Jesús, revolución y revelación de lo sagrado Manuel Díaz Mateos, sj En junio de este año se realizó, en la Universidad Antonio Ruiz de Montoya, el seminario interdisciplinario Lo sagrado y los medios de comunicación, con la participación de varios comunicadores, filósofos, sociólogos e investigadores nacionales y con la presencia de Jesús Martín-Barbero, uno de los más importantes analistas culturales de América Latina. El seminario estuvo organizado por el Instituto de Fe y Cultura y por el Diplomado de Periodismo Político y Análisis Cultural. 1. EL SACRAMENTO DE LA PIZZA A más de uno le parecerá irreverente y de mal gusto el juntar estos dos términos, pizza y sacramento. El sacramento, aunque no acabemos de comprender plenamente su sentido, es palabra sagrada que nos remite a lo sagrado, a Dios, y merece todo respeto. Pizza es término profano y comercial, que nos remite al negocio de alimentos, a restaurantes y salas de encuentro. Lo sagrado y lo profano, ¿representan realmente dos mundos separados que no se pueden mezclar? Evidentemente, el título que ponemos es una manera provocadora de presentar el problema que queremos plantear. Como es igualmente provocadora la forma que tienen otros de expresarse cuando nos hablan de “los sacramientos” para denunciar nuestras múltiples formas de mentir con lo sagrado. Por ejemplo, se miente con lo sagrado cuando se celebra un sacramento de comunión estando divididos, o cuando uno se casa por el show social que representa la ceremonia religiosa, o cuando se negocia con el dinero y con las misas, o cuando se jura “por Dios y por la plata”. Son ejemplos todos en los que lo sagrado y lo profano se mezclan escandalosamente. Todos pensamos que lo sagrado es intocable, pero, en la práctica, lo manipulamos a nuestro antojo y según nuestros intereses1. ¿Habrá alguna forma diferente de ver la relación sagrado - profano? Algunas personas más cultivadas pueden encontrar, en el título de este apartado, resonancias del libro clásico de Leonardo Boff, Los sacramentos de la vida, en que este autor nos habla del “sacramento de la colilla” para presentarnos el eco que despierta, en su espíritu de hijo, la colilla del último cigarro fumado por su padre ausente y a quien el teólogo brasileño no pudo acompañar a la hora de su muerte2. Evidentemente, el mundo y las cosas son vehículos o instrumentos “sagrados” que nos ponen en contacto con el misterio, pues como dice L. Boff, “todo lo real no es sino una señal. ¿Señal de qué? De otra realidad, realidad fundante de todas las cosas, de Dios”3. Por eso, en nuestra búsqueda de lo sagrado, nos preguntamos como Pablo Neruda: “¿No será el mundo entero 1 Se pueden consultar el libro de Manuel Fernández del Riesgo, La ambigüedad de la religión, EVD 1997 y el de J. M. Castillo, Símbolos de libertad. Teología de los sacramentos, Sígueme 1981, especialmente el capítulo primero, en que se habla de la ambigüedad, la ambivalencia y la manipulación de lo religioso. 2 Leonardo Boff, Los sacramentos de la vida, Sal Terrae 1993, p. 27s. El autor era estudiante de teología en Alemania cuando muere su padre en Brasil. Un hermano suyo le envía la colilla del último cigarro del padre, que el autor del libro guarda como una reliquia, asociada a la memoria “sagrada” de su padre. 3 L. Boff, o. c., p. 10. metáfora de algo?”4. ¿No podrá remitirnos la pizza a algo más que la pizza? Aunque tal vez no lo veamos, ese “algo más” es lo más importante, “porque hominiza las cosas y humaniza nuestras relaciones con ellas”5. La siguiente historia nos ayudará a ver la verdad del título que damos a nuestra reflexión. Por una feliz coincidencia, nos encontramos en Lima, hace ya un tiempo, cuatro amigos: uno de origen belga, otro brasileño y dos residentes en Lima. A pesar de las distancias, son muchos los lazos de afecto y de ideales que nos unen. Por eso decidimos celebrar nuestra amistad y nuestro encuentro en la “calle de las pizzas” de Lima. Es decir, decidimos salir a comer juntos para celebrar nuestro reencuentro, que tiene su fundamento último en la fe que profesamos y nos compromete con Cristo en la misma causa del Reino. Ocupamos una mesa fuera del restaurante, desde donde podíamos observar a la gente que pasaba, aunque en ese momento la pizza que saboreábamos con tan grata compañía era más importante que la gente. En ese momento observamos también a unos “niños de la calle” (la calle no tiene niños) que se acercaban tímidamente a las mesas, evitando ser vistos por el mozo y solicitando de los comensales un pedazo de pizza o una propina. El mozo los ahuyentó con amenazas para que no molestaran a los clientes. La presencia de los niños nos hizo aterrizar de repente en un escandaloso mundo de hambre y de desigualdades. Pero uno de mis amigos dijo al mozo: “Por favor, no moleste a los niños porque ellos son nuestros invitados”. Y, sin más preámbulo, sentó a los niños en la mesa de al lado indicando al mozo que atendiera el pedido de los niños. Digna de observarse en ese momento era la cara del mozo, pues no acababa de creer lo que veía y, sobre todo, la de los niños con los que compartíamos nuestra pizza, entrando en comunión con su mundo de ilusiones y de sufrimiento. Uno de los niños nos sorprendió con un detalle que nos enterneció: con una servilleta de papel envolvía un pedazo de pizza que guardaba para “su mamá”, quien, ausente, entró automáticamente en comunión de pizza y de afecto con nosotros y con los niños. Su madre estaba presente por el sacramento (instrumento de comunión) de la pizza. Todos sentimos entonces que lo sagrado invadía la calle, lo profano, y nos ponía en comunión con la ilusión de los niños, con su frustración y con su hambre, pero también sentimos que nuestra amistad se ampliaba para incluir a esos niños hambrientos en los que descubríamos el rostro de uno que dijo en su evangelio: “Tuve hambre y me dieron de comer” (Mt 25,35). El restaurante es un lugar profano, pero sentimos que algo sagrado nos envolvía y nos unía. Ese gesto humano de comer juntos, no sólo los amigos, sino también los extraños, hacía presente (aunque sólo fuera por breve tiempo) la utopía del Reino que Jesús escenificó frecuentemente como “mesa compartida” y proclamaba lo esencial del mensaje evangélico como “comer juntos”6. La escena representa lo que queremos decir: lo sagrado existe pero no siempre está donde lo colocamos o decimos que está. En la visión cristiana de la religión, lo sagrado invade lo profano. Es más, frente a la opinión corriente de que lo sagrado se separa, se distancia, se protege o se encierra en un lugar, igualmente sagrado, es tarea de los creyentes liberar lo sagrado para que irrumpa en la historia y en la vida de los seres humanos creando comunión y solidaridad. Y entonces la pizza no está solo al servicio de la alimentación individual sino de la comunión entre los seres humanos. Es sacramento, es decir, mediación sagrada, porque significa y produce comunión7. Lo que quisiéramos dejar bien sentado en estas líneas es que, por Jesús, los creyentes tienen una manera diferente de entender lo sagrado y otro sitio donde colocarlo. Jesús representa realmente (aunque muchos de sus seguidores no lo hayan notado aún) una revolución y una revelación de lo sagrado. 4 A. Skarmeta, El cartero de Neruda, Plaza y Janes, Barcelona, 1996, p. 26. L. Boff, o. c., p. 9. 6 Me remito a mi artículo, “La esencia del cristianismo: comer juntos”, en Le hablaré al corazón, CEP, Lima 1998, p. 177-208. 7 Es evidente que usamos la palabra sacramento en sentido analógico y no unívoco. La pizza (no hace falta decirlo) no está al nivel de la eucaristía, por muchas razones. Pero eso no nos permite descuidar el valor de los signos “sacramentales” humanos con los que podemos relacionarnos en clima de comunión. No olvidemos lo que dice Jesús, que “donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20). 5 2. “MISERICORDIA QUIERO, NO SACRIFICIO” (OS 6,6) La revolución de la que hablamos arranca de muy atrás, con los profetas de Israel. Con la frase “misericordia quiero, no sacrificio”, el profeta Oseas presenta a sus contemporáneos las exigencias para acercarse a Dios, es decir, para entrar en el mundo de lo sagrado. Con ella nos está diciendo que hay algo más sagrado que los templos, los cultos o los ritos que en ellos se realizan: eso más sagrado es el mundo profano de la convivencia de los seres humanos entre sí. Y en el NT, Jesús citará a Oseas para desenmascarar la religiosidad de los fariseos, fieles observantes de todas las normas sagradas establecidas por Dios, pero que se consideran con derecho a despreciar a todos los que no son como ellos (cf Lc 18,9s). Se genera así, en el mundo bíblico, una especie de tendencia desacralizadora que va de los profetas a Cristo y de la que es heredera la fe cristiana. Para comprender mejor la novedad de Cristo, comencemos por una breve referencia a la tradición profética de Israel. Como todo pueblo religioso, Israel también tiene experiencia de lo sagrado como espacio o tiempo sagrado, separado de lo profano para consagrarlo a Dios. El lugar privilegiado de esta experiencia es sobre todo el culto sagrado, organizado en los templos y en los diferentes sacrificios que en ellos se realizan, por las personas sagradas que son los servidores del templo. La importancia que ese espacio o tiempo sagrado tiene en la vida de Israel aparece, por ejemplo, en la consagración del templo de Jerusalén, descrita con sumo detalle en el libro primero de los Reyes. El templo es el lugar más sagrado porque es elegido por el mismo Dios para comunicarse con su pueblo. Por eso todo será poco para la gloria de Dios y no se escatiman sacrificios. El día de la consagración, “el rey y todo Israel con él, ofrecieron sacrificios al Señor. Salomón inmoló, como sacrificio de comunión en honor del Señor, veintidos mil bueyes y ciento veinte mil ovejas… sobre el altar de bronce que estaba ante el Señor no cabían los holocaustos, las ofrendas y la grasa de los sacrificios de comunión” (1 Re 8,62-63). Pareciera que, cuanta mayor suntuosidad y generosidad se muestren, las barreras entre lo sagrado y lo profano serán más fáciles de romper y así el ser humano puede entrar en el ámbito de lo sagrado para conseguir la benevolencia de Dios. La religión y el culto tienen como finalidad derribar las barreras que nos separan de lo sagrado. Esa convicción es la que explica la pregunta que se hace el creyente, según el profeta Miqueas. Este profeta se pone en lugar del fiel que quiere acercarse a Dios y se pregunta “¿con qué me presentaré al Señor?” (Miq 6,6), porque ante él no se puede ir con las manos vacías. Por eso continúa la pregunta: “¿Me presentaré con holocaustos, con becerros añojos? ¿aceptará el Señor un millar de carneros o diez mil arroyos de aceite? ¿Le ofreceré mi primogénito por mi culpa o el fruto de mi vientre por mi pecado?” (Miq 6,6-7). Es algo así como preguntarse: “Yo soy indigno, pero ¿se dejará el Señor impresionar por mi generosidad?”. Detrás de esa pregunta está la conciencia de la indignidad para presentarse ante Dios y la convicción de que los ritos sagrados, sobre todo los sacrificios más impresionantes, son los que nos permiten acercarnos al misterio sagrado que es Dios. En contraste con esa convicción, el profeta Oseas, lo mismo que Miqueas, señala otro camino más casero, más sencillo, más cercano y más humano. En contraposición a los sacrificios, que son la puerta para entrar en el mundo sagrado (¿no está en la etimología de la palabra sacrificio la idea de “hacer sagrado”?), el profeta Oseas señala que la misericordia es una experiencia más sagrada y más agradable a Dios que los sacrificios (Os 6,6), a lo que Miqueas añade que “defender el derecho, amar la lealtad y la verdad, y caminar con sencillez ante Dios” es lo único que importa para entrar en el misterio de lo sagrado, que es Dios. Dios mismo irá instruyendo a su pueblo cuando, con la experiencia del destierro a Babilonia y la destrucción del templo, se vean obligados a añorar todo ese mundo sagrado que les falta: “No tenemos ya ni príncipe, ni jefe ni profeta, ni holocaustos, ni sacrificios, ni ofrendas ni incienso, ni lugar donde ofrecerte primicias y alcanzar tu misericordia” (Dan 3,38). Les falta todo el conjunto de prácticas sagradas de la religión. Faltan las prácticas rituales, pero queda lo más importante que es lo que Dios quiere: “Tenemos un corazón quebrantado y un espíritu humillado: recíbelos como si fuera una oblación de holocaustos de toros y carneros, de millares de corderos cebados. Ese será hoy nuestro sacrificio” (Dan 3,39-40). El corazón quebrantado sustituye a los ritos y a los templos porque nos enseña que hay algo más sagrado que los ritos o los templos. Lo sagrado es un componente importante de toda religión, pero podemos decir que son los profetas los que señalan una nueva forma de entender lo sagrado para juntar la fe con la vida de los creyentes. Son ellos los que nos enseñan a situar lo sagrado, es decir, lo que Dios más quiere, en la esfera de lo profano, como es la convivencia entre los humanos y las exigencias de paz, de justicia y de vida para todos. Y esta tendencia será asumida y radicalizada por Jesús cuando deje a su comunidad no un templo sino un mandamiento que los distinga: el amor, el ser como Él. 3. JESÚS ROMPE EL ESQUEMA DE LO SAGRADO Si hay un hecho arraigado en la fe cristiana es que Jesús fue el hombre más religioso que haya existido. Lo paradójico, sin embargo, es que haya sido condenado por los especialistas de la religión como blasfemo, es decir, como alguien que no respeta lo sagrado, como es Dios, el templo, la ley o el sábado (Mc 14,64). Los especialistas de la religión judía, como son los sacerdotes y los fariseos, saben el peligro que Jesús significa para el sistema sagrado que ellos representan y lo condenan. Veamos por qué. El mensaje de Jesús es revolucionario por muchas razones. Si nos atenemos tan sólo a lo que un judío fanático, como san Pablo, nos dice, su mensaje revoluciona la sociedad en la que vivía él y vivimos nosotros. Nos dice san Pablo que “en Cristo ya no hay judío ni griego, esclavo ni libre, varón ni mujer” (Gal 3,28) y, consiguientemente, no hay unas personas más sagradas que otras, porque todas han sido igualadas en Cristo. En la familia de los hijos de Dios se da una igualdad fundamental, pues desaparecen las barreras normales entre el hombre y la mujer, entre los que son esclavos o los que son libres, porque Cristo los ha igualado a todos. Es decir, desaparecen las diferencias sociales y naturales que todo el mundo admite. El texto de san Pablo, sin embargo, añade la supresión de otra diferencia también fundamental, como es la racial y la religiosa, porque ya no hay judío ni griego, porque para Dios todos son iguales. Los judíos eran el pueblo de Dios y los paganos (los griegos) estaban excluidos de la religión y de la salvación. Dios era judío y el sistema sagrado estaba al servicio de la diferenciación y de la exclusión. Estamos ante una manera diferente de ver el mundo, sobre todo el mundo religioso, porque Jesús viene a revolucionar el esquema de lo sagrado, es decir, el esquema social y mental por el que diferenciamos entre sagrado y profano, santo y pecador, puro e impuro, excluido e incluido. El sistema sacral y religioso es también un sistema social y muchas veces el primero sirve para justificar lo segundo. Piénsese en la separación de judíos y paganos o en el sistema de castas en la India o las desigualdades entre hombre y mujer para los talibanes. En esos casos, la religión, el sistema sacral, refuerza la separación. Como consecuencia, no todos tienen acceso a lo sagrado, porque unos son más dignos y santos que otros y, frente a este esquema fundamental que enfrentó a Jesús con los especialistas de la religión oficial, los evangelios nos presentan a Jesús “comiendo con pecadores”, es decir, no respetando las diferencias que la religión sanciona. Un hombre así no puede ser santo ni venir de Dios. Por eso condenan a Jesús y por eso decimos nosotros que Jesús no encaja en el sistema sacral sino que lo revoluciona y lo cambia. Para clarificar lo que estamos diciendo nos fijamos en el templo de Jerusalén, centro de la religión judía y reflejo del todo el sistema sagrado de lugares, personas, ritos, rezos y ofrendas sagradas que en él se realizan. El templo, los funcionarios y los actos que en el templo se realizan son sagrados. El esquema está suficientemente claro en la descripción que hace Flavio Josefo del templo de Jerusalén cuando dice: “Cualquiera que haya visto nuestro templo es consciente del diseño general del edificio y de las barreras invisibles que protegían su santidad. Tenía cuatro patios que lo rodeaban, cada uno con sus restricciones establecidas. El patio exterior estaba abierto a todos, incluidos los extraños (extranjeros). A las mujeres se les negaba la entrada durante su tiempo de impureza. Todos los judíos podían entrar en el segundo atrio, lo mismo que sus esposas que no estuvieran contaminadas por ninguna impureza. Al tercer atrio se admitía a los judíos que estuvieran limpios y purificados. Al cuarto, los sacerdotes revestidos con sus ornamentos. Al santuario entraba solamente el sumo sacerdote, vestido con las vestiduras de su rango”8. Flavio Josefo habla de las “barreras invisibles” que protegen la santidad del templo, y la Misná distingue diez grados de santidad en torno al Sancta sanctorum o lugar santísimo donde sólo podía entrar el sumo sacerdote una vez al año9. 8 Flavio Josefo, en Guerra judía 1,26 y Apión 2, 102-104. Flavio Josefo distingue siete grados de pureza entre el atrio de los gentiles y el Sanctasanctorum. 9 J. Jeremías, Jerusalén y el templo en tiempos de Jesús, Cristiandad, Madrid 1977, p. 96. Como podemos ver, el templo tenía muchas divisiones y atrios que no son sólo lugares para recibir a la gente sino, sobre todo, modos de marcar las diferencias entre las personas a la hora de acercarse a Dios, de ponerse en contacto con lo sagrado. A medida que se avanzaba en él, se iban quedando fuera los paganos, las mujeres, los laicos y, finalmente, los simple sacerdotes, porque el Sancta sanctorum estaba reservado sólo al sumo sacerdote y esto una sola vez al año. Se trataba de una religión que resaltaba las desigualdades ante Dios. Una religión que no creaba comunión sino que sancionaba las diferencias. El templo, organizado con base en la convicción puro-impuro, sagradoprofano, digno-indigno, marcaba las diferencias en la sociedad. No todos somos iguales ante Dios ni todos se pueden acercar a Dios. Por eso la necesidad de las mediaciones sagradas (sacerdotes, ritos y ofrendas en el lugar apropiado). En la peregrinación de lo profano a lo sagrado el ser humano se encuentra con barreras, prohibiciones y separaciones. Seres humanos divididos a partir de su grado de pureza, sacralidad o dignidad. Jesús rompe ese esquema con su presencia en nuestro mundo y entre los seres humanos, sus hermanos, sobre todo cuando come con los pecadores. 4.- EL MISTERIO DE LA ENCARNACIÓN: ¿UN DIOS HUMANADO? El esquema religioso del que hablamos lo constituyen las múltiples mediaciones entre Dios y los hombres y representan el mundo de lo sagrado: tiempos sagrados, lugares sagrados, cosas sagradas y personas sagradas10. El esquema es demasiado conocido y omnipresente. Pero los cristianos deberían saber que, por el misterio de la encarnación, Dios ha santificado (consagrado) nuestro tiempo y nuestro espacio y las cosas no son sagradas en sí, por alguna cualidad especial, sino que son para el ser humano, consagrado y dignificado por el Dios que se ha hecho uno de nosotros. Él toma nuestra naturaleza humana para que nosotros compartamos su divinidad. Afirmación fuerte que, en cierto modo, desestabiliza el esquema religioso manifestado en nuestras prácticas religiosas. La epístola a los Hebreos afirmará tajantemente que Jesús desestabilizó el sistema religioso y el sistema de lo sagrado por ser “ineficaz e inútil” (Heb 7,18). El tema es amplio y sugerente, pero, por razones de espacio, nos limitaremos a resaltar el valor de la encarnación de Dios o irrupción de lo sagrado en lo profano de nuestra historia y resaltar después algunas de las consecuencias de ese entrar el Dios santo en nuestro mundo de pecado y de pecadores. Jesús es Dios con nosotros, pero, tanto en su nacimiento como en su muerte, lo que predomina es el mundo profano que rodea estos acontecimientos de su vida. Nosotros hemos embellecido y suavizado la escena del nacimiento de Jesús y hemos dejado de lado el aspecto humano e inhumano de un niño naciendo en suma pobreza y en una cueva porque “no había sitio para ellos en la posada” (Lc 2,7). Ninguno de nosotros hemos nacido en esas circunstancias. ¿Dónde está lo sagrado en el nacimiento? En el niño que nace, se nos dirá, porque es Dios, pero la apariencia es de un ser humano sumamente débil, que sufre en carne propia el frío, el hambre, la marginación y la pobreza. Los pastores, el buey y la mula, la persecución y la amenaza de muerte son realidades demasiado profanas como para que Dios esté en ellas. Lo profano donde Dios nace no es una realidad neutra sino inhumana. Pero la alegría de una madre por su hijo recién nacido es, al mismo tiempo, algo profano y sagrado. El es el Dios con nosotros que invade nuestro mundo de inhumanidad y de sufrimiento para santificarlo y salvarlo, pero no a través de una ceremonia sagrada, sino a través de la cercanía solidaria por la que se hace hermano de todos. Dios, el único santo y la expresión máxima de lo sagrado, ha invadido el tiempo y el espacio de la historia de los seres humanos, destruyendo la barrera que nos separaba. El Dios con rostro humano es la mejor visualización de lo sagrado. Y de ahora en adelante, ¿no será el rostro humano el mejor lugar de encuentro con lo sagrado? Pero así como su nacimiento tuvo mucho de extraño, de profano e inhumano, su muerte tampoco tuvo nada de sagrado. Representa, más bien, la antítesis de lo sagrado. Condenado como blasfemo y revoltoso, y clavado en el suplicio más ignominioso que se pueda inventar, Jesús no puede ser ni agradable a Dios ni a los hombres. El dolor, la soledad, el fracaso y las burlas que rodean al crucificado hacen difícil pensar que Dios pueda estar ahí. Pero por el testimonio del evangelio de Marcos pareciera que en lo más profano e inhumano, como es la crucifixión, es donde Dios se revela y es reconocido por el capitán romano que confiesa: “Verdaderamente este hombre era hijo de Dios” (Mc 15,39). Desde una visión creyente, la escena se humaniza porque se descubre en el crucificado Se puede ver el artículo de J. Colson, “Los ministerios eclesiales y lo sacral”, en Con 80 (1972, 502513). 10 de brazos abiertos el gran abrazo de Dios a todos los crucificados del mundo con los que Dios se solidariza. Lugar sagrado de encuentro con Dios será, de ahora en adelante, la cercanía solidaria con todas las víctimas de la injusticia asumiendo su causa, causa sagrada, y luchando para que nadie más sea crucificado. Por el crucificado se confiere una categoría sagrada a todos los crucificados. Y con esto se rompen todos los esquemas sagrados, eclesiales y sociales. Estamos ante una revolución de la religión que todavía no se ha hecho vida. Pero por Cristo, dice con acierto J. Moingt, “el camino que conduce hacia Dios no es ya el que va de la tierra al cielo pasando por el templo, sino el camino que Jesús ha tomado para llegar a los vencidos de la historia”11. Entre el nacimiento y la muerte, ambas escenas profanas, hay un gesto de Jesús que se repite a lo largo del evangelio y que es, tal vez, la mejor forma de visualizar el Reino de Dios que Jesús predicaba. Es el gesto de “comer con pecadores” (Mc 2,16; Lc 15,2; Mt 11,19). Es también un gesto profano y profundamente humano que escandaliza a los representantes de la religión oficial, seguidores de unas normas muy claras que prohibían, en nombre de Dios, la comunión con cierto tipo de personas. Esas normas son sagradas. Pero Jesús, con su comportamiento demuestra que hay otras cosas más sagradas que las normas que nos diferencian o distancian. El Reino de Dios que Él predica (causa sagrada de Dios) es ante todo comunión, igualdad y conciencia humilde de ser pecadores llamados a la mesa del Reino. Por el Reino que Él predica, la causa de Dios se hace también causa del hombre y viceversa. De nuevo lo humano puede ser expresión de lo sagrado y de lo divino porque lo más sagrado ha entrado en nuestra historia, pero no a través de un templo sino de una vida y de una mesa compartidas. La vida de Jesús tuvo poco de sagrado, según el esquema religioso corriente, o es quizás una invitación constante a descubrir lo sagrado en otro sitio y dejarnos fascinar por él. Por el misterio de la encarnación se ha realizado un intercambio admirable12, lo divino se hace humano y lo humano se hace divino, lo sagrado inunda lo profano y lo profano trasparenta a Dios, porque, como se ha dicho bellamente, “Cristo es el rostro humano de Dios y el rostro divino del hombre”13. Son muchas las consecuencias del misterio de la encarnación en el terreno de lo sagrado, pero si Jesús cambia el esquema sagrado es porque, en el fondo, se trata de otra forma de entender a Dios y nuestra manera de acercarnos a Él. Para mostrar cómo incide este misterio en nuestro tema nos fijaremos solamente en dos campos de lo sagrado: la religión y el templo, pues ambos son realidades sagradas. Si hay un Dios diferente, debe haber también una religión y un templo diferentes. El lenguaje puede ser el mismo para todas las religiones, pero el contenido es siempre diferente para el cristianismo. Analicemos estos dos conceptos. 5. “RELIGIÓN PURA ANTE EL PADRE” (SANT 1,26) Comenzamos por el concepto mismo de religión. La Biblia es un libro religioso y son muchos los grupos religiosos que buscan en ella inspiración. Lo que vale la pena resaltar es que, siendo un libro religioso por excelencia, en el Nuevo Testamento aparezca tan pocas veces la palabra “religión” y nosotros no hayamos reparado en el sentido que se da a la palabra en esos textos. La palabra griega a la que nos referimos es zreskeia, aparece en tres pasajes en todo el Nuevo Testamento y sirve para designar el conjunto de observancias religiosas y el culto externo. Los tres pasajes son: Hech 26,5, para hablar genéricamente de la religión; Col 2,16-23, en que se la condena duramente, y Sant 1,26, en que se propone una especie de definición de la religión bien poco religiosa. Como observa J.M. Castillo, por el poco uso que se hace de la palabra religión, pareciera que a la Iglesia primitiva no le interesó mucho el tema. ¿No será que la religión va por otro camino?14. En el texto de Hechos 26,5, san Pablo se defiende ante el rey Agripa diciendo que se ha sido educado como fariseo, “la secta más estricta de nuestra religión” (zreskeia) y se refiere a la religión judía en general en cuanto conjunto de normas y de prescripciones cultuales. Por esta presentación que hace Pablo pareciera que el cristianismo, en cuento a religión se refiere, es continuación del 11 J. Moingt, El hombre que venía de Dios, II, Desclée de Brouwer, Bilbao 1995, p. 158. Así se afirma explícitamente en la liturgia de la Navidad y de la fiesta de la Ascensión. 13 Así se ha rezado en la oración oficial por la V Asamblea General del Episcopado Latinoamericano, reunido en Aparecida (Brasil). 14 J.M. Castillo, Símbolos de libertad. Teología de los sacramentos, Sígueme 1981, p. 82 y se pueden consultar especialmente los capítulos 2 y 3. 12 judaísmo. Digamos que tenemos aquí un uso genérico y neutro de la palabra religión. Pero el libro de la Sabiduría sugiere un sentido negativo de la palabra, pues la asocia con la idolatría o culto a los ídolos (Sab 14, 17.18.27). Ese sentido negativo de la palabra aparece también en la dura crítica que hace de la religión el texto de Col 2,18. Aunque la palabra se refiere directamente al culto (threskeia) de los ángeles, está acompañada en este texto por una fuerte crítica a toda manifestación externa de la religión. Se condena a los que, sintiéndose orgullosos de sus prácticas religiosas, desprecian a los que no las cumplen, porque lo que vale son los ritos sagrados. El texto supone también que los cristianos son acusados de no seguir fielmente las prácticas de la religión y el autor trata de defenderlos. A juicio del autor, todos esos gestos sagrados, comunes a las religiones, anulan la novedad de Cristo que los cristianos deben manifestar en sus vidas. Dice así: “Nadie tiene que dar juicio sobre lo que ustedes comen o beben, ni en cuestiones de fiestas, lunas nuevas o sábados. Eso era sombra de lo que tenía que venir, la realidad es Cristo. Que no vaya a descalificarlos ninguno que se recrea en humildades y devociones a ángeles, que se cierra en sus visiones y se engríe tontamente con las ideas de su amor propio; ése se desprende de la cabeza que por las junturas y tendones da al cuerpo entero alimento y cohesión, haciéndolo crecer como Dios quiere… ¿Por qué se someten a reglas como si aún vivieran sujetos al mundo? ‘no tomes, no pruebes, no toques’, de cosas que son todas para el uso y consumo; según las conocidas prescripciones y enseñanzas humanas. Eso tiene fama de sabiduría por sus voluntarias devociones, humildades y severidad en el cuerpo; no tienen valor alguno, sirve sólo para cebar el amor propio” (Col 2,16-23). Según el autor del texto, todas esas prácticas religiosas son sombra que preparan la realidad, pero que no valen para los que están ya en la realidad nueva de Cristo. Ante esa novedad, el conjunto de prácticas religiosas son “prescripciones y enseñanzas humanas”, pero no reflejan la voluntad de Dios manifestada en Cristo. La forma antigua de entender la religión no vale para los cristianos y nadie puede descalificarlos por eso. Ellos tienen otra manera de entender lo sagrado y la religión. Sus enemigos son personas muy fieles a todas las prácticas religiosas, pero incapaces de amar y de vivir la novedad de Cristo. El tercer texto que nos habla de religión lo encontramos en la carta de Santiago y nos ofrece una especie de definición de la religión. El autor contrapone la religión falsa y engañosa, la del formulismo ritual externo, con la “religión pura y sin mancha a los ojos de Dios Padre”. La mención del Padre y no simplemente de Dios nos está ya indicando un camino de solución. Religión verdadera es la que manifiesta el amor del Padre por todos sus hijos y no simplemente el cumplir ritos sagrados. Hay también un cierto tono polémico sobre la manera de entender la religión y lo sagrado. Dice así: “Quien se tenga por religioso porque no escatima palabras, pero engañándose él mismo, la religión de ése está vacía. Religión pura y sin mancha ante los ojos de Dios Padre es ésta: mirar por los huérfanos y las viudas en sus apuros y no dejarse contaminar por el mundo” (Sant 1,26-27). El texto contrapone la religión vacía de amor, pero llena de ritos sagrados, que algunos creyentes tienen, con la religión auténtica y sin tacha ante los ojos de Dios Padre. Los cristianos creen en Dios, Padre de todos los seres humanos, y sintonizan con Él, no con el mundo y sus valores. En vez de mostrar en sus vidas la contaminación y las desigualdades del mundo, deben ser testigos del amor preferencial de su Padre por “los huérfanos y las viudas”. Y ésa es la religión auténtica a los ojos de Dios Padre, la que Dios quiere y la que le da culto. Estrictamente hablando, es una definición de la religión poco religiosa, pues no se presentan actos rituales para agradar a Dios, sino corazón bondadoso para ser como Dios a favor del mundo. Estamos cerca de la visión de la religión que encontramos en Mateo 25, cuando se nos habla del hambriento, del enfermo, del marginado. Todos estos ejemplos mencionados representan situaciones inhumanas, pero ¿no habrá algo de sagrado en ellas desde el momento en que Cristo se ha identificado con esas situaciones que amenazan la vida y la dignidad de las personas? Una vez más, estamos ante lo profano invadido y salvado por el amor de Dios presente en la vida de los creyentes. Religión auténtica es socorrer huérfanos y viudas, mostrar el amor de Dios hacia todos, pero principalmente a los más débiles en la comunidad, eso es lo más sagrado y lo que más nos acerca a Dios. 6. “DIOS NO HABITA EN TEMPLOS” (HECH 7,48) En todas las religiones es fácil entender que el centro de la religión y el lugar más sagrado sea el templo, al que se le llama “la casa de Dios”. También era así para Israel. Por eso, para el israelita, “buscar al Señor” era sinónimo de “visitar su casa” (Sal 26,4). Estar cerca de Dios, vivir en su casa, equivalía a tener asegurada la protección de Dios. “Vale más un día en tus atrios que mil en mi casa” (Sal 83,11), nos confiesa el salmista. Y. sin embargo, esa presencia de Dios en su casa no tenía nada de mágico ni estaba asegurada automáticamente. Es más, encontramos en Israel una tendencia a sacar a Dios del templo para descubrirlo en la historia de los hombres, es decir, se lo saca de lo sagrado y se lo coloca en lo profano, relativizando de este modo la sacralidad del templo. Veamos algunos textos. Entraría en este apartado, en primer lugar, la polémica contra el culto que encontramos en los profetas, porque para ellos la conducta moral del hombre y las relaciones justas entre ellos es condición previa para acercarse a Dios en el templo. O dicho de otra manera, antes de acercarse a lo sagrado hay que cuidar lo humano y profano como es la convivencia entre los hermanos (Mt 5,23.24). Es lo que, con otras palabras, nos dice el texto de Oseas antes citado: “Misericordia quiero, no sacrificio” (Os 6,6). Por el profeta Isaías sabemos que a Dios le cansan y aburren nuestros actos rituales en el templo cuando “nuestras manos están manchadas con sangre” de injusticias (Is 1,15). Es ilustrativa al respecto la historia del origen del templo en Israel (2 Sam 7,1-16). Comienza con una ocurrencia de David, pero el proyecto lo lleva a cabo su hijo Salomón. David pensaba: “No estaba bien que el rey habite en un palacio mientras que Dios habita en una tienda”. Lo curioso es que ante la sugerencia de David, Dios parece poner resistencia a tal proyecto, porque ve que el culto y el templo son una forma de encerrar a Dios y de limitar su acción en la historia. Él es un Dios que camina con su pueblo, no es Dios del templo sino de la vida y de la historia. En Él no se da lo sagrado que se protege y se aísla de lo profano, sino lo sagrado que irrumpe y habita con su pueblo. “Santo en medio de ti”, dice Oseas (8,9; Is 12,6). El libro segundo de las Crónicas nos informa, además, de la razón por la que David, el que sugiere el proyecto del templo, no puede edificarlo: por “haber derramado mucha sangre” (2 Cro 22,8). Si esto es así, el argumento vale también para Salomón, que no fue tan pacífico como nos lo han presentado. Pero para todos vale el hecho de que la sangre derramada, los crímenes y la injusticia invalidan el culto en el templo, porque la sangre y la vida son más sagradas que el templo. El oficiante principal de la consagración del templo no es el sacerdote, sino el mismo rey Salomón, quien confiesa: “Yo te he construido un palacio, un sitio donde vivas para siempre” (1 Re 8,13). Pero en la oración que pronuncia a continuación se pregunta: “¿Es posible que Dios habite en la tierra? Si no cabes en el cielo y lo más alto del cielo, ¡cuánto menos en este templo que he construido!” (8,27). Y él mismo da la respuesta a su pregunta, pues ocho veces se le pide a Dios: “Escucha tú desde el cielo” (8,30) al pueblo reunido en el templo. El templo es más el lugar donde el pueblo se reúne que donde Dios habita. Dios no cabe en el templo y no se le puede encerrar en él. Esta verdad es proclamada de diferentes maneras por varios profetas. Cuando Isaías nos habla de su vocación nos dice que “la orla de su manto (de Dios) llenaba el templo” (Is 6,1) porque Dios es más grande que el templo y no está ligado a él. Por eso Ezequiel ve la gloria de Dios (la presencia) que abandona el templo como señal de protesta por los crímenes que se cometen en Jerusalén (Ez 9,9). El templo no está asegurado ni tiene garantía de perennidad, por eso Amós se mofa de lo que en él hacen los israelitas cuando dice: “Vayan a Betel a pecar” (Am 4,4). Y es evidente que nadie va a pecar a los templos, sino a encontrarse con Dios. Pero el atrevimiento y la ironía de Amós están insinuando que los ritos sagrados que se realizan en el templo son “pecado”, algo que Dios aborrece. Años más tarde, Jeremías condena el templo a la destrucción (Jr 7). La sacralidad de Dios no está ligada al templo sino a las personas y a su conducta moral. El templo sagrado de Jerusalén fue destruido por las tropas de Nabucodonosor el 586 a.C. Por eso, porque ni la sacralidad de Jerusalén o del templo aseguraba su permanencia en la historia, un profeta anónimo, testigo tal vez de esa destrucción, ante el intento de reconstruir el templo destruido, escuchaba la palabra de Dios que hacía una pregunta inquietante a Israel: “El cielo es mi trono y la tierra, el estrado de mis pies; ¿cómo pretenden construirme una casa o un lugar para que viva en él? Todo esto es obra de mis manos. Yo me fijo en el humilde y abatido”15 (Is 66,1-2). Como este texto del libro de Isaías nos sugiere, a la hora de reconstruir el templo es bueno que se piense también en la reconstrucción de la comunidad y de la vida de los pobres. El templo es insuficiente como lugar donde encontrar lo sagrado. Es más, el culto del templo queda invalidado cuando se profana la vida. Esta tradición profética es asumida por Jesús y es recordada por dos de sus seguidores, Pablo y Esteban, quienes afirman tajantemente que “Dios no habita en templos” (Hech 7,48 y 17,24). Como para cualquier israelita, también para Jesús el templo era importante y sagrado. Pero, al parecer, él iba al templo para enseñar y no para rezar. Para esto último él prefería la soledad del monte o del campo. En algún momento de su vida y para justificar el comportamiento de sus discípulos, dice “aquí hay algo más que el templo” (Mt 12,6). Jesús es mayor que el templo. Para entender la actitud de Jesús ante el templo será bueno tener en cuenta lo que el templo significaba para sus contemporáneos: era ciertamente el centro de la actividad religiosa del pueblo judío, pero era también algo así como “el Banco Central de Reserva” para la vida económica de Jerusalén16. Y las dos cosas estaban unidas porque por la piedad de los israelitas se mantenía el negocio del templo. El culto constituía la mayor fuente de ingresos para la ciudad. La ciudad se veía inundada de peregrinos al menos tres veces al año, en las fiestas principales, sobre todo en la Pascua. Aunque los autores no se pongan de acuerdo sobre el número de peregrinos en Jerusalén con motivo de la fiesta de Pascua, se suele dar la cifra de unos 125.000, lo cual implicaría el sacrificio de unos 18.000 corderos17. A todo esto debemos añadir el negocio del cambio del dinero corriente por dinero del templo, que era el único permitido en Jerusalén. Ciertamente que alguien se beneficiaba con esta devoción por lo sagrado. Por eso podemos preguntarnos: ¿se ha convertido el templo en casa de bandidos (Mc 11,17) o casa de negocios (Jn 2,16)? La repetición del término “casa”, nos dice J. Mateos, “denota la habitación estable, indica la sustitución permanente del culto a Dios por el comercio. El templo ya no es tal sino un mercado; el dios primario del templo es el dinero”18. Con estos preámbulos entendemos mejor el gesto profético de Jesús al expulsar a los mercaderes del templo, con lo que se enfrenta con la autoridad religiosa de su pueblo. Es entonces cuando Jesús hace una declaración provocadora y desafiante: “Destruyan este templo y en tres días lo levantaré” (Jn 2,19). El valor de ese gesto es doble. Por un lado, se declara la destrucción del templo como lugar de culto y de encuentro con lo sagrado y, por otro, se declara Jesús como el que construirá un nuevo templo, pero no hecho de piedras sino de personas. Evidentemente, estamos ante un uso simbólico de la palabra “templo”, que sus interlocutores interpretan literalmente. Jesús “hablaba del santuario de su cuerpo” (Jn 2,21) y su cuerpo es la Iglesia, comunidad de personas, como explicitará san Pablo. Para Jesús, el templo de Jerusalén será venerable por muchas razones, pero no es sagrado ni intocable sino que está destinado a la ruina, y de él y de la ciudad santa “no quedará piedra sobre piedra” (Mc 13,3). Jesús revoluciona lo más sagrado de la religión, el templo, pues profetiza su destrucción, pero aplica la palabra a otra realidad, a la persona y a la capacidad que la persona tiene de unirse en comunión y en comunidad. De ahora en adelante, lo sagrado se encuentra en la comunión de las personas para formar Iglesia y hogar de acogida. Lo sagrado no está en la materialidad del templo y de las cosas, sino en los seres humanos y en su capacidad de construir comunidad. Es ahí donde Él asegura su presencia, pues nos dice que “donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20). Precisamente porque el nuevo templo se construye desde las personas y no desde lugares sagrados, Jesús relativiza el lugar del templo y del culto, porque lo sagrado está donde está la persona. Judíos y samaritanos estaban divididos y enfrentados por una discusión, que arrastraban desde siglos, sobre el lugar apropiado para adorar a Dios: ¿debía adorarse a Dios en el monte Garizín, como sostenían los samaritanos, o sobre el monte Sión, como pretendían los judíos? ¿Cuál de estos dos montes es más sagrado? 15 Traducción de la Biblia de América. Cfr J. Jeremías, Jerusalén en tiempos de Jesús, Cristiandad, Madrid 1977, 145s; J. M. Castillo, obra citada, p. 37s. 17 J. Jeremías, o.c. p. 101. 18 J. Mateos – J. Barreto, El evangelio de Juan, Cristiandad, Madrid 1979, p. 168. 16 La respuesta de Jesús va más allá de la pregunta, pues no sólo responde al dónde está lo sagrado o se encuentra uno con Dios, sino al cómo. Con Jesús comienzan tiempos nuevos en los que lo decisivo no es el dónde, pues cualquier lugar es sagrado, llámese monte Garizín o monte Sión. Dios no está ligado a un lugar. Es desde el corazón de la persona y desde el corazón de la comunidad desde donde se ofrece a Dios el culto auténtico (Jn 4,23-24). Por eso puede recordar san Pablo a los cristianos de Corinto: “¿Han olvidado que son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes… el templo de Dios es santo y ese templo son ustedes” (1 Cor 3,16-17). Desaparecen las mediaciones de lo sagrado (y el templo era mediación privilegiada) porque la sacralidad ha invadido el corazón de los creyentes. 7. CONCLUSIÓN La religión cristiana tiene en común con las otras religiones la búsqueda de lo sagrado, el encuentro con Dios. Pero se diferencia de ellas en que pone lo sagrado en otro sitio o lo entiende de otra manera. Para explicar esta diferencia substancial me valgo de dos textos en los que se subraya esta forma de ver lo sagrado. Un texto se refiere a la persona y otro a la comunidad. Porque creemos que es la persona humana la que es sagrada y es la convivencia entre los hombres el lugar privilegiado para encontrar lo sagrado por excelencia, que nosotros llamamos Dios. Creemos que, después de Dios, lo más sagrado es el ser humano y la vida humana. Sólo de él se dice que es “imagen” de Dios. Y la imagen es sagrada. Tal vez con Jesús comenzó un movimiento extraño de desacralización de lo sagrado para sacralizar lo humano, tantas veces profanado, muchas de ellas por motivos “sagrados”. Desde la fe en Cristo y por el misterio de la encarnación, se puede afirmar que “todo en la vida es divino cuando es verdaderamente humano”19 y, por lo tanto, lo sagrado no está tan lejos de cada uno de nosotros. La tarea de buscar y proteger lo sagrado se podría expresar también de este modo: “Desacralizar es humanizar, humanizar es divinizar”20. Humanizar para divinizar podría ser una excelente manera de cuidar lo más sagrado que existe: la persona humana. Por eso, la síntesis que propongo es la siguiente: Res sacra homo El título en latín no necesita ser traducido, expresa una gran convicción universal: “el ser humano es sagrado”. Si lo dejamos en latín es para recordar su procedencia, pues no viene de un cristiano, sino del pagano Séneca, preceptor de Nerón. Y la afirmación en Séneca no nace de una reflexión serena sobre la dignidad humana, sino de su indignación ante un espectáculo violento, inhumano y escandaloso, como son las luchas en el circo de los gladiadores entre sí o con las fieras salvajes. Se trata de la presentación de la violencia como espectáculo y diversión. Pero la persona y la vida del hombre son sagradas y no se puede jugar con lo sagrado. Res sacra homo bien puede ser un dogma fundamental y una tarea unificadora para todas las religiones del mundo en su responsabilidad de reconstruir la familia humana. “El altar de la iglesia” Altar e iglesia (templo) son dos realidades sagradas y, a lo largo de la historia, los seres humanos han mostrado su preocupación por cuidarlas. Por eso tenemos tantas magníficas obras de arte, herencia y testimonio de la fe de nuestros antepasados. La iglesia (templo) es lugar sagrado por excelencia y dentro de la iglesia el altar está en el centro, pues sobre él se ofrece a Dios el sacrificio. Es ahí donde se da la expresión máxima de la religión y el encuentro con lo sagrado. Sin embargo, no estamos hablando ahora de la materialidad de las cosas como son el templo o el altar, sino del uso original que el cristianismo primero dio a estos términos para expresar otra realidad completamente diferente. La Didaskalia apostolorum, documento cristiano del siglo III, nos ofrece esta afirmación sorprendente: “El altar de la iglesia son los pobres, los huérfanos y las viudas”21. Es decir, para los cristianos, el lugar privilegiado del encuentro con lo sagrado y de dar culto a Dios es el cuidado de los miembros más pobres e indefensos de la comunidad, porque ellos están excluidos de los espacios “sagrados” de nuestra sociedad. Jesús es realmente revolución y revelación de lo sagrado y toca a los 19 A. Torres Queiruga, Recuperar la creación. Por una religión humanizadora, Sal Terrae 1997, p. 76. Es el título del sugerente artículo de Juan Luis Herrero del Pozo publicado en Eclesalia el 5/12/06. 21 Tomo la cita de J. M. Castillo, Símbolos de Libertad, teología de los sacramentos, Sígueme 1981, p. 84-84. 20 creyentes llevar a cabo su revolución. Cuidar lo humano y humanizar al ser humano puede ser, tal vez, la mejor forma de encontrar lo sagrado en nuestras vidas, como exigencia para todos los que hemos creído en un Dios humanado.