XX Domingo del Tiempo Ordinario No he venido a traer paz sino división (Lc 12,49-53) ANTÍFONA DE ENTRADA (Sal 83,10-11) Fíjate, oh Dios, en nuestro escudo; mira el rostro de tu Unigido, pues vale más un día en tu atrios que mil en mi casa. ORACIÓN COLECTA Oh Dios, que has preparado bienes inefables para los que te aman;infunde tu amor en nuestros corazones, para que, amándote en todo, y sobre todas las cosas, consigamos alcanzar tus promesas, que superan todo deseo. PRIMERA LECTURA ((Jr 38, 4-6.8-10) Me engendraste hombre de pleitos para todo el país. Lectura del Profeta Jeremías En aquellos días, los príncipes dijeron al rey: «Muera ese Jeremías, porque está desmoralizando a los soldados que quedan en la ciudad y a todo el pueblo, con semejantes discursos. Ese hombre no busca el bien del pueblo, sino su desgracia». Respondió el rey Sedecías: «Lo dejo en sus manos, pues el rey no puede oponerse a los deseos de ustedes». Ellos se apoderaron de Jeremías y lo arrojaron en el pozo del príncipe Malquías, ubicado en el patio de la guardia, descolgándolo con sogas. En el pozo no había agua, sino lodo, y Jeremías se hundió en el lodo. Ebedmelek salió del palacio y habló al rey: «Mi rey y señor, esos hombres han tratado muy mal al profeta Jeremías, arrojándolo al pozo, donde morirá de hambre, porque no queda pan en la ciudad». Entonces el rey ordenó a Ebedmelek, el cusita: «Toma tres hombres a tu mando, y saquen al profeta Jeremías del pozo, antes de que muera». SALMO RESPONSORIAL (Sal 39 2-4.18) R/. Señor, date prisa en socorrerme Yo esperaba con ansia al Señor; Él se inclinó y escuchó mi grito. R/. Me levantó de la fosa fatal, de la charca fangosa; afianzó mis pies sobre roca, y aseguró mis pasos. R/. Me puso en la boca un cántico nuevo, un himno a nuestro Dios. Muchos, al verlo, quedaron sobrecogidos y confiaron en el Señor. R/. Yo soy pobre y desgraciado, pero el Señor cuida de mí; tú eres mi auxilio y mi liberación: Dios mío, no tardes. R/. SEGUNDA LECTURA (Heb 12,1-4) Corramos la carrera que nos toca sin retirarnos. Lectura de la Carta a los Hebreos Hermanos: Una nube ingente de testigos nos rodea: por tanto, quitémonos lo que nos estorba y el pecado que nos ata, y corramos en la carrera que nos toca, sin retiramos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús, que, renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. Recordad al que soportó la oposición de los pecadores, y no os canséis ni perdáis el ánimo. Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado. ACLAMACIÓN AL EVANGELIO (Jn 10,27) R/. Aleluya, aleluya Mis ovejas escuchan mi voz —dice el Señor—. Yo las conozco y ellas me siguen. R/.Aleluya, aleluya EVANGELIO (Lc 12,49-53) No he venido a traer paz sino división Lectura del Santo Evangelio según San Lucas En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla! ¿Pensáis que he venido a traer al mundo la paz? No, sino división. En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra». Se dice el «Credo» ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS Por el único sacrificio de Cristo, tu Unigénito, te has adquirido, Señor, un pueblo de hijos; concédenos propicio los dones de la unidad y de la paz en tu Iglesia ANTÍFONA DE COMUNIÓN (Sal 103, 13-25) La tierra se sacia de tu acción fecunda, Señor, para sacar pan de los campos y vino que alegra el corazón del hombre. O bien (Jn 6,55) El que come mi Carne y bebe mi Sangre —dice el Señor—, tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN Te pedimos, Señor, que lleves a nosotros en su plenitud la obra salvadora de tu misericordia; condúcenos a la perfección tan alta y mantennos en ella de tal forma que en todo podamos agradarte. Lectio En el evangelio que la Iglesia nos presenta en este XX domingo del tiempo ordinario, encontramos frases que nos comprometen y alientan nuestra vida para seguir creciendo desde nuestra realidad de bautizados. Jesús vino a traer fuego sobre la tierra, un fuego arrollador desde la presencia vivificante del Espíritu Santo. La imagen del fuego se presenta muchas veces en la Biblia: Es imagen de la purificación, de la iluminación (Is. 1,25; Zc.13.9) Juan bautizaba con agua pero después de Él, Jesús había bautizado por medio del fuego (Lc. 3.16) fuego unido a la acción del Espíritu santo (Hch.2. 2-4) que combinado con la imagen del bautismo indica la dirección en la que Jesús quiere que dirijamos nuestra imaginación. Jesús exige de sus discípulos, una sincera determinación, no quiere “medias tintas” hay que elegir, discernir definitivamente. Anuncia con fuerza el anhelo de asumir la vocación de la entrega de manera radical, dentro del proyecto que Dios tiene para cada uno de nosotros y que hay que asumirlo totalmente. Dejarnos envolver por el fuego del Espíritu Santo que es caridad y amor, que actúa a través de Cristo y del Espíritu Santo. Jesús resalta la propuesta de la entrega total, que busca la radicalidad y lo absoluto en Dios El Señor. Al describir Lucas al espíritu Santo como fuego (Hch.2.2-4) resalta al fuego como el fervor con tinte de mucha oración, contemplación, también oración comunitaria que prende el corazón de sus seguidores o sea de cada uno de nosotros a la entrega decidida hasta las últimas consecuencias. La división en Jesús en el contexto de este evangelio quiere situarnos en la opción fundamental para seguirle, naturalmente no es comprendida, puede ubicarnos en la más entrañable familia, también en la realidad cuotidiana que ya conocemos de tantas divisiones en la sociedad y en toda situación¸ Anunciamos y vivimos al estilo de Jesús, hoy también vivimos al igual que en la cultura de Jesús la experiencia de la división. Sin embargo el anuncio de la fraternidad depende de nosotros, la división existe ante todo dentro de nosotros mismos toda vez que se debilita el anuncio porque perdemos el dialogo con El Señor so pretexto de las múltiples actividades mentales y físicas. El testimonio nos debe hacer creíbles desde el seno de nuestras familias, comunidades o lugares donde por nuestras tareas interactuamos en la mayor parte de nuestro tiempo; Ser cristianos es sentirnos compenetrados por la paz de Jesucristo desde nuestro corazón enardecido, enfebrecido, total, definitivo desde la experiencia del Espíritu. La tarea evangélica es transformar la sociedad en el discernimiento y la radicalidad por el seguimiento a Jesucristo. Hoy más que nunca nos llama nos “zamarrea” no nos quiere instalados apoyados del rito y del cumplimiento. Quiere que nos desinstalemos que el rito y el cumplimiento se conviertan en vida que se desencadena en el constante diálogo con Dios y con el hermano. Prefiere que practiquemos su máxima “amar al prójimo”. ¿Qué nos dice el texto hoy a nuestra vida? Jesús habla de su misión y de sí mismo como un “fuego sobre la tierra” y también dice “¡cuánto desearía que ya estuviera ardiendo!”. ¿Nos dejamos transformar por Jesús y su Reino? ¿Ardemos en su fuego? ¿Qué actitudes y hechos de nuestra vida lo demuestran? La misión de Jesús produce “división” porque provoca la toma de postura ante la realidad y su mensaje? ¿Cuándo se viven los valores del evangelio se producen diferencias en una familia, comunidad, grupo u organización? Cuando nos dejamos transformar por Jesús ardemos en su fuego: ¿Qué pasa con nuestra familia? ¿Con nuestros amigos o con la gente? ¿Emprendemos con ánimo la misión que nos encomienda Jesús o caemos en actitudes cautas por temor? ¿Predicamos la Buena Noticia a los pobres sin temor al conflicto? ¿Cuál es el mensaje del texto para nuestra vida hoy y qué podemos hacer en concreto para que se haga realidad? Compromiso: ¿Qué podemos hacer esta semana para que el fuego que vino a traer Cristo sea más “ardiente”? Llevamos una "palabra". Puede ser un versículo o una frase del texto. Tratar de tenerla en cuenta y buscar un momento cada día para recordarla y tener un tiempo de oración donde volver a conversarla con el Señor. Oremos: Señor, sabemos que los valores del Reino no son aceptados por toda la gente. Ayúdanos a ser solidarios(as), a trabajar por la justicia, a buscar la paz, a construir fraternidad y así alimentar con nuestras palabras, gestos y actitudes el fuego de tu misión. Apéndice CATECISMO DE LA IGLESIA «He venido a arrojar un fuego sobre la tierra…» 696: El fuego. Mientras que el agua significaba el nacimiento y la fecundidad de la Vida dada en el Espíritu Santo, el fuego simboliza la energía transformadora de los actos del Espíritu Santo. El profeta Elías que «surgió como el fuego y cuya palabra abrasaba como antorcha» (Si 48, 1), con su oración, atrajo el fuego del cielo sobre el sacrificio del monte Carmelo, figura del fuego del Espíritu Santo que transforma lo que toca. Juan Bautista, «que precede al Señor con el espíritu y el poder de Elías» (Lc 1, 17), anuncia a Cristo como el que «bautizará en el Espíritu Santo y el fuego» (Lc 3, 16), Espíritu del cual Jesús dirá: «He venido a traer fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviese encendido!» (Lc 12, 49). En forma de lenguas «como de fuego» se posó el Espíritu Santo sobre los discípulos la mañana de Pentecostés y los llenó de él (Hech 2, 3-4). La tradición espiritual conserva rá este simbolismo del fuego como uno de los más expresivos de la acción del Espíritu Santo. «No extingáis el Espíritu» (1 Tes 5, 19). «Con un bautismo tengo que ser bautizado…» 536: El bautismo de Jesús es, por su parte, la aceptación y la inauguración de su misión de Siervo doliente. Se deja contar entre los pecadores; es ya «el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Jn 1, 29); anticipa ya el «bautismo» de su muerte sangrienta (Ver Lc 12, 50). Viene ya a «cumplir toda justicia» (Mt 3, 15), es decir, se somete enteramente a la voluntad de su Padre: por amor acepta el bautismo de muerte para la remisión de nuestros pecados (Ver Mt 26, 39). A esta aceptación responde la voz del Padre que pone toda su complacencia en su Hijo. El Espíritu que Jesús posee en plenitud desde su concepción viene a «posarse» sobre él. De él manará este Espíritu para toda la humanidad. En su bautismo, «se abrieron los cielos» (Mt 3, 16) que el pecado de Adán había cerrado; y las aguas fueron santificadas por el descenso de Jesús y del Espíritu como preludio de la nueva creación. 1214: Bautizar (baptizein en griego) significa «sumergir», «introducir dentro del agua»; la «inmersión» en el agua simboliza el acto de sepultar al catecúmeno en la muerte de Cristo de donde sale por la resurrección con El como «nueva criatura» (2 Cor 5, 17; Gal 6, 15). 1225: En su Pascua, Cristo abrió a todos los hombres las fuentes del Bautismo. En efecto, había hablado ya de su pasión que iba a sufrir en Jerusalén como de un «Bautismo» con que debía ser bautizado (Ver Lc 12, 50). La sangre y el agua que brotaron del costado traspasado de Jesús crucificado (Ver Jn 19, 34) son figuras del Bautismo y de la Eucaristía, sacramentos de la vida nueva: desde entonces, es posible «nacer del agua y del Espíritu» para entrar en el Reino de Dios (Ver Jn 3, 5). Considera dónde eres bautizado, de donde viene el Bautismo: de la Cruz de Cristo, de la muerte de Cristo. Ahí esta todo el misterio: Él padeció por ti. En Él eres rescatado, en Él eres salvado (San Ambrosio).