XXI Domingo del Tiempo Ordinario Tú eres Pedro y te daré las llaves del Reino de los cielos (Mt 16,13-20) ANTÍFONA DE ENTRADA Inclina tu oído, Señor, escúchame. Salva a tu siervo que confía en ti. Piedad de mi, Señor, que a ti estoy llamando todo el día. ORACIÓN COLECTA Oh Dios, que unes los corazones de tus fieles en un mismo deseo; inspira a tu pueblo el amor a tus preceptos y la esperanza en tus promesas, para que, en medio de las vicisitudes del mundo, nuestros corazones estén firmes en la verdadera alegría. PRIMERA LECTURA (22,19-23) Colgaré de su hombro la llave del palacio de David Lectura del Libro de Isaías Así dice el Señor a Sobná, mayordomo de palacio: «Te echaré de tu puesto, te destituiré de tu cargo. Aquel día, llamaré a mi siervo, a Eliacín, hijo de Elcías: le vestiré tu túnica, le ceñiré tu banda, le daré tus poderes; será padre para los habitantes de Jerusalén, para el pueblo de Judá. Colgaré de su hombro la llave del palacio de David: lo que él abra nadie lo cerrará, lo que él cierre nadie lo abrirá. Lo hincaré como un clavo en sitio firme, dará un trono glorioso a la casa paterna.» SALMO RESPONSORIAL (Sal 137) R/. Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos. Te doy gracias, Señor, de todo corazón; delante de los ángeles tañeré para ti, me postraré hacia tu santuario, daré gracias a tu nombre. R/. Por tu misericordia y tu lealtad, porque tu promesa supera a tu fama; cuando te invoqué, me escuchaste, acreciste el valor en mi alma. R/. El Señor es sublime, se fija en el humilde, y de lejos conoce al soberbio. Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos. R/. SEGUNDA LECTURA (Rm 11,33-36) Él es origen, guía y meta del universo Lectura de la Carta del apóstol San Pablo a los Romanos ¡Qué abismo de generosidad, de sabiduría y de conocimiento, el de Dios! ¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos! ¿Quién conoció la mente del Señor? ¿Quién fue su consejero? ¿Quién le ha dado primero, para que él le devuelva? Él es el origen, guía y meta del universo. A él la gloria por los siglos. Amén. ACLAMACIÓN AL EVANGELIO (Mt 16,18) R/. Aleluya, aleluya Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la muerte no la derrotará. R/. Aleluya, aleluya EVANGELIO (Mt 16,13-20) Tú eres Pedro y te daré las llaves del Reino de los cielos Lectura del Santo Evangelio según San Mateo En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?» Ellos contestaron: «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.» Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.» Jesús le respondió: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.» Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías. Se dice «Credo» ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS Por e único sacrificio de Cristo, tu Unigénito te has adquirido, Señor, un pueblo de hijos; concédenos propicio los dones de la unidad y de la paz en tu Iglesia. ANTÍFONA DE COMUNIÓN (Sal 103,13-15) La tierra se sacia de tu acción fecunda, Señor, para sacar pan de los campos y vino que alegra el corazón del hombre. o bien: (Jn 6,55) el que come mi Carne y bebe mi Sangre —dice el Señor— tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN Te pedimos, que lleves en nosotros a su plenitud la obra salvadora de tu misericordia; condúcenos a perfección tan alta y mantennos en ella de tal forma que sepamos agradarte. Lectio El evangelista Mateo nos muestra cómo Jesús ha venido educando progresivamente a su discípulo Pedro en la fe: - A la orilla del lago de Galilea, sucedió el primer encuentro entre Jesús y el pescador Simón, llamado “Pedro”. Allí lo llamó para “seguirlo” y le anunció la misión para la cual lo educaría, la de ser “Pescador de hombres” (ver Mateo 4,18-20) - El segundo gesto de misericordia de Jesús, dentro de la serie de diez milagros que se narran en Mateo 8 y 9, es la curación de la suegra de Pedro (ver 8,14-15). - En el envío a la misión de los Doce, el nombre de “Simón llamado Pedro” aparece expresamente como “el primero” (ver 10,2). - De nuevo en el lago de Galilea, Pedro vive una fuerte experiencia de Jesús cuando al solicitar caminar sobre el lago, es alcanzado por la mano salvadora de Jesús en el momento en que se hunde (ver 14,23-33). Que la fe de Pedro va madurando poco a poco y que Jesús lo está conduciendo progresivamente, lo volvemos a notar en la escena de la controversia Jesús con los fariseos acerca de las normas de pureza ritual. Allí Pedro le dice a Jesús: “Explícanos la parábola” (15,15). Y Jesús responde: “¿También vosotros estáis todavía sin inteligencia?” (15,16). Hasta que finalmente Pedro hace una auténtica confesión de fe, en medio de la comunidad apostólica, mostrándose capacitado para recibir una misión en medio de sus compañeros. De esto se ocupa el texto de hoy: Mateo 16,13-20. La revelación de la misión –“el Cristo [Mesías]”- y de la filiación divina de Jesús -“el Hijo de Dios vivo”– constituyen a Simón Pedro en la roca sobre la cual Jesús construirá su Iglesia, una roca que ni aún las fuerzas del mal conseguirán abatir. Su confesión de fe expresa el sentir de la Iglesia entera; su fe es clara e inequívoca. La estructura 1) Una introducción narrativa: 16,13a. 2) Un diálogo: 16,13b-19 - Jesús hace una primera pregunta (16,13b): ¿Qué dicen los otros sobre mí? - Los discípulos responden con cuatro señalamientos (16,14) - Jesús hace una segunda pregunta (16,15): ¿Qué dicen Ustedes? - Simón Pedro responde (16,16) pronunciado dos títulos de Jesús. - Jesús le dirige una bienaventuranza a Pedro (16,17) y define su nueva identidad y misión (16,1819; notar los verbos de futuro: “edificaré”… “no prevalecerán”… “te daré”… “quedará atado”… “quedará desatado”) (3) Una conclusión narrativa: 16,20. El centro del texto es el diálogo, en el cual todo se focaliza finalmente en el “cara a cara” entre Jesús y Pedro. Es curioso que el número “tres” se repita varias veces. Vale destacar: – en el diálogo, Jesús habla tres veces (16,13; 16,15; 16,17-19); – en las palabras finales de Jesús a Pedro, vemos que hay tres frases y cada una contiene tres partes: se enuncia un tema y enseguida de profundiza en dos líneas que se contraponen (paralelismo antitético, como decimos técnicamente). Centremos nuestra lectura en ese momento “focal” del cara a cara de Jesús y Pedro. 2. Simón le dice a Jesús: “Tú eres…” Después que le hacen el repaso de las diversas opiniones que la gente tiene acerca de él (16,13-14), Jesús les pregunta a los discípulos qué opinión tienen de Él. Entonces Simón Pedro responde: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (16,16). En esta confesión de fe, el apóstol reconoce la doble relación que caracteriza de manera inequívoca a Jesús: – Con relación al pueblo, Jesús es el Cristo (Mesías): Esto es, el único, el último y definitivo rey y pastor del pueblo de Israel, enviado por Dios para darle a este pueblo y a toda la humanidad la plenitud de vida (como se vio en la multiplicación de los panes y los otros milagros). – Con relación a Dios, Jesús es su Hijo: Esto es, vive en una relación única, singular con Dios, caracterizada por el conocimiento recíproco, la igualdad y la comunión de amor entre el Padre y entre ellos (ver Mateo 11,27). El Dios que revela Jesús es calificado como “Dios viviente”. Con esto se quiere decir que se trata del único Dios, el verdadero y real, que es vida en sí mismo, que ha creado todo, que su inmenso poder vence la muerte. Pero esto que Pedro dice de Dios tiene que ver directamente con Jesús. Es decir: Jesús es el único Mesías que, profundamente ligado al poder vital mismo, al Dios viviente, está en capacidad concederle a la humanidad el bienestar verdadero, el crecimiento integral y armónico, y la plenitud de la existencia. Este don de la vida Jesús lo comunicará mediante su donación en el camino de la cruz (por eso la tensión que crea el versículo final de este pasaje: el silencio-expectativa hasta la revelación final del mesianismo y de la filiación divina de Jesús en la crucifixión). 3. Jesús le dice a Simón: “Tú eres…” Una vez que Pedro confiesa la fe, Jesús se detiene en un bellísimo discurso dirigido a él: 1. Jesús se dirige a él con nombre propio y con su patronímico (nombre del papá) para indicar: – Su plena realidad humana: “Simón”. – Su origen y su historia: “Hijo de Jonás”. 2. Jesús le revela el don extraordinario que hizo posible esta confesión: el Padre celestial le dio este conocimiento (ver 11,27; 17,5) que no se puede alcanzar únicamente por medios humanos. Simón no sólo ha sido llamado por Jesús sino que también ha sido privilegiado por el Padre, por eso tiene todos los motivos para ser “Bienaventurado”, es decir, “¡Feliz!”. 3. Jesús le pone un nuevo nombre. Al “Tú eres” dicho por Simón a Jesús, Jesús le responde con otro “Tú eres” y le declara su nueva identidad: “Tú eres Pedro”, es decir “Roca”. Este término no aparecía antes en ninguna parte como nombre de persona, es una nueva creación de Jesús. Para Simón comienza una nueva vida. 4. Jesús le da una nueva tarea. Con la nueva existencia Jesús le da una nueva responsabilidad (como sucede en Gn 17,5.15; Nm 13,16; 2 Re 24,17). Con tres imágenes Jesús describe la nueva tarea del apóstol: – La Roca: una roca sobre la que Jesús edificará su Iglesia. La Iglesia es presentada como la comunidad de los que expresan la misma confesión de fe de Pedro. Pedro debe darle consistencia y firmeza a esta comunidad de fe. Por su parte Jesús le promete a la comunidad –la casa edificada sobre ella- una duración perenne y una gran solidez (ver la profecía de 2ª Samuel 7,1-17). – Las Llaves: no significan que Pedro sea nombrado portero del cielo sino el administrador que representa al dueño de la casa ante los demás y que actúa por delegación suya. La imagen está tomada de Isaías 22,15-25, donde se describe el nombramiento de Eliakim como primer ministro del rey Ezequías de Judá. La imagen refuerza que Jesús sigue siendo el “Señor de la Iglesia”. – El Atar y Desatar: es una imagen que indica la autoridad de su enseñanza (ver lo contrario en Mt 16,12). Pedro debe decir qué se permite y qué no en la comunidad; él tiene la tarea de acoger o excluir de ella. El punto de referencia de su enseñanza es la misma doctrina de Jesús; por ejemplo, en el Sermón de la Montaña Jesús ya ha establecido cuál es el comportamiento necesario para entrar en el cielo (ver 5,20; 7,21). Por esto, aunque su referencia constante es la Palabra de Jesús, la enseñanza de Pedro tiene valor vinculante. Con sus palabras a Pedro, Jesús se declara una vez más como el Señor de la Iglesia. Jesús es su pastor y nunca la abandona sino que le da una guía con autoridad. En la Iglesia todo proviene de Jesús y apunta a Él. Es cierto que quien edifica la Iglesia es Jesús, Él es el fundamento, la piedra angular. Pedro debe hacer visible este fundamento y esta piedra siendo signo de unidad y de comunión entre todos los discípulos que confiesan la misma fe. Con razón decía San Ambrosio: “Ubi Petrus, Ibi Ecclesia”, es decir, “donde está Pedro, allí está la Iglesia”. 4. Un colofón: saber decir “Mi Iglesia” ¿Cómo resuenan en nuestros oídos las palabras del Maestro: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”? Jesús dice “mi Iglesia”, en singular, no “mis Iglesias”. Él ha pensado y deseado una sola Iglesia, no una multiplicidad de Iglesias independientes, o peor, en conflicto entre ellas. “Mía”, además de ser singular, es también un adjetivo posesivo. Jesús reconoce, por tanto, la Iglesia como “suya”, dice “mi Iglesia” como si un hombre dijera “mi esposa” o “mi cuerpo”. Se identifica con ella, no se avergüenza de ella. Sobre los labios de Jesús, la expresión “mi Iglesia” suena de manera idéntica. En las palabras de Jesús, notamos un fuerte llamado a todos los discípulos de Jesús a reconciliarse con la Iglesia. Renegar de la Iglesia es como renegar de la propia madre. “No puede tener a Dios por Padre”, decía san Cipriano, “quien no tiene a la Iglesia por Madre”. Un buen fruto de esta fiesta de los santos apóstoles Pedro y Pablo sería que aprendiéramos a decir también nosotros los miembros de la Iglesia católica a la cual pertenecemos: “¡Mi Iglesia!”. Apéndice DEL CATECISMO DE LA IGLESIA “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” 153: Cuando San Pedro confiesa que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo, Jesús le declara que esta revelación no le ha venido «de la carne y de la sangre, sino de mi Padre que está en los cielos» (Mt 16, 17). La fe es un don de Dios, una virtud sobrenatural infundida por El. «Para dar esta respuesta de la fe es necesaria la gracia de Dios, que se adelanta y nos ayuda, junto con el auxilio interior del Espíritu Santo, que mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del espíritu y concede “a todos gusto en aceptar y creer la verdad”». 424: Movidos por la gracia del Espíritu Santo y atraídos por el Padre nosotros creemos y confesamos a propósito de Jesús: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 16). Sobre la roca de esta fe, confesada por S. Pedro, Cristo ha construido su Iglesia. 441: Hijo de Dios, en el Antiguo Testamento, es un título dado a los ángeles (ver Dt 32, 8; Jb 1, 6), al pueblo elegido (ver Ex 4, 22; Os 11, 1; Jr 3, 19; Si 36, 11; Sb 18, 13), a los hijos de Israel (ver Dt 14, 1; Os 2, 1) y a sus reyes (ver 2 S 7, 14; Sal 82, 6). Significa entonces una filiación adoptiva que establece entre Dios y su criatura unas relaciones de una intimidad particular. Cuando el ReyMesías prometido es llamado «hijo de Dios» (ver 1 Cro 17, 13; Sal 2, 7), no implica necesariamente, según el sentido literal de esos textos, que sea más que humano. Los que designaron así a Jesús en cuanto Mesías de Israel (ver Mt 27, 54), quizá no quisieron decir nada más (ver Lc 23, 47). 442: No ocurre así con Pedro cuando confiesa a Jesús como «el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 16), porque Este le responde con solemnidad «no te ha revelado esto ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos» (Mt 16, 17). Paralelamente Pablo dirá a propósito de su conversión en el camino de Damasco: «Cuando Aquel que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar en mí a su Hijo para que le anunciase entre los gentiles…» (Ga 1, 15-16). «Y en seguida se puso a predicar a Jesús en las sinagogas: que él era el Hijo de Dios» (Hch 9, 20). Este será, desde el principio (ver 1 Ts 1, 10), el centro de la fe apostólica (ver Jn 20, 31) profesada en primer lugar por Pedro como cimiento de la Iglesia (ver Mt 16, 18). 443: Si Pedro pudo reconocer el carácter trascendente de la filiación divina de Jesús Mesías es porque éste lo dejó entender claramente. Ante el Sanedrín, a la pregunta de sus acusadores: «Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?», Jesús ha respondido: «Vosotros lo decís: yo soy» (Lc 22, 70). Ya mucho antes, El se designó como el «Hijo» que conoce al Padre, que es distinto de los «siervos» que Dios envió antes a su pueblo, superior a los propios ángeles. Distinguió su filiación de la de sus discípulos, no diciendo jamás «nuestro Padre» salvo para ordenarles «vosotros, pues, orad así: Padre Nuestro» (Mt 6, 9); y subrayó esta distinción: «Mi Padre y vuestro Padre» (Jn 20, 17). 444: Los evangelios narran en dos momentos solemnes, el bautismo y la transfiguración de Cristo, que la voz del Padre lo designa como su «Hijo amado». Jesús se designa a sí mismo como «el Hijo Único de Dios» (Jn 3, 16) y afirma mediante este título su preexistencia eterna. Pide la fe en «el Nombre del Hijo Único de Dios» (Jn 3, 18). Esta confesión cristiana aparece ya en la exclamación del centurión delante de Jesús en la cruz: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios» (Mc 15, 39), porque es solamente en el misterio pascual donde el creyente puede alcanzar el sentido pleno del título «Hijo de Dios». 445: Después de su Resurrección, su filiación divina aparece en el poder de su humanidad glorificada: «Constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su Resurrección de entre los muertos» (Rm 1, 4). Los Apóstoles podrán confesar «Hemos visto su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad» (Jn 1, 14)