Drogas de diseño La música a todo volumen, las luces que parpadean alocadamente y sin parar, los rayos láser que dibujan líneas infinitas, que se multiplican en los espejos y en la multitud que salta al compás del DJ de moda. Todo esto pareciese no alcanzar para vivir una fiesta electrónica a pleno. Es entonces cuando el mercado de las drogas irrumpe en la escena y los jóvenes, convocados para seguir bailando a un ritmo frenético durante más tiempo, caen en la tentación de lo que aparenta ser una solución rápida para ese dilema: una pequeña pastilla que promete más fiesta, baile y desinhibición por más tiempo. En 2006 el porcentaje de jóvenes que habían consumido alguna vez éxtasis, dentro del total de consumidores de drogas psicoactivas en el país, alcanzaba al 3,8%. En 2015, ese porcentaje trepó al 12% Las drogas de síntesis son un amplio grupo de sustancias psicoactivas con ciertas características comunes. Se elaboran por síntesis química en laboratorios clandestinos, ya que se fabrican a partir de productos farmacéuticos que fueron relegados por falta de utilidad terapéutica (éxtasis) y otras imitan la estructura química de sustancias de origen botánico. Sus efectos en el cerebro se parecen a otras drogas conocidas como estimulantes y alucinógenos. La gran cantidad de derivados tanto por su producto activo como por sus adulterantes los hacen, si cabe, más peligroso. Estas drogas alucinógenas comenzaron a darse a conocer con los nombres de LSD (ácido lisérgico), éxtasis, ketamina y popper. Ahora, irrumpieron en las últimas fiestas con la denominación de Superman, Love, Luna y NBOMe. Formas de consumo Las drogas de síntesis se distribuyen en forma de comprimidos, tabletas, cápsulas o polvos, por lo que su vía normal de administración es por vía oral. Los comprimidos y tabletas suelen tener formas y colores atractivos que hacen de su uso una forma de moda entre la juventud. La mayor parte de los consumidores son jóvenes de entre 18 y 24 años, el doble de hombres. Son drogas de carácter social consumidas por personas inmaduras que tienden a juntarse para su uso y forman auténticas manadas que ofrecen al grupo una forma de comunicación y de integración (afinidad, confianza, complicidad) para realizar una fiesta. Efectos de las drogas de síntesis No todas son idénticas pero en general los efectos pueden ser: • • • • • • • • • • • Aumento del ritmo cardiaco con taquicardia, arritmia, hipertensión arterial. Sequedad de boca. Aumento de la sudoración. Contracciones mandibulares. Temblores. Vértigo. Deshidratación. Hipertermia (aumento de la temperatura corporal). Aumento del estado de alerta con insomnio. Efectos psicológicos con ansiedad, irritabilidad, sensación de euforia, locuacidad, sensación de gran energía física y emocional, mejora de la autoestima, emotividad desinhibida y mayor facilidad para las relaciones sociales. A dosis altas, cuadros de pánico, confusión y psicosis con alucinaciones visuales o auditivas. Cuando los efectos decaen aparecen el agotamiento, la fatiga, la sensación de inquietud y depresión, que pueden durar varios días, también aquí se utiliza el término "bajón". A largo plazo, aparecen secuelas de confusión mental, alteraciones de concentración y de memoria, cambios bruscos del humor, alteraciones hepáticas y cardiovasculares. Consideramos que el sujeto que llega a hacerse adicto a cualquier sustancia psicoactiva, incluyendo las que nuestra cultura les confiere un marco de legalidad: el alcohol y el tabaco, o bien a cualquier objeto externo (trabajo, Internet, sexo, etc., lo que se denomina en la actualidad “Las Nuevas Adicciones”), es porque previamente y de manera paulatina a lo largo de su historia y su entorno se han ido desarrollando e instalando como patrones en su estilo de vida, diferentes elementos que fueron conformando tal estructura disfuncional. Suele decirse de manera coloquial que “el sujeto adicto es sólo la punta del iceberg, pero que la verdadera estructura es la que permanece detrás de lo observable”, que “la droga es la fiebre y hay que buscar la infección en otro lado”, o bien que “la relación del sujeto con la droga es el interruptor que saltó, pero hay que investigar dónde se produjo el cortocircuito”. Dichas ideas poseen como denominador común el hecho de considerar a la adicción como el síntoma que representa una problemática mucho más compleja. Que la persona llegue a la instancia de recurrir a determinados objetos, en este caso diferentes tipos de drogas, con diversas finalidades: aplacar angustias, evadir conflictos recurrentes, lograr bienestar subjetivo y cierta desinhibición a la hora de establecer nuevos vínculos, formar parte de un grupo de pares, diferenciarse de las pautas establecidas dentro de la familia, etc. representa el último eslabón de una cadena que empezó a gestarse mucho antes del consumo propiamente dicho. Por lo tanto si sostenemos y entendemos la dependencia (independientemente de cual sea el objeto externo con el que se establece este vínculo dependiente) como un elemento más que se incluye dentro de la noción de proceso, creemos por lo tanto que es posible intervenir e interrumpir lo que se fue gestando a través del tiempo. En este caso, el sujeto adicto. Para lograr tal objetivo es necesario que dicha intervención se realice a través del trabajo y seguimiento desarrollado por profesionales especialistas en la problemática abordada. Ya que la misma posee características definidas que la diferencian de otras patologías actuales. Por lo tanto es necesario abordarla con técnicas precisas y focalizadas, capaces de sostener el encuadre terapéutico, y en donde se incluya a los diferentes agentes que intervienen en el surgimiento y sostenimiento de dicha problemática, sobre todo a los integrantes de su familia más próxima. La adolescencia Ésta es la etapa evolutiva, un momento crucial para la conformación de la personalidad, que permanece, sobre todo durante este período, en vías de desarrollo y redefinición de lo que serán las bases en las que se edificarán la estructura de identidad del adulto. Es el momento en que el joven ejecuta un proceso de reestructuración, empiezan a definirse los vínculos que conformarán su vida social y a establecerse cuál será el proyecto de vida por apuntar. Se abren un abanico de oportunidades y se obtiene del medio cada vez más ofertas, que muchas veces el sujeto no termina de procesar adecuadamente. En parte posee cierta autonomía, fortaleza y libertad para poder ser él el protagonista de dicho proceso y por otro lado depende de lo que recibe del mundo adulto del cual todavía sigue formando parte, ya que la independencia está, en esta etapa, más relacionada hacia donde el joven se dirige pero que todavía no ha logrado consolidar. Por momentos puede ser el joven quien elige con qué figuras identificarse y a quién adoptar como modelo a imitar, qué conductas desarrollar, cuáles descartar. Pero en muchas otras oportunidades es el peso de la cultura y su ritmo vertiginoso, sobre todo el que se expande a través de los distintos canales de comunicación, especialmente desde la TV e Internet, el que invade, presiona y determina dicho proceso de identificación y hace perder, paulatinamente, la capacidad de ser autónomo y genuino en sus decisiones y el estilo de vida a desarrollar. Por otro lado, gran parte de la personalidad del adolescente, empieza a estructurarse a partir de incorporar y adoptar como propios patrones en la forma de pensar, actuar y relacionarse con los demás, no sólo los que se transmiten a través de los medios, sino también los imperantes en el grupo de pares del cual forma parte. Cuando hay una personalidad de base bien configurada, con suficiente fortaleza yoica, con un buen nivel de autoestima y capacidad para conectarse y compartir con el mundo exterior sus afectos más profundos, siendo capaz de tomar decisiones personales, haciendo prevalecer su autonomía e individualidad independientemente de los imperativos grupales, con lazos sólidos y consistentes dentro de su núcleo familiar, etc., dicha identificación con su grupo probablemente esté ligada a la etapa propiamente adolescente y luego de transitarla estará en condiciones de capitalizar e integrar a la base de su personalidad, aquellas experiencias vividas durante esta etapa. Ahora bien, aquellos jóvenes que han carecido o bien no han podido instalarse de manera adecuada representaciones parentales sólidas, en los que no se ha desarrollado una personalidad cohesiva, segura de sí misma, que poseen además baja autoestima, con dificultad para conectarse con su mundo afectivo, con la tenden cia a establecer vínculos interpersonales poco profundos, etc., corren el riesgo de que tales tendencias, propias de una etapa (la adolescente), se instalen como patrones rígidos trascendiendo este momento evolutivo y conformando características propias de la adultez, siendo incapaz de lograr la madurez necesaria que se requiere para transitar y afrontar con éxito las vicisitudes, experiencias complejas y dificultades que la vida misma impone. Esta personalidad es vulnerable y queda en cierto modo más expuesta a desarrollar, como propios, patrones desadaptivos de conducta, pensamiento y en la forma de vincularse hacia el mundo exterior. Personalidad adicta Como mencionamos durante la introducción, para que un sujeto llegue a desarrollar un patrón de consumo desadaptativo, debe poseer ciertas características de base. Es, como dijimos, la adolescencia la etapa en donde las carencias personales quedan más expuestas. Al encontrarse redefiniendo su identidad y por estar situado “a mitad de camino” entre el mundo infantil y el adulto, se incrementa la vulnerabilidad y el riesgo de no poder filtrar aquellos factores causantes de futuros desórdenes psicopatológicos. En primer lugar, tenemos que saber que en la etiología de la personalidad adicta intervienen diversos factores de diversa índole y con características precisas. Se habla de multicausalidad, es decir que nos situamos frente a un “trastorno generado por varias causas”. Pudiéndose agrupar dichos factores en causas: individuales y sociales (cultura y familia). La personalidad adicta se desarrolla inclusive antes de que el individuo entre en contacto con el objeto externo capaz de generar a posteriori un vínculo dependiente. Cuando esto sucede es considerado un sujeto de alto riesgo, ya que a la base de su personalidad ya vulnerable añadió un elemento con un gran poder adictivo. Aquí se inició el proceso hacia una posible drogodependencia o drogadicción. Para contraer este trastorno que abordamos y buscamos prevenir es necesaria la concurrencia de los siguientes factores: 1. 2. 3. 4. un agente exterior: la droga. un medio facilitador: el medio sociocultural. un entorno familiar. un ser humano cuya estructura de carácter lo haga vulnerable. La droga Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el concepto droga resulta aplicable a toda sustancia, terapéutica o no, que introducida en el cuerpo por cualquier vía es capaz de actuar sobre el sistema nervioso central hasta provocar en él una alteración física o intelectual, la experimentación de nuevas sensaciones o la modificación de su estado psíquico. Esa modificación, condicionada por los efectos inmediatos o persistentes, predispone a una reiteración continuada en el uso del producto. Su capacidad de crear dependencia física o psíquica en el que consume es precisamente una de las características más importantes a la hora de definir una sustancia como droga. Incluimos dentro de este factor a “aquellos nuevos objetos”, que si bien no están compuestos por elementos químicos llevan al sujeto a relacionarse con ellos de manera dependiente y desadaptativa, ya que conducen muchas veces al aislamiento y ensimismamiento, perdiendo el joven paulatinamente la posibilidad de vincularse y abrirse al mundo exterior. Y paralelamente se incrementa en intensidad y cantidad el tiempo insumido en la realización de dicha actividad, privando al joven de actuar con apertura y amplitud de intereses. Nos referimos: al uso excesivo de Internet y el sexo desordenado, como los más característicos. El contexto Socio – Cultural Hoy se ha instalado en nuestra cultura el consumo como un valor supremo. La identidad personal, las relaciones humanas, las nociones de progreso y éxito, la felicidad y el sentimiento de plenitud aparecen inexorablemente ligados al valor antes mencionado. La premisa que muchas veces se transmite desde el mundo adulto hacia los jóvenes perecería estar orientada a obtener el mayor placer posible, con la tendencia concomitante a evitar cualquier vivencia de displacer y malestar subjetivo. Lo importante es pasarla bien, dejarse guiar por lo que uno siente en ese momento. “En el mundo occidental junto a una sacralización de la noción de placer ha crecido paralelamente, día tras día, la intolerancia al malestar”. Con esto corremos el riesgo de creer que la salud nada tiene que ver con las crisis, las angustias, los duelos, la duda, los conflictos personales. Todos estos estados propios de cualquier etapa evolutiva por las que transita el ser humano y sobre todo rasgo característico de la adolescencia y signo de salud mental que se hagan presentes en cualquier etapa del desarrollo y sobre todo en la que nos compete: la adolescencia. Por otro lado, es propio de nuestra cultura que en pos de vivir con la mayor intensidad posible cada circunstancia fortuita o buscada que se presente, priva muchas veces al joven de poder planificar, proyectarse hacia delante y ser congruente con las metas establecidas a través de un comportamiento sostenido en el tiempo. Valores como la perseverancia, la responsabilidad, el compromiso, y el esfuerzo parecen no encontrar espacio dentro del repertorio de la vida de los jóvenes de hoy. La familia Si la relación con la familia, sobre todo con los padres, con la pareja de los padres, con sus hermanos, ha sido deficitaria, frustrante, poco confiable, discontinua o violenta, todo ello quedará registrado como conflictos infantiles latentes y, cuando despiertan en la adolescencia, lo hacen con un agravante: se tiene habilidad motora, lucidez y astucia para expresarlos a través de la actuación. Cuando ciertas características de la familia del joven se combinan con las características individuales, más la influencia de ciertos elementos de nuestra cultura antes mencionados, más la sustancia propiamente dicha, antes desarrollada, se forma un “cóctel peligroso”. Dicho esto, es necesario desde el inicio del tratamiento incluir a la familia con todos sus integrantes. Es fundamental la participación activa de los diferentes agentes de este sistema familiar, para lograr cambios significativos en la conducta del joven y que los mismos puedan sostenerse a través del tiempo. Ya que muchas veces esta conducta del joven actúa como el emergente de un sistema más complejo, es necesario evaluar y trabajar sobre ciertos patrones familiares, muchos de ellos vinculados a la relación entre padres e hijos, que de no modificarse dificultarían el desarrollo del tratamiento y el camino hacia la madurez y la integridad personal. Entre ellos es importante atender elementos como: Sobreprotección: Ambos padres o el más influyente pueden sobreproteger al hijo. Se vive para él, se renuncia a las propias necesidades haciendo prevalecer los deseos del hijo, se pierde la posibilidad de asumir una posición más crítica que limita y corrige frente a las desviaciones y transgresiones. No se le exige en función de sus verdaderas capacidades sino que se asume excesiva tolerancia a la mediocridad, el abandono y la falta de responsabilidad. Roles: Cuando no se ha desarrollado una adecuada distribución de los roles dentro del seno familiar, puede que alguno de los padres establezca patrones en el vínculo con sus hijos semejantes al que se establece dentro del de grupo de pares. De este modo se forma una alianza entre ambos que después es difícil de desarticular. Suele también recaer sobre una única figura el ejercicio de determinada función, generando esto un conflicto con el joven (por ejemplo ser la madre la única en poner límites). Conflictos permanentes entre los padres descuidando de este modo la crianza de sus hijos: Incurrir en constantes diferencias y confrontaciones muchas veces en presencia de sus hijos. O bien que uno de los padres tienda a relativizar o ridiculizar ante el hijo lo expuesto por el otro padre. Inconsistencia a la hora de poner límites: Muchas veces se concibe al límite como un castigo y no como un elemento indispensable para el crecimiento sano y el camino hacia la madurez, de este modo aparece el límite como última instancia. Por ejemplo, que el joven se ponga a estudiar cuando tiene varias materias en diciembre o bien limitar las salidas luego de transformarse en hábito el consumo de alcohol o las llegadas excesivamente tarde, etc. Puede suceder también que los padres se ubiquen en polos antagónicos siendo uno demasiado complaciente y otro demasiado restrictivo, pero sin llegar a ponerse de acuerdo para establecer y bajar límites adecuados y consistentes. O bien inconsistencia en el discurso que se transmite al hijo, pasando de una posición absolutamente permisiva a adoptar una conducta más rígida, inflexible e intolerante frente a las embestidas del hijo adolescente. Cuando prevalecen vínculos poco afectivos, priorizando la norma, el deber y la responsabilidad por sobre el afecto, la contención, el abrazo y la mirada cariñosa y contemplativa. Incoherencia entre lo que se transmite a los hijos a través del discurso y lo que se desarrolla como patrón de la conducta por parte de los padres: “Haz lo que yo digo, pero no lo que yo hago”. Canales de comunicación alterados: Dificultad para conectarse con las vivencias más profundas del hijo y dialogarlas. Priorizar constantemente otras actividades como el trabajo o las salidas con amistades, que los espacios compartidos con los hijos. Suprimir o incluir objetos externos en momentos propicios para el diálogo, por ejemplo comer cada uno por su lado o bien hacerlo con la televisión encendida. O bien cuando prevalece la “…comunicación de cosas insignificantes o inapropiadas con ocultamiento de otras esenciales, que de algún modo le conciernen al hijo, estén referidas al pasado, al presente y al futuro.” Dicho esto, se hace imprescindible que la familia, sobre todo los padres, intervengan activamente en el desarrollo del tratamiento. Insistiendo que si la conducta del joven es en gran parte una respuesta a los postulados que emergen del seno familiar. Por lo tanto para que este repertorio del joven se modifique y tales cambios puedan persistir en el tiempo, es sumamente necesario también la revisión y reestructuración de ciertos patrones familiares. La personalidad “La personalidad es la organización dinámica de los sistemas psicofísicos que determinan los ajustes del individuo al medio circundante.” “Entendemos que existen problemas de personalidad previos al comienzo del consumo y que se han agravado o reavivado con el surgimiento de los cambios de la pubertad y la adolescencia.” Cuando prevalecen en el joven: Conductas tendientes a la apatía, el poco compromiso con las actividades emprendidas siendo poco frecuente la posibilidad de concluirlas, la falta de responsabilidad para consigo mismo y con los demás, que conducen en ocasiones a exponerse a situaciones de riesgo. O bien a un deterioro progresivo de las responsabilidades que le corresponden, como por ejemplo disminución en el rendimiento escolar. Pobre control de los impulsos desarrollando continuamente conductas de acción. Comportamiento exigente que no tolera fisuras ni equivocaciones, que conlleva a desarrollar una baja tolerancia a la frustración. Un pensamiento caracterizado por la rigidez y la inflexibilidad, no tolerando, y muchas veces reaccionando con irritabilidad e intolerancia, opiniones o ideas contrarias a las asumidas. Lo que dificulta muchas veces la capacidad de hacer insigth, que conlleva a ir “fracasando” en diferentes tratamientos terapéuticos, al no poder cumplirse con objetivos propios del encuadre. Ideas persistentes de sobrevaloración y omnipotencia, desoyendo y desatendiendo consejos, orientaciones o marcaciones realizadas por figuras adultas o provenientes de su grupo de pares. Asimismo de manera contraria, pueden prevalecer ideas de inseguridad o inadecuación, asumiendo una posición retraída y pasiva frente a los demás. Sentimientos de baja autoestima, falta de confianza en sí mismo o en la imagen que otros tienen de sí, la insatisfacción del rol social asumido. Poca conciencia de los conflictos o problemáticas que padece. Tendiendo a minimizar y relativizar hábitos que se instalan en el repertorio de su conducta, entre ellas el consumo de diferentes sustancias psicoactivas, o bien establecer relaciones dependientes con objetos externos. Indiferencia o bien oposicionismo manifiesto a las indicaciones impartidas por los padres tendiendo a realizar constantemente conductas opuestas a las que prevalecen dentro del núcleo familiar. Vínculos sustentados en la intolerancia, la frivolidad, la falta de diálogo, caracterizados por su carácter pasajero. Pero sobre todo cuando no logra el joven comunicar hacia el exterior lo que está viviendo. Cuando carece de las herramientas necesarias para establecer canales necesarios para conectarse y compartir con los demás el mundo de sus afectos, como asimismo de sus vivencias de las experiencias cotidianas. Es decir “cuando no puede el joven hablar de lo que le pasa”, con la consecuencia concomitante a guardarse para sí lo que piensa, siente o cree, actuándolo a posteriori en el exterior. El análisis y la conjunción de todos estos elementos entendidos como parte estructurante de una totalidad que se encuentra en vías de formación nos lleva a pensar que está en vías de consolidación una personalidad adicta. Y por lo tanto esta población es vulnerable y considerada de riesgo. “Promover la salud mental en la adolescencia es mucho más efectivo que luchar tardíamente contra patologías como la drogadicción, que una vez establecidas son muy difíciles de combatir.” A lo expuesto se añade que se ha naturalizado el consumo de alcohol, conformando un ingrediente esencial en la mayoría de las salidas nocturnas efectuadas por los jóvenes durante el fin de semana. Más allá de las campañas contra el tabaco, hoy son numerosos los adolescentes que eligen esta conducta adictiva como vía de entrada al mundo adulto. Lentamente la marihuana gana terreno como sustancia sedativa, altamente eficaz para generar estados de placer y bienestar. La sexualidad se rige a través de patrones propios del mundo adulto, desarrollando los adolescentes conductas que no condicen con su proceso madurativo y emocional. Por último se incorpora la violencia como la principal alternativa para manifestar el malestar subjetivo. Durante el período de la adolescencia, en el que el joven se va desprendiendo de la familia y de los modelos imperantes a lo largo su infancia, desarrollándose paralelamente su integración al resto de la sociedad, será esencial para salir airoso de esta transición el sostén firme y afectuoso de la estructura a la que se está incluyendo. Cuando esto no sucede, es necesario que surjan estructuras alternativas paliativas, que no pertenezcan al seno familiar, que brinden esta contención, acompañamiento y guía, que si bien el adolescente rechaza y se opone a incorporar, necesita. Si dichas estructuras no se hacen presentes durante este período de transición, el joven queda a merced de lo que sus pulsiones le reclaman y de lo que su grupo de pertenencia le presenta. Es en este momento que, frente a la necesidad de evitar el displacer, busca sensaciones agradables constantemente, vivir el momento presente con la mayor intensidad posible, desarrollar al máximo la libertad, la independencia y la autonomía que dicha etapa le permite. La droga se presenta como una alternativa sumamente viable no solo con el objetivo de lograr estos estados, sino sobre todo de poder compartirlos y así formar parte de un todo, (grupo de pares) evitando padecer vivencias de soledad y abandono. En este sentido, nuestro modelo terapéutico representa una estructura capaz de actuar como objeto que sostiene, contiene, limita, orienta, reeduca hacia valores que lleven al desarrollo de una personalidad madura, cohesiva, capaz de responder por sí misma y autoafirmarse sin necesidad de recurrir a objetos externos que actúen como auxiliares temporarios ante las crisis propias de la etapa evolutiva. Es necesario por lo tanto desarrollar un programa asistencial y preventivo que incluya espacios de abordaje terapéutico a las problemáticas existentes (individuales y familiares), como asimismo a través de distintas dinámicas para poder trabajar con los jóvenes en el desarrollo de aquellas habilidades cognitivas y conductuales, que actúen como factores protectores, previniendo el consumo, y favorezcan paralelamente el desarrollo de una personalidad madura. La importancia de trabajar en prevención Es importante entender que el consumo transita por varias etapas hasta llegar a su estado más complejo: la drogodependencia. Niveles de consumo: Clásicamente, se describen cuatro niveles de consumo: • • • • Nivel 1: Uso experimental Nivel 2: Uso ocasional Nivel 3: Uso regular o abuso Nivel 4: drogodependencia Nivel 1: Uso experimental Es el período en el que el adolescente entra en contacto con la droga. Muchos de estos jóvenes consideran que consumir drogas amplía el campo de la experiencia y es algo normal y controlable de manera sencilla. Nivel 2: Uso ocasional o “social” Durante esta segunda fase el adolescente continúa adoptando un papel esencialmente pasivo, al igual que durante el período anterior. La mayoría de las veces que la droga se halla disponible, la consume, porque ya conoce los efectos anímicos que en él produce. “El consumo durante esta etapa rara vez supera una vez por semana, cada vez que algún amigo le proporciona la droga. En esta fase surge la idea de control sobre la droga, de poder abandonarla cuando se quiera, de no depender de ella, y que solo los que son drogadictos son enfermos.” Durante este período, los adolescentes compran la imagen de aquellas personas de su entorno que consumen y que no tienen ningún problema, “se la creen”. Nivel 3: Uso regular o abuso La droga se empieza a insertar cada vez más en los hábitos de vida del joven. Muchos de los antiguos hábitos son reemplazados por nuevos que incluyan la sustancia de elección. El estado anímico logrado por las drogas comienza a transformarse en lo más real de sí mismo. La droga facilita desligarse de los conflictos interiores, esto genera cierta euforia y bienestar pasajero. Esto es peligroso porque es comparable a una persona que padece una enfermedad grave a la que solo trata con analgésicos tóxicos. Produce un alivio temporario y la vuelve más dependiente de esa sustancia, mientras la enfermedad progresa silenciosamente, hasta que las posibilidades de ayuda quedan muy restringidas. Nivel 4: Drogodependencia En este período las drogas se transforman en el centro de la vida del sujeto consumidor, todas sus actividades, vínculos y proyectos están en consonancia con el consumo. Cualquier actividad que no esté de acuerdo con este estilo de vida generará gran resistencia. En este momento no toman real dimensión de los riesgos a los que se hayan expuestos. Asimismo son frecuentes los conflictos familiares extremos (violencia, maltrato, abuso), con la ley (continuas “entradas y salidas” en comisarías por atentar contra diversas pautas de convivencia). En el ámbito laboral (incapacidad para sostener conducta responsable en el tiempo). Suele sostenerse en los centros especializados de rehabilitación para sujetos con este trastorno, que habiendo llegado a esta instancia no quedan muchas alternativas: “O el sujeto se rehabilita o termina preso, privado de su libertad, en un psiquiátrico privado de sus facultades mentales, o muerto, privado del valor más supremo: la vida.” Es decir que es un tratamiento multidisciplinario pero sobre todo integrado, pautado y dirigido desde la comunión de principios, conceptos y objetivos comunes.