EL DIRECTORIO Se ha interpretado el complot contra Robespierre como el deseo de muchos revolucionarios de parar las tendencias más radicales y volver, no al Antiguo Régimen, sino a los momentos iniciales de la revolución. La gran burguesía francesa había mirado con disgusto los acontecimientos de la época del Terror, las medidas sociales tomadas por el gobierno, los precios máximos puestos a los productos de primera necesidad y la nacionalización de algunas grandes fábricas que pasaron a ser propiedad del estado. Todas estas medidas serán derogadas lo que explica los intentos de volver a recobrar el poder por los elementos más radicales (jacobinos y sans-culottes), que fueron controlados sin demasiados problemas por el nuevo gobierno. EL DIRECTORIO. En 1795 el gobierno decide impulsar la redacción de una nueva Constitución que en muchos aspectos supone una vuelta a la de 1791, pues contemplaba el sufragio censitario e incidía en que la igualdad era sólo ante la ley, sin contemplar los aspectos sociales que sí se incluyeron en la Constitución de 1793. La Constitución de 1795 dejaba el poder ejecutivo en manos de un Directorio de cinco miembros, mientras el poder legislativo residía en dos cámaras. El periodo siguió dominado como en los años anteriores por la inestabilidad política y así durante una revuelta de partidarios del Antiguo Régimen en octubre de 1795 el directorio se vio obligado a pedir el apoyo del ejército donde apareció como salvador un joven general, Napoleón Bonaparte, que en años posteriores desempeñará un papel político esencial. Al año siguiente, 1796, la revuelta política vino desde el otro extremo político con la conjura de inspiración comunista, dirigida por Babeuf, y que se manifestaba contra la existencia de la propiedad privada. EL ASCENSO DE NAPOLEÓN BONAPARTE La inestabilidad seguirá en 1797 con una nueva revuelta de los partidarios de la monarquía reprimida con el apoyo del ejército. Cuando al año siguiente una nueva insurrección de los monárquicos necesite el apoyo del ejército, quedará ya claro que el futuro de la revolución y de Francia estará en manos de los generales, y en especial de Napoleón Bonaparte quién en 1799 dará un golpe de estado que pondrá todo el poder en sus manos. Este proceso de acumulación de poder en manos de Napoleón se hará de una forma clara, pero progresiva. Primero en la Constitución del año VIII , que deja el poder en manos de tres cónsules, de entre los cuales, el primer Cónsul, Napoleón Bonaparte, posee el poder efectivo, mientras los otros dos tienen sólo funciones consultivas. En 1802 la Constitución del año X dictada por él le nombrará cónsul único con carácter vitalicio, para en 1804 ser proclamado emperador. CONSECUENCIAS DE LA REVOLUCIÓN. Con la llegada de Napoleón Bonaparte no finalizó la revolución, pues algunos de sus cambios perdurarán. Así la revolución supone el fin de la monarquía absoluta en Francia. La pérdida de los privilegios de la Iglesia y la Nobleza ya no tendrá marcha atrás. Ni tampoco lo tendrán los derechos feudales, ni el diezmo que se pagaba a la iglesia, ni la venta de las tierras del clero a particulares. El propio Napoleón impulsará la redacción de un nuevo código legal para toda Francia, que recogerá buena parte de las leyes revolucionarias. El llamado código napoleónico se caracteriza por contemplar la igualdad legal de todos los ciudadanos y define un sistema judicial en el que se presupone la inocencia del acusado que recibe asistencia legal del estado. El ciudadano cuenta con el derecho de habeas corpus que le protege de cualquier detención que no se ajuste a las leyes. El código napoleónico no sólo se aplicará en Francia, sino que se difundirá por buena parte de los países europeos conquistados por las tropas francesas. Además, la revolución dejará como legado la existencia de la libertad de expresión y de la libertad religiosa y abrirá el camino a la separación Iglesia-Estado, requisito imprescindible para el buen funcionamiento de un régimen liberal o democrático. Por tanto, la "herencia" de la revolución puede resumirse en el fin de los privilegios legales típicos del Antiguo Régimen, en la disminución del control de la sociedad por la Iglesia, en la existencia de unas leyes basadas en el principio de la igualdad de todos ante la ley y en el respeto de las llamadas libertades individuales. Sin embargo, tras la revolución francesa, el llamado Antiguo Régimen está muy lejos de haber desaparecido. De hecho las potencias absolutistas parecen, en 1815 con la derrota de Napoleón, claros vencedores. Estas potencias firmarán acuerdos, como la llamada Santa Alianza, para defenderse de posibles nuevos brotes revolucionarios que cuestionen los fundamentos del Antiguo Régimen. A pesar de estos esfuerzos de las potencias absolutistas, las revoluciones liberales, que se reclaman hijas de la revolución francesa, se producirán y de una forma progresiva durante el siglo XIX conseguirán la instalación en varios países europeos de regímenes basados en muchos de los principios revolucionarios.