XXIII Domingo del Tiempo Ordinario Si te hace caso has salvado a tu hermano (Mt 18,15-20) ANTÍFONA DE ENTRADA (Sal 118, 137.124) Señor, tú eres justo, tus mandamientos son rectos. Trata con misericordia a tu siervo. ORACIÓN COLECTA Padre y Señor nuestro, que nos has redimido y adoptado como hijos, mira con bondad a los que tanto amas; y haz que cuantos creemos en Cristo tu Hijo, alcancemos la libertad verdadera y la herencia eterna. PRIMERA LECTURA (Ez 33, 7-9) Si no hablas al malvado, te pediré cuenta de su sangre Lectura de la profecía de Ezequiel Así dice el Señor: «A ti, hijo de Adán, te he puesto de atalaya en la casa de Israel; cuando escuches palabras de mi boca, les darás la alarma de mi parte. Si yo digo al malvado: ‘¡Malvado, eres reo de muerte!’, y tú no hablas, poniendo en guardia al malvado para que cambie de conducta, el malvado morirá por su culpa, pero a ti te pediré cuenta de su sangre; pero si tú pones en guardia al malvado para que cambie de conducta, si no cambia de conducta, él morirá por su culpa, pero tú has salvado la vida.» SALMO RESPONSORIAL (Sal 94, 1-2. 6-7. 8-9) R/. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón.» Venid, aclamemos al Señor, demos vítores a la Roca que nos salva; entremos a su presencia dándole gracias, aclamándolo con cantos. R/. Entrad, postrémonos por tierra, bendiciendo al Señor, creador nuestro. Porque él es nuestro Dios, y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía. R/. Ojalá escuchéis hoy su voz: «No endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masa en el desierto; cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras.» R/. SEGUNDA LECTURA (Rm 13, 8-10) Amar es cumplir la ley entera Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos Hermanos: A nadie le debáis nada, más que amor; porque el que ama a su prójimo tiene cumplido el resto de la ley. De hecho, el «no cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no envidiarás» y los demás mandamientos que haya, se resumen en esta frase: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo. » Uno que ama a su prójimo no le hace daño; por eso amar es cumplir la ley entera. ACLAMACIÓN ALEVANGELIO (2 Cor 5, 19) R/. Aleluya, aleluya Dios estaba en Cristo, reconciliando al mundo consigo, y a nosotros nos ha confiado la palabra de la reconciliación. R/. Aleluya, aleluya EVANGELIO (Mt 18,15-20) Si te hace caso has salvado a tu hermano Lectura del Santo Evangelio según San Mateo En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano. Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo. Os aseguro, además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.» Se dice «Credo» ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS Oh Dios, fuente de la paz y del amor sincero, concédenos glorificarte por estas ofrendas y unirnos fielmente a ti por la participación en esta eucaristía. ANTÍFONA DE COMUNIÓN (Sal 41,2-3) Como busca la sierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío; tiene sed de Dios, del Dios vivo. o bien ( Jn 8,12) Yo soy la luz del mundo —dice el Señor. El que me sigue no camina en tinieblas sino que tendrá la luz de la vida. ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN Con tu Palabra, Señor, y con tu pan del cielo, alimentas y vivificas a tus fieles; concédenos que estos dones de tu Hijo nos aprovechen de tal modo que merezcamos participar siempre de su vida. Lectio Podríamos decir de este vigésimo tercer domingo del tiempo ordinario que es el "Domingo del Perdón". De ese perdón que nos regala nuestro Dios como oportunidad para cambiar de aires y de vida, para seguir viviendo y vivir mejor; y del que nos damos los seres humanos entre nosotros simplemente porque antes nos hemos sabido queridos y perdonados por El. La Palabra de Dios propuesta por la liturgia orienta nuestros pasos y guía nuestra mente y nuestro corazón hasta el mandamiento evangélico de la corrección fraterna: el profeta Ezequiel proclama la responsabilidad personal, el apóstol Pablo recuerda que en el amor mutuo hunde sus raíces y, por último, el evangelista Mateo enseña a practicarla con el estilo de Jesús. Frente a este tema experimentamos una sensación de malestar, una cierta resistencia. Y a menudo así hay que reconocerlo- eludimos la corrección fraterna. Por tanto, es necesario redescubrir el sentido teológico profundo de la corrección fraterna. Contemplemos con mirada atenta el misterio de la cruz de Jesucristo; mediante la cruz nos llega la salvación; la cruz es el signo del gran amor que Dios nos tiene; salvándonos, nos hace portadores de su salvación. La auténtica corrección fraterna nace justo “en ese punto de encuentro donde la salvación obtenida se convierte en salvación entregada, donde un pecador perdonado se convierte en instrumento de perdón redentor, de mediación salvadora, y sale al encuentro del hermano, pecador como él, para que acoja el don de Dios, igual que él” (A. Cencini). La corrección fraterna posee una profunda entraña evangélica. Jesús exhorta a practicarla en el contexto de un discurso sobre el servicio a los más pequeños y el perdón sin límites: “Si tu hermano peca contra ti, ve y corrígele a solas tú con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano” La corrección fraterna, de la que hoy nos habla el evangelio, es una advertencia que el creyente dirige a su prójimo para ayudarle en el camino de la santidad. Es un instrumento de progreso espiritual que contribuye al conocimiento de los defectos personales –con frecuencia inadvertidos por las propias limitaciones o enmascarados por el amor propio; y en muchas ocasiones, es también condición previa para enfrentarse a esos defectos con la ayuda de Dios y mejorar, por tanto, en la vida cristiana. Se trata de una actitud reciproca en manifiesta cada uno es responsable de la salvación de los demás, y nos convoca a ejercerla mutuamente, con caridad en virtud de la presencia de Cristo en la comunidad. Él mismo corrige a sus discípulos en diversas ocasiones según nos muestran los evangelios: les amonesta ante el brote de envidia que manifiestan al ver a uno que expulsaba demonios en nombre de Jesús(Cfr. Mc 9, 38-40.); reprende a Pedro con firmeza porque su modo de pensar no es el de Dios sino el de los hombres(Cfr. Mt 16, 23.); encauza la ambición desordenada de Santiago y Juan, enmendando con cariño su equivocada comprensión sobre el reino que anuncia, al tiempo que reconoce las valientes disposiciones de los hermanos para “beber su cáliz” (Cfr. Mt 20, 20-23). A partir de la enseñanza y del ejemplo de Jesús, la corrección fraterna ha pasado a ser como una tradición de la familia cristiana vivida desde el inicio de la Iglesia, una obligación de amor y de justicia al mismo tiempo. Entre los consejos de San Pablo a los cristianos de Corinto está el de “exhortarse mutuamente” (exhortamini invicem, 2 Co 13, 11.) Si la cruz de Jesús es el centro de la experiencia religiosa personal, también será el centro de la fraternidad que se reúne en su nombre: por la cruz pasará nuestra interrelación. Sólo la cruz de Jesús tiene el poder de juzgar y reconciliar, y si vivo en la escucha humilde y sincera de la Palabra de la cruz, si me dejo «radiografiar» en mi verdad y forjar en la verdad de Dios-Amor, entonces, y sólo entonces, podré ser un instrumento de corrección y reconciliación, libre de cualquier tipo de juicio. Este camino de corrección fraterna evita tanto los excesos de la impotencia como de la prepotencia, excesos -uno y otro- que revelan un escaso sentido de la comunicación y de la disponibilidad para corregir y dejarse corregir fraternalmente. Todavía resuenan hoy las proféticas palabras de Pablo VI en su exhortación Paterna cum benevolentia: «La corrección fraterna es un acto de caridad mandado por el Señor [...]. Su práctica obliga a quien la realiza a sacar primero la viga de su ojo (cf Mt 7,5), para que no se pervierta el orden de la corrección. La práctica de la misma se dirige desde el principio como un movimiento a la santidad, que sólo puede obtener en la reconciliación su plenitud; consistente no en una pacificación oportunista que disfrazase la peor de las enemistades, sino en la conversión interior y en el amor unificador en Cristo que se deriva» (cap. VI). En esta línea comprendemos la grandeza de la corrección fraterna: un instrumento indispensable que ayuda a crecer a la comunidad y a cimentarla en el amor de Cristo. Los Frutos de la Corrección Fraterna Son numerosos los beneficios de la práctica de la corrección fraterna, tanto para el que la recibe como para el que la hace. Como acción concreta de la caridad cristiana tiene por frutos el gozo, la paz y la misericordia. Supone además el ejercicio de muchas virtudes: la caridad, la humildad, la prudencia; mejora la formación humana haciendo a las personas más corteses; facilita el trato mutuo entre las personas, haciéndolo más sobrenatural y, a la vez, más agradable en el aspecto humano; encauza el posible espíritu crítico negativo, que podría llevar a juzgar con sentido poco cristiano el comportamiento de los demás; impide las murmuraciones o las bromas de mal gusto sobre comportamientos o actitudes de nuestro prójimo; fortalece la unidad de la Iglesia y de sus instituciones a todos los niveles, contribuyendo a dar mayor cohesión y eficacia a la misión evangelizadora; garantiza la fidelidad al espíritu de Jesucristo; permite a los cristianos experimentar la firme seguridad de quienes saben que no les faltarán la ayuda de sus hermanos en la fe: “El hermano ayudado por su hermano, es como una ciudad amurallada” ORACION Ayúdame, Señor, a permanecer enmudecido a los pies de tu cruz para escuchar tu Palabra y dejarme alcanzar y modelar por ella. Sólo la Palabra de tu cruz revela la verdad de mi vida y desvela el disfraz de mi mentira. Tu Palabra me juzga, Señor, me juzga severamente; ante ella no puedo, ni quiero, esconderme. Descubro con la delicia y la alegría del niño que, mientras tu Palabra “hiere, cura” (cf Job 5,18), de ella nace una vida nueva. Apéndice DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA 1435 La conversión se realiza en la vida cotidiana mediante gestos de reconciliación, la atención a los pobres, el ejercicio y la defensa de la justicia y del derecho (Am 5,24; Is 1,17), por el reconocimiento de nuestras faltas ante los hermanos, la corrección fraterna, la revisión de vida, el examen de conciencia, la dirección espiritual, la aceptación de los sufrimientos, el padecer la persecución a causa de la justicia. Tomar la cruz cada día y seguir a Jesús es el camino más seguro de la penitencia (cf Lc 9,23). 1829 La caridad tiene por frutos el gozo, la paz y la misericordia. Exige la práctica del bien y la corrección fraterna; es benevolencia; suscita la reciprocidad; es siempre desinteresada y generosa; es amistad y comunión: La culminación de todas nuestras obras es el amor. Ese es el fin; para conseguirlo, corremos; hacia él corremos; una vez llegados, en él reposamos (S. Agustín, ep.Jo. 10, 4). [CEC 1817-1829] 2304 El respeto y el crecimiento de la vida humana exigen la paz. La paz no es sólo ausencia de guerra y no se limita a asegurar el equilibrio de fuerzas adversas. La paz no puede alcanzarse en la tierra, sin la salvaguarda de los bienes de las personas, la libre comunicación entre los seres humanos, el respeto de la dignidad de las personas y de los pueblos, la práctica asidua de la fraternidad. Es "tranquilidad del orden" (S. Agustín, civ. 19,13). Es obra de la justicia (cf Is 32,17) y efecto de la caridad (cf GS 78, 1-2).