Europa y su arriesgada búsqueda de estabilidad Jörg Bibow catedrático de Economía en el Skidmore College e investigador en el Levy Economics Institute del Bard College La unión monetaria de Europa se apoya en dos principios clave. El primero es que el banco central tiene que ser independiente del control político y que sus normativas deben centrarse directamente en el mantenimiento de la estabilidad de precios. El segundo es que la política fiscal tiene que ser disciplinada y no amenazar nunca esa estabilidad de precios. La estabilidad de precios, a su vez, es el fundamento de la estabilidad económica y de la prosperidad. Esos principios e ideas son de origen alemán. Y destilan lo esencial de la historia económica de la Alemania posterior a la II Guerra Mundial, una historia de éxito económico, caracterizada por la estabilidad y el crecimiento. Se pretendió repetir a escala europea esa historia del éxito alemán. El Banco Central Europeo copió al Bundesbank. Como la Constitución alemana establecía una “regla de oro” que limitaba los déficits presupuestarios al impacto de la inversión pública, era preciso un pacto fiscal que amparara al BCE, decretando como excesivos los déficits presupuestarios por encima del 3% del PIB y prescribiendo su rápida reducción. Este pacto se llamó Pacto de Estabilidad y Crecimiento y reflejaba la creencia alemana —basada en la experiencia histórica— de que para favorecer la estabilidad y el crecimiento es imprescindible la disciplina fiscal y monetaria. Pero para Europa las cosas no han evolucionado de acuerdo con el guión. Y no se trata aquí del hecho de que la mayoría de las veces una armonizada inflación de precios al consumo haya superado en poco el 2%, que es la norma del BCE que define la estabilidad de precios. Más bien, el problema consiste en que el expediente del rendimiento económico de la zona es el propio de la inestabilidad y del estancamiento (o peor). Casi por reflejo, las autoridades alemanas y las del euro culpan de esos deprimentes resultados a una aparente ausencia de disciplina fiscal. Es verdad, los índices de deuda pública se han disparado desde 2008 y con pocas excepciones los países miembros de la eurozona se han enfrentado a procedimientos de déficit excesivo. De manera que, como respuesta, el pacto fiscal fue reforzado y ahora se exige que los índices de deuda pública por encima del 60% del PIB converjan en el supuesto umbral de estabilidad con cierta rapidez. Al ver a la deuda pública como la mayor amenaza para la estabilidad, se acordó un Compacto fiscal, que requiere que los países establezcan una norma de presupuesto equilibrado en su legislación nacional. Con presupuestos equilibrados, los países verían cómo realmente sus índices de deuda pública finalmente convergen a nivel cero, suponiendo que el crecimiento del PIB siga siendo positivo. Alemania, que es la fuerza principal que hay tras esas reformas y líder por su prudente ejemplo, sustituyó su antigua regla de oro por un nuevo freno a la deuda que limita constitucionalmente el déficit presupuestario estructural al 0,35% del PIB a nivel federal al tiempo que exige también presupuestos equilibrados en sus niveles inferiores de Gobierno. Dada su aparentemente fuerte posición de acreedor, la obsesión alemana con la estabilidad es hoy una fuerza desenfrenada por todo el continente. En esencia, la unión monetaria europea está intentando encarar su peculiar carencia de unión fiscal prohibiendo completamente los déficits presupuestarios. Esa constitucionalizada caza de brujas contra la deuda pública está suscitando serios problemas. Al tiempo que las devastadoras consecuencias de la austeridad son sumamente visibles, prevalece la ilusión de que los perjuicios no durarán mucho. Se llegó a un consenso en la controversia suscitada en el G-20 de 2010 sobre si la austeridad agresiva pondría en riesgo de descarrilamiento a una recuperación todavía frágil. Europa se sometió a la prueba y fracasó estrepitosamente; los mitos sobre la contracción de la fiscalidad expansionista han sido ahogados por realidades deprimentes. El FMI redescubrió que el tamaño de los multiplicadores fiscales depende de la situación económica. En la medida en que alguna vez haya habido una evidencia real de contracciones expansionistas, las afortunadas fueron economías pequeñas y abiertas que podían compensar la contracción fiscal con flexibilización monetaria y un tipo de cambio más competitivo. Con una austeridad sin sentido puesta en práctica por todo el continente, no hay otra compensación que la que pueda dispensar la cortesía del resto del mundo. Esa es la razón por la que está subiendo el volumen de las conversaciones sobre guerras monetarias también entre las economías avanzadas. Pero los temores a una guerra monetaria son solo el anticipo de lo que está por llegar. Puesto que las devastadoras consecuencias económicas para Europa de su arriesgada búsqueda de estabilidad no son precisamente un asunto fugaz. Las quijotescas ambiciones de Europa de equilibrar para siempre los presupuestos públicos y de expulsar del sistema a la deuda pública tienen también unas serias implicaciones a largo plazo. Estas podrían ser mejor comprendidas según el planteamiento sectorial de los balances financieros defendido por el desaparecido Wynne Godley. Pensemos en la economía como algo que consiste en tres sectores principales: el público, el privado y el exterior. La suma de todos los ingresos y desembolsos de cada sector nos da tres saldos financieros. Para la economía en su conjunto los tres saldos sectoriales siempre tienen que sumar cero, como identidad contable. En consecuencia, como la unión monetaria europea requiere que el balance de su sector público sea cero, la suma de los otros dos balances sectoriales también tiene que ser cero. En otras palabras, bajo la constitución fiscal de la eurozona, el sector privado solo puede ser un ahorrador neto (que logra un superávit en su saldo financiero) si la eurozona tiene un superávit por cuenta corriente. No fue por mera casualidad por lo que la propia experiencia de Alemania de equilibrar con éxito su presupuesto público se vio acompañada de crecientes superávits por cuenta corriente. La simple verdad es que si tu sector privado es un ahorrador neto, como es el caso de Alemania, el sector público solamente puede equilibrar sus cuentas mediante superávits por cuenta corriente. Desgraciadamente, el éxito de Alemania en ese empeño ha hecho que sus socios de la unión monetaria se carguen con excedentes masivos de deuda, lo que está en el origen de la actual crisis del euro. Como el sector privado de la eurozona es también un ahorrador neto estructural, ese continuo apretar tornillos fiscales está convirtiendo a la eurozona en una Alemania más amplia que aspira a unos perpetuos superávits por cuenta corriente. Como Europa es todavía demasiado grande para seguir el modelo alemán de un crecimiento basado en las exportaciones, el disparate fiscal de Alemania se ha convertido en una institucionalizada amenaza para la estabilidad global.