Antonio Seguí: un canto permanente a la tribu humana Por Raúl Santana* Buenos Aires, 2007 La obra de Antonio Seguí ocupa un importante lugar no sólo en nuestro medio argentino sino también en el panorama internacional del arte contemporáneo. Además de los reconocimientos nacionales –entre los que se destaca su exposición retrospectiva (1958-1990) que realizó el Museo Nacional de Bellas Artes– su obra ha tenido gran aceptación en los más heterogéneos escenarios del mundo. Prueba de ello ha sido la reciente exposición individual de su trabajo – verdadera culminación– que llevó a cabo el Centro Georges Pompidou en París, ciudad en la que el artista reside desde los primeros años de la década del 60. Y aunque gran parte de su obra fue realizada en aquella ciudad, Seguí jamás abandonó sus profundos lazos con la Argentina y concretamente con su tierra natal, la provincia de Córdoba adonde –como tantas veces afirmó el artista– vuelve con regularidad y alegría como a un espacio nutricio. Por otra parte, conocer y tratar a Seguí, verlo aquí, en cualquier otra parte del mundo o en París, escuchar su imborrable acento cordobés –que mantiene sobre todo en las largas mateadas en su magnífico taller de Arcueil–, ese acento que también se trasluce aún cuando habla francés, basta para darse cuenta hasta qué punto su tierra natal ha marcado definitivamente a este hoy ciudadano del mundo. Y me apresuro a decir que esta condición no es un dato menor para abordar su arte, si tenemos en cuenta que para gestar sus figuraciones, Seguí ha sabido hacer convivir el mundo de su infancia vivo en su memoria, junto a su intensa experiencia de la vida y los ritmos de las grandes ciudades. Me atrevería a decir que una de las claves más significativas de su producción, ha sido precisamente esa dialéctica entre lo rural y lo urbano, entre lo regional y lo universal que simultánea o alternadamente se ha manifestado en sus imágenes a lo largo de su camino. Recapitulando Comenzada en los años 50, su obra –ese work in progress incesante– hoy configura una compleja trama en la que temas y procedimientos entran, salen, desaparecen y reaparecen como un canto permanente a la tribu humana. Si partimos de aquellos inicios en los que en nuestro medio ya se venía preparando la eclosión de propuestas que irrumpirían en la rica y fecunda década del 60, vemos al incipiente artista deambular por el informalismo, aquella aventura de la materia que en su caso, traducía algo de esa visualidad americana que el artista experimentó en el viaje que en 1957 realizara por el continente con el anhelo de conocer sobre todo, aquellos lugares donde lo prehispánico constituye una presencia fresca y cotidiana. Luego de esta primera etapa que duró unos pocos años, el artista asume planteos neo-figurativos donde ya se instala la figura humana, desquiciada, en espacios discontinuos –donde la realidad asume un carácter simbólico– en los que Seguí manifiesta posiciones críticas no exentas de burla y sarcasmo. Por entonces también irrumpía en nuestro medio el pop-art, que venía a darle jerarquía estética a los lenguajes de los mass-media borrando los límites entre cultura de elite y cultura de masas, lo que sin duda será un importante punto de inflexión en el desarrollo de la obra. Décadas del 70 y del 80 Si excluimos aquellas etapas inaugurales, casi toda su obra posterior va a estar signada por la ironía o por un sutil sentido del humor. Salvo muy pocos momentos entre la década del 70 y la del 80, en los que el artista produce series como los Ejercicios de estilo, en los que con impecable solvencia realista recrea visiones de maestros del pasado, o en la metafísica serie La distancia de la mirada donde pone en juego misteriosas representaciones, es fácil advertir, que, por directos u oblicuos caminos, la risa va a ser una constante en su producción. Ocurre que Seguí posee la capacidad de los grandes dibujantes que le permite capturar en los humanos esa repentina conjunción de enigmáticos procesos casi siempre aliados con el desatino. Basta recorrer su extensísima obra gráfica para comprobar el ejercicio de su mirada que ha repertorizado en las más disímiles situaciones de sus escenas, ese imaginario donde lo solemne se vuelve ridículo o donde lo humano se metamorfosea en fantoche articulado, reducido a un ignoto mecanismo. Si tuviéramos que buscar las raíces del humor de Seguí debemos ante todo retrotraernos a su infancia en Córdoba donde sus mayores, acomodados comerciantes, eran propietarios de un almacén de ramos generales, aquellos establecimientos diseminados por la campaña que fueron todo un símbolo de la vida rural argentina. Seguí ha contado en repetidas ocasiones con intensa emoción, con qué ansiedad esperaba cada año la nueva edición de los famosos almanaques de Molina Campos que la Fábrica Argentina de Alpargatas repartió a lo largo y a lo ancho del país. Y es evidente que el futuro artista fue un atento interlocutor del genial artista que le revelaba con sus imágenes una de las grandes claves del humor: el experimento fisonómico con la forma humana y animal que permanentemente hacía de las escenas la invención de una realidad mordaz, resultado del profundo conocimiento de hábitos y gestos de la vida campestre. Pero Molina Campos no fue para Seguí una influencia formal; le enseñó –acaso inadvertidamente– maneras de ver que, partiendo de la realidad, le permite elaborar constantes transfiguraciones, desnudando recónditas y secretas cifras. Es indudable que la serie de aguafuertes Gente de campo que Seguí realizó siendo ya un artista consagrado, establece un secreto diálogo con el maestro Molina Campos, algo así como un tributo a quien ocupa en su formación artística y espiritual un lugar privilegiado. Por otra parte dada la incidencia que el humor ha tenido hasta el presente en su obra, es muy probable que aquellos almanaques hayan sido una verdadera epifanía que vino a despertar en aquel Seguí una vocación profunda: la risa como sentimiento del mundo.Y esta afirmación no es arbitraria ya que el artista no se ha cansado de repetir que más allá de que para él la pintura sea un método de conocimiento, “el día que yo sufra haciendo un cuadro, no pinto más”. 1992 - 2007 La muestra que hoy presenta Antonio Seguí en el Centro Cultural Recoleta nos remite a los últimos quince años de su producción y propone un recorrido por pinturas, pasteles, tintas, técnicas mixtas y otros procedimientos –como los grabados al carburundum– cuyos efectos, a causa de las manchas y dibujos ricos en texturas, aparecen todavía más pictóricos que los grabados al aguatinta. En estas nuevas creaciones el artista sigue ahondando en la ironía, tantas veces protagonista a lo largo de su cuantioso imaginario. Y por supuesto no falta en las actuales obras el hombrecito, ese transeúnte anónimo de las ciudades aparecido en las últimas décadas que, además de expresar una cómica visión de las grandes urbes –comenzadas en el siglo XIX y en continuo crecimiento en el XX– ya constituye un icono de su producción. En la abundante obra gráfica que presenta, Seguí sigue indagando con su potente mirada la expresión del hombre, extrayendo la caricatura que cada rostro lleva en sí mismo. Algo de rígido y cuajado en la movilidad de las fisonomías, será el rasgo esencial para desatar lo cómico. Y no escapan a su observación imponderables atributos de otras épocas –como los zapatos blanco y marrón– que fueron verdaderas insignias de tiempos pretéritos. Estos ciudadanos a veces gardelianos y engominados van sumidos con total importancia y seriedad en sus propios rituales como si alguna meta indescifrable moviera los hilos de sus existencias. Y aunque cada uno de estos personajes aspira a la gracia y a la liviandad, pareciera que la materia se resiste obstinadamente, pues toda forma que debiera ser el dibujo de un movimiento es precisamente lo que ha quedado congelado en un instante de objetivación. Es por eso que una vez adentrados en este humor seco y sutil surge la tierna carcajada que nos lleva más allá de la condición humana. Nuevos paisajes Habrá risa dondequiera que haya repetición y semejanza como en las figuras de las escenas urbanas que nos dejan percibir algo así como un dispositivo funcionando tras lo vivo. Y con mayor fuerza seremos movidos a la risa si se trata no ya de dos personajes, sino del mayor número posible que –idénticos entre sí, yendo, viniendo, moviéndose al unísono con las mismas actitudes–, gesticulan de la misma manera. En el texto de Henri Focillion “La vida de las formas” aparecido en 1943, escribe el ilustre historiador en un párrafo del primer capítulo: “El cuerpo del hombre y de la mujer pueden permanecer sin variación, pero las cifras susceptibles de ser escritas con cuerpo de hombre y de mujer son de una variedad inagotable, y esta variedad actúa, agita, inspira…” ¿A qué otra obra le cabría mejor esta reflexión que a la de Seguí y sus cada vez mas abigarrados espacios urbanos? En ellos los cuerpos aparecen como una escritura, como la multiplicación de la unidad óptica que permanentemente reitera la figurita del transeúnte. Y es la deliberada negación al espacio virtual naturalista, la que precisamente hace que sus caminantes vivan en un territorio donde la ley de gravedad ha sido abolida o tiene otras leyes. Al respecto, Seguí ha declarado: “yo no me cuento una historia que quisiera luego poner en imágenes… se trata de otra cosa. Tengo ‘objetos plásticos’ que me permiten componer mi cuadro”, palabras que no hacen más que testimoniar que su materia de artista elige sus propias formalizaciones. Dicho en otros términos, las formas de Seguí no vienen a constatar una realidad externa a su propia obra, sino que deben funcionar en la superficie del soporte con las otras formas que viven en el cuadro. Es así como crea al fin su propia realidad, la que siempre será susceptible de múltiples lecturas en el advenido espacio simbólico, que ahora se yergue como un inquietante y extraño monumento. Pero, a sabiendas o no, Seguí sigue propiciando su profundo vínculo con el absurdo, acaso como secreta clave del mundo en que nos hallamos inmersos. * Crítico de arte, asesor del CCR, ex Director del Museo de Arte Moderno de la Ciudad de Buenos Aires.