II Domingo de Cuaresma Éste es mi Hijo amado. (Mc 9,2-10) ANTÍFONA DE ENTRADA Sal 24,6.3.22 Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas, pues los que esperan en tino quedan defraudados, mientras que el fracaso malogra a los traidores. Salva oh Dios, a Israel de todo su peligro. ORACIÓN COLECTA Señor, Padre santo, tú que nos has mandado escuchar a tu amado Hijo, el predilecto, alimenta nuestra espíritu con tu palabra; así con mirada limpia contemplaremos gozosos la gloria de tu rostro. PRIMERA LECTURA El sacrificio de nuestro padre y patriarca Abraham (Gn 22,1-2.9-13.15-18). Del libro del Génesis En aquellos días Dios puso una prueba a Abraham llamándole: «¡Abraham», El respondió: «Aquí me tienes». Dios le dijo: «Toma a tu hijo único, a que quieres, a Isaac y vete al país de Moria y ofrécemelo en sacrificio, sobre uno de los montes que yo te indicaré». Cuando llegaron al sitio que le había dicho Dios, Abraham levantó allí un altar y apiló la leña, luego ató a su hijo Isaac y lo puso sobre el altar, encima de la leña. Entonces Abraham tomó el cuchillo para degollar a su hijo; pero el ángel del Señor gritó desde el cielo: «¡Abraham, Abraham!» Él contestó: «Aquí me tienes». Dios le ordenó: «No alargues la mano contra tu hijo, ni le hagas nada. Ahora se que temes a Dios, porque no le has reservado a tu hijo, tu único hijo.» Abraham levantó los ojos y vio un carnero, enredado por los cuernos en la maleza. Se acercó tomó el camero y lo ofreció en sacrificio en lugar de su hijo. El ángel del Señor volvió a gritar a Abraham desde el cielo y le dijo: «Juro por mí mismo, –oráculo del Señor–; que por haber hecho eso, por no haberte reservado a tu hijo, tu único hijo, te bendeciré y multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como las arenas de la playa. Tus descendientes conquistarán las puertas de las ciudades enemigas. Todos los pueblos del mundo se bendecirán con tu descendencia, porque me has obedecido». SALMO RESPONSORIAL (Sal 115) R/. Caminaré en presencia del Señor. Tenía fe, aun cuando dije: «¡Qué desgraciado soy!» Mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles. R/. Señor, yo soy tu siervo, siervo tuyo, hijo de tu esclava: rompiste mis cadenas. Te ofreceré un sacrificio de alabanza, invocando tu nombre, Señor. R/. Cumpliré al Señor mis votos en presencia de todo el pueblo, en el atrio de la casa del Señor, en medio de ti, Jerusalén. R/. SEGUNDA LECTURA (Rm 8,31-34) Dios nos entregó a su propio Hijo. De la Carta del Apóstol San Pablo a los Romanos Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por nosotros, ¿cómo no nos dará todo con Él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? ¿Dios, el que justifica? ¿Quién condenará? ¿Será acaso Cristo, que murió, más aún resucitó y está a la derecha de Dios, y que intercede por nosotros? ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO (Cfr. Mt 17,5) R/. Honor y gloria a ti, Señor Jesús. En el esplendor de la nube se oyó la voz del Padre, que decía: «Éste es mi Hijo amado: escúchenlo». R/. Honor y gloria a ti, Señor Jesús. EVANGELIO (9,2-10) Éste es mi Hijo amado. + Del Santo Evangelio según San Marcos En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Ellas.» Estaban asustados, y no sabía lo que decía. Se formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube: «Éste es mi Hijo amado; escuchadlo.» De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: «No contéis a nadie lo que habéis visto, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.» Esto se les quedó grabado, y discutían qué querría decir aquello de «resucitar de entre los muertos». Se dice «Credo» Prefacio. El misterio de la Transfiguración En verdad es justo y necesario es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno. Porque Cristo nuestro Señor reveló su gloria ante los testigos que él escogió; y revistió con máximo esplendor su cuerpo, en todo semejante al nuestro, para quitar el corazón de sus discípulos del escándalo de la cruz y anunciar que toda la Iglesia, su cuerpo, habría de participar de la gloria que tan admirablemente resplandecía en Cristo, su cabeza. Por eso, con los ángeles que te cantan en el cielo, nosotros te alabamos en la tierra diciendo sin cesar: Santo, Santo, Santo... ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS Que esta ofrenda, Señor, nos obtenga el perdón de nuestros pecados y nos santifique en el cuerpo y en el alma para que podamos celebrar dignamente las festividades de la Pascua. Por Jesucristo, nuestro Señor. ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN Mt 17,5 Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escúchenlo. ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN Te damos gracias, Señor, porque al darnos en este sacramento el Cuerpo glorioso de tu Hijo, nos permites participar ya, desde este mundo, de los bienes eternos de tu Reino. Por Jesucristo, nuestro Señor. Lectio Este segundo Domingo de cuaresma, se nos invita a meditar en el momento culminante de la revelación de Jesús en la transfiguración. Este es un pasaje cargado de referencias al AT. Transfigurándose, Jesús se manifiesta a sus discípulos en su identidad plena de “Hijo”. Ellos ahora no sólo comprenden la relación de Jesús con los hombres, para los cuales es el “Cristo” (Mesías), sino su secreto más profundo: su relación con Dios, del cual es “el Hijo”. En la Transfiguración de Jesús se tiene por una parte el anuncio del misterio de su muerte y vida, éxodo pascual, que el Señor viviría en Jerusalén ; y por otra se asiste a una epifanía del Hijo de Dios semejante a la del Bautismo con elementos como la luz, la vestidura blanca y la nube, que evocan el tiempo futuro. Proclamar la Transfiguración del Señor, en este segundo Domingo de Cuaresma, nos recuerda cuál es la meta de la Cuaresma: llegar a la Pascua donde veremos la gloria del Señor resucitado, pero, para ello, antes hay que ir a Jerusalén, sufrir la pasión, pasar del Tabor al Gólgota. Contexto Para poder entender bien el pasaje de la Transfiguración del Señor, debemos situarla en el contexto del Evangelio de san Marcos, es decir, en los textos que acompañan el relato y encuadrarlo debidamente (Mc 9,2-10). Son los capítulos 8 y 9 del Evangelio. En ambos, se nos cuenta que Jesús camina hacia Jerusalén y que va catequizando a sus discípulos sobre su destino doloroso, sobre su pasión que le aguarda allí, y sobre su verdadero mesianismo, el del sufrimiento y de la cruz (Mc 810), cosa que los discípulos no entienden, les cuesta aceptar, en especial, a Pedro (Mc 8,31-33), pero ante lo cual Jesús no se echa atrás y les pide que lo sigan sin reticencias (Mc 8,34-9,1). San Marcos presenta una escena bellísima, de estilo apocalíptico, lleno de imágenes, para enseñarnos que Jesucristo es el Hijo de Dios, y que su transfiguración es una “anticipación” de sus apariciones como Señor Resucitado, después de su muerte. En su vida mortal, Jesús no se había “aparecido” a los discípulos o a la gente con ropas brillantes, ni la cara brillando como el sol, ni nada por el estilo, sino en su humanidad, como la nuestra, Dios se hace presente. Y de esto, hubo un momento de su vida, en que ellos “captaron” su verdadera personalidad Estructura del texto En el relato de Marcos podemos reconocer la siguiente estructura: – Introducción: La subida a una montaña alta (9,2ª) – Primera parte de la revelación: Jesús es trasfigurado (9,2b-6) – Segunda parte de la revelación: Dios revela a Jesús como su Hijo (9,7-8) – Conclusión: El descenso de la montaña (9,9) . Según el evangelista, Jesús toma consigo a Pedro, Santiago y Juan, los lleva aparte a una montaña, y allí «se transfigura delante de ellos». Son los tres discípulos que, al parecer, ofrecen mayor resistencia a Jesús cuando les habla de su destino doloroso de crucifixión. Pedro ha intentado incluso quitarle de la cabeza esas ideas absurdas. Los hermanos Santiago y Juan le andan pidiendo los primeros puestos en el reino del Mesías. Ante ellos precisamente se transfigurará Jesús. Lo necesitan más que nadie. La escena, recreada con diversos recursos simbólicos, es grandiosa. Jesús se les presenta «revestido» de la gloria del mismo Dios. Al mismo tiempo, Elías y Moisés, que según la tradición, han sido arrebatados a la muerte y viven junto a Dios, aparecen conversando con él. Todo invita a intuir la condición divina de Jesús, crucificado por sus adversarios, pero resucitado por Dios. La presencia de Moisés y Elías, nos recuerdan la ley y el profetismo del Antiguo Testamento y que no hay ruptura entre el proyecto de Dios en el Antiguo Testamento y el proyecto de Jesús. Que hay continuidad, pero que el proyecto de Dios culmina con Cristo y culminará con el establecimiento del Reino de manera definitiva (Mc 1,15). Un Reino que comenzó con Cristo (Mc 1,15 -16). Pedro reacciona con toda espontaneidad: «Señor, ¡qué bien se está aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». No ha entendido nada. Por una parte, pone a Jesús en el mismo plano y al mismo nivel que a Elías y Moisés: a cada uno su tienda. Por otra parte, se sigue resistiendo a la dureza del camino de Jesús; lo quiere retener en la gloria del Tabor, lejos de la pasión y la cruz del Calvario. Dios mismo le va a corregir de manera solemne: «Éste es mi Hijo amado». No hay que confundirlo con nadie. «Escuchadle a él», incluso cuando os habla de un camino de cruz, que termina en resurrección. Sólo Jesús irradia luz. Todos los demás, profetas y maestros, teólogos y jerarcas, doctores y predicadores, tenemos el rostro apagado. No hemos de confundir a nadie con Jesús. Sólo él es el Hijo amado. Su Palabra es la única que hemos de escuchar. Las demás nos han de llevar a él. Y hemos de escucharla también hoy, cuando nos habla de «cargar la cruz» de estos tiempos. El éxito nos hace daño a los cristianos. Nos ha llevado incluso a pensar que era posible una Iglesia fiel a Jesús y a su proyecto del reino, sin conflictos, sin rechazo y sin cruz. Hoy se nos ofrecen más posibilidades de vivir como cristianos «crucificados». Nos hará bien. Nos ayudará a recuperar nuestra identidad cristiana. Este mensaje de Jesús, encuentra hoy muchos obstáculos para llegar hasta los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Al abandonar la práctica religiosa, muchos han dejado de escucharlo para siempre. Ya no oirán hablar de Jesús si no es de forma casual o distraída. Una Cuaresma de “transfigurados”... La Cuaresma cristiana es como el caminar de Israel y de Jesús, por el desierto de la vida, para llegar a la montaña santa, del Sinaí o del Tabor. Entramos al desierto o subimos a la montaña, de la tentación, de la prueba y de la oración, de la serenidad y del encuentro con Cristo, para bajar de ella y seguir en la lucha de cada día. Nos sentimos animados por la fe y el Bautismo, nos preparamos con un corazón contrito y humillado, pero también “transfigurado” por el encuentro con Cristo en estos cuarenta días. Hace falta subir a la montaña y escuchar la voz de Dios que nos invita a escuchar y seguir a su Hijo. Es vivir la vida de cada día teniendo a Jesús de nuestra parte, haciendo la experiencia de la fe con el Señor. Los sacramentos de la Cuaresma, el Bautismo, la Reconciliación y la Eucaristía, son momentos de transfiguración. El primero, el Bautismo, es nuestra primera experiencia de transfiguración, de Dios en nosotros. La Reconciliación es el sacramento de la conversión, por el cual Dios transfigura nuestra condición pecadora en hijos e hijas suyos, perdonados y justificados. Pero siempre, la Eucaristía, donde el Cuerpo y la Sangre del Señor, deben ser todos estos días al recibirlos, experiencias de transfiguración, que nos hagan vivir más cambiados y transformados, es decir, siendo imagen perfecta de Cristo (Rom 7,28-30). Preparémonos así, recibiéndolos en esta Cuaresma, a celebrar dignamente la Pascua. Apéndice DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA Una visión anticipada del Reino: La Transfiguración. 554 A partir del día en que Pedro confesó que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo, el Maestro "comenzó a mostrar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén, y sufrir [...] y ser condenado a muerte y resucitar al tercer día" (Mt 16, 21): Pedro rechazó este anuncio (cf. Mt 16, 22-23), los otros no lo comprendieron mejor (cf. Mt 17, 23; Lc 9, 45). En este contexto se sitúa el episodio misterioso de la Transfiguración de Jesús (cf. Mt 17, 1-8 par.; 2 P 1, 16-18), sobre una montaña, ante tres testigos elegidos por él: Pedro, Santiago y Juan. El rostro y los vestidos de Jesús se pusieron fulgurantes como la luz, Moisés y Elías aparecieron y le "hablaban de su partida, que estaba para cumplirse en Jerusalén" (Lc 9, 31). Una nube les cubrió y se oyó una voz desde el cielo que decía: "Este es mi Hijo, mi elegido; escuchadle" (Lc 9, 35). 555 Por un instante, Jesús muestra su gloria divina, confirmando así la confesión de Pedro. Muestra también que para "entrar en su gloria" (Lc 24, 26), es necesario pasar por la Cruz en Jerusalén. Moisés y Elías habían visto la gloria de Dios en la Montaña; la Ley y los profetas habían anunciado los sufrimientos del Mesías (cf. Lc 24, 27). La Pasión de Jesús es la voluntad por excelencia del Padre: el Hijo actúa como siervo de Dios (cf. Is 42, 1). La nube indica la presencia del Espíritu Santo: Tota Trinitas apparuit: Pater in voce; Filius in homine, Spiritus in nube clara ("Apareció toda la Trinidad: el Padre en la voz, el Hijo en el hombre, el Espíritu en la nube luminosa" (Santo Tomás de Aquino, S.th. 3, q. 45, a. 4, ad 2): «En el monte te transfiguraste, Cristo Dios, y tus discípulos contemplaron tu gloria, en cuanto podían comprenderla. Así, cuando te viesen crucificado, entenderían que padecías libremente, y anunciarían al mundo que tú eres en verdad el resplandor del Padre» (Liturgia bizantina, Himno Breve de la festividad de la Transfiguración del Señor) 556 En el umbral de la vida pública se sitúa el Bautismo; en el de la Pascua, la Transfiguración. Por el bautismo de Jesús "fue manifestado el misterio de la primera regeneración": nuestro Bautismo; la Transfiguración "es es sacramento de la segunda regeneración": nuestra propia resurrección (Santo Tomás de Aquino, S.Th., 3, q. 45, a. 4, ad 2). Desde ahora nosotros participamos en la Resurrección del Señor por el Espíritu Santo que actúa en los sacramentos del Cuerpo de Cristo. La Transfiguración nos concede una visión anticipada de la gloriosa venida de Cristo "el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo" (Flp 3, 21). Pero ella nos recuerda también que "es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios" (Hch 14, 22): «Pedro no había comprendido eso cuando deseaba vivir con Cristo en la montaña (cf. Lc 9, 33). Te ha reservado eso, oh Pedro, para después de la muerte. Pero ahora, él mismo dice: Desciende para penar en la tierra, para servir en la tierra, para ser despreciado y crucificado en la tierra. La Vida desciende para hacerse matar; el Pan desciende para tener hambre; el Camino desciende para fatigarse andando; la Fuente desciende para sentir la sed; y tú, ¿vas a negarte a sufrir?» (San Agustín, Sermon, 78, 6: PL 38, 492-493).