ME 110 de 141 NOVENO Y DECIMO MANDAMIENTO, 1 Los dos últimos mandamientos se fijan en el interior del hombre. Suponen un avance en la exposición de los deberes morales. Mt 15, 19: “del corazón proceden los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los robos, los falsos testimonios y las blasfemias”. Condenan los malos pensamientos y deseos contra las virtudes de la castidad y de la pobreza. Pero, indirectamente, se contemplan también los pecados internos contra las demás virtudes, especialmente contra la caridad y la humildad, como son el odio y el rencor, la envidia y el afán de venganza. ME 111 de 141 NOVENO Y DECIMO MANDAMIENTO, 2 Noveno mandamiento Dt 5, 21: “No desearás la mujer de tu prójimo” (cfr. Ex 20, 17). Mt 5, 27: “Habéis oído que se dijo a los antiguos: No adulterarás. Pero yo os digo que todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró en su corazón”. El “limpio de corazón” goza de una especial aptitud para descubrir a Dios y sabe valorar el sentido real de la sexualidad humana. CCE 2519: “A los limpios de corazón se les promete que verán a Dios cara a cara y que serán semejantes a Él. La pureza de corazón es el preámbulo de la visión. Ya desde ahora esta pureza nos concede ver según Dios, recibir al otro como un ‘prójimo’; nos permite considerar el cuerpo humano, el nuestro y el del prójimo, como templo del Espíritu Santo, una manifestación de la belleza divina”. ME 112 de 141 NOVENO Y DECIMO MANDAMIENTO, 3 Décimo mandamiento Dt 5, 21: “No desearás su casa, ni su campo, ni su siervo ni su sierva, ni su buey ni su asno, ni nada de lo que pertenezca a tu prójimo” (cfr. Ex 20-17). Jesús enseña la disposición interior que ha de tener el creyente en relación a estos bienes: “No os inquietéis por vuestra vida, por lo que habéis de comer o beber, ni por vuestro cuerpo, por lo que habéis de vestir” (Mt 6, 25). Mt 6, 32-34: “Los gentiles se afanan por todo eso; pero bien sabe vuestro Padre celestial que de todo eso tenéis necesidad. Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo eso se os dará por añadidura. No os inquietéis, pues, por el mañana”. ME 113 de 141 NOVENO Y DECIMO MANDAMIENTO, 4 a b c En el hecho de elevar la moral al ámbito de los pensamientos y de los deseos se descubre la grandeza de la moral cristiana, que responde a la totalidad de la persona. Un pensamiento o un deseo no sólo se inicia en la inteligencia y en el corazón, sino que se manifiesta en gestos perceptibles: necesidad del dominio de sí para no exteriorizar el enfado, el orgullo, la envidia o la pereza en actos externos de ira, impaciencia, orgullo, envidia o pereza. Los pecados internos no son sólo producto de la imaginación, sino que en ellos intervienen también el entendimiento, la voluntad y la memoria. Por ello son graves si se consiente y se trata de una materia grave: hay que combatirlos. Es fácil acostumbrarse a ellos y no darles la importancia ética que tienen. ME 114 de 141 NOVENO Y DECIMO MANDAMIENTO, 5 El hombre está herido por el pecado original, lo que da lugar a la lucha entre el “espíritu” y la “carne”. Para que los malos pensamientos y deseos sean pecados, se requiere que sean consentidos por la voluntad. Mientras no haya consentimiento, no cabe hablar de pecado: sentir no es consentir. Con la enseñanza del origen interior del mal y del bien moral, Jesús eliminó la tentación de quedarse en una moral externa, de lo que se ve, o de aprecio o negativa social. Suprime el fariseísmo. ME 115 de 141 NOVENO Y DECIMO MANDAMIENTO, 6 El cultivo del interior (inteligencia y corazón) rescata al hombre y a la mujer de su egoísmo y los enriquece: Respecto a la virtud de la pureza: en la vida matrimonial, los esposos que viven la castidad conyugal no sólo evitan los pecados externos e internos contra la castidad (“no desear la mujer de tu prójimo”), sino que, al mismo tiempo, no buscan en exclusiva sus propias satisfacciones. Respecto a la virtud de la pobreza: “A los ricos de este mundo encárgales que no sean altivos ni pongan su confianza en la incertidumbre de las riquezas, sino en Dios, que abundantemente nos provee de todo para que lo disfrutemos, practicando el bien, enriqueciéndonos de buenas obras, siendo liberales y dadivosos y atesorando para el futuro, con que alcanzar la verdadera vida” (1 Tim 6, 17-19). ME 116 de 141 NOVENO Y DECIMO MANDAMIENTO, 7 Los pecados externos añaden a la malicia interior la ejecución de la acción y los malos efectos y el escándalo que pueden seguirse de ellos. La primera batalla de la moralidad tiene lugar en el corazón. El logro de la propia perfección depende del cumplimiento amoroso de los mandamientos. Asimismo, éste colma las ansias de felicidad escritas en el corazón mismo del hombre. La santidad del individuo produce un bien extraordinario en la Iglesia, Pueblo de Dios, y repercute en la entera sociedad.