Los Mundiales de Fútbol Capítulo 7 Mundial de Italia: Mussolini quería ganarlo. Italia, que se había postulado para organizar la primera Copa del Mundo de fútbol, insistió en el Congreso de la FIFA efectuado en Zurich en proponerse como sede de la segunda competición que se disputaría en 1934 y consiguió su objetivo. Se inscribieron 29 países y tras los partidos de clasificación formaron el conjunto de participantes, que debían ser 16 de acuerdo al reglamento, las selecciones de Alemania, Francia, Holanda, Bélgica, Rumania, Checoslovaquia, Austria, Hungría, España, Suecia, Egipto, Argentina, Brasil, Suiza e Italia. Uruguay, el campeón, se negó a participar en desquite por la negativa de Italia a acudir al Mundial de 1930 disputado en Montevideo. Estados Unidos y México debieron jugar un partido clasificatorio del grupo ahora denominado “de la CONCACAF”, y para darle garantías a la disputa y resultado del encuentro, ambas partes coincidieron en que debían enfrentarse en un campo neutral. Y si acaso, para asegurar la neutralidad, en una ciudad europea. Así fue como se eligió a Roma como sede del partido que ganaron los estadounidenses por 4-2, con lo que obtuvieron el derecho a jugar el Mundial. Para hacer grata la estancia de los visitantes extranjeros que llegaron a Italia motivados por el torneo máximo del fútbol, las autoridades dieron facilidades y ventajas a las visitas. Para los viajes en ferrocarril se hizo una rebaja general del 70 por ciento en el precio de los pasajes y se dispusieron que fueran gratuitos los viajes en los transportes urbanos en las ciudades de Roma, Florencia, Nápoles, Trieste, Milán, Génova, Torino y Bolonia. Al efecto, bastaba con exhibir una tarjeta especial que se otorgó a cada turista, que servía como credencial y se entregaba a quienes presentaran aunque más no fuese una entrada para un partido. A la vez, la Dirección de Correos lanzó a la venta una emisión especial de estampillas alusivas al campeonato y el Monopolio de Tabacos del Estado puso a la venta los cigarrillos “Copa del Mundo”. Con esto de las estampillas futbolísticas relacionadas con el segundo Mundial, imitando a su par italiana, la Dirección de Correos de Holanda lanzó antes del torneo una emisión especial de sellos con la que celebraba la participación de su equipo en la competición, pero con una leyenda extremadamente audaz. En los sellos declaraba en forma anticipada: “Holanda. Campeón de Fútbol del Mundo”. Los holandeses jugaron un solo partido porque perdieron con Suiza y quedaron eliminados. Las estampillas quedaron en los armarios, pero con el tiempo se convirtieron en verdaderas joyas para los filatelistas. Así como al primero, de Uruguay, se lo denominó “el Mundial romántico”, al de Italia de 1934 se lo podría identificar como “el Mundial político”. Italia estaba gobernada por el régimen impuesto por Benito Mussolini, “El Duce”, y el dictador estaba interesado en demostrar al mundo que con su política también era capaz de ganar la Copa del Mundo de fútbol. Al efecto, su intérprete en tal propósito, el entrenador del equipo Vittorio Pozzo, un hombre ilustre en su profesión, incluyó en la plantilla a cinco jugadores argentinos y a uno uruguayo a los que consideraba “oriundos”, debido a que eran hijos de italianos. Antes del Mundial Pozzo prescindió del argentino Renato Cesarini y del uruguayo Alberto Fedulo y confirmó a los argentinos Luis Monti, Raimundo Orsi, Enrique Guaita y Atilio Demaría. Con esta base, el seleccionador armó un equipo capaz de satisfacer los anhelos de Mussolini, que quería que el título de campeón quedara en su país. “El Duce” obsequió a los organizadores un hermoso trofeo que representaba un grupo escultórico de bronce de figuras simbólicas cuyo peso se calculó en 400 kilos, para que fuese entregado al equipo campeón. Jules Rimet, presidente de la FIFA, estaba preocupado por la forma en que debería manejarse para mover semejante aparato. Italia mandó de vuelta a casa a los muchachos de los Estados Unidos al ganar por 7-1 mientras que Argentina, con un equipo de tercera categoría formado a causa de las desinteligencias de los dirigentes de turno, perdió con Suiza por 3-2. En Génova, “La Furia Española” dejó sin representantes a América al vencer a Brasil por 3-1.En un pasaje de este partido se encontraron frente a frente Ricardo Zamora, “El Divino”, guardameta de los españoles, y Leonidas Da Silva, el antecesor de Pelé al que llamaban “El Diamante Negro”. Da Silva se hizo cargo de un penalty y remató con toda su maestría, pero Zamora detuvo el balón con toda su destreza y España celebró doblemente aquella conquista. Pero poco después, en los cuartos de final, españoles e italianos jugaron en Florencia un partido que hizo historia y dejó una sombra de duda sobre el fulgor del título de campeón que más tarde logró Italia. “La Furia Española” fue arrollada por el vendabal itálico y pese a que el encuentro finalizó con un empate a un gol, en bajas ganaron los dueños de casa, ya que quedaron lesionados y fuera de combate los españoles Zamora, Ciriaco, Fete, Lafuente, Iraragorri, Gorostiza y Lángara, quienes no pudieron jugar al día siguiente un partido ante los mismo rivales para romper el empate. Venció Italia por 1-0 con un gol que dejó muchas dudas. Jules Rimet, en su libro “Historia de los Campeonatos Mundiales”, escribió respecto a ese partido: “Fue un torbellino de fuerza, furia y afán de victoria. Si por un lado se hallaban los italianos que por primera vez eran sometidos a una dura prueba, enfrente estaban los españoles con un equipo lleno de ímpetu, audacia y decisión, cuyo buen juego fue una de las sorpresas de la competición. Capitaneado por el legendario Zamora, desarrollaron en Florencia un juego viril pero correcto, y estuvieron a un tris de dejar en la cuneta del torneo al equipo italiano. De regreso a su patria, los jugadores españoles fueron recibidos como triunfadores y sus compatriotas los llamaron ‘los héroes de Florencia’”. Italia, con un gol de Ferrari, superó a Austria y se clasificó finalista, mientras que, calladamente, Checoslovaquia superó a Suecia y Alemania y también llegó a la instancia decisiva. En un partido brillante y electrizante, los checos se pusieron en ventaja con un gol anotado por Puc, pero el argentino “Mumo” Orsi igualó para Italia con un disparo imposible de detener. Empate a uno y prórroga, en la que los locales se impusieron por 2-1. Finalizó el Mundial político y se cumplió el sueño de Mussolini. Rimet sonrió satisfecho cuando tuvo la certeza que no era necesario mover el trofeo obsequiado por “El Duce”, que pesaba 400 kilos, porque debía quedar en Italia.