VII/2 1. Formas de bondad El bien es un concepto de máxima generalidad. Por ser su área de aplicación coextensiva con el ser, ya que todo ser tiene la perfección del existir, la Metafísica clásica lo entiende como un trascendental. El bien es el mismo ser en tanto que apto para ser querido por una voluntad. Su significación, por consiguiente, no es unívoca, sino que se diversifica con los distintos seres, que son otras tantas formas de bien. Es a lo que alude el término "análogo" (ana-logon, variable conforme al lógos o razón propia de cada ente). Pero aquí vamos a examinar sus varias significaciones no partiendo del concepto supremo, sino desde abajo, desde los usos más comúnes y primarios, hasta llegar al bien moral. Un primer sentido de bondad es la instrumental o utilitaria, subordinada a lo que se persigue mediante ella. Los bienes económicos se encuentran en este caso, no tanto por ser intercambiables entre sí a través del dinero como por estar en función de necesidades y de fines humanos, establecidos según un sistema de preferencias. El valor económico se origina precisamente en la utilidad inmediata que reportan a las preferencias los bienes de consumo directo, y desde aquí se transfiere a los factores de producción de esos bienes (el huevo como artículo alimenticio de primera necesidad tiene un valor utilitario, que indirecta y sucesivamente recae sobre la gallina, el forraje que la gallina necesita y el trigo con el que se prepara el forraje). Esto hace posible medir las utilidades de los distintos bienes adoptando el patrón ordinal común que es el dinero como unidad de cuenta. Los bienes económicos tienen un precio. En la utilidad convergen los aspectos objetivo y subjetivo, el primero como adaptación a las peculiaridades del bien útil para hacerle rendir, y el segundo como aplicación que hace la voluntad. Así, un martillo como instrumento admite sólo unos usos prefijados, pero el lugar de esos usos dentro de las preferencias subjetivas no está definido, sino que dependerá, por ejemplo, de los cuadros que se quieran colgar en la pared. La utilidad es sólo subjetiva cuando el bien carece de toda consistencia objetiva, pero en esta situación límite sólo se encuentran el papel-moneda, en tanto que indefinidamente permutable por unas u otras mercancías, y desde un punto de vista vivencial-activo el poder o capacidad, por cuanto no se llega a ejercer hasta que no se lo orienta hacia algún objetivo definido. Lo más común es que los medios no se den aisladamente, sino que compongan un haz de referencias mutuas articuladas significativamente en orden al proyecto existencial, tal como lo expuso Heidegger. Así, por ejemplo, la escalera de mano de que me sirvo para alcanzar las tuercas, las tuercas con que remacho los clavos que aplico a la mesa, la mesa en 2 la que apoyo otros enseres... Son medios en los que decanta la autodeterminación originaria del existente, pues en último término es éste el que arma la armadura, el que habita la habitación o el que edifica el edificio. Como se ve, es un género de mediación que, por ser proyectiva, no se reduce a la mera utilidad. Un caso especial de bien utilitario es el que no llega a ser temáticamente proyectado en vista de un fin, dada su proximidad al sujeto, como cuando éste trata de mitigar un dolor o de escapar a un peligro, situaciones en las que el fin se da por supuesto. Ocurre entonces que la dirección vectorial hacia el futuro que caracteriza al utensilio es sustituida por el horizonte vital de una necesidad sentida en presente. Es un caso en que el bien útil se acerca al bien deleitable o hedónico y casi se confunde con él. También lo deleitable se asocia a las preferencias, ya que no siempre anteponemos en ellas lo que es mejor objetivamente o más apto, como ocurre con el útil, sino que podemos preferir un cuchillo que no es el más apropiado para cortar sobre la base de que nos es más cómodo porque nos apoyamos mejor en su mango. El bien deleitable se subordina, al igual que el útil, a algún otro bien, y resulta en último término a modo de repercusión en el sujeto de lo que posee bondad intrínseca; tal es, por ejemplo, el gozo estético, despertado por lo bello, o el deleite que sobreviene en el ejercicio de las potencias en cuanto que están atemperadas para sus actos. A diferencia de lo útil-objetivo, el juicio que recomienda lo agradable es de origen subjetivo, no admitiendo verificación ni falsación intersubjetivas. Por contraposición a los anteriores, el bien honesto es el que no tiene precio como el instrumental, ni se resuelve en un agrado subjetivo, sino que es bien de suyo. Sin él los dos tipos anteriores carecerían de consistencia como bienes; de aquí que se haya comparado su relación con ellos a la que hay entre la sustancia y los accidentes en el orden ontológico. Una obra de arte, la dignidad de la persona o la existencia son ejemplos de bienes de suyo, hasta el punto de que valorarlos en función de algo distinto de ellos mismos significaría adulterarlos en su significación. Psicológicamente se hacen manifiestos estos bienes en la apetición voluntaria, en tanto que se apacigua o termina en ellos. Una especie particular de bien honesto es el bien moral, que aparece siempre que en el momento de actuar se pone en relación un bien determinado con un orden objetivo de fines. Así, la salud es un bien biológico, pero se convierte en moral cuando se juzga que hay que cuidarla de tal o cual modo, no posponiéndola por ejemplo al agrado en la comida; o bien el trabajo llega a ser una tarea de signo moral ante las exigencias objetivas que conlleva su realización; o la acción de salvar una vida adquiere carácter moral cuando se la realiza estando motivado por el bien objetivo para la persona que está en peligro. En el juicio moral antecedente de la acción se presenta el hiato entre ésta en tanto que realizable y la bondad que se le atribuye, con la consiguiente incapacidad de la acción prevista para determinar el comportamiento si el sujeto no la asume como buena. 3