ENCUENTROS CON JESÚS JESÚS y LA HEMORROISA MIRADA A LA VIDA En esta mirada a nuestra vida y al caminar de la humanidad a través de los tiempos, descubrimos elementos que, sin ningún tipo de duda, han “marcado” esa historia e, incluso, esa cultura ha sido influida por los diversos elementos: creencias, visiones del mundo, relación con la divinidad, mitos… Es este un hecho fácil de descubrir en ese “repaso” por las páginas de las diversas culturas de nuestra humanidad. También la historia de Israel ha estado profundamente influenciada por tantos y tantos elementos. La Biblia, su libro sagrado, es una muestra de tantas y tantas adherencias, muchas provenientes de las culturas del entorno; otros aspectos o elementos son de creación propia, pero que es necesario ser conscientes de ellos para no tergiversar, desde nuestra cultura, lo que nos quieren ofrecer. Y, por desgracia, ha ocurrido a lo largo de los tiempos y, cómo no, en el corazón mismo del cristianismo. En el cuadro evangélico de hoy se dan diversos elementos de una significación especial y que, según la visión del evangelista, dan un “toque” especial y peculiar. Tomar conciencia de estos datos”, nos ayudará a captar en su justo valor lo que haya “dentro” de ese relato. Así, por ejemplo, el protagonista es una MUJER, con todo lo que significa en la cultura judía. Y es que, además, no tiene nombre, es una persona anónima, cuando dentro del mismo relato, se dé el nombre de un tal “Jairo” que ostenta un cargo importante (jefe de la sinagoga) y que tiene una hija recién fallecida. Pero la enferma, la hemorroisa, no tiene nombre. Está claro que “no cuenta” demasiado a nivel social. Y, además, tiene una enfermedad específica con las connotaciones que conlleva. Esta mujer no se atreve a decir nada; no pide nada. Ella está sola y abrumada; detrás de ella, no se percibe la presencia ni de parientes ni de amigos. Sus pérdidas de sangre se han convertido para ella en una FRUSTRACIÓN perpetua, ya que -según la mentalidad judíarepresenta la extrema impureza. Por lo tanto, para aquella mujer, su enfermedad suponía una marginación total, y la actitud de Jesús y el comportamiento con ella, sobresale aún más, por cuanto suponía de ruptura y superación de las barreras sociales y religiosas. Las pérdidas de sangre continuas era el símbolo de la frustración vital. Entre los judíos, este hecho y esta enfermedad estaba cargada de la marginación más atroz: no podía tener hijos y esto en una sociedad donde a la mujer se le apreciaba fundamentalmente por su fecundidad y donde tener hijos era signo de la misma bendición divina, esta situación era una “muerte en vida”. Además, religiosa y legalmente, era siempre una mujer impura y contaminante, como lo era toda mujer durante la menstruación, según su mentalidad (Levítico 15, 19-30). Por lo tanto, su situación es de extrema marginación y una auténtica muerte social. No podía tocar ni ser tocada. Sin medios y sin remedio, tras una larga experiencia de fracasos médicos (“Se había gastado toda su fortuna; pero, en vez de mejorar, se había puesto peor”), y con la experiencia diaria de que la vida (esto es, la sangre) se le escapa irreversiblemente, ella cree que el único medio para que cambie su situación es JESÚS. Sabe que no puede “tocarle”, pero desembarazándose de prejuicios religiosos que le impiden ponerse en contacto con él, se salta la ley, y su FE le lleva a creer que con sólo tocarle la ropa, se curará. Éste es el cuadro, patético a todas luces, que nos ofrece el relato evangélico. Aquí se esconde un auténtico drama y que los diversos elementos anotados nos posibilitan tomar conciencia de cuanto ahí se nos ofrece. También, -cómo no-, llama la atención la ACTITUD y el ESTILO de Jesús. El relato lo anota (“Te apretuja la gente y preguntas: ¿quién me ha tocado?”), y sale de él una FUERZA INTERNA diferente que posibilita la curación personal, social y religiosa de aquella mujer, transformando radicalmente su vida. No es una forma espectacular y lleno de grandiosidad como actúa, sino de forma callada y silenciosa, pero lleno de vida y con un poder curativo que hace NUEVA la VIDA de aquella persona marginada. Nos acercamos al relato y nos dejamos iluminar por todos los detalles y, así, descubrir toda la fuerza que ahí se manifiesta. A LA LUZ DEL EVANGELIO EVANGELIO: Marcos 5, 25-34 Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Muchos médicos la habían sometido a toda clase de tratamientos y se había gastado en eso toda su fortuna; pero, en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando que con sólo tocarle el vestido curaría. Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias y notó que su cuerpo estaba curado. Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió en seguida, en medio de la gente, preguntando: - «¿Quién me ha tocado el manto?». Los discípulos le contestaron: - «Ves cómo te apretuja la gente y preguntas: “¿quién me ha tocado?”». Él seguía mirando alrededor, para ver quién había sido. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado, se le echó a los pies y le confesó todo. Él le dijo: - «Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud». HOY Y AQUÍ ¡Qué contemplación, cargada de sugerencias…! Es impresionante. Porque no olvidemos que en este relato, Jesús está caminando hacia una casa, a la de un tal Jairo, por cierto, jefe de la sinagoga, con lo que ello suponía en aquella cultura, y es que su hija ha muerto. Y es aquí donde Jesús, a quien según el evangelista “Le seguía una gran multitud que lo apretujaba”, ahí y en esa situación, él es capaz de ser consciente de que alguien le “ha tocado el manto”. ¿Qué significa esto? Es una buena pregunta. Una vez más, descubrimos a un Jesús SENSIBLE, CERCANO a los que sufren, a los profundamente marginados, y esta mujer lo era doblemente, social y religiosamente contaminada y que, por lo tanto, contamina lo que toca (así lo creían en su cultura). A Jesús NO LE IMPORTA; su Misión es hacer presente el Reino de Dios y él, Jesús, en nombre de Dios es portador de una fuerza sanadora, porque éste es el proyecto de Dios, y él lo pone en acción ante una persona, capaz de “activar” esa fuerza de Jesús, porque su FE en el Maestro de Nazaret es plena y total. Ha perdido la esperanza en los médicos, con quienes ha sufrido y ha gastado su fortuna; pero ahora se ENCUENTRA con Alguien que será capaz de restituirle su dignidad, posibilitándole una NUEVA VIDA, en el sentido más pleno y total de la palabra. Por eso es sugerente el cuadro. Un Jesús, que es apretujado por la multitud, y que es capaz de notar que alguien, en medio de ese barullo, busca algo diferente, porque lo necesita, y siente que una profunda fe está reclamando su atención. El “¿Quién me ha tocado el manto?” es mucho más que el hecho físico, porque, de hecho, la multitud le “apretujaba”; y es que alguien BUSCA ENCONTRARSE con él y está seguro de que en él está la salvación a su situación, aunque luego… “Se acercó asustada y temblorosa y lo confesó todo”. Este Jesús es capaz de DESPERTAR LO MEJOR en la persona, en aquellos que le buscan -desde su necesidad- con sencillez de corazón. Y es que a pesar de las limitaciones de aquella mujer enferma, en lo íntimo de su ser, anida una fe en Jesús, con capacidad de curación, porque sabe que el Maestro tiene una FUERZA de Dios que los representantes religiosos de su pueblo no lo tienen; tampoco el cumplimiento estricto de la Ley lo posee, sino, al contrario, margina y condena a las personas, convirtiéndolas en “contaminadas” y con capacidad para contaminar a los que entran en contacto con ellas. No es así Jesús, que en lugar de quedar contaminado, lo que posibilita es la fuerza sanadora, rehaciendo a las personas desde su misma raíz. Éste es el Jesús que nos propone el evangelista. La consecuencia de todo lo anterior es algo impresionante: “Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud”. El ENCUENTRO con Jesús, que aquella mujer lo deseaba y lo buscaba con ahínco, ha transformado todo el ser de ella. Se siente curada y, además, es invitada a “ir en paz (la que no disponía para nada) y con salud”. Y es que Jesús ha aceptado aquella fe, que no está contaminada, y que él, el Maestro, es capaz de despertar toda la capacidad curativa de la persona. La curación no es sólo un hecho biológico, sino algo que afecta a TODO EL SER de la persona. Por lo tanto, la fe no es algo “extraño”, “externo” al ser de la persona, sino que “toca” y cura el ser de la persona desde su misma raíz. Ahora sí, ella deja de ser “contaminada” pasa a ser una persona portadora de vida, aquella vida que tiene su raíz en la misma fuerza de Dios. Ahora sí que ella puede decir que el ENCUENTRO con Jesús le ha renovado del todo y en todo su ser. Ahora, ella, la marginada, es capaz de realizar en plenitud el proyecto de vida que lo lleva en los mismos genes de su ser, porque -desde siempre- ése es el “sueño” de Dios para con ella. Jesús ha sido capaz de poner en marcha esa fuerza divina de la que ella era portadora. ¡Hermoso, muy hermoso cuanto este ENCUENTRO nos sugiere y nos propone! Porque esto no es un “cuentecito” para niños. Si así lo creemos, preguntémosle a la hemorroisa, sin miedo alguno, y seguro que su respuesta será muy diferente. Fácilmente su respuesta sea algo así: “Yo sólo sé que era una marginada y contaminada, condenada a vivir como una muerta y… ahora la “FUERZA” de Jesús me ha transformado. Esto es lo que a mí me ha ocurrido”. ¿Qué decir ante esto? Que cada uno saque sus conclusiones. Y es que la FE EN JESÚS puede, también en nosotros, despertar lo mejor, aquello que puede transformar nuestra vida, tantas veces demasiado anodina. En la persona que cree en él, siempre hay un “ALGO” que puede reconstruir y liberar de aquello que le impide vivir, y esto es lo que Jesús ofrece a cuantos le buscan con sincero corazón, porque Jesús despierta en la persona esa fuerza capaz de superar lo que le deshumaniza y le destruye como persona. Aceptar este DON y REGALO que Él nos hace, es algo necesario. Y es que es transformador. Y aquí nos encontramos, llamados a experimentarlo de forma plena, e invitados a “despertar en otros” esa misma experiencia, porque le ofrecemos -hecho vida- el encuentro vivido con él, con Jesús, el Maestro y Salvador, en el sentido más plena de la palabra. ¡Suerte! ORACIÓN Dios bueno, Padre y Madre para nosotros, y que deseas desde el corazón lo mejor para cada uno de nosotros/as. Tú, te haces presente en nuestras vidas, en las formas más diversas, porque deseas manifestarnos tu amor y tu cercanía, a pesar de nuestras situaciones de dificultad, ya sea en la enfermedad, en la vejez o en la incapacidad…, y vivir así de forma plena y digna. Padre, aumenta en nosotros la FUERZA de la FE, como lo hizo, de forma maravillosa, tu Hijo amado, presente entre nosotros, para enseñarnos tu proyecto de vida, y que así vivamos siempre ABIERTOS a tus dones, y los podamos compartir con cuantos nos vamos encontrando por los caminos de la vida. PLEGARIA ACÉRCATE Dices que soy manantial y no vienes a beber. Dices que soy vino gran reserva y no te embriagas. Dices que soy suave brisa y no abres tus ventanas. Dices que soy luz y sigues entre tinieblas. Dices que soy aceite perfumado y no te unges. Dices que soy música y no te oigo cantar. Dices que soy fuego y sigues con frío. Dices que soy fuerza divina y no me utilizas. Dices que soy abogado y no me dejas defenderte. Dices que soy consolador y no me cuentas tus penas. Dices que soy don y no me abres tus manos. Dices que soy paz y no escuchas el son de mi flauta. Dices que soy viento recio y sigues sin moverte. Dices que soy defensor de los pobres y tú te apartas de ellos. Dices que soy libertad y no me dejas que te empuje. Dices que soy océano y no quieres sumergirte. Dices que soy amor y no me dejas amarte. Dices que soy testigo y no me preguntas. Dices que soy sabiduría y no quieres aprender. Dices que soy seductor y no te dejas seducir. Dices que soy médico y no me llamas para curarte. Dices que soy huésped y no quieres que entre. Dices que soy fresca sombra y no te cobijas bajo mis alas. Dices que soy fruto y no me pruebas. CANTO CANTARÉ, GRITARÉ, EL AMOR DE MI DIOS. CANTARÉ, GRITARÉ, EL AMOR DE MI DIOS. Por el nacer del sol cada mañana, por la paz de la montaña, por el frío y el calor; por las estrellas de una noche clara, por la flor de mi ventana, CANTO AL MUNDO Y CANTO A DIOS. Por la sonrisa alegre de los niños, por las flores, por los lirios, por los pájaros y el sol; por el color que luce el arco iris, por los parques y jardines, CANTO AL MUNDO Y CANTO A DIOS. Por el calor que da una mano amiga, por las fuentes cristalinas, por la fuerza del amor; por compartir con otros alegría, por la paz y por la vida, CANTO AL MUN DO Y CANTO A DIOS. (Maximino Carchenilla – Disco: “Canto a Dios” – Ed. Musical PAX)