Necesitamos otra política 14 de Abril de 2009:

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¡Proletarios de todos los países, uníos!
14 de Abril de 2009:
Necesitamos otra política
Hemos vivido años de beneficios gigantescos para los grandes capitalistas, gracias a los
donativos estatales y a costa del pueblo: precarización laboral, reducción de los salarios reales,
endeudamiento creciente para acceder a una vivienda y a otros bienes de consumo, privatización
de empresas e instituciones públicas cuyos servicios se han deteriorado o suprimido, etc.
Ahora ha estallado la crisis porque los ricos han colapsado el crédito. Para que recuperen
su dinero y sigan ganando, los gobiernos, lejos de penalizarlos y de retirarles el mando sobre la
economía, les premian con ayudas multimillonarias y les permiten cerrar empresas y despedir
cientos de miles de trabajadores, los cuales ya no pueden hacer frente a sus hipotecas y acaban
desahuciados y embargados. Las ayudas de los gobiernos a la masa del pueblo son
insignificantes y sólo buscan evitar estallidos sociales.
El Estado dispone de medios para asegurar un trabajo y una existencia dignos a cada
ciudadano: tiene la autoridad para exigir a las grandes fortunas que pongan a disposición del
interés general sus enormes ganancias de antes y de ahora. Sin embargo, no lo hace, con lo que
demuestra no ser más que el régimen político de la oligarquía financiera. Sin embargo, pretende
aparentar lo contrario al disfrazarse de “democracia”, para así ser tolerado por la población y que
ésta se culpe a sí misma por ser incapaz de elegir una opción política acorde con sus intereses.
Lo llaman democracia y no lo es
El régimen político vigente es democrático por cuanto permite que elijamos y seamos
elegidos como representantes del pueblo para legislar y gobernar. Pero, al mismo tiempo, tiende
miles de trampas para que, a fin de cuentas, los representantes que elegimos no sirvan al pueblo
sino a la oligarquía financiera: cada cuatro años, elegimos a quienes van a oprimirnos. Los cargos
electos y la alta burocracia tienen remuneraciones que se elevan a cinco o diez o más veces el
salario medio de un obrero y tan pronto dirigen organismos públicos como monopolios privados,
por lo que viven y piensan como los grandes capitalistas. La mayor parte de estas autoridades ni
siquiera es elegida por el pueblo (mandos de la judicatura, del ejército, de la policía, etc.) so
pretexto de una supuesta objetividad e independencia que sólo lo es con respecto a las clases
populares. El primero de ellos, el monarca, se reserva el mando supremo de las fuerzas armadas
y el visto bueno sobre las leyes y los nombramientos más importantes. El recurso al referéndum
tiene carácter excepcional y no vinculante, como se comprobó con el de la OTAN en 1986. El
sistema electoral distorsiona la voluntad popular al otorgar menos representación que la
proporcional a los territorios con mayor concentración obrera y a los partidos políticos minoritarios
en cada circunscripción. Los cargos electos están sujetos a un mandato meramente
representativo que no es imperativo ni revocable, en caso de incumplimiento de sus compromisos,
hasta que no termine la legislatura. Esto, junto con el reparto de subvenciones públicas y de
tiempos de presencia en los medios de comunicación en función de los resultados electorales
pasados, configura un régimen político conservador que tiende a concentrar el poder en manos de
dos partidos –el PP y el PSOE- que, además, pactan entre sí la eliminación de toda competencia
política, como se ha visto en Euskadi. Con este mecanismo electoral y con sus cuantiosas ayudas
privadas, la oligarquía financiera asegura su régimen económico de explotación del pueblo: sus
intereses están representados políticamente por la alternancia bipartidista de “populares” y
“socialistas”, los cuales monopolizan la atención de la opinión pública con una mutua oposición
que es de matiz y no de fondo (la demagogia patriotera, tradicionalista y liberal de los primeros,
frente a la demagogia obrerista, izquierdista, laicista y modernista de los segundos).
La verdadera naturaleza oligárquica y reaccionaria del vigente régimen político se
corresponde con sus orígenes, cuyo recuerdo tratan de borrar de nuestra memoria con todas las
artimañas posibles. Se acaban de cumplir 70 años desde que los poderosos aniquilaron a sangre
y fuego la soberanía popular en España. Ésta se había expresado en la elección pacífica de un
régimen republicano el 14 de Abril de 1931 y, posteriormente, en la elección pacífica de un
gobierno que agrupaba a las fuerzas políticas y sociales de izquierdas en un Frente Popular. La
oligarquía, representada por la camarilla militar de Franco, emprendió una sangrienta guerra civil
que desembocó en un régimen de terror fascista de 40 años. Una vez logrado su propósito de
remodelar la sociedad según sus intereses, cedió a las demandas democráticas más elementales
y superficiales de la población dando a su dominación política una apariencia más flexible y
engañosa: la forma de una monarquía parlamentaria.
Lo principal es unirnos por la República
Mientras, empeoran las condiciones económicas y políticas de las masas populares, sin
que pueda evitarlo la mera lucha por reformas promovida hasta ahora por los sindicatos, las
organizaciones sociales, el PCE, Izquierda Unida e incluso las fuerzas republicanas. Necesitamos
unir al pueblo en torno a un programa político de ruptura con el régimen de monarquía
parlamentaria mediante el cual la oligarquía financiera ejerce su férrea dictadura, para poder
expropiar a ésta y organizar una economía al servicio de las necesidades de la mayoría.
Necesitamos incorporar al pueblo a la lucha por una República Democrática. Cualquier otro
programa político menos ambicioso se aparta de los intereses de las clases populares,
concretamente: la defensa del empleo, de los salarios y derechos sociales de los trabajadores, la
nacionalización de los sectores estratégicos de la economía, la democratización del sistema
político, el pluralismo informativo y cultural, la separación de la Iglesia respecto del Estado y la
escuela, el reconocimiento a todos los demócratas represaliados por el franquismo, la erradicación
del fascismo, el fin de la represión contra el pueblo, el derecho a la autodeterminación de las
nacionalidades del Estado español, la realización de una política exterior de paz y solidaridad antiimperialista, etc.
Los comunistas tenemos incluso la convicción de que este paso no es suficiente y que
hará falta una revolución socialista proletaria que liquide completamente el régimen capitalista.
Pero también estamos convencidos de que la conquista de una república democrática permitiría a
la clase obrera preparar esta revolución de la manera más rápida e indolora. Es más, debido al
reflujo político que ha experimentado el movimiento obrero desde que empezó la contrarrevolución
en la URSS y en otros países socialistas, comprendemos que las masas de la clase obrera no
aspirarán a conquistar el poder político mientras no aprendan a luchar por la democracia y
mientras no experimenten, en esta lucha, que es imposible una democracia a la vez para los
capitalistas y para los obreros, para los explotadores y para los explotados. Por eso, hoy, el
objetivo político principal para el pueblo, incluidos los proletarios con conciencia de clase, es la
conquista de la República Democrática.
Para este fin, es cierto que el régimen representativo actual es engañoso y que la lucha ha
de librarse principalmente dentro de la sociedad civil, en la calle. Pero la calle, hay que llenarla,
hay que sumar verdaderas masas a la lucha, hay que descomponer el aparato político oligárquico.
Por ello, los republicanos debemos agruparnos para acordar un programa de ruptura democrática
con la monarquía que atienda ante todo las reivindicaciones más urgentes de las clases
populares. Y, toda vez que la gran mayoría de la población confía y participa en el mecanismo
electoral-parlamentario, debemos concurrir a las elecciones con la mayor unidad posible para
obtener concejales y diputados que utilicen la tribuna parlamentaria con fines agitativos dirigidos
sobre todo a reforzar la movilización popular republicana. Debemos primar lo que nos une sobre lo
que nos diferencia y evitar que el joven movimiento republicano actual se estanque: la República
no pertenece a los republicanos que la anhelamos, sino al pueblo que la necesita.
¡Contra la gestión oligárquica de la crisis del capitalismo!
¡Unidad popular por la República Democrática y el socialismo!
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