves de esta casa ajena, pero tiene llaves de la felicidad. El filósofo Alexandr Piatigorski determina la percepción de la vida de Nabókov como el fenómeno de la vista lateral: “Es difícil encontrar en el siglo XX a otro escritor ruso que fuera tan distante del sentimiento de tragedia como Nabókov. Lo trágico es resultado de la vista directa”. En realidad en el trágico siglo XX había sinfín de escritores que miraban a la cara de la tragedia. Por otra parte, no es menos difícil encontrar en la obra del mismo Nabókov otro libro donde lo trágico esté superado de una manera tan consecuente y sin compromiso como en “La dádiva”. Nabókov mismo dos veces trató de manifestar “la vista directa”, destruir el frágil acuario de la felicidad creado en “La dádiva”. Primero – en su novela corta “El círculo”. Su protagonista es el hijo del maestro de aldea Bychkov mencionado en “La dádiva”. Enamorado antes de la hermana de Fiódor, recuerda el paraíso veraniego de Léshino con repugnancia. El padre de Fiódor le parece “un señor poco destacado, caballo amblador ratino de pequeña estatura”. El odio social deteriora la brillante imagen de la infancia feliz y el paraíso familiar. El mundo mítico creado en “La dádiva” no soporta una mirada ajena, preconcebida e imprudente. Por eso Nabókov dejó este pequeño “satélite” de la novela, narración sobre el destino común y el exilio personal, fuera del texto principal. En el archivo del escritor se quedaron los borradores de la continuación de “La dádiva”, donde Fiódor pierde su integridad interna y el andar volante. Se encuentra con una prostituta, Zina perece atropellada por un coche, Fiódor tiene un amor nuevo, empieza la guerra. En general, es completamente otra historia. Conforme con el espíritu del verdadero siglo XX. En las rendijas de la casa de espejo entra el aire de angustia, desesperanza, tragedia. Gracias a Dios, todo eso se quedó en los borradores. Y la novela misma resultó un libro sobre la felicidad de la vida y el agradecimiento. Parece que en “La dádiva” Nabókov sigue las ideas de Pushkin: “Se dice que las desgracias son una buena escuela. Puede ser. Pero la felicidad es la mejor universidad”. No es casualidad que “La dádiva” termine con un leve suspiro de la línea de Oneguin, punteado de aliteraciones, final abierto, idea de la vinculación enigmática del arte y la existencia: “las sombras de mi mundo se extienden más allá del horizonte de la página, azul como la niebla matutina del día de mañana, y tampoco esto termina la frase”. Lo último que se reflejó en el espejo abandonado de la novela fue el perfil de Pushkin.